Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Lflacso Swanson

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 287

Kate Swanson

Pidiendo caridad en la ciudad:


mujeres y niños indígenas
en las calles de Ecuador
Pidiendo caridad en la ciudad: mujeres y niños indígenas
en las calles de Ecuador
Kate Swanson

Departamento de Geografía
San Diego State University
San Diego, California, USA
kswanson@mail.sdsu.edu

Traducida por: Ricardo Sevilla

Editado por: Samuel Cortéz

1era. edición: Ediciones Abya-Yala


Av. 12 de Octubre 14-30 y Wilson
Casilla: 17-12-719
Teléfonos: 2506-247 / 2506-251
Fax: (593-2) 2506-255 / 2 506-267
e-mail: editorial@abyayala.org
www.abyayala.org
Quito-Ecuador

FLACSO, Sede Ecuador


La Pradera E7-174 y Diego de Almagro
Quito-Ecuador
Telf.: (593-2) 3238888
Fax: (593-2) 3237960
www.flacso.org.ec

ISBN 13 FLACSO: 978-9978-67-232-7


ISBN 13 Abya-Yala: 978-9978-22-831-9

Diseño y
Diagramación: Ediciones Abya-Yala

Impresión: Producciones Digitales Abya-Yala


Quito-Ecuador

Impreso en Quito Ecuador, marzo 2010.


Resumen

A mediados de los años noventa, mujeres y niños indí-


genas de la zona rural, provenientes de una aislada comunidad
andina, empezaron a migrar para mendigar en las calles de las
principales ciudades ecuatorianas. Aunque utilizada inicialmen-
te como una estrategia de supervivencia, su involucramiento en
la mendicidad se ha ido desarrollando hasta cruzarse con el con-
sumo ostentoso, el estatus, la realización educativa y la tendencia
a la inclusión en una cultura de consumo. Para esta comunidad,
la mendicidad se ha convertido en una manera de luchar activa-
mente contra la pobreza y para engancharse con el proceso de
modernización. Irónicamente, la mendicidad se ha convertido
en un medio para salir adelante.
Este libro tiene por objetivo esclarecer los mitos que
rodean las vidas de estos jóvenes mendigos indígenas. Está orga-
nizada sobre cuatro temas principales: niñez indígena, identidad
de la juventud migrante, el sitio simbólico del mendigo, y la ex-
clusión urbana. Para empezar, este libro revela cómo la “moder-
na” interpretación de la niñez está reconfigurando nociones de
género, sexualidad, trabajo, juego, y aprendizaje dentro de esta 5
pequeña comunidad andina. Luego, se explora cómo las identi- Pidiendo caridad
dades de género, raza y étnicas de la juventud indígena cambian en las calles

entre las esferas urbanas y rurales en la medida en que son actua-


lizadas por las normas occidentales y la cultura del consumo.
Particularmente, se sugiere que las niñas indígenas están enfren-
tándose al reto de descubrir el significado de ser una mujer de su
cultura en los Andes. También, se examinan cómo los mendigos
e indígenas son representados y visualizados en el seno de la so-
ciedad capitalista. Se revela cómo la política sobre mendicidad se
basa en el discurso oficial de “salvar a los niños” y de “mala ma-
ternidad”, para justificar el retiro de las calles de mujeres y niños
indígenas. Luego, se demuestra cómo su exclusión se cruza con
la reestructuración urbana y el avance del turismo global. En es-
te aspecto, esto provee un ejemplo de cómo el revanchismo to-
ma forma en el sur. Se sugiere que en el caso particular de Ecua-
dor este revanchismo se manifiesta a través de su evidente com-
promiso con el proyecto de “blanqueamiento”.
Esta investigación enfoca las diferentes maneras en que
la modernización y la globalización toman forma en una margi-
nada región de la periferia. Luego, demuestra cómo los niños se
convierten en el tema principal de disputa en los debates sobre el
uso “apropiado” del espacio público. Finalmente, este estudio es
un llamado a los planificadores, políticos y trabajadores sociales
para que consideren la complejidad y la variedad de factores que
empujan a gente marginalizada hacia la mendicidad.

6
Kate Swanson
Reconocimientos

Como sucede con cualquier proyecto de esta magni-


tud, hay muchísimas personas a quienes agradecer. Por esta ra-
zón, creo que será inevitable que ignore a alguien en mi esfuer-
zo por dar gracias a todos. Por favor, desde ya, acepten mis dis-
culpas todos aquellos a quienes haya pasado por alto. Sepan que
mi gratitud profunda se extiende a todo apoyo, estímulo y ayu-
da que pueda haber recibido durante estos últimos años.
Para empezar, vaya mi agradecimiento imperecedero a
los miembros de la comunidad de Calguasig por compartir ge-
nerosamente sus vidas e historias conmigo. En particular, a Mer-
cedes Munsha, Antonio Quinatoa, Elsa, Maribel, Víctor, y Mi-
riam que me enseñaron tanto sobre la vida en la comunidad. A
Agustín Pinto y Manuela Poalasin que me fueron especialmente
útiles y a quienes agradezco que me hayan acogido en su familia.
Muchas gracias también a Segundo Manuel Poaquiza Poalasin y
a José Antonio Pombosa Lasluiza por apoyar mi investigación.
A Janeth Gavilánez de la Fundación Don Bosco que fue
una facilitadora importante para esta investigación. Le agradez-
co su apoyo, su estímulo, y sobre todo, su amistad. Al personal y 7
voluntarios de la Fundación Don Bosco que me demostraron su Pidiendo caridad
en las calles
amabilidad y ayuda a lo largo de mi investigación de campo. Me-
recen una mención especial el padre Pío Baschirotto, Patricia
Wattel, Susana Proaño, Rosa Chiza, Ximena Castillo, Francisco
Carrión, Enrico Ferrati, Rosa Arias y Simón Zimmer. También a
José Maldonado Córdova que fue un valioso instrumento para
mi comprensión de la cultura e idioma Quichua. Le agradezco
que haya sido al mismo tiempo mi maestro y mi amigo.
Sin lugar a dudas, debo un enorme agradecimiento a
Sue Ruddiek y Amrita Daniere por guiarme a través de este pro-
yecto. Me siento honrada de haber trabajado con estas dos mu-
jeres excepcionales. Como miembros del comité, a Katharine
Rankin y Gunter Gad por sus comentarios precisos y oportunos
de los que les estoy profundamente agradecida. Joe Hermer me-
rece mi agradecimiento por su apoyo, estímulo y por su análisis
crítico de mi trabajo. Estoy complacida por haber tenido cerca a
Maureen Hays-Mitchell y Minelle Mahtani en las fases finales de
mi PhD. Los dos fueron unos críticos externos maravillosos. Vir-
ginia Mclaren también merece una gratitud especial por apoyar
mi decisión para trasladar mi enfoque más allá de Asia, priori-
zando a la América Latina.
Debo también mencionar a mis compañeros ecuato-
rianistas por su amistad y apoyo durante los últimos años: Eli-
zabeth Roberts, Joe Eisenberg, Chad Black, Chris Krupa, Chris
Garcés y Brian Selmeski. Marc Becker merece una gratitud par-
ticular por satisfacer siempre mis muchas inquietudes. En la
FLACSO-Ecuador me gustaría agradecer a Adrián Bonilla, Mar-
cia Maluf, Alison Vásconez, Gioconda Herrera, Fernando García,
Carmen Martínez y Carlos de la Torre. Mi agradecimiento tam-
bién para Liisa North por facilitarme desde un principio la co-
nexión con la FLACSO.
Fui muy afortunada al recibir la ayuda financiera a lo
largo de mis estudios doctorales. Por ello debo reconocer grata-
mente el apoyo del Internacional Development Research Centre
(IDRC), y del Social Sciences and Humanities Research Council
of Canada (SSHRC), al Ontario Graduate Scholarship, al Sir Val
Duncan Travel Award, al Frank M. Waddell Scholarship, al Con-
naught Scholarship, y al Departmento de Geografía. Debo men-
cionar también la ayuda fabulosa de Marianne Ishibashi en los
8 trámites administrativos.
Kate Swanson A mis amigos de la Universidad de Toronto por haber-
me proporcionado mucho estímulo intelectual, además de di-
versión en las horas libres. Incluyo en esto a Yogendra Shakya,
Deborah Cowen, Luisa Veronis, Alan Walks, Sharlene Mollett,
Anne Wu, Stephanie Hart, y Tom Slater. A Alana Boland y Scott
Prudham que me proporcionaron orientación y apoyo duran-
te la fase inicial de mi PhD. A Richard Kuhn que ha sido una
fuente constante de estímulo a lo largo de mis estudios de gra-
do. Grant Hudolin merece una mención especial para su tre-
menda ayuda con los mapas. Debo también muchas gracias a
John Vigna, Elisabeth de Mariaffi y Jennifer Kohm por dirigir
mis dedos en el teclado. Muy agradecida con Jennifer por pro-
porcionarme permanentemente un lugar para llamar a casa
cuando estuve en Toronto.
A mis padres, Keith y Nancy Swanson, por haber sido
tan animadores y comprensivos a lo largo de mis estudios. Les
agradezco todo esto. A mi hermano mayor, Andrew Swanson, y
a mi cuñada, Tiffany Islip, por sus muchos e inestimables conse-
jos para alcanzar el PhD. A Mis abuelos, John y Mary Van Nest,
que siempre me animaron y expresaron un sincero interés en mi
trabajo, lo que les agradezco. A mis parientes políticos, Bev, Tim
y Megan Jones que me apoyaron y sobre todo fueron muy com-
prensivos especialmente cuando estuve fuera del país y me au-
senté de las reuniones familiares. Desgraciadamente, mis abuelos
paternos, Wilfred y Margery Swanson, no pudieron ver la culmi-
nación de este proyecto. A ellos va dedicada esta tesis.
Finalmente, me gustaría agradecer a mi familia más
cercana. A mi perro, Kiva, que fue un ayudante fantástico en la
investigación; no podría encontrar uno mejor. Su compañeris-
mo ha sido de gran consuelo en los últimos años. Por último, de-
seo expresar mi gratitud más profunda a mi mejor amigo y ma-
rido, Greg Jones. Su mente crítica, su espíritu aventurero, su in-
faltable apoyo, sus consoladores detalles durante los tiempos de
presión, y su habilidad permanente para hacerme reír se lo agra-
dezco enormemente.

Kate Swanson
Junio, 2005
9
Pidiendo caridad
en las calles
Índice

Capítulo I:
Introducción

1.1 Introducción .................................................................. 17


1.2 Encuentro de la modernización y la globalización...... 23
1.3 La exportación global de la niñez ................................. 26
1.4 La difusión global del urbanismo neoliberal ............... 28
1.5 Ecuador: contexto geográfico, político y económico... 29
1.6 La juventud indígena ecuatoriana................................. 34
1.7 Ubicando a Calguasig .................................................... 37
1.8 Condiciones actuales en Calguasig ............................... 45
1.9 Preguntas de la investigación y organización del libro 52

Capítulo II:
Geografías de género, raza, etnicidad y niñez en los Andes

2.1 Introducción .................................................................. 61


2.2 Geografías de raza y etnicidad ...................................... 61
2.2.1 Vacíos en la literatura .................................................... 70 11
2.3 Geografías de la niñez.................................................... 73 Pidiendo caridad
en las calles
2.3.1 Los cambiantes contextos de la niñez indígena ........... 74
2.3.2 El trabajo y el juego ....................................................... 76
2.3.3 Migración ....................................................................... 78
2.3.4 Identidades juveniles...................................................... 81
2.3.5 Niños trabajadores de la calle ....................................... 84
2.3.6 Vacíos en la literatura .................................................... 90
Capítulo III:
Métodos de investigación

3.1 Introducción .................................................................. 95


3.2 Representación, retos éticos y substantivos.................. 95
3.3 Métodos de investigación ..............................................103

Capítulo IV:
Reestructurando la niñez

4.1 Introducción ..................................................................115


4.2 Niñez indígena ...............................................................115
4.3 La niñez cambiante: el caso de Calguasig.....................123
4.4 Las cambiantes condiciones comunitarias ...................128
4.5 Las cambiantes identidades...........................................143
4.6 Resumen .........................................................................145

Capítulo V:
La niñez migrante

5.1 Introducción ..................................................................151


5.2 Niños de la calle y niños trabajadores en Ecuador ......151
5.3 Vida en la ciudad ...........................................................162
5.4 Identidades urbanas.......................................................171
5.5 Resumen .........................................................................180

Capítulo VI:
Mendigos “generados/as”, niños mendigos y mendigos
“disfrazados”

6.1 Introducción ..................................................................185


12 6.2 El mendigo ofensivo ......................................................186
Kate Swanson 6.3 Mendigos “generados/as” y niños mendigos ................192
6.4 Uso estratégico de la calle..............................................198
6.4.1 La venta de chicles .........................................................199
6.4.2 Performance ...................................................................202
6.4.3 La “renta” de niños.........................................................207
6.5 El consumo en el pueblo ...............................................210
6.6 Resumen .........................................................................216
Capítulo VII:
La política de exclusión

7.1 Introducción ..................................................................221


7.2 La política de exclusión .................................................221
7.2.1 Protección para los niños y adolescentes indigentes ...224
7.2.2 Redada policíaca de niños mendigos............................228
7.2.3 Campaña contra la mendicidad....................................230
7.3 Borrando a los informales.............................................231
7.3.1 Quito...............................................................................231
7.3.2 Guayaquil .......................................................................237
7.4 ¿Políticas de inclusión? ..................................................241
7.5 Resumen .........................................................................243

Capítulo VIII:
Conclusión

8.1 Resumen de los resultados de la investigación.............249


8.2 Principales temas y contribuciones de la
investigación...................................................................252
8.3 Implicaciones teóricas y políticas .................................258
8.4 Temas y cuestiones restantes .........................................264

Bibliografía................................................................................267

13
Pidiendo caridad
en las calles
LISTA DE CUADROS

Cuadro 2.1:
Estructuras familiares de niños trabajadores.......................... 85
Cuadro 3.1:
Contenido de las entrevistas con niños trabajadores
de la calle...................................................................................109
Cuadro 3.2:
Fuentes de datos secundarios en Ecuador ..............................112
Cuadro 4.1:
Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Grande............138
Cuadro 4.2:
Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Chico ..............138
Cuadro 5.1:
Categorías de niños trabajadores de la calle en Quito ...........152
Cuadro 5.2:
Autoidentificación Étnica-Racial .............................................179

LISTA DE FIGURAS
Figura 1.1:
Mapa del Ecuador..................................................................... 19
Figura 1.3:
Crecimiento del PIB Per Capita 1990-1999 ............................ 31
Figura 1.4:
Deuda externa pública como porcentaje del PIB ................... 31
Figura 1.5:
Porcentaje de la población total viviendo en la pobreza
1995-1999.................................................................................. 32
Figura 1.6:
Brecha entre ricos y pobres 1990-2001 ................................... 33
14 Figura 1.7:
Kate Swanson Porcentaje de niños que viven en pobreza 1995-99 ............... 35
Figura 1.8:
Porcentaje de niños viviendo en pobreza extrema 1995-99... 35
Figura 1.11:
Posesión de mercancías por familias en Calguasig, 2003....... 53
Figura 4.1:
Horas trabajadas por edad y género por día...........................123
Figura 4.2:
Porcentaje de niños involucrados en actividades
domésticas.................................................................................125
Figura 4.3:
Porcentaje de niños involucrados en actividades agrícolas....125
Figura 4.4:
Porcentaje de niños involucrados en actividades pastoreo
y recolección ............................................................................125
Figura 4.5:
Línea de tiempo de la modernización para calguasig ............130
Figura 5.1:
Porcentaje de niños quienes contribuyen al ingreso
del hogar....................................................................................160
Figura 5.2:
Migración acumulada de los niños y migración anual
1993-2003..................................................................................168

LISTA DE FOTOGRAFÍA
Fotografía 1.1:
Vendiendo chicles en Quito ..................................................... 18
Fotografía 1.2:
Mirando hacia el sur desde Calguasig Grande ....................... 38
Fotografía 1.3:
Mirando hacia el norte desde Calguasig Grande.................... 38
Fotografía 1.4:
Una casa “campesina” en la región de Otavalo ....................... 44
Fotografía 1.5:
Un regalo de navidad para un niño de 5 años en Cañar ....... 44
Fotografía 3.1:
Dora y su nueva muñeca..........................................................105
Fotografía 3.2: 15
Tratando de fotografiarse con Kiva al frente de la escuela Pidiendo caridad
en las calles
de la comunidad .......................................................................107
Fotografía 3.3:
Sentados en un parque de Quito con una jadeante Kiva .......108
Fotografía 4.1:
Atisbando (y sonriendo) por una ventana rota del aula ........141
Fotografías 5.1:
Una madre y tres de sus niños .................................................158
Fotografía 5.2:
Montado sobre la división de concreto que separa el tráfico
de los trolebuses........................................................................164
Fotografía 5.3:
Niños volteretas ........................................................................166
Fotografía 5.4:
Identidades rurales y urbanas ..................................................176
Fotografía 5.5:
Reformulando identidades.......................................................177
Fotografía 6.1:
Un muchacho de 13 años de edad vendiendo chicles
mientras carga a su sobrina de un año....................................193
Fotografía 6.2:
Muchachos y sus bicicletas nuevas ..........................................213
Fotografía 6.3:
Una casa de concreto nueva.....................................................215
Fotografía 6.4:
Al interior de la cocina de una casa de bloques de concreto .215

16
Kate Swanson
Capítulo I

Introducción

1 . 1 I n t roducción
Una niña indígena de aproximadamente 10 años se acerca a
un turista extranjero. Ella usa unos pantalones de ejercicio
bajo su falda anaku, un cinturón de lana chumbi, una desco-
lorida camiseta con motivos de Walt Disney y una chalina
azul colocada sobre sus hombros. “Regálame” dice, mientras
extiende su mano abierta. En una concurrida intersección
vial, un miembro de la clase media-alta ecuatoriana, descu-
bre a una joven mujer indígena al lado de la ventana de su
SUV mientras espera en un semáforo. “Compre chicles” le
dice esta mujer, mientras sostiene unos cuantos paquetes de
chicles entre sus dedos. Cuando capta la atención del con-
ductor, ensaya un gesto de súplica señalando al niño peque-
ño sujetado en su espalda, diciendo: “Para el guagüito”.

Desde mediados de los años noventa, las mujeres y ni-


ños indígenas de la zona rural en los Andes centrales, han estado 17
migrando hacia las principales ciudades ecuatorianas para men- Pidiendo caridad
en las calles
digar y vender chicles. La mayoría de estas mujeres y niños pro-
vienen de la comunidad de Calguasig ubicada en la zona de alti-
tud de la provincia de Tungurahua1 (Figura 1.1). La mendicidad
y recientemente la venta de chicles, se han convertido en activi-
dades básicas para superar las escasas ganancias que obtienen de
la agricultura y para afrontar las elevadas demandas de efectivo,
que se requieren para la satisfacción de sus necesidades básicas.
Fotografía 1.1: Vendiendo chicles en Quito. En la foto de la izquierda, una mujer de 28
años de edad vende chicles con su hijo mayor de 9 años. En la fotografía de la derecha,
una niña de 10 años de edad vende chicles.

Sin la capacidad de sostenerse a sí mismos solamente con lo que


produce la tierra, a mediados de los años noventa, las mujeres y
niños, empezaron a sumarse a los grupos de hombres en migra-
ción temporal. Con escasos conocimientos comerciales y limita-
das opciones de empleo, se dedicaron a la mendicidad y rápida-
mente descubrieron en esta actividad una vía para obtener in-
gresos. Desde ese momento, la mendicidad se ha desarrollado
desde una simple “estrategia de supervivencia”, hasta cruzarse
con el consumo ostentoso, la obtención de reconocimiento so-
cial, la realización educativa y la tendencia a la inclusión en una
cultura de consumo.
Aunque en general son escasos en número,2 estas jóve-
18 nes mujeres y niños representan a un proceso más grande. La
Kate Swanson mendicidad es una actividad cargada de simbolismo. La presen-
cia de ellos en las calles es un recordatorio diario de la pobreza a
la que están sometidas las minorías raciales. Ellos son el emble-
ma de la decadencia del sector agrícola en pequeña escala y del
estado de abandono del sector rural. Representan la grave desi-
gualdad social y geográfica existente. Más allá de simbolismos, el
involucramiento de mujeres y niños en la mendicidad es con-
traintuitivo. En una sociedad capitalista donde el trabajo esfor-
zado es sinónimo de desarrollo y la mendicidad está asociada
con la decadencia, resulta irónico que los calguaseños hayan
adoptado esta actividad como una vía para progresar.

Figura 1.1: Mapa del Ecuador

19
Esta investigación explora un variado número de as-
pectos en cuestiones de género, raza, etnicidad y niñez dentro del Pidiendo caridad
en las calles
contexto de la modernización y globalización. Para empezar, es-
te trabajo aborda las diferentes formas por las cuales los indíge-
nas son empujados hacia el proyecto de modernización. Aislados
en un área rural de los Andes, los calguaseños han subsistido por
mucho tiempo basados en la actividad agrícola, hasta las últimas
décadas. Como una comunidad indígena “libre”, es decir, que
nunca pertenecieron a una hacienda, las influencias externas es-
tuvieron limitadas hasta los años setenta cuando por primera vez
gente no indígena ajena a la comunidad empezaron, poco a po-
co, a llegar. Debido a que subsistieron por largo tiempo fuera de
la influencia de una economía de mercado, los impactos de la
globalización económica han sido limitados en esta comunidad
de Calguasig. Esta horrenda pobreza más bien es el producto de
una prolongada historia colonial de racismo y exclusión social,
que de las más recientes fases de la globalización. En años recien-
tes, ellos no se han empobrecido más, sino que han tomado cla-
ra conciencia de su condición de pobres.
Esta investigación sugiere que para la comunidad indí-
gena de Calguasig, la construcción la de la primera vía de acceso
en 1992 fue la clave catalizadora para el reciente cambio espacial
y social. Inicialmente aislada a 3.400 metros en la zona rural an-
dina, la construcción de este camino no sólo proveyó un nexo a
los mercados de trabajo y comercio, sino que también se convir-
tió en una vía de escape para las mujeres jóvenes y para los niños
de la comunidad. Involucrándose activamente en el proceso de
modernización, estas mujeres y niños han estado desde entonces
desafiando sus lugares asignados dentro de la jerarquía social y
racial ecuatoriana. Rechazan convertirse en empleados domésti-
cos, se esfuerzan por obtener educación y utilizan sus ganancias
para participar en la cultura de consumo. Para mejorar sus situa-
ciones económicas, han cambiado el trabajo agrícola por el tra-
bajo informal en las calles. En lugar de cosechar patatas en los
empinados declives andinos, cosechan dólares de los turistas en
la “Gringopamba urbana” (Campo de Gringos).
Esta investigación pretende desvelar los mitos que ro-
dean las vidas de estos jóvenes mendigos indígenas. Revela la equi-
vocada manera en que son presentados como “indios vagos” y “de-
lincuentes juveniles”. Definidos dentro de la “moderna” interpre-
20 tación de la niñez, son percibidos como niños inocentes explota-
Kate Swanson dos por “malas madres”. También se explora la forma en que la ni-
ñez indígena se articula con la “moderna” interpretación de la ni-
ñez. En esta nueva interpretación occidental, que se ha convertido
en hegemónica, la niñez es un periodo de dependencia, vulnerabi-
lidad e inocencia. De acuerdo con la UNICEF (2004):
Niñez es el periodo en el cual los niños asisten a la escuela y jue-
gan, crecen fuertes y seguros con el amor y estímulo de sus fa-
milias y la comunidad de adultos que se preocupan por ellos. Es
la maravillosa etapa en la cual los niños deberían vivir libres de
temores, alejados de la violencia y protegidos del abuso y explo-
tación. Como tal, la niñez significa mucho más que el espacio
entre el nacimiento y la edad adulta. Se refiere al estado y con-
dición de la vida de niño, y a la calidad de esos años.

Sin embargo, para muchos niños en el mundo, esto ha


significado un cambio conceptual. Dentro de esta “moderna” in-
terpretación, los niños no son productores activos, sino que es-
tán sólidamente ubicados dentro del mundo de la escuela y del
juego. Esta investigación explora la forma en que los niños de
Calguasig aceptan este cambio.
Esta investigación también examina cómo las identi-
dades de género, raza3 y étnicas de los jóvenes aborígenes, va-
rían en el espacio urbano y rural. Revela cómo los niños reco-
nocen y luchan contra la vasta cantidad de incongruencias
existentes entre sus vidas y de las demás personas que ellos
pueden apreciar. Se propone que los niños y jóvenes de regio-
nes periféricas, no son recipientes que absorben las “modernas
nociones” sobre la niñez para encajar en supuestos modelos de
“niñez global”. En su lugar, esta investigación examina cómo
los niños y jóvenes negocian activamente, se oponen, adoptan
y resisten a estas interpretaciones para tejer sus identidades in-
dividuales.
En la medida en que los jóvenes de Calguasig entran
en la esfera urbana, son forzados a negociar sus identidades en
los encuentros diarios con el racismo pues minimiza a los indí-
genas ecuatorianos atribuyéndoles diferencias físicas y cultura-
les. Explorando la raza y etnicidad a través de los ojos de la ni-
ñez y juventud, este estudio se enfoca en el hecho de que los jó-
venes están situados en una etapa vulnerable de sus vidas don-
de deben negociar sus identidades de senderos cambiantes e in-
21
ciertos. Deben atravesar vastas geografías de influencias cultu-
rales, políticas y económicas. Esta situación es muy difícil para Pidiendo caridad
en las calles

los jóvenes atrapados entre dos culturas. Por medio de la educa-


ción formal, la migración, el trabajo urbano, la televisión, las
cambiantes interpretaciones de la niñez, y por un estilo de vida
disoluto estos chicos son forzados a entrar en la modernidad en
una manera radicalmente diferente a la de sus padres. Como un
grupo minoritario, marginalizado y racializado, ellos enfrentan
retos particulares.
Esta investigación también se ocupa del distancia-
miento social y espacial. A pesar de que la mendicidad es una de
las muchas actividades de subsistencia que se dan a nivel de las
calles, ésta actividad en particular, es considerada como una fal-
ta moral. Es una actividad subversiva, que rompe las normas so-
ciales a varios niveles. En la actual era del revanchismo (Smith,
1996), un concepto utilizado actualmente en el contexto de las
ciudades norteamericanas y europeas, las municipalidades con-
tinúan redefiniendo los que es aceptable en el espacio público.
Los mendigos son el blanco de este discurso, son percibidos en
conflicto con el proyecto de revitalización urbana y la estética
paisajística (Mitchell, 1997). En Ecuador, la situación es notable-
mente similar. Como un ejemplo de cómo el revanchismo se ha
agotado en el sur, esta investigación explora cómo la mendicidad
en las calles se cruza con la revitalización urbana, y el avance del
turismo global. Se revela cómo mujeres y niños indígenas son
perseguidos, y en algunos casos, detenidos por la fuerza mientras
las municipalidades pretenden controlar los espacios públicos y
limpiar las calles del “indio sucio”. Muestra cómo la presencia de
los mendigos ofende y perturba la imagen de “Quito limpio” o
“Guayaquil Siglo XXI”, como se defiende en recientes campañas
municipales. Hasta cuando venden chicles, se muestra cómo
mujeres y niños indígenas son percibidos como “mendigos dis-
frazados”, los mismos que “cambian miseria por dinero”, am-
pliando así la definición de mendicidad con el propósito de ex-
cluir un amplio rango de actividades callejeras de subsistencia.
También se revela cómo las políticas sobre la mendicidad se fun-
damentan en un discurso dual de “salvar a los niños” y de “mala
maternidad” como justificaciones centrales, para remover a los
mendigos indígenas de las calles, y de cómo éstas contienen una
expresión racista implícita.
22 Dadas las actuales condiciones políticas y socioeconó-
Kate Swanson micas, los golpeteos de estos pequeños niños indígenas en las
ventanas de los conductores es una realidad que, a pesar de los
deseos de algunos, no desaparecerá simplemente enviándolos de
vuelta al campo. Exponiendo estos mitos, este trabajo pretende
proveer una comprensión con más matices de las razones del in-
volucramiento de estos niños y jóvenes en las calles. Es un llama-
do a los planificadores, políticos, y trabajadores sociales para que
consideren los complejos y variados factores que empujan a fa-
milias y niños marginalizados a la mendicidad. También esta in-
vestigación le da un giro a la tradición académica hacia una que
prioriza las voces de los niños, a través de una metodología cen-
trada en ellos. Los niños raramente son considerados informan-
tes claves en las encuestas sociales y la mayoría de las veces, per-
manecen marginalizados en los análisis sociales. En esta investi-
gación, los niños son importantes protagonistas sociales.

1 . 2 En cue nt ro de la moder nización y la globalización


Esta investigación cuenta una historia ligeramente di-
ferente de la que se ha convertido dominante últimamente. Esta
investigación muestra que la globalización ha tenido impactos
profundos en todo el mundo. Las economías nacionales están
siendo integradas en un sistema económico y político globaliza-
do que va en aumento. Esto se ha facilitado debido a una recien-
te intensificación de la reducción del espacio - tiempo (Harvey,
1990). A través de las nuevas tecnologías, las redes globales de
comunicación y las redes financieras internacionales, la globali-
zación en la mayoría de casos, han dejado pocos lugares del
mundo intocados. Los impactos de esta intensificación han sido
particularmente significantes en el Sur Global.4 Los neoliberales
Programas de Ajuste Estructural (SAPs por sus siglas en inglés),
han tenido impactos devastadores para los pobres del mundo.
mientras que han contribuido a los que algunos llaman “la glo-
balización de la pobreza” (Chossudovsky, 1997). Las naciones del
Sur Global han sido testigos del incremento de los flujos trasna-
cionales de personas, mercancías, información e ideas, lo que ha
influenciado la manera en la que se moldean las identidades y los
paisajes locales (Appadurai, 1990; Featherstone, 1993). Además,
la globalización de la política social ha resultado en la difusión
23
de la ratificación de convenciones internacionales, tales como la
Declaración de los Derechos del Niño por las Naciones Unidas Pidiendo caridad
en las calles
(1989), las que muchas veces están basadas en ideales contrarios
a las culturas locales, y a las realidades políticas y económicas
(Deacon et al., 1997).
La literatura actual ha revelado los, muchas veces pe-
nosos, impactos de una globalización incrementada en niños
marginalizados de naciones de la periferia. Aunque estos proce-
sos ciertamente no son uniformes, en muchas regiones del Sur
Global, la deuda externa y los SAPs, han sido considerados como
una influencia directa o indirecta sobre la mortalidad infantil, el
acceso a los servicios salud, y la nutrición (Bradshaw et al., 1993;
Whiteford, 1998). En algunos casos, los recortes de fondos han
deteriorado los sistemas educativos mientras que los costos de
educación se han elevado, las aulas se mantienen sobrepobladas,
los recursos son limitados, y las instalaciones son pobres (Bon-
net, 1993; UNICEF, 1997). Enfrentados a esta horrible pobreza,
muchos niños son retirados o abandonan la escuela totalmente
para matricualarse en la guardianía, el trabajo de subsistencia,
y/o un empleo con sueldo (Katz, 2001; Nieuwenhuys, 1994; On-
ta-Bhatta, 1997; Robson, 1996). Mientras muchos trabajan en
casa en labores domésticas o agrícolas, otros emigran a los cen-
tros urbanos en busca de mayores oportunidades económicas.
La mayoría de estos niños, terminan trabajando en el sector in-
formal irregular, y/o en las calles (Beazley 1999; Hecht, 1998; Kil-
bride, 2000; Scheper-Hughes and Hoffman, 1998).
Los tipos de impactos no se han restringido a los niños
en el sur. La falta de industrias, la descomposición institucional
del sector público, el creciente predominio del neoliberalismo
han exacerbado la marginalización de los niños de bajos recur-
sos en el norte. En efecto, la pobreza de la niñez está en alza y se
racializa incrementalmente. En los Estados Unidos, el 32% de los
niños negros y el 29% de los niños latinos viven actualmente en
la pobreza, comparados con el 14% de los niños blancos5 (Proc-
tor and Dalakar, 2003). Las oportunidades de empleo juvenil se
limitan cada vez más, mientras que los recortes de fondos públi-
cos continúan suprimiendo los servicios juveniles. La situación
es particularmente horrible en las ciudades interiores, donde las
tasas de mortalidad entre niños e infantes hace tiempo que han
superado las tasas de las naciones más pobres (Ruddick, 2003). Y
24 en algunos casos, la pobreza, el racismo, la reestructuración eco-
Kate Swanson nómica y el cercenamiento del sector público han conducido a
consecuencias violentas: actualmente los jóvenes en Harlem tie-
nen mucha más probabilidad de morir violentamente que los
soldados, en servicio activo, durante la Segunda Guerra Mundial
(Bourgois, 1998).
Las investigaciones han revelado que las condiciones
no son mejores en Canadá. Los datos del reciente censo revela
que el 15,6% de niños canadienses viven en la pobreza. Sin em-
bargo, la situación es mucho peor para las minorías en Canadá.
En el año 2001, el 40% de niños aborígenes que vivían fuera de
las reservaciones, y cerca del 34% de los niños pertenecientes a
minorías, estaban viviendo en la pobreza6 (Campaign, 2000,
2004). Aunque Canadá continúa siendo clasificado como uno de
los mejores lugares para vivir en el mundo, los aborígenes cana-
dienses viven en condiciones de sus pares en Brasil. Además, el
suicidio, el SIDA, la diabetes, la tuberculosis y el abuso de subs-
tancias son problemas crónicos en muchas naciones y comuni-
dades Inuit (Health Canada, 2002). Estos problemas han obliga-
do a muchos jóvenes aborígenes a ir a las calles: actualmente los
jóvenes aborígenes constituyen el grueso de la población calleje-
ra en Saskatoon y Winnipeg (Begin, et al., 1999).
En efecto, la reestructuración económica global ha
conducido a la marginalización de los niños de bajos ingresos,
pertenecientes a minorías alrededor del mundo. Como Cindi
Katz (1998, 2004) mostró a través de un estudio comparativo de
los niños en Sudán y Nueva York, que las consecuencias de estos
impactos han sido serias en el norte y en el sur. De acuerdo con
lo expresado anteriormente, cuando empecé esta investigación,
también esperaba encontrar una creciente globalización y neoli-
beralismo donde las principales fuerzas empujan a los niños in-
dígenas a las calles. Sin embargo, descubrí que algo diferente es-
taba pasando en la comunidad de Calguasig.
Esta investigación da un nuevo giro a una vieja historia:
un cuento sobre lo que pasa cuando la modernización se encuen-
tra con la globalización. Como una comunidad que ha subsistido
por mucho tiempo fuera del dominante mercado económico, Cal-
guasig es un ejemplo de un lugar donde los Programas de Ajustes
Estructurales han dejado pocos impactos que se puedan medir. En
efecto, como se discutirá posteriormente, con la construcción del
primer camino de la comunidad en 1992, el acceso a los servicios 25
de salud mejoró, y así muchos más niños tienen oportunidad de Pidiendo caridad
en las calles
sobrevivir. Además, la educación no se ha deteriorado en la comu-
nidad, puesto que ya estaba en muy pobres circunstancias, sin
embargo, en algo, las condiciones educativas han mejorado en los
últimos diez años. Para la comunidad de Calguasig, la pobreza ha
sido una realidad desde hace mucho tiempo. Como en muchas de
las comunidades indígenas, la pobreza está enraizada desde tiem-
pos de la colonia y son procesos muy arraigados de marginaliza-
ción económica y de exclusión social (ver Larrea y North, 1997).
En efecto, en un sentido material, los miembros de la comunidad
no se han empobrecido durante las más recientes fases de la glo-
balización. Al contrario, debido al camino, el cual ha posibilitado
el incremento del acceso hasta centros urbanos y ha facilitado en
gran medida el acceso de mercancías, por ejemplo televisiones, los
miembros de la comunidad actualmente son más “ricos”.7 Lo que
ha cambiado es que, en los últimos diez años, han desarrollado y
elevado el sentido de su pobreza.

1 . 3 La e xpor tación global de la niñez


En 1991, el Foro por la Niñez y Adolescencia fue crea-
do en un intento de ejercer presión sobre el gobierno ecuatoria-
no para que apoye los derechos de los niños como están estable-
cidos en la Declaración de la ONU. En 1998, varios de estos cri-
terios fueron incluidos en la constitución ecuatoriana. En 1999,
los defensores los derechos de los niños y las agencias guberna-
mentales empezaron a trabajar en un nuevo código civil ecuato-
riano que armonizara las leyes nacionales con la Declaración de
la ONU. En julio del 2003, 13 años después de que el Ecuador
ratificó la Declaración de los Derechos del Niño promulgada por
la ONU en 1989, (MBS, 2003), se promulgó el nuevo Código de
la Niñez y Adolescencia. Al final, el código fue creado con apor-
tación de cerca de 18.000 individuos, incluyendo niños, adoles-
centes, profesionales y autoridades (INNFA, 2001). A pesar de
ser uno de los últimos países latinoamericanos en crear el Códi-
go Nacional de la Niñez, actualmente el Ecuador posee uno de
los más modernos en la región.
Los actores del movimiento por los derechos de los ni-
ños son variados, incluyendo a defensores internacionales, (UNI-
26
CEF y Plan Internacional), líderes religiosos, políticos, trabajado-
Kate Swanson
res sociales, académicos, líderes indígenas y estudiantes. La mayor
lucha para este movimiento fue redefinir los derechos de los niños
de acuerdo a la nueva filosofía referida como la Doctrina de la
Protección Integral. Este tratado está opuesto a la aproximación
inicial de la Doctrina de la Situación Irregular, la cual se enfocaba
inicialmente en menores criminales o en situaciones especiales a
los cuales se concedían derechos limitados y pobremente defini-
dos. Los detractores de esta situación criticaron este sistema para
institucionalizar a los niños, criminalizando su pobreza y casti-
gando a los niños como adultos. El nuevo criterio, como fue incor-
porado en el Código de la Niñez y Adolescencia del año 2003, re-
conoce los derechos de todos los niños y aboga por un criterio más
integrado, contextual y centrado en el niño para proteger los dere-
chos de los niños (FNA, 2000, 2001). No obstante, a pesar de que
esta doctrina actualmente se encuentra establecida en la ley toda-
vía tiene que ser adoptada por la mayoría –como se verá en capí-
tulos posteriores–.
A través de las ONG internacionales, los medios de co-
municación, las agencias gubernamentales, las normas occiden-
tales sobre la niñez actualmente se están expandiendo por toda
la nación. En afiches y desfiles se exponen los derechos de los ni-
ños. Fotografías de brillantes colores de niños indígenas, usual-
mente, están al frente de estas imágenes. El primero de junio, el
Día Internacional del Niño, es celebrado en los parques, plazas y
centros comerciales ecuatorianos: carreras, payasos, caras pinta-
das y precios especiales en los almacenes son los eventos princi-
pales. Varía mucho la interpretación de los niños sobre este día.
Por ejemplo, Javier, un niño de nueve años, citado por un perió-
dico de Quito, dijo: “el Día del Niño es una celebración solamen-
te para nosotros. Porque este es mi día, y quiero que mis padres
me compren un teléfono celular muy chévere” (La Hora, 2003).
Sin embargo, para los niños de las áreas rurales marginalizadas
del Ecuador, este día tiene poco significado.
Como anota Ruddick (2003), la desafortunada reali-
dad es que esta moderna interpretación de la niñez está siendo
exportada a las naciones endeudadas del Sur Global, los recursos
necesarios para reproducir esta idealizada forma de la niñez son,
para la mayoría, tristemente escasos. Para los niños de bajos in-
gresos en el Sur Global, las representaciones mediáticas de niños
ideales mostrados por medio de la cultura consumista y los pro- 27
gramas televisivos pueden agudizar la experiencia de la pobreza Pidiendo caridad
en las calles
material como privación interna (Stephens, 1995). Esto es ver-
dad, particularmente, en el Ecuador, donde las tasas de pobreza
son altas, y donde el discurso global sobre la niñez gana terreno.
Para la elite ecuatoriana, el reproducir “modernos” conceptos so-
bre la niñez no es un problema: los niños de las elites viven en
comunidades cerradas, van a escuelas privadas, y juegan dentro
de los espacios protegidos de sus jardines privados. Ellos han
adoptado el “moderno” concepto de la niñez y poseen amplios
recursos para reproducirlo.8 Pero, para la mayoría de los niños
ecuatorianos, éste no es el caso.
Como se discutirá en capítulos posteriores, los “mo-
dernos” conceptos sobre la niñez se están infiltrando en Calgua-
sig a través de las ONG, la educación, los medios de comunica-
ción y sus experiencias en la ciudad. Sin embargo, reproducir es-
ta forma idealizada de niñez es particularmente problemática en
las comunidades indígenas, puesto que este “moderno” concep-
to está opuesto a las bien establecidas ideas sobre niñez, paterni-
dad y cuidado (ver Weismantel, 1995).

1.4 La difusión global del urbanismo neoliberal


Los impactos de la globalización también afectan a los
calguaseños cuando trabajan en la ciudad. En este caso, lo hacen
a través del incremento de la difusión global de políticas urbanas
neoliberales, las cuales replican lo que Smith (1996) llama la ciu-
dad revanchista. Las raíces de esta palabra provienen de revanche
–termino francés para venganza–. La ciudad revanchista “anun-
cia una reacción viciosa contra las minorías, la clase obrera, la
gente sin hogar, los desempleados, las mujeres, los homosexuales
y los inmigrantes”, producto del terror que sienten los blancos de
clase media y alta (221). Es una reacción vengativa del ala con-
servadora contra el supuesto “robo” de la ciudad. Smith explora
este concepto, así como los aplicados por el alcalde Giuliani y sus
políticas de “cero tolerancia” en la ciudad de Nueva York. Incre-
mentalmente, las ciudades en América del Norte y Europa tam-
bién están adoptando similares medidas punitivas de gobierno
urbano (Belina and Helms, 2003; Bowling, 1999; Hermer and
Mosher, 2002; Mitchell, 1997; Smith, 2002).
28
Sin embargo, es fascinante cómo las injustas políticas
Kate Swanson
urbanas neoliberales se han difundido en las principales ciudades
del Ecuador, donde las condiciones son dramáticamente diferen-
tes de aquellas que existen en las ciudades del norte. Esta investi-
gación explora la manera en que las ciudades de Quito y Guaya-
quil, recientemente, han iniciado proyectos de regeneración urba-
na los que buscan limpiar las calles de trabajadores informales,
mendigos y niños de la calle, con el fin de proyectar una imagen
saneada, “blanqueada”, de la ciudad. De hecho, en el año 2002, la
ciudad de Guayaquil contrató al ex Comisionado William Brat-
ton, coautor con Giuliani de la Estrategia Policíaca No. 5, la cual
Smith (1998: 2) describe como la “declaración fundamental de fin
de siglo del revanchismo Americano en el paisaje urbano”, para
dar forma a la estrategia de regeneración urbana. Con una paga de
USD $ 30.000 por tres días de trabajo, Bratton sugirió una repara-
ción de la estructura contra el crimen de la ciudad, la cual, luego,
fue implementada bajo el nombre de Plan Más Seguridad (El Uni-
verso, 2004a; El Universo, 2004b). Como se verá en capítulos pos-
teriores, este plan para “Más Seguridad” – referido informalmen-
te como “Plan Branton” (El Universo, 2002) – se encargaría de
“proteger” a la elite citadina de las clases “peligrosas”, en las que se
incluyen a trabajadores informales, mendigos y niños de la calle, a
quienes se los acusa de “apoderarse” de la ciudad.
Sin embargo, el revanchismo en el Ecuador está siendo
conducido por una serie de criterios diferentes a los que se aplican
en el norte. A diferencia de muchas ciudades en América del Nor-
te y Europa, los mendigos, niños de la calle y trabajadores infor-
males, no están siendo desplazados para construir condominios
de lujo para las clases medias y altas ecuatorianas. Al contrario, los
mendigos, niños de la calle y trabajadores informales, están sien-
do desplazados para hacer sitio a la clase del turismo global. En
otras palabras, el revanchismo no está siendo conducido por una
elitización residencial, sino por una reorientación de la ciudad ha-
cia la economía del turismo. En capítulos posteriores, exploraré
cómo la regeneración urbana toma forma en Ecuador, y cómo és-
ta ha sido vinculada integralmente en discursos discriminatorios
sobre género, raza, etnicidad y niñez. Como se discutirá posterior-
mente, estas políticas urbanas neoliberales han tenido impactos
particulares sobre las mujeres y niños de Calguasig.
Estas páginas nos han brindado una introducción ge-
neral a los principales problemas y conceptos que guiarán esta 29
investigación. En la siguiente sección, se detalla la actual política Pidiendo caridad
en las calles
nacional, y las condiciones económicas para proveer un telón de
fondo contextual para el resto del libro.

1 . 5 Ecuador: contexto geográfico, político y económico


Localizado entre Colombia y Perú, Ecuador está situa-
do sobre la costa noroeste de América del Sur (Figura 1.1). El
país está dividido en tres zonas geográficas: la zona costera del
pacífico occidental, la región montañosa de la Sierra, y la cuenca
alta amazónica oriental. Con una población sobre los 13 millo-
nes de habitantes, Ecuador posee 13 nacionalidades indígenas.
La mayoría –aproximadamente 3 millones– pertenece a la na-
ción Quichua Andina (Wibbelsman, 2003). Aunque las estima-
ciones varían, los expertos creen que aproximadamente de un 40
a 65 % de la población ecuatoriana es mestiza,9 de un 25 a 40 %
es indígena, de un 3 a 10 % es negra y de 1 a 7 % es blanca u
“otra” (CIA, 2004; Halpern and Winddance Twine, 2000; Wib-
belsman, 2003).
Whitten Jr. (2003:2) afirma que “el Ecuador al final de
los años noventa y en el 2000 ha sido percibido como un vórtice
globalizado de modernidad económica y política”. En los últimos
veinte años, el país ha experimentado amplios cambios de acele-
rada integración en la política económica global. El Ecuador fue
sometido a su primera ronda de varias SAPs (Políticas de Ajuste
Estructural) a inicios de los años ochenta en un intento de esta-
bilizar y reactivar el crecimiento económico (L. Martínez, 2003).
Como casi en todas partes en el Sur Global, estas SAPs transfor-
maron la economía ecuatoriana dando como resultado: la deva-
luación de la moneda, incremento en los precios del gas, dismi-
nución de los subsidios para los productos básicos, despidos de
funcionarios públicos, cambio orientado hacia el aumento de las
exportaciones, elevación de las tasas de interés, reducción del
gasto en salud, educación y servicios sociales. En conjunto, la ta-
sa de crecimiento del PIB fue negativa en un 0,6 % durante los
años ochenta, mientras que la pobreza se incrementaba debido
al aumento de desempleados y las altas tasas de inflación (Weiss,
1997). Entre 1992 y 1996, adicionales reformas macroeconómi-
cas y sectoriales fueron iniciadas y en algunos casos, aceleraron
30 otro intento de estabilizar la economía (Lefeber, 2003). Pero en
Kate Swanson 1998, el PIB per capita de Ecuador todavía se mantuvo en su ni-
vel del año 1982 y para el año 1999, el país había caído en una
masiva crisis económica cuando el PIB disminuyó a menos 9 %
(Figura 1.3) (North, 2003).
Existieron otros factores complicados que llevaron a
esta crisis. Entre 1995 y 1999, el país entró en guerra con el Perú,
soportó varios escándalos gubernamentales, enfrentó una pobre
administración, sufrió el grave fenómeno de El Niño y fue testi-
go de la destrucción a gran escala de las cosechas (Larrea, 2000).
La caída mundial de los precios del petróleo sitió al país, cuya
economía se basa fundamentalmente en la exportación del pe-
tróleo amazónico. En 1999, el sistema nacional de la banca pri-
vada colapsó en medio de una tremenda corrupción seguida de
la desregularización previamente introducida por los institutos
financieros internacionales en 1994 (North, 2003). Entre enero
de 1999 y enero del 2000, la devaluación de la moneda fue de un
249 %. En un año, aquellos que poseían capital perdieron más de
un 75% de su poder adquisitivo (Whitten Jr., 2003). Mientras
tanto, en 1999 la deuda externa aumentó al 99,9 % del PIB (Fi-
gura 1.4) (SIISE 3.5, 2003b).

