Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

4 A Carta 58 Sobre El Libre Albedrío - Libertad

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Correspondencia 335

que nos incitan a dirigir nuestras acciones de tal modo,


pero sin que lo consigan; pero no se concibe, si supo­
nemos que estamos coaccionados 346. Vea, además, Descar­
tes, tomo I, cartas 8-9, y tomo II, página 4.
Pero, basta ya con esto. Le ruego que me conteste a
estas dificultades (y comprobará que no sólo soy agra­
decido, sino, si tengo salud, de usted devotísimo N. N.).

8 de octubre de 1674.

Carta 58 (2651

B. d. S. al muy docto y. experto señor


G. H. Schuller347
(Respuesta a la precedente)

Muy experto señor:


Nuestro amigo J. R. 348 me ha enviado la carta que us­
ted ha tenido a bien escribirme, junto con el juicio de
su amigo sobre mi opinión y la de Descartes acerca del
libre albedrío, la cual me agradó mucho. Y, aunque en

546 La frase es incorrecta o incompleta en ambas versiones: el


subjuntivo queda en el aire. En cuanto a la idea de libertad de
elección (pp. 263 ss.), el razonamiento es similar al que hará Ol­
denburg (Ep. 79, pp. 329 s.): el poder del alma sobre sus actos
es distinto al del cuerpo.
347 Georg Hermann Schuller (1651-79), alemán de origen, estu­
dió medicina en Leiden, donde coincidió con Tschirnhaus, y se
instaló después en Amsterdam. Sus cartas, que no revelan un ta­
lento especial, son un documento de primer orden para conocer
las relaciones 'indirectas’ entre Spinoza y sus compatriotas Tschirn­
haus y Leibniz, así como los últimos momentos del filósofo (fue
el único, que asistió a su muerte) y las gestiones para editar las
OP. Documentos complementarios en Freudenthal (núm. 70),
pp. 202,22; 203,25; 205-7.
348 Se refiere al librero Jan Rieuwertsz (cfr. -pp. 159/7 y nota
308).
336 Spinoza

este momento, aparte de no disfrutar de buena salud149,


estoy muy ocupado en otras cosas, su singular gentileza
y, lo que más aprecio, su amor a la verdad, que le absor­
be, me obligan a que cumpla su deseo, en cuanto me lo
permita mi ingenio.
No sé qué quiere decir su amigo antes de apelar a la
experiencia y de pedir rigurosa atención. Lo que añade a
continuación: si, de dos personas, una afirma algo de
una cosa cualquiera y otra lo niega, etc., es exacto, si en­
tiende que, aunque usen las mismas palabras, piensan en
cosas distintas. En otra ocasión envié varios ejemplos
de esto al amigo J. R., al que escribo ahora para que se
los remita a usted 349 bis.
Paso, pues, a aquella definición de libertad, que dice
ser mía, aunque no sé de dónde la ha sacado. Yo llamo
libre aquella cosa que existe y actúa por necesidad de su
sola naturaleza; coaccionada, en cambio, la que está de­
terminada a existir y a obrar de cierta y determinada
manera. Por ejemplo, Dios existe libremente, aunque ne­
cesariamente, porque existe por la sola necesidad de su na­
turaleza. Así también Dios se entiende a sí mismo y todas
las cosas de forma absolutamente libre, porque de la sola
necesidad de su naturaleza se sigue que entiende todas
las cosas. Ve usted, pues, que yo no pongo la libertad
en el libre decreto, sino en la libre necesidad.
(2<i6) Pero descendamos a las cosas creadas, todas las cuales
son determinadas por causas externas a existir y a actuar
de cierta y determinada manera. Y para que se entienda
claramente, concibamos una cosa muy simple. Por ejemplo,
una piedra recibe de una causa externa, que la impulsa,
cierta cantidad de movimiento con la cual, después de
haber cesado el impulso de la causa externa, continuará
. necesariamente moviéndose. Así, pues, la permanencia

349 Cfr. Ep. 28, pp. 163(194). Por Schuller (cartas a Leibniz:
en Freudenthal, núm. 70, pp. 202/22 y 24) y por Colerus (cap. 14:
en Freud., núm. 70, p. 94) sabemos que Spinoza murió de tisis,
que quizá heredó de su madre y padeció unos veinte años.
349 bis Pudiera aludir a Ep. 9 (a de Vries): le habría sido en­
viada a través de Rieuwertsz.
Correspondencia 337

