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Dictados 3

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9 La casa nueva, blanca como una paloma, fue estrenada con un baile.

Úrsula había concebido aquella


idea desde la tarde en que vio a Rebeca y Amaranta convertidas en adolescentes, y casi puede decirse
que el principal motivo de la construcción fue el deseo de procurar a las muchachas un lugar digno
donde recibir las visitas. Para que nada restara esplendor a ese propósito, trabajó como un galeote
mientras se ejecutaban las reformas, de modo que antes de que estuvieran terminadas había encargado
costosos menesteres para la decoración y el servicio, y el invento maravilloso que había de suscitar el
asombro del pueblo y el júbilo de la juventud: la pianola.

10 Lo primero que solía hacer Santi siempre que iba a Bilbao, al bajar del tranvía o del tren, era dar unos
pasos, pararse y mirar despaciosamente a su alrededor. La gran ciudad le impresionaba un poco. Le
había impresionado la primera vez, cuando era tan pequeño que apenas sabía hablar, y había seguido
impresionándole todas las veces que había ido a pasar el domingo a casa de sus abuelos. Le gustaba
mirar las luces, el tráfico, la gente, los puentes y, sobre todo, la ría. Aunque él no era hombre de mar,
sino de tierra, muy de tierra adentro, a Santi le cautivaba la ría y sus márgenes llenos de grúas; la ría y
su olor a brea, a marea baja y a café con leche; la ría y los barcos con sus pequeñas y chatas

11 El solar mañananero de los niños alborotadores, camorristas que andan a pedrada limpia todo el santo
día, es, desde la hora de cerrar los portales, un edén algo sucio donde no se puede bailar, con
suavidad, a los acordes de algún recóndito, casi ignorado aparatito de radio; donde no se puede fumar
el aromático, deleitoso cigarrillo del preludio; donde no se pueden decir, al oído, fáciles
ingeniosidades seguras, absolutamente seguras. El solar de los viejos y las viejas de después de
comer, que vienen a alimentarse de sol, como los lagartos, es, desde la hora en que los niños y los
matrimonios cincuentones se acuestan y se ponen a soñar, un paraíso directo donde no caben

12 Ahora se fijó en el enfermo, acostado sobre la mesa del factor de la estación. Era un muchacho muy
joven, casi imberbe. Pero en la expresión de sus ojos había un liquen antiguo. Conocía su historia. Se
llamaba Seán. Desertor. Había vagado durante tres años huido por el monte Pindo, viviendo como un
animal roqueño. Docenas de hombres topó por aquellas cuevas. En sus batidas, la Guardia Civil nunca
los encontraba. Hasta que descubrieron el código de señales. Las lavanderas eran sus cómplices,
escribiendo mensajes en los matorrales con los colores de sus trapos.
A continuación armó la jeringa, miró con serenidad a Seán y le guiñó un ojo en señal de ánimo.

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