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Aquellos Criticados Sofistas

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AQUELLOS CRITICADOS SOFISTAS

Una cosmovisión particularmente novedosa

María Gabriela Reggiani1

Introducción
Abordar el tema de los sofistas y de la cosmovisión que ellos representan
ha resultado de lo más interesante y en cierta manera ha hecho que quitáramos
el pesado velo de mala reputación que cubre a nuestros personajes, para dar
lugar a un conocimiento, no acabado, pero sí más consciente de la precompren-
sión con la que vamos a enfrentarlos. 2
Protágoras, junto con Gorgias, constituyen la primera generación de so-
fistas y, sin duda alguna, la gran aportación de la sofística al pensamiento hu-
mano fue obra de ambos. La influencia del sofista de Abdera en la cultura grie-
ga fue extraordinaria. Es, seguramente el más grande de los sofistas, incluso

1 La Prof. María Gabriela Reggiani ha hecho estudios en Lobería, La Plata (Universidad


Nacional de La Plata y Universidad Católica de La Plata - UCALP) y la Universidad de
Salamanca (España), donde actualmente completa la licenciatura en Filosofía. Ha sido
docente en los colegios de la UCALP y representante legal del Instituto “Seminario Ma-
yor San José” de La Plata.
2 Utilizamos la expresión “prejuicio” en el sentido dado por Hans Georg Gadamer, para

quien todo lector se acerca a los textos no como a una tábula rasa sino con su pre-comprensión
(Vorverständnis), es decir, con sus pre-juicios (Vorurteile), sus pre-suposiciones: dado aquel texto
y dada la pre-compresión del intérprete, éste esboza un significado preliminar de tal texto, y es
en efecto un esbozo, porque el texto es leído por el intérprete con ciertas expectativas
determinadas derivadas de su pre-comprensión. El trabajo hermenéutico consiste en la
elaboración de este proyecto inicial que es continuamente revisado en base a lo que resulta de
la ulterior penetración del texto. De este modo, las precomprensiones y prejuicios están
compuestos por una memoria cultural (el conjunto de lenguajes, mitos, teorías, etc). Para
Gadamer, las sucesivas penetraciones en el texto nos hacen descubrir la alteridad del mismo.
Al descubrir lo que el texto dice también descubrimos la diversidad de nuestra mentalidad y,
tal vez, la lejanía de nuestra cultura; lo hacemos partiendo de aquellas ‘donaciones de sentido’
que construimos a partir de nuestra precomprensión y que corregimos y descartamos bajo la
presión del texto. Las precomprensiones, pues, deben ayudar a comprender el texto.
Gadamer desarrolla también una historia de los efectos, indicando que la comprensión
mejora con el tiempo, en la medida en que sucesivas generaciones van interpretando un texto
y agregando nuevos elementos comprensivos (Cf. Gadamer, Hans-Georg, “Vom Zirkel des
Verstehens”, en Gadamer, Werke, 2, 57-65, Tübingen, 1986).

STUDIUM, FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA T. VI – Fasc. XII