de esta piedra en movimiento es coaccionada, no por ser


necesaria, sino porque debe ser definida por el impulso
de la causa externa. Y lo que aquí se dice de la piedra,
hay que aplicarlo a cualquier cosa singular, aunque se la
conciba compuesta y apta para muchas cosas; es decir,
que toda cosa es determinada necesariamente por una cau­
sa externa a existir y a obrar de cierta y determinada ma­
nera.
Aún más, conciba ahora, si lo desea, que la piedra, mien­
tras prosigue su movimiento, piensa y sabe que ella se
esfuerza, cuanto puede, por seguir moviéndose. Sin duda
esa piedra, como tan sólo es consciente de su conato y
no es de ningún modo indiferente, creerá que es total­
mente libre y que la causa de perseverar en el movimiento
no es sino que así lo quiere. Y ésta es esa famosa liber­
tad humana, que todos se jactan de tener, y que tan sólo
consiste en que los hombres son conscientes de su ape­
tito e ignorantes de las causas por las que son determi­
nados. Así el niño cree apetecer libremente la leche, el
chico irritado querer la venganza, y el tímido la fuga.
Por su parte, el borracho cree decir por libre decisión
de su alma lo que después, ya sobrio, quisiera haber ca­
llado. Igualmente, el delirante, el charlatán y otros mu­
chos de la misma calaña creen obrar por libre decreto
de su alma y no que son llevados por el impulso. Y como
este prejuicio es innato a todos los hombres, no se liberan
tan fácilmente de él. Y, aun cuando la experiencia en­
señe, más que sobradamente, que los hombres nada pue­
den menos que dominar sus apetitos, y que muchas veces,
mientras sufren la pugna de afectos contrarios, ven lo
mejor y siguen lo peor 350, creen, sin embargo, que son
libres por la sencilla razón de que desean levemente al­
gunas cosas y que ese deseo puede ser fácilmente repri-330 *

330 Cfr. E, III, 2, ese., pp. 143/14 ss.; IV, 17, ese. La última
frase puede estar tomada de Ovidio, Metam, 7, 20-21 (Spinoza
tenía sus obras); pero también se halla en S. Pablo, Rom., 7,19
y se remonta a Eurípides, Medea, 1078-80.
338 Spinoza

mido por el recuerdo de otra cosa que nos viene frecuen­


temente a la memoria.
Con esto be explicado suficientemente, según creo, cuál
es mi opinión sobre la necesidad Ubre y coaccionada y
sobre la ficticia libertad humana. A partir de ahí se res-
[267] ponde fácilmente a las objeciones de su amigo. Y así,
cuando afirma, con Descartes, que libre es aquel que no
es forzado por ninguna causa externa: si por hombre for­
zado entiende aquel que obra contra su voluntad, concedo
que en algunas cosas no somos forzados y que, en este
sentido, tenemos libre albedrío; pero, si por coaccionado
entiende aquel que, aunque no contra su voluntad, obra
necesariamente (como arriba he explicado), niego que sea­
mos libres en cosa alguna.
Pero su amigo afirma, por el contrario, que nosotros po­
demos usar Ubérrimamente, es decir, absolutamente, del
ejercicio de la razón, en cuya opinión se afinca con bas­
tante, por no decir demasiada, confianza. ¿Pues quién, se
pregunta, negaría, sin contradecir a su propia conciencia,
que yo puedo pensar, en mis pensamientos, que puedo
pensar que quiero y que no quiero escribir? Mucho me
gustaría saber a qué conciencia se refiere él, si no es la
que yo he explicado con el ejemplo de la piedra. Por mi
parte, a fin de no contradecir a mi conciencia, es decir,
a la razón y a la experiencia, y de no fomentar la igno­
rancia, niego que yo pueda pensar, con ningún poder ab­
soluto de pensar, que quiero y no quiero escribir. Aún
más, apelo a su propia conciencia, que sin duda ha expe­
rimentado, de que en sueños no tiene poder de pensar
que quiere y que no quiere escribir; y, cuando sueña que
quiere escribir, no tiene poder de no soñar que quiere
escribir. Ni creo tampoco que no haya comprobado que
el alma no siempre es igualmente apta para pensar sobre
ebmismo objeto, sino que, según que el cuerpo sea más
apto para que surja en él la imagen de éste o de aquel
objeto, también el alma es más apta para contemplar
éste o aquel objeto.
Cuando añade, además, que las causas, por las que ha
aplicado su ánimo a escribir, le han impulsado a escri­
Correspondencia 339

bir, pero no le han coaccionado, no indica otra cosa


(si usted quiere examinar el asunto con ecuanimidad),
sino que su ánimo estaba entonces constituido de tal
forma que las causas que, en otro caso, es decir, cuando
es víctima de alguna pasión fuerte, no hubieran podido
forzarlo, le forzaron en ese momento, no a escribir contra
su voluntad, sino a sentir necesariamente deseos de es­
cribir.
Lo que añade a continuación, que, si fuéramos coac­
cionados por las causas externas, nadie podría adquirir el
hábito de la virtud, no sé quién le ha dicho a él que
no podemos lograr, por una necesidad fatal, tener un
ánimo firme y constante, sino únicamente por un libre
decreto del alma.
En cuanto a lo que añade al final, que, admitido esto, |2<sh]
toda malicia sería excusable, ¿qué se seguiría de ahí? Pues
los hombres malos no son menos de temer ni menos
perniciosos, cuando son necesariamente malos. Pero, so­
bre esto vea, si lo desea, el capítulo VIII de la parte II
de mi Apéndice a los libros I y II de los Principios de
Descartes, geométricamente demostrados351.
Finalmente, quisiera que su amigo, que me hace estas
objeciones, me conteste cómo concibe él la virtud hu­
mana, que surge del libre decreto del alma, junto con la
preordenación de Dios. Y si confiesa, con Descartes, que
él no sabe conciliar estas cosas, intenta arrojar contra mí
el arma con que él ya ha sido atravesado. Pero en vano.
Pues, si usted quiere examinar con espíritu atento mi
opinión, verá que todo es coherente, etc.

(La Haya, octubre de 1674)

351 Cfr. CM, II, 8, pp. 265/9 ss. En 1674, todavía Spinoza
sigue dando por válidas sus ideas de CM.

También podría gustarte