Figura 1.4: Deuda Externa Pública como Porcentaje del PIB


31
110%
Pidiendo caridad
100% en las calles
90%
Deuda

80%
70%
60%
50%
40%
1995 1996 1997 1998 1999
Año
Buscando una manera de arreglar la maltratada eco-
nomía, en enero del año 2000, el presidente ecuatoriano Jamil
Mahuad decretó que la solución era abandonar la moneda na-
cional, y adoptar oficialmente los dólares norteamericanos. En
menos de tres semanas de esta controversial decisión, el gobier-
no de Mahuad fue derrocado por un golpe encabezado por in-
dígenas y militares.10 A pesar de la oposición popular, su suce-
sor, el presidente Gustavo Noboa, gestionó la institución de la
dolarización en abril del 2000 (Lucas, 2000). Esto redujo drás-
ticamente los ingresos reales, puesto que el cambio de la mone-
da local se fijó en 25.000 sucres por dólar. Aunque reciente-
mente en 1996, el cambio local estaba fijado en 3.190 sucres
por dólar (Wibbelsman, 2003).
Los impactos de estos procesos sobre la mayoría de los
pobres en Ecuador han sido significativos. Aunque las estadísti-
cas disponibles solamente detallan los impactos hasta el año
1999, no obstante son reveladoras. Entre 1995 y 1999, la tasa na-
cional de pobreza en Ecuador aumentó sustancialmente, desde
un 34 % hasta un 56 % (SIISE 3.5, 2003c). Esto significa que cer-
ca de tres de cinco ecuatorianos no son capaces de cubrir sus ne-
cesidades básicas de vivienda, alimentación, salud y educación.
Además, uno de cada cinco ecuatorianos actualmente, vive en
pobreza extrema y hasta es incapaz de cubrir su necesidad bási-
ca de alimentación (Figura 1.5) (Wibblesman, 2003). Las dificul-

Figura 1.5: porcentaje de la población total viviendo en la pobreza


1998-1999
70%

60%

50%
Población

32
40%
Kate Swanson
30%

20%

10%

0%
1995 1998 1999
Año

Pobreza Pobreza extrema


tades económicas son más intensas en las áreas rurales ecuatoria-
nas: en 1995 la pobreza afectó al 56 % de la población rural, pe-
ro, para el año 1999, esta cifra había aumentado al 72 (SIISE 3.5,
2003d). En las áreas urbanas, la tasa de desempleo se elevó des-
de 9,2 % hasta el 16 % entre 1998 y 1999 (Vos, 2000).
Las brechas entre ricos y pobres también aumentaron
sustancialmente durante los años noveenta. Al inicio de la déca-
da, el 20 % más pobre del país ganaba el 4,6 % del ingreso nacio-
nal, mientras que el 20 % más rico ganaba el 52 %. Para el año
2001, el 20 % más pobre ganaba el 1,7 % del ingreso nacional
mientras que el 20 % más rico ganaba el 64,3 % (Figura 1.6)
(SIISE 3.5, 2003e). En América del Sur, esta desigualdad en el in-
greso solamente es superada por Brasil y Paraguay (Carrión
Eguiguren, 2002). Para empeorar las cosas, entre 1996 y 1999, el
gobierno ecuatoriano redujo los gastos en salud, educación, bie-
nestar social y empleo más allá del 37 %, lo cual destruyó efecti-
vamente las redes de seguridad social, debido al creciente núme-
ro de pobres (SIISE 3.5, 2003l). Más allá de estos problemas, es-
tá la corrupción: Ecuador está considerado como uno de los do-
ce países más corruptos en el mundo (Wibblesman, 2003). Tam-
bién el país es políticamente volátil: en los últimos diez años
(1997-2007), ocho presidentes ocuparon el cargo, tres de ellos
fueron derrocados.
Como resultado de los altos niveles de pobreza, las calles
urbanas están inundadas de gente pobre tratando de sobrevivir,
vendiendo cualquier cosa, incluyendo paraguas, periódicos, CDs

Figura 1.6: brecha entre ricos y pobres 1990-2001


70%
60%
33
Renta nacional

50%
Pidiendo caridad
40% en las calles

30%
20%
10%
0%
1990 2001
Año
20% Más pobre 20% Más rico
falsificados, gafas de sol, caramelos y comida preparada. Hombres
jóvenes ofrecen en los buses sus mercancías manifestando a los pa-
sajeros que ellos han decidido “sobrevivir honestamente vendien-
do caramelos en lugar de llevar una vida criminal”. A veces, ma-
dres con niños enfermos abordan los buses para suplicar ayuda
con los costos médicos. Los niños son más visibles en las calles ur-
banas, lustrabotas, vendedores de caramelos, vendedores de flores,
entretenedores y mendigos. Esta investigación se enfoca sobre el
grupo de jóvenes mendigos indígenas de la comunidad de Calgua-
sig y trata de mostrar los mitos alrededor de sus vidas. Aunque su
número es relativamente bajo, los jóvenes mendigos indígenas son
altamente visibles en las más prósperas calles de Quito. Sin embar-
go, estos niños se diferencian de las categorías predefinidas para
los niños trabajadores y de la calle porque ellos trabajan con sus
familias, no viven en las calles, y hasta algunos sostienen que no
trabajan. Situados dentro de un “área gris” y casi inaccesibles den-
tro de una comunidad protectora, estos niños han estado por mu-
cho tiempo olvidados por los programas sociales e investigadores.
Sin embargo, como se discutirá, estos niños indígenas enfrentan
retos particulares.

1.6 La juventud indígena ecuatoriana


En general, a los niños ecuatorianos no les ha ido bien
durante esta crisis, sin embargo, las estadísticas muestran que los
impactos sobre la mayoría de la juventud indígena han sido par-
ticularmente terribles. Al fin del milenio, Ecuador afirmó tener
la más alta tasa de niños trabajadores de toda América Latina
(INNFA, 2001).11 En 1999, el 60 % de los niños en el país vivía
en pobreza, y sobre el 40 % en 1995. La pobreza entre niños del
sector rural e indígenas está especialmente exacerbada: en 1999,
34
el 74 % de los niños no indígenas, y un excepcional 93 % de ni-
Kate Swanson
ños indígenas del sector rural vivían en pobreza (Figura 1.7)
(SIISE 3.5, 2003f).
Los impactos de la reciente crisis económica ecuato-
riana en los niños indígenas evidenciaron claros a través de los
niveles de extrema pobreza e indigencia reportados, definidos
como la incapacidad de cubrir sus necesidades alimenticias bá-
sicas. En 1995, en todo el país, el 15 % de los niños vivían en
extrema pobreza. Esto, comparado con el 26 % de los niños no
Figura 1.7: porcentaje de niños que viven en pobreza 1995-99

100%
90%
80%
70%
60%
Niños

50%
40%
30%
20%
10%
0%
1995 1999
Año

Nación Niños Rurales Niños Rurales Indígenas

indígenas del sector rural y el 42 % de niños indígenas rurales.


Para 1999, en todo el país, el 23 % de niños vivían en extrema
pobreza, mientras esta cifra aumentaba para abarcar el 32 % de
niños no indígenas del sector rural. Pero para los niños indíge-
nas, durante este breve periodo de cuatro años, los niveles de
indigencia aumentaron a un asombroso 71 % (Figura 1.8),

Figura 1.8: porcentaje de niños viviendo en pobreza extrema


1995-99
80%
70%
60%
35
50%
Niños

Pidiendo caridad
40% en las calles
30%
20%
10%
0%
1995 1999
Año
Nación Niños rurales Niños rurales indígenas
(SIISE 3.5, 2003g). Esto significa que 7 de cada 10 de niños in-
dígenas del sector rural, no pueden satisfacer sus necesidades
alimenticias básicas.
Sin embargo, al decir esto, debería anotarse que las
condiciones de los indígenas ecuatorianos han sido pobres debi-
do a una prolongada historia de discriminación estructural y ex-
clusión social.12 Por ejemplo, la expectativa de vida al nacer para
los niños de áreas rurales, que viven en provincias con altos ín-
dices de población indígena, es persistentemente más baja que
para los niños de áreas rurales de otras partes, en algunos casos
de hasta 11 años (Poeschel-Renz, 2003).
Las estadísticas desde 1990 indican que, mientras la ta-
sa de mortalidad infantil para niños no indígenas era de 30 por
cada 1000 nacimientos, la tasa para niños indígenas durante el
mismo periodo de tiempo fue 56 (Encalada et al., 1999).13 Tam-
bién los niveles de nutrición presentan amplias discrepancias. En
todo el país, el 24 % de niños no indígenas sufren de desnutri-
ción crónica, comparado al 58 % de niños indígenas (Larrea et
al., 2001).14
El incremento de las calamidades económicas también
han complicado el acceso de los niños indígenas a la educación:
en 1999, el 34 % de niños indígenas y el 41 % de niñas entre las
edades de diez y diecisiete años, abandonaron la escuela para tra-
bajar.15 Estas cifras comparadas con el promedio nacional de 17
% (SIISE 3.5, 2003h). Sin embargo, el acceso a la educación pa-
ra los niños indígenas –especialmente las niñas– se ha manteni-
do difícil. Las mujeres indígenas del sector rural sobre los 24
años de edad actualmente tiene un promedio de 1,7 años de es-
colaridad. Esto comparado con el promedio de cinco años de es-
colaridad para mujeres no indígenas (SIISE 3.5, 2003i). Estas dis-
crepancias educacionales se reflejan en las tasas de analfabetis-
36 mo. Actualmente, el 53 % de mujeres indígenas del sector rural
Kate Swanson son analfabetas, en comparación al 17 % de mujeres no indíge-
nas. Mientras tanto, a lo largo de todo el país, menos del 11 % de
ecuatorianos son analfabetos (SIISE 3.5, 2003j).
Mientras que las estadísticas, mencionadas anterior-
mente, proveen una imagen general de las condiciones económi-
cas y sociales de la mayoría de indígenas del Ecuador, estas cifras
no reflejan lo enfrentado por todos. Calguasig, por ejemplo, no
está incluida entre estos datos.
1.7 Ubicando a Calguasig
La gran mayoría de mujeres y niños indígenas que
mendigan en Quito provienen de dos pueblos: Calguasig Chi-
co y Calguasig Grande16 (Fotografías 1.2 y 1.3). Los dos están
localizados en la provincia central andina de Tungurahua (Fi-
guras 1.1 y 1.2). Calguasig Chico tiene una población aproxi-
mada de 350, y Calguasig Grande de 900. Hasta 1995, estos dos
pueblos estaban políticamente unidos, como si fueran uno so-
lo, y se mantenían muy interconectados por medio de matri-
monios, servicios escolares, tenencia de tierras y proyectos de
trabajo comunitarios. Están localizados en la parroquia civil
rural de Quisapincha, a aproximadamente 150 km desde Qui-
to, o un medio día de viaje. Situados en lo alto de los Andes en-
tre 3.200 y 3.600 m de altitud, Calguasig Grande y Calguasig
Chico, pertenecen a la zona alta de la parroquia, a la que se le
conoce comúnmente como Quisapincha Alto.17 Existen seis co-
munidades en dicho lugar, todas ellas son Quichua Andinas y
pertenecen al grupo étnico de Kisapincha. Todas comparten si-
milares geografías, historias y condiciones socioeconómicas. La
ciudad más cercana es Ambato (población aproximada de
160.000 hab.) y está localizada a 31 km de distancia (Fotogra-
fía 1.2). A pesar de la proximidad de Ambato, puede tomar más
de dos horas llegar a la ciudad, debido las pobres condiciones
del camino y a la escarpada geografía andina.
Calguasig no está incluida en las estadísticas discutidas
anteriormente, porque la comunidad oficialmente pertenece a la
más grande parroquia de Ambato. Esta parroquia está formada
por la ciudad de Ambato y la pequeña parroquia de Quisapin-
cha.18 Obviamente, las condiciones socioeconómicas en la ciu-
dad de Ambato, son dramáticamente, distintas de aquellas en la
comunidad de Calguasig. Consecuentemente, con apenas un 37
0,7% del total de la población en la parroquia, los 1.250 indivi-
Pidiendo caridad
duos de Calguasig están completamente envueltos en estas gran- en las calles

des cifras no representativas.


Calguasig, también, se diferencia de muchas comuni-
dades indígenas capturadas por estas estadísticas nacionales,
porque nunca pertenecieron a una hacienda. La mayoría de las
comunidades de los pueblos indígenas han sido más afectadas
por las SAPs, las crisis económicas y los procesos de globaliza-
ción. Esto se debe, a que muchas de estas comunidades se inte-
Fotografía 1.2: Mirando hacia el sur desde Calguasig Grande. Al otro lado la siguiente cres-
ta es Calguasig Chico, tras el cual se asienta el pueblo de Punguloma en la parroquia de Pa-
sa. El inactivo volcán Chimborazo (6.310 metros) se aprecia al fondo.

38
Kate Swanson

Fotografía 1.3: Mirando hacia el norte desde Calguasig Grande sobre Quisapincha Alto.
Los pueblos de Illahua Chico, Illahua Chaupiloma, Illahua Grande y Nueva Tondolique.
graron profundamente dentro del más grande mercado econó-
mico del Ecuador, durante los periodos colonial (1535-1822) y
de independencia (posterior a 1822).
Durante la etapa colonial, los españoles establecieron
una estructura de explotación, por medio de la cual regulaban,
controlaban y se aprovechaban del trabajo de los indígenas. Pri-
mero crearon la encomienda, la misma que daba derechos a los
colonos españoles sobre la tierra y sobre sus habitantes. Aunque
diseñada como una relación recíproca, en donde el trabajo era
intercambiado por educación y evangelización, en la práctica,
llegó a ser una forma de esclavitud encubierta, y las bases de los
sistemas de tenencia de la tierras en Ecuador hasta la reforma
agraria de 1964 (Becker, 1997).
En 1550, los españoles introdujeron la mita o sistema de
trabajo por reclutamiento. Bajo la mita, los hombres indígenas
eran apartados de sus familias para trabajar bajo agotadoras con-
diciones en los obrajes (fábricas textiles) o en proyectos de obras
públicas (Burkholder and Johnson, 1990). Por el año de 1600,
grandes propiedades agrícolas, conocidas como haciendas, empe-
zaron a crecer en importancia. En las haciendas, los indígenas fue-
ron forzados al servicio por inquilinato y al peonaje por deudas, a
través de un sistema conocido como concertaje, y que luego fue
conocido como huasipungo. A cambio del acceso a parcelas de
subsistencia y anticipos de granos o efectivo, los indígenas eran
forzados a pactar el trabajo de toda su familia a los hacendados, o
dueños de la hacienda (Becker, 1997; Burkholder and Johnson,
1990). En la práctica, los hacendados tenían derechos sobre todo
los aspectos de las labores físicas, reproductivas y sexuales de hom-
bres, mujeres y niños. Cuando el dueño vendía la hacienda, los tra-
bajadores deudores estaban en la lista al igual que el ganado, como
parte del valor de la propiedad (Becker, 1997).
La independencia de España en 1822 facilitó la incau- 39
tación desenfrenada de tierras por parte de las elites de Crio- Pidiendo caridad
en las calles
llos, puesto que el gobierno español ya no protegía los intereses
de los indígenas sobre la tierra (Becker, 1997). Así, como resul-
tado del desarrollo en nombre de la nueva nación y del progre-
so del Estado, los indígenas fueron apartados de los valles pro-
ductivos para ocupar las laderas inclinadas y los terrenos infér-
tiles del Ecuador. En 1954, grandes terratenientes monopolari-
zaron más de las tres cuartas partes de las tierras agrícolas en
Ecuador (Zamosc, 1994). En 1964, una creciente presión de los
elementos liberales y de los dueños de las plantaciones costeras
(buscando mano de obra barata), triunfó en persuadir al go-
bierno para aprobar una ley de reforma agraria. Esta ley abolió
el sistema de huasipungo en la sierra y liberó a los trabajadores
indígenas de la servidumbre. Mientras que esto dio a los anti-
guos huasipungueros la capacidad de controlar su propio tra-
bajo, la creciente economía capitalista empujó a muchos a bus-
car empleo como trabajadores asalariados en las áreas urbanas
o en las plantaciones costeras (Lentz, 1997).
Sin embargo, Calguasig, tiene una historia ligeramente
diferente. Aunque existen muy pocos documentos escritos acer-
ca del pasado de la comunidad, las historias orales indican que es
una comunidad muy reciente (p.e. establecida durante el perio-
do de posindependencia). Como parte del grupo étnico de Kisa-
pincha, inicialmente ocuparon enteramente la región de alrede-
dor e inclusive la ciudad de Ambato. Muchos miembros de la co-
munidad todavía reclaman áreas de la ciudad, y tienen parientes
de sangre (quienes actualmente se consideran a sí mismos como
mestizos no indígenas) que viven en el pueblo de Quisapincha
(Figura 1.2).19
De acuerdo a las historias orales, el grupo de los quisa-
pinchas se mudaron a las montañas alrededor de Ambato, para
protegerse de los españoles y de las elites Criollas. Los miembros
de la comunidad cuentan como hace cerca de 30 años, los vigilan-
tes eran ubicados a lo largo de la estrecha cordillera montañosa
de Quisapincha Alto, para vigilar el sendero de ascenso de intru-
sos. Si se los divisaba, los vigilantes deberían hacer sonar una pie-
za larga de bambú, en forma de cuerno, para alertar a los lugare-
ños. Luego harían rodar cantos y piedras, montaña abajo, para
forzar la retirada de los intrusos. Los miembros de la comunidad
40 decían que eran hostiles con los extranjeros, porque temían que
Kate Swanson les robarían sus tierras, niños y posesiones. Un hombre contó su
reacción al oír el cuerno de bambú, cuando era niño:
Cuando nosotros eran guambritos teníamos miedo. Solíamos
llorar. Pero los mayores cargado ollas, cualquier cosa, iba al pá-
ramo, pues dentro de monte a esconder. Sabía decir que, ya vie-
ne a robar hijos, que viene a robar ollas. Todo lo que tenemos va
irse llevando.20
Otro hombre contó que, “hasta 1975, los blancos no
podían entrar a Quisapincha Alto. Ellos no podían entrar. Eso
era imposible.”21
En 1938, Calguasig fue legalmente reconocido como
una comuna por el Ministerio de Agricultura y Ganadería. La
Ley de la Comuna entró en efecto en 1937, lo cual significa que
Calguasig fue una de las primeras comunidades indígenas en el
Ecuador en ser reconocida por el gobierno.22 Debido a que Cal-
guasig era una comunidad libre y sus miembros ya poseían tie-
rras, las reformas territoriales de 1964 y 1973 tuvieron poco im-
pacto sobre ellos. Hasta épocas recientes, Calguasig mantuvo una
economía primaria basada en la subsistencia. Debido a la falta de
un camino, los miembros de la comunidad solamente realizaban
comercios y trueques periódicos en los mercados de Ambato y
Quisapincha.
Otras comunidades indígenas (o, al menos, aquellas
que tienen documentada su historia) han tenido experiencias
muy diferentes. La comunidad rural indígena de Zumbagua (Fi-
gura 1.9), por ejemplo, fue parte de una hacienda en el año 1600.
La evidencia de un camino data, por lo menos, del año 1800
(Weismantel, 1988). Las comunidades indígenas en la región de
Cayambe (Figura 1.9) pertenecieron a una hacienda, hasta cerca
de mediados del año 1500 (Becker, 1997). Desde los 1990, Ca-
yambe ha llegado a estar íntegramente vinculada a los mercados
norteamericanos mediante la exportación de rosas ecuatorianas,
principalmente cultivadas y cosechadas por mujeres indígenas
mal pagadas (ver Korovkin, 2003; Krupa, 2001). De hecho, a me-
diados de los noventa, la producción de flores de Cayambe re-
presentaba para Ecuador la tercera o cuarta más grande indus-
tria de exportación (Becker, 1997).
Las comunidades indígenas en la región de Otavalo
(Figura 1.9) han experimentado grandes niveles de integración 41
económica. Los otavaleños tienen una cultura prehispánica de Pidiendo caridad
en las calles
confección de tejidos que se convirtió en la columna vertebral
del comercio textil durante el periodo colonial. Forzados a tra-
bajar en los obrajes, sus textiles fueron enviados al Viejo Mun-
do y también comercializados dentro del Nuevo Mundo. Sin
embargo, a inicios de los noventa, los otavaleños han compran-
do su propia tierra y desarrollado un vibrante comercio textil
internacional y más recientemente, una economía basada en el
turismo (ver Bebbington, 2000; Colloredo-Mansfeld, 1999;
Meisch, 2002).
En el sur del Ecuador, los indígenas de las provincias de
Cañar y Azuay han estado involucrados en la migración interna-
cional desde aproximadamente los años setenta. Aunque ésta se
dirigió inicialmente hacia los Estados Unidos, se ha incrementa-
do a España, dramáticamente, en los años recientes (Jokisch y
Pribilsky 2002). A inicios de los años noventa, los ecuatorianos
(ambos, mestizos e indígenas) formaron el mayor asentamiento
ilegal inmigrante en la ciudad de Nueva York (Colloredo-Mans-
feld, 1999). Esto significa que en población, Nueva York es ac-
tualmente la tercera ciudad más grande del Ecuador (Weisman-
tel, 2003). Tan significativa es esta migración internacional, que
las remesas constituyen la segunda más importante fuente de di-
visas extranjeras del Ecuador (Jokisch y Pribilsky, 2002). Clara-
mente, las experiencias de estas comunidades difieren sustancial-
mente de las de Calguasig.
Como algunas de estas comunidades se enriquecieron
por medio del comercio internacional y la migración, el movi-
miento político indígena ecuatoriano se ha fortalecido. Se dice,
que los indígenas de Ecuador han luchado contra la injusticia y
la desigualdad durante siglos (ver Becker, 1998; 1999; 2003;
Gauderman, 2003). Desde 1990, el movimiento ganó un im-
pulso particular para llegar a ser el más importante movimien-
to social del país, y uno de los mejor organizados de América
Latina (Lucas, 2001). El primer levantamiento nacional indíge-
na se produjo en junio de 1990 cuando en todo el país, milla-
res de indígenas bloquearon las carreteras, se declararon en
huelga y realizaron una marcha masiva por una semana entera
(Zamosc, 1994). En octubre de 1992, mientras se celebraba el
Día del descubrimiento de América en todo el continente, mi-
42 les marcharon hacia Quito para conmemorar los 500 años de
Kate Swanson resistencia indígena con la consigna de “No bailaremos sobre
las tumbas de nuestros abuelos.” En el año 2000, los activistas
indígenas ecuatorianos fueron partícipes en el derrocamiento
del Presidente Jamil Mahuad (Lucas, 2001). En el año 2003, un
cogobierno de Pachakutik y el Partido Sociedad Patriótica (PSP)
llegó al poder, el cual colocó a los líderes indígenas Luís Macas
y Nina Pacari como ministros del gabinete. Sin embargo, la vic-
toria duró poco, ya que después de apenas siete meses el cogo-
bierno se disolvió; el PSP se mantuvo al poder y los miembros
de Pachakutik, Macas y Pacari, fueron removidos del cargo, al
igual que 400 afiliados designados en otros puestos (Whitten
Jr., 2003).
Éste movimiento ha tenido implicaciones importantes
para los indígenas del Ecuador. Condujo al resurgimiento del or-
gullo indígena entre algunos. Los prominentes líderes de Otava-
lo: Nina Pacari, Ariruma Kowii y Auki Tituaña, han descartado
sus nombres españoles de nacimiento a favor de sus nombres en
Quichua. Estos líderes orgullosamente utilizan sus ponchos, cha-
les y prendas de vestir que marcan sus identidad indígena. Esto
ha inspirado a otros, aun a aquellos criados como mestizos, pa-
ra de igual manera llevar su ascendencia indígena orgullosamen-
te (ver Radcliffe, 2000). Existe una creciente clase media indíge-
na en algunas partes del Ecuador, especialmente en Otavalo y en
las provincias de Cañar y Azuay. La región de Otavalo en el nor-
te del Ecuador se ha convertido en un destino principal para tu-
ristas internacionales que buscan coleccionar “auténticos” arte-
factos culturales y experiencias. Ha capturado un importante ni-
cho de mercado, actualmente los otavaleños exportan sus colori-
dos tejidos alrededor del mundo (ver Colloredo-Mansfeld, 1999;
Meisch, 2002).
En las provincias sureñas de Cañar y Azuay las remesas
internacionales provenientes de los migrantes, también son un
creciente sostén de la prosperidad indígena (ver Jokisch, 2002;
Pribilsky 2001). La evidencia de esta nueva prosperidad muchas
veces se muestra a través de casas ostentosas, pródigos regalos
para los niños (Fotografías 1.4 and 1.5). Como Pribilsky (2001)
anota, ha existido una dramática escalada de la cantidad de di-
nero, tiempo y energía empleada en los festejos para los niños,
porque los migrantes tratan de mostrar públicamente su entrega
con sus niños: 43
Pidiendo caridad
Las familias de los trabajadores migrantes pueden gastar cerca en las calles

de US 1000 en vestimenta especial, comida y disk jockeys para las


grandes fiestas infantiles que duran toda la noche. Cientos de
dólares se pueden gastar solamente en la compra de invitaciones
especiales impresas, y decoraciones personalizadas para la fies-
ta. Estos eventos se convierten en una competencia entre fami-
lias, donde los excesos de los vecinos son un indicador de éxito
entre los migrantes (Pribilsky, 2001: 259).
Fotografía 1.4: Una casa “campesina” en la región de Otavalo. El propietario planeaba ins-
talar un ascensor pero no le fue posible porque en la comunidad no existe la suficiente
fuerza eléctrica para hacerlo funcionar.

44
Kate Swanson

Fotografía 1.5: Un regalo de navidad para un niño de 5 años en Cañar. El coche costó
$550 (Fuente El Comercio, 2002).
En estas regiones de creciente prosperidad indígena, la
cultura de los niños cambia rápidamente.
Para los niños indígenas rurales, tal vez el más signifi-
cativo logro del movimiento político indígena fue la introduc-
ción de un sistema de educación intercultural bilingüe, que com-
prende las diez lenguas indígenas habladas a nivel nacional en
1988 (Rival, 1997). Aunque no fue inmediatamente adoptado en
todas las comunidades Quichuas, este sistema ha permitido a
muchos niños indígenas estudiar en su lengua materna. Pero a
pesar de tanta movilización política y creciente prosperidad eco-
nómica en algunas regiones, no ha existido un cambio esencial
en muchas comunidades indígenas rurales del Ecuador, inclu-
yendo a Calguasig.
Los calguaseños estuvieron involucrados en los dos le-
vantamientos de 1990 y 1992. Durante el levantamiento de 1992,
gestaron la recuperación de las tierras que la Iglesia se había
apropiado anteriormente en el pueblo de Quisapincha. Desde
entonces utilizaron este terreno para construir una oficina polí-
tica para la Organización de Campesinos Indígenas de Quisapin-
cha (COCIQ). En 1997, los miembros de la comunidad de todo
Quisapincha Alto se movilizaron exitosamente para lograr que el
líder indígena de Illahua Chico fuera elegido como teniente po-
lítico de la parroquia rural (COCIQ, 1999). Sin embargo, inca-
paces de aceptar a un hombre indígena como su líder, éste fue li-
teralmente echado de Quisapincha por sus oponentes blanco-
mestizos, después de siete meses en su despacho. Desde enton-
ces, dos líderes indígenas más, han sido elegidos para el cargo
(uno de Calguasig Grande en el año 2000 y otro de Illahua Gran-
de en el 2003). Mientras que las relaciones raciales están mejo-
rando, los líderes indígenas continúan enfrentando mucha opo-
sición de los blanco-mestizos, y todavía tienen que obtener pro-
gresos socioeconómicos significantivos para las comunidades.23 45
Pidiendo caridad
en las calles

1 . 8 Condiciones actuales en Calguasig


Claramente, Calguasig tiene una historia y relación dife-
rentes con la modernización que muchas de las comunidades an-
dinas documentadas anteriormente. Debido a su aislamiento y a
su inclusión estadística en la parroquia de Ambato, los datos que
reflejan las condiciones socioeconómicas en Calguasig son esca-
sos. La mayoría de los datos existentes son de inicios de los años
noventa y fueron recolectados por una ONG. No obstante, son
útiles puesto que reflejan la situación justo antes del inicio del in-
volucramiento de mujeres y niños en la migración temporal. En
1992, el 83 % de los hombres de Calguasig y el 94 % de sus muje-
res eran analfabetos (CESA, 1992). En 1994, la desnutrición infan-
til fue del 88 % (Cruz et al., 1994). En Quisapincha Alto, el 71 %
de los niños estaban ya sea bajo el peso o la estatura promedio, a
causa de la desnutrición (CESA, 1995). Mientras que el número de
casas construidas con bloques de cemento se ha incrementado rá-
pidamente en los años recientes, en 1991 el 70 % de las casas de
Calguasig estaban hechas de barro y techo de paja (Camacho Mu-
ñoz, 1991). Para el fin de la década, el 84 % de las familias tenían
acceso a la electricidad en sus casas y sobre el 90 % tenían acceso
al agua entubada (COCIQ, 1999), pero hasta la actualidad no exis-
te alcantarillado, ni líneas telefónicas,24 ni servicios médicos. El
promedio de tiempo de vida se mantiene bajo en las comunida-
des: un escaso 5 % de la población está sobre los sesenta años de
edad. En contraste, el grueso de la población es joven, con un 52
% bajo los 18 años de edad (COCIQ, 1999).
Hasta 1992, no existía un camino de acceso a Calgua-
sig. La única vía para entrar o salir de la comunidad era a través
de un largo y dificultoso sendero a través de las montañas. Aún
con el nuevo camino, el viaje de 16 Km al centro de la parroquia
de Quisapincha todavía requiere un mínimo de hora y media en
automóvil, debido a las malas condiciones. También el camino es
peligroso: han existido muertes, durante su construcción y más
recientemente, cuando un camión fuera de control cayó varios
cientos de metros por la ladera de la montaña.25 Ambos, Calgua-
sig Chico y Calguasig Grande, tienen escuelas primarias bilin-
gües (Español - Quichua) hasta el sexto año;26 sin embargo, nin-
46 guna persona ha obtenido una educación secundaria. Esto pue-
Kate Swanson de deberse a que el colegio más cercano está en el pueblo de Qui-
sapincha. La mayoría de los niños abandonan la escuela a la edad
de 12 años para unirse a la economía de capital. Mientras que los
miembros de la comunidad valoran la educación para sus niños,
la calidad de la educación es pobre a causa de los maestros insu-
ficientemente capacitados, la falta de recursos educativos, la de-
ficiente infraestructura escolar, los cortos periodos escolares y las
frecuentes ausencias del profesor.27
La agricultura en pequeña escala ha sido, tradicional-
mente, el principal soporte económico para la comunidad.
Aunque de laderas inclinadas, el terreno está cubierto por una
capa profunda de suelo volcánico que es rico en contenido or-
gánico (CESA, 2002). Los cultivos populares en la región inclu-
yen patatas, habas, cebada, trigo y tubérculos andinos tales co-
mo mellocos, mashua y ocas.28 Los miembros de las comunida-
des insisten en que, aunque la tierra es fértil, ya no pueden sub-
sistir solamente de la agricultura. Como se muestra a continua-
ción, existen varios factores complicados que han conducido a
este problema; incluyendo el incremento de la intensidad en el
uso de la tierra, el incremento de la fragmentación de los terre-
nos, la reducción de las ganancias agrícolas, y la creciente nece-
sidad de ingresos en efectivo.
La población de la comunidad ha crecido significativa-
mente en los años recientes: el crecimiento anual estimado para
Quisapincha rural, sugiere una tasa del 6,3 % (COCIQ, 1999).29
Debido la falta de control en la natalidad, las mujeres continúan
teniendo niños durante sus años productivos. Las altas tasas de
mortalidad infantil han mantenido tradicionalmente un núme-
ro bajo de población. En 1957, la tasa de mortalidad infantil pa-
ra toda la parroquia de Quisapincha era de 547 niños por cada
1.000 nacimientos. En el mismo año, la tasa de mortalidad infan-
til para Ambato era de 95 muertes por cada 1.000 nacimientos
(Peñaherrera et al., 1961). En todo el país, la tasa fue de 106 (SII-
SE 3.5, 2003k). Hablé con una pareja de calguaseños que habían
perdido siete de sus once niños. El padre me explicó:
Así era enfermedades como no sabía en el tiempo. En ese tiem-
po, no había así como en Quisapincha, no había médico. No po-
díamos bajar y como había falta de centro de salud, o sea toda
manera, no había carro ni carretera. Y era muy dificil la camina-
47
da para abajo.30
Pidiendo caridad
en las calles
Pero con la introducción del camino, ahora, tienen un
mejor acceso a cuidados médicos y vacunas básicas y consecuen-
temente, más niños (y adultos) sobreviven. Los miembros de la
comunidad tienen sentimientos opuestos acerca de este asunto:
una mujer de 34 años edad se lamentaba de lo infortunada que
era, puesto que 6 de sus niños habían sobrevivido. En el contex-
to de altas tasas de mortalidad infantil, las mujeres de la comu-
nidad, tal vez, han desarrollado una ética de “indiferencia a la
muerte” como una táctica emocional para cubrir su pobreza. En
su análisis de las mujeres brasileñas pobres, Scheper-Hughes
(1992) se refiere a este aspecto como “muerte sin lamentaciones”,
un forzado desapego a una tragedia personal.
El alto crecimiento poblacional ha dado como resulta-
do un incremento de la presión territorial. Existe una tradición
de herencia territorial en la comunidad, lo que significa que ca-
da año los terrenos son divididos en parcelas más pequeñas. Ac-
tualmente, las parcelas familiares son de aproximadamente 0,28
hectáreas de tamaño.31 Debido al aumento de la presión territo-
rial, a las parcelas agrícolas ya no se les da periodos de descanso
(barbecho), y se utilizan intensivamente durante todo el año. Los
miembros de la comunidad, solamente, pueden producir una
pequeña cantidad de comida en estas parcelas, a veces lo justo
para sus necesidades de subsistencia. Cuando la población de
Calguasig era pequeña, las parcelas agrícolas se concentraban en
los valles más fértiles. En la búsqueda de más tierra, los calgua-
seños están siendo desplazados hacia las regiones de inclinadas
laderas y dentro del páramo: un terreno ambientalmente sensi-
ble sobre los 3.500 m. Utilizado para el pastoreo de ganado y pa-
ra el cultivo de la patata, las tierras del páramo fueron rápida-
mente erosionadas, compactadas y perdieron la capacidad de
producir. Puesto que, el páramo es la fuente de agua de toda la
región y abastece acerca de 40.000 usuarios en Ambato y sus al-
rededores, esta tendencia presentará significativos problemas
ambientales (y políticos) en los años venideros (CESA, 2002).
También la erosión es un problema significativo para la mayoría
de tierras cultivadas. Con muchas pendientes empinadas y poco
cultivo en terrazas, las lluvias abundantes se llevan el manto de
suelo año tras año. Un experto predijo que si el actual modelo de
48 uso de la tierra continúa, ésta se mantendrá productiva única-
Kate Swanson mente no más allá de 8 a 10 años.32
Como Calguasig está cada vez más integrada en el
mercado económico, los precios de los productos agrícolas tam-
bién son un problema importante. Aunque los miembros de la
comunidad estaban inicialmente realizando una producción de
subsistencia, eran capaces de vender algunos bienes a cambio de
productos alimenticios básicos, ganado y suministros agrícolas.
Pero desde la crisis económica y la subsiguiente dolarización, los
costos de los insumos agrícolas, tales como los fertilizantes, fun-
gicidas y medicamentos veterinarios, se han venido elevando de-
bido una grave inflación.33 Mientras tanto, los precios de venta
han caído debido a la inundación del mercado con productos
agrícolas importados, más baratos, provenientes de Colombia y
Perú. Esto provocó que, en el 2001 y en el 2002, un quintal34 de
patatas se vendiera entre cincuenta centavos a un dólar. Una par-
cela de tierra generalmente produce de 10 de 15 quintales de pa-
tatas. Por lo tanto, aunque los miembros de la comunidad ven-
dieran su cosecha entera, ganarían apenas de cinco a quince dó-
lares por seis a ocho meses de trabajo. Luego de que me explica-
ron esta situación, uno de los miembros de la comunidad excla-
mó: “¡una cola grande y no alcanza un dólar ahorita! ¿De dónde
sacamos el dinero?”35 En la opinión de un empleado del Minis-
terio de Bienestar Social de la provincia de Tungurahua los inter-
mediarios agrícolas son los ganadores, mientras que los agricul-
tores rurales apenas obtienen algo: “es la ganancia del comer-
ciante, les roban prácticamente el trabajo. Pierden en ingredien-
tes, pierden en mano de obra y pierden en tiempo…La situación
les resulta muy difícil, que con 4,5 dólares que eso se consigue al
transcurso de 6 meses, ellos no pueden realmente sobrevivir. En-
tonces es una situación que les ha llevado a salir.”36
A primera vista, la situación de Calguasig no es única.
En todo el país, los agricultores rurales de pequeña escala han
abandonado sus parcelas y escogido continuar con actividades no
agrícolas, la mayoría de las veces, en el sector informal urbano (ver
Korovkin, 1997). Para muchos agricultores rurales, los programas
de ajuste nacionales conducen a un incremento en la pobreza ru-
ral, y bloquean el equivalente al acceso a los principales recursos,
que se necesitan para una producción agrícola continua, como el
acceso a más tierras, crédito, semillas de alta calidad y nuevas tec-
nologías (L. Martínez, 2003). Mientras que las políticas de desa- 49
rrollo neoliberal del país se ha enfocado en una agricultura de Pidiendo caridad
en las calles
gran escala y de exportación, la mayoría de los agricultores rurales
de pequeña escala han sido abandonados. Así, para Calguasig, la
comunidad ha estado siempre abandonada, olvidada y envuelta
entre las ocultas extensiones de los Andes.
Lo que es particularmente distintivo de los Kisapin-
chas es el involucramiento de mujeres y niños en la mendicidad.
Otras mujeres y niños indígenas de los Andes se dedican a men-
digar, pero casi exclusivamente en la época navideña para capi-
talizar la caridad Cristiana. Los calguaseños, por otra parte, están
involucrados en la mendicidad todo el año. En cualquier lugar
del Ecuador, las migraciones temporales andinas han estado for-
madas principalmente por hombres (Lentz, 1997; Sanchez-Par-
ga, 2002). Las mujeres y los niños –particularmente las niñas–
involucrados en migraciones temporales rural-urbanas son una
tendencia relativamente nueva, la misma que aumentó desde
mediados de los años noventa.
La amplia mayoría de mendigos indígenas en Quito
provienen de la comunidad de Calguasig; sin embargo, una par-
te de mujeres y niños provienen también de los alrededores de
las comunidades de Illahua en Quisapincha Alto (Fotografía
1.3), Punguloma y Tilivi en la vecina parroquia de Pasa (Foto-
grafía 1.2), esto hace pensar en una tendencia regional. Todas és-
tas, también, son comunidades indígenas Kuisapinchas de alti-
tud, que comparten similares geografías, historias y condiciones
socioeconómicas. La falta de integración de estas comunidades
en el mercado económico puede ayudar a explicar el por qué
mendigan todo el año, mientras que otras comunidades no lo
hacen así. Puede ser que las otras comunidades indígenas rurales
tienen, ya, otras opciones disponibles o han desarrollado otras
actividades especializadas.
Las mujeres y niños de Calguasig migran a la ciudad
por periodos cortos: desde una semana hasta un mes, en cada
ocasión. Los hombres a veces los acompañan para trabajar como
lustrabotas en la ciudad; sin embargo, más frecuentemente los
hombres y mujeres migran separadamente, para que así alguien
pueda quedarse para cuidar de los animales y cosechas. Las pa-
rejas jóvenes, por otro lado, migran juntas para poder maximi-
zar sus ganancias, y así ahorrar, para comprar casas, animales y
50 las necesidades básicas para su futuro. La mayoría de las familias
Kate Swanson migrantes han trabajado en Quito y Guayaquil, las dos ciudades
más grandes del Ecuador. Esta investigación se enfoca principal-
mente en Quito la capital, aunque se presentan algunos datos
comparativos de la ciudad costera de Guayaquil en el Capítulo
Siete (Figura 1.1).
Quito está situada a 2.800 m en la sierra andina, y tie-
ne una población de sobre los 1,8 millones de habitantes (Frei-
re Heredia, 2003). Ligeramente al sur de la línea ecuatorial, la
ciudad ocupa un valle largo y estrecho rodeado de volcanes. La
mayoría de hombres, mujeres y niños calguaseños trabajan en la
más próspera parte norte de la ciudad, donde las nuevas urba-
nizaciones continúan creciendo. Desde el parque de El Ejido ha-
cia el norte, ellos trabajan en las intersecciones principales a lo
largo de las rutas del trolebús en la Seis de Diciembre y la Av.
Diez de Agosto, en la zona de los mochileros cercana a la Av. Río
Amazonas, que es la zona petrolera internacional cercana a la
Av. Portugal.
En las intersecciones, pasan 11 horas al día vendiendo
chicles y/o mendigando a los quiteños, lo suficientemente adine-
rados como para poseer un automóvil. En la zona petrolera, en
la zona de los mochileros (a la cual, en Quichua, se refieren los
calguaseños como Gringopamba), y en las afueras del sector pe-
trolero internacional, ellos ocupan las aceras, a veces sentados y
otras veces de pie. Los niños menores de 14 años raramente tra-
bajan solos y casi siempre lo hacen a poca distancia de un ado-
lescente, o un adulto miembro de su amplia familia.
Cuando son interrogados sobre el por qué migran a la
ciudad, casi siempre responden “no tenemos dinero”. Como el
Ecuador por tanto, está incrementando su integración en la
economía de mercado, la necesidad de dinero se refuerza. Los
calguaseños ya no pueden ser más autosuficientes, puesto que
no logran producir algunos de los productos básicos de los que
aprendieron a depender, tales como: arroz blanco, aceite, azú-
car, harina, fideos y sal. El arroz blanco, en particular, es una in-
troducción completamente nueva a la dieta. Recientemente,
hasta el año 1993, se registra que los principales productos bá-
sicos de su dieta eran la cebada, las patatas y los tubérculos an-
dinos (Chango, 1993). Por mi experiencia vivida en la comuni-
dad, ahora, el arroz blanco se utiliza en mayor cantidad en ca-
da comida. De acuerdo a una mujer indígena, quien trabaja con 51
los calguaseños en la ciudad: Pidiendo caridad
en las calles

Dice que viene porque en la casa, lo que siembra no da pronto.


Igual, para vender no pagan lo que es justo, pagan muy poqui-
to. Entonces ellos aunque tengan granos, papas, les falta la sal, la
manteca, todas esas cosas, necesita dinero… De todas formas,
no hay dinero que se puede hacer en la casa. Entonces ellos tie-
nen que salir a la ciudad como sea, aunque deben pedir. Y como
les dan, entonces ellos con más ganas regresan.37
Más allá de de los suministros alimenticios básicos,
los miembros de la comunidad requieren cada vez más dinero
para pagar los implementos escolares de sus niños, los que in-
cluyen uniformes, cuadernos y refrigerios escolares. Como la
comunidad por sí misma llega a estar más integrada con la es-
fera urbana y la cultura occidental, están, cada vez, más expues-
tos a los artículos de consumo. La atracción de la cultura de
consumo es fuerte y ciertamente ellos desean ser parte de ella.
Los artículos tales como equipos de música portátiles, televi-
siones, camionetas, teléfonos celulares, bicicletas, licuadoras y
ropa de marca, son mercancías codiciadas en la comunidad. Sin
embargo, el número de individuos que poseen estas mercancías
todavía se mantiene bajo (Figura 1.1138). Como declaró el pre-
sidente de una de las organizaciones comunitarias reciente-
mente creadas: “aquí la comunidad falta éste, tanto falta. Por
eso, estamos medio dejados y migramos”39. Los miembros de
la comunidad ya no quieren estar abandonados y la mendici-
dad es una estrategia que, tal vez irónicamente, les permite sa-
lir adelante.

1 . 9 P reguntas de la investigación y organización del libro


Este trabajo pretende dar a conocer los mitos, que ro-
dean las vidas de los jóvenes mendigos indígenas de las calles en
las principales ciudades del Ecuador. En general, está ubicada en
la subdisciplina de la geografía social, sin embargo, está alimen-
tado y trazado desde la geografía cultural. De acuerdo a Valenti-
ne (2001: 167), la geografía cultural es, descrita comúnmente,
como la investigación involucrada con “el significado, la identi-
dad y la representación”; mientras que la geografía social está in-
volucrada con “las desigualdades estructurales, la justicia social y
52
la reproducción social.” Con una fuerte base empírica y una pro-
Kate Swanson
funda preocupación por las desigualdades sociales y espaciales,
esta investigación está firmemente fundamentada en lo social.
No obstante, con su preocupación por las identidades juveniles y
la representación de los mendigos, se bosqueja desde el cambio
cultural en la geografía.
Existen cuatro series de preguntas investigativas diri-
giendo esta investigación, las cuales se pueden dividir en los si-
guientes temas: 1) niñez ; 2) identidad de los migrantes; 3) el si-
Figura 1.11: posesión de mercancías por familias en Calguasig, 2003
100
90
80
70
Porcentaje

60
50
40
30
20
10
0
Equipos de
sonido

Camionetas

Guarda ropas

Televisiones

Radios

Cocinas de gas

Camas de metal
Mercancías

* Debido al estatus asociado con camionetas, algunos niños pudieron haber incluido
camionetas que pertenecen a miembros de sus familias extendidas. Mis observacio-
nes indican que el número de familias que poseen camionetas está más cercano a
10%. La mayoría de estas camionetas tienen más que veinte años.
** La mayoría de éstas televisiones están negras y blancas y muy pequeñas (es decir,
10 cm).

tio simbólico del mendigo; y 4) exclusión urbana. Las preguntas


específicas de investigación son las siguientes:

Niñez:
1. ¿Cómo las infancias indígenas se articulan con el concep-
to “moderno” de la niñez?
2. ¿Cómo los niños indígenas negocian y se reconcilian con- 53
sigo mismos con los cambios que se están produciendo en
Pidiendo caridad
su comunidad? en las calles

3. ¿Qué importancia tienen estos cambios para los futuros


de los niños?

Identidad migrante:
4. ¿Cómo los niños indígenas gestionan sus identidades,
mientras cambian entre el espacio rural y urbano?
5. ¿Influyen las experiencias migratorias de los niños en sus
identidades de género, raza y étnicas? Si es así, ¿cómo?
6. ¿Cómo eligen ellos su identidad entre estos senderos in-
ciertos y cambiantes?, ¿difieren éstas elecciones de las que
hicieron sus mayores? Si es así, ¿cómo?

El sitio simbólico del mendigo:


7. ¿Cuál es el sitio simbólico que ocupa el mendigo en la so-
ciedad capitalista? ¿Cómo los mendigos indígenas son re-
presentados e imaginados?
8. ¿Disputan las mujeres y niños indígenas con sus estigma-
tizadas identidades en la esfera urbana? Si es así, ¿cómo?
9. ¿Afecta o transforma la mendicidad a su comunidad?
¿Cómo?

Exclusión urbana:
10. ¿Cómo el estado marginal de la juventud indígena en la
esfera urbana se cruza con la reestructuración urbana y el
empuje del turismo global?
11. ¿De qué manera los discursos sobre los derechos de los ni-
ños, el género, la raza y la etnicidad participan en los esfuer-
zos por remover mujeres y niños indígenas de las calles?
12. ¿En qué forma el discurso de la revitalización urbana na-
turaliza y legitima la exclusión social y espacial?
Este libro explora estas preguntas de la investigación a
lo largo de ocho capítulos. Este capítulo ha delineado el contex-
to, y los temas conceptuales, que conducen esta investigación.
54 Provee una visión general de la actual situación política y econó-
Kate Swanson
mica del Ecuador para contextualizar esta investigación. Tam-
bién, ubica a la comunidad de Calguasig en una discusión com-
parativa con otras comunidades indígenas. Luego, delinea las ac-
tuales condiciones sociales, culturales, económicas y ambientales
en la comunidad de Calguasig.
El capítulo dos provee una visión analítica de la litera-
tura existente sobre raza, etnicidad y niñez en los Andes. En este
aspecto, presta particular atención a los discursos de mestizaje y
“blanqueamiento”, los que contribuyen a racializar a los “otros”
de los individuos indígenas, y revela cómo esta situación toma
forma a través del espacio. Luego explora la niñez a través de cin-
co temas transversales: los cambiantes contextos de la infancia
indígena, trabajo y juego, migración, identidades juveniles y ni-
ños trabajadores de las calles. Después de un amplio recuento de
esta literatura, el capítulo identifica las brechas de conocimiento
y justifica las bases de la investigación.
El capítulo tres esboza la metodología. Explora los pro-
blemas entorno a la representación y la falta de mi particular in-
tegración social. También, se adentra en una discusión concer-
niente a los variados retos éticos y substantivos que afronté. Des-
cribe los 18 meses de trabajo de campo, particularmente enfo-
cándose en la obtención de la confianza, la observación partici-
pativa, las entrevistas, y la recolección secundaria de datos. Con-
cluye con una discusión sobre el análisis de los mismos.
El capítulo cuatro mira en profundidad a la comunidad
de Calguasig, para explorar las complejas transformaciones que se
dan como las ideas “modernas” que infiltran la comunidad. Pro-
vee un resumen histórico de las cambiantes condiciones de la co-
munidad, y analiza cómo estos han afectado las nociones de géne-
ro, sexualidad, trabajo, juego, aprendizaje, niñez e identidad. Se
ampara en datos de encuestas y entrevistas informales con jóvenes
y miembros de la comunidad. Además, explora cómo los niños in-
teriorizan y lidian con continuos cambios.
El capítulo cinco cambia su mirada hacia la esfera ur-
bana. Revela cómo los niños trabajadores de Calguasig, no se
ajustan a las tipologías preexistentes, sobre los niños trabajado-
res en Ecuador y en el exterior. Luego de dilucidar el por qué es-
tos niños se alejan de los patrones estándares de los niños traba-
jadores de la calle, explora por qué existen muchos conceptos
erróneos sobre sus vidas. Luego, explora cómo los niños y jóve- 55
nes indígenas (con énfasis particular en las niñas) negocian sus Pidiendo caridad
en las calles
identidades de género, raza y étnica en la esfera urbana. Debido
a la creciente importancia del proceso de modernización, este
capítulo examina cómo los jóvenes están retando, inpugnando y
redefiniendo lo que significa el ser un indígena en el siglo XXI.
El capítulo seis explora el sitio simbólico del mendigo,
a través de la óptica de género, niñez, raza y etnicidad para ayu-
dar a explicar por qué los niños y mujeres indígenas son estigma-
tizados en la esfera urbana. Examina cómo, lejos de ser víctimas
pasivas, las mujeres y niños indígenas, se basan en estrategias pa-
ra enfrentarse, resistir y hasta asumir su participación esencial en
la ciudad. Luego, explora cómo los flujos de mendigos urbanos
retornan a su comunidad rural de Calguasig. Se anota que, aun-
que la mendicidad había empezado como una “estrategia de su-
pervivencia”, ha evolucionado hacia el consumismo manifiesto e
intrincado la obtención de estatus y realización educativa.
El capítulo siete explora las políticas de exclusión en
Quito y Guayaquil. Además, explora cómo la reestructuración ur-
bana y el empuje del turismo global, son utilizados adicionalmen-
te para legitimar y naturalizar la exclusión de mujeres y niños in-
dígenas en la esfera urbana. Esta discusión se facilita por medio del
análisis de: los proyectos gubernamentales cuyos objetivos son los
niños y adolescentes indígenas, las redadas de la policía quiteña de
niños mendigos y, la propuesta de una campaña contra la mendi-
cidad. Luego, este capítulo enfoca específicamente los proyectos de
revitalización urbana en Quito y Guayaquil, para mostrar cómo
los empeños para remover a los mendigos indígenas de las calles
están cubiertos de un lenguaje de pureza y deshonra.
El capítulo ocho concluye este libro. Luego de resumir
los resultados empíricos, se realiza un comentario general de las
principales contribuciones de la investigación. Este capítulo con-
cluye esbozando los problemas que restan, y planteando suge-
rencias para investigaciones futuras.

