El Impacto de La Revolucion Rusa en España
El Impacto de La Revolucion Rusa en España
El Impacto de La Revolucion Rusa en España
durante los aos en que Lenin gobern Rusia, la prensa espaola careci de corresponsales
en aqul pas, con las excepciones de Sofa Casanova, que de 1915 a 1918 envi desde
Petrogrado crnicas a ABC (luego recopiladas en libros), y de Ricardo Baeza y Julio
lvarez del Vayo, que publicaron en El Sol varios artculos acerca de su breve visita a la
entonces hambrienta Ucrania en el verano de 1922. Por lo dems, la prensa espaola hubo
de nutrirse de las noticias que proporcionaban agencias y corresponsales de otros pases,
mientras que los espaoles mejor informados eran los que lean directamente peridicos
britnicos y franceses.
Hubo tambin una pequea bonanza editorial de libros sobre Rusia, entre los que
tuvieron una acogida especialmente favorable los escritos por aquellos escasos viajeros
que haban podido visitar el misterioso pas de los soviets. Adems de los de Sofa
Casanova, se publicaron en aquellos aos dos libros de autores espaoles que describan la
nueva Rusia basndose en impresiones directas, el del socialista Fernando de los Ros, que
tuvo un gran eco a fines de 1921, y el del anarcosindicalista Angel Pestaa, que apareci
menos oportunamente en 1925, cuando el entusiasmo por la experiencia sovitica haba ya
declinado 4. Entre los de autores extranjeros los que ms inters despertaron fueron los
breves libros, bastante favorables al bolchevismo, de dos britnicos, el hasta entonces
desconocido Arthur Ransome y el archifamoso H. G. Wells 5.
El ejemplo ruso contribuy a que se difundiera en los medios conservadores y
liberales espaoles la conviccin de que para prevenir el contagio revolucionario eran
necesarias medidas de reforma social, pero tambin provoc un difuso temor que servira
de caldo de cultivo para las tendencias autoritarias, lo mismo que ocurri en otros pases.
En algunos medios de la izquierda no obrerista surgi una vaga simpata hacia el
experimento sovitico, que quiz no fuera recomendable repetir tal cual en Espaa, pero al
menos representaba algo nuevo frente a la tradicin, que se estimaba caduca, del
liberalismo decimonnico. Ello fue tambin un fenmeno comn en Europa, pero lo que
ocurri en medios obreros espaoles result en cambio singular. Hubo un momento de
entusiasmo en que socialistas y anarcosindicalistas se sintieron atrados por el modelo
sovitico, pero se trat de un fenmeno pasajero y el comunismo cont inicialmente en
Espaa con fuerzas muy exiguas, muy inferiores a las que adquiri en Francia, Italia o
Alemania. Subsisti en cambio una fuerte corriente revolucionaria anarquista, mientras
que el grueso del socialismo espaol, aunque rechaz su incorporacin a la Internacional
Comunista, no opt por la va de la democracia parlamentaria con la misma decisin que
sus correligionarios de otros pases europeos. En Espaa se mantuvieron vivas tradiciones
revolucionarias que no se incorporaron a la disciplina de Mosc y que pocos aos despus
iban a jugar un gran papel en la guerra civil.
3
La revolucin rusa de marzo de 1917 fue acogida con benevolencia por la mayor
parte de la opinin pblica espaola. sta se hallaba entonces dividida por la actitud ante
la guerra europea, pero ni los aliadfilos ni los germanfilos lamentaron la cada del zar,
que para los primeros significaba el fin de la anomala que supona la presencia de un
rgimen absolutista en el bando de las democracias 6, mientras que para los segundos
representaba la fundada esperanza de que se iba a debilitar la voluntad rusa de continuar la
guerra contra Alemania 7 La Rusia zarista no tena buena prensa en Espaa e incluso las
primeras crnicas de Sofa Casanova tras la revolucin mostraron, a pesar de sus
convicciones monrquicas, una gran simpata hacia el pueblo ruso que acababa de
liberarse de un rgimen opresivo 8.
