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Material de Sociología

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Teoría política de Platón: el Estado Ideal.

Todo el proyecto filosófico de Platón tiene una clara finalidad política. La teoría política de
Platón se desarrolla en íntima conexión con su ética. La vida griega era esencialmente una vida
comunal, vivida en el seno de la Ciudad estado (polis) e inconcebible aparte de la Ciudad. La
idea de que el hombre es un animal social por naturaleza, es decir, de que la Sociedad
organizada es una institución "natural" es común a Platón y Aristóteles.

Los principios de la justicia son los mismos para el individuo que para el Estado. Ahora bien, es
evidente que ningún gobierno de los de la realidad encarna el principio ideal de la Justicia;
pero lo que le interesaba a Platón no era ver lo que son los Estados empíricos, sino lo que el
Estado debería ser, y así, en el diálogo República se propone descubrir el Estado Ideal, a cuyo
modelo todo Estado real debería adecuarse en la medida de lo posible. El proyecto político de

Platón va contra el relativismo de los sofistas y contra la democracia que había condenado a su
maestro Sócrates.

Un verdadero Estado debe ser racional y éste debe procurar la felicidad de todos los
ciudadanos. Su modelo de Estado está reflejado en el mundo de las Ideas. La justicia ha de
buscarse en el encaje entre Estado y ciudadanos. El hombre es por naturaleza un ser social. El
Estado debe ser un reflejo de la naturaleza humana. Platón establece una clara correlación
entre el alma y el Estado. La estructura de la ciudad se encuentra reflejada en el alma (y
viceversa).

Para Platón la ciudad responde a las necesidades humanas, porque ningún ser humano se
basta a sí mismo y depende de los demás para la satisfacción de sus necesidades, por lo que
hace falta una división del trabajo, en la que cada uno aporta su saber, experiencia y
conocimientos a la polis. Hay tres tipos básicos de actividades:

1ª. Artesanos (actividades productivas).

2ª. Guardianes o guerreros (encargados de la defensa).

3ª. Gobernantes (actividad política y gobierno).

La ciudad platónica se compone de tres clases sociales que se corresponden con las partes del
alma. A cada clase se le asigna una tarea y una virtud:

La ciudad, según Platón, se compone de tres clases sociales que se corresponden con las tres
partes del alma. Presenta una organización política estrictamente jerarquizada. No todos los
hombres están igualmente dotados por naturaleza ni deben realizar las mismas funciones. En
cada uno predomina un alma y ha de ser educado para las funciones que deba realizar (la
educación debe ser idéntica para hombres y para mujeres). El Estado, según Platón, es ante
todo una institución educativa.
-Los artesanos: Ofrece los recursos suficientes para satisfacer las necesidades básicas mediante
el trabajo productivo de bienes y servicios. Platón no explica por qué es “natural” que unos
tengan que servir a la ciudad y otros beneficiarse de su trabajo.

-Los guardianes o guerreros: Tienen como función defender la ciudad de posibles invasores,
extranjeros o bárbaros, y también aplacar los conflictos internos. Es la más importante, porque
de esta clase saldrán los gobernantes (los mejores entre los guardianes). Su educación y
preparación deben ser la propia de una élite, puesto que de ellos dependerá el buen
funcionamiento de la ciudad. Además, tendrán un régimen especial de vida: se alojarán en
viviendas separadas de las del resto de los ciudadanos; no poseerán riquezas propias, ni
vivienda privada, ni familia, ni mujeres. Se mantendrán en régimen de matrimonio
monogámico permanente. Se casarán con mujeres de su misma clase para preservar la pureza
del grupo.

-Los gobernantes: Son los árbitros absolutos de la vida política, y sólo se justifican en el cargo si
llegan a ser los más sabios. Deben ser seleccionados entre los mejor dotados y estar
sometidos, entre los 20 y 30 años, a una formación científica muy especial. Normalmente
procederán de los guardianes perfectos, aquellos que, al final de su formación, llegan a ser
filósofos casi perfectos, capaces de poner como fundamento del Estado la Verdad, la Justicia y
el Bien.