Notas:
1 Calguasig tiene una población de aproximadamente 1.250 habitantes di-
vididos en 255 familias.
2 En 1997, un experto local sugirió que existían aproximadamente 200 fa-
56 milias indígenas mendigando en Quito (Diario Hoy 1997). Creo que esta
cifra es correcta, si no es ligeramente superior. Sin embargo, debido al ca-
Kate Swanson
rácter periódico y temporal de la migración rural–urbana, estas familias
trabajan en la ciudad sobre una base de rotación. En cualquier ocasión,
no existen más de 200 mujeres y niños indígenas mendigando en Quito.
3 Utilizo este término en el contexto de racialización, una ideología racista
que establece jerarquías biológicas, físicas, higiénicas, culturales y/o me-
dioambientales, con el propósito de excluír y “diferenciar” individuos o
grupos (ver Barot y Bird, 2001).
4 Utilizo los términos “Norte Global” y “Sur Global” para resaltar la desi-
gualdad de balance de poder, recursos, y capital en ambas formas entre y
al interior de los países del norte y del sur. Por ejemplo, al interior del sur,
muchas elites viven en condiciones similares a las que viven en el norte
(altos ingresos, alto nivel de consumo, y alto grado de acceso a los recur-
sos); por lo tanto, “Norte Global” se refiere a este sector de elite, tanto si
residen en el norte o sur geográficos. De igual forma, al interior del “Nor-
te Global”, muchos individuos, incluyendo a los aborígenes, viven bajo
condiciones comparables a aquellos que viven en el sur (altas tasas de po-
breza, acceso limitado a los recursos, alta mortalidad). Así, cuando utili-
ze el término “Sur Global” me refiero a los individuos que viven bajo con-
diciones de marginalidad, pobreza, exclusion, imperialismo, etcétera, ya
sea que se encuentre en el sur o norte geográfico. El punto es que las con-
diciones del “Sur Global” existen en ambos norte y sur.
5 Los niños (menores de 18 años de edad) que viven en familias cuyos in-
gresos totales están por debajo del nivel nacional de pobreza según está
definido por la Oficina de Censos de los EE.UU.
6 Los niños (menores de 18 años de edad) que viven en familias cuyos in-
gresos totales, quitando impuestos, están por debajo del Ingreso Mínimo
fuera de Costes (LICO), como está definido por el Estadístico de Canada.
Aunque esta medida es ampliamente utilizada, ha sido criticada (en espe-
cial por el Instituto Fraser) por sobredimensionar las tasas nacionales de
pobreza. Sin embargo, para los propósitos de esta investigación, estas ci-
fras muestran las, comparativamente elevadas, tasas de pobreza para las
racializadas minorías canadienses.
7 Una vez más, estoy hablando en un estricto sentido material. Si la rique-
za está medida por la acumulación de bienes materiales, entonces los cal-
guaseños se han vuelto más “ricos”. Como se ha expresado, ellos se man-
tienen extremadamente pobres, como se hará evidente en este capítulo.
8 Ver Hecht (1998: 70-92), para ejemplo de cómo esta situación se agota en
Brasil.
9 La categoría de “mestizo” fue utilizada originalmente para indicar la mez-
cla racial y cultural entre blancos, negros e indígenas. Desde entonces, este
término se ha vuelto más significativo, como se discutirá en el capítulo dos.
10 Esta aparente contradicción se discute luego en este capítulo.
11 Aunque sería difícil comprobar este reclamo, con certeza, debido a las di-
ficultades de recoger datos sobre formas ocultas de trabajo infantil y la
baja calidad de la información estadística en muchos países de América
Latina.
57
12 El contexto ideológico para esta exclusión será elaborado posteriormente
en el capítulo cuatro. Pidiendo caridad
en las calles
13 Curiosamente, recientes datos revelan que a nivel nacional, las tasas de
mortalidad infantil se elevaron entre el año 1999 y el 2001. Luego de se-
guir una tendencia de disminución gradual, la tasa se elevó de 1,7 en 1999
a 24,9, en 2001 (INEC, 2003).
14 Reconozco que estas no son estadísticas “históricas”; sin embargo, las es-
tadísticas ecuatorianas sólo recientemente han empezado a ser desagrega-
das por la lengua (Quichua o Español), lo cual permite realizar alguna
aproximación de los datos concernientes a los indígenas.
15 Este trabajo incluye labores agrícolas y domésticas sin paga.
16 A menos que se especifique, me refiero a ambos: Calguasig Grande y Cal-
guasig Chico, indistintamente como Calguasig a lo largo de casi todo es-
te libro. Existen muchas formas de escribir Calguasig incluyendo Calhua-
sí, Calguasig, Calguasí, y Calohuasí.
17 La parroquia de Quisapincha está dividida en tres sectores: zona baja, zo-
na nedia, y la zona alta.
18 La población de la parroquia rural de Quisapincha es de 11,500 habitan-
tes (INEC, 2001).
19 He reconstruido esta historia basada en la información de entrevistas y
conversaciones informales con los miembros de la comunidad.
20 Teniente Político de Quisapincha. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de
2003. Quisapincha. Todas las entrevistas fueron transcritas de una graba-
ción de audio; además, todas se realizaron en español, aún sin ser el idio-
ma dominante de los entrevisados, por la autora. El texto presentado es
literal, tal y como fué expresado por las personas entevistadas y sin arre-
glos didácticos o gramáticos.
21 Presidente, COCIQ. Entrevistado por la autora. Mayo 4 de 2003. Quisapin-
cha.
22 Para un análisis crítico sobre la Ley de la Comuna, ver Becker (1999).
23 Datos recogidos de entrevistas informales y conversaciones con miem-
bros de la comunidad.
24 No existen líneas telefónicas, pero un pequeño número de individuos han
adquirido recientemente teléfonos celulares. Debido a que están ubica-
dos en una región alta en las montañas, la recepción es muy buena. Sin
embargo, los costos de las llamadas son muy altos. Por esta razón, los te-
léfonos celulares son principalmente símbolo de estatus.
25 Este hecho ocurrió en noviembre de 2004. Información obtenida por me-
dio de una conversación telefónica con un miembro de la comunidad, el
3 de diciembre de 2004.
26 Como será discutido en el capítulo cuatro, la primera escuela comunita-
ria se estableció a principios de los años setenta. El sistema de educación
bilingüe no llegó hasta el año 1996.
27 Por entrevistas personales y observaciones en la comunidad.
28 Los nombres científicos de estos tubérculos andinos son: Ullucus tuberosus,
Tropaeolum tuberosum, y Oxalis tuberosa respectivamente (CESA, 2002).
29 Para comparación, la tasa de crecimiento poblacional del Ecuador es de
58
1,03% (CIA, 2004).
Kate Swanson 30 Norberto, miembro de la comunidad. Entrevistado por la autora. Abril 27
de 2003. Calguasig. Todos los nombres de los miembros de la comunidad
han sido reemplazados por seudónimos.
31 Especialista en servicultura y conservación, CESA. Entrevistado por la au-
tora. Mayo 28 de 2003. Ambato.
32 Agrónomo, Ministerio de Agricultura, provincia de Tungurahua. Entre-
vistado por la autora, Mayo 28 2003, Ambato.
33 En 1996, la inflación fue de 24,4%. Durante los años siguientes, se elevó
substancialmente a un valor pico en el año 2000 –el año de la dolariza-
ción– (1997 = 30,6%; 1998 = 36,1%; 1999 = 52,2%; 2000 = 96,1%; 2001
= 37,7%) (SIISE 3.5, 2003v).
34 Un quintal equivale aproximadamente a 46 Kg o 101 lb.
35 Presidente de la Nueva Asociación Izamba. Entrevistado por la autora,
Mayo 13 de 2003. Calguasig Grande.
36 Antiguo coordinador para la protección de menores, Ministerio de Bie-
nestar Social, provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio
3 de 2003. Ambato.
37 Promotor comunitario, Fundación Don Bosco. Entrevistado por la auto-
ra, Agosto 26 de 2003, Quito.
38 Los datos del Figura 1.11 provienen de una encuesta que realicé con 42
niños en Calguasig Chico y Calguasig Grande. Ver el Capitulo Tres y el
Apéndice A para más información sobre la recolección de esta informa-
ción. Hasta lo que personalmente conozco, no existen hermanos (doble
conteo) en esta encuesta.
39 Presidente de la Nueva Asociación Izamba. Entrevistado por la autora.
Mayo 13 de 2003. Calguasig Grande.

59
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo II

GEOGRAFÍAS DE GÉNERO,
RAZA, ETNICIDAD Y NIÑEZ
EN LOS ANDES

2 . 1 I n t roducción
Este capítulo revisa la literatura existente sobre raza,
etnicidad y niñez en los Andes. Resalta la investigación impor-
tante y relevante en las vidas de los niños y jóvenes de Calguasig,
e indica los vacíos que requieren conocimientos adicionales. Co-
mienza con una visión global sobre raza y etnicidad en los An-
des, y revela la poca atención que se ha prestado a las formas de
las cuales éstos aspectos afectan a niños y jóvenes. Luego, éste ca-
pítulo explora la literatura sobre la niñez a través de cuatro te-
mas relacionados: los cambiantes contextos de la niñez indígena,
el trabajo y el juego, las identidades juveniles, y los niños traba-
jadores de la calle.

2.2 Geografías de raza y etnicidad


61
A pesar de la existencia de un fuerte movimiento polí-
Pidiendo caridad
tico indígena, los indígenas ecuatorianos continúan siendo el en las calles

blanco del discurso racista y prácticas excluyentes. Sobre el pa-


pel, Ecuador ha realizado esfuerzos para superar el evidente ra-
cismo. La Constitución de 1998, reconoce al Ecuador como un
país “plurinacional” y “multiétnico” (Artículo 1). El Código de la
Niñez y Adolescencia del 2003, establece que ningún niño o ado-
lescente será discriminado por motivo de su “etnicidad”, “color”
o “lenguaje” (Artículo 6). Además establece que la ley reconoce y
garantiza los derechos culturales de los jóvenes indígenas y afro-
ecuatorianos (Artículo 7). Aunque, como en cualquier parte, el
racismo se mantiene como una constante corriente oculta en la
cultura popular.
En un intento de eliminar la “raza”, como una catego-
ría social, el discurso oficial ha insertado la “etnicidad” como su
eufemismo. Aunque, en la cultura andina contemporánea, el tér-
mino “etnicidad” continúa evocando un esencialismo biológico
y racial (de la Torre, 2002a). La raza afecta las vidas de los indí-
genas sobre una base continua, y las agota de maneras múltiples
y relacionadas. Por ejemplo, el término indio es por sí mismo un
insulto racista, comúnmente acompañado por la palabra sucio.1
Runa, un término quichua de autorreferencia entre los indígenas
de Ecuador, es utilizado coloquialmente en español para referir-
se a algo que es sucio, feo o de mala calidad (Weismantel, 2001).
En la cultura popular, los indios en los Andes son comúnmente
asociados con la suciedad y enfermedad (Colloredo-Mansfeld,
1998; Orlove, 1998). Son estereotipados como “vagos”, “estúpi-
dos”, “torpes” y “tontos” (Colloredo-Mansfeld, 1999; Van Vleet,
2003). Son descritos como gente de mente simple, seres inmadu-
ros que se mantienen en un estado infantil (Guerrero, 1997). Al-
gunos hasta utilizan discursos animalistas para rebajar a los in-
dios, que “viven como animales” (Orlove, 1998: 218). Dadas es-
tas profundas tachas raciales, el concepto de “etnicidad”, en sí
mismo, es inadecuado considerando las múltiples barreras exis-
tentes entre indios y mestizos en los Andes. Como establecieron
Weismantel y Eisenman (1998: 122), afirmaciones como las des-
critas anteriormente “evocan campos de referencia poderosa-
mente físicos, esenciales e inherentemente degradantes, para ser
considerados otra cosa que raciales”
La raza es, puramente, una construcción social sin ba-
62 ses en la realidad biológica; aunque continúa funcionando en el
Kate Swanson imaginario popular como una fuerza poderosa y excluyente
(Wade, 2002). Fundamentada en la “diferenciación de las pobla-
ciones humanas por alguna noción de linaje o herencia colectiva
de rasgos” (Anthias and Yuval-Davis, 1992: 2), la raza establece
un límite contextual y relacional entre quienes pueden o no, per-
tenecer a ella. En los Andes, la raza continúa siendo un hecho so-
cial que naturaliza la inequidad económica. Es la base para una
jerarquía social que posiciona a los blancos en la cima, y a los in-
dios en el fondo2 (Weismantel, 2001). De hecho, blancos e in-
dios, a menudo, son ideados en una oposición binaria: la moder-
nidad y el progreso urbano son imaginados colectivamente co-
mo blanco, mientras que el atraso y el deterioro rural como in-
dio (Radcliffe and Westwood, 1996).
Aunque todavía existe mucha controversia alrededor
de los términos “raza” y “etnicidad”, continúan siendo utilizados
juntos en la literatura sobre los Andes. Esto, se puede deber al
mestizaje, que es un concepto fundamental para los discursos re-
ferentes a la raza y la etnicidad en muchas partes de Sudamérica.
El mestizaje se entiende como un proceso de mezcla racial y cul-
tural, el cual implica la combinación de la ascendencia española
e indígena. Pero ésta no es una mezcla equitativa: aquellos con
más ascendencia española son eminentemente más valiosos que
aquellos que no la tienen. El mestizaje es el proceso en que, gra-
dualmente, los individuos evolucionan desde un estado “primi-
tivo” de indianidad hacia estados más “civilizados”. Estos estados,
eventualmente, llegan a ser incompatibles con las formas indíge-
nas (de la Cadena, 2000). Los grados de indianidad son medidos
parcialmente por marcadores fenotípicos tales como “cabello os-
curo”, “ojos rasgados” y “rasgos poco refinados” (Roitman, 2004:
18). La piel blanca y los rasgos hermosos, son preciados sobre to-
do lo demás. Por lo tanto, el proceso de mestizaje no se trata de
la “mezcla”, sino del progresivo “blanqueamiento” de la pobla-
ción. En efecto, las madres que dan a luz a niños más “blancos”
son elogiadas por “mejorar la raza”3 (ver Weismantel, 2001,
pp.154-159). Por esa razón, los estudiosos a menudo utilizan el
término blanco-mestizo para referirse al sector dominante de la
sociedad. Los individuos dentro de este sector generalmente son
clasificados por las elites adineradas como mestizos, pero ellos
mismos se identifican como blancos (Whitten Jr., 2003).
Todavía, el mestizaje y blanqueamiento son procesos 63
culturales muy fuertes. Existe una supuesta maleabilidad de raza Pidiendo caridad
en las calles
y etnicidad en los Andes. Como se establece por Clark (1998:
203), refiriéndose a la construcción de la nación ecuatoriana des-
de 1930 a 1950: “la ideología dominante asume que un indio que
aprendió español, abandona su poncho y se muda a la ciudad,
podría inmediatamente empezar a compartir la cultura nacional
como un mestizo”. Esto está bien ilustrado por, las ahora amplia-
mente citadas, frases de un anterior presidente ecuatoriano, el
general Rodríguez Lara en el año 1972: “ya no existe el problema
indígena. Todos somos blancos cuando aceptamos las metas de
la cultura nacional” (Stutzman, 1981: 45). Desde esta perspecti-
va, las metas de la cultura nacional, por lo tanto, son el construir
una nación blanca y occidentalizada muy alejada de sus raíces
indígenas. Si todos son blanco-mestizos, entonces el “problema
indígena” desaparece. ¿Qué significa esto para los mendigos in-
dígenas (quienes no han abandonado sus ponchos) en las calles?
¿Es que son una afrenta visible al proyecto de blanqueamiento?
¿Acaso muestran la indianidad de la nación al mundo moderno?
Weismantel y Eisenman (1998), notan que la noción
de Butler (1990) sobre el género, como performativa, es aplica-
ble a la diferencia racial y étnica en los Andes. A menudo existe
una ausencia de marcadores fenotípicos confiables entre blanco-
mestizos e indígenas. Hay muchos casos de individuos de piel os-
cura que son percibidos por algunos como blancos, e individuos
de piel clara que son percibidos, por otros, como indígenas. Por
esta razón, se pone énfasis especial en la ropa, peinados, conver-
sación, educación, geografía y lenguaje corporal para detenermi-
nar quién es un indígena y quién no. Por ejemplo, Van Vleet
(2003) describe cómo muchachas indígenas bolivianas tienen
identidades relacionales étnicas y raciales, dependiendo de sus
situaciones geográficas y sociales. Mientras que puede usar fal-
das polleras tradicionales, blusas con encajes, sombreros abom-
bados y chales en sus comunidades nativas, a menudo los mudan
por jeans, sacos y zapatos de plataforma en la ciudad. Haciendo
esto, performan variablemente su papel de blanco-mestizo e in-
dígena, o al contrario. Para estas jóvenes, los cambios de identi-
dad son movimientos tácticos que facilitan las oportunidades y
revelan su condición. Mahtani (2002), también, ha documenta-
do cambios estratégicos de identidad entre las mujeres de “raza
64 mezclada” en Canadá. Revela como algunas mujeres desempe-
Kate Swanson ñan performances racializadas para tomar el control de sus iden-
tidades. Al hacerlo, estas mujeres a la vez rompen y mantienen
los límites raciales. En el capítulo seis, exploro extendidamente
este asunto, particularmente en términos de cómo los espectá-
culos racializados son especializados.
Orlove (1998) y de la Cadena (1995; 2000), discuten la
fluidez de la identidad indígena y mestiza. Refiriéndose a una co-
munidad rural andina en Perú, de la Cadena (1995) describe co-
mo los migrantes rurales- urbanos, más ricos, son percibidos co-
mo blanco- mestizos en sus pueblos, pero denigrados como in-
dígenas tan pronto como llegan a la ciudad. Orlove (1998: 207)
nota que los individuos pueden cambiar sus posiciones en tér-
minos de clasificación racial, la cual permite “a un individuo ser
simultáneamente más indígena que un segundo, y más mestizo
que un tercero”. Así, en las palabras de de la Cadena, las identi-
dades blanco-mestizo e indígena son regularmente “adquiridas y
perdidas mediante procesos dinámicos y conflictivos, arraigados
en jerarquías implícitas y establecidas, y legitimadas por normas
regionales y culturales” (1995: 332).
La importancia de la raza y la etnicidad en los Andes
se clarifica a través de un análisis crítico de los datos del actual
censo ecuatoriano. Como se anotó previamente, no existe un
claro consenso sobre la composición étnica y racial del país, es-
tas cifras dependen mucho de los posicionamientos políticos.
Sin embargo, actualmente se estima que aproximadamente un
40 a 50% de la población ecuatoriana es mestiza, un 25 a 40%
es indígena y de 1 a 7% es blanca u “otra” (CIA, 2004; Wibbels-
man, 2003). Todavía, en el censo nacional del año 2001, un 77%
de los ecuatorianos se autoidentificaban como mestizos, un 10
por ciento como blancos y apenas un 6,8% como indígenas
(SIISE 3.5, 2003m). Esta última cifra escandalizó a muchos, es-
pecialmente a aquellos involucrados con el movimiento indíge-
na. Pero estas cifras deben ser entendidas dentro de los discur-
sos de blanqueamiento y mestizaje. La siguiente cita, de un in-
dividuo, que participó en la recolección de datos para el censo,
es ilustrativa:
Fuimos a una familia que claramente era indígena…eran de
Colta, Chimborazo [una zona principalmente indígena], y era
familia ampliada. Entonces el papá, la mamá, hijas, hijos, nue-
65
ras, yernos, nietos, vivían en un espacio grande que habían al-
Pidiendo caridad
quilado…Pero toda la familia ahí, el papá dijo, “soy mestizo. en las calles
Todos serán mestizos”.4

De acuerdo al que habla, la indianidad de este hombre


fue definida por su comunidad de origen, su familia y tal vez por
sus rasgos físicos. En la mente del hablante él era “claramente in-
dígena”. No obstante, este hombre eligió identificarse a sí mismo,
y a su familia, como mestizo.
Los resultados inesperados del censo ecuatoriano, han si-
do parcialmente atribuidos a una deficiente metodología. El censo
del año 2001, contenía seis categorías “etno-raciales” estáticas, de
las cuales los individuos podían escoger entre: indígena, negro,
mestizo, mulato, blanco u “otra”. Pero como se discutió, la raza y la
etnicidad en los Andes es fluida y contextual. Durante el censo, la
auto identificación puede haber sido enteramente relacional a la
identidad étnica-racial del empadronador. El censo también fue
criticado, porque se presumía una homogeneidad étnica-racial
dentro de las familias. Se pidió a un individuo en cada familia –“la
cabeza de familia”– que hable por todos sus miembros (como se
ilustró en la cita anterior). Sin embargo, como señala Roitman
(2004), los individuos dentro de la misma familia pueden identifi-
carse de diferentes maneras, dependiendo en variables como edad,
género y educación. Clark (1998) nos recuerda que entrevistar a je-
fes de familia (quienes usualmente son hombres), es problemático
en sí mismo, puesto que la identidad racial y étnica es, más a me-
nudo, definida por las mujeres (ver también Radcliffe, 1999). Pro-
blemas adicionales con la recolección de datos son citados por Ro-
timan (2004), quien revela que los encuestadores eran estudiantes
de colegio, algunos de los cuales eligieron pasar por alto, completa-
mente, la pregunta sobre identidad étnica-racial. Se especula que
los encuestadores tal vez creyeron que la pregunta era muy eviden-
te (y llenaron las respuestas ellos mismos) o que, las diferencias ét-
nicas y raciales entre los encuestadores y los miembros de las fami-
lias, los hicieron renuentes incluso a plantear la pregunta.
Para muchos, la autoidentificación como mestizo es
un intento de abrazar el proceso de mestizaje y distanciarse de
sus raíces indígenas. El ser mestizo, es ser ecuatoriano y, por lo
tanto, pertenecer a la cultura nacional y a la sociedad. Las citas
de la investigación de Roitman’s (2004) también son revelado-
66 ras. Uno de sus informantes divulgó que la “sirvienta de la veci-
Kate Swanson na, que es más indígena que blanca… se definió a sí misma co-
mo blanca en el censo, diciendo ‘imagínese ser llamada india,
¡qué insulto!’” (13). Además, en comunidades rurales indígenas,
debido a una prolongada historia de abuso, muchos sospecha-
ron de los representantes gubernamentales que llegaron a sus
puertas. Un colega indígena, me informó que en su comunidad
rural de Peguche, las familias solían ocultar sus pertenencias y
niños el día del censo. Bajo ciertas circunstancias, aquellos quie-
nes pueden de otra manera identificarse como indígenas, pue-
den escoger ocultar “oficialmente” sus identidades étnicas y ra-
ciales, como una manera de evitar futura discriminación y hos-
tigamiento. Esto puede deberse a que pocos beneficios se han
obtenido por ser un indio en los Andes.5
El espacio, raza y etnicidad están intrincadamente vin-
culados en los Andes. Como establecieron Radcliffe y Westwood
(1996: 111), “la ‘raza’ es regionalizada, y las regiones son raciali-
zadas”. A través de investigaciones en Ecuador, Radcliffe y West-
wood (1996), descubrieron que, en los imaginarios populares,
los grupos étnicos y raciales son asignados a regiones espaciales
específicas: los mestizos y los blancos a la urbana, los negros a la
costa, y los indios al campo. Incluso algunos demandados, loca-
lizan a los blancos dentro de espacios urbanos específicos: ofici-
nas. Cuando los individuos racializados rompen estos imagina-
rios geográficos, son percibidos como ‘fuera de lugar’ (ver Cress-
well, 1996; Mahtani, 2002).
Estos imaginarios geográficos, están muchas veces liga-
dos a nociones románticas concernientes a las conexiones de la
gente indígena con la tierra y, por tanto, con los espacios rurales.
Orlove (1998) explora cómo la tierra marca la raza en los Andes.
La asociación indígena, con la vida agraria y la tierra, está natu-
ralizada en esta región. Circulan perfectas imágenes postales re-
tratando hombres y mujeres indígenas de mejillas sonrosadas y
de indumentaria colorida, sonriendo mientras trabajan la tierra.
Estas imágenes sugieren que ‘allí es a donde pertenecen.’ Esto
contrasta con las imágenes de indios oprimidos y extraviados en
la ciudad, que han perdido su cultura y sus tierras. Aún así se
considera que los indios ‘pertenecen’ a los espacios rurales, Orlo-
ve (1998: 217) expresa:
Los mestizos consideran a la relación de proximidad con la tie- 67
rra de los indígenas como un signo de inferioridad, puesto que
Pidiendo caridad
los mestizos enfatizan la inferioridad de la tierra. Al contrastar en las calles

las calles pavimentadas y las aceras de las ciudades con los cam-
pos abiertos y los caminos fangosos de los pueblos, los mestizos
también toman a la relación de los indígenas con la tierra, como
un signo de su distanciamiento de la cultura e instituciones na-
cionales, fundamentadas en grandes ciudades y especialmente
en Lima [Perú], y de la civilización en general. De igual manera,
los mestizos relacionan las cualidades de antigua y permanente
de la tierra, con las cualidades estáticas de los Indígenas, su atra-
so y falta de progreso.

Adicionalmente anota que esta asociación con la tierra


y, consecuentemente, con la suciedad y el fango estimula el co-
rrespondiente temor de contaminación entre los mestizos.
En los Andes, la exclusión de los individuos indígenas
de la esfera urbana, a menudo, están escasamente ocultas en un
discurso higiénico que pretende ‘sanear’ y ‘purificar’ los espacios
públicos de elementos indeseables. Wilson (2004) describe cómo
utilizando el lenguaje de la biología y el discurso de higiene/en-
fermedad, las elites de los blancos al final del siglo IX, en Perú
gestionaron la revisión de la definición de espacio urbano para
excluir a los individuos indígenas de los mercados y calles urba-
nos. Enfatizaron que “una nueva división semántica entre los in-
dios incivilizados, enfermos e ignorantes, cuya presencia en el
pueblo plantea una amenaza al orden social; y la imagen de las
honorables, respetables y trabajadoras clases mestizas, dignas de
inclusión como ciudadanos subalternos” (178). Las preocupa-
ciones sobre la propagación del tifus y la viruela fueron repro-
chadas a la “espantosa ignorancia de las mujeres indias” (175).
Debido a los temores de las elites por la contaminación, las au-
toridades municipales y la iglesia coincidieron en que los indios
deberían ser impedidos, en lo posible, de venir a la ciudad. Las
mujeres indígenas del mercado fueron percibidas como particu-
larmente cesurables desde que “transgredieron los límites –en la
mente de las elites– entre la ciudad y el campo, la salud y la en-
fermedad, trabajo de mujeres y trabajo de hombres, y el espacio
público y privado” (175).
En Ecuador, las preocupaciones sobre los individuos
indígenas estaban igualmente presentes. Más allá del año 1825,
68
las obligaciones explícitas de los oficiales de la ley en Quito
eran de “controlar la migración” y “regular el trabajo indígena”
Kate Swanson
(MDMQ, n.d.:8). Artículos de prensa contemporáneos mues-
tran imágenes de mujeres indígenas migrantes vendiendo pa-
quetes de zanahorias y cebollas, quienes están “fuera de con-
trol” e “invadiendo las calles” (El Comercio, 2002b: D4). El in-
telectual peruano, ex candidato presidencial, Mario Vargas Llo-
sa imagina Lima siendo lentamente asfixiada por un flujo in-
terminable de pobres migrantes indígenas. Escribe sobre un
“gigantesco cinturón de pobreza y miseria” apretando “la vieja
[p.e. blanca] parte de Lima, más y más firmemente” (Ellis,
1998: 232 in Weismantel, 2001: 20). De acuerdo a Weismantel
(2001:20): “esta fantasía reubica la presencia de los no blancos
en Perú: tradicionalmente descritos como una inerte “mancha
india”, dilatándose a través de las tierras altas lejos de la capital
de la nación; repentinamente está en movimiento, una amena-
za activa, avanzando hacia la metrópoli”. Esta fantasía invierte
más allá de la complicidad colonial de originalmente restringir
a los indios fuera de los centros urbanos y empujarlos hacia el
campo. Presenta sus “re -invasiones” como un comportamien-
to desafiante que amenaza con perturbar la “normalidad” del,
imaginado, centro urbano blanco.
Cuando los indios “invaden” la ciudad, rompen los
imaginarios populares geográficos y las divisiones raciales. El
discurso del mestizaje sugiere que perderán inevitablemente sus
culturas, si abandonan la tierra. Este pensamiento esencialista se
clarifica a través de las palabras de un eminente intelectual mar-
xista, José Carlos Mariátegui, quien lideró el movimiento social
izquierdista peruano en los años veinte: “la raza indígena es una
raza de agricultores”. (1968: 45 en de la Cadena, 1998: 155). Es-
cribió que, “remover a los indios de la tierras cambiaría profun-
da y peligrosamente las tendencias ancestrales de la raza” (Ma-
riátegui, 1968: 33 en de la Cadena, 1998: 155). En un escenario
más contemporáneo, las palabras de Vargas Llosa reafirman esta
creencia:
Los campesinos indígenas viven en tal estado primitivo que la
comunicación es prácticamente imposible. Solamente, cuando
se mudan a las ciudades tienen la oportunidad de relacionarse
con el otro Perú. El precio que deben pagar por la integración
es alto: renuncian a su cultura, su lengua, sus creencias, sus tra-
diciones y costumbres, y la adopción de la cultura de sus anti-
guos ancestros. Luego de una generación se transforman en 69
mestizos. Ya no son más indios (Vargas Llosa, 1990: 49 en de la Pidiendo caridad
en las calles
Cadena, 1998: 158).

Estas visiones resuenan con las ideas contemporáneas


de los aborígenes en Canadá: “existe una fuerte, y a veces racista
percepción, que el ser aborigen y el ser urbano son mutuamente
exclusivos” (Native Council of Canada, 1992: 10 citado en Peters,
1998: 672). Así los indios son únicamente valiosos y étnicamen-
te ‘auténticos’ si se mantienen firmemente situados en un esce-
nario rural ‘idílico’, muy lejos de la esfera urbana moderna.
Por medio de la investigación de Roitman’s (2004: 18),
en Quito, se descubrió que los indígenas que mantienen sus cul-
turas son “más respetados que aquellos que están occidentaliza-
dos”. Hasta cuando ellos son idealizados como un riesgo de
“contaminación” para los blanco-mestizos, debido a su proxi-
midad con la suciedad y la enfermedad (ver Colloredo-Mans-
feld, 1999; 75-81), parecería ser que, ellos también, son sujetos
de una recíproca “contaminación” de las influencias urbanas.
Durante una reunión que presencié entre autoridades munici-
pales y trabajadores sociales acerca de la migración indígena y el
trabajo informal en las calles de Quito, un planificador urbano
dijo: “pueden llegar sanos, pero se van contaminados”. Un tra-
bajador social reiteró, “deseamos que mantengan su cultura. No
deseamos que se contaminen”.6 Éstas representan diferentes
estrategias exclusionarias, pero que reubican los mismos límites
espaciales. Para algunos, las gorras de marca Nike, las camisetas
de Walt-Disney y la acumulación de artículos de consumo, son
una evidencia de las fuerzas contaminantes de la esfera urbana.
Otros expresan mucho desaliento por la manera en que las in-
fluencias urbanas están cambiando las comunidades rurales.
Antes de mi partida de Ecuador, una compañera deseaba pre-
sentarme a una “auténtica adin u
autóctona”,
d
m
o
c 7 cerca de Cayambe.

Condujimos varias horas por aislados y lodosos caminos para


llegar a la comunidad de Oyacachi. Sin embargo, estaba muy
desanimada con lo que vió, semejante a lo que Rosaldo (1989)
llama “nostalgia imperialista”, un inocente anhelo por un pasa-
do imaginado, que está en complicidad con una fundamental
inequidad y dominación. “Nunca solían tener electricidad o te-
jados de lata,” dijo ella. “Era mejor antes.”
70
Kate Swanson

2.2.1 Vacíos en la literatura


Esta sección ha tratado de enfatizar la importancia de la
raza y la etnicidad y los discursos del mestizaje y blanqueamiento
en los Andes. La raza y la etnicidad son fluidas y situacionales (ver
Anthias y Yuval-Davis, 1992; Jackson y Penrose, 1993; Mahtani,
2002) y son facetas importantes de la vida diaria de los migrantes
indígenas de Calguasig. No obstante, una investigación crítica ha
sido emprendida sobre la manera en la cual las nociones de raza y
etnicidad afectan a la juventud andina. Explorando la raza y la et-
nicidad a través de los ojos de la niñez, se revelan que este discur-
so no puede ser leído totalmente o descomplicadamente desde la
juventud. Los niños y jóvenes están situados en una etapa vulne-
rable de sus vidas. De una manera que, es diferente a la de los adul-
tos, están envueltos en un complejo proceso de formación de
identidad y deben atravesar una amplia geografía de influencias
culturales, políticas y económicas. Esto se torna más difícil para la
juventud atrapada entre culturas, influida por las voces de sus ma-
yores y las voces de la televisión. Como acertadamente fue estable-
cido por Muratorio (1998: 411), considerando a las muchachas
Quichua en el Amazonas ecuatoriano:
Para negociar con las experiencias de autoidentidad, ellas deben
caminar a través de los límites inciertos y cambiantes de, por lo
menos, tres senderos principales de identidad: uno disputado y
ya recorrido por sus mayores, otro glamoroso y atrayente mos-
trado por los medios de comunicación masivos y compartido
con sus compañeras, y otro políticamente obligado el cual lo
ofrecen las organizaciones indígenas.
No hay decisiones fáciles. La juventud indígena está si-
tuada en un nexo de influencias conflictivas y superpuestas, las
cuales las alejan cada vez más de las generaciones pasadas.8 Por
medio de la educación formal, la migración, el trabajo urbano, la
televisión, las cambiantes nociones sobre la niñez y una forma de
vida que desaparece; estos jóvenes son forzados a encajar con la
modernidad de una manera que es radicalmente diferente de la
de sus padres.
Como establecieron Peake y Schein (2000: 135), los geó-
grafos están bien situados “para explorar la construcción social, la
contestación, y negociación de identidades étnicas y racializadas,
71
especialmente las que están conectadas con la tierra y a través de
Pidiendo caridad
escalas espaciales.” Sin embargo, hasta el momento muy pocos han en las calles

explorado estos problemas dentro del contexto de los jóvenes y ni-


ños. Bauder (2002) explora el rol de la representación cultural de
los vecindarios dentro de la ciudad, en la producción de la margi-
nalidad juvenil. Enfocándose particularmente en la juventud lati-
na en Texas, él sugiere que los procesos discursivos culturales, en
vez de las leyes mecánicas del mercado, son los responsables por la
desvalorización del trabajo juvenil en el interior de las ciudades.
Hopkins (2004) explora las múltiples maneras en que los jóvenes
musulmanes negocian sus identidades en Escocia. Watt (1998) ex-
plora la raza, situación e identidad en un grupo multiétnico de
adolescentes británicos. En un intento por revelar cómo los jóve-
nes utilizan y perciben lugares, nos muestra cómo los visitantes fo-
ráneos tienen significados étnicos y racializados identificables.
Vanderbeck (2003) explora las representaciones mediáticas racia-
lizadas de la minoría gitana juvenil en Inglaterra. Revela cómo
ellos son representados como jóvenes peligrosos, y argumenta que
su exclusión está ampliamente basada sobre su “otra” etnicidad.
Mientras que, todos estos estudios contribuyen al mejoramiento
del conocimiento, ninguno se enfoca sobre las, particularmente,
tenaces actitudes de la juventud indígena.
Como fue expresado por una mujer Innu de 60 años
desde Sheshiatshiu –Labrador, una comunidad asolada por la rá-
pida deterioración de los estilos de vida tradicionales, la negli-
gencia gubernamental, el aislamiento rural y la grave pobreza:
Mis niños son diferentes a mí. Como, ellos viven y piensan di-
ferente porque ellos pasaron por el sistema escolar, así que tie-
nen otra forma de pensar debido al proceso escolar…, pero
deseamos aferrarnos a nuestra forma de vida, porque eso es lo
que queremos enseñar a nuestros niños, solamente la manera
en que nos enseñaron nuestros padres y nuestros abuelos
(Katnen, 1998).

Mientras se reconoce la heterogeneidad de las comuni-


dades indígenas a través de los continentes, existen unas notables
similaridades en cuanto a la juventud. En el medio de un amplio
conflicto intergeneracional, un proceso está afectando a las co-
munidades indígenas alrededor del mundo, los niños indígenas
están luchando por encontrar su lugar. En su extremo, esta frus-
72 tración se expresa a través del abuso del alcohol, el abuso del sol-
Kate Swanson
vente y las tasas de suicidios que exceden por mucho las medias
nacionales, como se evidencia en las comunidades aborígenes en
Canadá, Australia y Brasil, para nombrar unas pocas (Health Ca-
nada, 2002; Survival, 2004; Tester and McNicoll, 2004). Esta in-
vestigación explora la cambiante situación de la juventud indíge-
na en Ecuador, en una comunidad que, sólo recientemente, ha
empezado a involucrarse en los procesos de modernización. Co-
mo un grupo minoritario racializado y marginalizado, estos jó-
venes enfrentan retos particulares en los años por venir. Dado el
esquema anterior, en lo que sigue resumo algo de la literatura re-
levante sobre juventud y niñez, para así contextualizar de qué
manera son situados los niños y jóvenes de Calguasig.

2.3 Geografías de la niñez


En la actualidad es ampliamente reconocida la niñez
con una institución específica social, cultural e históricamente
(Ariès, 1962; James and Prout, 1997; Holloway and Valentine,
2000). Mi enfoque en esta investigación sobre los jóvenes y los
niños es intencional, puesto que los niños han sido tradicional-
mente marginalizados en los análisis sociales. Reconociendo es-
ta exclusión, recientes trabajos en geografía han enfatizado la
importancia de la investigación sobre niños y jóvenes (see Hollo-
way and Valentine, 2000; Skelton and Valentine, 1998; Children’s
Geographies journal; y Children, Youth and Environments journal;
Aitken, 2001). La historia de la inclusión de los niños en el dis-
curso académico, va paralelamente a la inclusión de las mujeres;
hasta hace muy poco los niños han sido ampliamente descritos
como entes sin voz, pasivos e incompetentes (Oakley 1995; Prout
and James, 1997). Los geógrafos, en particular, enfatizan la im-
portancia de las metodologías centradas en los niños que valo-
ran las perspectivas en ellos y les reconocen como actores socia-
les fundamentales (por ejemplo, Hart, 1997; Matthews et al.,
1998; Young and Barrett, 2001a).
Actualmente, la mayoría de estudios críticos y geográ-
ficos sobre jóvenes y niños, han sido realizados en el norte, con
excepciones que incluyen a Katz (1991, 1998, 2004); Robson
(1996, 2000, 2004a, 2004b); Beazley (2000, 2002, 2003a, 2003b);
Ansell (2002); Punch (2001, 2002, 2003); y Young (2003). En es-
73
tos estudios, solamente la investigación de Punch en Bolivia ha
explorado problemas alrededor de la niñez en un contexto lati- Pidiendo caridad
en las calles
noamericano. Mi investigación en Ecuador contribuye a este
campo poco explorado y desarrollado de las geografías de la ni-
ñez, en regiones periféricas.
Esta investigación es particularmente oportuna, consi-
derando la actual ‘exportación global de la niñez’ (Stephens,
1995). En esta nueva interpretación, los niños no son más produc-
tores activos. Al contrario, como establecieron Scheper-Hughes y
Sargent (1998: 12), “los niños han llegado a ser relativamente inú-
tiles económicamente para sus padres, pero invaluables en térmi-
nos de sus valores psicológicos”. La globalización ha intensificado
la exportación de este ideal occidental a través de los medios de
comunicación, ONG, y tratados internacionales, como la Declara-
ción sobre los Derechos del Niño de la ONU.
En esta sección, se presta atención al limitado grupo de
trabajo acerca de los niños y jóvenes en los Andes. Con mucho, la
vasta mayoría de literatura sobre este tema ha sido producida por
organizaciones de desarrollo y defensa de los niños como la UNI-
CEF, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Defensa de
los Niños Internacional (DNI), Visión Mundial, Plan Internacio-
nal y Human Rights Watch. En Ecuador, varios documentos han
sido producido por ONG locales y organizaciones gubernamenta-
les como el Programa del Muchacho Trabajador (PMT), el Insti-
tuto Nacional del Niño y la Familia (INNFA), el Centro Ecuatoria-
no de Capacitación y Formación de Educadores de la Calle (CE-
CAFEC), el Foro por la Niñez y Adolescencia y el Ministerio de
Bienestar Social (MBS). Este tipo de documentos proveen impor-
tante información descriptiva, y me fundamento en estos textos, a
lo largo de este libro, cuando son relevantes.
Existen muy pocos estudios críticos sobre la situación
de los niños y jóvenes en los Andes. Yo he esbozado algunos exis-
tentes dentro de este capítulo. Sin embargo, con el propósito de
cubrir el rango de problemas referentes a los niños y jóvenes de
Calguasig, por momentos debo salir del contexto andino para
integrar estudios de otras partes. En lo que sigue, me enfocaré en
pocas áreas claves: los cambiantes contextos de la niñez indíge-
na, el trabajo y el juego, la migración, las identidades juveniles y
los niños trabajadores.

74
Kate Swanson
2.3.1 Los cambiantes contextos de la niñez indígena
A medida que las comunidades rurales empiezan a ser
integradas en las economías globalizadas, las normas y formas de
la niñez se transforman de varias maneras. Una reciente investi-
gación sobre las cambiantes formas de la niñez, fue conducida
por Belote y Belote (1984) en la parte sur de Ecuador, entre los
años 1960 y 1980. Los autores examinaron los cambiantes luga-
res de los niños en una comunidad indígena rural, en cuanto és-
ta se integraba cada vez más en una sociedad más compleja y tec-
nológica. Observaron que, mientras la comunidad se moderni-
zaba, muchos niños se apartaban de la producción económica,
aunque el ser un contribuyente productivo se mantuvo como un
valor comunitario importante. Los autores especularon que sí
esta tendencia continuaba y los niños llegaban a estar más invo-
lucrados con la escuela y menos con el trabajo, sus sentimientos
de autovaloración serían afectados negativamente.
Esto pertenece a un investigación más contemporánea
de Pribilsky’s (2001), en cuanto a los cambiantes contextos de la
niñez en la sureña provincia de Cañar en Ecuador, una región
altamente involucrada en la migración transnacional hacia los
Estados Unidos. Como los hombres migran de sus comunidades,
los niños –principalmente varones– se ven afectados por los ner-
vios. Pribilsky describe estos nervios como una comúnmente re-
conocida enfermedad, generalmente atribuida a la negligencia
de los padres o al abandono. Empieza con una profunda tristeza
y desesperación, pero rápidamente se transforma en abiertas ex-
presiones de ira. Si no es atendida, conducirá a daños corporales
autoinfligidos y, en algunos casos, al suicidio. Sin embargo, Pri-
bilsky argumenta que los nervios deberían ser entendidos como
el resultado de los cambiantes roles de los niños producidos por
los padres, quienes, cada vez más, buscan redefinir a sus niños
dentro de los ideales universales de la ‘moderna’ niñez. Él atribu-
yó los nervios, a la descomposición de las formas tradicionales
de reciprocidad y, argumenta que, éstos pueden tener mucho
que ver con el interés centrado en el niño, como con la ausencia
de los padres. La “ubicación desigual de los roles y responsabili-
dades de la niñez, es la mayor fuente de trauma para los niños en
las, rápidamente cambiantes, comunidades de las tierras altas
ecuatorianas” (269).
Alejándose de los Andes, Hollos (2002) explora las 75
cambiantes concepciones de la niñez entre los Pare en la parte Pidiendo caridad
en las calles
norte de Tanzania. Situada en una región agrícola de tierras al-
tas, los Pare afrontan, cada vez más, la fragmentación de las tie-
rras y la disminución de los recursos. Consecuentemente, mu-
chos hombres de la comunidad han migrado a centros urbanos
para buscar sustento económico. Esta migración ha tenido im-
pactos importantes en la comunidad, a saber: un cambio de una
estructura familiar basada en el linaje hacia una estructura más
nuclear. Estos cambios han afectado las concepciones de la ni-
ñez. La investigación de Hollos revela que los niños, de las nue-
vas familias nucleares emergentes, tienden a trabajar menos y ju-
gar, descansar y estudiar más que los niños de las familias Pare
tradicionales. Informados sobre el ‘moderno’ concepto de niñez,
las nuevas familias están cambiando desde un punto de vista tra-
dicional, que valoraba a los niños basados en su utilidad hacia
uno, que aprecia a los niños por su valor inherente. Anota que
estas diferencias han surgido “en el contexto de amplios cambios
socioeconómicos, los cuales están en el proceso de reformar la
totalidad del tejido social de los Pare” (187).
Los cambios culturales y socioeconómicos tienen im-
pactos significativos en los niños. En muchos lugares, los niños
indígenas tienen muchas dificultades en reconciliar sus cam-
biantes roles dentro de sus comunidades. Un ejemplo muy ex-
tremo, es el caso de un joven Innu en Sheshatshiu, Labrador.
Atrapado entre culturas enfrentado con condiciones socioeco-
nómicas horrendas, abuso del solvente y tasas de suicidio devas-
tadoramente altas. Los rápidos cambios socioeconómicos y cul-
turales que están produciéndose en Calguasig, todavía no en la
misma magnitud, tal vez porque el involucramiento de la comu-
nidad con la modernización ha empezado recientemente. Esbo-
zado sobre los estudios anteriormente descritos, más investiga-
ción es necesaria para comprender cómo la niñez indígena está
siendo reestructurada, y cómo esto se articula con la ‘moderna’
concepción de la niñez. ¿Cómo negociarán los niños y se recon-
ciliarán con ellos mismos con los prolongados cambios en sus
comunidades?

2.3.2 El trabajo y el juego


76
En muchas sociedades agrarias, a menudo los niños
Kate Swanson
trabajan con sus padres, parientes y amigos en sus casas, comu-
nidades y campos. Los niños rurales traen agua, recolectan ma-
dera, realizan recados, cocinan, pastorean animales y cuidan de
sus hermanos; estas actividades son una contribución importan-
te en el mantenimiento de sus hogares. En muchas comunidades,
este trabajo se percibe como una educación, un entrenamiento y
una iniciación dentro del modo de vida. Recientemente, las con-
tribuciones de los niños a la reproducción social han sido am-
pliamente descuidadas por los científicos sociales. Nieuwenhuys
(1994) argumenta que, tal como el oficio de las mujeres, el tra-
bajo de subsistencia infantil está groseramente subvalorado por
la economía tradicional. Por medio de un caso de estudio en la
India, se revela como el trabajo infantil, no remunerado, es cru-
cial para la economía rural y, por lo tanto, no debería ser visto
como moralmente neutral, sino como una obligación explota-
dora de la manera en que éste es transformado en valor.
Igualmente, Robson (1996) insiste que a pesar del bajo
valor asignado al trabajo infantil, muchos sectores de la econo-
mía africana del oeste no podrían funcionar sin él. Por medio de
un caso de estudio, en una aldea Hausa en la parte norte rural de
Nigeria, Robson (2004a) revela, además, como los niños trabajan
de ambas maneras, independientemente y al lado de los adultos,
en las esferas de la producción agrícola, la reproducción domés-
tica y el comercio. Manifiesta que, los niños son agentes compe-
tentes que realizan contribuciones económicas significativas en
las sociedades rurales.
En Bolivia, Punch (2001) explora las divisiones interge-
neracionales del trabajo, mediante un caso de estudio de trabajo
infantil en una comunidad rural. Enfatiza que es importante con-
siderar la generación, el género, la edad, el orden de nacimiento y
la composición de los hermanos cuando se determinan las contri-
buciones del trabajo infantil en el hogar. Particularmente este es el
caso en partes de África, donde el VIH/SIDA está teniendo serios
impactos socioeconómicos. Mediante un estudio de niños cuida-
dores en Zimbabwe, Robson y Ansell (2000) examinan crítica-
mente los impactos que las responsabilidades de cuidadores pue-
den tener en la vida de la gente joven. Robson (2004b) explora el
cuidado como una oculta y no reconocida forma de trabajo infan-
til. A través de la investigación en Zimbabwe, se demuestra los la-
zos significativos entre la reestructuración global, las economías 77
nacionales y el trabajo infantil. Se revela cómo las experiencias de Pidiendo caridad
en las calles
cuidadores de la gente joven están conectadas a procesos de globa-
lización, tales como la pandemia del VIH/SIDA y la privatización
de los servicios del sector público.
En la parte rural de Sudán, Katz (1991) revela cómo, a
menudo, el trabajo infantil se funde con el juego, mientras el jue-
go por sí mismo actúa como un importante medio para la ad-
quisición, el uso y la consolidación de un conocimiento ambien-
tal. Punch (2003) explora un problema similar en el contexto de
Bolivia, y demuestra cómo los económicamente pobres niños
rurales integran a la vez el trabajo, el juego y la escuela. Cuestio-
nando la legitimidad de las nociones occidentalizadas de niñez,
Punch revela los borrosos límites entre trabajo/juego y adul-
to/niños para los infantes de la periferia.
El trabajo rural infantil, ha sido desde hace mucho
tiempo un artículo principal de las sociedades agrarias, inclu-
yendo a Calguasig. Lo que es particularmente importante anotar
de las investigaciones descritas anteriormente, es cómo el traba-
jo rural infantil está cambiando dentro del contexto de la rees-
tructuración global. Como se explora por Katz (1991; 2004), en
el contexto de la parte rural de Sudán, el trabajo agrario de los
niños puede dejar de transmitir importantes valores y conoci-
mientos para sus futuros. Con la importación de la ‘moderna’
concepción de la niñez, esta investigación pregunta si las contri-
buciones de los niños rurales están cambiando en Calguasig. Si
es así, ¿qué significado tendrán estos cambios para el futuro de
estos niños?