Aunque la mayora de los comentaristas liberales y conservadores no tardaron en
inquietarse por el rumbo que tomaba la revolucin, se mantuvo la diferencia de enfoque
entre aliadfilos y germanfilos, por lo que en noviembre de 1917 la toma del poder por
los bolcheviques fue acogida con desolacin por aqullos y con cierta satisfaccin por
stos, ya que anunciaba la prxima retirada rusa de la guerra europea 9. Por lo dems, las
informaciones que llegaron de Rusia durante los primeros meses del rgimen bolchevique
fueron escasas, confusas y contradictorias, y en la prensa espaola el tema qued relegado
a un segundo plano hasta que, un ao despus, concluy la guerra europea. A pesar de ello
no tard en imponerse una imagen dominante, la de un pas que haba cado en un
sanguinario desorden bajo la tirana demaggica de sus nuevos amos. Era esto lo que
mostraban la gran prensa britnica y francesa, las crnicas de Sofa Casanova y los
primeros libros sobre el tema que comenzaron a traducirse. El ttulo de uno de ellos puede
servir como resumen de un diagnstico generalizado: Rusia era vctima de la locura roja
10
.
La intervencin aliada en la guerra civil rusa, bastante limitada por otra parte, tuvo
pocos partidarios en Espaa 11, pues disgustaba a unos por ser aliada y a otros por su
carcter contrarrevolucionario. Sofa Casanova slo confiaba en uno de los elementos que
se enfrentaban al rgimen bolchevique: el ejrcito de la recin independizada y catlica
Polonia, que esperaba fuera a cerrar el paso hacia Europa a las tropas rojas, como antao
sus antepasados haban contribuido a cerrrselo a los turcos 12.
Desde el punto de vista de las derechas espaolas el Ejrcito Rojo, al que no era
fcil imaginar cruzando los Pirineos, no resultaba tan amenazador como el estmulo que el
ejemplo ruso daba a los revolucionarios locales, fundamentalmente a los
anarcosindicalistas. Para El Debate el bolchevismo supona un problema universal, porque
4
en definitiva no era ms que una exacerbacin del sindicalismo, cuyo auge resultaba
preocupante tanto en Andaluca como en Catalua 13. Los liberales tendan en cambio a ser
ms optimistas, porque consideraban al bolchevismo como un fenmeno especfico de la
primitiva sociedad rusa, como escribi Madariaga, o incluso perteneciente a la fauna
asitica, en pintoresca expresin de Ortega, y por tanto irrepetible en los pases de Europa
occidental, cuya slida estructura social impeda que una minora audaz pudiera apoderase
de ellos con la facilidad con que haba ocurrido en Rusia 14.
En todo caso, la opinin ms comn era que la mejor vacuna contra el bolchevismo
era la reforma social. El catedrtico y diputado Toms Elorrieta, bien informado de los
acontecimientos rusos, sostuvo en 1919 que el contagio bolchevique tendra como agentes
propagadores a los sindicalistas, a pesar de las diferencias entre el marxismo de los
bolcheviques rusos y el anarquismo de stos, pero que lo ms grave era que el medio
social espaol resultaba receptivo, debido a la miseria de la mayor parte de los campesinos
y a las malas condiciones en que vivan los trabajadores urbanos 15. Con menos
conocimientos y ms arbitrismo el editor Rafael Calleja sostuvo poco despus una tesis
parecida, argumentando que Rusia era un espejo saludable para uso de pobres y ricos, en
el que aqullos se desengaaran de demagogias y stos podran comprobar el peligro que
supondra no abordar la reforma social 16. Y el ex ministro liberal Rafael Gasset
argument en otro libro que el ideal igualitario bolchevique, aunque fuera inviable, poda
inspirar un fe ciega en muchos proletarios, a quienes slo se podra desviar de la senda
revolucionaria si se elevaba el nivel de vida de las clases humildes, es decir de la inmensa
mayora de los espaoles 17
5
El impacto del bolchevismo se hizo notar sobre todo en las organizaciones obreras,
pero hubo tambin otro sector de la opinin pblica espaola que se sinti atrado por el
radicalismo del nuevo foco revolucionario que brillaba en la lejana Rusia. Integraban ese
sector algunos intelectuales, periodistas y polticos de izquierda que no se inspiraba en
Marx ni en Bakunin sino que, fieles al recuerdo de la gran revolucin francesa y en
6