El hombre está formado de alma y cuerpo. El alma es la parte divina que ha de esforzarse
mediante una adecuada educación, en el ejercicio de la virtud y adoptar un compromiso
educativo-político-moral (el prisionero que sale de la caverna tiene la obligación de retornar al
interior y enseñar a los que no saben).

En el análisis del Estado, Platón utilizará una división tripartita que guarda analogía con la
división del alma; el Estado es un gran organismo que tiene las mismas exigencias y
necesidades materiales y los mismos fines éticos que el hombre. A cada parte del alma le
corresponde una clase social: a la parte racional la clase de los gobernantes, que son los
filósofos; al alma irascible, la clase social de los guerreros; a la concupiscible, la de los
artesanos.

Los filósofos, cuya virtud es la sabiduría o prudencia, son los únicos aptos para el gobierno; los
soldados, (fortaleza), deben defender y guardar la polis; los artesanos (templanza) suministran
los medios materiales que la comunidad necesita. El fin del Estado es la justicia: el
cumplimiento del bien común para todos los ciudadanos. Para Platón el filósofo ha de ser el
gobernante, o los gobernantes han de ser filósofos, ya que estos no buscan satisfacer su propio
interés sino el de la comunidad.

“A los guardianes se les exige una vida austera: sin propiedad privada, para evitar el afán de
lucro y la ambición, mal endémico de las ciudades helénicas, y la renuncia a una familia propia.
A los filósofos se les impide el dedicarse a una vida teórica y retirada, como podría ser de su
agrado, para exigirles una dedicación a los asuntos del Estado.

Todo en nombre del bien común…. Platón postula unos gobernantes austeros, ascéticos,
marginados de los afanes económicos y de cualquier egoísmo, muy distintos de los aristócratas
de antaño y de los oligarcas de cualquier ciudad antigua. Su utopía tiene una noble radicalidad;
no es una vuelta atrás. Le guía no la nostalgia del poder aristocrático, sino la nostalgia de un
orden comunitario más allá de los rumbos y tumbos históricos.

García Gual, 130.

La ética conduce a la política. Sólo en la ciudad justa es posible educar hombres justos. En su
modelo ideal de polis el gobierno pertenece a los filósofos. Gobierno, por tanto, monárquico o
aristocrático, pero en el que la aristocracia es una aristocracia de la virtud y el saber, no de
sangre. Los gobernantes no serán conducidos por la ambición personal, sino que se inspirarán
en la contemplación del orden inmutable de las Ideas. El “mito de la caverna” lo expresa muy
bien: los que consiguen escapar de ella y contemplar el sol (la Verdad, la Justicia y el Bien)
deben “volver a la caverna” para guiar a los que allí continúan.

Pensamiento Político y social de Aristóteles


El pensamiento político de Aristóteles es un elemento más de su pensamiento, no es la base
como en el caso de Platón.

El primer elemento fundamental del pensamiento político de Aristóteles es que el ser humano
es social por naturaleza, según Aristóteles tenemos la inclinación natural de vivir en grupo,
puede ser con un objetivo bueno o malo. El pensador griego determina un sistema político
basado en dos variables: el número de gobernantes y si el objetivo es bueno o malo

Para Aristóteles si gobierna un sólo ser humano y el sistema político es bueno lo llamamos
Monarquía, si es malo es la Tiranía. En el gobierno de unos cuantos si el gobierno es positivo
tenemos la Aristocracia (el gobierno en manos de los mejores), si es negativa tenemos una
Oligarquía. Si tenemos un sistema político donde gobiernan todos y el fin es bueno, tenemos el
sistema político de la Democracia, si el objetivo es malo tendremos la Demagogia.

a) Gobiernos rectos son aquellos que tienen por finalidad el bien común, su utilidad general.
Son tres.

· Monarquía, si es el gobierno formado por uno solo (rey o monarca).