2.3.3 Migración
Aunque a menudo está dirigida por motivos económi-
cos, muchos factores participan en la migración. Las investiga-
ciones feministas y poscoloniales, han mostrado que el enfoque
en las perspectivas de los migrates y las dinámicas familiares,
originan nuevas interrogantes sobre quiénes migran y el por
qué. Éstas revelan que el poder de las dinámicas familiares no
son neutrales y están guiadas por representaciones dominantes
sobre la familia, la moralidad, la sexualidad y la armonía do-
méstica (ver Silvey y Lawson, 1999). Para algunos, la migración
78
también, debe ser percibida como un medio para la acumula-
Kate Swanson
ción, conducida por un consumismo manifiesto y la obtención
de estatus. A su vez, las remesas ayudan a la transformación del
campo, mediante nuevas formas de arquitectura y cambiantes
modelos de la propiedad de la tierra (Bebbington, 2000; Collo-
redo-Mansfeld, 1994).
La migración rural-urbana en los Andes tiene raíces ex-
tensas (ver Larson y Harris, 1995; Powers, 1995). Colloredo-Mans-
feld (2003) explora cómo los indígenas de Tigua9 viven una com-
binación de vidas rurales y urbanas. Enfocándose en los Tiguanos,
quienes se han mudado a Quito, revela cómo, “mientras viven en
las ciudades, los indígenas interactúan continuamente dentro de
sus comunidades y fuera de ellas de manera fluida menos atadas a
las divisiones categóricas de lugar y gente” (276). Parte de esta in-
vestigación se enfoca en las preocupaciones de muchachos adoles-
centes, hijos de la generación pionera de migrantes. Examinando
sus actividades en el sitio que modelan las relaciones sociales y ét-
nicas, éstas revelan su continua movilidad. En años de mudanza,
debido a su preocupación sobre la educación, el crimen o la pro-
ximidad a sus compañeros Tiguanos, han atenuado las lealtades
geográficas juveniles; están atrapados entre lo rural y lo urbano,
inseguros de a dónde pertenecen.
Mediante un estudio en la parte rural de Bolivia,
Punch (2002) examina cómo los niños y jóvenes negocian las
transiciones entre el trabajo hacia la escuela. Explora cómo va-
rios factores, incluyendo los limitados recursos económicos, los
percibidos valores de la educación, las actitudes de los padres, el
género, el orden de nacimiento, las redes sociales y los compañe-
ros; afectan las decisiones de los niños para migrar buscando
oportunidades educativas o laborales. Concluye que las poten-
ciales oportunidades laborales en el sector urbano de Bolivia o
Argentina a menudo persuaden a los jóvenes a migrar, puesto
que el trabajo aumenta ambos capitales: el económico y el social.
Punch enfatiza que a pesar de varias limitaciones estructurales,
los jóvenes rurales son capaces de defender algún nivel de media-
ción en las elecciones que toman.
En las Filipinas, Camacho (1999) también enfatiza la
mediación de los niños en las decisiones de migrar. Camacho re-
vela que, los niños trabajadores domésticos en el Metro de Ma-
nila son los que, primariamente, toman las decisiones en sus mi-
graciones personales. Aunque consultan con sus familias, estas 79
muchachas eligen el abandonar sus comunidades. Camacho Pidiendo caridad
en las calles
anota que sus mudanzas a la ciudad son percibidas como menos
riesgosas, debido a las, bien establecidas, redes sociales de traba-
jadores domésticos en el Metro de Manila.
Onta-Bhatta (1997) investiga los viajes rural-urbanos
de los niños en las calles de Nepal. Enfatiza la importancia del es-
tudio de la migración rural-urbana en los múltiples contextos de
la penetración capitalista, la trasformación de los espacios urba-
nos, los modelos de migración y las expectativas de los migran-
tes. Para ilustrar este punto, se enfoca en la industria de alfom-
bras, puesto que atrae a los niños nepalíes rurales a participar en
la economía capitalista urbana, pero revela cómo muchos de es-
tos niños terminan trabajando en la economía informal de las
calles. Argumenta que no sólo la pobreza, sino también la violen-
cia doméstica y las influencias culturales globalizadas, juegan un
rol poderoso en la economía política de la migración.
En el sur de África, Young y Ansell (2003) exploran có-
mo la pandemia del VIH/SIDA está reestructurando las familias y
afectando a la migración de los niños. Describiendo ésta migra-
ción como un sistema de apoyo y medios para imitar, los autores
revelan cómo los niños se trasladan para ayudar a parientes enfer-
mos, para recibir apoyo personal (debido a un deceso en la fami-
lia) y para integrarse en el trabajo remunerado para sostener sus
hogares. Argumentan que la migración infantil como resultado
del VIH/SIDA, a menudo, resulta en múltiples desplazamientos y
dispersión de hermanos, y está contribuyendo cada vez más al in-
cremento de la complejidad de las familias en el sur de África.
Aunque no están enfocadas específicamente sobre los
jóvenes, otras investigaciones importantes que han sido conduci-
das en Ecuador sobre la migración rural-urbana. Lentz (1997) ex-
plora la transformación histórica de las aldeas rurales indígenas
en la sierra ecuatoriana. Basados en una investigación realizada
en los años ochenta, revela cómo la migración, tanto en planta-
ciones como en los centros urbanos, ha afectado a las familias, los
gastos, los valores y la organización política. Por otro lado (2000)
explora cómo ésta ha afectado a la construcción de las identida-
des de los miembros de la comunidad, quienes, al mismo tiempo,
pretenden mostrar sus afiliaciones con lo ‘moderno’ y con la tra-
dición indígena. Herrera (2002) explora las representaciones de
80 Quito, en las mentes de una antigua generación de migrantes in-
Kate Swanson dígenas. Otras publicaciones pertinentes concernientes a la mi-
gración de lo rural a lo urbano son de Martínez (1988), Pachano
(1988), Chiriboga (1988) y Mauro y Unda (1988).
Muchas de las investigaciones anteriores, revelan los
conflictivos procesos que empujan y atraen a los jóvenes entre las
esferas rurales y urbanas. Sin embargo, se mantiene la pregunta
de cómo estos factores en competencia influyen la negociación
de las identidades de los niños. ¿Cómo negocian los niños sus
identidades, mientras alternan entre las áreas rurales y urbanas?
¿Miran sus futuros como urbanos, rurales o una mezcla de am-
bos? ¿Cómo las experiencias de migración influencian sus iden-
tidades de género, de raza y étnicas? ¿Cómo se reconcilian con el
racismo que encuentran en las calles? ¿Cómo las experiencias de
migración de los niños difieren de las de los adultos? ¿Acaso mi-
gran por las mismas razones?

2.3.4 Identidades juveniles


Como establece Massey (1998), las culturas juveniles
locales son ‘productos de la interacción’: ellos no son culturas ce-
rradas locales, ni son culturas indiferenciadas globales. Las cul-
turas juveniles están constantemente reinventándose en la medi-
da que las influencias locales, nacionales e internacionales son
aceptadas, incorporadas o rechazadas. Massey nota la importan-
cia de reconocer, que estas interacciones están siempre, de una u
otra forma, imbuidas con el poder. Indica el ejemplo de un joven
de Guatemala luciendo una camiseta claramente marcada como
‘Norteamericana’, o logotipos ampliamente reconocidos como
‘Norteamericanos’. Establece que estos jóvenes “están golpeando
dentro, mostrando su conocimiento de, afirmando sus conexio-
nes con, esa cultura dominante del norte” (Massey 1998:125).
Alienta a los investigadores a considerar la geografía de influen-
cias (tanto internas como externas) dentro de las culturas parti-
culares, sus evoluciones sobre el tiempo y las relaciones de poder
que encarnan.
En los Andes, existen muy pocos estudios que intentan
hacer lo que Massey sugiere. Las formas en las que la juventud
racializada incorpora los nuevos flujos culturales en sus vidas y
negocian sus identidades, han estado particularmente descuida-
81
das. Algunos pueden hacer referencia a este problema (ver Collo-
redo-Mansfeld, 1999; Meisch, 2002), pero las vidas de estos jóve- Pidiendo caridad
en las calles
nes no son el foco principal de sus estudios. Van Vleet (2003) y
Muratorio (1998)10 son dos excepciones.
Van Vleet (2003) explora cómo las muchachas indíge-
nas adolescentes negocian su pertenencia a la nación en Bolivia.
Revela cómo a través de los artículos y el consumo, las mucha-
chas negocian activamente con los significados de modernidad,
raza, género, identidad nacional y parentesco. Cómo las mucha-
chas adolescentes, cada vez más, abandonan las comunidades ru-
rales para buscar empleo como sirvientas domésticas en las ciu-
dades, cambian sus concepciones sobre el mantenimiento de las
obligaciones por parentesco. Establece que: “en lugar de contri-
buir a las labores en las parcelas agrícolas familiares, pastorear el
ganado, o cocinar los alimentos, los niños llevan a casa obsequios
como sacos y jeans, radios, mantas y alimentos como: el pan, las
frutas y el arroz, como muestra de sus relaciones y afectos” (385).
Su investigación reconoce la mediación económica de las jóvenes
muchachas, y sus roles en la transformación de las comunidades
rurales y las obligaciones familiares.
Enfocándose en los jóvenes, su investigación también in-
vierte parcialmente la noción de que “las mujeres son más indias”
como sugiere de la Cadena (1995). Basado en la investigación en
una comunidad rural peruana, de la Cadena establece que: “las
mujeres indígenas son el último eslabón en la cadena de subordi-
nación social: ellas son las menos móviles, étnica y socialmente”
(333). En esta comunidad, de la Cadena estudió que las mujeres se
mantienen profundamente investidas en las esferas rurales, mien-
tras que los hombres están más integrados en lo urbano. Esto ha
permitido el mestizaje cultural de los hombres de la comunidad, y
ha reforzado la pertenencia indígena de las mujeres. Aisladas de la
esfera urbana, ellas son percibidas como faltas de modernidad y,
por lo tanto, estigmatizadas en la jerarquía étnica-racial comunita-
ria. La investigación de Van Vleet sugiere que, mientras esto puede
ser verdad para las mujeres casadas quechua-hablantes en Bolivia,
no puede ser el caso para las muchachas adolescentes.
Van Vleet (2003) describe cómo las muchachas indíge-
nas de la comunidad rural indígena de Pocoata, a menudo pasan
sus años formativos de adolescentes, viviendo y trabajando en
los centros urbanos. Cuando regresan a sus aldeas por ocasiones
82 especiales, visten prendas nuevas y costosas para: “mostrar sus
Kate Swanson logros, sus capacidades para obtener artículos de consumo, para
alcanzar más altos estándares de vida al residir en una ciudad
con electricidad, televisión, pisos de cemento y agua corriente,
hablar español, y ser más educadas (o por lo menos más cosmo-
politas)” (355). Como resultado, los miembros de la comunidad,
han llegado a asociar más a las muchachas adolescentes con las
comodidades y la esfera urbana, que a los muchachos. Como las
muchachas están más involucradas con la moderna esfera urba-
na, su grado relativo de indianidad ha cambiado. La investiga-
ción de Van Vleet es importante, porque revela cómo las mucha-
chas adolescentes están cambiando lo que significa el ser una
mujer indígena en los Andes.
Por medio de una investigación en el Amazonas ecua-
toriano, Muratorio (1998) explora los múltiples significados de
ser una mujer indígena en una sociedad interétnica, cada vez
más compleja. Muratorio se basa en los relatos de conflictos cul-
turales entre muchachas adolescentes y sus abuelas. Afirma que,
para tratar con las experiencias de identidad, las muchachas in-
dígenas deben escoger, si deben seguir los senderos de sus mayo-
res o atravesar los límites, inciertos y cambiantes, de senderos de
identidad alternativos.
Su investigación sugiere que las abuelas creen que es-
tán perdiendo en la batalla por la reproducción cultural. Ellas
perciben a la invasión de televisiones en sus hogares, como una
competencia “injusta” en relación con sus propios lenguajes de
socialización, puesto que las muchachas buscan imitar las imá-
genes y estilos de vida de los que son testigos en la pantalla. Mu-
ratorio (1998) establece que: “en la televisión nacional los indí-
genas son representados principalmente como un grupo en la
cobertura de noticias sobre eventos folclóricos y reuniones polí-
ticas masivas, o en marchas de protesta. La amplia mayoría de las
imágenes televisivas interiorizadas por las muchachas indígenas,
son codificadas racialmente para representar la superioridad es-
tética y social de los blancos” (416). Los mayores temen que las
nociones de cultura, parentesco y sexualidad están cambiando
para peor, a la luz de una economía cultural globalizada.
Aunque no está específicamente centrada en la juven-
tud, por medio de una investigación en Guyana, Peake and Trotz
(1999) revelan cómo los nuevos flujos globales están afectando
el significado de ser una mujer indoguayanesa en una comuni- 83
dad en particular. Incrementando la integración de las mujeres al Pidiendo caridad
en las calles
trabajo remunerado, incrementando la migración femenina,
abusando de la moneda, e incrementando la globalización de los
gastos de la vida diaria, están desafiando a las prácticas tradicio-
nales racializadas, y de género, en Guyana. Mientras que se arti-
cula a través de una trasformación gradual, en vez de un cambio
catastrófico, las mujeres están ganando más libertad y control en
sus vidas. Los autores enfatizan que estas nuevas diferencias es-
tán siendo incorporadas en la continuada reproducción de iden-
tidades racializadas en el discurso nacional. Esta investigación
tiene importancia, porque es también otro ejemplo de cómo los
nuevos flujos globales afectan las identidades racializadas y de
género en América Latina.
Varias preguntas permanecen de las investigaciones an-
teriores. Como establecen Colloredo-Mansfeld (2003: 276), “para
las gentes nativas quienes tienen tenuos reclamos sobre la urbani-
dad y ciudadanía, las ciudades del milenio, aceleradas, llenas de
crimen y conectadas globalmente son especialmente problemáti-
cas.” Los niños y jóvenes de Calguasig están involucrados en un
diálogo con los procesos de modernización, pero todavía están en-
raizados en la tradición. Dadas sus rápidas integraciones dentro de
una, cada vez más, globalizada esfera urbana, ¿cómo atraviesan los
niños y jóvenes la geografía de influencias que afectan sus vidas?
¿Cómo encajarán estos jóvenes en la modernización? ¿Reinventa-
rán sus identidades indígenas de género, raza y étnicas? ¿Cómo es-
cogerán entre los senderos de identidad inciertos y cambiantes?
¿Diferirán estás elecciones de las que hicieron sus mayores? ¿Có-
mo estas elecciones afectarán o cambiarán sus comunidades?

2.3.5 Niños trabajadores de la calle


Existe mucha confusión alrededor del significado de lo
que constituye un “niño de la calle”. Un pequeño porcentaje de
los niños, que actualmente trabajan en las calles, duerme en las
mismas. La mayoría de ellos regresa a sus casas al finalizar el día
(Aptekar and Abebe, 1997; Hecht, 1998; Kilbride, 2000; Mufune,
2000). En un intento por clarificar la confusión y los malenten-
didos, la UNICEF popularizó los términos ‘niños en las calles’ y
‘niños de las calles’. El primero se utiliza para describir a los ni-
84
ños que trabajan en las calles, pero que retornan a sus hogares en
Kate Swanson
la noche, mientras que el segundo se utiliza para describir a los
niños que hacen de las calles sus hogares. Pero en la práctica, es-
tas definiciones han resultado ampliamente insatisfactorias, por-
que muchos niños duermen en los hogares y también en las ca-
lles (Glauser, 1997; Panter-Brick, 2002). Los niños han demos-
trado que los límites entre la vida callejera y la vida hogareña son
fluidos y dinámicos, por lo que estas distinciones simplistas son
inadecuadas. Es de conocimiento general que los niños constru-
yen activamente sus mundos. Muchos sugieren que estos mun-
dos deberían ser distinguidos, por lo que Lucchini (1996) deno-
mina ‘dominios’: interacciones fluidas con la gente y los espacios
que estan imbuidos con variedad de significados (Ennew and
Swart-Kruger, 2003).
Pocos estudios académicos críticos han sido publicados
con respecto a los niños de la calle en los Andes. Una excepción
notable es Invernizzi (2003), quien examinó a los niños y adoles-
centes trabajadores en Lima-Perú. Expone que con una aproxima-
ción al trabajo infantil como agente de socialización revela la com-
plejidad del problema y equilibra aproximaciones enfocadas ex-
clusivamente en la necesidad económica y la explotación. De par-
ticular interés en su investigación, es la distinción entre dos tipos
de familias, cuyos niños trabajan en las calles: aquellas con una es-
tructura andina rural y aquellas con una estructura urbana pa-
triarcal (machismo). En un cuadro, ella describe cómo las nocio-
nes de niñez, género y trabajo varían dentro de estas estructuras.
Yo resumí varias de estas diferencias claves aquí:

Cuadro 2.1: Estructuras familiares de niños trabajadores


Tema Estructura familiar urbana Estructura familiar andina
Trabajo Los hombres son las prin- El trabajo es un asunto fa-
cipales fuentes de ingresos miliar y un deber moral
para cada miembro de la
familia
Espacio callejero Las muchachas tienen pro- No existen implicaciones
hibido trabajar en las calles negativas morales para las
debido al riesgo moral mujeres y muchachas en
las calles
División del trabajo Existe una clara división La división del trabajo por
por género por género de las esferas género es menos rígida: las
públicas y privadas: los mujeres contribuyen a las 85
hombres trabajan fuera del actividades productivas y Pidiendo caridad
en las calles
núcleo familiar, las muje- reproductivas
res trabajan en la casa
Roles de los niños Se disuade a los niños de Se alienta a los niños a tra-
trabajar y se los alienta a bajar e iniciar de una edad
estudiar y jugar temprana; sin embargo, el
juego es una importante
parte del trabajo
Adaptado de Ivernizzi (2003: 324-325)
Esta tabla ilustra las diferencias importantes, y es útil
para comprender la implicación de los calguaseños en las calles.
Sin embargo, es importante reflejar si estas nociones están cam-
biando dada la importación de la ‘moderna’ concepción de la ni-
ñez. Continúo con este tema en el capítulo cinco.
Otro documento importante acerca de los niños y jó-
venes en los Andes fue el realizado por la Facultad Latinoameri-
cana de Ciencias Sociales, Sede Ecuador (FLACSO-Ecuador).
Basado en la investigación de seis áreas urbanas y suburbanas,
Vásconez y Proaño (2002) desarrollaron una tipología sobre los
niños trabajadores y de la calle en Ecuador. Esta tipología toma
en cuenta la edad en la cual los niños ingresan a la fuerza de tra-
bajo, tipos de trabajo, motivos para trabajar, percepciones del
trabajo, condiciones socioeconómicas y educación. Ellos desa-
rrollaron cuatro categorías: I) trabajo que provee destrezas y en-
trenamiento, II) trabajo que desplaza gradualmente a la escuela
III) “adultización”: ingreso temprano en la fuerza de trabajo la-
boral, IV) trabajo que separa a los niños de su infancia. Esta ti-
pología es importante, porque provee una visión global de la po-
blación nacional en las calles; sin embargo, no provee un espacio
para los niños trabajadores de Calguasig. Como mostraré en el
capítulo cinco, los niños trabajadores de Calguasig no encajan
bien en ninguna las categorías anteriores. Poco es lo que se cono-
ce sobre estos niños, sin embargo, debido sus vestimentas colo-
ridas y la ocupación de un espacio callejero principal, son bas-
tante visibles en la ciudad. ¿Es que han sido descuidados porque
trabajan con sus familias? ¿Se debe a que su número es relativa-
mente bajo? ¿Se debe a problemas de accesibilidad y comunica-
ción? ¿O es que como mendigos (una situación que para muchos
no es “trabajo”), ocupan un espacio marginal entre los niños tra-
bajadores y los niños de la calle y, consecuentemente, son olvida-
86 dos por los programas sociales?
Kate Swanson Fuera de los Andes, un número de geógrafos han con-
ducido importantes investigaciones sobre niños de la calle. El es-
tudio de Ruddick (1996), sobre jóvenes sin hogar en Hollywood,
es un ejemplo notable. Aunque situado en el norte, su investiga-
ción rastrea la construcción de imaginarios sociales sobre las
identidades juveniles y los lugares. Basándose en el trabajo de
Cresswell (1996), Beazley (1999) explora cómo los niños de la
calle en Indonesia son vistos como ‘fuera de lugar’ en la esfera
urbana, y cómo su simple existencia es percibida como una tras-
gresión contra la ideología impuesta por el Estado. Basándose en
el trabajo de Sibley (1995), ella revela cómo el estado emplea me-
didas de exclusión en un intento por removerlos de las calles.
Luego hace mención al trabajo de Keith (1997), para mostrar có-
mo los niños de la calle resisten y subvierten las restricciones im-
puestas sobre ellos. Examina cómo los niños de la calle sin hogar
“ganan espacios”, a pesar de la discriminación social y espacial.
En otra parte, Beazley (2000) explora cómo los niños de la calle
retan y subvierten las construcciones ideológicas estatales sobre
hogar, familia y niñez. Revela cómo, para muchos niños de la ca-
lle, el hogar no es siempre un lugar idílico de seguridad y refu-
gio, sino un lugar de temor y peligro. Ella (2003a) luego exami-
na cómo los muchachos de la calle han inventado una subcultu-
ra Tikyan especializada, como una estrategia para resistir a los
estereotipos negativos asignados por la sociedad principal.
Young (2003) explora la exclusión y resistencia de los
niños de la calle en Kampala-Uganda. Sin embargo, también se
revela cómo los niños de la calle son aceptados en el espacio ur-
bano cuando los incentivos, como el dinero, los alientan a re-
nunciar a comportamientos anticonvencionales y los involu-
cran en formas de trabajo socialmente aceptadas. El resultado
–argumenta ella– es una compleja existencia representada en
una variedad de espacios marginales, opuestos y aceptados.
Desde una perspectiva antropológica, Scheper-Hughes y Hoff-
man (1998) revelan cómo los niños brasileños de la calle son
envilecidos como peligrosos bribones, quienes atentan contra
el orden moral de la sociedad “civilizada”. Ellos afirman que los
niños de la calle están en el límite entre niño/adulto, conside-
rados como demasiado mayores para ser niños y muy jóvenes
para ser ciudadanos con derechos. Los autores argumentan
que, siendo emblemáticos de un desarrollo económico fallido, 87
la audaz ocupación de los espacios públicos por los niños de la Pidiendo caridad
en las calles
calle traiciona la ilusión de la “modernidad brasileña”. La tur-
bación social causada por su visibilidad contribuyen a los es-
fuerzos para excluirlos y hasta eliminarlos.
Existen numerosos estudios acerca de los niños de la
calle que son importantes contribuciones para el futuro conoci-
miento sobre este problema (por ejemplo, Apetkar, 1998; Glau-
ser, 1997; Ennew, 1994; Hecht, 1998). Sin embargo, la amplia
mayoría de estudios se enfocan en jóvenes de la calle sin hogar (a
excepción de, ver Heinonen, 2000; Huggins and Rodrigues, 2004;
Invernizzi, 2003; Lucchini, 1996). Existen muy pocos estudios
académicos críticos enfocados en las vidas de niños migrantes
que trabajan en las calles con sus familias. Por razones que se dis-
cutirán en el capítulo cinco, este es un grupo que, para la mayor
parte ha sido descuidado.
También existe poca investigación enfocada exclusiva-
mente en las niñas trabajadoras de la calle, con pocas excepcio-
nes. La más notable es Beazley (2002), quien se enfoca en las ni-
ñas sin hogar de las calles en Yogyakarta-Indonesia. Revela có-
mo las posiciones sociales de las niñas de la calle son doblemen-
te marginales, que las de los niños. Ellas “son vistas como si co-
metieran una ‘herejía geográfica’ por violar las ideas sobre femi-
nidad del discurso oficial, y por ‘invadir’ las calles que funda-
mentalmente son un espacio de los hombres” (1979). Sin embar-
go, argumenta que las niñas han tenido éxito en crear su propia
subcultura infantil y sentido de género del espacio en las calles.
Otro ejemplo de trabajo que se enfoca en las niñas trabajadoras
de la calle incluye a Rurevo y Bourdillon (2003), quienes descri-
ben las vidas de las niñas de la calle en Harare-Zimbabwe. Basa-
dos en los resultados de un estudio empírico limitado, los auto-
res discuten sobre las estructuras familiares de las niñas, sus con-
diciones económicas, las percepciones públicas y las estrategias
de imitación. Enumeran una lista de sugerencias, ubicando, en
primer lugar, a la necesidad de un profundo cambio social con
respecto al tratamiento de las niñas con bajos ingresos.
En otra parte, Hansson (2003) explora las experiencias
de género de los niños de la calle en Cape Town-África del Sur.
Especula que existen muy pocas niñas en las calles, porque hay
una gran demanda de su trabajo en los hogares. Si los ingresos
88 son requeridos, las niñas tienen más probabilidades de encontrar
Kate Swanson empleo como trabajadoras domésticas. En África del Sur, a las
niñas se les persuade de vivir en las calles, porque ése es percibi-
do como un espacio peligroso y de dominio masculino. Sin em-
bargo, enfatiza que estas niñas quienes tienen que sobrevivir en
las calles no son víctimas pasivas; sino, más bien, ellas enfrentan
y resisten regularmente la opresión. Lucchini (1994) explora có-
mo las vidas de las niñas de la calle en Buenos Aires se relacio-
nan con las drogas, la prostitución, la familia y los amigos. Sugie-
re que existen muchas falsas concepciones acerca de su realidad.
Como ya se discutió anteriormente, Invernizzi (2003) explora las
vidas de ambos: niños y niñas, que trabajan en las calles de Li-
ma-Perú. Otros investigadores pueden dar referencias de las ni-
ñas trabajadoras de la calle (Hecht, 1998; Huggins y Rodrigues,
2004: Kilbride, 2000; Nieuwenhuys, 2001; Young, 2003), pero las
vidas de ellas no son el foco en sus estudios. En esta investiga-
ción, sin embargo, las niñas son actores claves en las calles. De
hecho, la mayoría de niños indígenas que mendigan son niñas.
Así, esta investigación llena un vacío importante al explorar ex-
tensamente la situación, a través de las perspectivas de las niñas
trabajadoras.
También ha existido muy poca investigación sobre los
niños que trabajan como mendigos. La mendicidad, a veces, se
lista como una de las maneras en la cual los niños ganan la vida
en las calles (ver Hansson, 2003; Hecht, 1998; Huggins and Ro-
drigues, 2004; Invernizzi, 2003; Nieuwenhuys, 2001; Young,
2003), pero raramente es investigada en profundidad. Onta-
Bhatta (2000: 127-135) presta algo de atención al problema me-
diante su breve exploración sobre las percepciones de niños
mendigos nepaleses entre los años veinte y ochenta. Kilbride
(2000: 67-75) dedica un capítulo corto a los estilos de mendici-
dad de los niños de la calle en Kenia. Amplios estudios sobre la
mendicidad, muchas veces, incluyen referencias a niños y jóve-
nes (Murdoch, 2003; Schak, 1988; Chaudhuri, 1987; Martínez,
2003; Gmelch, 1979; Hermer, y los venideros), pero su enfoque
principal está en otra parte.
Dos estudios que enfocan a los jóvenes mendigos son
los de Coles y Craig (1998) y Helleiner (2003). Coles y Craig
(1998) exploran las políticas sociales británicas y su efecto sobre
jóvenes en riesgo y la resultante exclusión social y pobreza que
empujan a ellos a la mendicidad. La investigación de Helleiner 89
(2003) con viajeros irlandeses (gitanos/roma) es, tal vez, la más Pidiendo caridad
en las calles
relevante para este libro. Helleiner argumenta que la mendicidad
infantil en Irlanda se ha convertido en emblemática de una su-
puesta incompatibilidad entre la cultura viajera, y los derechos
de los niños irlandeses. Afirma que el resaltamiento y criminali-
zación de la mendicidad infantil alimenta la estigmatización ra-
cista de los viajeros y legitimiza la ulterior exclusión mientras
son negadas las necesidades básicas. En la Irlanda moderna, He-
lleiner concluye que, los niños viajeros y sus padres enfrentan
una creciente condena por su fracaso en encontrar un estándar
de niñez ‘improductiva’ que permanece irrealizable, dado el ina-
decuado soporte del Estado. Evidentemente, existe una necesi-
dad de más investigación sobre los niños que se ganan la vida
mediante la mendicidad. Esta investigación pregunta: ¿Cuál es el
sitio simbólico del mendigo en la sociedad ecuatoriana contem-
poránea? ¿Cómo los mendigos indígenas son representados e
idealizados? Haciendo esto, apunta a desvelar los mitos alrede-
dor de sus vidas.
A pesar de las numerosas publicaciones sobre los niños
trabajadores y los niños de la calle, se mantienen varias interro-
gantes. Como revelan las investigaciones anteriores, en muchas
ciudades, los niños de la calle son el blanco de medidas excluyen-
tes. En Ecuador, éste también es el caso. La revitalización urbana
es considerada como clave para la revitalización de la economía,
particularmente, a través del flujo global de dólares del turismo.
¿Cómo esta condición periférica de los niños indígenas en la es-
fera urbana se cruza con estos procesos? ¿Cómo entra en juego
el discurso sobre los derechos de los niños? ¿Cómo el género, la
‘raza’ y la etnicidad participan de los esfuerzos para removerlos
de las calles?

2.3.6 Vacíos en la literatura


Esta sección ha proporcionado un vistazo general sobre
las investigaciones existentes sobre la niñez que son aplicables a los
Andes. Las investigaciones actuales sobre niñez, y juventud han
prestado atención a los cambiantes contextos en un mundo cada
vez más globalizado. La investigación ha revelado formas ocultas
de trabajo infantil (tales como el de cuidadores) y ha enfatizado la
90
importancia de los niños rurales, en el trabajo reproductor. La me-
Kate Swanson
diación de los niños en la migración ha sido reconocida y ha exis-
tido un reconocimiento que los niños migran por razones que es-
tán más allá de la simple necesidad económica. También ha sido
expuesto cómo la migración, en algunos casos, contribuye al in-
cremento de la complejidad de la familia.
La investigación actual ha puesto atención al hecho de
que las identidades juveniles están siendo constantemente rein-
ventadas de cara a las condiciones cambiantes. También ha reve-
lado cómo, en Bolivia, las niñas negocian su pertenencia a la na-
ción mediante las mercancías y el consumo. La investigación con
niñas indígenas y sus abuelas, en la amazonía ecuatoriana revela
cómo una, cada vez más, compleja sociedad interétnica reta a la
reproducción cultural. En la sierra ecuatoriana, la investigación
también muestra cómo los niños de migrantes indígenas están
atrapados entre los espacios urbanos y rurales y se sienten inse-
guros de a dónde pertenecen.
Ha existido mucha investigación sobre los niños de la
calle, pero muy poca se ha enfocado sobre los niños trabajado-
res, particularmente en los Andes. La investigación existente ha
revelado cómo las estructuras familiares andinas y urbanas difie-
ren en cuanto a nociones de género, trabajo y niñez. La investi-
gación fuera de la región de los Andes se enfoca extensamente en
la juventud masculina sin hogar. Dentro de la geografía, este
cuerpo de la literatura ha explorado la exclusión social y espacial
de la juventud callejera, mientras toma en cuenta formas de re-
sistencia y subculturas de la calle. Ha existido muy poca investi-
gación sobre las niñas. Los estudios existentes se enfocan amplia-
mente sobre las niñas de la calle sin hogar, y explora cómo rom-
pen y violan las concepciones dominantes sobre feminidad. Ade-
más, existe muy poca investigación sobre los niños que se ganan
la vida mediante la mendicidad, mientras que los niños que tra-
bajan en las calles con sus familias han estado completamente
marginalizados en la literatura.
La discusión anterior ha revelado la existencia de mu-
chos vacíos restantes en la literatura. Existe una particular nece-
sidad de enfocar cómo la juventud indígena negocia con las se-
ductoras imágenes de la modernidad en una era de rápido cam-
bio socioeconómico y cultural. La mendicidad es un poderoso
vehículo por medio del cual se explora este problema. Mediante
una investigación a fondo acerca de las vidas de los jóvenes men- 91
digos indígenas, esto puede ser posible para desvelar los mitos y Pidiendo caridad
en las calles
descubrir cómo se modelan las nociones de niñez, género y etni-
cidad e informa de las identidades de los niños.
Es importante explorar estos problemas porque los
cambios socioeconómicos y culturales tienen impactos significa-
tivos sobre los niños. Como un grupo racializado y minoritario,
los niños indígenas en particular, enfrentan retos únicos. Cómo
estableció el ILO (2001):
Las más altas tasas de mortalidad infantil, los más bajos niveles de
ingresos, el más extenso analfabetismo y el más escaso acceso a los
servicios de salud y sociales se pueden encontrar entre los 300 mi-
llones de indígenas a nivel mundial… Donde quieran que se en-
cuentren, los 5.000 indígenas y grupos tribales que se extienden
en algunos de los 70 países alrededor del globo, tienden a poseer
una cosa en común: son los más pobres de los pobres.

Negociar estos rápidos cambios socioeconómicos y cul-


turales, es complicado para la juventud indígena. Muchos tienen
grandes dificultades en la reconciliación de sus cambiantes roles
dentro de sus comunidades. Están siendo empujados en múltiples
direcciones e inseguros sobre el sendero que deben seguir. Este ex-
tremo y rápido cambio socioeconómico y cultural, puede llevar a
la depresión (o nervios), al abuso severo de substancias y al suici-
dio. Así, esta investigación es particularmente oportuna, dado que
al contrario de muchas otras comunidades rurales en los Andes, el
involucramiento de Calguasig con los procesos de la moderniza-
ción capitalista solamente acaba de empezar.
Como los niños se integran cada vez más a la esfera ur-
bana, es importante entender cómo su exclusión está frecuente-
mente contenida en un discurso racista que legitima y naturali-
za el distanciamiento social y espacial. Es importante compren-
der cómo la revitalización urbana y el salvamento infantil llegan
a estar integralmente ligadas mediante los intentos de proyectar
una imagen saneada y “blanqueada” del país. Tomando en cuen-
ta esto, la actual investigación hace eco del trabajo de Helleiner
(1998a, 1998b, 2000) sobre la población minoritaria indígena de
viajeros irlandeses. Empezando en los años cuarentas, describe
cómo las mociones para prohibir los campamentos gitanos y su
reemplazo con programas de asentamientos promovidos por el
gobierno, se realizaron como si fueran por los “mejores intere-
92 ses” de los niños. Los niños fueron considerados como víctimas
Kate Swanson inocentes de la cultura viajera. En efecto, la manera de “salvar” a
estos niños fue el forzarlos a una residencia sedentaria y a la asis-
tencia escolar a tiempo completo. La investigación de Helleiner
es un ejemplo concreto de cómo los niños llegan a ser un tema
central de disputa y cómo el discurso sobre la niñez se cruza con
otros discursos degradantes asociados con el racismo, el género
y la clase. También es un claro ejemplo de cómo los grupos mi-
noritarios indígenas en todas partes, son envilecidos como mo-
delos “desafiantes” de paternidad y niñez. Helleiner hace un lla-
mado para realizar extensos análisis críticos de cómo los discur-
sos sobre la niñez naturalizan y legitiman varias desigualdades
sociales. Esta investigación responde a ese llamado.

Notas:
1 “Indio” tampoco es un término neutral. Cuando utilizo este término, si-
go a Weismantel (2001) en un intento deliberado para animar al lector a
reflexionar sobre sus connotaciones negativas, porque son precisamente
estas connotaciones y las formas en las cuales éstas se utilizan en la socie-
dad andina lo que discuto aquí. También debería ser notado que el térmi-
no “indio” está resurgiendo entre los activistas quienes confían en el va-
lor de choque de este término para propósitos antirracistas (ver Weis-
mantel, 2001: xxxiii).
2 Los afroecuatorianos también son ampliamente discriminados en Ecua-
dor, pero un análisis de este problema está fuera del alcance del presente
estudio. Ver De la Torre (2002b), Rahier (1998, 2003) y Whitten (1974)
para análisis futuros.
3 Consultor, Organización Internacional del Trabajo (OIT). Entrevistado
por la autora. Diciembre 12 de 2002. Quito.
4 Asistente del Director, Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio
(FEPP). Entrevistado por la autora. Diciembre 4 de 2002. Quito.
5 Ver Powers (1995) para un análisis histórico sobre cómo los indígenas
evitan identificarse como indios para evadir el pago de impuestos y la la-
bor manual durante el periodo colonial.
6 Reunión entre los representantes del Municipio de Quito y los trabajado-
res sociales de la Fundación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Quito. No-
tas de campo.
7 El término “autóctono” generalmente se usa para referirse a aborígenes
“reales” quienes han sido “intocados” por el mestizaje y la modernización.
8 Los niños de los inmigrantes pueden afrontar también problemas simila-
res; sin embargo, está fuera del alcance de este libro el explorar las simila-
ridades y diferencias.
9 Tigua es una comunidad andina rural en la provincia de Cotopaxi. La co-
munidad está localizada ligeramente al este de Zumbagua (ver Figura 1.2). 93
10 La investigación de Muratorio (1998) se realiza en la Amazonía ecuato-
Pidiendo caridad
riana en lugar de los Andes, pero se enfoca en una comunidad rural Qui- en las calles
chua. Por lo tanto, sus resultados son relevantes en esta investigación.
Capítulo III

MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN

3 . 1 I n t roducción
Este libro está basado en 18 meses de investigación
profunda y cualitativa, realizada en Ecuador entre marzo del
2002 y septiembre del 2003. En este capítulo, exploro los proble-
mas de representación y mi integración social en la investiga-
ción. También, examino los retos éticos y substantivos sobre mi
trabajo de campo. Luego, presento mis métodos específicos de
investigación, los cuales incluyen la generación de confianza, la
observación participativa, las entrevistas, la recolección secunda-
ria de datos y revelo cómo éstos se aplicaron en el campo.

3 . 2 R e p resentación, retos éticos y substantivos


Antes de describir mis métodos específicos de investi-
gación, siento que es importante discutir mi integración social
95
en esta investigación y algunos de los retos éticos y substantivos
Pidiendo caridad
que afronté. Llegué a Ecuador a finales del mes de marzo del en las calles

2002. Durante los primeros días de viaje por mi nuevo hogar,


empecé a notar grupos de mujeres y niños indígenas vestidos
con chalinas de colores brillantes mendigando en “Gringopam-
ba”. No tan sorprendentemente, mis suposiciones iniciales sobre
estas mujeres y niños eran erróneas. Como muchos ecuatorianos
y extranjeros (como luego descubrí), pensé que eran gente sin
hogar y dormían en las calles. Debido a que nunca vi a ningún
adulto de género masculino con ellos, erradamente creí que era
familias de madres solteras que habían sido abandonadas por sus
esposos. Esta imagen de familia pobre, de un solo padre, lidera-
da por mujeres, se ajustó dentro de las nociones preconcebidas
que había desarrollado sobre los niños de la calle latinoamerica-
nos. Luego empecé a preguntar.
Inicialmente encontré mi punto de entrada en una co-
munidad de niños trabajadores de la calle, a través del Centro
para la Niña Trabajadora y su Familia (CENIT). Sin embargo,
descubrí que esta organización trabaja principalmente con los
niños de migrantes, quienes ya están establecidos en Quito. Aun-
que la mayoría de estos niños son de descendencia indígena, se
han establecido en Quito como mestizos y, principalmente, tra-
bajan dentro y en los alrededores de los mercados urbanos. Aun-
que las vidas de estos niños son muy interesantes, encontré que
mi atención se dirigía hacia los mendigos indígenas que conti-
nuaba viendo en la parte norte de la ciudad. Expresé mis intere-
ses a uno de los trabajadores sociales del CENIT, quien me pre-
sentó formalmente a uno de sus amigos que trabajaba con este
grupo de individuos. Fue Janeth de la Fundación Don Bosco
(FDB) quien, posteriormente, ofreció llevarme a Quisapincha
Alto para una visita.
La siguiente semana me recogió a las 5.30 am y realiza-
mos el viaje de cuatro horas a las comunidades. Debo admitir,
que estaba emocionada, entusiasmada y colmada con nociones
románticas sobre mi emergente rol como investigadora en una
remota aldea andina. Fue un hermoso día y, desde que vi el es-
pectacular paisaje de montaña y la presencia de la “exótica” cul-
tura indígena, sin dudarlo me comprometí al proyecto. Prove-
niente de mi clase media y de un entorno canadiense urbano, se
sintió casi como un escenario sacado de National Geographic.
96 Pero cuando empecé a enfrentar las ocho horas de con-
Kate Swanson ducción de regreso, dos veces por semana, sobre caminos espan-
tosos, que amenazaban enviarnos varios cientos de metros de caí-
da dentro del río o alternativamente dentro del próximo bus en
el trecho entre Quito y Ambato, rápidamente el romanticismo
desapareció. La altitud, a ratos las espantosamente frías lluvias
horizontales, el barro, la pobreza y las desoladas condiciones me
devolvieron a mis sentidos. Comprendí que realmente éste no era
un trabajo “romántico”, sino un trabajo incómodo y difícil.
Debido a que la investigación se enfocaba principal-
mente en niños y jóvenes, enfrenté varios retos éticos y subs-
tantivos, particularmente en términos de acceso, consenti-
miento y las maneras en las cuales los niños comprendían, re-
contaban y recordaban sus experiencias de vida. A menudo los
niños somenten a los investigadores a pruebas antes de aceptar-
los dentro de su comunidad. Los prueban para determinar a
qué nivel pueden confiar en ellos y para determinar si reporta-
rán sus actividades al ‘mundo adulto’ (Corsaro and Molinari,
2000; Fine and Sandstrom, 1988). Si los investigadores no son
capaces de ganar su confianza, los niños pueden estar más in-
clinados a actuar engañosamente. Como establecen Scheper-
Hughes y Hoffman (1998:365): “los niños de la calle son, casi
por definición, astutos y saben cómo manipular y adaptarse a
situaciones particulares, incluyendo el hablar a los antropólo-
gos.” En efecto, regularmente, los niños de la calle muestran
comportamientos estereotipados para engañar a los extraños y
para obtener dinero o beneficios materiales (Kilbride et al.,
2000; Taracena and Tavera; 2000).
Aunque los niños con los que trabajé estaban menos
acostumbrados a los investigadores que algunos, la creación de
confianza y el tiempo en el campo fue crucial para este proyecto.
Descubrí que al principio, cuando comencé a aproximarme a los
niños en las calles, podrían mentir acerca de sus nombres y co-
munidades. Por ejemplo, las niñas casi siempre declararon que
sus nombres eran “María,” un nombre común para las mujeres
indígenas. Muchos investigadores, incluyéndome, han encontra-
do que después de pasar considerable tiempo en el campo, los
casos de engaño disminuyen en la medida en que los niños em-
piezan a confiar y a comprender sus objetivos de investigación
(Hecht, 1998; Kilbride, et al., 2000; Young and Barrett, 2001a).
Cuando se trabaja con niños, también puede ser difícil distinguir 97
los hechos de las fantasías infantiles. Por ejemplo, un niño de 12 Pidiendo caridad
en las calles
años me contó una elaborada historia sobre que él era muy buen
amigo de un oficial de policía en Guayaquil, y de cómo esta
amistad le permitió actualmente trabajar por algún tiempo co-
mo oficial de policía completamente uniformado en la ciudad.
Sin embargo, Hecht (1998) afirma que las narraciones no siem-
pre deben ser fijadas como realidad o ficción, puesto que a pesar
de eso reflejan algunos aspectos de las realidades de los niños.
Antes de empezar esta investigación, estaba particular-
mente interesada en adquirir el entendido consentimiento de los
niños. De acuerdo a las Guidelines on the Use of Human Subjects
(Guías sobre el uso de Sujetos Humanos)(Dickens, 1979) de la
Universidad de Toronto-Canadá, los investigadores que trabajen
con niños, deben obtener el consentimiento entendido de los ni-
ños y el consentimiento delegado de un padre, pariente más cer-
cano, o un custodio antes de proceder a la investigación. Debido
a que estaba interesada sobre este problema, empleé varios me-
ses en observaciones participativas antes de intentar conducir las
entrevistas con los niños. Con el tiempo decidí empezar las en-
trevistas, los niños ya me conocían y confiaba en mí. Sin embar-
go, siempre pedía su consentimiento y les dejaba saber que su
participación era completamente opcional. Les explicaba el tipo
de preguntas que haría, la cantidad de tiempo que tomaría y mis
razones para querer entrevistarlos. Al final, todos excepto dos ni-
ñas estaban ansiosos de participar. Una niña tenía once años y
había pasado mucho tiempo de su vida mendigando en Quito.
Tenía una educación muy limitada, porque sus padres la sacaron
de la escuela. Una vez le pregunté si regresaría a Quito próxima-
mente, ella respondió: “nunca.” Desafortunadamente, sospecho
que este era simplemente un deseo. La otra tenía dieciocho años
y nunca había ido a la escuela. Había sido criada por padres sor-
domudos. Había empleado una gran cantidad de tiempo traba-
jando en Quito. Mientras que ella estaba deseosa de conversar
conmigo informalmente, y hasta vino a mi departamento unas
pocas veces, nunca me permitió grabar una entrevista formal-
mente con ella.
De varios niños menores de 13 años, siempre obten-
dría el consentimiento delegado de un padre, pariente más cer-
cano, o un custodio antes de conducir la entrevista. Puede reali-
98 zar esto, porque los niños de Calguasig trabajan siempre en uni-
Kate Swanson dades familiares. Trabajando en la misma esquina, encontraba a
sus madres, hermanas, tías, cuñadas, o a veces abuelas. Encontré
que una vez explicadas mis intenciones, y que era obvio que los
niños estaban dispuestos a participar, los custodios siempre esta-
ban de acuerdo, pero alentaban a los niños a regresar rápida-
mente. Para beneficio de los cuidadores, conduje las entrevistas
en lugares dentro del campo visual, pero donde no podían escu-
charlas. Como muchos de ellos llegaron a conocerme bien, per-
mitían a los niños bajo su cuidado, visitar mi departamento, el
cual estaba localizado a pocos minutos.
También entrevisté a jóvenes, entre las edades de 14 a
16 años. Sin embargo, descubrí que obtener el consentimiento
delegado para ellos era problemático, debido a que frecuente-
mente actuaban como custodios legales de grupos de niños más
jóvenes. O en algunos casos, aparecían por su voluntad en mi de-
partamento con la intención de ser entrevistados. Los niños de
Calguasig generalmente terminan la escuela a la edad de 12 años
y muchas veces se casan a la edad de 14 o 15 años. Durante mi
estadía en Ecuador, asistí a dos bodas de calguaseños. Las novias
tenían 14 y 15 años, mientras que los novios tenían 16 y 17 años.
También encontré una mujer en Calguasig que tenía mi edad, 29
en ese tiempo. Luego de platicar, descubrimos que ambas estába-
mos casadas, pero la diferencia era que ella se había casado 17
años antes, cuando tenía 12 años de edad. Debido a que los con-
ceptos de adulto y niño varían sustancialmente de las nociones
canadienses, yo trataba a los jóvenes de 14 y más años como
“menores emancipados.” De acuerdo a la ley canadiense, los me-
nores emancipados son jóvenes menores de 16 años quienes es-
tán casados, sirviendo en las Fuerzas Armadas, viviendo inde-
pendientemente, están embarazadas o ya son padres. Se conside-
ra que estos jóvenes son capaces de proveer consentimiento en-
tendido sin la necesidad de consentimiento delegado (Lena and
Perera, 2001). Muchos de los jóvenes de 14 años y mayores que
entrevisté estaban viviendo independientemente de sus padres,
mientras estaban en la ciudad o ya estaban casados.
La Tri-Council Policy Statement (1998) de Canada es-
pecifica que mientras se prefiere el consentimiento escrito, el
consentimiento oral es aceptable si se considera más apropiado
culturalmente. Para mi investigación, siempre obtuve el esenti-
miento verbal cuando entreviste a individuos de Calguasig. Esto 99
se debió a que muchos de los individuos que entrevisté, o aque- Pidiendo caridad
en las calles
llos de los que necesitaba consentimiento delegado, eran analfa-
betos o escasamente instruidos. Para los niños, descubrí que si yo
tenía cualquier tipo de papel durante las entrevistas o intentaba
escribir algo, algunos se ponían extremadamente nerviosos, co-
mo si estuviera examinándolos. Esto se hacía obvio a través de
miradas nerviosas y respuestas cortas de sí o no. Para ayudar a
los niños a relajarse y alentarlos a hablar más libremente, traté de
realizar las entrevistas lo más informales posible. Esto significa-
ba eliminar los formularios de consentimiento escrito y confiar
solamente en el consentimiento verbal.
Obviamente, las desigualdades de poder son un pro-
blema en este proyecto. Éstas se refieren al poder que poseía du-
rante el proceso de investigación, tal como controlar y dirigir las
conversaciones; y mi habilidad para definir, delinear y limitar mi
campo y tópico (England, 1994; Katz, 1994). También se refiere
a mi condición como una mujer blanca de clase media del Nor-
te Global. Y debido a que estaba trabajando con niños, también
existieron dimensiones de poder concernientes a la edad y expe-
riencia. Mientras que no fui capaz de superar algunas de éstas di-
námicas, desearía sugerir que el investigador no siempre tiene
mucho poder como podríamos pensar. Hecht (1998) describe
que, al inicio, estaba bastante preocupado sobre las desigualda-
des de poder en su investigación. Descubrió que, aunque las de-
sigualdades materiales eran evidentes, su investigación se guió
por una dinámica donde él dependía de los niños de la calle, no
al contrario.. Nast (1998) habla sobre su investigación en Nige-
ria, donde su “poder” fue subvertido. Su interacción con tres
grupos separados resultó en que ella fue respectivamente vista
como una seductora, una maestra y una inferior social. Física-
mente posicionada como tal, ella establece que: “tuve que ir más
allá del espejo para negociar y vivir con identidades que, previa-
mente, nunca habría imaginado que podrían ser las mías” (Nast,
1998:108).
En mi propio caso, estaba muy consciente de mis dos
posiciones en la comunidad: marginal y dominante. A veces, me
sentía marginal porque no tenía un rol respetado en la comuni-
dad. Aunque yo era tal vez una novedad, realizaba muchas pre-
guntas “obvias”, era incapaz de seguir todas las conversaciones en
100 Quichua, y pasaba mucho de mi tiempo escribiendo en mi cua-
Kate Swanson derno y holgazaneando con los niños (ninguna de las cuales son
actividades particularmente respetables). Mientras estaba vi-
viendo con una familia en Calguasig, los padres fueron por tres
días a la costa, para ayudar a un miembro de la comunidad en
problemas. Esto significó que Flora una niña de 12 años –no yo–
se quedara a cargo. Por tres días, Flora cuidó de Nicola de 10
años, Wilmer de 8 años, Nuria de 6 años y yo. Ella cocinó, lim-
pió, lavó la ropa, preparó a los niños para la escuela y hasta en-
señó a la clase de su madre en el jardín de infantes. Yo no fui con-
siderada “el adulto” durante esos días. A lo más, era solamente
otra boca que alimentar.
Como dije, estaba muy consciente de la posición domi-
nante que tenía en la comunidad. Mi raza, etnicidad, clase, ciuda-
danía y educación me posicionó muy diferentemente de los
miembros de la comunidad. Éste dominio fue evidente para mí
cuando, en una ocasión, me presentaron una carta de una orga-
nización comunitaria pidiéndome muy necesarios recursos fi-
nancieros para sus guarderías. Teniendo actualmente experiencia
con World Vision, Care Internacional y una ONG alemana, los
miembros de la comunidad son muy conscientes que, muchas ve-
ces, los extranjeros obtienen recursos económicos. En este caso,
trate de reforzar que mi rol era de investigadora y que por el mo-
mento, todo lo que podía hacer era contar sus historias a una au-
diencia mayor. Les dije que difundiría mis resultados a los acadé-
micos, ONG y gestores de políticas en Norteamérica y Ecuador.
Tendían a estar de acuerdo en que si su historia era contada, otros
(lo que significaba extranjeros con dinero) podrían ser obligados
a involucrarse con sus comunidades. Mientras que yo estoy cons-
ciente que no realicé falsas promesas y que hice mi mejor esfuer-
zo en proporcionarles expectativas realistas sobre mi investiga-
ción, esto ha sido un problema significativo para mí.1
Rosaldo (1989) afirma que toda investigación etnográ-
fica inevitablemente resulta en transformaciones sociales sutiles
o explícitas. En el caso de mi investigación, siento que tuve un
impacto sobre la comunidad. Luego de pasar más un año traba-
jando con los calguaseños, se me pidió ser la madrina de una jo-
ven niña. Mediante este proceso, descubrí que el papel de una
“madrina” en Calguasig tenía mucho que ver con el parentesco y
la reciprocidad que con la religión. Este papel ha consolidado mi
compromiso, a largo plazo, con la comunidad. 101
También tuve impacto en términos de bienes materia- Pidiendo caridad
en las calles
les. Durante mi estadía en Ecuador, entregué a los calguaseños
muchas fotografías y pequeñas comodidades como símbolos de
reciprocidad. El más significativo de ellos fue mi teléfono celular,
el cual regalé a mi familia anfitriona calguaseña a mi partida de
Ecuador. Éste fue un gesto significativo que indudablemente au-
mentó la categoría de esta familia, puesto que solamente unos
pocos calguaseños eran capaces de permitirse el uso de teléfonos
celulares. Durante mi última semana en Ecuador, mi esposo y yo
entregamos muchas de nuestras pertenencias a los niños y mu-
jeres jóvenes que trabajaban cerca o venían a visitarnos. Éstas in-
cluían zapatos, chaquetas, vestimenta y comida. Sin embargo, el
día anterior a mi partida del país, tuve una interacción muy in-
cómoda (por lo menos para mí) con un grupo de mujeres cal-
guaseñas. Pocos días antes, había hablado con Nelly una mujer
de mi misma edad, y le había pedido pasar por mi casa, porque
tenía algunas mantas, almohadas y alfombras que pensaba que
ella y sus hijos podrían usar. Sin embargo, cuando ella vino, la
acompañaban otras cuatro mujeres que yo apenas conocía. Co-
mo salí con mis brazos llenos de artículos, ellas emplearon sus
medios profesionales para mendigar y empezaron a suplicarme.
Hacía mucho tiempo desde que alguien en la comunidad había
mendigando algo de mí. Inocentemente había asumido que ha-
bíamos creado una relación balanceada: ellos me daban infor-
mación yo les entregaba fotografías.2 Pero este incidente fue un
duro recordatorio de que yo era el extranjero adinerado, a pun-
to de abandonar el país.
Como una mujer blanca de clase media del Norte Glo-
bal, algunos pueden cuestionar mi derecho para intentar investi-
gar sobre un grupo marginalizado de niños en el Sur Global. Las
feministas poscoloniales critican a las mujeres occidentales quie-
nes investigan y hablan en nombre de los dependientes y margi-
nalizados “otros” (Anzaldúa, 1990; Chow, 1991; Mohanty 1991;
Spivak, 1988). Ellas sostienen que tales representaciones “conti-
núan reflejando relaciones de explotación históricas y contem-
poráneas entre colonizadores y colonizados” (Wolf, 1996:33).
Mientras que las feministas poscoloniales hablan principalmen-
te de la explotación de mujeres en el Sur Global, igualmente el
argumento se aplica a los niños.
102 Aunque reconozco que muchos pueden traducir mi
Kate Swanson posición en esta investigación como problemática, siento que es-
te tipo de discurso puede hacer imposible los proyectos políticos.
Como estableció Udayagiri (1995:166), “si no existe conexión
entre los dos dominios, ‘nosotros’ y los ‘otros’, entonces ¿cómo es
posible formar coaliciones estratégicas sobre la clase, la raza y las
fronteras nacionales?”. También concuerdo con Narayan (1989);
quien afirma que la falta de privilegio epistémico no debería ex-
cluir a miembros simpatizantes del grupo dominante. Aunque
estoy posicionada de manera diferente, no significa que soy in-
capaz de adquirir cierto nivel de conocimiento acerca de las vi-
das de los niños indígenas. Además, mi condición de intrusa
puede haberme posibilitado una perspectiva diferente que la de
un individuo del medio (Wolf, 1996).