Domingo reproch a los espaoles de espritu liberal su silencio ante las calumnias que se
lanzaban contra la revolucin rusa, que sin duda haba causado un grave dao al esfuerzo
blico contra Alemania, pero que bajo Lenin estaba en manos firmes, con una orientacin
quiz equivocada, pero con un nobilsimo ideal 29. Gabriel Alomar tambin sali en
defensa de los bolcheviques, con los argumentos de que en el terreno de los principios
siempre tenan razn los maximalistas y de que en una revolucin el recurso a la dictadura
era inevitable, como se haba comprobado en Francia 30. Zulueta, por el contrario, sostuvo
a comienzos de 1919 que, ante la incertidumbre acerca de lo que realmente estaba
ocurriendo en Rusia, lo razonable era no hacer valoraciones infundadas sino limitarse a
desear que se pusiera fin a las atrocidades bolcheviques, pero que la revolucin rusa
pudiera continuar su marcha y contribuyera a la transformacin del orden econmico y
social imperante en el mundo, que era insostenible 31. En un tono muy distinto Samblancat
haba ensalzado poco antes a los bolcheviques, dignos herederos de los jacobinos, que
haban fusilado al zar, exterminado a los oficiales del ejrcito imperial y hecho frente a
todos los enemigos de la revolucin, salvando as, en su opinin, la libertad del pueblo 32.
En estas muestras de admiracin hacia el bolchevismo, o al menos en bastantes de
ellas, se trasluca un espritu vitalista (no muy lejano del que encarn el fascismo) para el
que lo nuevo, lo joven, lo violento incluso, eran valores estimables por s mismos frente a
la gris mediocridad de las ideas e instituciones que haban alcanzado la edad madura.
Haba incluso un cierto elitismo intelectual en la adopcin de posiciones opuestas a las
predominantes en todo Occidente. Ello es bien visible en la afirmacin de Alomar de que
slo las aristarquas del espritu eran capaces de entrever, ms all del muro de leyendas
sangrientas que la rodeaba, la heroica ascensin de la nueva Rusia, que prosegua su
brbara adolescencia de pueblo libre 33.
El ncleo del republicanismo espaol que ms se identific con el bolchevismo fue
el Partido Republicano Cataln, al que pertenecan Domingo, Alomar y Layret. Incluso
lleg a plantearse la posibilidad, en verdad remota, de que surgiese un partido comunista
de Catalua en el que confluyeran gentes procedentes de las filas republicanas y de las
sindicalistas. La idea de algunos republicanos era aprovechar el entusiasmo despertado por
la revolucin rusa para arrancar a los sindicalistas de su tradicional rechazo hacia la
poltica y obtener as una base obrera de la que carecan. El primero en lanzar
pblicamente el proyecto fue el diputado republicano y abogado defensor de militantes
cenetistas Eduardo Layret, quien sostuvo que la iniciativa de fundar un partido comunista
en Catalua deban tomarla sindicalistas como Pestaa y Segu 34. Esto lo dijo poco antes
de que, en el verano de 1920, el citado Pestaa visitara Rusia como delegado de la CNT y
se desengaara all acerca de la compatibilidad de los ideales anarcosindicalistas con los
comunistas. Lo curioso es que Marcelino Domingo tambin quiso ir a Rusia aquel verano,
8
pueblo, el semanario lo public precedido de una nota que lo descalificaba 46. Fue slo en
las pginas de un diario liberal, El Sol, donde Tasin pudo desarrollar con mayor eficacia su
crtica socialista del bolchevismo, que le gan el odio de los admiradores espaoles de
Lenin, quienes en una ocasin llegaron a agredirle fsicamente 47.
En el congreso extraordinario que el PSOE celebr en diciembre de 1919 no se
discutieron los mritos del rgimen bolchevique ni la necesidad de la dictadura del
proletariado, que un partidario de permanecer en la II Internacional como Besteiro calific
de condicin indispensable para el triunfo del socialismo. Lo fundamental para buena
parte de los delegados era preservar la unidad del partido y ello se logr mediante una
ambigua frmula que pospona la decisin sobre la afiliacin internacional; pero ese
compromiso fue aprobado por escaso margen, pues eran bastantes los que deseaban una
incorporacin inmediata a la III Internacional 48. Esto ltimo fue lo que acordaron, en su
inmediato congreso, las Juventudes Socialistas 49.