· Aristocracia, si el gobierno está formado por unos pocos. El nombre de aristocracia se aplica
rectamente al régimen en el cual los ciudadanos son los mejores en virtud de una manera
absoluta, y no simplemente buenos con relación a una hipótesis determinada. En estos
regímenes las magistraturas se eligen no sólo por la riqueza sino también por la virtud y el
mérito.
· Democracia, si es el gobierno de la mayoría (mezcla de ricos y pobres). Es una combinación de
la democracia y la oligarquía: se usan los dos criterios por igual, esto es, por sorteo y por
elección, por elección y no basado en la propiedad.

b) Gobiernos desviados que tienen por finalidad el interés particular. Son también

tres:

· Tiranía, si es el gobierno de uno solo. Es una desviación de la Monarquía. Se llama tiránico a


un gobierno cuando tiene la soberanía una persona y ejerce el poder de forma despótica.

· Oligarquía, si es el gobierno de unos pocos (los ricos). Es una desviación de la

Aristocracia.

· Demagogia, si es el gobierno de la mayoría (los pobres). Es una desviación de la

Democracia. El pueblo se convierte en Monarca, cuya unidad está compuesta de una multitud
porque los muchos tienen el poder, no como individuos sino en conjunto.

Estado y clases sociales

Anteriormente hemos visto que una de las características de la ciudad estado griega era la
autosuficiencia. Para ello era necesario que la ciudad se dotara de una serie de elementos,
tales como subsistencia material, educación artística, formación guerrera, abundancia de
riqueza, culto divino y toma de decisiones en los asuntos públicos, que están ligadas a otras
tantas funciones sociales predeterminadas de antemano por la pertenencia o no a la categoría
de ciudadano. Estas funciones debían ser:

- Labrador, ligada a la agricultura;

- Artesano, ligada a la profesión mecánica;

- Comerciante, ligada a la profesión mercantil;

- Mercenario, ligada a la guerra;

- Guerrero, ligada así mismo a la guerra;

- Sacerdote, ligada al culto divino;

- Magistrado y juez, ligada a las deliberaciones de los negocios del Estado.


La Separación de Poderes de Montesquieu
La separación de poderes o división de poderes (en latín, trias politica) es un orden y
distribución de las funciones del Estado, en la cual la titularidad de cada una de ellas es
confiada a un órgano u organismo público distinto. Junto a la consagración constitucional de
los derechos fundamentales, es uno de los principios que caracterizan el Estado de Derecho
moderno.

Modernamente la doctrina denomina a esta teoría, en sentido estricto, separación de


funciones o separación de facultades, al considerar al poder como único e indivisible y
perteneciente original y esencialmente al titular de la soberanía (nación o pueblo), resultando
imposible concebir que aquél pueda ser dividido para su ejercicio. Existen tres poderes y son:
ejecutivo, legislativo y judicial.

El Poder Legislativo: Lo ejerce el Congreso Nacional mediante 128 diputados que son elegidos
mediante el Sufragio, por un período de 4 años. Se reúnen en sesiones ordinarias en la capital
de la república desde el 25 de enero dentro de sus atribuciones están: Crear, decretar,
interpretar y reformar y derogar leyes existentes.

ARTÍCULO 213 Tienen exclusivamente la iniciativa de Ley los Diputados al Congreso Nacional,
el Presidente de la República por medio de los Secretarios de Estado, así como la Corte
Suprema de Justicia y el Tribunal Supremo Electoral, en asuntos de su competencia

ARTÍCULO 214.- Ningún Proyecto de Ley será definitivamente votado sino después de tres
debates efectuados en distintos días, salvo el caso de urgencia calificada por simple mayoría de
los diputados presentes.

ARTÍCULO 215.- Todo proyecto de ley, al aprobarse por el Congreso Nacional, se pasará al
Poder Ejecutivo, a más tardar dentro de tres días de haber sido votado, a fin de que éste le de
su sanción en su caso y lo haga promulgar como ley. La sanción de ley se hará con esta
fórmula; "Por tanto Ejecútese".
ARTÍCULO 216.- Si el Poder Ejecutivo encontrare inconvenientes para sancionar el Proyecto de
Ley, lo devolverá al Congreso Nacional, dentro de diez días, con esta fórmula: "Vuelva al
Congreso", exponiendo las razones en que funda su desacuerdo.