3 . 3 Métodos de investigación
Me acerqué a mi campo de investigación por medio de
seis procesos escalonados: 1) encontrar un guardabarreras; 2)
crear confianza; 3) observación participativa; 4) recolección se-
cundaria de datos; 5) entrevistas con expertos; y 6) entrevistas
con niños y miembros de la comunidad. Sin embargo, estos es-
calones no eran enteramente discretos, se solaparon. Ya he discu-
tido los asuntos acerca de mi guardabarrera y mi entrada en la
comunidad. Así que, empezaré con una discusión acerca de la
creación de confianza.
Como en muchos lugares, la mendicidad es un tópico
muy sensible y disputado. Esto significa que los calguaseños son
muy renuentes al hablar acerca de su involucramiento en esta ac-
tividad. Durante las etapas iniciales de esta investigación, mu-
chas veces fui, percibida como una “gringa” anónima cuando me
aproximaba a ellos en las calles. Sin conocerme, sus primeras res-
puestas fueron el mendigar de mí. Pero, al pasar el tiempo empe-
zaron a reconocerme, siempre inventarían una excusa para justi-
ficar su mendicidad tal como: “se acabaron los chicles”. Durante
los últimos dos años, las mujeres y niños de Calguasig han em-
pezado a mezclar la mendicidad y las actividades de venta. Este
cambio se debe, en gran parte, al trabajo de la FDB. Al trabajar
con los miembros de la comunidad, los trabajadores sociales han
persuadido a muchos que vender chicles es una alternativa via-
103
ble a la mendicidad y que podría, en su opinión, permitirles con-
servar su dignidad. Mientras que las mujeres ancianas siguen Pidiendo caridad
en las calles
mendigando, la mayoría de las mujeres jóvenes utilizan más
tiempo para vender chicles. Tienden a reservar la mendicidad
para encuentros oportunos con “gringos”. Sin embargo, los niños
–especialmente los menores de 10 años– continúan frecuente-
mente mendigando en lugar de vender. Para los niños entre 10 y
13 años, el mendigar y el vender se unen: suelen tener una caja
de chicles en una mano y la otra extendida. Pero si les preguntan,
casi todos negarán que mendigan. Por esta razón, el ganarse la
confianza fue absolutamente crucial para este proyecto.
Para establecer la confianza y construir fe en mi pro-
yecto, empleé ocho meses visitando Calguasig y sus aldeas veci-
nas, casi semanalmente. Debe ser anotado en este punto que esas
aldeas, tradicionalmente, habían sido muy cerradas a los extran-
jeros, especialmente, cuando no existía el camino de acceso has-
ta el año 1992. Hasta con el camino, sus pobres condiciones sig-
nifican que, cuando llueve, el viaje a pie todavía es la única for-
ma de ingreso, la cual es una caminata difícil. Generalmente em-
pleaba dos días a la semana en las aldeas para involucrarme en
una extensa observación participativa. Inicialmente observaba,
más que participaba. Asistí a reuniones con Janeth, compartí co-
midas con los miembros de la comunidad y generalmente me
sentaba atrás y trataba de observar cómo funcionaban las cosas.
Cuando gané más confianza y sentí que la gente había empeza-
do a aceptarme, participé más, por medio de pequeñas charlas,
jugando con los niños y dirigiendo conversaciones.
Durante los meses de verano y con la ayuda de Janeth,
recluté la asistencia de algunos amigos ecuatorianos y extranje-
ros, para realizar un día de campo para aproximadamente 70
niños indígenas. El campamento era para niños de Quisapin-
cha Alto, por lo que fue ubicado en la comunidad central de
Illahua Chico. Lo realizamos en ocho sesiones de tres horas, en
un periodo de cuatro semanas. Teníamos clases de inglés, com-
putación y de sastrería para los niños mayores y de artes y ar-
tesanías para los niños pequeños. Siempre terminábamos la
mañana con juegos, los que incluían lanzamiento de pelotas,
carreras de sacos, carreras de cucharas con patatas, competen-
cias de guerras de tirones y fútbol. También siempre les sumi-
nistramos un almuerzo. Este campamento fue muy exitoso y
104 me permitió, verdaderamente, conocer a los niños en su propio
Kate Swanson terreno. Por ejemplo, aprendí mucho acerca del papel significa-
tivo que tienen los niños en las responsabilidades del cuidado
infantil. Lisa, una niña de 10 años de edad, vino al campamen-
to un día con su hermana de dos años de edad atada a su espal-
da. En toda la mañana, ella asistió a clases y jugó con su herma-
na sobre su espalda, aunque no con un entusiasmo particular.
Como parte del campamento, la FDB donó numerosos jugue-
tes, incluyendo rompecabezas, muñecas y juegos. Encontré,
particularmente, intrigante mirar a Dora, una niña de siete
años de edad, quien cuidadosamente acunaba y cuidaba a su
nueva muñeca de ojos azules y pelo rubio la mañana entera
(Fotografía 3.1). Utilizando una cantidad de tiempo considera-
ble en Illahua, una comunidad donde pocas mujeres y niños es-
tán involucrados en la mendicidad,3 también fui capaz de com-
prender los continuos cambios en Calguasig.

Fotografía 3.1: Dora y su nueva muñeca. Nótese la vestimenta tradicional que estas ni-
ñas están usando: sombreros, chales, cinturones tejidos (chumbis), faldas negras de lana
(anakus). En Illahua, las vestimentas de las mujeres se mantienen muy tradicionales; en
Calguasig, los estilos están cambiando rápidamente.

Mientras tanto, en Quito regularmente hablaba con 105


mujeres y niños en las calles, mientras observaba a fondo sus ru- Pidiendo caridad
en las calles
tinas e interacciones con el público. Estas conversaciones eran
siempre informales ya que trataba de establecer relaciones y co-
nocer los límites. Durante este tiempo, también estudiaba Qui-
chua. Por seis meses, estudié Quichua en forma privada y semi
privada con un instructor universitario. Mi objetivo no era llegar
a manejar en forma fluida el lenguaje, sino ser capaz de seguir y
participar en las conversaciones lo más posible. Este instructor
también me proporcionó numerosas clases sobre varios aspectos
de la cultura Quichua. Incluyendo clases sobre niñez, género, na-
cimiento, muerte, fiestas, música, alimentos, higiene, salud, reci-
procidad, redistribución, educación, trabajo, religión y juegos.
Por el mes de diciembre, había obtenido la suficiente
confianza para que se me invite a vivir en Calguasig. Después de
reunirme con los miembros de la comunidad, se decidió que po-
dría vivir allí por el lapso de un mes empezando en marzo. Aun-
que no era mucho tiempo, fue suficiente para obtener más nive-
les de confianza y facilitar mi investigación en la ciudad. Me alo-
jé con una familia de seis miembros en Calguasig. Vivíamos en
una casa de bloques de cemento con piso de tierra. Existían dos
camas de madera acolchadas con paja y compartí una de ellas
con dos de las hijas. Mientras viví en Calguasig, traté de partici-
par en todos los aspectos de la vida comunitaria. Coseché pata-
tas, planté trigo, participé en las mingas o proyectos de trabajo
comunitario, asistí a reuniones, pasé tiempo en las aulas, ayudé
en las cocinas y participé en las celebraciones. Mis lecciones de
Quichua estaban pagadas: era capaz de seguir muchas conversa-
ciones y, por lo menos, entendía lo básico. Sin embargo, a excep-
ción de los niños pequeños y los ancianos, la mayoría de calgua-
seños me hablaban en español.
A los pocos días de mi mudanza, me presenté en una
reunión de la comunidad. Les informé acerca de mi investiga-
ción y les comuniqué que realizaría muchas preguntas durante el
mes siguiente. Les dije que llevaría esta información a Canadá,
de manera que podría contarles a otra gente sobre sus vidas. Pa-
ra mi sorpresa, dentro de pocos días, la gente se acercaba a mi
puerta para hacer grabaciones conmigo. Luego de haber realiza-
do pocas entrevistas con mi grabadora de audio, descubrí que la
gente estaba dispuesta a contar sus historias. Imagínense, los más
106 dispuestos (generalmente los presidentes de organizaciones co-
Kate Swanson munitarias recientemente formadas) pasaron mucho tiempo du-
rante estas entrevistas, directamente hablando a la “gente de Ca-
nadá”. Deseaban que los canadienses conocieran que necesitaban
dinero para proyectos de ayuda para la gente de Calguasig. Con-
sideraron a mi grabadora y a mí mismo como un vínculo para
obtener recursos externos. Dependiendo de sus posiciones den-
tro de la comunidad (en su mayoría maestros, presidentes y líde-
res del consejo), dirigí las conversaciones durante estas grabacio-
nes sobre temas tales como la historia de la comunidad, la agri-
cultura, la migración, la educación, la niñez, la cultura, la econo-
mía y el cambio.
Increíblemente, mi mejor asistente de investigación fue
mi gran y amigable perra. Cuando me mudé a Calguasig, llevé a
mi perra Kiva conmigo. Aunque inicialmente con cautela, los ni-
ños aprendieron a amarla. Pasarían horas arrojándole pelotas, o
en su lugar, botellas de gaseosa para que ella las recuperara. Esto
llegó a ser un gran momento para mí, el “holgazanear” con los ni-
ños. Mientras ellos jugaban, charlábamos y nos hicimos amigos.
Eventualmente, cuando caminaba por el camino fangoso de un
sitio a otro, escuchaba el grito de “¡KIVAAAA!” desde algún lugar
distante en lo alto de la montaña y podía observar pequeñas ma-
nos agitándose fervientemente. La popularidad de Kiva en la co-
munidad significó que cuando abandoné el Ecuador, Calguasig
fue invadida con cachorros llamados o renombrados “Kiva” o
“Guagua Kiva”4 (Fotografía 3.2).
Luego de haber vivido en la aldea, mi trabajo en la ciu-
dad se facilitó significativamente. Típicamente caminaba por

107
Pidiendo caridad
en las calles

Fotografía 3.2: Tratando de fotografiarse con Kiva al frente de la escuela de la comuni-


dad. Nótese como las prendas de las niñas se diferencian mucho de las prendas de las ni-
ñas de Illahua. En lugar de usar las tradicionales faldas anaku, estas niñas están usando
algunas variantes de lo que luego describiré como “faldas de ciudad”.
Quito con mi perra. Como consecuencia, cuando me aproxima-
ba a los niños calguaseños en las calles, podía escuchar Kivas
murmurados y luego grandes sonrisas. En minutos, pequeños
grupos de niños se formaban, algunos de los cuales se juntarían
a nosotros para jugar atrapadas en un parque cercano. Durante
estos momentos, a menudo entrevistaría a uno o dos niños
mientras sus amigos jugaban con Kiva. A veces, me sentaba en el
parque con un niño, mientras cada uno se turnaba para lanzar la
pelota. Esto proporcionó una manera muy informal y divertida
de entrevistar a los niños trabajadores (Fotografía 3.3).
Durante estas entrevistas, traté algunos o todos los te-
mas siguientes (Cuadro 3.1):

Fotografía 3.3: Sentados en un parque de Quito con una jadeante Kiva.


108
Kate Swanson
Cuadro 3.1: Contenido de las entrevistas con niños trabajadores
de la calle
Temas Generales Específicos
Básicos • Nombre
• Edad
• Comunidad
• Nivel educativo
Familia • Hermanos
• Padres
• Ocupaciones de los miembros familiares
Condiciones
materiales • Material de la casa (p.e., tejado de paja, tejas de
arcilla o casa de bloques de cemento)
• Artículos en la casa (p.e., televisión, armarios,
cama de estructura metálica o de madera,
cocineta de gas, radio, camioneta)
Migración • Año de su primera migración
• Ciudades en las que han trabajado
• Quiénes han migrado con ellos
• Cuánto tiempo ha pasado en la ciudad
• Temporalidad de la migración
Trabajo • Ocupación en la ciudad
• Horas de trabajo por día
• Dinero ganado por día
• Razón para ganar el dinero
• En qué gastan sus ganancias
• Cuánto dinero regresa con ellos
Condiciones urbanas • Costo del alimento
• Distancia hasta la habitación rentada
• Costo de la habitación rentada
• Número de individuos que comparten la
habitación rentada
• Costo del transporte
• Costo de la mercancía de venta
Opiniones y
perspectivas • ¿Les gusta el trabajo? 109
• ¿Les gusta la ciudad?
Pidiendo caridad
• Tratamiento en la ciudad en las calles
• Interacciones en la ciudad
Aspiraciones • Preferencias maritales (indígenas o mestizo)
• Deseos para tener hijos
• Ambiciones educativas
• Ambiciones de empleo
• Preferencias urbanas o rurales
Grabé entrevistas, porque era otra divertida manera de
interactuar con los niños. Muchos investigadores que trabajan
con niños han comentado cuán ansiosos estaban de tener sus
historias grabadas (Hecht, 1998; Young and Barrett, 2001b). En
efecto, Young and Barrett (2001b) descubrieron que volver a es-
cuchar las grabaciones de las conversaciones a menudo era la
parte más agradable de la investigación para los niños. Yo tuve la
misma experiencia. A los niños les gustaba escucharse, especial-
mente cuando estaban cantando.
Como un símbolo de reciprocidad, les entregué foto-
grafías de los niños, las que descubrí eran muy valiosas para los
miembros de la comunidad. Después de cada entrevista, tomaba
un retrato individual con una cámara digital. Siempre les mostré
la fotografía, la cual generalmente era fuente de mucha excita-
ción. Luego acordaríamos un lugar para encontrarnos unos
cuantos días a una semana. El hacer esto, me brindó la oportu-
nidad de aprender sobre las rutinas de los niños. Aprendí que
ellos no trabajan en las mismas esquinas todos los días, sino que
se mueven por varias partes durante la semana. El tener un se-
gundo encuentro, también, me permitió realizar un seguimien-
to de cualquier aspecto de interés que habría considerado duran-
te la primera entrevista. Además, tener una imagen digital de ca-
da individuo, realmente, me ayudó a recordar los detalles cuan-
do me encontraba repentinamente con ellos en las calles.
Debido a que vivía muy cerca de una esquina donde las
mujeres y niños de Calguasig a menudo trabajaban, empezé a in-
vitarlos a mi departamento para descansar, tomar algo de ali-
mento, mirar las fotografías y, por supuesto, jugar con Kiva. Mu-
chas veces venían durante la parte más sofocante del día, para
evitar los rigurosos efectos del sol ecuatorial. Con el tiempo, las
mujeres jóvenes y los niños, venían a visitarme regularmente.
110 Sus motivos, usualmente, eran para recoger las fotografías que
Kate Swanson había tomado de ellos o para mirar las fotografías de sus amigos
y familia. Sentados juntos y conversando sobre estas fotografías,
aprendí mucho acerca de la comunidad. Estas visitas se volvieron
grandes momentos para discutir sobre sus vidas. En efecto, algu-
nas de mis mejores entrevistas se realizaron en la cocina.
Aunque esta investigación, en su mayor parte, se en-
foca en la migración hacia Quito, también viajé a Guayaquil
para obtener un entendimiento comparativo de la situación.
Esto se debe a que muchos migrantes habían trabajado tanto
en Quito como en Guayaquil. A finales de junio, pasé una se-
mana en Guayaquil para observar la situación y conducir en-
trevistas con trabajadores de ONG, empleados municipales y
miembros del gobierno. Mientras estaba allí, encontré pocas
mujeres y niños de Calguasig. Hablé informalmente con muje-
res y niños sobre sus vidas en Guayaquil, y obtuve un gran sen-
tido de las similaridades y diferencias de sus vidas con las de
aquellos que trabajan en Quito.
En total, conduje 125 entrevistas semiestructuradas
para esta investigación. Todas fueron realizadas en español.
Treinta y cinco de mis entrevistas fueron con jóvenes mujeres y
niños, que mendigaban y trabajaban en la ciudad. El mayor de
ellos tenía veinte y cuatro años de edad y el más joven siete años.
La edad promedio era trece años. Veinte de estos entrevistados
eran mujeres y diecisiete eran hombres. De los varones, nueve
fueron entrevistados en Calguasig y ocho en Quito. Sin embar-
go, de las mujeres solamente cinco fueron entrevistadas en Cal-
guasig y quince en Quito. Esto sucedió porque en Calguasig en-
trevisté a los niños de las clases de quinto y sexto grado. Pero
aprendí que para el quinto o sexto grado, muchas de las niñas ya
habían sido retiradas de la escuela para trabajar en la ciudad. Por
lo que pocas niñas pudieron acceder a la escuela. A lo largo de es-
te libro, utilizo seudónimos para todos los vendedores y/o men-
digos indígenas que fueron entrevistados.
Estos colegios están complementados con cientos de
notas de campo tomadas de conversaciones informales con mu-
jeres y niños, ya sea en las calles como en el pueblo. Mientras vi-
ví en Calguasig, también realicé una encuesta con 42 niños de los
quintos y sextos grados. La encuesta tomó más de dos horas pa-
ra completarse, lo cual inicialmente me sorprendió puesto que
eran menos de treinta preguntas y la mayoría eran de elección 111
simple y para completar. Los niños tienen dificultades significa- Pidiendo caridad
en las calles
tivas en preguntas que requieren la escritura de más de una ora-
ción. Debido al pobre sistema educativo, en los quintos y sextos
grados, los niños son apenas capaces de escribir oraciones com-
pletas. Por lo tanto, conduciendo esta encuesta, aprendí mucho
sobre el estado del sistema educativo. También tenían dificulta-
des con las preguntas sobre la migración y las estructuras de sus
familias. Por esta razón, no pude utilizar toda la información pe-
ro ciertamente fui capaz de usar alguna información sobre las as-
piraciones, gustos, desagrados, bienes materiales, asistencia a cla-
ses y hábitos de trabajo.
Las restantes 88 entrevistas fueron realizadas a miem-
bros de la comunidad, líderes indígenas, maestros, políticos,
académicos, trabajadores de ONG, líderes religiosos, empleados
municipales o miembros del gobierno. Las preguntas que for-
mulé fueron varias dependiendo de sus áreas de especialización,
pero incuyendo temas sobre la niñez, el movimiento por los de-
rechos de los niños, la juventud indígena, las mujeres indígenas,
la mendicidad, los niños trabajadores, la educación, la migra-
ción, las condiciones rurales, las leyes contra la vagancia, las po-
líticas referentes a la niñez y la aplicación de políticas y leyes re-
levantes. Selecioné los informantes en base a su conocimiento
con respecto a los mencionados asuntos importantes. Las entre-
vistas fueron realizadas en oficinas y de carácter mucho más
formal. Las cintas de audio fueron transcritas en Ecuador. Estas
las confié a un transcriptor con el cual trabajaban la mayoría de
los estudiantes diplomados en Quito. Esta persona es un indivi-
duo muy respetado, quien mantuvo todos los datos confiden-
ciales y seguros.
Durante mis 18 meses de investigación en el campo,
también recogí abundantes datos secundarios de fuentes varia-
das, incluyendo libros, diarios, periódicos, documentales, esta-
dísticas, ONG, publicaciones gubernamentales, tesis y reportajes
televisivos. Las organizaciones de las cuales recogí estos datos es-
tán resumidas en el Cuadro 3.2.

Cuadro 3.2: Fuentes de datos secundarios en Ecuador


Tipo Fuente
112
Académico • Facultad Latinoamericana de Ciencias
Kate Swanson
Sociales (FLACSO)
• Pontificia Universidad Católica del Ecuador
• Universidad Andina Simón Bolívar
• Universidad San Francisco de Quito
• Universidad Técnica de Ambato
Organizaciones no
gubernamentales • Centro Ecuatoriano para Servicios Agrícolas
(CESA)
• Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio (FEPP)
• Fundación Don Bosco
• Foro por la Niñez y Adolescencia
• Fundación Pan
• Mi Caleta
• Centro de la Niña Trabajadora (CENIT)
• Centro Ecuatoriano de Capacitación y Formación
de Educadores de la Calle (CECAFEC)
• Sistema Integrado de Indicadores Sociales del
Ecuador (SIISE)
• Observatorio Social del Ecuador
• Pastoral Social Arquidiócesis de Quito
(Pastoral Migratoria)
Organizaciones
Internacionales • Vision Mundial
• Care International
Defensa de los
Niños International
(DNI-Ecuador) • UNICEF
• Organización Internacional del Trabajo (OIT)
Organizaciones
gubernamentales • Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC)
• Confederación de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador (CONAIE)
Dirección Nacional
de Policía
Especializada en
Niños y Adolescentes
(DINAPEN) • Comisión Especializada Permanente de la Mujer
y la Familia
• Programa del Muchacho Trabajador (PMT)
• Instituto Nacional de la Niñez y la Familia
(INNFA)
• Confederación de Organizaciones Campesinas
Indígenas de Quisapincha (COCIQ)
• Ministerio de Bienestar Social
• Consejo Provincial de Tungurahua
• Municipio Metropolitano de Quito
113
• Municipio de Guayaquil
Medios de Pidiendo caridad
en las calles
comunicación • Ecuavisa
• Vistazo
• El Comercio
• El Hoy
• El Universo

Traté el análisis de datos mediante un acercamiento in-


ductivo. Luego de regresar del campo, pasé varios meses inmer-
sa en las múltiples lecturas de mi material. Durante estas lectu-
ras, busqué significados y temas comunes. Luego organicé mis
datos en un formato de hoja de datos sobre 32 temas, los cuales
están presentados en el Cuadro 3.1. Cada entrevista individual
fue organizada por tema. Luego sus respuestas fueron colocadas
en la columna apropiada. Esto dio como resultado una hoja de
cálculo de 42 páginas, la cual me permitió comparar directa-
mente las respuestas y los problemas. Comprometida en este
proceso, llegué a estar profundamente inmersa en mis datos, los
que permitieron emerger a patrones adicionales. Por medio de
los métodos de investigación descritos anteriormente, fui capaz
de recolectar y sintetizar abundantes datos de importancia con
respecto a las vidas de los niños indígenas, cuyos resultados son
presentados en los capítulos siguientes.

Notas:
1 Estoy de acuerdo con Hays-Mitchell (2001: 320) quien establece que, “a
pesar de nuestra partida del campo... nuestra responsabilidad con los que
nos asistieron continúa”. Después de haber vivido y trabajado con los cal-
guaseños durante más de un año y medio, realmente me siento obligada
a devolver algo a la comunidad de cualquier manera.
2 Si el intercambio de información por fotografías es verdaderamente un
intercambio equitativo o no, es un asunto ciertamente discutible. Sin em-
bargo, las fotografías que les entregué eran altamente estimadas. Las cá-
maras son poco frecuentes en la comunidad y pocos de sus miembros han
visto sus retratos.
3 Parece existir un emergente modelo regional de mendicidad que empie-
za en la parroquia de Pasa y desde allí se ha difundido a Calguasig, una
comunidad que limita con Pasa. Unas pocas familias de Illahua están in-
volucradas en la mendicidad y algunas de estas familias tienen parientes
en la parroquia de Pasa. Es difícil afirmar si la mendicidad llegará a ser
más popular en el resto de Quisapincha Alto, mientras la gente es más
114 conciente del ingreso que se puede obtener. Sin embargo, los líderes co-
munitarios en Illahua están tratando de disuadir la migración de las mu-
Kate Swanson
jeres mediante la educación y la presión de sus pares.
4 Guagua significa “bebé” en Quichua.
Capítulo IV

Reestructurando la niñez

4 . 1 I n t roducción
Este capítulo explora las cambiantes interpretaciones
de la niñez en la comunidad indígena de Calguasig. Empieza con
una exploración sobre cómo las tradicionales interpretaciones
indígenas de la niñez se articulan con ‘modernas’ interpretacio-
nes en Ecuador. Luego se enfoca específicamente en Calguasig
para revelar cómo la ‘moderna’ interpretación de la niñez está in-
fluenciada por nociones de género, sexualidad, trabajo, juego,
aprendizaje e identidad en la comunidad. Establece estos cam-
bios dentro del contexto de la modernización y globalización.
Luego, este capítulo trata sobre el significado de estos y examina
cómo los niños reconcilian y negocian sus alternantes roles en la
comunidad.

4 . 2 Niñez indígena 115


Pidiendo caridad
La ‘moderna’ interpretación de la niñez, actualmente, en las calles

está siendo exportada alrededor del mundo mediante una varie-


dad de mecanismos, incluyendo a los medios de comunicación,
las ONG, las organizaciones internacionales y la Declaración de
los Derechos de los Niños de la ONU. Sin embargo, como se
mencionó previamente, en muchas partes del mundo, estas in-
terpretaciones no pueden ser replicadas debido a los recursos
inadecuados. Además, esta interpretación hegemónica occiden-
talizada de la niñez está muchas veces en desavenencia con las
ideologías locales preexistentes. En Ecuador, los activistas de los
derechos indígenas han tomado la cuestión con la Declaración
de los Derechos de los Niños de la ONU, un documento que ac-
tualmente ha sido ratificado por la amplia mayoría de las nacio-
nes en el mundo.
La Declaración de la ONU, define como “niño” a cual-
quiera por debajo de los 18 años. Sin embargo, en la interpreta-
ción indígena de la niñez, la madurez se basa sobre el nivel indi-
vidual de responsabilidad (Tibán, 2001). Un profesor universita-
rio indígena explica esto como:
En el mundo andino normalmente los niños, decimos entre bro-
mas, hasta los cuatro años viven gratis. A partir de los cuatro el
pequeño ya sabe pastar; a los seis ya sabe cocinar; a los ocho, diez
años ya casi puede harar; a los diez, doce puede cosechar… En-
tonces a los catorce, quince años estamos expertos en la vida in-
dígena.1

De acuerdo a este individuo, una de las más importan-


tes celebraciones en la vida indígena sería el advenimiento del rito
de la edad, llamado el Kapak Raymi. Celebrado el 21 de diciembre,
o el solsticio de invierno, el Kapak Raymi honra el ciclo de la vida
y las generaciones futuras. Para los que están cerca de los 14 años
de edad, la celebración representa un reconocimiento de su tran-
sición de la niñez a la edad adulta. Es un reconocimiento simbóli-
co de que han llegado a ser lo suficientemente conocedores como
para iniciar sus propias familias.on
2ac
co
ó
zn,alieKapak
n
o
C Raymi fue reemplazado
por la tradición cristiana de la Navidad, aunque la celebración ha
sido retomada en años recientes (Ignacio, 2005).
También los activistas indígenas han problematizado
los asuntos acerca de los niños y el trabajo. La Declaración de
116 la ONU para, en seco, esto colocando una prohibición al traba-
Kate Swanson jo infantil, argumentando en su lugar que la niñez es un tiem-
po para el juego y la escuela. Pero, muchos activistas indígenas
sienten que la Declaración ignora el papel importante que el
trabajo tiene en sus comunidades. Ellos creen que el trabajo
contribuye a la socialización de los niños, la educación, la for-
mación de identidad, la recreación, la reproducción de los va-
lores de la comunidad y la preparación para la vida adulta (Ti-
bán, 2001).
Los documentos históricos revelan que el trabajo de
subsistencia de los niños rurales en los Andes, ha sido un com-
ponente integral en la reproducción de la comunidad por más
de 500 años.3 La Primera Nueva Crónica y Buen Gobierno, un
manuscrito de 1.200 páginas escrito en 1615, describe la vida
en el imperio Inca, antes y después de la conquista española.
Detalla el trabajo infantil dividido por edad y género.
Quinientos años, antes, por parte de los niños entre las edades
de cinco y dieciocho años se esperaba que pastoreasen las lla-
mas y alpacas, trabajen en los campos, recojan leña, hilen y
tejan, cocinen, limpien, recojan plantas, fabriquen chicha y cui-
den de los niños pequeños (Meisch, 2001). El trabajo de los ni-
ños era (y en muchos lugares, continúa siendo) una parte inte-
gral de la vida comunitaria.
De acuerdo a una prominente líder de Pachakutik, la
participación de los niños en las tareas rurales es un principio
central de la vida indígena:
La lógica indígena…es que el niño tiene que trabajar. O sea no
puede, en el sector indígena, no puede ver la mamá trabajando
y un guagua que no hale la vaca…No puedes ver que no pueden
arrancar la hierba para llevar a los cuyes o a los conejos. Eso es
una lógica que el niño trabaja. Y desde muy temprana edad, él
comienza a relacionarse con la tierra, con la Allpa Mama [Ma-
dre Tierra].4

Esta labor no es solamente parte de su forma de vida,


sino que contribuye a la formación del conocimiento ambiental
de los niños, un conocimiento que es crucial para sus supuestos
futuros agrícolas. Ella continúa:
Nosotros en la comunidad lo vemos como algo dinámico que
tiene que ver con la vida, esos chusos trabajos que hacen los
117
niños, los pequeñísimos trabajos que hace. Por que a los seis
años, los niños halan las vacas, les dan agua, le llevan a la co- Pidiendo caridad
en las calles
cha a tomar el agua, le pueden todavía golpear la barra y ente-
rrarlo, para que la vaca coma sólo alrededor. Todas pueden. Ya
aprenden a cortar la hierba. Porque un niño que a los seis años
no pueda cortar la hierba, ¿como va a vivir y enfrentarse a la
realidad?5

Para tener éxito y prepararse para esta realidad, los ni-


ños deben aprender a trabajar a una edad temprana.
Tradicionalmente el trabajo ha integrado muchos as-
pectos del juego, que muchas veces ayuda a los niños a apren-
der y dominar nuevas habilidades. Esto ha sido bien documen-
tado en otros lugares por Katz (1991; 2004) en Sudan y Punch
(2003) en Bolivia. En Sudan, Katz (2004: 60) afirma que, “un
elemento del juego casi siempre estuvo fusionado con el traba-
jo de los niños –ellos trabajaban jugando y jugaban mientras
trabajaban– temporalmente, metafóricamente e imaginativa-
mente.” En Ecuador, muchas veces el juego ha estado tradicio-
nalmente integrado con el trabajo en la misma forma. Un hom-
bre describió cómo el trabajo solía ser casi un evento de cele-
bración, en donde todos estaban juntos. Él describe la actividad
de sembrar como un “asunto festivo”, con mucha comida, bebi-
da y música.mpo
im
n
oc
aqu
el
en
co
h
ce
d
do
m
ra
ad
er
p
re
tu
aetto
ac
ñ
im
n
.su
yu
6o
te
aci,llsaerm
n
tio
u
d
p
srO
m
d
b
n
vo
atia
Debido a que el trabajo es un componente importante
de la vida rural agraria, el valor indígena de los niños ha sido tra-
dicionalmente colocado en base a su utilidad. Belote and Belote
(1984: 37) registran una anécdota interesante de su investigación
con los Quichua Saraguros en la parte sur del Ecuador:
Han pasado más de cuarenta días desde que dio a luz a Vicente,
así que ahora Balbina puede abandonar la casa e ir a misa. La
encontramos en la calle y lleva a Vicente con ella. Vicente está
envuelto y atado, pero podemos ver su rostro. “Qué hermoso ni-
ño”, comenta Linda. “Oh, pero es completamente inútil. Todo lo
que hace es comer y ensuciar su ropa”.

Ser percibidos como útiles y productivos, desde hace


mucho tiempo, ha sido una clave para triunfar en las comunida-
des rurales. Desde una edad muy temprana, a los niños se les en-
seña la importancia de ser trabajadores fuertes:
El niño desde que comienza a gatear y desde que comienza a dar
118
los primeros pasos, se va midiendo su grado de participación
Kate Swanson
que tiene en la actividad familiar. El niño trabaja y es bien visto.
Es decir, mientras el niño comienza, aunque sin poder, agarrar
el azadón dice, este niño va a ser trabajador.7

El ser holgazán es particularmente criticado. Un credo


Quichua, que ha sido adoptado por el movimiento indígena, es:
ama killa, ama llulla, ama shua, es decir: no ser ocioso, no men-
tir, no robar. De acuerdo a la mencionada líder indígena, “desde
la cosmovisión de los indígenas, el niño que no demuestra bue-
nas habilidades en los primeros seis años…se supone que va a
ser vago”. El niño ocioso es un “un guambra resabiado que no
tiene buen futuro”. En su opinión, un niño ocioso “va a ser ven-
cido” en la vida.8
Los activistas indígenas han convencido, con éxito, al
movimiento por los derechos de los niños en el Ecuador, que la
interpretación de la niñez indígena, debería estar integrada en el
nuevo Código de la Niñez y Adolescencia en el país. Así, el Artí-
culo 86 del Código tiene una excepción especial para el “trabajo
formativo cultural”. Si este trabajo transmite “normas y valores
culturales”, los niños menores de 15 años pueden trabajar, a con-
dición de que éste respete sus “desarrollos físicos y sicológicos”
(MBS, 2003). Sin embargo, “cultura” por sí mismo es un térmi-
no difícil de comprender. De acuerdo a Mitchell (1995b), no
existe tal cosa como la “cultura”, en su lugar, la cultura es una po-
derosa ideología utilizada para establecer diferencias y marcar lí-
mites entre “nosotros” y “ellos”.
Por ejemplo, cuando busco explicaciones para el eleva-
do número de niños trabajadores en Ecuador, ecncuentro que
muchos no solamente lo atribuyen a la pobreza, sino también, a
la “cultura”. De acuerdo al Director de Instituto Nacional del Ni-
ño y la Familia (INNFA) el Programa del Niño Trabajador
(PNT), “en el marco rural, en el marco andino sobre todo…hay
una visión muy tolerante, muy favorable, una percepción, una
cosmovisión a que los chicos tengan que vincularse temprana-
mente al trabajo.” En su opinión, esto se extiende hacia el am-
biente urbano: “el común de los ecuatorianos, tú les preguntas si
está mal [para un niño de trabajar] y el te va a decir que ‘no, es-
tá bien’”. Continuó diciendo:
Hay una percepción del niño que es muy diferente a lo que el 119
mundo occidental consive. Yo tendría dudas de si, la visión del ni-
Pidiendo caridad
ño, que tienen los sectores populares, los sectores rurales, coinci- en las calles

de con la nuestra. El principio es completamente distinto. Ellos


ven a los niños, en algunas culturas, son niños hasta los cinco
años. De ahí son adultos chiquitos y lo son porque tienen que
cumplir una serie de roles de responsabilidades, funciones que
son de adultos [énfasis agregado].9
El director hace un distinción muy clara entre lo que
él percibe como nosotros (a sus ojos esto me incluye a mí, tam-
bién a aquellos individuos del mundo occidental y a los ecuato-
rianos de la clase media-alta) y ellos. Por ellos, se refiere a las cla-
ses populares y rurales con raíces andinas. Pero me parece que
la distinción entre nosotros y ellos es problemática, especialmen-
te cuando los excluidos ellos son representados como los res-
ponsables, en gran parte, del elevado número de niños trabaja-
dores en Ecuador.
Existe un riesgo cuando al describir el trabajo de los
niños rurales, como parte de la cultura indígena, la gente puede
interpretar esto como que existen diferencias profundas y verda-
deras entre los niños indígenas y los que no lo son. Este director
está, en efecto, invocando una definición estática de cultura o, en
su lugar, como formula Mitchell (1995b: 107) él está invocando
una idea de cultura como un “concepto deplegado para detener
el fujo en sus senderos, creando estabilidad y ‘formas de vida’,
donde antes ha existido cambio y disputa”. Al hacer esto, él está
al mismo tiempo naturalizando y racializando el trabajo de los
niños indígenas.
Esto se aclara mucho mediante las afirmaciones de
otros individuos no indígenas. Una representante municipal del
Patronato San José (una organización municipal que provee ser-
vicios a los niños de la calle, los mendigos ancianos y a mujeres
y niños abusados), cree que la interpretación indígena de la ni-
ñez debe trasladarse a la esfera urbana. Bosquejando una distin-
ción entre niños indígenas y no indígenas, ella dijo: “en el tema
urbano, yo pienso que ahí es más una cuestión de pobreza por
que, más bien, al niño urbano no se si le gusta trabajar. Yo creo
que el niño indígena ni se pregunta si le gusta, si no le gusta o si
quiere o no quiere, porque es parte de su cultura”.10 [enfatizan-
120 do]. En este caso, entiende al trabajo de los niños indígenas co-
Kate Swanson mo una opción cultural, en lugar de una necesidad económica.
El punto de discusión no es el debatir si el trabajo de los
niños indígenas es o no es, en efecto, “cultural”. En su lugar, se
apunta a revelar cómo la idea de cultura puede usarse para natu-
ralizar el involucramiento de los niños indígenas con el trabajo.
Como los indígenas ecuatorianos buscan redefinir sus identida-
des étnicas dentro de un periodo de rápido cambio socioeconó-
mico, ellos deben decidir lo que, en efecto, constituye la identidad
indígena. Sin embargo, el confiar en el trabajo infantil como una
señal de identidad es un camino peligroso. Como se estableció
por Watanabe (1995: 37), en referencia a las cambiantes identida-
des Mayas, tal ‘esencialismo estratégico’ “compromete a los pan-
mayistas a prácticas culturales que no sólo están remotamente
eliminadas de sus vidas como Mayas, sino que también están de-
clinando en muchas comunidades rurales Mayas… al promover
ciertas prácticas ‘exóticas’ como expresiones de orgullo y solidari-
dad étnica, se arriesgan a ‘folclorisarse’ ellos mismos como suce-
dáneos indios idealizados por políticos ladinos y guías turísticas”.
No todos los líderes indígenas están de acuerdo en que
el trabajo infantil es enteramente “cultural”. Muchos argumen-
tan que el involucramiento de los niños indígenas en el trabajo
debe, en efecto, tener mucho que ver con la necesidad económi-
ca. Otro líder clave de Pachakutik y diputado por la provincia de
Pichincha cree que:
Los niños indígenas ya tienen que crecer trabajando en el cam-
po, junto a su papá, junto a sus hermanos. Entonces yo diría has-
ta cierto punto, es cultural. Pero puede ser forzado. Esas son las
circunstancias que viven en el campo, sobre todo los niños indí-
genas. Yo diría tiene que ir aprendiendo el trabajo desde la ni-
ñez... También las mismas circunstancias, de la situación econó-
mica obliga a los niños a trabajar. Entonces yo diría que hasta
cierto punto puede ser cultural, pero también la situación eco-
nómica obliga a esas circunstancias.11

En la opinion del director de Juventud, Cultura y Co-


municación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador (CONAIE), existen muchos más factores que con-
tribuyen al trabajo infantil de los niños indígenas:
Yo diría que es un buen porcentaje, si que el trabajo es formati-
vo… Pero si cabe mencionar de que también de que la causa del 121
trabajo infantil es por la falta de atención gubernamental, por la Pidiendo caridad
en las calles
falta de verdaderas políticas de estado, para la atención a la niñez,
para la atención y desarrollo de la educación, para la atención y
desarrollo de la salud. Por que un niño sano puede estudiar… Pe-
ro si nosotros no tenemos, no contamos con todas aquellas cosas
¿como lo hacemos? Si un niño no puede estudiar, que tiene que
hacer? Trabajar con sus padres, dedicarse hacer dinero. Entonces
eso si, culturalmente el trabajo es formtivo, pero el mayor porcen-
taje diría que es por la falta de atención de los gobiernos.12
Así, mientras reconocen el papel de las ideologías cul-
turales, estas personas también creen que las circunstancias eco-
nómicas y la negligencia del Estado, contribuyen al involucra-
miento de los niños indígenas en el trabajo.
Otros debaten si el trabajo infantil tiene algo que ver
con la así llamada “cultura”. De acuerdo a un indígena del Pro-
yecto de Desarrollo de los Pueblos Indígenas y Negros del Ecua-
dor (PRODEPINE):
Si los niños están trabajando en el campo es porque, eso es con-
secuencia de lo que hizo la colonia y la república. Que actual-
mente, como estamos viviendo dentro de sistemas globalizados,
son los derechos de todos estos sistemas de opresión de exclu-
sión, nos han quitado lo que está ahí. Genera para que un niño
esté trabajando. Porque si hubiesen respetado algunos derechos
de los pueblos indígenas y negros, entonces los niños hubiesen
tenido un forma muy diferente de vivir la infancia… Pensando
que por la cultura, el niño necesariamente tiene que trabajar, no
es así. Es decir, ha sido la distorsión lo que eso nos da. Eso es fru-
to de la colonia y la república.13

En la opinión de esta persona, las vidas de los niños in-


dígenas podrían haber sido diferentes si no hubiesen sido colo-
nizados. Cree que el trabajo infantil es un producto directo de la
historia colonial y muchos años de pobreza, marginalización y
exclusión social. Otro indígena concuerda: “no es por la cultura
que los niños deben trabajar. Yo creo que esa es una manera de
defender al sistema. El sistema exige que de alguna manera ellos
tengan que sobrevivir con algo de ingresos. Y la manera de obte-
ner es que todos se incorporen”.14
Con el creciente rol de la educación formal, el incre-
mento de la necesidad por ingresos en efectivo y la disminución
122
de la importancia de la agricultura, los niños se enfrentan con
circunstancias diferentes de las de los niños indígenas aún trein-
Kate Swanson
ta años después. Para la subsistencia de muchas familias indíge-
nas, el trabajo infantil sigue siendo crucial en las áreas rurales y
de creciente importancia en las áreas urbanas. De acuerdo a un
profesor indígena:
El tipo de educación que recibimos es una educación por imita-
ción. Cuando somos niños principalmente jugamos; jugamos a
imitar las actividades de los padres. Entonces nuestros juegos,
prácticamente viene a ser lo que antes existía una preparación pa-
ra los futuros trabajos que vamos hacer. Obviamente ahora, ese
trabajo que estoy señalando como juego, muchas de las veces te-
nemos que tomarlo como trabajos serios… sea para cuidar ani-
males, ya para los trabajos de la casa, ya para trabajo de artesanía,
y muchas de las veces en todo lo que es el trabajo agrícola. Enton-
ces vienen a constituir desde temprana edad un trabajo serio, de
lo que antes era un juego a imitar a lo que hacen los padres.15

Al mismo tiempo, mediante la televisión, la educación


y la creciente integración dentro de la esfera urbana, las interpre-
taciones de la niñez están cambiando. Los niños están atrapados
entre discursos rivales. Por un lado, se les dice que necesitan tra-
bajar más, y por otro, que necesitan estudiar y jugar más. En la
siguiente sección, exploro cómo estos problemas se están reve-
lando en Calguasig.