Entre tanto los dirigentes soviticos haban mostrado muy poco inters por Espaa.
A pesar de los rumores sobre la presencia en Espaa de agentes de Mosc, lo cierto es que
el primer enviado de la III Internacional slo lleg a finales de 1919 y lo hizo de forma un
tanto casual, de regreso de una misin en Mxico. Se trataba del ruso Mijail Borodin, que
permaneci un par de semanas en Madrid, donde contact con algunos socialistas y dej
tras de s a un joven acompaante que se haca pasar por mejicano y se haca llamar
Ramrez, pero en realidad era el ciudadano estadounidense Francis Phillips 50. Las
gestiones de ese ltimo contribuyeron a que el 15 de abril de 1920 las Juventudes
Socialistas fundaran el Partido Comunista Espaol, que inicialmente contara tan slo con
mil o dos mil militantes, en su gran mayora jvenes 51. Los partidarios de la III
Internacional en el seno del PSOE quedaron al margen del mismo, porque prefirieron dar
de nuevo la batalla en un segundo congreso extraordinario, que tuvo lugar en junio de
aquel ao.
En esta ocasin ni siquiera se debati si el partido deba incorporarse a la III
Internacional, sino que esto se dio por sentado y el debate se centr en si la incorporacin
haba de ser o no condicional. Y de nuevo se lleg a una frmula de compromiso que
enmascaraba una maniobra dilatoria y fue aprobada por la mayora de los delegados: la
incorporacin sera inmediata, pero sometida a ciertas condiciones que aseguraran la
autonoma del partido 52. Se abri as un comps de espera que habra de durar hasta que
dos delegados, Daniel Anguiano y Fernando de los Ros, cumplieran la difcil misin que
les encomend el congreso: negociar en Mosc la adhesin condicionada. Entre tanto el
congreso de la organizacin sindical socialista, la UGT, que contaba con una afiliacin
mucho ms numerosa que el PSOE, rechaz por amplsima mayora su incorporacin a la
III Internacional, que en cambio haba aprobado meses atrs su rival anarcosindicalista, la
11
CNT 53.
Las dificultades para obtener el necesario permiso sovitico retrasaron la llegada de
Anguiano y Ros a Rusia hasta octubre de 1920. Para entonces su misin era imposible,
pues las condiciones de ingreso acordadas por su partido eran incompatibles con aquellas
que, en nmero de ventiuna, acababa de adoptar la III Internacional. El resultado principal
de aquel viaje fue que Fernando de los Ros obtuvo una informacin directa sobre la
situacin rusa, que le permiti realizar una slida crtica del rgimen bolchevique desde
una perspectiva marxista. Por su parte Anguiano, que haba sido uno de los principales
partidarios de la incorporacin de su partido a la III Internacional, regres de Rusia un
tanto decepcionado y vacilante respecto al rumbo a seguir 54.
Ambos presentaron sin embargo informes contrapuestos acerca de la decisin que
se deba adoptar, el de Anguiano favorable a la III Internacional y el de Ros contrario. El
comit nacional del PSOE no pudo llegar a un acuerdo y la cuestin qued para un tercer
congreso extraordinario 55, que se celebr en abril de 1921 y en cuyo resultado influira
decisivamente el penoso efecto causado por las draconianas condiciones que haba
adoptado la III Internacional. Araquistain, hasta entonces simpatizante del bolchevismo,
haba escrito al conocerlas que su centralismo absorbente llevara a la dictadura de los
dirigentes comunistas rusos sobre todos los pueblos adheridos a la III Internacional 56. Y el
mismo Anguiano se haba mostrado crtico hacia la dictadura de Mosc sobre sta 57.
Fue tambin Anguiano quien observ en privado que en Rusia se viva como en un
presidio y Ros tuvo la habilidad de citar esa observacin para concluir el extenso y
demoledor informe sobre la situacin rusa con la que abri el debate del tercer congreso
extraordinario del PSOE. Fue el congreso de la escisin. Tras haberse aprobado, por 8.808
votos contra 6.025, la incorporacin del PSOE a la llamada Internacional de Viena (que
representaba un intento de tercera va, pero terminara por fusionarse con la Internacional
Socialista en marzo de 1923), los disidentes se escindieron para fundar el Partido
Comunista Obrero 58.