Aquellos criticados sofistas

superior a Gorgias. Gran parte del pensamiento griego absorbió sus doctrinas y
hasta es posible que el propio Platón fuese influenciado por el sistema del sofis-
ta, más de lo que él mismo creyera.
Con Protágoras se inicia lo que los autores han llamado el “período an-
tropológico” en la filosofía griega. Fue un innovador y por ello no es de extra-
ñar que no se le comprendiera, incluso fuera tergiversado por Aristóteles y más
aún por Platón.
Reflexionaremos en el papel que los sofistas han tenido en la evolución
del pensamiento y en la visión del mundo. Papel casi nunca reconocido, pero
que luego de veinticinco siglos aún tiene vigencia.
I. Aparición y éxito de los sofistas
Nos situamos en la Atenas del s. V a.C, es “El siglo de Pericles”, como ha
sido llamado, donde Atenas se convierte en la ciudad más poderosa de Grecia.
Aquí aparecen los criticados sofistas, y a pesar de esto van a ser capitales para la
civilización griega e incluso para la occidental.3
Es fácil constatar que en el desarrollo de esta época desempeñaron un
papel sorprendente. Todo parece haberse llevado a cabo bajo su influencia y su
participación. Todo el mundo reconocía su importancia, todos los escritores de
la época fueron discípulos suyos, todos aprendieron algo de los sofistas, los
imitaron, discutieron con ellos.
Segunda mitad del s. V a.C.: Sócrates está a la mitad de su vida, y Platón
ha nacido ya o está a punto de nacer (427). Es el tiempo en que se produce una
reacción contra la especulación física y los filósofos empiezan a dirigir su pen-
samiento hacia la vida humana. “Fue una rebelión del sentido común contra la
lejanía e incomprensibilidad del mundo, tal como los físicos lo presentaban”. 4
Atenas había llegado a ser la directora de Grecia, por todos reconocida, en
el orden intelectual y en otros órdenes, de suerte que los pensadores de otras
partes del mundo griego, como Anaxágoras y Protágoras se sentían atraídos por
Atenas y se establecían en ella. Pero desde 431, la ciudad estaba empeñada en una
guerra larga y terrible que produjo su caída treinta años más tarde y poco des-

3 Cf. Jaquelline de Romilly, Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles, Barcelona: Seix
Barral, 1997, 8.
4 W.K.C. Gutrie, Los filósofos griegos de Tales a Aristóteles, México: Fondo de Cultura Eco-

nómica, 1973, 67.

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pués de haber estallado la guerra sobrevino la peste. Ahora bien, si la investiga-


ción científica desinteresada exige, como dijo Aristóteles, un mínimo de sosiego y
de circunstancias materiales propicias, Atenas no era ya el lugar en que la investi-
gación resultase fácil, sino al contrario, una ciudad en que los problemas de la
vida y de la conducta humanas eran cada día más apremiantes. Al ser una demo-
cracia bastante pequeña garantizaba la participación de todos los ciudadanos
libres en la vida política. Algunos cargos se proveían por sorteo, y todos los ciu-
dadanos veían que tenían muchas probabilidades de representar un papel activo
en la dirección de los negocios del Estado. Esto a su vez alimentaba la ambición
de saber cada vez más acerca de los principios que sirven de fundamento a la
vida política y de las artes que procuran la habilidad en esas actividades.
En este escenario, aparecerán los sofistas y su éxito estará vinculado en
todos los aspectos al desarrollo democrático de Atenas.
II. ¿Quiénes eran estos personajes?
El nombre sofista nos remite a la palabra: sophistés (maestro de sabiduría).
Vamos a definirlos, en principio, por lo que no eran: No eran "sabios", o sophoi,
palabra que no designa una profesión, sino un estado; no eran “filósofos”, pala-
bra que sugiere una paciente aspiración a lo verdadero, más que una confianza
optimista en la propia competencia. “No es sophós el hombre que sabe muchas
cosas, dice Esquilo, sino aquel cuyo conocimiento es útil”. 5
Digamos ahora entonces lo que sí eran y a qué se dedicaban: Eran maes-
tros del pensamiento, maestros de la palabra. El saber era su especialidad. No se
habían conocido nunca maestros como ellos, que enseñaran como ellos lo ha-
cían. Hasta entonces la educación había sido la de una ciudad aristocrática
donde las virtudes se transmitían por herencia y por el ejemplo: los sofistas
aportaban una educación intelectual que debía permitir a quienes pudieran
pagárselo distinguirse en la ciudad.
Un sophistés escribe o enseña porque tiene una especial habilidad o cono-
cimiento que impartir, con tal seguridad en sus lecciones, que se hace pagar por
ellas. Vende la competencia intelectual, y la vende cara.
Su sophía es práctica, bien en el campo de la conducta y de la política, o bien
en el de las artes técnicas. Si se hacían pagar era porque transmitían una enseñanza