4 . 3 La niñez cambiante: el caso de Calguasig


El involucramiento de los niños en el trabajo de subsis-
tencia rural ha sido penetrante en Calguasig desde tiempo atrás.
Hasta hace poco tiempo, la comunidad ha sobrevivido primor-
dialmente mediante la producción agraria, la cual requería la
participación de muchas manos. Los resultados de mi encuesta,
revelaron que los niños de quinto y sexto grado trabajan un pro-
medio de 5 a 6 horas por día en quehaceres agrícolas y domésti-
cos (Figura 4.1). Entre las edades de 11 y 14 años, el total de ho-
ras trabajadas difiere un poco por edad y género.16 En una socie-

Figura 4.1: horas trabajadas por edad y género por día


6

5
123
Pidiendo caridad
4 en las calles
Horas

0
11 12 13 14
Edad
Niñas Niños
dad tradicional andina, existe una distribución bastante equita-
tiva del trabajo, la cual tiende a trasladarse en una asignación de
recursos. Para la mayor parte, los hombres y las mujeres trabajan
juntos en la agricultura, tienen control compartido sobre los
recursos económicos y tienen voto equitativo en la toma de deci-
siones. Las prácticas de herencia de tierras favorece a los herma-
nos hombres y mujeres de igual manera, lo cual significa que la
mayoría de mujeres poseen tierras independientemente de sus
esposos (Hamilton, 1998). Las mujeres tienden a especializarse
en el trabajo doméstico; sin embargo, la participación de los
hombres en el cuidado de los niños, en la cocina y el lavado de
ropa no es del todo inusual. Como muestra la Figura 4.2 abajo,
la participación de los niños en el trabajo doméstico parece estar
dividida uniformemente entre niños y niñas. Por esta razón,
Hamilton (1998) se refiere a la tradicional familia andina como
el “hogar con dos cabecillas”. Sin embargo, como se discutirá, los
roles de género son cambiantes cuando los miembros llegan a
estar más expuestos a estructuras de género menos equitativas
(p.e. occidentales).
En Calguasig, los chicos y chicas están involucrados en
un rango de actividades de trabajo. Domésticamente, los niños co-
cinan, lavan platos, lavan ropa, limpian, recogen agua, recogen le-
ña y cuidan de sus hermanos menores. Agrícolamente, los niños
ayudan a preparar la tierra, siembran campos, desyerban, riegan,
aplican pesticidas y cultivan campos. Ellos también son responsa-
bles de llevar a los animales a pastar, recoger la comida para los
animales y matar a los cuyes, conejos y pollos (Figuras 4.2, 4.3,
4.4). Como es evidente en estos cuadros, al momento existen lige-
ras variaciones por género en la distribución del trabajo.
En Calguasig, un individuo está considerado más o me-
nos capaz de dirigir un hogar a la edad de 10 años.17 En esta etapa
124 de su vida, ellos han aprendido todo lo que necesitan conocer para
Kate Swanson vivir por su cuenta. Como muchas comunidades indígenas, los
niños empiezan ayudando con los platos, la cocina y limpieza
aproximadamente a los 4 años de edad. Cuando el tiempo pasa:
Ellos siguen aprendiendo cada que ellos van haciendo las co-
sas…Si ya nos ponemos a lavar, ellos también comienzan a la-
var. Cuando estamos trabajando, ellos también quieren traba-
jar. Cuando estamos cortando hierba, ellos también quieren
cortar. Entonces cada actividad que nosotros vayamos hacien-
Figura 4.2: porcentaje de niños involucrados en actividades domésticas

100

90
Niñas
Porcentaje

80 Niños

70

60

50
Cocina

Lavado
de Ropa

Limpieza
de casa

Cuidado
de niños
Actividades

Figura 4.3: porcentaje de niños involucrados


en actividades agrícolas

Niñas
Niños

Tabla 4.4: porcentaje de niños involucrados


en actividades de pastoreo y recolección

125
Pidiendo caridad
en las calles
do, ellos también siguen haciendo y por ende ellos aprenden
muchas cosas.18

En etapas tempranas de esta investigación, me sor-


prendió cuando niñas de 12 años de edad prepararon una comi-
da sobre un fuego al aire libre para aproximadamente 70 perso-
nas. Pero después de vivir en la comunidad, comprendí que esto
no era inusual en los patrones de la comunidad. Este entendi-
miento fue especialmente reforzado luego de que un chico de 8
años de edad, en ausencia de su madre, cocinó mi almuerzo.
En Calguasig, observé a los niños integrar el trabajo y
el juego en numerosas ocaciones. Mientras recolectan plantas,
Nicola fabricó un sombrero de carrizos. Mientras vigilaban a las
ovejas que pastaban, Wilmer y sus hermanos lo transformaron
en un juego. Mientras corrían alrededor con chillidos de risa, el
mayor personificaba al pastor, el segundo era el lobo y el más pe-
queño era la oveja. En el camino al pastoreo, observé a un niño
de 6 años de edad cabalgando en el lomo de un cerdo mientras
juntaba en rebaño con su vara al resto de los animales. Cuando
regresábamos a casa, luego de cosechar patatas en la casa de sus
abuelos, Flora y Noel tomaron turnos para montar en una carre-
tilla colina abajo.
Pero entre muchos de estos episodios, también obser-
vé a los niños meterse en problemas y se les pidió que regresen al
trabajo. Durante un incidente, observé a la abuela de un niño
perseguirlo con una vara, entre tanto que lo castigaba por ser
ocioso. Cuando pregunté a una mujer de 34 años y madre de cin-
co niños acerca de este incidente, ella dijo que había mucho que
hacer con las actitudes generacionales:
En la temporada de la antigüedad, ya cuando han sido más an-
tiguos como quien dice falta de la civilización…ellos se esfuer-
126 cen más a los niños. Más antes no había, como dice ahora, el
Kate Swanson cuidado de los niños. [Ahora] nos damos cuenta que no hay que
hacer mucho maltrato. Todo nos damos cuenta. Entonces noso-
tros no somos como los mayores tan anteriormente. Ellos quie-
rían que trabaje como una persona mayor a los niños. Pero no-
sotros, la gente que estamos conociendo las cosas y que estamos
aprendiendo mucho, no hacemos eso. Nosotros, estamos ha-
ciendo que ellos siguen aprendiendo [en la escuela]. Nosotros
no les forzamos a los niños [a trabajar].19
Esta cita es profundamente ilustrativa de los continuos
cambios acerca de las interpretaciones de la niñez en la comuni-
dad. Aunque, sus palabras no reflejan los puntos de vista de mu-
chos, sin embargo su influencia en la comunidad es grande. Al
tiempo de esta investigación, esta mujer era la profesora del jar-
dín de infantes y una abierta líder comunitaria. Sus palabras re-
velan cómo las ‘modernas’ interpretaciones de la niñez han in-
fluenciado su manera de pensar. Ella habla como si casi hubiese
descubierto una nueva religión, cuando describe los errores de
sus modos pasados, tiempo atrás cuando eran “incivilizados”. Pe-
ro ahora conocen mucho más, dice ella. Ahora conocen que los
niños deberían estudiar y jugar, no trabajar.
Sin embargo, no todas las familias viven con esta inter-
pretación. Durante una conversación informal con una chica de
14 años, Malena me dijo: “no jugamos en áreas rurales. Todo lo
que hacemos es trabajar. Trabajamos como burros pero no obte-
nemos ningún dinero. Tenemos que trabajar si queremos
comer”.20 El ser conocido como un trabajador fuerte sigue sien-
do importante en una comunidad. Esto puede ser el motivo por
el cual, en una pregunta abierta, el 14 % de los niños encuesta-
dos escribieron que de todas las cosas que hacen, el “juego” es su
actividad menos preferida. Estos eran niños entre las edades de
11 y 13 años. Cuando pregunté ¿por qué?, ellos escribieron,
“Porque me gusta trabajar”. Otro 21 % de los niños escribieron
que de todas las cosas que hacen, lo que más les gusta es el tra-
bajo agrícola. Cuando pregunté ¿por qué?, una niña de 11 años
escribió, “porque me gusta trabajar duro”. Un chico de 12 años
escribió, “porque me gusta ayudar a mi familia”. Otro escribió,
“porque me gusta comer”. El 7 % de los niños escribió explícita-
mente que de todas las cosas que hacen, el ser “ociosos” es la acti-
vidad menos preferida. Un niño escribió que no le gusta ser
ocioso, porque quiere ser “una buena persona”. 127
Cuando le conté a Nicola de 10 años de edad que algu- Pidiendo caridad
en las calles
nos de sus amigos mayores me dijeron que el “juego” era su acti-
vidad menos preferida, ella dijo, “es mentira. A todos los niños
les gusta jugar”.21 Sin embargo, debería mencionar que su madre
es la profesora del jardín de infantes de la que hablé anterior-
mente. Pero si estos niños están mintiendo o no, ese no es el pro-
blema. Más bien, sus respuestas revelaron cuán importante es la
fuerte ética de trabajo en la comunidad. Las presiones sociales
comunitarias recompensan a los trabajadores fuertes, y continú-
an empujando a los niños a actuar de acuerdo a ello.
No obstante, las cosas están cambiando. Como
Calguasig está integrándose, cada vez más, dentro de un mundo
externo de su comunidad, la interpretación ‘moderna’ de la
niñez, está infiltrando la comunidad mediante la televisión, la
educación y las influencias urbanas. En la siguiente sección,
investigo algunos de los procesos y eventos que han modelado
las actuales condiciones en Calguasig.

4.4 Las cambiantes condiciones comunitarias


Entre las racializadas geografías imaginativas que con-
tinúan modelando el terreno social de los Andes, la percibida in-
dianidad de los sitios rurales los interpretan como espacios peli-
grosos para los blancos (Weismantel, 2001). Cuando empecé a
trabajar en Calguasig, la gente me previno que los calguaseños
eran “bravos”, que significa salvajes, feroces o furiosos.22
Hasta hace muy poco, la comunidad era conocida
como una “zona roja”, fuera del alcance de los extranjeros. Un
sacerdote presbiteriano, quien había trabajado en Quisapincha
en la década del setenta, me dijo que durante ese tiempo, “las
comunidades eran extremadamente cerradas… Cuando los
extraños llegaban a las comunidades, sobre todo en Calguasig o
Illahua, era difícil que salieran con vida. La gente era muy agre-
siva, hostil con todos los extraños”.23
Pero este temor de los blancos por los indios es igua-
lado, en las comunidades indígenas, al más profundo temor de
la violencia de los blancos contra los indios. Como se discutió
previamente, las historias orales indican que Calguasig se for-
mó cuando un grupo de Quisapincha se mudó a las más aisla-
128
das partes de los Andes para protegerse de los españoles y las
Kate Swanson
elites criollas. Este aislacionismo persistió hasta hace muy po-
co tiempo.
Mientras se mantuvo como una comunidad cerrada,
en la década del sesenta, los varones miembros de la comunidad
participaron incrementalmente en una migración temporal ha-
cia la costa, para buscar empleo en las plantaciones de plátanos,
palma y arroz.24 Cuando los hombres jóvenes migraban a la
costa, las mujeres y niños eran abandonados. Como la migración
se incrementó, por la década del setenta y ochenta, la población
de Calguasig estaba abrumadoramente compuesta por mujeres,
niñas y ancianos. A través de esta migración estacional y tempo-
ral, los calguaseños empezaron a estar incrementalmente
expuestos a las influencias externas. Por ejemplo, cuando los
migrantes temporales regresaban de la costa, muchas veces,
regresaban con actitudes diferentes en cuanto a género y sexua-
lidad. De acuerdo a un sacerdote salesiano que trabaja en comu-
nidades Quichua rurales de Cotopaxi,“la migración a la ciudad a
hecho más complicada la vida de la mujer en el campo. Porque
el marido, el hombre cuando sale a la ciudad regresa con otras
aspiraciones. Tiene otra visión de la mujer, y de la sexualidad. Y
cuando regresa, hay unos choques”.25
Un indígena de la region de Otavalo también habló so-
bre como los roles de género han cambiado en las comunidades
indígenas. Él dijo, “no hace mucho tiempo yo vivía en Peguche y
hombre y mujer cocinando, el hombre lavando. Era una activi-
dad permanente y continua de los dos. Es decir, no había distin-
go entre su trabajo y el mío. No había eso. Era un trabajo que lo
podíamos hacer cualquiera de los dos, pero ahora es el modelo
de la ciudad”.26 Esto, por supuesto, también está modelando las
expectativas de género de la niñez. En algunas comunidades in-
dígenas, las aventuras extra maritales, la violación y el abuso do-
méstico, han llegado a ser mucho más comunes (Sanchez-Parga,
2002). De acuerdo a un miembro de la comunidad de 30 años de
edad, estas cosas también han afectado a Calguasig, particular-
mente mediante las actitudes juveniles:
Algunos jovenes ya vienen conociendo en otras partes a las chi-
cas mismo sin ser enamorado, así quieren tener, tienen bebes. Y
en eso, no estoy de acuerdo yo. Por que yo nunca me he casado
así. Yo tenía enamorado. El respetaba, el me quería. En cambio
129
ahora, ahora vienen cogen violan, y después no quieren recono-
cer. En eso también cambia todo, todo viene cambiando. Por eso Pidiendo caridad
en las calles
digo ya no hay que asegurar digo. Y ahora mismo digo que ha-
bido un problema así mismo que el propio yerno tan le ha vio-
lado a la suegra. Entonces en eso tampoco vale. Ya vienen cam-
biando los niños o jovenes que salen de las comunidades. Ya no
son como antes.27

Mediante la migración, las interpretaciones de género


y sexualidad son cambiantes.
La migración a la costa también introdujo a los miem-
bros de la comunidad a nuevas creencias. La más influyente de
éstas fue la fe evangélica. Al inicio de la década del setenta, uno
de los primeros extranjeros que fue invitado a la comunidad era
una persona evangélica. Como cuenta la historia, al ver las con-
diciones de empobrecimiento y la completa falta de los servicios
básicos en Calguasig, este hombre convenció a varios miembros
de la comunidad que ellos deberían tener una escuela para sus
niños. En esta etapa, no existía ni una escuela en todo Quisapin-
cha Alto.28 Así, un pequeño grupo de individuos empezó a bus-
car recursos. Contactaron al Ministerio de Educación, buscaron
un profesor, y muy poco tiempo después empezaron las clases
para los niños en una casa de barro con una sola habitación.

Figura 4.5: Línea de tiempo de la Modernización para Calguasig

1960 Migración de los hombres hacia


PREMENDICIDAD

las plantaciones costeras


1970 Primera escuela de la comunidad
1975 A las niñas se les permite asistir a la escuela
1982 Electricidad
1984 Vision Mundial empieza proyectos en la comunidad
1990 Care International empieza proyectos en la comunidad
1992 Construcción del primer camino de la comunidad
1993 Empieza la migración rural-urbana
POSMENDICIDAD

de mujeres y niños
1994 CESA empieza proyectos en la comunidad
1996 Incidente de las Brujas Heredia
1996 CESA construye varios puentes para el camino de la
comunidad
1996 Educación Bilingüe Quichua-Español
1998 Crisis económica a nivel nacional
130 2000 Dolarización
2002 FDB empieza proyectos en la comunidad
Kate Swanson

Sin embargo, la mayoría de los comuneros no estaba


preparada para este cambio en su comunidad. De acuerdo a
algunos, los comuneros eran “de mentalidad muy cerrada y
renuentes a aprender cualquier cosa”,29 mientras otros insistían
que los comuneros simplemente permanecían con temor, con
temor de que estos extranjeros les robaran sus tierras, niños y
posesiones.30 Al final, los comuneros sacaron al profesor del pue-
blo y exiliaron temporalmente a aquellos que en principio habí-
an traído la escuela a Calguasig.
Pasado un año, los miembros de la comunidad recon-
sideraron el valor de la educación y permitieron a los exiliados
regresar al pueblo. Después de esto, poco a poco trabajaron para
gradualmente traer de vuelta la educación a Calguasig. Eventual-
mente reabrieron la casa-escuela y en el año 1975, permitieron
que asistieran las niñas. Una de las primeras niñas que asistió a
la escuela en 1975 recuerda que, “a las mujeres decía que no de-
be ir a estudiar…[Decía que] el deber de la mujer es a los anima-
les, lavar y vivir en la casa”.31 Sin embargo, no especifica si estas
posiciones fueron expresadas por el profesor, los miembros de la
comunidad o ambos. Tal vez debido a estas actitudes, únicamen-
te un pequeño grupo de mujeres asistió. No obstante, la educa-
ción formal abrió a la comunidad a muchas nuevas influencias.
En primer lugar, a los niños se les enseñaba en español, un len-
guaje que previamente sólo se hablaba fuera de la comunidad. El
sistema educativo también trajo nuevas ideologías culturales
mediante la distribución a nivel nacional de libros de texto y las
actitudes del profesor.
Como la migración continuó, la accesibilidad a nuevas
mercancías materiales fue más factible. Un miembro de la comu-
nidad recordaba cómo le fue posible la compra de su primer par
de zapatos –sandalias de caucho– en 1971 gracias a su trabajo
fuera de la comunidad. En los anteriores dieciséis años de vida, él
había ido descalzo.32 A principios de la década del ochenta, ansio-
sos por más modernización, los líderes comunitarios empezaron
a mobilizarse para obtener electricidad. Por el año de 1982, tuvie-
ron éxito, abriendo así nuevas posibilidades para los artículos de
consumo en la comunidad, especialmente las radios.33
Para la década del ochenta, la comunidad llegó ha es- 131
tar más abierta a los extranjeros. Fue en esta etapa que las ins- Pidiendo caridad
en las calles
tituciones externas empezaron a ingresar a la comunidad. La
primera de éstas fue Visión Mundial, una organización interna-
cional de ayuda para los niños. Por medio de una red de evan-
gélicos, los trabajadores de divulgación de Visión Mundial en el
país tuvieron conocimiento de las condiciones en Calguasig.
Los calguaseños accedieron a permitir que la organización em-
pezara un programa de patrocinio de los niños en su comuni-
dad. Sin embargo, como los trabajadores de la organización de
ayuda empezaron a tomar fotografías de los niños de la comu-
nidad para enviarlas a los patrocinadores internacionales, los
temores del robo de niños una vez más aparecieron. Por consi-
guiente, al igual que el primer profesor de la comunidad, a Vi-
sión Mundial se le hechó de la comunidad. Eventualmente a Vi-
sión Mundial se le invitó a regresar, pero su estadía fue muy
corta debido al mal manejo financiero por parte de los miem-
bros de la comunidad.34
La presencia de Visión Mundial en Calguasí, represen-
tó un tremendo salto escalar. Por un breve momento, Calguasig
fue catapultado a la escena internacional. Al final poco se bene-
ficiaron de este proceso en términos de beneficios materiales. Sin
embargo, los líderes de la comunidad aprendieron una valiosa
lección: las agencias de ayuda externas poseen recursos abun-
dantes. Para 1990, los miembros de la comunidad se acercaron a
la sucursal local de Care Internacional en Ambato para solicitar
asistencia en su comunidad. Sus pedidos tuvieron éxito y poco
tiempo después, Care Internacional empezó un proyecto agríco-
la en Calguasig.35
A principios de la década del noventa, el Centro
Ecuatoriano para los Servicios Agrícolas (CESA) también empe-
zó a explorar las posibilidades de un proyecto para el manejo
agrícola y de vertientes de agua en el área.36 Debido a que
Calguasig tiene control sobre la fuente primaria de agua de la
ciudad de Ambato, existen muchos incentivos políticos para
alentar la conservación del agua y evitar la deforestación en la
región del páramo.
Al final de 1990, un agrónomo ecuatoriano blanco-mes-
tizo de Care Internacional se mudó a Calguasig por un periodo de
dos años. El propósito de esta mudanza fue el facilitar el desarro-
132 llo del proyecto en la comunidad. Mientras el interés primario de
Kate Swanson Care Internacional era la agricultura sustentable, también fueron
actores claves en la construcción del camino a Calguasig. En 1992,
la comunidad entera se movilizó en una minga masiva, o proyec-
to de trabajo comunitario, para cavar manualmente la ruta a tra-
vés de las montañas. La construcción de este camino tuvo impac-
tos dramáticos sobre la comunidad. No solamente permitió a los
trabajadores de difusión de Care Internacional llegar a la comuni-
dad, sino que entregó a los miembros de la comunidad una vía de
salida más fácil. De acuerdo al agrónomo de Care Internacional,
cuando el primer automóvil llegó a Calguasig, la respuesta fue
increíble.“Ellos nunca habían visto un carro en la comunidad. Fue
sorprendente…La emoción. El líder de la comunidad lloró, como
el nunca había pensado que ‘mi comunidad sea beneficiada con
transporte.”37Las mejoras del camino se hicieron obvios inmedia-
tamente. Hasta casi el año 1992, tenían que transportar todos sus
productos agrícolas al mercado en asnos, mulas o en el peor de los
casos, sobre sus espaldas utilizando un difícil sendero a través de
las montañas. El camino nuevo les permitió pedir aventones a las
camionetas que pasaban, aunque existían muy pocas camionetas
de paso para empezar. Otro beneficio significativo fue la facilidad
con la que las mercaderías comerciales, ahora, podían ser traídas a
la comunidad. Las mercancías cada vez más codiciadas incluyeron
combustible para cocinar, bloques de concreto para la construc-
ción, fundas de cemento, tejas, muebles de madera, bicicletas y
televisiones.
Otro nuevo beneficio del camino fue la facilidad con la
que los individuos podían salir de la comunidad. Hasta princi-
pios de los noventa, la emigración fue dominada por los hom-
bres. Aproximadamente en 1993, un pequeño grupo de mujeres
emigró a la ciudad por primera vez. Estas mujeres fueron incita-
das a emigrar debido a los éxitos de las mujeres en la parroquia
vecina de Pasa. Enfrentados a condiciones económicas deterio-
radas, los individuos ancianos y discapacitados de Pasa, empeza-
ron a emigrar con frecuencia incremental en la década del
ochenta. Para los ancianos y discapacitados, la mendicidad es
más o menos una actividad socialmente aceptable en Ecuador,
puesto que muchos creen que estos individuos tienen pocas
alternativas. Luego discuto este problema en el capítulo seis. Sin
embargo, como los rumores sobre estas ganancias empezaron a
extenderse por la región, unas pocas mujeres jóvenes decidieron
unirse a sus filas. De acuerdo a un individuo, quien trabajó con 133
los emigrantes indígenas en el Hospedería La Tola en Quito por Pidiendo caridad
treinta años, el involucramiento gradual de las mujeres en la en las calles

mendicidad se debía a que:


Descubrieron un (modus operandi)…Empezaban a venir alguno
de ellos, pero reportando a las comunidades ventajas notables.
Porque la gente tu ves aquí no, ve a un pobre diablo ahí senta-
do, le dan nomás, le dan. Y yo veía que llegaban a la Hospedería
y sacaban sus bultitos ahí, y contaban la plata, tenían montón.
Entonces estos fueron los que se van mejorando, motivaron a
que vinieran también las mujeres.38

Algunas de estas mujeres inicialmente fueron forzadas


a traer a sus niños pequeños con ellas porque eran lactantes o no
tenían a nadie para encargárselos. Pero como pasaban el tiempo
en las calle, descubrieron rápidamente que las mujeres con niños
podían ganar más dinero que las otras. En lo sucesivo, los niños
pequeños llegaron a estar integralmente involucrados en la
migración rural-urbana.
Entre los años 1993 y 1996, el número de mujeres y
niños involucrados en la migración se mantuvo bajo. De aque-
llos que migraron frecuentmente a las calles de Guayaquil, sobre
aquellos que lo hacían a Quito. Aunque Guayaquil está mucho
más alejada que Quito, los hombres ya tenían una bien conocida
ruta de migración a la costa. Otra razón es que, a principios de
la década del noventa, los hombres se involucraron cada vez
menos en el trabajo en las plantaciones; en su lugar, estaban tra-
bajando como lustrabotas y vendedores en la ciudad. Para 1994,
la migración proveyó sobre el 80 % del ingreso anual familiar, la
mayoría de los cuales habían sido obtenidos por los hombres
(Rendon, 1994). Pero para 1996, las mujeres y niños empezaron
a involucrarse cada vez más en la migración rural-urbana.
Algunos, de hecho, establecieron un vínculo directo entre el inci-
dente de las Brujas Heredia en 1996 y la migración incremental
de mujeres y niños.
En julio de 1996, dos mujeres blanco-mestizas fueron
tomadas como rehenes en Calguasig por ocho días. Actuando
como shamanes, las hermanas Heredia fueron acusadas de apro-
vecharse de muchos de los enfermos en la comunidad. Con la
ayuda de un curandero local, ellas secretamente anotaron todos
134
los nombres y padecimientos de los enfermos de la comunidad
en un libro religioso (Libro de San Gonzalo). Cuando los enfer-
Kate Swanson
mos de la comunidad visitaron a estas supuestas shamanes en
Ambato (quienes fueron recomendadas por el curandero local),
les dijeron que fuerzas superiores estaban en juego (como evi-
dencia del hecho “milagroso” que los nombres y padecimientos
estaban en el Libro de San Gonzalo). La única manera de estar
completamente curados, les dijeron, era pagar una cuota consi-
derable, la cual también estaba convenientemente detallada con
sus nombres y padecimientos. Sin embargo, estas curas obvia-
mente no funcionaron y en el verano de 1996, cuarenta calgua-
seños habían muerto (Diario Hoy 1996a; 1996b). Aunque más
bien causadas por el estallido de tuberculosis, los miembros de la
comunidad atribuyeron estas muertes a la brujería de las herma-
nas (Guerrero, 2001). Previamente habían alertado a las autori-
dades de las acciones de estas mujeres, pero no sucedió mucho.
Cansados de la preocupación de las autoridades solamente por
los intereses de los blanco-mestizos, decidieron tomar la justicia
en sus propias manos.39
Los líderes comunitarios tomaron una decisión colec-
tiva de alertar a la prensa de sus acciones, pero lo que se desple-
gó fue una dramática sensacionalización de los hechos. Los
miembros de la comunidad fueron ultrajados porque estas
mujeres se habían aprovechado de su presunta ignorancia. Ellas
tomaron a la ligera sus creencias para su propio provecho eco-
nómico. Así, ellos aclararon a la prensa y a los representantes
gubernamentales que, de acuerdo a los sistemas tradicionales de
la justicia indígena, lincharían a estas mujeres si el Estado rehu-
saba sentenciarlas. Hábilmente los líderes comunitarios aprove-
charon la oportunidad de los medios de comunicación para diri-
gir la atención del país hacia las tristes condiciones bajo las que
vivían. A través de estas negociaciones, los líderes comunitarios
y las autoridades estatales estuvieron de acuerdo en que las her-
manas Heredia serían azotadas públicamente bajo la cintura, de
manera consistente con los sistemas de creencia indígenas, des-
pués serían entregadas a las autoridades estatales para cumplir
una sentencia en prisión.40 Al final, las hermanas estuvieron
menos de seis semanas en prisión (Diario Hoy 1996c).
Los medios de comunicación sensacionalizaron este
evento, apoyándose una vez más en las racializadas e imagina-
rias geografías de indios retrógrados, bárbaros y salvajes quie-
nes habían amenazado las vidas de dos mujeres blanco-mesti- 135
zas. Las cadenas informativas se derramaron dentro de la Pidiendo caridad
en las calles
comunidad y proveyeron una cobertura nacional del evento.
Una cadena de televisión ecuatoriana, ganó un premio interna-
cional y $30.000 por un corto documental titulado: “Las Brujas
de Calguasig” (El Diario, 1997b). En este vídeo, repetidamente
muestran la imagen de dos mujeres rubias y blancas, en sostén
y ropa interior siendo flageladas por indios, sugiriendo así vio-
lencia sexual y racial. De acuerdo a un antropólogo de la FLAC-
SO, este vídeo “fue una distorsión absoluta de los eventos”.41 En
las palabras de la Organización de Indígenas Campesinos de
Quisapincha,OCa
p
de
ab
n
m
ge
gcac
aprln
In
azQ
óio
lasiían
E
sd
ilh
u (COCIQ),
eran a pesar de los masivos resultados de
atención enfocada sobre Calguasig, durante este evento, “nada
ha cambiado. Continuamos ocultos y silenciados en los pára-
mos andinos, luchando contra la pobreza, la miseria y las injus-
ticias de esta sociedad” (1999: 7). En las palabras de la
Organización de Indígenas Campesinos de Quisapincha
(COCIQ), a pesar de los masivos resultados de atención enfo-
cada sobre Calguasig durante este evento, “nada ha cambiado.
Continuamos ocultos y silenciados en los páramos andinos,
luchando contra la pobreza, la miseria y las injusticias de esta
sociedad” (1999: 7).
Es curioso que, muchos miembros de la comunidad
relacionaran este evento con la creciente migración de mujeres y
niños. Aunque pregunté, nadie fue capaz de darme una respues-
ta concreta. Pudo suceder que este incidente, el mismo que atra-
jo cientos de extranjeros –indígenas o no– dentro de la comuni-
dad, reveló una forma diferente de vida a las mujeres y niños en
Calguasig. Podría ser que esta forma de vida los indujo a explo-
rar la vida en la ciudad, a través de la migración del campo a la
urbe. También esto pudo suceder porque en 1996, después del
incidente de las brujas, el CESA mejoró el camino con la cons-
trucción de varios puentes de concreto. Previamente, estas par-
tes el camino tenían que ser atravesadas utilizando maderos,
cuerdas y la fuerza de muchos brazos. Además, por 1996, al
menos un miembro de la comunidad había comprado una
camioneta y ofrecía un servicio semiregular de carga y transpor-
te de pasajeros. Esto luego mejoró la capacidad de las mujeres y
niños para abandonar la comunidad. O tal vez el incremento de
la migración, después de 1996, puede haber sido el resultado
136 acumulado de los tres años anteriores de migración intermiten-
Kate Swanson te. Como se difundió el rumor acerca de los ingresos que podrí-
an ser obtenidos de la mendicidad, podría ser la razón por la
cual, más y más mujeres se unían a sus filas.
La importancia de la influencia del camino en la
migración del campo a la ciudad no puede ser subestimada. De
acuerdo a un agrónomo, quien trabajó en la región, “cuando se
abrió la carretera…niños que salían a la feria, nos rogaban llo-
rando que les traigamos en la camioneta para venir a la feria a
ganarse unos, cuantos sucres”. Hasta los miembros más jóvenes
de la comunidad astutamente miraron al camino como su vín-
culo con el mundo exterior y con el ingreso de dinero. Critican-
do los cambios producidos por el camino, este agrónomo los re-
lacionó con los caminos de la Amazonia, los cuales han forjado
guadañas de destrucción ambiental, y muchas veces, cultural, a
lo largo de sus senderos. Él dijo: “si no había la carretera, las co-
munidades estaban bien bonito; tenían agua, tenían la cultura,
tenían todo”. Tal vez en su mente, tenían todo lo que un indio fol-
clorizado podría posiblemente desear. Pero al mismo tiempo, es-
te agrónomo reconoció los impactos positivos del camino, tales
como una mejor comunicación y acceso al mundo externo. Está
en conflicto con su deseo de mantener el pueblo en su percibido
estado estático y folclorizado, mientras que también reconoce las
necesidades muy reales de los miembros de la comunidad. Sin
embargo, concluye declarando que, “los ecologistas dicen que
nunca deberías abrir una carretera”.42
El año de 1996 también fue significativo para el estado
de la educación en la comunidad. En este año, un programa de
educación bilingüe español-quichua fue llevado a Calguasig.
Como se mencionó anteriormente, en 1988 el gobierno ecuato-
riano instituyó un sistema nacional de educación bilingüe, dis-
ponible para las comunidades que lo solicitaran. Mientras algu-
nas comunidades indígenas adoptaron el sistema, otras lo recha-
zaron. Algunos creían que al enseñar los niños en sus lenguajes
nativos, podrían contenerlos en un país de habla española.43 De
acuerdo al actual director de la escuela de Calguasig Grande,
eventualmente la comunidad solicitó el sistema bilingüe en un
intento por obtener más maestros.44 Después del año 1996, exis-
tían tres maestros y dos aulas para 130 estudiantes en Calguasig
Grande. El nuevo sistema trajo cinco nuevos maestros para
Calguasig Grande y tres nuevos maestros para Calguasig Chico. 137
Junto a los nuevos maestros vinieron nuevas aulas para acomo- Pidiendo caridad
en las calles
dar mejor a los estudiantes.
La educación ha llegado a ser cada vez más impor-
tante para la juventud de Calguasig. Por medio de una pregun-
ta abierta, los datos de mi encuesta revelaron que a un 52 % de
jóvenes, entre las edades de 11 y 13 años, les gustaba “estudiar”,
más que cualquier otra actividad. Más allá de un 88 % declara-
ron que les gustaría asistir al colegio y/o universidad.
Actualmente, existen seis individuos de Calguasig Grande
matriculados en el colegio de Quisapincha, y tres individuos de
Calguasig Chico en colegio de Pasa.45 Adicionalmente, 14 indi-
viduos (incluyendo adultos) están matriculados en los grados 7
y 8 en un colegio a tiempo parcial de Ambato.46 Pero en la
actualidad, no existe todavía un sólo graduado del colegio.47
Debido a que realicé estas encuestas en las escuelas de
la comunidad con la asistencia de los maestros de quinto y
sexto grado, nuestra presencia indudablemente influyó en los
resultados. Esto es, particularmente, obvio mediante las decla-
raciones de los niños sobre sus aspiraciones de empleo, las cua-
les vendrían a revelar más sobre una socialización que sobre las
aspiraciones actuales, particularmente, en Calguasig Grande.
En un esfuerzo para ayudar a los niños durante la encuesta, el
profesor de los grados 5 y 6 de Calguasig Grande, propuso unas
cuantas sugerencias ocupacionales, las cuales reflejaban una
profunda imposición de estructuras de género y clase. Para las
niñas, sugirió que podrían llegar a ser amas de casa o secreta-
rias. Para los niños, sugirió que podrían ser mecánicos. Los
resultados de la encuesta reveló el poder de la sugestión
(Cuadro 4.1).

Cuadro 4.1: Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Grande


# Niños # Niñas
8 Mecánicos 5 Secretarias
3 Policías 2 Amas de casa
1 Guardias de seguridad 1 Tesorero
1 Soldado 1 Mecánico*
1 Profesor
138
* Una niña de 12 años de edad escribió que quería ser un mecánico, pero sospecho que
Kate Swanson
copió de uno de sus compañeros varones. Cuando le entreviste después, me dijo que
quería ser profesora.

Cu
po
de
n
ad
(2ac
m
)eéro
ej
gel
Ch
Ca
de
en
re
n
or
ó
ge
ec
pr
sco
afe
h4ite
.o
su
d
bu
l,lgyco
tiaso
n
epcrlfsviau
gtm
n
esracovu
fil,E
Cuadro 4.2: Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Chico
# Niños # Niñas
4 Maestros 5 Sastres
2 Sastres 4 Profesoras
2 Albañiles 1 Ama de casa
1 Doctor

m
apo
de
on
vi
ut
ad
ev
en
fecl
el
ec
co
m
rri
su
ate
ico
n
css”
lu
m
.yo
d
lisqu
faja
po
de
rpr
eel
er
sae
p
aceo
lor
rn
b
i-m
eex
av
ten
d
su
tr
sgad
bl
o
au
n
ry“,to
en
sde
ó
on
ñ
te
tn
ao
”ld
bl
cp
.M
vi
í“fel
ec
iserer
cl
an
lo
ra
jte
en
h
tsep
go
aíid
n
em
te
rtm
,ls,c
au
’‘equ
n
m
ca”
u
so
rde
lapr
em
r”o
i,ter
laSm
.u
gsbn
es“E
ao
er
h
epo
qu
oc
ron
n
ibi
d
sQ
“el
ac
er
en
o
u
,rpo
cn
tr
paja
,“
qu
sPo
ge
eo
u
”d
ay
ier
rtado
cde
Q
qu
b
bi
ísell
.”
ro
ñ
u
er
.E
en
n
q
laO
tiesdco
lsió
1ern
b
a2o
u
q“iíerd
o
jctEalr
No hay unos buenos líderes que hayan acabado la es-
cuela e ido al colegio o, para que digan, “mire ese joven estaba
una temporada en la escuela y ahora acabó el colegio. Ahora ha
sido algo en la vida”. Entonces en vista de que no hay eso, los ni-
ños, claro como cualesquiera, dicen que, “la educación casi no
está haciendo nada. Pues, no me sirve de nada porque hay otros
niños, otros jovenes que están trabajando, mejor traen plata,
compran bicicleta, tienen alguna cosa”.48
Además, muchos padres prestan poco interés a la edu-
cación formal. Como dijo el profesor de los grados 5-6:
Hay algunos padres que si se da importancia [a la educación],
hablaría 1 %, de todo. De ahí, la mayoría de los padres no, no les
interesa mucho. Si el niño dice que ‘yo quiero ir a tal parte a tra-
bajar con compañeros, con amigos,’ sí dicen. Es mejor para los
padres, creo que es mejor, ellos mandan.49

Una mujer indígena de lamu


de
n
ge
er
diaílajPRODEPINE
nU explicó esta
manera de pensar, como sigue:
Básicamente, para los indígenas dicen que el guambra se va a la
escuela y vuelve vago, o el joven va a la escuela y vuelve vago. En
la cosmovisión de los compañeros tienen razón. Porque los gua-
guas, cuando van a la escuela ya se dedican a jugar, ya se dedi-
can a reunir con sus amigos o tal vez se dedican a irse de paseo.
Ya asumen otros códigos culturales, entonces empieza a cambiar
los códigos internos [de la comunidad].50

A pesar del deseo de continuar con sus educaciones, 139


muchas veces a los niños se les disuade de tomar este camino debi- Pidiendo caridad
do a la familia y a las presiones económicas. Aquí existe un con- en las calles

flicto entre las metas declaradas (más educación, como expresaron


en la encuesta) y los medios para obtenerlas, unos medios que
pueden estar en conflicto con sus deseos para acumular bienes
materiales o, en algunos casos, para el sustento básico. Como
Malena dijo, “tenemos que trabajar si queremos comer”.
Mientras que las oportunidades educativas han mejo-
rado desde que el sistema de educación bilingüe fue introducido
en la comunidad, el estado de estos recursos y la calidad de la
educación a lo sumo son pobres. Ha existido mucha crítica del
sistema de educación bilingüe ecuatoriano. Los críticos deman-
dan que tienen pocos fondos, les faltan recursos educativos apro-
piados y los maestros están pobremente entrenados. Un profesor
indígena universitario criticó el sistema por basarse en modelos
occidentales de educación. En su opinión, este sistema “mata la
cultura”. También cree que los actuales modelos educativos están
distorsionando los roles tradicionales de género y creando una
“terrible división” en las familias indígenas, en donde las niñas
son relegadas a la esfera privada y los niños a la pública.51 La
imposición de este tipo de estructuras, es claramente obvia en
los cuadros (Cuadros 4.1 y 4.2) presentados arriba. Aunque el
profesor de Calguasig Grande es un indígena de la provincia de
Chimborazo (Figura 1.1), también ha sido entrenado dentro de
los límites de un modelo occidental de educación. Así, continuar
imponiendo este modelo y sus correspondientes estructuras
sobre los niños de Calguasig.
De acuerdo a una monja indígena quien trabajó en
Calguasig, los niños que se han graduado de sexto grado no son
capaces de leer propiamente. Ella culpa a los maestros pobre-
mente capacitados, algunos de los cuales ni siquiera se han gra-
duado del colegio.52 Debido a la falta de maestros con fluidez en
español y quichua, todos los maestros de Calguasig, excepto uno,
son de otras provincias. Dándoles la oportunidad de trabajar en
sus propias provincias de origen, muchos podrían partir inme-
diatamente. Por esta razón, existe mucho cambio entre maestros,
mientras buscan obtener mejores posiciones en otra parte.53
Muchos padres y estudiantes se quejan del uso del castigo cor-
140 poral por parte de los maestros. Encontré por lo menos dos estu-
Kate Swanson diantes quienes habían sido separados de clases debido al abuso
del profesor. Mientras vivía en la comunidad, las clases fueron
canceladas cada viernes, para que los maestros pudiesen jugar
fútbol. También descubrí que, muchas veces, los maestros llega-
ban tarde y se iban temprano, reduciendo así el tiempo de clases
de las cinco horas programadas a menos de tres. Además, el esta-
do de las aulas por sí mismas es abismal, están llenas de ventanas
y escritorios rotos (Fotografía 4.1).
de
po
pr
eg
co
nu
ro
en
o.
ed
er
u
de
ec
po
re
1qu

n
9eg
etco
o
to
ac
ad
aen
ed
sitr

o
7n
ti
,ylat1.fs9u
n
ó
e(SIISE
ab
o
r5p
iclu
d
m
n
eaE
iso
u
ctrbelía 3.5, 2003n), Aunque en Calguasig, el 22 % de los
estudiantes reprobaron en el año escolar 2002-2003 y un 44 % de
los estudiantes reprobaron año o no pasaron uno más de sus
cursos.54 Esta es una tasa elevada de fracaso que refleja el bajo ni-
vel de entrenamiento educativo disponible en la comunidad.
Pero también la situación es difícil para los maestros.
Muchos de los maestros en Calguasig reciben un salario men-
sual de menos de 200 dólares, el cual los ubica cerca a la línea
de pobreza. Debido a los malos caminos, muchas veces tienen
que trepar por dos horas sobre senderos fangosos para asistir a
sus clases en la mañana. Aunque ellos condujeran, sus despla-
zamientos diarios muchas veces totalizarían más de cuatro
horas. En la comunidad, tienen recursos limitados para traba-
jar debido a la falta de fondos. Al día siguiente que abandoné la
comunidad (Mayo 2003), fue declarada una huelga nacional
que duró cerca de un mes. Las demandas incluyeron salarios
más altos y más fondos para la educación. En noviembre del
2003, los maestros se declararon, otra vez, en huelga por 43
días. El sistema de educación pública ecuatoriano está en
pobres condiciones hecho que afecta tanto a estudiantes como
a maestros.

141
Pidiendo caridad
en las calles

Fotografía 4.1: Atisbando (y sonriendo) por una ventana rota del aula.
Tal vez uno de los más grandes problemas para los
niños es el costo de la educación. A pesar del derecho universal
de los niños a una educación gratuita, como se establece en la
Declaración de los Derechos del Niño de la ONU, la educación
no es gratuita en Ecuador. Al contrario, a los niños se les pide
que paguen aproximadamente 30 dólares por año para cubrir los
costos de sus uniformes, almuerzos escolares, suministros esco-
lares y una “colaboración” por matrícula.55 Para las familias
numerosas, estos costos son muy altos considerando que
muchos no pueden obtener ingresos suficientes de la agricultu-
ra. Así, para afrontar éstos costos, muchos niños tienen que tra-
bajar. Mientras algunos niños utilizan sus fines de semana lus-
trando zapatos en Ambato, muchos niños abandonan la comu-
nidad siempre que hay vacaciones o un fin de semana largo para
ganar algo de dinero mendigando y/o vendiendo chicles. Las
vacaciones de verano son cruciales porque, en julio y agosto, los
niños pueden ganar más de lo que necesitan para su año escolar.
De acuerdo al director de la escuela de Calguasig Chico, algunos
niños están ausentes por más de un mes, especialmente cerca de
Navidad.56 En la clase del grado 5 y 6 de Calguasig Grande, algu-
nos estudiantes perdieron más de 50 días de su año escolar, debi-
do a sus trabajos en las calles.57 Los maestros están tratando de
detener las ausencias estudiantiles. Los niños que pierden
muchas clases son rechazados. Encontré al menos un niño quien
había reprobado en el año escolar 2002-2003 como resultado de
su frecuente trabajo en Quito.
Todos estos factores han sido combinados por la difícil
política ecuatoriana y las condiciones económicas. Como se dis-
cutió previamente, en 1998 y 1999, Ecuador cayó en su peor cri-
sis económica en casi 50 años. Para el año 2000, la moneda
nacional se había devaluado en tal magnitud que el gobierno
142 dolarizó su economía. Sin embargo, los impactos de esta crisis
Kate Swanson fueron limitados en Calguasig; fueron primariamente afectados
por la rápida inflación y el alza de los costos de los productos
básicos. La dolarización también significó que, mientras las
mujeres y niños previamente estaban mendigando por sucres
ecuatorianos, ahora mendigaban dólares americanos. Esto causó
mucha confusión para la población ampliamente analfabeta de
Calguasig. Descubrí que aún en el año 2003, los calguaseños con-
tinuaban describiendo los precios en sucres el lugar de dólares.
Además, el aumento de los precios a nivel nacional de los pro-
ductos básicos y artículos de consumo, únicamente, reforzó en
los calguaseños la aguda comprensión de su relativa pobreza.
Así, la migración de las mujeres y niños continuó mientras bus-
caban mejorar sus situaciones.

4.5 Las cambiantes identidades


En los últimos 30 años, la vida ha cambiado dramáti-
camente en Calguasig. Treinta años antes, no existía electricidad,
agua entubada, televisión, camino, automóvil y las casas eran de
barro. También la cultura de la niñez está cambiando en
Calguasig. Las normas occidentales sobre niñez han infiltrado la
comunidad a través de la educación, la televisión y la exposición
a la vida urbana. Ahora ellos son conscientes de una visión sobre
la juventud, que varía radicalmente de sus propias experiencias.
Por primera vez, un pequeño grupo de estudiantes
asistió al colegio. Si todo va como se planeó, los primeros gra-
duados del colegio de la comunidad saldrán en el año 2007.
Otros niños están ansiosos de seguir sus huellas. Con una
completa determinación en su rostro, Mónica de 12 años me
dijo, “me puedo ir, debo ir al colegio y voy a terminar el cole-
gio”. Estos niños y jóvenes reconocen a la educación como la
clave para obtener riqueza material y signos de éxito que han
observado en el mundo ‘externo’. Sin embargo, una nota
admonitoria debe agregarse, puesto que los niños rurales en
todas partes también han perseguido los mismos objetivos
educativos solamente para ser tristemente defraudados con
sus opciones como adultos. Por ejemplo, los jóvenes indígenas
adultos en la zona rural de Cotopaxi han descubierto que
hasta con sus títulos de colegio, muchos continúan trabajando
143
como migrantes en la economía informal Co om
do
gr
de
o,
m
ec
en
b
qu
co
ch
u
ó
n
eg
aer
ti
tr
ge
fm
h
o,
ad
tven
zo
su
n
ru
cra
ja
atu
ej
jon
op
d
em
de
to

o
ad
tpe
an
do
íob
qu
lbi
.”
co
b
son
er
en
ed
ra
su
gret
eg
o
to
lh
m
(Sanchez-Parga,
n
ad
p
temu
au
ru
d
ñ
go
tr
ste
.P
rs
ti
em
ito
o
p
tn
au
lxse,o’
éiroasu
n
elm
do
ob
de
rqu
cfío
p
saivgn
oc
u
ó
d
ejer
te
trel
len
b
av
gac
cl
o
ri
,ed
co
ivsp
Sn
eat.to
h
yjre
óto
xén
abisrycelñ
z‘n
srieato
vd
m
u
n
csE
leso
2002). Katz (2004) también describe una historia similar en la Pidiendo caridad
en las calles
zona rural de Sudán. Quince años después de su investigación
de campo inicial, descubrió que “la educación ha demostrado
no garantizar nada” (195).
Mientras algunos jóvenes todavía se casan a edad tem-
prana y todavía son capaces de encabezar un hogar a la edad de
diez años, muchos reconocen que sus futuros no serán agrícolas.
Sin embargo, la mayoría (79 %) de los niños que entrevisté, me
dijeron que preferirían vivir en una comunidad rural. Pero como
el acceso a la tierra disminuye y la tierra continúa erosionándo-
se, muchos jóvenes están alejándose de la agricultura. En efecto,
cuando recientemente la FDB pidió a los jóvenes de la comuni-
dad de Quisapincha Alto recopilar una lista de cursos de entre-
namiento que querían, 24 expresaron un deseo por entrena-
miento en computación58 y 19 pidieron entrenamiento musical.
Únicamente tres expresaron deseos por entrenamiento agrícola.
Durante mi encuesta, pregunté a los niños qué harían
si ganarán un millón de dólares. Reflejando deseos consumis-
tas, muchos dijeron que comprarían una televisión, una buena
casa y un automóvil. También algunos agregaron que compra-
rían una estructura de cama metálica59, una videocasetera o
una máquina de coser. En particular un niño de 13 años escri-
bió: “construiría una casa de 20 pisos de losa y compraría tanta
comida y tanta ropa, viajaría a los Estados Unidos después de
cinco años y compraría una casa en la costa”. Influidos por las
vidas materialistas de las estrellas de telenovela, que miran cada
noche en la televisión, o tal vez alcanzados por el “sueño ame-
ricano”, estos niños desean una parte de esa vida. Muy pocos
niños dijeron que utilizaría su dinero para cuestiones agrícolas.
En total, un 12 % de niños dijo que usarían el dinero para com-
prar animales, 7 % dijo que lo usaría para comprar tierras y
otro dijo que lo usaría para comprar tractores. Aunque han cre-
cido como campesinos, éstos niños no ven sus futuros como
agricultores. Cada vez más, la juventud de Calguasig, desea esti-
los de vida como los encontrados en la ciudad o los vistos en la
televisión.
Muchos padres tienen grandes expectativas para sus
niños. La mencionada profesora del jardín de infantes desea que
su hijo mayor sea abogado. Su hija, Nicola, desea ser ya sea un
144 oficial de policía o una estrella de pop. Pregunté a la madre de un
Kate Swanson vendedor de chicles de cinco años de edad, lo que desearía que
fuera su hijo cuando creciera. Cuando se encogió de hombros, le
pregunté si deseaba que el fuera vendedor de chicles como ella.
“No”, dijo ella. “Algo mejor”.
Los tamaños de las familias también están cambiando,
lo cual, indudablemente, influenciará los modelos de paternidad
y niñez. Las mujeres ya no desean tener muchos niños.
Aproximadamente 12 de las mujeres jóvenes de la comunidad
están usando actualmente DUIs y muchas más están interesa-
das.60 Pregunté a algunas quinceañeras cuántos niños deseaban
tener. Ninguna deseaba más de dos. De acuerdo a una mujer, “ya
no piensan como antes. Antes decía que hay que tener la docena
o la media docena. Ya no…Porque si tenemos muchos hijos, no
podemos dar ropa, estudio, alimentación adecuada. Entonces
por eso, ya no quieren tener muchos hijos”.61 Esto puede tener
mucho que ver con el hecho de que, dado el mejor acceso al cui-
dado médico, más niños sobreviven.
m
ade
nv
p
cnu
ga
o
bi

sn
aeco
ti
ó
rtr
o
alu
ito
l.scoileó
Pribilsky’s
ícm
so
iC
n
d
afEio (2001) da a conocer que, en el sur del Ecua-
dor cambiar los roles de los niños (producidos por padres quie-
nes cada vez más buscan redefinir a sus niños dentro de los idea-
les universales de la niñez ‘moderna’) es una fuente de gran trau-
ma para ellos. Este trauma se manifiesta mediante los nervios,
una enfermedad con síntomas similares a la depresión. Esto to-
davía no ha sucedido en Calguasig, sin embargo los niños están
cada vez más atrapados entre las culturas y están luchando para
encontrar sus senderos. Debido a la pobreza, ellos deben conti-
nuar con su trabajo. Para asistir a la escuela, deben continuar tra-
bajando. Si desean bienes materiales, deben trabajar. Ahora, me-
diante la educación, los medios de comunicación y sus interac-
ciones en la ciudad, a éstos niños se les dice que no deberían tra-
bajar. En su lugar, se les dice que deberían disfrutar de su niñez
mediante el juego, la recreación y el estudio.

4.6 Resumen
Este capítulo explora tres preguntas de investigación
específicas: i) ¿cómo la niñez indígena se articula con la ‘mo-
derna’ interpretación de niñez?; ii) ¿cómo los niños indígenas
negocian y se reconcilian, ellos mismos, con los continuos
145
cambios en sus comunidades?; y iii) la importancia que tienen
estos cambios para los futuros de los niños. Este capítulo em- Pidiendo caridad
en las calles
pieza con un análisis sobre cómo la niñez indígena se articula
con la ‘moderna’ interpretación de niñez. Presenta perspectivas
desde ambos lados, el de los activistas políticos indígenas y los
defensores de los derechos de los niños, para revelar las tensio-
nes subyacentes entre estas interpretaciones. Sin embargo, tam-
bién previene contra las definiciones esencializadas de niñez,
las cuales pueden naturalizar y ‘folclorizar’ la participación de
los niños indígenas con el trabajo. Luego, este capítulo se enfo-
ca específicamente en la comunidad de Calguasig. A través de
una visión general de las cambiantes condiciones comunitarias,
revela como la ‘moderna’ interpretación de la niñez está infil-
trando la comunidad. Esto tiene impactos en todo Calguasig,
particularmente en relación al género, sexualidad, trabajo, jue-
go, aprendizaje e identidad. Confiando en datos de una encues-
ta y entrevistas con niños y miembros de la comunidad, tam-
bién revela cómo los niños están negociando estos cambios.
Sugiere que ellos están, cada vez más, siendo arrastrados a la
cultura consumista occidental y a los ideales urbanos. Induda-
blemente, estos cambios tendrán impactos significativos sobre
la comunidad en los años venideros. En el capítulo siguiente,
me enfocó, sobre la esfera urbana para explorar las identidades
urbanas de niños y jóvenes.