Si en le término expresado no lo objetare, se tendrá como sancionado y lo promulgará como


ley.

Cuando el Ejecutivo devolviere el Proyecto, el Congreso Nacional lo someterá a nueva


deliberación y si fuere ratificado por dos tercios de votos, lo pasará de nuevo al Poder
Ejecutivo, con esta fórmula: "Ratificado Constitucionalmente" y éste lo publicará sin tardanza.

Si el veto se fundara en que el proyecto de ley es inconstitucional, no podrá someterse a una


nueva deliberación sin oír previamente a la Corte Suprema de Justicia, ésta emitirá su
dictamen en el término que el Congreso Nacional le señale.

ARTÍCULO 217.- Cuando el Congreso Nacional vote un Proyecte de Ley al terminar sus sesiones
y el Ejecutivo crea inconveniente sancionarlo, está obligado a darle aviso inmediatamente para
que permanezca reunido hasta diez días, contados desde la fecha en que el Congreso recibió el
proyecto, y no haciéndolo, deberá remitir éste, en los ocho primeros días de las sesiones de la
subsiguiente legislatura;

ARTÍCULO 221.- La les es obligatoria en virtud de su promulgación y después de haber


transcurrido veinte días de terminada su publicación en el diario oficial "La Gaceta". Podrá, sin
embargo, restringirse o ampliarse en la misma ley el plazo de que trata este artículo y
ordenarse, en casos especiales, otra forma de promulgación.

El Poder Judicial: Tiene la protestas de impartir justicia para el pueblo, de una forma gratuita
en nombre del estado por Magistrado y jueces. Está integrado por la Corte Suprema de
Justicia, las cortes de apelaciones; y los juzgados de letras, y paz.

Los magistrados serán elegidos por el procedimiento de selección con una duración de 7 años.

El Poder Ejecutivo: Lo ejerce el Presidente de la República, en representación para beneficio de


la población. El presidente de la República, tres designados Presidenciales, los Secretarios de
Estados; juntos conforman el Consejo de Ministros, serán electos en una forma organizada y
directa por el pueblo en un período de 4 años.

Instituciones Descentralizadas: Son las que tienen una independencia funcional, administrativa
y técnica de las instituciones centralizadas, pero no pueden estar fuera de la ley.

Instituciones Desconcentradas: Son las que tienen una relativa independencia funcional,
administrativa y técnica de las instituciones centralizadas.
El conocimiento empírico es el conocimiento basado en la experiencia, en último término, en
la percepción, pues nos dice qué es lo que existe y cuáles son sus características, pero no nos
dice que algo deba ser necesariamente así y no de otra forma; tampoco nos da una verdad
universal. Consiste en todo lo que se sabe y que es repetido continuamente teniendo o sin
tener un conocimiento científico.

El conocimiento científico se refiere tanto al conjunto de hechos recogidos por las teorías
científicas así como al estudio de la adquisición, elaboración de nuevos conocimientos
mediante el método científico. Una teoría científica es un conjunto consistente y
deductivamente completo de proposiciones científicas que describen hechos relativos al
campo de investigación de la teoría. En ese sentido el conocimiento científico sería el
contenido proposicional completo de todas las teorías científicas empíricamente adecuadas.

Para la Real Academia Española, conocer es tener noción, por el ejercicio de las facultades, de
la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas. Conocimiento es la acción y efecto de
conocer; el sentido de cada una de las aptitudes que tiene el individuo de percibir, por medio
de sus sentidos corporales, las impresiones de los objetos externos, conocimiento es todo
aquello capaz de ser adquirido por una persona en el subconsciente.