5 W.K.C. Gutrie, op.cit (4), p.39

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como profesionales. La idea de profesión y de técnica especializada, que se percibe


en su nombre y se afirma en sus programas, justificaba esta actitud.
Aunque no puede decirse que formaran una escuela filosófica particular,
los sofistas tenían en común determinados puntos. El primero, lo podemos ca-
racterizar como la naturaleza esencialmente práctica de su enseñanza, la cual
tenía por objeto, según decían, inculcar la areté6. Y en segundo lugar, compar-
tían algo que puede llamarse con más propiedad una actitud filosófica: el escep-
ticismo, la desconfianza respecto de la posibilidad del conocimiento absoluto.
Todos por igual creían en la antítesis entre naturaleza y convención. Podían
diferir en su estimación del valor relativo de cada una, pero ninguno de ellos
hubiera sostenido que las leyes humanas, costumbres y creencias religiosas
fueran inamovibles por estar enraizadas en un orden natural inmutable.
Una enseñanza novedosa
Si queremos apreciar lo que representaba la enseñanza de los sofistas,
tendremos que comprender hasta que punto fueron una novedad.
Atenas no tenía nada que se pareciese a lo que nosotros llamamos ense-
ñanza superior, y mucho menos a lo que podría ser una enseñanza intelectual.
La juventud se formaba, primero, con lo que la herencia daba, luego con los
modelos que constituían los antepasados, la familia, las tradiciones. El valor y
los méritos físicos eran muy importantes. Solamente algunos, los filósofos, te-
nían discípulos, alumnos. Seguramente, estos jóvenes aprendían del maestro
todo lo que éste había pensado y apreciado: ciencias, teorías sobre el universo,
doctrinas religiosas o morales, incluso políticas. Eran grupos reducidos de futu-
ros filósofos, movilizados por la curiosidad o la admiración. Pero no se trataba
de una enseñanza sistematizada ni mucho menos.
En este contexto entran en el escenario ateniense los “maestros itineran-
tes”. ¡Ofrecen la formación que falta, y la venden! Enseñan a hablar, a razonar, a
juzgar, tal como el ciudadano deberá hacerlo toda su vida. Y lo enseñan a jóve-
nes ya provistos de la instrucción tradicional. Los arman para el éxito, y para un
éxito que no se basa en la destreza física ni en la música sino en el uso de la
inteligencia.

6 W.K.C. Gutrie op. cit. (4) La areté designaba aquellas cualidades de excelencia humana
que hacían del hombre un líder natural en su comunidad, y que hasta entonces se había
creído que dependían de ciertos dones naturales, incluso, divinos que eran señal de
buena cuna y crianza.

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Evidentemente se diferenciaban de los filósofos. No eran teóricos desinte-


resados en busca de verdades metafísicas, sino que la instrucción que facilitaban
debía ser eminentemente práctica y eficaz en la vida, como una técnica profesio-
nal. Era una téjne para el ciudadano.
Al contrario de la formación profesional, sus cursos no se seguían para
convertirse en sofistas, sino para ser oradores brillantes, ciudadanos competen-
tes, espíritus sagaces. Hablaban de una téjne con reglas conocidas y fáciles de
aprender.7
Los sofistas impartían sus clases bajo la forma de conversaciones, agru-
padas en series, pero ofrecían también sesiones públicas a las que podía asistir
cualquiera. Y así sucedía, la gente asistía boquiabierta a estas fiestas de la inteli-
gencia, que constituían a sus ojos un espectáculo fascinante.
Pero aunque era un gran cambio haber cedido el paso a las cualidades in-
telectuales, consideradas como más útiles que todo lo demás, y esto pudiera
provocar algún malestar, no había, sin embargo, acuerdo sobre el papel de estas
cualidades ni sobre la mejor manera de cultivarlas. “Los sofistas prometían,
mediante la financiación, un éxito práctico relativamente rápido: esto era, a los
ojos de los filósofos, a los ojos de Sócrates y de sus discípulos, perseguir un mal
fin, dar la espalda a la verdad y al bien, en suma, equivocarse completamente
de orientación.”8 Esta desaprobación, podemos decir, que está relacionada con
su profesionalismo. ¿Por qué?. Nosotros estamos habituados a pensar en la
enseñanza como un modo de ganarse la vida perfectamente respetable, y por lo
que sabemos en Grecia no había ningún perjuicio contra el ganarse la vida de