Notas:
1 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
2 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Diciembre 18 de 2002. Quito.
3 500 años antes, probablemente lo mismo se podría decir de las comuni-
dades rurales alrededor de muchas partes del mundo.
4 Subsecretaria Nacional de Desarrollo Rural. Ministerio de Bienestar So-
cial. Entrevistada por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
5 Ibíd.
6 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
7 Subsecretaria Nacional de Desarrollo Rural. Ministerio de Bienestar So-
cial. Entrevistado por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
8 Ibíd.
9 Director del PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9 de
146 2002. Quito.
10 Directora, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevis-
Kate Swanson
tada por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
11 Miembro del Congreso Nacional, Diputado por Pichincha y Presidente
de la Comisión para los Asuntos Indígenas. Entrevistado por la autora.
Septiembre 10 de 2003. Quito.
12 Director de Juventudes. CONAIE. Entrevistado por la autora, Agosto 7 de
2003. Quito.
13 Especialista en Educación, PRODEPINE. Entrevistado por la autora.
Agosto 19 de 2003. Quito.
14 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
15 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Diciembre 18 de 2002. Quito.
16 Las leves diferencias basadas en género y edad que se anotan en la Figu-
ra 4.1 pueden ser indicatives de diferencias actuales, pero probablemen-
te son atribuíbles a la manera en que estos datos se recogieron (ver
Apéndice A).
17 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig Grande.
18 Ibíd.
19 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig Grande.
20 Malena, de 14 años vendedora de la calle. Entrevistada por la autora.
Agosto 21 de 2003. Quito. Notas de campo.
21 Nicola, de 10 años miembro de la comunidad. Conversación informal
con la autora, Marzo 17 de 2003, Calguasig. Notas de campo.
22 Mary Weismantel (2001), una antropóloga Norteamericana, también tu-
vo esta experiencia cuando empezó a trabajar en la comunidad indígena
rural de Zumbagua en la provincia de Cotopaxi en la década del ochenta
(ver Figura 1.2 para la ubicación de Zumbagua).
23 Sacerdote Presbiteriano, miembro clérigo de Dios es Sano. Entrevistado
por la autora. Marzo 16 de 2003. Quisapincha.
24 Esta migración no es enteramente nueva puesto que previamnete los
hombres han abandonado la comunidad para trabajar como cargadores
en el mercado por cortos periodos en la ciudad de Ambato. Es posible que
algunos hombres estuvieran también involucrados en la migración a la
costa antes de los años sesenta. Sin embargo, parece que esta migración se
aceleró en la década del sesenta.
25 Sacerdote Salesiano, Director de la Fundación PAN (Programa de Acción
por la Niñez). Entrevistado por la autora. Agosto 13 de 2003. Quito.
26 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Entrevistado por la autora, Agosto 1 de 2003. Quito.
27 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.
28 Presidente, Junta Parroquial de Quisapincha. Entrevistado por la autora,
Abril 23 de 2003. Calguasig.
29 Ibíd.
30 Teniente Político de Quisapincha. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de 147
2003. Quisapincha. Pidiendo caridad
en las calles
31 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.
32 Presidente, Asociación Familiar por la Guardería de Nueva Izamba. En-
trevistado por la autora. Marzo 17 de 2003. Calguasig.
33 Presidente, Junta Parroquial de Quisapincha. Entrevistado por la autora.
Abril 23 de 2003. Calguasig.
34 Presidente, Junta Parroquial de Quisapincha. Entrevistado por la autora.
Abril 23 de 2003. Calguasig.
35 Agrónomo, antiguo trabajador de for CARE-PROMUSTA (Care Interna-
tional – Proyecto de Manejo y Uso Sustentable de los Suelos Andinos).
Entrevistado por la autora. Mayo 29 de 2003. Ambato.
36 Ingeniero Forestal, CESA. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de 2003.
Ambato.
37 Agrónomo, antiguo trabajador de CARE-PROMUSTA (Care Internatio-
nal – Management and Sustainable Use of Andean Soils Project). Entre-
vistado por la autora. Mayo 29 de 2003. Ambato.
38 Sacerdote Salesiano, antiguo director de la Hospedería Campesina La To-
la. Entrevistado por la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
39 Agrónomo, antiguo trabajador de CARE-PROMUSTA (Care Internatio-
nal – Management and Sustainable Use of Andean Soils Project). Entre-
vistado por la autora. Mayo 29 de 2003. Ambato.
40 Coordinador académico del programa de Antrpología FLACSO-Sede
Ecuador. Entrevistado por la autora. Agosto 20 de 2003. Quito.
41 Coordinador académico del programa de Antrpología FLACSO-Sede
Ecuador. Entrevistado por la autora. Agosto 20 de 2003. Quito.
42 Agrónomo, Ministerio de Agricultura, Provincia de Tungurahua. Entre-
vistado por la autora. Mayo 28 de 2003. Ambato.
43 Agrónomo, Ministerio de Agricultura, Provincia de Tungurahua. Entre-
vistado por la autora. Mayo 28 de 2003. Ambato.
44 Director, Colegio Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado
por la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
45 Datos tomados de los registros del Colegio Nacional de Quisapincha y del
Colegio Nacional Pasa en julio y agosto de 2003.
46 El colegio a tiempo parcial ofrece clases los fines de semana. Aunque mu-
chos individuos asisten a este colegio, es criticado por sus bajos estánda-
res educativos.
47 Las tazas de finalización de la secundaria son bajas en toda la nación. En
la áreas urbanas, el 40,3% han completado el colegio. En las areas rurales,
el 11,3% de hombres y mujeres no indígenas han completado el colegio,
compardo con el 4 % de hombres y mujeres indígenas (SIISE 3.5, 2003w).
48 Maestro, Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado por la au-
tora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
49 Maestro, Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado por la au-
tora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
50 Especialista en Género y Cultura, PRODEPINE. Entrevistado por la auto-
148
ra. Agosto 28 de 2003. Quito.
Kate Swanson 51 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
52 Monja indígena, Hermana solidaria de los pobres. Entrevistada por la au-
tora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
53 Director, Colegio Gral. Rumiñahui, Calguasig Chico. Entrevistado por la
autora. Mayo 6 de 2003. Calguasig.
54 Datos obtenidos de los registros del Colegio Nacional de Quisapincha y
del Colegio Nacional de Pasa en julio y agosto de 2003.
55 Director, Colegio Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado
por la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
56 Director, Colegio Gral. Rumiñahui, Calguasig Chico. Entrevistado por la
autora. Mayo 6 de 2003. Calguasig.
57 Profesor, Colegio Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado
por la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
58 Las escuelas de Quisapincha Alto tienen sólo unas pocas computadoras
pero están principalmente reservadas para el uso de los maestros.
59 Muchos tienen estructuras de camas de madera.
60 Existen aproximadamente 324 mujeres entre las edades de 12 y 45 años
en la comunidad. Sin embargo, la mayoría de mujeres jóvenes no tienen
niños hasta la edad de 16 años y algunas mujeres continuan teniendo
niños después de los 45 años. Tomando en cuenta esto, fuera de estas
324 mujeres, menos de un 4 % de mujeres en edad de procrear usan
DUIs. Si calculamos para las mujeres entre los 18 y 45 años, esta cifra se
eleva a menos de 6 %.
61 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.

149
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo V

LA NIÑEZ MIGRANTE

5 . 1 I n t roducción
Este capítulo intenta desentrañar los mitos, alrededor
de los jóvenes mendigos indígenas de Calguasig. Empieza con
una visión global de los niños en la calle y niños trabajadores en
Ecuador. Luego se enfoca, específicamente, sobre los niños mi-
grantes de Calguasig y explica por qué ellos no corresponden a
las tipologías preexistentes de niños de la calle y trabajadores.
También revela como la mendicidad libera a las chicas indígenas
jóvenes de la opresión, de un empleo doméstico. Luego de un
análisis a fondo de sus vidas en las calles, adicionalmente este ca-
pítulo explica por qué estos niños han sido olvidados en gran
parte por los programas sociales. La última parte de este capítu-
lo se enfoca sobre cómo las identidades y los niños indígenas
cambian entre lo rural y lo urbano. También explora cómo estos
niños y jóvenes negocian con el tenue terreno que constituyen
151
sus identidades diferenciadas por género, racializadas y étnicas.
Pidiendo caridad
en las calles

5 . 2 N iños d e l a call e y n iños t ra bajadores en Ecuador


Los niños participan en todo tipo de actividades en las
calles, a menudo cambiando de una actividad a la siguiente. En
Quito, los niños venden chicles, lustran zapatos, venden flores,
cuidan automóviles, venden comida, trabajan en los mercados,
mendigan y actúan. Estimar el número de niños de la calle y tra-
bajadores en Quito varía dependiendo de la fuente de informa-
ción y las formas en que se cuentan los niños. Por ejemplo, en
1997 una encuesta de una ONG sugería que existían 8.500 niños
de la calle y trabajadores en Quito (Diario Hoy, 1997), mientras
que el Municipio de Quito estimaba que existían aproximada-
mente 7.000. El municipio divide esta cifra en 5.500 trabajadores
callejeros durante el día, 1.000 trabajadores temporales, quienes
migran durante las vacaciones o el tiempo de descanso agrícola
y 500 niños quienes trabajan durante la noche (Cuadro 5.1)
(DMQ, 2001).

Cuadro 5.1: Categorías de niños trabajadores de la calle en Quito


Trabajadores durante el día (p.e., niños que viven en Quito) 5.500
Trabajadores temporales (p.e., niños migrantes indígenas) 1.000
Trabajadores nocturnos (p.e., niños que trabajan fuera de
clubes nocturnos) 500
TOTAL 7.000
Fuente: DMQ, 2001.

Los niños y jóvenes de Calguasig están dentro de la ca-


tegoría de ‘trabajadores temporales’ del Municipio de Quito. La
mayoría de estos trabajadores temporales provienen de comuni-
dades rurales indígenas en la provincia de Cotopaxi, las parro-
quias de Pasa y Quisapincha en Tungurahua y las comunidades
en la provincia de Chimborazo (Figura 1.1).1 El número de ni-
ños de la calle –jóvenes quienes actualmente viven y trabajan en
las calles– es desconocido. Las estimaciones varían ampliamente
y están entre los 30 y 1.000.2
152
La información acerca de los niños que mendigan tam-
bién es dispersa. De acuerdo a la encuesta del año 1997 de la
Kate Swanson
ONG, existen 200 familias indígenas que mendigan en la capital.
Como se estableció en el capítulo uno, creo que ésta es una esti-
mación bastante precisa. Luego la encuesta establece que 600 ni-
ños mendigan en Quito, aunque no especifica si estos pertenecen
a las, anteriormente, mencionadas familias indígenas. Basada en
mi investigación en Quito, creo que aproximadamente de 500 a
600 niños indígenas de Quisapincha y Pasa han mendigado en la
ciudad. Sin embargo, debido a la naturaleza estacional y tempo-
ral de la migración del campo a la urbe, estas familias trabajan
en la ciudad sobre una base rotativa. Durante la temporada na-
videña, este número es mucho más alto, puesto que los niños in-
dígenas de toda la sierra rural migran para mendigar en Quito.
Durante el resto del año, a cualquier tiempo, no existen más de
200 mujeres y niños indígenas en Quito, la mayoría de los cuales
son de Calguasig.
En Ecuador, los datos disponibles sugieren que un 40%
de niños trabajadores encuentran empleo en las calles. De las ni-
ñas trabajadoras, un 43 % trabajan en las calles. Esto comparado
con solamente un 37% de niños trabajadores (SIISE, 3.5,
2003o).3 Puede existir una ligeramente, más alta proporción de
niñas en las calles porque tienden a obtener menos opciones de
empleo que los niños. Muchas trabajan, ya sea como sirvientas
domésticas, como vendedoras en los mercados urbanos o como
vendedoras informales en las calles. Los niños, por otro lado,
quienes tienen un rango más amplio de oportunidades de em-
pleo y aparte del trabajo en las calles, también pueden encontrar
empleo como mecánicos, aprendices de comerciantes y en las
construcciones.
Basada en los datos recogidos a nivel nacional por De-
fensa de los Niños Internacional en Ecuador (DNI-Ecuador) y
agregada al Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecua-
dor (SIISE), parecería que la mayoría de niños quienes trabajan
en las calles son jóvenes. Un 47 % de niños trabajadores entre las
edades de 6 y 10 años encuentran empleo en las calles. Entre 11
y 13 años, más de un 53 % de niños trabajadores están en las ca-
lles (SIISE, 3.5, 2003o). Los datos del censo nacional revelan que
los niños empiezan a trabajar a un promedio de edad de 10 años
(SIISE 3.5, 2003p). Los datos del DNI sugieren que un 39 % de
niños trabajadores trabajan de cuatro a seis horas por día. Más
de un 36 % de niños trabajan de 7 a 9 horas y 13 % trabajan más 153
de 10 horas por día (DNI-Ecuador, 1997). Otros datos del censo Pidiendo caridad
en las calles
revelan que, en promedio, los niños trabajan cinco días por se-
mana (SIISE, 3.5, 2003q).
En una encuesta de DNI-Ecuador sobre 860 niños
trabajadores urbanos,4 el 57 % reporta encontrarse cansado
después de un día de trabajo, pero el 42 % también dice que se
siente satisfecho al final del día. En total, el 88 % respondió que
les gustaba trabajar. Sus razones no fueron reportadas. En mi
propia investigación, encontré que mientras los niños a menu-
do dicen que les gusta el trabajo, cuando se les presiona un po-
co más, generalmente se aclara que lo que a ellos actualmente
les gusta es el dinero y no el trabajo por sí mismo. En la men-
cionada encuesta del DNI, los niños percibieron a los acciden-
tes de tráfico y al abuso verbal como sus riesgos más significa-
tivos. El abuso físico también fue una preocupación significati-
va relacionada con el trabajo. Más de la mitad de estos niños
trabajadores dijeron que gastan la mayoría de sus ganancias en
comida (DNI-Ecuador, 1997). Los datos del censo ecuatoriano
sugieren que en todo Ecuador, el 52 % de niños trabajadores
admiten que ellos trabajan para incrementar los niveles de in-
greso de sus familias (SIISE 3.5, 2003r).
Como se discutió el capítulo dos, recientemente los in-
vestigadores en Ecuador han intentado clasificar los tipos de ni-
ños de la calle y trabajadores, basados sobre una investigación en
seis centros urbanos.5 Aproximándose a este problema desde un
antecedente económico, los académicos Vásconez y Proaño
(2002) han desarrollado una sugestiva tipología, la cual toma en
cuenta la edad del niño al ingreso en la fuerza de trabajo, los ti-
pos de trabajo, las razones para trabajar, las percepciones del tra-
bajo, las condiciones socioeconómicas y la educación. Definen
cuatro categorías: I) el trabajo como oportunidad y complemen-
to; II) trabajo que desplaza paulatinamente a la escuela; III) tra-
bajadores añadidos permanente; adultización; y IV) abandono
de la formación; ruptura con activades de jóvenes; pobreza.
Mientras que esta tipología provee una visión general de la situa-
ción en Ecuador, los niños trabajadores de Calguasig no entran
en ninguna de las categorías sugeridas.
De acuerdo a los autores, los niños en la Categoría I (el
trabajo como oportunidad y complemento) son similares en
154 muchos aspectos a la juventud que no trabaja. Ellos viven en su
Kate Swanson hogar con sus dos padres. Trabajan por su propia iniciativa para
ganar experiencia de trabajo y para ayudar a sus familias con los
gastos. Estos jóvenes empiezan a trabajar entre las edades de 13
y 15 años. Han completado la escuela primaria y, muy a menu-
do, asisten a la escuela nocturna para obtener sus títulos secun-
darios. Trabajan de 8 a 11 horas por día en almacenes, como sir-
vientes domésticos y en el comercio. Sus salarios son mucho más
altos que el de muchos niños trabajadores.
Algunos autores creen que la mayoría de niños trabaja-
dores se encuentra en la Categoría II (trabajo que desplaza pau-
latinamente a la escuela), aunque no proveen estimación numé-
rica. Describen a este grupo, como los niños quienes no han com-
pletado la escuela primaria, pero continúan estudiando. Muchas
veces trabajan solamente unas pocas horas por día para minimi-
zar la interferencia con sus estudios. Sin embargo, muchos han si-
do rechazados en sus escuelas, pelean con sus grupos, y/o empie-
zan la escuela a una edad tardía. Muchos abandonan la escuela
después de completar el sexto grado. Éstos jóvenes viven en sus
hogares con sus padres o padres sustitutos. Empiezan a trabajar
fuera del hogar entre las edades de 10 a 12 años. Para la mayor
parte, estos niños son chicos que trabajan como vendedores o lus-
trabotas. Los autores afirman que las niñas de este grupo tienden
a trabajar en casa o como sirvientas domésticas. Las ganancias de
estos niños son una fuente importante de ingreso familiar.
De acuerdo a los autores, un gran número de niños
también caen en la Categoría III (trabajadores añadidos perma-
nente; adultización). Los autores creen que la mayoría de estos
niños han abandonado la escuela, ya sea temporalmente o per-
manentemente, para trabajar. Muchos tienen solamente unos
pocos años de educación y aunque algunos pueden desear el ter-
minar la escuela primaria, no han sido capaces de hacerlo. Estos
niños generalmente empiezan a trabajar a una edad muy tem-
prana. En las áreas rurales empiezan a trabajar entre las edades
de 5 a 7 años y en la ciudad entre las edades de 7 a 8 años. Sus ac-
tividades de trabajo son diversas, requieren pocas habilidades y
pueden involucrar la mendicidad. A menudo estos son niños mi-
grantes o niños que viven en los barrios bajos suburbanos. Pro-
vienen de hogares de un solo padre, dirigidos por una mujer. Sus
madres participan en trabajos sencillos y muchas veces tienen
niños de varios cónyuges. Éstos niños conservan un contacto se- 155
miregular con sus familias. Usualmente pasan de 8 a 16 horas Pidiendo caridad
en las calles
por día trabajando en las calles, de acuerdo los autores, están en
peligro de convertirse en niños de la calle. Los autores creen que
estos niños tienen pocas expectativas para sus futuros.
Como los niños descritos arriba, los niños de la Cate-
goría IV (abandono de la formación; ruptura con activades de
jóvenes; pobreza) empiezan trabajando a una edad muy tempra-
na. Sin embargo, los autores afirman que en este grupo, los niños
han abandonado completamente la escuela para satisfacer sus
necesidades diarias. Son niños migrantes y se encuentran gene-
ralmente en las ciudades más grandes del Ecuador. Tiene única-
mente un padre y todos los miembros de sus familias o trabajan
o mendigan en las calles. Algunos de estos niños han abandona-
do sus hogares, especialmente en casos de abuso elevado. Mu-
chas veces estos niños pasan largos periodos de tiempo durmien-
do en las calles, si ya no son niños de la calle. Muchos sufren de
problemas nutricionales y de salud y están involucrados en el
uso de drogas.
Estas cuatro categorías están diseñadas para capturar
la amplia mayoría de niños de la calle y trabajadores del Ecuador.
Sin embargo, mientras es lo suficientemente amplia para captu-
rar a muchos, ninguna describe adecuadamente las característi-
cas de los niños indígenas de Calguasig. Mientras que los niños
trabajadores de Calguasig son similares a los niños de las catego-
rías II y III, también son muy diferentes. Para empezar, la amplia
mayoría de los niños de Calguasig no provienen de familias de
un solo padre. De las 37 entrevistas de informantes claves con ni-
ños y jóvenes trabajadores de Calguasig, un niño tenía padres
que vivían separados. Actualmente vive con su madre y su pa-
drastro. Adicionalmente cuatro niños (dos de las cuales eran
hermanas) tuvieron padres que las abandonaron. Sus madres no
se han casado otra vez a propósito, estos niños estaban entre los
más pobres que entrevisté. Los restantes 32 niños que entrevisté
estaban viviendo con ambos, padre y madre.
En lugar de provenir de familias de un solo padre, los
niños de Calguasig trabajan en las calles con sus familias amplia-
das. Ellos emigran a la ciudad con sus padres, sus tías, sus cuña-
das, sus abuelas y/o sus hermanos. En las calles trabajan como
parte de apretados grupos de parientes. A través de esta econo-
156 mía extendida de cuidado infantil, los niños estaban bajo vigi-
Kate Swanson lancia constante de uno o más miembros de sus familias.6 Sus
madres, hermanas, hermanos, tías y abuelas los vigilan mientras
trabajan en las esquinas de las calles o en las intersecciones. Los
padres y tíos, quienes trabajan como lustrabotas, tienden a mo-
verse en las cercanías, extendiendo así la vigilancia. Introducidos
en un mundo en donde no se habla Quichua, de mucho tráfico
y de peatones poco amistosos, los niños se aferran a los rostros y
lugares familiares durante sus tempranas visitas a la ciudad, en la
medida que se sienten más confortables y más familiarizados
con los trabajos de la ciudad, el control social se realiza median-
te bromas y ridiculizaciones públicas. Aquellos que no están
conformes con las normas comunitarias aceptadas son condena-
dos al ostracismo hasta que cambien sus actitudes.
Por ejemplo, una noche encontré a Tomás de 15 años y
Benito de 12 años quienes, inspirados por los artistas callejeros de
Quito,7 estaban a la mitad de sus primeros intentos de tragafuegos
en una concurrida esquina. Con una pequeña botella de gasolina
en una mano y una antorcha en la otra, tomaban tragos de gaso-
lina, encendían la antorcha e intentaban soplar fuego, lo que me
pareció extremadamente peligroso. Sin embargo, al final de la no-
che habían abandonado sus intentos debido a la dura desaproba-
ción de sus amigos y familiares (muchos de los cuales estaban tra-
bajando en la misma esquina). Con una persuasión particular, la
hermana mayor de Benito les convenció que podrían “dañar sus
cerebros” si continuaban.8 Debido a la efectividad del control so-
cial de la comunidad y al alto nivel de vigilancia extendida en las
calles de Quito, creo que los niños de Calguasig no están en gran
peligro de transformarse en niños de la calle sin hogar.
Además, los niños de Calguasig empiezan a trabajar en
las calles tan pronto como son capaces de hacerlo. Muchas veces
son introducidos a la ciudad como bebés atados a las espaldas de
sus madres, tías, abuelas o hermanos. Cuando son muy pesados
para cargarlos, pero sin edad suficiente para trabajar, sus madres
los colocan en la esquina más cercana con un recipiente para li-
mosnas o una caja de chicles sobre sus regazos. En estas posicio-
nes, estos niños pequeños pueden dormir, pueden jugar o pue-
den ser entretenidos por uno de sus compañeros mayores. Oca-
sionalmente, estos niños pueden obtener algo de dinero de los
transeúntes, pero las madres no creen realmente que sus niños
estén trabajando en esta etapa. Cuando alcanzan la edad de tres 157
años, los niños son capaces de ganar un ingreso más significati- Pidiendo caridad
en las calles
vo mediante la mendicidad. Con la ayuda de un hermano mayor
o la ayuda de un miembro de su familia ampliada, pueden obte-
ner pocos dólares por día. Acompañando e imitando a sus com-
pañeros mayores, aprenden a tener éxito como trabajadores de la
calle (Fotografía 5.1).
Mientras los niños de Calguasig, generalmente, están
pobremente educados, muchos trabajan en la ciudad para así po-
Fotografía 5.1: Una madre y tres de sus niños. Mientras ella carga a su bebé de tres me-
ses en su espalda, su hijo de nueve años carga a su hermana de tres años en la espalda. A
los tres años es la edad inicial para aprender cómo trabajar.

der continuar con su educación. Aparte de aquellos, actualmente


matriculados en la escuela, casi un 60 % explícitamente dijo que
trabajaban para pagar sus útiles escolares.9 Estos niños emigran
durante los dos meses de sus vacaciones de verano, durante las
dos semanas de vacaciones navideñas y en cualquier otra oportu-
nidad (tales como huelgas de maestros o fiestas nacionales), para
trabajar en las calles por 12 horas al día. En efecto, de los pocos
estudiantes actualmente matriculados en el colegio, la migración
temporal rural-urbana es la única manera en la que ellos pueden
pagar por su educación. Para estos estudiantes, entonces, el traba-
158 jo en las calles ha llegado a ser un factor facilitador para futuras
Kate Swanson oportunidades educativas. El trabajo en las calles permite a los ni-
ños continuar con su educación.
Los niños trabajadores de Calguasig también se dife-
rencian de las categorías anteriormente descritas, porque actual-
mente la mayoría son niñas. Mientras una gran proporción de
niñas trabajadoras en Ecuador está en las calles, los niños traba-
jadores exceden en número a las niñas en conjunto. Las estadís-
ticas nacionales revelan que, en el año 1999, existían 26 % más
de niños trabajadores que de niñas trabajadoras, entre las edades
de 10 y 17 años (SIISE 3.5, 2003t). Tal vez por éstas razones, la
amplia mayoría de investigaciones sobre niños de la calle y tra-
bajadores en Ecuador y en el extranjero han estado enfocadas so-
bre los chicos (con excepciones en todas partes ver Beazley 2002;
Hansson, 2003; Invernizzi, 2003; Lucchini, 1994; y Rurevo and
Bourdillon, 2003). En muchos países, la escasez de niñas en las
calles se atribuye a la creencia que las niñas afrontan grandes
riesgos, particularmente en términos de violencia sexual (Mufu-
ne, 2000). Las niñas en la calle también son asociadas con la in-
moralidad sexual (Invernizzi, 2003) y son frecuentemente estig-
matizadas como trabajadoras sexuales (Lucchini, 1994). Por to-
do el mundo, a menudo se espera de las niñas que permanezcan
en casa, para participar en actividades domésticas y reproducti-
vas (Kilbride et al., 2000; Onta-Bhatta, 1997). En Ecuador, para
la mayoría, las cosas no son diferentes. Las mujeres jóvenes en las
calles rompen las principales normas y convenciones cuando la
interpretación social de género dicta que las mujeres deberían
estar confinadas a la esfera privada (Pitkin y Bedoya, 1997). Las
niñas indígenas están doblemente oprimidas, desde que los este-
reotipos racistas dictan que ellas pertenecen al campo y al traba-
jo manual (de la Torre, 2000; Lawson, 1999).
Sin embargo, las niñas que trabajan en la esfera priva-
da como trabajadoras domésticas son sujetos de muchos más
altos niveles de violencia, que aquellas que lo harían en las ca-
lles. Un reciente estudio encargado por la Organización Inter-
nacional del Trabajo (OIT) en Ecuador se descubrió que mu-
chas jóvenes sirvientas domésticas trabajan bajo condiciones si-
milares a la esclavitud. Encerradas en condiciones de vivienda
interna (referidas como puertas adentro porque a las chicas ra-
ramente se les permite abandonar el local), las jóvenes sirvien-
tas, regularmente, sufren abuso físico y ataques sexuales. En es- 159
te estudio particular, muchas eran niñas indígenas rurales quie- Pidiendo caridad
en las calles
nes empezaron a trabajar en casas puertas adentro, antes de los
12 años. La mayoría de estas niñas ganaba menos de 30 dólares
por mes. Esto es de 9 a 11 horas de trabajo por día, y de 6 a 7
días por semana. Trabajan en la ciudad de Ambato para la clase
media o alta de blanco-mestizos (Castelnuovo y Asociados,
2002). Esta violencia contra las jóvenes chicas indígenas es tan-
to racial como sexual. Tanto es así que, si llegan a embarazarse,
los patrones consideran que este es un beneficio para la chica
puesto que su hijo será más blanco que ella – así, “mejorando la
raza”10 (también ver Weismantel, 2001, pps.154-159).
Pocas chicas de Calguasig, si acaso alguna, trabajan co-
mo sirvientas domésticas. En cambio, a las niñas se les anima a
migrar a las calles, a menudo antes que a los niños. En la zona
andina rural, las niñas contribuyen sustancialmente al ingreso de
sus hogares, mucho más que las niñas en el resto de Ecuador. De
acuerdo a las estadísticas nacionales, el 42 % de las niñas de la
sierra rural contribuyen al ingreso para sus familias, comparado
con el promedio nacional del 26 %. Las niñas rurales andinas
también contribuyen, ligeramente, más que sus colegas varones.
Menos de un 41 % de los niños de los Andes rurales contribuyen
al ingreso de sus familias, el cual es casi equivalente al promedio
nacional de 42 % (SIISE 3.5, 2003s) (Figura 5.1).
Éstas discrepancias pueden ser parcialmente explicadas
mediante la diferenciación ideológica de género, como se resume
en el Cuadro 2.1 de la investigación de Invernizzi (2003), en Li-
ma-Perú. Comparada con una estructura familiar urbana (“ma-
chismo”), Invernizzi sugiere que la división del trabajo por géne-
ro es menos rígida en las familias andinas. Dentro de estas fami-
lias, las niñas contribuyen tanto a las labores productivas como
reproductivas. Como se discutió en el capítulo cuatro, este es
también el caso de Calguasig. Mientras en una estructura fami-
liar urbana, las niñas pueden aportar el volumen de su labor en
quehaceres domésticos, en la estructura familiar andina; las ni-

Figura 5.1: porcentaje de niños quienes contribuyen al ingreso del hogar

160
Kate Swanson
ñas trabajan en ambas esferas, tanto pública como privada. Al
contrario de las familias urbanas, Invernizzi también sugiere
que, las familias andinas perciben pocas, o ningunas, implicacio-
nes morales negativas para las mujeres y niñas en las calles. Las
apreciaciones de Invernizzi continúan aplicándose, pero están
cambiando comforme las interpretaciones andinas, respecto a
las sexos llegan a estar más informadas por la educación, las in-
fluencias urbanas y los medios de comunicación.
Por ejemplo, en Calguasig, es más probable que las ni-
ñas sean retiradas de la escuela y colocadas en la fuerza laboral
doméstica o urbana que los niños. En mi muestra de 37 niños
trabajadores de Calguasig, todos los 17 niños o el 100 % han
completado el sexto grado o están continuando con su educa-
ción. De las 20 niñas, 11 o el 55 % han completado el sexto gra-
do o están actualmente matriculados en el colegio. Sin embar-
go, esto significa que, 9 niñas, o el 45 %, han sido retiradas de la
escuela o nunca han asistido. Cuando les pregunté a algunas el
por qué, dijeron que no tenían dinero para los útiles escolares o
que sus madres necesitaban su ayuda en casa. De acuerdo al
profesor de los grados 5 y 6 de Calguasig, abandonan la escuela
porque sus padres creen que:
Las mujercitas no tiene que estar tanto en la escuela. Sino les ne-
cesitamos en la casa, para que nos ayude cuidando a los hijos, y
en el trabajo del campo. Cuando los padres se van a las ciudades
mejor ellas quedan reemplazando a padre y madre en la ca-
sa…Entonces, por lo tanto, hay muy pocas niñas que están en la
escuela. En cambio, los varones creo que dan un poco de prio-
ridad a los padres. Dicen que tiene que acabar la escuela, porque
los varones van hacer algo en la vida. A las mujeres, no les dan
mucha importancia.11

Mientras que, a veces, las niñas se quedan en casa para 161


cuidar a sus hermanos y ocuparse de los animales, a menudo via-
Pidiendo caridad
jan a la ciudad con sus madres, mientras sus padres se quedan en las calles

atrás. También descubrí que es más probable que las niñas se


matriculen en la escuela, a una edad más tardía. Antes de matri-
cularse, deben trabajar, por unos pocos días, para ahorrar para la
escuela o para ayudar a sustentar la educación de sus hermanos.
Una niña que entrevisté tenía 14 años y estaba en cuarto grado.
Otra tenía 16 años y estaba en séptimo grado. Dos de las niñas
que entrevisté tenían 10 y 8 años respectivamente y ninguna es-
taba matriculada en la escuela todavía, pero las dos dijeron que
lo estarían muy pronto. Si esto era o no solamente un deseo, es
difícil de decir.
También existen muchas niñas en las calles, porque, mu-
chas veces, pueden obtener más dinero que los niños. Este es un
problema complicado que tiene mucho que ver con las estructu-
ras de raza, etnicidad y género. Mientras que esto se explorará en
detalle en el capítulo seis, por ahora, es suficiente decir que, ésta es
una poderosa fuerza motivacional que empuja a las niñas a las ca-
lles. En ellas, las niñas indígenas de mejillas sonrosadas, vestidas
con coloridos chales proporcionan una recompensa, aunque tal
vez alterada, de experiencia folclórica a los turistas.12 Ellas son per-
cibidas a través del lente, de lo que Renato Rosaldo (1989) llama
“nostalgia imperialista”, que es un inocente anhelo por un pasado
imaginario, cómplice con una desigualdad y dominación funda-
mental. Posicionadas como tales, las pequeñas niñas exotizadas
pueden en verdad obtener decentes ingresos mediante la mendici-
dad. Pero, lo mismo se aplica raramente a los niños indígenas. Co-
mo se discutirá, la amplia mayoría ha adoptado la vestimenta oc-
cidental y, ahora, se confunden con la población urbana de Quito.
Al no ser identificados como indios folclóricos “reales”, no com-
parten el mismo atractivo exótico, dificultando así su habilidad
para obtener ingresos mediante la mendicidad. Como chicos,
también caen en la imagen de una, potencialmente “peligrosa”, ju-
ventud callejera, vista como un riesgo para las billeteras de la cla-
se media y alta.
Los niños de Calguasig no pertenecen en las tipologías
preexistentes de los niños de la calle y trabajadores en el Ecuador,
ni en el extranjero. Hasta la fecha, existe muy poca investigación
sobre los niños que trabajan con sus familias (ver Invernizzi,
162 2003), los niños que mendigan (ver Helleiner, 2003), y las niñas
Kate Swanson trabajadoras de la calle (ver Invernizzi, 2003). En la siguiente
sección, exploro las vidas de día a día de este grupo subinvestiga-
do de niños, para, brevemente, ilustrar sus experiencias y luchas.

5.3 V ida en la ciudad


Al compararla con la vida rural en Tungurahua, la vida
en Quito es dramáticamente diferente para los calguaseños. Ro-
deados de concreto, veloces automóviles, peatones y polución, los
niños están abrumados cuando llegan por primera vez a la ciudad.
Muchos me dijeron que, el temor fue un factor constante durante
sus primeras visitas. Este temor provenía de las historias que ha-
bían escuchado: narraciones acerca de niños que habían sido atro-
pellados por automóviles, que se habían perdido y niños que ha-
bían sido secuestrados. Aunque tal vez, a veces, exagerados, estos
temores no eran enteramente imaginarios. El verano pasado,
Adam, un niño de 6 años de Calguasig fue golpeado y herido por
un taxi, mientras iba tras su madre. Poco después de este inciden-
te, su madre me dijo que Adam ya tenía mucho miedo de regresar
a la ciudad. No obstante, tal vez por necesidad, en unos pocos me-
ses, estaba trabajando en las calles otra vez.13 Unos años antes, un
bebé de 8 meses fue secuestrado por una mujer blanco-mestiza, en
Guayaquil. En ese momento, el bebé estaba bajo el cuidado de su
tía.14 Altamente cargado de significado racial, este incidente evoca,
otra vez, los temores de los miembros de la comunidad sobre el ro-
bo de niños. Sin embargo, en este tipo de situaciones, los padres
indígenas, a menudo, tienen pocos o ningún recurso, particular-
mente, puesto que sus niños pequeños están, generalmente, indo-
cumentados y no están registrados.
Basada en mis observaciones, en un día típico, los ni-
ños empiezan a trabajar a las 7.00 a.m. En su mayor parte, traba-
jan a lo largo de dos líneas del trolebús en Quito. Ocupan los es-
trechos espacios alrededor de las pequeñas divisiones de concre-
to, que separan el tráfico de los trolebuses. Un paso a la izquier-
da o a la derecha, en un momento inoportuno pueden tener ho-
rribles consecuencias (Fotografía 5.2).
Cada vez que el semáforo se pone en luz roja, los jóve-
nes de más de 10 años de edad se acercan a los automóviles, uno
a uno, y dicen “compre chicle”, con unos pocos paquetes de chi-
cles colocados entre sus dedos. Cuando obtienen la atención del 163
pasajero, algunos pueden ensayar un gesto de súplica, mientras Pidiendo caridad
en las calles
otros pueden señalar a los bebés sobre sus espaldas y decir “para
el guagüito”. Otros pueden utilizar diferentes tácticas para mo-
verse rápidamente por la columna de automóviles, hasta encon-
trar un cliente dispuesto a comprar. Para los niños pequeños el
trabajo es similar, aunque muchos mendigan en lugar de vender.
Niños tan pequeños, como de 3 años de edad, se acercan a los au-
tomóviles, extendiendo sus manos y dicen “regálame”.
Fotografía 5.2: Montado sobre la división de concreto que separa el tráfico de los
trolebuses.

Desde las 7.00 a.m. a las 7.00 p.m., o un día de 12 ho-


ras, las mujeres y niños pasan sus días respirando humos de es-
cape bajo el caliente sol quiteño, caminando una y otra vez por
las filas de automóviles parados. Al final del día, las mujeres y ni-
ños que trabajan en la inmediata vecindad, se reúnen para tomar
el trolebús de regreso a sus habitaciones. Antes de retirarse para
la noche, compran las provisiones de chicles del día siguiente, en
un almacén local de precios convenientes. Cuando llegué a Ecua-
dor, muchos de aquellos que estaban vendiendo, confiaban en
una marca particular de chicles. Sin embargo, en el transcurso de
164 un año, no sólo había más individuos vendiendo, sino que tam-
Kate Swanson bién habían empezado a diversificarse con reconocidas marcas
internacionales, como Trident, Clorets y Halls. Después de com-
prar sus productos, se apiñan en sus pequeños cuartos rentados,
en cualquier sitio, desde 2 a 10 individuos comparten colchones
de cartón prensados en el piso.
Como en muchos trabajos, las ganancias varían de día
a día. Mientras un día pueden ganar 2 dólares, otro día pueden
ganar 10 dólares. Basada en mis entrevistas y conversaciones in-
formales, en promedio, las mujeres y los niños ganan aproxima-
damente de 4 a 5 dólares por día. Para obtener esta ganancia, de-
ben vender, por lo menos, cuatro cajas de 96 paquetes de chicles
a 10 centavos cada uno, lo cual es una tarea considerable para al-
gunos.15 Mientras esto les deja un valor neto de 9,60 USD, su ga-
nancia es solamente 4,60 USD. De estos 4,60 USD, también deben
pagar 2 dólares al día por comida, 25 centavos por noche de ren-
ta y 50 centavos al día por transporte. Esto les deja una ganancia
de 1,85 USD. Debido a que los niños menores de 12 años pagan
la mitad del pasaje, pueden ganar 2,10 USD al día, por vender la
misma cantidad de chicles. Por lo tanto, si un adulto o niño tra-
baja 12 horas al día, 7 días a la semana por un mes, pueden regre-
sar a casa con una ganancia de 50 a 60 dólares. Comparado con
los, virtualmente, inexistentes beneficios agrícolas, este ingreso es
substancial. También este ingreso es, substancialmente, más alto
que el ingreso que las niñas y mujeres jóvenes pueden obtener co-
mo trabajadoras domésticas (30 USD por mes). Esta es una de las
limitadas opciones de empleo dentro de las jerarquías sociales y
raciales del Ecuador (ver de la Torre, 2002: 70-71).
Estas cifras, también, muestran por qué la mendicidad
es atrayente. La venta es difícil para los niños pequeños, puesto
que generalmente son incapaces de contar el cambio. También la
mendicidad no tiene costos iniciales y así, además de los gastos
de alojamiento y comida, todas las ganancias las mantienen. Por
ejemplo, un niño que obtiene 5 dólares diarios mendigando,
puede ganar 2,90 USD por día y después de un mes, regresar a
casa con más de 80 dólares en ganancias. La ganancia en la men-
dicidad puede ser substancialmente más alta. Dos mendigos oca-
sionales admitieron que los niños pequeños, a veces, obtienen
más de 20 billetes por día. Pero para esto, no pueden permane-
cer estacionarios en los semáforos, tienen que movilizarse. Dicen
que el mejor lugar para trabajar es en “Gringopampa”. Los niños 165
pequeños pueden obtener más, dicen, porque “ellos saben cómo Pidiendo caridad
en las calles
perseguir a los gringos”.16 En efecto, pocos extranjeros que han
pasado tiempo en el distrito de los mochileros en Quito, han es-
capado a esta persecución. Y porque los gringos, a menudo, en-
tregan de cincuenta centavos a un dólar a cada niño, en verdad
las ganancias pueden ser substanciales.17
Otra forma, recientemente descubierta de hacer dine-
ro, es efectuando volteretas laterales en las intersecciones de
tránsito, lo cual puede ser interpretado como un irónico comen-
tario sobre la imagen de un “niño jugando” (Fotografía 5.3).
Cuando el semáforo cambia a rojo, los chicos entre las edades de
3 y 12 años realizan una serie de volteretas y rápidamente van de
auto en auto, con las manos extendidas. Los “niños volteretas”
solamente aparecieron en las calles de Quito luego de la dolari-
zación. Muchos de estos niños son de bajos ingresos de los su-
burbios de Quito y niños migrantes de la costa. Sólo reciente-
mente, los niños de Calguasig han incorporado esta tendencia.
Ésta fue inspirada por “artistas de la calle” itinerantes, jóvenes
sudamericanos, de quienes muchos ecuatorianos se refieren co-
mo “Los Hippies”. Estos jóvenes adolescentes, de aproximada-
mente veinte años o más, actúan en las intersecciones de tráfico
sobre triciclos, como malabaristas, como lanza llamas y acróba-
tas, para luego acercarse a los automóviles pidiendo una colabo-
ración para el “arte en las calles”. Los jóvenes ecuatorianos de la
calle y trabajadores notaron la cantidad de dinero, que estos ac-

166
Kate Swanson

Fotografía 5.3: niños volteretas. El niño que está al frente tiene 3 años de edad, el niño
sobre la izquierda tiene 8 años de edad, y el niño al fondo tiene 12 años de edad. Al niño
de 5 años de edad que está mirando no se le permite realizar las volteretas puesto que su
madre de 24 años piensa que es muy peligroso. Cuando se tomó la fotografía, ella estaba
trabajando en la esquina opuesta. También nótese a las dos niñas vendiendo chicles en-
tre los automóviles. La niña de la izquierda tiene 14 años y la de la derecha tiene 11 años.
tores callejeros estaban obteniendo y empezaron a copiarlos; de
aquí la tendencia a las volteretas.18 Los chicos de Calguasig me
contaron que podía obtener de 3 a 5 dólares por día dando vol-
teretas, pero aunque es cansado, ellos prefieren esto a vender chi-
cles, porque pueden guardar todas sus ganancias.19
A los niños trabajadores de Calguasig les gusta el dine-
ro que obtienen en las calles, pero no necesariamente les gusta el
trabajo por sí mismo. Roberto, quien ha estado trabajando en las
calles desde que tenía 7 años dijo, “a veces sabe estar cansado.
Duele los pies por estar caminando toda la vida. Todo el día así
caminando por aquí por allá, por aquí por allá”.20 Otros se que-
jaron de vender chicles: “no vendemos tanto…No saben com-
prar chicles”.21 Debido a esto, Nina dijo, “por eso no queremos
venir ya”.22 Aquellos que mendigaban no les gusta su trabajo,
porque la gente los critica y castiga en las calles.23 Otros se que-
jaban del solazo o el sol fuerte, dolores de cabeza y gargantas in-
flamadas.24
Mientras que, actualmente, muchos niños de Calgua-
sig gastan sus ganancias en la escuela, otros estan ahorrando di-
nero, para así eventualmente matricularse en el colegio. Roberto,
por ejemplo, dijo que deseaba ir al colegio, pero como su familia
no tiene dinero, tenía que trabajar hasta que pueda permitírselo.
Esperaba ingresar el próximo año. De otro lado, los niños de las
familias más pobres, tales como aquellas sin padres, dijeron que
utilizarían su dinero para comprar tierras, comida y animales.
Aunque estos niños, probablemente, tienen las mismas aspira-
ciones materiales, que otros niños de Calguasig, sus circunstan-
cias inmediatas son más urgentes. Como estableció Pedro, de 12
años, “solamente quiero salir de la escuela rapidito para ir a tra-
bajar para mantener a mi mamita”.25 Frecuentemente las niñas
gastan su dinero en vestidos, ya que las prendas nuevas son sím-
bolo de estatus. Para los niños, el más codiciado símbolo de es- 167
tatus es una bicicleta. Mientras que, las bicicletas son algo más Pidiendo caridad
en las calles
funcional en su propósito, su utilidad es más bien limitada debi-
do al terreno con pendientes pronunciadas de la comunidad. Por
lo tanto, para la mayoría de muchachos, las bicicletas represen-
tan estatus más que funcionalidad. Los jóvenes recién casados o
cerca de contraer matrimonio, guardan su dinero para construir
una casa. A la edad de 13 años, Isabel pasa la mayor parte del año
en la ciudad de Guayaquil ahorrando para su casa.
Las casas más solicitadas están construidas con bloques
de cemento y losas de cemento, pero son muy caras para cons-
truir, particularmente considerando el costo de las ventanas. De
todas mis entrevistas, solamente la familia de Byron poseía una
de estas codiciadas casas de losa. Interesantemente, también ha-
bía poseído previamente una camioneta, una relativa rareza en la
comunidad. Tal vez, no tan sorprendente, la familia de Byron ha
estado trabajando en la ciudad desde 1993 y fue una de las pri-
meras familias en estar involucrada en la migración rural-urba-
na. Su primer viaje a la ciudad fue a Guayaquil, en 1993, cuando
Byron tenía 4 años de edad, y hacia Quito en 1995. Existen 8
miembros en su familia y su trabajo acumulado les ha permitido
atesorar un mayor número de bienes materiales (tales como una
camioneta y una casa de losa), que la mayoría de los miembros
de la comunidad.
Desde 1993, la migración rural-urbana se ha incre-
mentado, aunque han existido pequeñas variaciones en la tasa
anual (Figura 5.2). Durante las entrevistas, pregunté a cada indi-
viduo en qué año habían emigrado a la ciudad (Guayaquil o
Quito) por primera vez (como indica las línea de migración
anual en la Figura 5.2). Sin embargo, debe anotarse que estos re-
sultados se basan en las respuestas de 37 niños y no deben ser en-
teramente representativos de la comunidad. Además, descubrí
que el preguntar por fechas es una ciencia inexacta, puesto que
muchos de ellos ni siquiera podían decirme el año de la fecha de
su nacimiento. Tomando esto en cuenta, sus respuestas revelan

168
Kate Swanson
que el máximo de la migración anual se produjo en la plenitud
de la crisis económica del año 1999. No obstante, debido a la for-
ma en que los datos fueron recogidos, podría ser que esta migra-
ción actualmente se hubiese extendido uniformemente entre los
años 1998 y 2000. La reducción ilustrada en los años 2002 y 2003
puede deberse al trabajo de la FDB, desde principios del 2002,
que ha estado trabajando muy duro por desalentar la migración
rural - urbana de la comunidad. Sin embargo, como se evidencia
de la línea de migración acumulada, la migración de los niños se
ha incrementado, constantemente, desde 1993.
De los migrantes iniciales, muchos dicen que vinieron
a Quito por primera vez en 1995. Un antiguo trabajador social
en el Hospedería La Tola recuerda el primer aviso del nombre
“Calguasig” en el registro del año 1996, poco tiempo después del
incidente de las Brujas Heredia.26 Su número comenzó a incre-
mentarse constantemente luego de esta fecha. En el año 1997,
existían 126 nombres calguaseños en el registro de La Tola. Estos
pertenecían a hombres, mujeres y niños (COCIQ, 1999). Así, en
la época de esta investigación, algunos jóvenes ya habían estado
trabajando en Quito, por lo menos, 8 años. Sin embrago, dentro
de los círculos académicos y de defensores de los niños, parecen
existir muchos malentendidos acerca de sus vidas. Una de las ra-
zones, para estos malentendidos, puede ser debido a que, con ex-
cepción de una pequeña organización (la FDB), nadie trabaja
con este grupo de niños.
Cuando pregunté a algunas de las prominentes ONG
de Quito, por qué no trabajaban con los mendigos indígenas, las
respuestas fueron vagas. Muchas expresaron su deseo de incor-
porar a estos niños dentro de sus programas de divulgación, pe-
ro no fueron capaces de expresar por qué no lo han hecho ya. Un
individuo sugirió que existían pocos fondos para trabajar con los
niños indígenas.27 Otras dijeron que estos niños no están dentro 169
de su grupo objetivo y, por esta razón, todavía no han sido diri- Pidiendo caridad
en las calles
gidos. También podría deberse a que estos niños trabajan con sus
familias, por lo que existe una aversión general a entrometerse.
En Guayaquil, los niños calguaseños, incluso, están más olvida-
dos por los programas sociales, puesto que ninguna organiza-
ción trabaja con ellos. Muchos de los trabajadores sociales con
los que hablé no tenían idea de que existían mujeres y niños de
la provincia de Tungurahua en sus calles. Esto no se debe a la fal-
ta de visibilidad sino, más bien, a la falta de conocimiento. Tam-
bién puede haber mucho que hacer con la desinfomación difun-
dida por ellos mismos, mujeres y niños, porque muchos mienten
acerca de su provincia de origen, para proteger sus identidades.
Una mujer sugirió que existe una falta de interés en estos niños
porque, en su opinión, los niños indígenas no desean participar
en sus programas de extensión, “porque ellos están todavía atra-
pados en sus propios mundos culturales”.28
Puede existir algo de verdad en las palabras de esta mu-
jer. Como se discutió previamente, Calguasig ha sido tradicio-
nalmente una comunidad muy cerrada y esta actitud se ha lleva-
do a las calles. Muchos calguaseños desconfían de los extraños.
Muchas veces mienten sobre sus nombres, sus orígenes y hasta
pretenden que no hablan español. Así, ellos son parcialmente
cómplices en mantener los mitos alrededor de sus vidas. No obs-
tante, existen mecanismos encubiertos, diseñados para distraer
la atención indeseable. Sin embargo, si más organizaciones tra-
bajaran con los calguaseños, es posible que sus condiciones de
vida pudieran ser mejoradas.
En la actualidad, la FDB es la única organización que
trabaja con este grupo de niños. Aunque ha existido solamente
desde al año 2002, la fundación está completamente compuesta
por los antiguos trabajadores del refugio La Tola y, por lo tanto,
tienen una larga historia de trabajo con los miembros de la co-
munidad. No obstante, hasta esta organización tiene sus dificul-
tades. Por ejemplo, durante el reciente concurso de Miss Univer-
so, realizado en Ecuador, el Municipio de Quito reunió a muchos
de los mendigos ancianos de la ciudad y los colocó en un refugio
controlado.29 Muchos de los mendigos ancianos de Calguasig
también fueron incluidos en este grupo, la voz se pasó a su co-
munidad, se difundió el rumor de que fueron encarcelados. Sin
170 embargo, algunos de los miembros de la comunidad culparon a
Kate Swanson la FDB de ser cómplices en esta redada y arremetieron verbal-
mente contra todos aquellos asociados con la fundación. Como
se mencionó previamente, la FDB está abiertamente contra la
mendicidad. Algunos miembros de la comunidad creen que
dicha Fundación está tratando de forzarlos a permanecer en el
campo y de mantenerlos pobres. Algunos hasta han acusado a
los trabajadores de la ésta de tener envidia del dinero que obtie-
nen mendigando. La relación de la comunidad con la FDB es
bastante conflictiva, desde que la mendicidad es la mayor fuente
de sustento de muchos calguaseños. El resultado de este más re-
ciente incidente fue que los proyectos de esta organización fue-
ron temporalmente suspendidos, hasta que la ira de la comuni-
dad se calmara.30
Hasta ahora, este capítulo ha explorado cómo y por qué
los niños de Calguasig no están incluidos en las tipologías existen-
tes sobre niños de la calle y trabajadores. Ha provisto de un exa-
men profundo dentro del día a día de las vidas en las calles, en un
intento de exponer los mitos alrededor de este grupo de niños
subinvestigado. La siguiente sección explora cómo cambian las
identidades de los niños, entre lo urbano y lo rural, y cómo nego-
cian con sus identidades racializadas, de género y étnica.