El filósofo Karl Popper acepta que la finalidad de la ciencia es la verdad,1 pero, en principio,
evita el uso del término para la investigación científica y desplaza la cuestión hacia un punto de
vista más delimitado: el de la demarcación, donde el éxito de la ciencia se mide por su
capacidad para desenmascarar las doctrinas engañosas y repudiar las teorías inconsistentes,
aceptando sólo provisionalmente las teorías corroboradas.2

Según Imre Lakatos la única forma de justificar el conocimiento científico es a través de la


crítica y contrastabilidad de nuestros ensayos de solución a los problemas surgidos en la
tensión entre nuestro conocer y nuestro ignorar: "El método de la ciencia, es pues, el de las
tentativas de solución, el del ensayo o idea de solución, sometido al más estricto control
crítico, no es sino una prolongación crítica del método del ensayo y el error".3

La crítica consiste en intentos de refutación: si la crítica tiene éxito se descarta el ensayo de


solución refutado y se busca otro; si resiste a la crítica se acepta provisionalmente en cuanto
digno de seguir siendo discutido, y si persiste en resistir la crítica se puede estimar
corroborado, pero eso no significa que se le acepte como verdadero, solamente significa que,
de momento, no se han encontrado razones para desecharlo.4
El avance en el conocimiento científico se produce en cuanto los científicos al abandonar las
teorías refutadas, por las investigaciones están obligados a reemplazarlas por nuevos ensayos
de solución y eso conduce a descubrimientos e innovaciones. Así la propuesta de Popper "...
no es salvarles la vida a los sistemas insostenibles sino, por el contrario, elegir el que
comparativamente sea más apto, sometiéndolos a todos a la más áspera lucha por la
supervivencia".5

Según el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, no es efectivo que la noción de conocimiento


válido se reduzca al conocimiento científico.6 Dando por supuesto que, en la medida que
nuestro etnocentrismo nos hace ver la realidad con el prisma de la racionalidad occidental,
esta resulta perfectamente coherente con la idea del progreso ininterrumpido del
conocimiento científico; Feyerabend también cree que la razón no es la única forma de
inteligibilidad y tampoco la última: "La ciencia es una de las muchas formas de pensamiento
que el hombre ha desarrollado y no necesariamente la mejor".7

Emilio Durkheim
Émile Durkheim define hecho social como las maneras de obrar, sentir y vivir exteriores al
individuo, que ejercen un poder coercitivo sobre su conducta orientándola en todo su
desarrollo. Emile Durkheim manifiesta en su concepto de hecho social cómo los caracteres
culturales moldean a los sujetos y les predisponen a comportarse y pensar de una determinada
manera, en concreto en función de los elementos culturales que el sujeto haya ido
interiorizando a lo largo de su proceso de socialización, un proceso que durara toda su vida
biológica y social.

Max Weber
La acción social es toda acción que tenga un sentido para quienes la realizan, afectando la
conducta de otros, orientándose la acción mencionada por dicha afectación.

TERCERA PARTE

LA VIDA EN CRISTO

PRIMERA SECCIÓN

LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:

LA VIDA EN EL ESPÍRITU

CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

ARTÍCULO 7

LAS VIRTUDES

1803 “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable,
todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo
realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y
espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones
concretas.

«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de
Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).

I. Las virtudes humanas

1804 Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones
habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras
pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y
gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente
el bien.

Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los
gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para
armonizarse con el amor divino.

Distinción de las virtudes cardinales

1805 Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama “cardinales”;
todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la
templanza. “¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la
templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza” (Sb 8, 7). Bajo otros nombres, estas virtudes
son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.

1806 La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia
nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. “El hombre cauto medita
sus pasos” (Pr 14, 15). “Sed sensatos y sobrios para daros a la oración” (1 P 4, 7). La prudencia
es la “regla recta de la acción”, escribe santo Tomás (Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed
contra), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o
la disimulación. Es llamada auriga virtutum: conduce las otras virtudes indicándoles regla y
medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente
decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los
principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos
hacer y el mal que debemos evitar.

1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y
al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”.
Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en
las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien
común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la
rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas
injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo”
(Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que
también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4, 1).

1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en
la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los
obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la
muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la
renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico
es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al
mundo” (Jn 16, 33).