7 J. Barrio Gutiérrez, Protágoras y Gorgias, Fragmentos y Testimonios, Barcelona: Orbis,


1984, 49. Sobre el Carácter General de la Doctrina de Protágoras dice: Platon, Protágoras,
317 B y ss. (Habla Protágoras): “Yo he seguido y sigo un camino radicalmente opuesto al
de éstos y confieso que soy sofista y educador de los hombres. Joven, he aquí lo que
obtendrás si estás junto a mí: Cuando hayas pasado un día a mi lado, volverás a tu casa
más perfecto; lo mismo ocurrirá al día siguiente, y así cada día, sin interrupción, progre-
sarás hacia la perfección. Los demás sofistas corrompen a los jóvenes, pues, cuando
dichos jóvenes tratan de evitar las ciencias técnicas, los sofistas les obligan a lanzarse
sobre ellas, aunque no lo deseen, enseñándoles cálculo, astronomía, geometría y música
(y diciendo esto miraba intencionalmente a Hipias). Por el contrario, el que venga a mi
lado, sólo aprenderá aquello que ha venido a buscar. Y este aprendizaje versará sobre la
eubulia (virtud de la buena deliberación) en las cuestiones familiares, para que se admi-
nistre excelentemente la propia casa, y sobre el gobierno del Estado, para que cada uno
sea muy eficaz en los asuntos públicos, tanto con la acción como con la palabra”.
8 Jaquelline de Romilly, op. cit. (2), p.54

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esa forma. Por ejemplo, a los poetas se les pagaba por su trabajo, igual a los
artistas y a los médicos, tanto por la práctica como por enseñar a otros. El pro-
blema parece que residía, en algo que hemos mencionado anteriormente, en la
clase de temas que afirmaban enseñar, particularmente la areté.
En una sociedad aristocrática como la ateniense, la virtud es innata: se
posee por el azar del nacimiento o más a menudo por la herencia. La revolución
de los sofistas fue sin duda, haber alzado la enseñanza frente a la naturaleza y
contra ella.
Un rasgo más a tener en cuenta: eran viajeros – procedentes de los confines
opuestos del mundo griego-; se detenían en muchas otras ciudades además de
Atenas, para propagar allí su enseñanza. En los diálogos de Platón aparecen
siempre en la ciudad capital, pero no debemos olvidar que los encontramos en
otras partes también. Se sabe que Gorgias (que venía de Sicilia) enseñó en Beocia
y sobre todo en Tesalia, donde parece haberse establecido de manera definitiva. Y
a la inversa, fue en Sicilia donde Hipias (que venía de Elis, en el Peloponeso) en-
contró un día a Protágoras (que procedía de los últimos confines de Tracia). En
cuanto a Trasímaco (que venía casi del Mar Negro) encontramos en los títulos de
sus obras un discurso "Para el pueblo de Larisa", donde Larisa era Tesalia.
Todas estas ciudades, repartidas por el Mediterráneo, eran ciudades
griegas. Nuestros personajes inauguraron, o más bien establecieron y desarro-
llaron en Grecia el espíritu cosmopolita y además de vincular así las ciudades
griegas frecuentarlas y compararlas, estaban bien situados para encarnar la idea
de la unidad griega. Dicho de otra manera, la generación de los sofistas es la
que ve aparecer la nostalgia de la unidad griega. 9
Conclusión
No fueron una escuela filosófica particular, sino que hicieron de la sofís-
tica una profesión y su modo de vivir, del anhelo que empezaron a sentir los
hombres de ser dirigidos y orientados en los asuntos prácticos; anhelo que na-
ció en aquel tiempo por varias causas, entre otras: las crecientes oportunidades
para tomar parte en la política activa, la insatisfacción cada vez mayor respecto