La nueva comisin ejecutiva del PSOE elegida en aquel congreso, con Iglesias en
la presidencia y Besteiro en la vicepresidencia, no quiso sin embargo que se la considerara
opuesta a la revolucin rusa y declar en un manifiesto que los partidos concertados en la
Internacional de Viena eran aquellos que, absolutamente identificados con la significacin
histrica de aquella, encontraban en su marcha hacia Rusia el obstculo insuperable de de
las ventiuna condiciones 59. En la opcin del PSOE jug sin duda un papel la decepcin
ante el rumbo extremadamente autoritario que haba tomado el rgimen sovitico, pero lo
que ms influy fue el rechazo a unas condiciones que implicaban la expulsin del ala
moderada del partido y la prdida de la autonoma de la que ste haba gozado en la
Internacional Socialista.
12
soviets eran los anarquistas 67. En realidad para entonces los bolcheviques haban perdido
ya la paciencia con sus antiguos aliados y en abril la Cheka haba asaltado numerosos
centros anarquistas en Mosc 68.
De esto apenas se tuvo noticia en Espaa. Por el contrario el ejemplo ruso sirvi de
inspiracin a los militantes anarquistas que impulsaron la gran oleada de agitacin social
que se produjo en Espaa entre 1918 y 1920, cuyos focos principales estuvieron en las
fbricas barcelonesas y en los campos andaluces. Aquellos aos seran recordados en
Andaluca como el trienio bolchevista, porque los campesinos quedaron fascinados ante la
noticia de que sus hermanos rusos haban efectuado el reparto de la tierra (que en realidad
no responda al programa a largo plazo de los bolcheviques, partidarios de su
nacionalizacin), noticia ampliamente destacada por la prensa anarquista que lean con
avidez. El notario Juan Daz del Moral, autor de un clsico estudio sobre el tema, cuenta
que Rusia surga por entonces en todas sus conversaciones con campesinos y, en el
congreso que en mayo de 1919 celebraron en Castro del Ro las organizaciones
campesinas cordobesas, se acord no pedir tierras al Estado, sino apoderarse de ellas como
haban hecho los bolcheviques 69.
Aos ms tarde Manuel Buenacasa, desengaado ya del mito sovitico, recreaba la
atmsfera de entonces al preguntarse: )Quin en Espaa, siendo anarquista, desde el
motejarse a s mismo bolchevique? 70.
La verdad es que algunos mantuvieron la cabeza algo ms fra, entre ellos el carismtico
dirigente de la CNT Salvador Segu, quien en octubre de 1919 se atrevi a expresar sus
dudas de que los trabajadores espaoles, e incluso los rusos, estuvieran ya preparados para
asumir la direccin de la nueva sociedad revolucionaria 71. Pero fue la actitud evocada por
Buenacasa la que predomin en el congreso nacional que la CNT celebr en Madrid en
diciembre de aquel ao. La proposicin que por aclamacin se adopt en el mismo no
careci sin embargo de ambigedad, pues al tiempo que se declaraba firme defensora de
los principios de Bakunin la CNT se adhiri provisionalmente a la III Internacional, en
espera de que se celebrara el congreso que haba de sentar las bases de la verdadera
Internacional de los trabajadores 72.
Como resultado de ese acuerdo un delegado de la CNT, ngel Pestaa, asisti al II
Congreso de la Internacional Comunista, que se celebr en Mosc en el verano de 1920.