1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos
y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el
bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la
pasión de su corazón” (cf Si 5,2; 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo
Testamento: “No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena” (Si 18, 30). En el Nuevo
Testamento es llamada “moderación” o “sobriedad”. Debemos “vivir con moderación, justicia
y piedad en el siglo presente” (Tt 2, 12).
«Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con
toda la mente. [...] lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que es los
propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas las incomodidades, que es lo propio
de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es lo propio de la justicia, y,
finalmente, lo que le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse
engañar subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo que es propio de la prudencia» (San
Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae, 1, 25, 46).

Las virtudes y la gracia

1810 Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y
una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia
divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre
virtuoso es feliz al practicarlas.

1811 Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la
salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las
virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los
sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse
del mal.

II. Las virtudes teologales

1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades
del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se
refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima
Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.

1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano.
Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles
para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la
presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes
teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13).
La fe

1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y
revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el
hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por
conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa
por la caridad” (Ga 5, 6).

1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Concilio de Trento: DS
1545). Pero, “la fe sin obras está muerta” (St 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la
fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.

1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos [...] vivan preparados para confesar a Cristo ante
los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca
faltan a la Iglesia” (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la
salvación: “Todo [...] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé
por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le
negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

La esperanza

1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida
eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y
apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.
“Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb
10,23). “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo
nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en
esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).

1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el


corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres;
las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo
desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la
esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su
origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada
en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra
toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18).

1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la


proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el
cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas
que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios
nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”,
segura y firme, que penetra... “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-
20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza
de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el
gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12,
12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen
de todo lo que la esperanza nos hace desear.

1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf
Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar,
con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y
obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas
con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se
salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se
pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que
mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu
Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del
alma a Dios, 15, 3)

La caridad

1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él
mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos “hasta
el fin” (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los
discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: “Como el
Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Y
también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn
15, 12).

1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de
Cristo: “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”
(Jn 15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8-10).

1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El
Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5, 44), que nos
hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los
pobres como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45).

El apóstol san Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es
paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa;
no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se
alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13,
4-7).

1826 Si no tengo caridad —dice también el apóstol— “nada soy...”. Y todo lo que es privilegio,
servicio, virtud misma... si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4). La caridad es
superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la
esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).

1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el
vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre
sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad
humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de
los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el
mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó
primero” (1 Jn 4,19):
«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o
buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente
obedecemos por el bien mismo del amor del que manda [...] y entonces estamos en la
disposición de hijos» (San Basilio Magno, Regulae fusius tractatae prol. 3).

1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la
corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y
generosa; es amistad y comunión:

«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos;
hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (San Agustín, In epistulam Ioannis
tractatus, 10, 4).

III. Dones y frutos del Espíritu Santo

1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son
disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu
Santo.

1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).

«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)

1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz,
paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia,
castidad” (Ga 5,22-23, vulg.).
Resumen

1833 La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.

1834 Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que
regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y
la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y
templanza.

1835 La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro
verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo.

1836 La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les
es debido.

1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien.

1838 La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en
el uso de los bienes creados.

1839 Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y con el
esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las eleva.

1840 Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima
Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido por la fe, esperado y amado
por Él mismo.

1841 Las virtudes teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13). Informan
y vivifican todas las virtudes morales.

1842 Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que Él nos ha revelado y que la Santa Iglesia
nos propone como objeto de fe.
1843 Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y
las gracias para merecerla.

1844 Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros
mismos por amor de Dios. Es el “vínculo de la perfección” (Col 3, 14) y la forma de todas las
virtudes.

1845 Los siete dones del Espíritu Santo concedidos a los cristianos son: sabiduría,
entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Bibliografía
Historia del Pensamiento Político Premoderno Profesor Dr. Benito Sanz Díaz/ Vniversitat Id
Valencia Facuttat de Dret

Constitución de la República de Honduras

Recuperado/Catecismo de la Iglesia Católica/ www.vatican.va

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