9 Cf. Jaquelline de Romilly, Op.cit (2), 225: “La idea de unidad griega ya había tomado
cuerpo y realidad medio siglo antes, durante las guerras médicas. Así lo atestigua Heró-
doto, haciendo celebrar a los atenienses ‘lo que une a todos los griegos, la sangre y la lengua,
los santuarios y los sacrificios que son comunes a todos, así como las costumbres’.”

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de las doctrinas de los filósofos naturales y el creciente escepticismo acerca de la


validez de la enseñanza religiosa tradicional.
Los sofistas fueron los profesores del siglo de Pericles, y fueron grandes
profesores. Tanto Protágoras como Gorgias, eran filósofos al mismo tiempo que
maestros de retórica, consejeros políticos al mismo tiempo que lógicos, estilistas
al mismo tiempo que científicos. Luego las cosas se decantaron, y pronto que-
daron sólo maestros de retórica. Todos a la par, se apoyaban en la ausencia total
de valores y principios absolutos. Consideraban que toda acción humana se
basaba en la experiencia únicamente y sólo era dictada por su utilidad o efica-
cia. Lo justo y lo injusto, la sabiduría, la justicia y la bondad eran meros nom-
bres, aún cuando pudiera argüirse que algunas veces era prudente obrar como
si fuesen algo más que eso.
Pero, ¿sólo podemos hablar de ellos cómo relativistas y escépticos? Si
traspasamos el marco de las discusiones filosóficas veremos algo más que eso.
Fueron los primeros en impartir, con vistas a una vida práctica, una en-
señanza intelectual, como lo que se imparte todavía en la actualidad. Le dieron
la forma de una enseñanza por la retórica. Para aprender a hablar mejor, se
interrogaron sobre el lenguaje e intentaron poner orden en el estudio de la gra-
mática. Lanzaron reflexiones sobre el hombre, sobre su psicología, sobre las
reacciones previsibles en las diversas circunstancias, sobre la estrategia, sobre la
política. Todo se convirtió en téjne entre sus manos y todas estas ciencias huma-
nas, son las que la modernidad ha tomado y profundizado.
Sin duda, los recursos de su arte, les infundieron demasiada confianza y se
envanecieron. Y entonces el nombre de “sofista” se cargó de sentido desfavorable.
Fueron los primeros en tratar de pensar el mundo y la vida en función
del hombre en solitario, como también los primeros en hacer de la relatividad
de los conocimientos un principio fundamental y en abrir los caminos no sola-
mente del pensamiento libre, sino de la duda absoluta de todo lo que es metafí-
sica, religión o moral. Obviamente, no pretendemos decir aquí que hayan teni-
do razón en sus apreciaciones, sino que tuvieron la originalidad de impulsar lo
más lejos posible el racionalismo y el escepticismo. Y aunque su papel no conti-
nuó y sus obras se perdieran, quedó y queda aún todo lo que habían lanzado:
nuevas perspectivas en todos los campos del espíritu.
“La innovación de Protágoras conduce directamente a Isócrates,
Isócrates directamente a Cicerón y Cicerón directamente a nosotros. Si

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tenemos una enseñanza para los alumnos de instituto, para los estu-
diantes, para la gente deseosa de aprender, incluso más tarde, a cono-
cer y manejar las ideas, lo debemos a Protágoras y sus amigos”.10
Finalmente, los sofistas provocaron que el mismo Sócrates dedicara su vida
a combatirlos, así como que Platón diera sus máximos frutos precisamente en la
crítica de sus enseñanzas.

10 Jaquelline de Romilly, op.cit. (2), 67.

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