Ello le permiti tomar parte en las reuniones en las que se acord la creacin de la que
sera conocida como Internacional Sindical Roja y, aunque comprendi que el principio de
independencia respecto a los partidos polticos que defenda la CNT resultaba
incompatible con las tesis dominantes en Mosc, suscribi el manifiesto fundacional de la
misma 73. La prensa espaola no tard en hacerse eco de su disconformidad con la III
Internacional y su decepcin ante la realidad del rgimen sovitico 74, pero l prefiri
14
embargo difcil tomar una resolucin. No fue hasta junio de 1922 cuando, en una situacin
menos represiva, pudo una conferencia nacional de la CNT, reunida en Zaragoza, discutir
el problema de su afiliacin a la Internacional Sindical Roja, que Pestaa propuso
suspender y Arlandis defendi. Segu apoy a Pestaa, argumentando que de los dirigentes
rusos les separaba un abismo tanto en el plano ideolgico como en el tctico, y con el voto
en contra de tan slo dos delegados la conferencia acord en principio retirarse de la
Internacional Sindical Roja, aunque remiti la decisin definitiva a un referendum que
habran de celebrar los sindicatos miembros 81.
Dicho referendum no llegara a celebrarse. A todos los efectos la CNT rompi con
su orientacin filobolchevique en aquella conferencia de junio de 1922, poco ms de un
ao despus de que lo hubiera hecho el PSOE.
Eplogo.
A partir de 1921 el entusiasmo espaol por la Rusia sovitica entr en una fase de
declive. El proceso al que los dirigentes del Partido Socialista Revolucionario se
enfrentaron en Mosc en el verano de 1922 fue severamente criticado en las pginas de El
Socialista, mientras que la prensa libertaria espaola se hizo eco de crticas al rgimen
sovitico tan severas como las de la famosa anarquista de origen ruso Emma Goldman. Al
margen de que el temor a la revolucin hubiera contribuido ms o menos al ascenso al
poder de Primo de Rivera, lo cierto es que ste no encontr apenas oposicin por parte de
las organizaciones obreras. Por el contrario los socialistas adoptaron hacia su rgimen una
posicin casi benevolente, mientras que la CNT dej prcticamente de existir y los
anarquistas se refugiaron en el debate terico, no sin que alguno de ellos observara que
bajo la dictadura militar era posible en Espaa la publicacin de prensa libertaria, que no
consenta en cambio la dictadura comunista en Rusia.
En cuanto al Partido Comunista de Espaa, haba alcanzado un arraigo mnimo y
en los aos de la dictadura apenas pudo hacer notar su existencia. Cabra pues concluir que
el impacto de la revolucin rusa en Espaa fue reducido, limitndose a un entusiasmo
pasajero que se enfri a partir de 1921. Pero lo que en este ensayo se ha expuesto
representa tan slo la primera parte de una historia que fue muy compleja. Puede
argumentarse que la fase ms importante de la misma se dio en los aos treinta, cuando la
admiracin por la Rusia sovitica renaci en las filas de la izquierda espaola, muy
especialmente en las del PSOE, y constituy un factor no desdeable en el proceso de
radicalizacin de este partido, que le llev desde el apoyo a la Repblica de 1931 hasta el
ensueo de una revolucin sovitica a la espaola, con Largo Caballero en el papel de
16
Notas.
1. Entre las obras recientes que, desde distintos puntos de vista, ofrecen una interpretacin de
conjunto de la revolucin rusa cabe citar las de Richard PIPES (1990): The Russian
revolution, Nueva York, Knopf. 946 pgs., y Russia under the Bolshevik regime, 1919-1924
(1994), Londres, Harper Collins, 587 pgs.; Orlando FIGES (1996): A people=s tragedy: the
Russian revolution, 1891-1924, Londres, J. Cape; y ACTON, E., CHERNAIEV, V.I. y
ROSENBERG, W.G., eds. (1997): Critical Companion to the Russian Revolution, 1914-
1921. Londres, Arnold. 782 pgs.
5.. Arthur RANSOME (1920): Seis semanas en Rusia en 1919, Valencia, Ed. Levantina, 233
pgs; H. G. WELLS (1920): Rusia en las tinieblas, Madrid, Calpe, 144 pgs.
9.. Por aquellos das una caricatura germanfila present al oso ruso pidiendo a un benvolo
soldado alemn que le quitara la cadena (La Accin, 25/11/1917), mientras que en una
caricatura aliadfila un soldado alemn y un bolchevique se repartan la piel del oso (La
Publicidad, 16/12/1917).
10. Serge de CHESSIN (1919): La locura roja: aspectos y escenas de la revolucin rusa
(1917-1918), Barcelona, Seix y Barral, 326 pgs..
11.. El ms destacado fue Antonio Rovira y Virgili: vase por ejemplo La Publicidad,
5/1/1919.
16. Rafael CALLEJA (1920): Rusia, espejo saludable para uso de pobres y ricos, Madrid,
Calleja, 514 pgs.
18.. Entre quienes destacaron la importancia del xito polaco se hall Rovira y Virgili (La
Publicidad, 22/8/1920).
18
19.. Ello hizo suponer a algunos que Rusia se encaminaba hacia la economa capitalista y la
libertad poltica, tesis que cnsul espaol en Bucarest sostuvo por entonces en un folleto:
Javier MERUENDANO (1923): La situacin econmica de Rusia y las perspectivas de sus
mercados, Madrid, Ministerio de Estado, 65 pgs.
20.. Para el colaborador de ABC lvaro Alcal Galiano, la hambruna fue la prueba ms
palpable del fracaso comunista (ABC, 3/8/1921).
23.. La importancia del pnico rojo en la gnesis de la dictadura ha sido destacada por
Shlomo Ben-Ami (1984): La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), Madrid, Planeta,
pgs. 18-22 y 33-35.
47.. El Sol, 27 y 29/6/1920. Entre los varios libros que este exiliado ruso public en Espaa el
ms interesante es: N. TASIN (1919): La revolucin rusa, Madrid, Biblioteca Nueva, 389
pgs.
51.. Una copia de los informes de Ramrez a la III Internacional, que se conservan en Mosc,
puede consultarse en la Fundacin Pablo Iglesias de Madrid. El primer estudio de los mismos
20
ha sido publicado por Luis ARRANZ (1997): "Los primeros pasos de la Internacional
Comunista en Espaa", en TUSELL y otros: La poltica exterior de Espaa en el siglo XX,
pgs. 39-51
53.. Sobre este congreso de UGT vase MEAKER, G. (1978), pgs. 356-361.
54.. Eduardo Torralba Beci (1921): Las nuevas sendas del comunismo, Madrid, Biblioteca
Nueva, pg. 15.
57.. Ello le fue reprochado por Ramn Merino Gracia, secretario del Partido Comunista
Espaol, en carta a Lenin, 21/10/1920, de la que se conserva una copia en el Archivo
Histrico del Partido Comunista de Espaa, Madrid, y en un artculo de El Comunista,
5/3/1921.
63. En Espaa se publicaron dos traducciones de este libro, hacia 1920: El Estado y la
revolucin proletaria, Madrid, Biblioteca Nueva, y La revolucin y el Estado, Valencia,
Editorial Cervantes.
68. Vase el estudio de Paul AVRICH (1974): Los anarquistas rusos, Madrid, Alianza
Editorial, 334 pgs.
69. Joaqun DIAZ DEL MORAL (1967): Historia de las agitaciones campesinas andaluzas:
Crdoba, Madrid, Alianza Editorial, pgs. 275-384 y nota 78 en pg. 468.
71. SEGUI, Salvador (1976): Artculos madrileos, edicin de A. Elorza, Madrid, Edicusa,
pgs. 47-60.
73. Angel PESTAA (1922): Memoria que al Comit de la CNT presenta de su gestin en el
II Congreso de la III Internacional el delegado...-, Madrid, Biblioteca Nueva Senda, 87 pgs.
75. Francisco JORDAN (1920): La dictadura del proletariado, Madrid, Espartaco, 30 pgs.
76. Vase el informe de la delegacin de la CNT en Lucha Social, 3/6, 24/6 y 15/7/1922.
77. International Institute of Social History, Amsterdam: Mmoires de G. Leval, pgs. 78-
128. Un extracto de estas memorias inditas ha sido publicado por Xavier PANIAGUA
(1974): "La visi de Gaston Leval de la Rssia sovitica el 1921", Recerques, 3, pgs. 199-
224.
78. Vase el testimonio de Maurn en Vctor ALBA (1975): El marxisme a Catalunya, 1919-
1939, IV: Joaquim Maurn, Barcelona, Prtic, pgs. 81-86.
79. Esto se afirma en el artculo "Una infamia policiaca", Lucha Social, 26/11/1921.
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