5.4 Identidades urbanas


Las culturas han sido siempre interactivas y dinámicas
y a través de la historia, la gente ha combinado elementos cultu-
rales, para crear nuevas identidades híbridas (Massey, 1998). Co-
mo las sociedades están cada vez más globalmente integradas,
nuevos escenarios fluidos y dinámicos se han introducido. Los
flujos culturales globales producen nuevos “ethnoscapes” (pro-
ducidos por el movimiento de gente: turistas, migrantes, refugia-
dos y trabajadores del desarrollo), “mediascapes” (producidos
por el aparecimiento de imágenes de periódicos, revistas, televi-
sión y películas), “ideoscapes” (producidos por la distribución de
ideas y valores políticos) (Appadurai, 1990) y “consumptionsca-
pes” (producidos por el consumo de mercancías y artículos)
(Ger and Belk, 1996). Todos éstos están transformando las cul-
turas globales en ambas formas, a la vez sutiles y dramáticas. Pe-
ro la globalización cultural no aniquila la diferencia. Más bien,
171
mediante la relativización, alienta a los individuos a tener senti-
do de sus mundos de vida, no solamente por referencia a tradi- Pidiendo caridad
en las calles
ciones integradas, sino también por referencia a influencias ex-
ternas y eventos distantes. Las culturas locales absorben y articu-
lan estas influencias en diversas maneras (Appadurai, 1990; Feat-
herstone, 1990).
La dolarización simboliza la participación del Ecuador
en la globalización, de manera profunda. Actualmente el país en-
tero confia en el ‘poderoso’ dólar como su unidad de cambio bá-
sica. Individuos que jamás pondrán un pie en los Estados Uni-
dos de América, ahora deben usar la moneda de esta nación do-
minante para comprar hasta un trozo de pan. Los nuevos flujos
culturales globales también están transformando los escenarios
del Ecuador, cuando el país lucha con su identidad. Vinculando
este proceso directamente con la dolarización, la directora del
PMT en Guayaquil tiene una particular y cínica opinión:
Este fenómeno, es como que está pasando demasiado rápido.
Todo muy de golpe….Hemos cambiado hábitos: de comida, de
vida familiar, de vestimentas, de gustos culturales; todo con una
velocidad increible. Es decir, no terminamos de entender algo y
ya estamos cambiando. Para mí esto rompe toda la mirada de
una sociedad, sobre lo que quiere construir, sobre sus hijos y su
gente. Entonces las personas más pobres entran también en es-
ta dinámica; no están excluídas de eso. Y para mí, por ahí está el
problema. Entonces [emulando una mujer de bajos ingresos],
tengo que sacar recursos. Tengo que buscar dinero cómo sea. Si
significa que me tengo que prostituir, me prostituyo. Si tengo
que vender a mis hijos, los vendo. Algo tengo que hacer, pero
tengo que tener la plata para comprar en el McDonald.31

Mientras que, tal vez, este es un punto de vista extre-


mo, sus palabras ilustran cuán profundamente la gente percibe la
participación del Ecuador en la futura globalización. En su opi-
nión, la gente está luchando desesperadamente para poder así
participar en la cultura de consumo occidental.
Una reorientación hacia el turismo global, también, es-
tá transformando los escenarios urbanos ecuatorianos. Mientras
que, el turismo ha sido parte de la economía ecuatoriana por mu-
cho tiempo (particularmente en las Islas Galápagos, por ejemplo),
en años recientes las municipalidades de ambas ciudades, Quito y
Guayaquil, han iniciado proyectos de revitalización urbana, espe-
172
cíficamente, dirigidos a atraer los dólares del turismo global. El re-
Kate Swanson
sultado más simbólico de esto fue la exitosa oferta del Ecuador pa-
ra organizar el Concurso Miss Universo 2004. Sin embargo, los
mendigos, en particular, eran percibidos como una amenaza para
estos proyectos de revitalización y los esfuerzos para removerlos
de la calle están en proceso.32
Sin embargo, como la revitalización urbana atrae más
turistas internacionales a los “saneados” escenarios citadinos,
también está empujando de vuelta a los mendigos a las calles.
El flujo global del turismo provee una substancial fuente de in-
gresos a los jóvenes mendigos de Calguasig. Como mencioné
previamente, mientras los ecuatorianos pueden entregar 5 cen-
tavos a un niño, los gringos pueden darle un dólar. Por esta ra-
zón, los calguaseños trabajan en el distrito mochilero, en la
jurisdicción internacional petrolera y recientemente han em-
pezado a trabajar en el exterior del aeropuerto internacional.
¿Es la mendicidad beneficiosa, solamente, debido al flujo global
de turistas? Si no existieran turistas, ¿serían forzadas las muje-
res de Calguasig al trabajo doméstico y sujetas a riesgos poten-
cialmente más altos de abuso físico y sexual?
Como los niños llegan a estar integrados en la esfera
urbana, son introducidos a influencias externas variadas, que los
obligan a cuestionarse y renegociar sus identidades. Están atra-
vesando senderos de identidades cambiantes que están a la vez
influenciados e inclinados por sus mayores, sus compañeros, sus
maestros, los medios de comunicación, los trabajadores sociales,
los turistas y los líderes indígenas entre otros. Como estableció
Muratorio con respecto a los jóvenes Quichua en la amazonía,
cómo ellos “están continuamente incorporando la modernidad a
través de muchos espejos neocoloniales y al mismo tiempo rein-
ventando sus identidades indígenas de género, es una pregunta
crucial que enfrentan muchas mujeres (y hombres) indígenas en
Latinoamérica hoy” (1998:417).
En Ecuador, la vestimenta y el lenguaje son dos claves
distintivas de la identidad indígena y su presencia o ausencia sig-
nifican un grado relativo de “indianidad” (de la Cadena, 1995;
Radcliffe, 2000). Hasta hace 10 años, muchos hombres de Cal-
guasig todavía usaban pantalones blancos, ponchos rojos de lana
y sombreros de fieltro verde o negro. Las mujeres usaban largas
faldas negras de lana, chales rojos, verdes o rosados, collares de
cuentas y sombreros de fieltro (Chango, 1993). Sin embargo, de- 173
be ser anotado que, mientras la vestimenta tradicional de los cal- Pidiendo caridad
en las calles
guaseños puede ser típica para su comunidad, ésta fue una vez el
símbolo de dominio sobre personas racializadas y colonizadas.
Fuertemente impuesta por los conquistadores españoles, lo que
ahora se conoce como vestimenta ‘tradicional’, es una variante
moderna de lo que una vez fue utilizado para distinguir y con-
trolar a los indios durante el periodo colonial. A través del tiem-
po, estas distinciones raciales fueron reforzadas para establecer
límites claros entre blanco-mestizos e indios (Lentz, 1997; Rad-
cliffe, 2000).
Sin embargo, como los miembros de la comunidad lle-
gan a estar más integrados dentro de la esfera urbana y las nor-
mas culturales externas infiltran la vida de la comunidad por
medio de la televisión, la radio y la educación; los estilos de ves-
timenta están cambiando. Dentro de las comunidades indígenas,
el hecho de abandonar la vestimenta ‘tradicional’ está cargado de
significado. Como establece Radcliffe, el cambio de vestimenta
implica “afiliación a la esfera nacional o mestiza, un ‘ponerse’
una identidad no indígena, un encubrimiento o imitación de lo
que es [significa] ser ‘ecuatoriano’” (2000:175). El significado de-
trás de este proceso no es el mismo para las mujeres que para los
hombres. Como Radcliffe indica adelante, la transformación de
las mujeres en mestiza es un proceso mucho más ambiguo y
amenazante que para los hombres.
En Calguasig, los migrantes varones han importado los
cambiantes ideales culturales en los que, hasta recientemente, po-
drían estar clasificados como ‘mestizos masculinos del pueblo’.
Debido a las influencias urbanas, actualmente los hombres jóve-
nes raramente utilizan vestimentas indígenas, mientras que las
mujeres, en su mayoría, han conservado el vestido ‘tradicional’. El
lenguaje también está cambiando. Algunos migrantes varones
prefieren hablar español en lugar de quichua, mientras que mu-
chas mujeres permanecen incapaces de hablar español con soltu-
ra. Aún, mientras los hombres indígenas pueden usar camisetas
de fútbol, jeans y gorras de béisbol marca Nike, ellos pueden ges-
tionar hacerlo así sin amenazar sus identidades indígenas.
A pesar de las elecciones de estilo de los jóvenes hom-
bres indígenas, muchos expresan una fuerte aversión a la vesti-
menta occidental o a los cosméticos en las mujeres indígenas
174 (Sanchez-Parga, 2002). En las políticas culturales diferenciadas
Kate Swanson por género, a menudo las mujeres son el piso sobre el cual los
hombres inscriben la etnicidad. En Calguasig, el hecho de que las
mujeres hayan retenido ambos, la vestimenta tradicional y el len-
guaje quichua, como consecuencia, las ha definido como ser más
“indias”, lo cual ha reforzado extensamente su inferioridad se-
xual y cultural. Mientras que, los hombres tienen la opción de
una fluida identidad étnica, moviéndose entre los variados esta-
dos de mestizo urbano e indio rural, las mujeres han permane-
cido en el fondo de la jerarquía de poder y, por lo tanto, las más
“indias” de todos (de la Cadena, 1995).
Sin embargo, como las mujeres de Calguasig ahora se
juntan a los hombres en las ciudades, más y más mujeres están
adoptando fluidas nociones de identidad étnica. Isabel es una
muchacha de 16 años que ha estado mendigando y vendiendo
chicles en Quito y Guayaquil, desde que tenía 8 años. Al mo-
mento de esta investigación, Isabel estaba ingresando al grado
9 en el colegio de Quisapincha, haciéndola una de los seis estu-
diantes que alguna vez lo hicieron. Para cubrir los costos de su
educación, Isabel se marchaba a la ciudad en cualquier oportu-
nidad que tenía. Silvia es otra muchacha de 16 años quien está
estudiando por tiempo parcial en uno de los colegios de Amba-
to. Ella sólo ha completado el grado 7. Silvia trabaja en Quito de
lunes a viernes y luego regresa a casa para las clases de fin de se-
mana en Ambato. Ambas muchachas hablan fluidamente el es-
pañol. Ninguna desea casarse hasta cumplir los 20 años, y no
desean tener más de un niño. Mientras ambas conservan ele-
mentos de la vestimenta tradicional, lentamente están incorpo-
rando las gorras de béisbol, camisetas y faldas hasta la rodilla (o
“faldas de ciudad”) en sus guardarropas. Natalia es una mucha-
cha de 16 años, quien nunca ha asistido a la escuela. Ella se ca-
só el año pasado. Ella y su esposo de 16 años pasan la mayor
parte de su tiempo vendiendo chicles y lustrando zapatos en la
ciudad. Natalia ahora utiliza pantalones, algo que no se escu-
chaba hasta hace pocos años atrás. Las muchachas indígenas
que usan pantalones, gorras de béisbol y hablan español fluida-
mente están desafiando sus identidades basadas en su género,
raza y étnia (Fotografía 5.4).
Estos descubrimientos corresponden a la investigación
de Van Vleet (2003), en la comunidad indígena rural de Pocoa-
ta- Bolivia. Como se discutió previamente en el capítulo dos, Van 175
Vleet revela cómo las niñas pasan sus años formativos adoles- Pidiendo caridad
en las calles
centes, viviendo y trabajando en los centros urbanos. Por consi-
guiente, cuando regresan al pueblo para ocasiones especiales,
ellas usan prendas nuevas y caras para mostrar su éxito y afilia-
ción a la moderna nación. Ella sugiere que estas prendas no in-
dican “una distinción ya sea entre mestiza e india o jovencita y
cholita, sino una síntesis en la cual las muchachas se identifican
a ellas mismas como ambas, moderna y Pocoata, mediante sus
interacciones con otros y a través de las cosas que compran”
(357). Como las muchachas en Calguasig, ellas están negociando
su pertenencia a ambas esferas, rural y urbana. Para las calguase-
ñas, su capacidad de comprar “faldas de ciudad”, pantalones y
gorras las identifican como participantes en una nación moder-
na y en la economía de consumo. Como las muchachas están ca-
da vez más involucradas con la moderna esfera urbana y están
más conectadas a la cultura de consumo, están desafiando el sig-
nificado de ser una mujer indígena en el siglo XXI.
Sin embargo, mientras que las mujeres indígenas utili-
zan vestimenta occidental, también se están apropiando de las
vestimentas indígenas de otras comunidades. Usan faldas de Co-
topaxi, blusas de Chimborazo y chales de Otavalo. Todo esto
combinado con camistas con diseños de Walt Disney, gorras de
béisbol marca Nike, y zapatos deportivos, algunos de los cuales
son ropa usada de donaciones, por parte de los residentes urba-
nos. Las razones para usar estas prendas en la ciudad pueden ser
prácticas: las faldas de Cotopaxi son más frescas que los anakus,

176
Kate Swanson

Fotografía 5.4: identidades rurales y urbanas. La fotografía de la izquierda fue tomada en


Quito. Nótese sus flequillos, “faldas de ciudad”, y pantalones de calentamiento. La foto-
grafía de la derecha fue tomada en Quisapincha, en donde ella está vestida más tradicio-
nalmente para una ocasión especial. También, compárese su vestimenta con su camiseta
y pantalones de calentamiento y las “faldas de ciudad” de las otras muchachas.
o faldas de lana tradicionales, de Tungurahua. No obstante, las
mujeres jóvenes están recolectando estos variados elementos
culturales como ellas lo desean y están reformulando sus identi-
dades culturales (Fotografía 5.5).
Muchos de los miembros ancianos de la comunidad
critican esta tendencia. De acuerdo a Nadia, una mujer de 34
años de edad de Calguasig, los jóvenes están cambiando la cultu-
ra de la comunidad. Ella declara que:
Nunca botaré el anaku. Aunque sea viejita, iré con anaku, con el
sombrero. Otras compañeras ya no usan. Ellas van a veces sin
sombrero, con falda a la ciudad. Yo no, yo siempre bajo así [in-
dicando su ropa típica] en la cultura mismo. Los jóvenes ya no
se ponen como antes. Se ponían unos pantalones de tela, un
poncho –siempre el poncho era el preferido de ellos– el sombre-
ro. Pero ahora, ya no hay eso. Van con chompas, con los panta-

177
Pidiendo caridad
en las calles

Fotografía 5.5: reformulando identidades. En la fotogradía de la izquierda, la de 12 años


viste un sombrero Nike, un chal y una falda de cuadros. En la fotografía de la derecha, la
de 14 años viste una camiseta de Tom and Jerry y una falda de ciudad. La de 24 años vis-
te una falda anaku, zapatos deportivos, una camiseta de Minnie Mouse, y un sombrero
tradicional. La de 11 años viste una falda de Cotopaxi y una camiseta de Walt Disney. La
de 11 años se quitó su chalina (una chalina es utilizada para abrigarse y transportar a los
niños y pertenencias) para la fotografía la lanzó en el piso detrás de ella. En sus manos,
tienen paquetes de Trident, Clorets, Halls, y chicles ecuatorianos.
lones de esos grandotes que se ponen, a veces rotos, o por la ro-
dilla. Eso ya viene cambiando. Ya no traen buenas costumbres a
la comunidad.33

Mientras que, la vestimenta no es “cultura”, en la socie-


dad andina es una señal clave de identidad indígena. Como esta-
bleció Nadia, ella siempre se viste “en la cultura mismo”.
Nadia es una de las líderes femeninas claves de la co-
munidad. Es una mujer fuerte y determinada quien actualmen-
te está luchando en el grado 7, en un intento por obtener su tí-
tulo de secundaria. Pero su declaración de que ella nunca muda-
ría su anaku puede estar influenciada por el movimiento políti-
co indígena. Dentro de este movimiento, la vestimenta ‘tradicio-
nal’, que una vez fue violentamente impuesta, está siendo reuti-
lizada como una afirmación de la cultura indígena (ver Radclif-
fe, 2000). Pero los jóvenes de Calguasig no se dan cuenta. La hi-
ja de 10 años de Nadia se niega a utilizar un sombrero, porque
ella dice que se ve “feo”. Ella nunca usa un anaku. En su lugar,
utiliza pantalones deportivos bajo su “falda de ciudad”.
Como la gente joven de Calguasig llega a estar, cada vez
más, involucrada con la esfera urbana, también están forzados a
negociar sus identidades racializadas, mediante los encuentros
diarios con el racismo. Percibidos como “fuera de lugar” en la es-
fera urbana, a través de las geografías imaginarias que constru-
yen los límites rurales/urbanos racializados, la juventud indíge-
na empiezan a interiorizar estos discursos racistas, que inscriben
a sus personas como “los otros”. Por ejemplo, en una ocasión
particular, yo estaba conversando informalmente con una mujer
de 19 años y una muchacha de 13 años. Empezaron a susurrar y
reírse entre ellas. Cuando les sugerí que me incluyeran en sus
murmuraciones, la de 19 años me preguntó:
178 “¿Tienes un remedio para la cara?”
Kate Swanson “¿Para qué?” pregunté yo.
“Para ser más blancas” ella contestó.
“¿Por qué?” Pregunté.
“Somos negras. Lo necesitamos”, respondió.

Estas jóvenes mujeres deseaban “remediar” sus rostros


“negros”. Mirándome como una mujer blanca, ellas se pregunta-
ban si tal vez tenía un “remedio” que podría ayudarlas. Esta con-
versación revela como los jóvenes han sido adoctrinados por la
glorificación de la piel blanca y el discurso nacional, que sugiere
que el ser blanco es pertenecer a la nación. (“Todos seremos blan-
cos cuando aceptemos los objetivos de la cultura nacional” como
estableció el antiguo presidente ecuatoriano General Rodríguez
Lara). Revela cómo ellos han interiorizado el racismo y cómo es-
te discurso afecta profundamente el entendimiento, de ellos mis-
mos, y sus lugares, en la racializada jerarquía ecuatoriana.
De acuerdo a una trabajadora social de Guayaquil, “uno
de los problemas grandes que nosotros tenemos, es una débil
identidad nacional…No nos queremos reconocer como indios,
tampoco nos queremos reconocer como negros, tampoco quere-
mos ser mestizos...Más todos queremos ser blancos. Todos quere-
mos tener ojos azules y pelo rubio”.34 Este es el caso particular de
la juventud ecuatoriana. Una encuesta del año 1994 de jóvenes,
entre las edades de seis a diesiciete años, reveló que el 26% de jó-
venes se identificaban como blancos (SIISE 3.5, 2003u). Sin em-
bargo, esta cifra disminuía al 10%, como evidencian los datos del
censo 2001 (SIISE 3.5, 2003m). Mientras que, es posible que estas
discrepancias significativas pudieran ser parcialmente explicadas
por una diferencia de tiempo de 7 años, yo creo que tienen mucho
que ver con estas diferencias generacionales. Cuando se comparan
con los datos demográficos existentes, ambas cifras son substan-
cialmente elevadas. La CODEMPE, por ejemplo, sugiere que el 1%
de la población ecuatoriana es blanca. La CODEMPE, luego, su-
giere que el 30 al 40% de la población es indígena (Whitten, Jr.,
2003). Tal vez revelando una profunda interiorización del racismo
y el proceso de blanqueamiento, solamente el 6,8% de los adultos,
y no más de un 2% de los jóvenes se auto identifican como indí-
genas (SIISE 3.5, 2003u).

Cuadro 5.2: Autoidentificación étnica-racial 179

Identificación Adultos (2001) Jóvenes (1994) Pidiendo caridad


en las calles

Mestizos 77 % 58 %
Blancos 10 % 26 %
Negros 2,2 % 7%
Mulatos 2,7 % S/D
Indígenas 6,8 % 2%
Fuente: SIISE 3.5, 2003m; SIISE 3.5, 2003u
Estas cifras sugieren que la interiorización del racismo
en los jóvenes es diferente que la de los adultos. Tal vez más an-
siosos por pertenecer a los imaginarios dominantes de la nación,
los jóvenes descartan con más buena gana sus identidades étni-
cas y raciales.
Los niños y jóvenes indígenas participan en forma di-
ferente que sus padres con los procesos de modernización. Co-
mo los jóvenes de Calguasig llegan a estar más integrados con la
esfera urbana, son introducidos como un anfitrión de las nuevas
influencias nacionales y globales. La gente indígena, por todo el
continente americano, siempre han estado involucrados en un
constante y, muchas veces, doloroso “proceso de automoderniza-
ción” (Platt, 1992:144; Muratorio, 1998:418). Sin embargo, des-
de que los niños y jóvenes han estado envueltos en la migración
rural-urbana en 1993, este proceso se ha acelerado. No satisfe-
chos de sentarse en las líneas laterales, los niños y jóvenes están
cambiando activamente, disputando y redefiniendo lo que signi-
fica ser un indio del siglo XXI. Esto ha ocurrido al punto que,
hasta los mayores de 30 años están en aprietos por estos cambios:
“ya vienen cambiando los niños y jovenes que salen de las comu-
nidades. Ya no son como antes”.35

5.5 Resumen
Este capítulo exploró tres preguntas investigativas: i)
¿cómo negocian los jóvenes sus identidades, mientras cambian
entre los espacios rurales y urbanos?; ii) ¿cómo las experiencias
de migración de niños y jóvenes influencian sus identidades ba-
sadas por género, raza y étnia?; iii) ¿cómo negocian los jóvenes
con los cambiantes e inciertos senderos de identidad? Este capí-
tulo empezó con una discusión acerca de las características de los
180
niños de la calle y trabajadores en Ecuador. Luego se reveló, có-
Kate Swanson
mo los niños trabajadores de Calguasig no pertenecen a las tipo-
logías existentes, de niños trabajadores de la calle en Ecuador y
en el exterior. Los niños de Calguasig trabajan en las calles con
sus familias ampliadas. En las calles ellos trabajan como parte de
estrechos grupos de parentesco. Mediante esta extendida econo-
mía de cuidado infantil, ellos enfrentan menos riesgos en la ciu-
dad. Este trabajo en la calle no detiene su educación; al contra-
rio, la mendicidad y las ventas han posibilitado más oportunida-
des educativas. Dentro de este grupo de niños, más niñas que ni-
ños trabajan en las calles. Esto tiene mucho que ver con las inter-
pretaciones de género, andinas y urbanas. Este capítulo también
ha revelado cómo, dadas las limitadas opciones de las niñas in-
dígenas dentro de las jerarquías sociales ecuatorianas, la mendi-
cidad es una alternativa de empleo preferida y más lucrativa, que
el trabajo doméstico.
Este capítulo analiza a las vidas diarias de este grupo
subinvestigado de niños. Se discuten sus ganancias, sus gastos y
sus luchas en la ciudad. Finalmente, este capítulo explora cómo
los niños y jóvenes negocían con sus identidades basadas en gé-
nero, raza y étnia en la esfera urbana. Se revela cómo las niñas es-
tán cambiando sus interpretaciones de genero y etnicidad y có-
mo los jóvenes interiorizan el racismo que encuentran en las ca-
lles. Dada la creciente exposición a la cultura occidental y urba-
na, este capítulo revela más allá cómo los jóvenes están desafian-
do, disputando y redefiniendo lo que significa el ser una persona
indígena en el siglo XXI.

Notas:
1 Durante mis 18 meses en Quito, pasé mucho tiempo hablando informal-
mente con los niños de la calle. Siempre pregunté a los niños de dónde
provenían y muchos me dijeron que provenían de las provincias de Co-
topaxi, Tungurahua y Chimborazo. Estos niños usualmente trabajan en
Quito durante las vacaciones de verano, antes de Navidad y durante otras
vacaciones prolongadas del periodo escolar (tales como durante las huel-
gas de maestros). Los niños que ya no asisten a la escuela tienden a venir
durante el periodo de decanso agrícola, el cual varía por región.
2 Un trabajador de divulgación del CENIT (Centro para la Niña Trabaja-
dora) cree el número podría ser menor a 30, mientras que de acuerdo a
Castelnuovo y Asociados (2002: 56), PAM contabilizó a aproximadamen-
te 1.000 niños de la calle en Quito en el año 2000. Éstas amplias discre-
181
pancias, probablemente, se deben a las formas en la cuales los niños de las
calles se definen y contabilizan. Pidiendo caridad
en las calles
3 Esta cifra fue calculada en respuesta a la pregunta, ¿dónde trabajas? La en-
cuesta fue realizada por Defensa de los Niños Internacional (DNI-Ecua-
dor) en 1994 y agregada por el SIISE (Sistema Integrado de Indicadores
Sociales del Ecuador) los datos no especifícan que constituye el trabajo en
las calles. Sospecho, pero no estoy segura, que una niña que trabaja ubi-
cada en un mercado urbano abierto, está clasificada como alguien que
trabaja en las “calles”.
4 Esta encuesta fue realizada en 1997 en Quito y Guyaquil. La encuesta re-
porta un nivel de confianza del 95%.
5 Otras ciudadades incluidas en esta investigación fueron Portoviejo, Loja,
Santo Domingo, y Esmeraldas.
6 He visto unos pocos casos en donde niños pequeños hansido abandona-
dos sin supervision en las aceras o en las intersecciones, pero estos casos
son relativamente raros.
7 En gran parte, éstos son jóvenes sudamericanos quienes viajan y actúan
en las intersecciones y parques. Discuto sobre este grupo de individuos,
luego, en este capítulo.
8 Benito, un vendedor de 12 años, lustrabotas y acróbata de volteretas.
Conversación informal. Septiembre 13 de 2003. Quito. Notas de campo.
9 Como previamente se mencionó en el Capítulo Cuatro, a los niños se les
pide que paguen aproximadamente 30 dólares por año para cubrir los
costos de sus uniformes, almuerzos escolares, útiles escolares y una “cola-
boración” por tutoría. Considerando que la familia promedio tiene cinco
niños, ésta es una carga financiera significativa para las familias.
10 Consultor, ILO. Entrevistado por la autora. Diciembre 12 de 2002. Quito.
11 Maestro, Escuela Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado por
la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
12 La experiencia de mayo es estimada provechosa por las oportunidades fo-
tográficas y la colección de historias de viaje. Mayo es estimada inquietan-
te debido al hecho de que estos niños estaban mendigando.
13 Los detalles de este incidente los proveyeron su madre y su abuelo.

14 Este incididente me lo relataron numerosos miembros de la comunidad,


incluyendo a los miembros de la familia ampliada del niño.
15 Si las luces cambian cada 4 minutos, esto significa que deben vender un
paquete de chicles a cada cambio de luz. No fui capaz de calcular los már-
genes de ganancias para aquellos que vendían Halls, Clorets o Trident.
Inicialmente, sólo unos pocos individuos estaban vendiendo estos pro-
ductos. Sin embargo, poco antes de mi partida, el número aumentó con-
siderablemente. Sospecho que sus ganancias se mantuvieron o se eleva-
ron ligeramente.
16 Viviana y Roberto, vendedores y mendigos ocasionales. Entrevistados por
la autora. Septiembre 10 de 2003. Quito.
17 Por el contrario, los ecuatorianos tienden a entregar pocos centavos o 10
centavos. Datos de Carina, una vendedora callejera de 16 años. Entrevis-
182
tada por la autora. Agosto 23 de 2003. Quito. Notas de campo.
Kate Swanson 18 Director Nacional, PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9
de 2002. Quito.
19 Benito, acróbata de 12 años, lustrabotas y vendedor de chicles; Daniel,
acróbata de 12 años, lustrabotas y vendedor de chicles; y Bruno, acróbata
de 8 años, vendedor de chicles y mendigo. Entrevistas conducida por la
autora. Agosto 30 de 2003. Quito. Notas de campo.
20 Roberto, de 14 años vendedor de chicles y mendigo ocasional. Entrevista-
do por la autora. Septiembre 10 de 2003. Quito.
21 Sabina, de 12 años vendedora de chicles y mendiga ocasional. Entrevista-
da por la autora. Junio 1 de 2003. Quito.
22 Nina, de 13 años vendedora de chicles y mendiga ocasional. Entrevistada
por la autora. Junio 1 de 2003.
23 El trato a los mendigos será discutido con gran detalle en el capítulo seis.
24 Debido a los altos niveles de contaminantes en el aire y partículas en sus-
pensión en Quito, los dolores de garganta son comunes. Después de la
erupción del Reventador en Noviembre del 2002, la situación fue espe-
cialmente extrema puesto que los niveles de partículas fueron 25 veces
más altos que las normas aceptables (El Comercio, 2002c). Sin embargo,
la investigación médica ha mostrado que los niños quienes asisten a la es-
cuela en los sectores más contaminados de la ciudad tienen 4 veces más
riesgo de infecciones respiratorias y 2,5 a 5 veces más de los niveles acep-
tables de carboxyhemoglobina (Fundación Natura, 2000).
25 Pedro, de 12 años, lustrabotas y mendigo ocasional. Entrevistado por la
autora. Mayo 5 de 2003. Calguasig.
26 Trabajador social, Fundación Don Bosco. Conversación informal. Mayo
de 2003. Quito. Notas de campo.
27 Director Nacional, PMT-Quito. Entrevistado por la autora. Diciembre 11
de 2002. Quito.
28 Coordinador Provincial, PMT-Guayaquil. Entrevistado por la autora. Ju-
nio 30 de 2003. Guayaquil.
29 Estos y otros episodios de exclusión serán tratados con gran detalle en el
capítulo siete.
30 Trabajador social, Fundación Don Bosco. Comunicación personal. Junio
10 de 2004. Correo electrónico.
31 Coordinadora Provincial, PMT-Guayaquil. Entrevistada por la autora.
Junio 30 de 2003. Guayaquil.
32 Este problema se discutirá con mucho más detalle en el Capítulo Siete.
33 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistado por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.
34 Coordinadora Provincial, PMT-Guayaquil. Entrevistada por la autora.
June 30 de 2003. Guayaquil.
35 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.

183
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo VI

MENDIGOS “GENERADOS/AS”,
NIÑOS MENDIGOS
Y MENDIGOS “DISFRAZADOS”

6 . 1 I n t roducción
Este capítulo explora el lugar simbólico del mendigo,
para contextualizar la estigmatización de los mendigos indíge-
nas en la ciudad. Revela cómo las mujeres y niños indígenas
son percibidos ‘fuera de lugar’, en la esfera urbana y cómo esta
exclusión está, muchas veces, encuadrada, como si fuera por el
mejor interés de los niños. Luego explora la respuesta que re-
torna de las calles y el uso táctico del espacio urbano, por par-
te de mujeres y niños. Concluye con un análisis de cómo la
mendicidad se ha desarrollado, para llegar a ser más que sola-
mente una ‘estrategia de supervivencia’, sino que ahora se cru-
za con el consumo ostentoso y el estatus. En este capítulo, en-
fatiza que existen muchas dinámicas complicadas alrededor de
las mujeres y niños indígenas involucrados en la mendicidad.
Mientras que la mendicidad y la venta de chicles han permiti-
185
do las posibilidades educativas y materiales que, previamente
eran inalcanzables, no son ocupaciones a las que se ingresan Pidiendo caridad
en las calles
con gran facilidad. A pesar de ser frecuentemente criticados
por su alegada “vagancia” o por mendigar “por avaricia” en lu-
gar de necesidad, la mayoría de los miembros de la comunidad
continúan terriblemente empobrecidos.
6.2 El mendigo ofensivo
A pesar del predominio de mendigos en todo el mun-
do, existe poca investigación publicada en inglés que se enfoca so-
bre los mendigos más allá de Norteamérica y Europa. Las excep-
ciones incluyen la investigación de Chaudhuri (1987) sobre mu-
jeres que mendigan cerca de los templos en la India, la investiga-
ción de Schak (1988), sobre una comunidad de mendigos en Tai-
wán, y la investigación de Martínez (2003), sobre mujeres indíge-
nas vendedoras de la calle y mendigos en México. Dentro de Nor-
teamérica y Gran Bretaña, mucha de la investigación contempo-
ránea, sobre mendicidad, explora el problema a través del lente de
la gente sin hogar (Duncan, 1978; Fitzpatrick and Kennedy 2001;
Kennedy and Fitzpatrick, 2001; Lankenau, 1999, 1999a; Lee and
Farrell, 2003; Snow and Anderson, 1993; Taylor, 1999; Ward-
haugh, 1996). Otra literatura analiza las actitudes públicas y el
discurso moral acerca de la mendicidad (Adler, 1999; Dean and
Gale, 1999; Erskine and McIntosh, 1999; Jordan, 1999; McIntosh
and Erskine, 1999; Radford, 2001), la mendicidad en una ciudad
Victoriana (Jaffe, 1990; Murdoch, 2003; Rose, 1988), gestión de la
mendicidad (Hermer, 1999; Hermer, forthcoming; Hopkins Bur-
ke, 1999) y jóvenes mendigos (Coles and Craig, 1999; Helleiner,
2003). La siguiente discusión se sirve en gran parte de este grupo
de literatura proveniente del norte. Al hacer esto, no supongo que
las condiciones en los Andes son las mismas que en Norteaméri-
ca o en Gran Bretaña. Sin embargo, como esta literatura se refie-
re a un sector de la sociedad empobrecido y marginalizado, en ge-
neral esta literatura es muy pertinente para el Sur Global, ya sea
que los mendigos estén localizados en norte o sur geográficos.
Mucho del discurso moral alrededor de los mendigos en el norte,
también puede ser utilizado para comprender por qué la mendi-
186
cidad ofende y evoca tan fuerte respuesta política en Ecuador. Es-
pecialmente éste es el caso en el presente, dada la incremental po-
Kate Swanson
larización entre ricos y pobres y el apremio del Ecuador en abra-
zar, al avanzado, mundo capitalista.
Dentro de casi todas las tradiciones religiosas mayores,
el dar limosna ha sido, tradicionalmente, una señal de bondad
(Erskine and McIntosh, 1999). Sin embargo, como las sociedades
industrializadas se desarrollaron y los sistemas de asistencia so-
cial evolucionaron, el Estado reemplazó al donante individual,
en la redistribución de la riqueza (Dean, 1999). Por el siglo XIX,
repartidores de limosnas indiscriminados fueron responsabiliza-
dos por la “desmoralización” de la clase trabajadora y señalados
para controlar los nuevos flujos de mendigos (Stedman Jones,
1971). De acuerdo a Hermer (por venir), este cambio fue emble-
mático de las cambiantes nociones de la caridad y el espacio pú-
blico. Desviadas las campañas de donación, desde entonces, han
desalentado el dar en la calle a los mendigos a favor de donacio-
nes organizadas. En esta forma, la caridad organizada reemplaza
al donante indiscriminado, para distinguir entre el verdadero
‘pobre digno’ y los moralmente cuestionables ‘impostores’. Se
asegura así, a los donantes, que a sus donaciones se les dará
“buen” uso (ver Hermer, 1999).
Mientras que el dar se ha percibido tradicionalmente
como un indicador de bondad, en cambio el recibir se percibe
como una falta moral (Erskine and McIntosh, 1999). El acto de
mendigar contradice las suposiciones esenciales de las econo-
mías de mercado y de las sociedades, puesto que un mendigo re-
cibe, pero no entrega nada a cambio. Como establece Mauss
(1966: 72), “el dar muestra la superioridad de uno mismo… el
aceptar sin entregar o devolver más, es enfrentar la subordina-
ción, el convertirse en un cliente y subordinado”. Así, el dar sin
reciprocidad interpreta a la persona quien ha recibido como in-
ferior. Dentro de esta interpretación, la caridad se convierte en
una ofensa (Mauss, 1966).
Interpretada como una falla moral, la mendicidad es
más a menudo contemplada en la ley criminal. En Ecuador, la
mendicidad por sí misma no es ilegal. En su lugar, la ley castiga
la potencial criminalidad y el falso carácter de los mendigos. Re-
gistrada bajo en título de “Seguridad Pública”, los artículos 383 y
385 mandan que los mendigos que porten documentos falsos,
quienes simulen enfermedad, quienes porten armas o ganzúas
estén sujetos a prisión desde 3 meses hasta 1 año. Un mendigo 187
“disfrazado” o un mendigo, quien escape de las autoridades, está Pidiendo caridad
en las calles
sujeto a prisión de 2 meses a 1 año (Código Penal, 2003).
¿Qué es exactamente un mendigo “disfrazado”? El
Código Penal no provee una definición a través de los tiempos,
los críticos han escrito mucho acerca de los mendigos “impos-
tores” (Murdoch, 2003; Rose, 1988). A los mendigos se los in-
terpreta como personajes altamente sospechosos. Son descritos
como fraudes quienes fabrican las heridas y fingen las enferme-
dades. Ellos son descritos como diestros profesionales que uti-
lizan artimañas y disfraces. En la ciudad de la época Victoriana,
los mendigos eran percibidos como artistas tramposos y adine-
rados, quienes acosaban y cazaban a los corazones generosos de
las pobres almas trabajadoras. Al final del día, se decía que los
mendigos mudaban sus disfraces, para celebrar como reyes
(Rose, 1988).
Mucho de este discurso se utiliza para desacreditar la
autenticidad de la pobreza de los mendigos. Se distrae la aten-
ción de los problemas asociados con las economías de mercado
que fracasan en distribuir la riqueza a los pobres y, más bien, se
enfoca en los vicios y la afirmada ‘vagancia’ de los mendigos por
sí mismos. Murdoch (2003) asegura que, en la ciudad Victoria-
na, el referirse a los mendigos como impostores o estafadores tie-
ne mucho que ver con la referencia de que los mendigos utilizan
prácticas capitalistas, para disimuladamente estafar a sus clien-
tes. Ella establece que: “así como los mendigos oscurecen los lí-
mites entre la pobreza auténtica y la que no lo es, también oscu-
recen los límites entre las prácticas económicas legítimas y las
que no lo son; por consiguiente, resaltan la potencial corruptibi-
lidad del moderno mercado económico inglés y la cultura urba-
na de consumo” (2). Ella argumenta que el asunto no fue que el
capitalismo causaba la pobreza, si no que, más bien, los métodos
capitalistas podrían ser utilizados por los mendigos, para “ven-
der” una falsa imagen de la pobreza.
De acuerdo a Jaffe (1990), mucho del ultraje moral, al-
rededor de los mendigos, pertenece a la identidad. Si un mendi-
go puede vender una falsa imagen de la pobreza, también está
vendiendo una falsa identidad. Al disociar la identidad de sus se-
ñales obvias, se perturba la posibilidad de una identidad fija y
sugiere que los individuos, pueden ocupar múltiples emplaza-
188 mientos en las jerarquías sociales. Un ejemplo de esto puede en-
Kate Swanson contrarse en la investigación de Martínez (2003), con los vende-
dores de la calle y mendigos indígenas, en Tijuana-México. Los
comerciantes de la clase media mexicana critican y reprenden a
los indígenas que venden y mendigan por sacar provecho de los
dólares gringos. Los acusan de mendigar por “avaricia, no por ne-
cesidad”. Ellos pretenden ser “pobres e ignorantes” y, mientras
tanto, conducen “camionetas completamente nuevas” y “beben
Budweiser” (257). Sin embargo, cuando los mercaderes de clase
media se aprovechan de la economía de frontera, se alaban por
atraer la moneda extranjera y crear fuentes de empleo, promo-
viendo así la prosperidad de la nación. De acuerdo a Martínez,
“ésta estrategia discursiva representa los intereses de los mesti-
zos, como aquellos de la comunidad, mientras que los intereses
de los vendedores callejeros indígenas son considerados egoístas
y particulares” (258). Luego, ella argumenta que este punto de
vista refleja el miedo y la ansiedad, de la clase media mexicana,
de perder el control sobre los indígenas. Como estas mujeres sa-
len de sus preasignadas ubicaciones sociales al conducir “camio-
netas completamente nuevas” y al beber “Budweiser”, éstas tras-
tornan las ‘estables’ categorías de identidad. De acuerdo a Martí-
nez, los comerciantes y los otros miembros de la clase media te-
men que las mujeres indígenas se vuelvan “engreídas”; si son ca-
paces de vivir exitosamente de los recursos extranjeros.
Indiferentemente de que las mujeres indígenas ecuato-
rianas mendiguen o vendan, muchos las perciben como “mendi-
gos disfrazados”. Una trabajadora social explicó: “cuando uno
empieza a provocar lástima en los demás, y que por lástima yo le
compro, eso es mendicidad”.1 El reclamo es que ellos no comer-
cializan sus productos en sí, sino que, más bien comercializan su
lamentable estado por medio de sus voces, vestidos y expresiones
faciales. “Es que ahí en el fondo, hay una intención de explotar
una parte afectiva de la población. Entonces, tú de hecho te sen-
sibilizas más, cuando ves a un pequeñito cargando al hermanito
y todavía más vendiendo chicles”.2 O como expresó otro trabaja-
dor social, “están intercambiando miseria por moneda”.3
Sin embargo, la simpatía está inherentemente vincula-
da con la representación y la teatralidad (Jaffe, 1990). El que los
mendigos estén “intercambiando miseria por moneda”, tiene que
ver con la identidad. De acuerdo a Jaffe (1990: 101), “los mendi-
gos se reparten en las imágenes, cambiando identidad por mo- 189
nedas”. La mera existencia de “falsos mendigos” es amenazante, Pidiendo caridad
en las calles
porque ponen en peligro la identidad del donante. Al manipular
la simpatía del donante (mediante el uso de niños, por ejemplo),
el temor es que ellos están siendo engañados con una simple re-
presentación de la pobreza o con una falsa identidad.
Mucha de la crítica dirigida hacia los mendigos está
también empapada del discurso acerca del pobre “digno”, contra
el “indigno”. En Gran Bretaña, esta distinción surgió en el año
1600 y tiene mucho que ver con la declinación de la caridad mo-
nástica y el creciente énfasis en la creencia de que los buenos
cristianos, deben trabajar para ganarse la vida. Los pobres ‘dig-
nos’ eran las viudas, los huérfanos y los discapacitados. Los ‘in-
dignos’ eran aquellos que estaban en buenas condiciones físicas
y, por lo tanto, capaces de trabajar (Hermer, por venir).
En Ecuador, este discurso ha penetrado las creencias
contemporáneas. Tal vez los ancianos y discapacitados son con-
siderados los más necesitados. En 1968, una encuesta a 80 men-
digos en Quito reveló que casi la mitad estaban entre las edades
de 60 y 80 años (Jaramillo, 1968). Aunque existen muy pocas pu-
blicaciones recientes, concernientes a los mendigos en Quito, las
observaciones de campo sugieren que un porcentaje significati-
vo de los mendigos de Quito, continúa siendo ancianos o disca-
pacitados. Estos mendigos incluyen a ambos, indígenas y mesti-
zos, hombres y mujeres. Quito ofrece muy poco en cuanto a la
seguridad social. Tal vez por esta razón, los quiteños aceptan la
presencia de los ancianos y discapacitados en la ciudad. Como
estableció una de las planificadoras urbanas de Quito, “el ancia-
no necesita que le protegan. A muchos ancianitos, les botan de
sus casas, y no tienen donde dormir, no tienen que comer. En-
tonces si yo veo a un anciano [mendigando], yo sí le doy”.4
Por el contrario, continuó, “pero veo a una mujer fuer-
te, no le doy. Porque tiene y puede trabajar. Carga su niño y pue-
de ir a lavar ropa, limpiar una casa, o hacer algo”.5 En su opinión,
la “mujer fuerte” está capacitada físicamente y debería trabajar.
Ella no es digna de su caridad. De hecho, ella cree que los mendi-
gos capacitados físicamente son simplemente ociosos y “no quie-
ren trabajar”.6 Otra empleada municipal contó sus experiencias:
“yo le dije: ‘vamos, que laves en mi casa. Dijo que no, no. Enton-
ces más le conviene la mendicidad. Es mas fácil estar pidiendo ca-
190 ridad o vendiendo chicles”.7 Dentro de este discurso se enfatiza la
Kate Swanson productividad. Aquellos que “no quieren trabajar” ofenden esta
sensibilidad. En lugar de ser individuos dignos de compasión, se
convierten en “enemigos del Estado” (Jaffe, 1990: 101).
Los indígenas con capacidad física se describen a me-
nudo como ‘vagos’. De acuerdo a una trabajadora social, quien
trabajó con niños de la calle y trabajadores:
Les gusta todo fácil, les gusta todo gratis. Porque, de pronto, les
interesa más, estar pidiendo caridad y no trabajar. Pues, de cual-
quier manera, puede haber un trabajo. Las indígenas jóvenes,
prefieren estar estirando la mano y no trabajar. Aunque sea en un
restaurant, pelando papas, o limpiando un jardín o lavando,
deberían trabajar, pero quieren estar sentados pidiendo caridad.8

Estas afirmaciones no sólo reflejan un punto de vista


sobre los indígenas como ‘vagos’, sino también refleja las creen-
cias contemporáneas sobre las ocupaciones que los hombres y
mujeres indígenas deberían desempeñar. Las mujeres indígenas
deberían desempeñar los roles, altamente diferenciados por gé-
nero, de lavar ropa, limpiar casas o pelar patatas. Los hombres
indígenas deberían desempeñar labores manuales, igualmente
diferenciadas por género, y un ejemplo, es la jardinería. En el
imaginario colectivo blanco-mestizo, al grupo indígena se le
asignan las ocupaciones más humildes (de la Torre, 2002).
En 1968, 87% de los encuestados reportaron que men-
digaban debido a la pobreza, la falta de trabajo y la enfermedad. El
restante 13% mendigaban debido a su avanzada edad, a la separa-
ción marital, por “ignorancia” y por hábito (Miñaca, 1988). Sin
embargo, a pesar de estas cifras, la autora concluye que estos indi-
viduos no mendigan por necesidad sino, más bien, por vicio. Tan
afianzado es el prejuicio contra los mendigos que ella establece
que: “la mendicidad es un producto de la vagancia”, en donde los
individuos “rápidamente se acostumbran a la vida fácil” (Jarami-
llo, 1968). Durante mi investigación, un individuo describió a la
mendicidad como un “contagio” que se extendía por todas las co-
munidades de Quisapincha Alto.9 Otro urgió la necesidad de “era-
dicar la mendicidad para que no hay más contaminación de esta
enfermedad”.10 La representación del mendigo en el imaginario
popular es casi vil.
La asociación de los mendigos con la enfermedad y la
falta de aseo, también resuena en el imaginario blanco-mestizo
191
sobre los indios. A muchos de los mendigos se los describen co-
Pidiendo caridad
mo sucios, malolientes y enfermos, y de igual manera a los indios en las calles

de Ecuador. Este “racismo higiénico” postula “una población


blanca ‘normal’, limpia, saludable y una población nativa sucia,
débil” (Colloredo-Mansfeld, 1998: 188). Así, las mujeres y niños
de Calguasig son doblemente estigmatizados como “mendigos
sucios” y como “indios”. Algunos sienten repulsión por estas mu-
jeres y niños. Refiriéndose a una mujer indígena que vendía chi-
cles, una planificadora urbana explicó: “que sea una persona mal
tratada, toda sucia, a mi no me da ganas de comprarle. Saber que
los chicles están en manos sucias, sudadas, en el sol [temblor de
revulsión], ¡no pues! O sea no me da gana de comprarle”.11
Mientras mendigan, las mujeres y niños utilizan tazas, tal vez re-
conociendo una aversión general a colocar el dinero directamen-
te en sus manos. Pero el racismo higiénico no se limita a Ecua-
dor. Los miembros de la clase media mexicana expresan el mis-
mo nivel de repulsión en cuanto a los vendedores y mendigos
mixtecas: “hemos visto a algunos turistas abrazando mujeres in-
dígenas o besando niños indígenas. No sé como no se sienten re-
pugnancia, estás mujeres están tan sucias” (Clark, 1988: 65 en
Martínez, 2003: 259).

6.3 Mendigos “generados/as” y niños mendigos


En Ecuador, los mendigos varones, físicamente capa-
ces, son raros. Esto contrasta con la situación en el norte en don-
de la mayoría de mendigos son varones (con la excepción de
mendigos pertenecientes a grupos étnicos minoritarios, tales co-
mo los gitanos o romas). Por medio de una investigación de las
vidas de mendigos varones en Washington D.C., Lankenau
(1999a) discute cómo la mendicidad contradice los típicos roles
masculinos. Asevera que entre los hombres, la mendicidad “con-
nota sumisión y dependencia, rasgos que van en contra de los
ideales masculinos, tales como asertividad y control” (298). En
Ecuador, una nación donde el machismo está muy afianzado, un
hombre con capacidad física no tendría éxito como mendigo. Se
espera que los hombres sean el principal soporte familiar. Si un
hombre estuviera mendigando, revelaría su sumisión, depen-
dencia y fracaso en su papel de hombre físicamente capaz. Los
muchachos jóvenes pueden mendigar solamente hasta que apa-
192
renten la suficiente juventud para hacerlo. He observado a los
Kate Swanson
muchachos alcanzar este umbral –en algún lugar entre los 12 y
14 años de edad, dependiente de qué tan jóvenes parezcan– mu-
chas veces pueden cargar bebés, para ayudarse a legitimar su
buena acogida como mendigos o hasta como vendedores de chi-
cles (Fotografía 6.1).
Al contrario, la sumisión y dependencia son rasgos con-
siderados como deseables para las mujeres y niños en una socie-
dad patriarcal. Cuando las mujeres y niños indígenas mendigan,
Fotografía 6.1: Un muchacho de 13 años de edad vendiendo chicles mientras carga a su
sobrina de un año.

están cumpliendo con sus papeles de género y racialización como


mujeres y niños dependientes e indios sumisos. Como miembros
de grupos sociales minoritarios, son considerados más como se-
res infantiles que hombres (Guerrero, 1997; Oakley 1994), lo cual 193

refuerza más su dependencia. Suplicando por ayuda, así se aco- Pidiendo caridad
en las calles
modan al imaginario popular de mujeres, niños e indios sumisos.
Sin embargo, las mujeres y niños indígenas en las calles
urbanas infringen las normas establecidas en el espacio público.
En los Andes, como en todas partes, la incompatibilidad entre la
feminidad y el espacio está definida por la clase, la raza y la etni-
cidad (Weismantel, 2001). Al contrario de los hombres, las mu-
jeres rara vez merodean en espacios públicos. Pero al contrario
de la mayoría de mujeres blanco-mestizas, las mujeres indígenas
rutinariamente trabajan en dichos espacios. Las indígenas rura-
les pasan muchos de sus días trabajando los campos o en los
mercados públicos, negociando y vendiendo mercancías. Pero,
como establece Weismantel (2001:46), a pesar de ser una visión
muy familiar en los Andes, las mujeres que trabajan en los mer-
cados públicos (o en las calles) todavía son un “asunto fuera de
lugar”, dentro de las ideologías sexuales blanco-mestizas. En
Ecuador, a veces las mujeres son sometidas a la amenaza de aco-
so sexual, cuando están solas en los espacios públicos. Una mu-
jer casada, que se sale sin su marido, enfrenta crítica y sospecha.
Las mujeres indígenas están sometidas a un maltrato rutinario
en los atestados buses, puesto que sus cuerpos se consideran un
asunto fácil para manos que van a tientas (Weismantel, 2001).
Como se discutió previamente, las racializadas e ima-
ginarias geografías continúan circulando ampliamente en Ecua-
dor, donde los blanco-mestizos viven en las ciudades y los in-
dios en el campo (Radcliffe and Westwood, 1996). Fuera de lu-
gar en la esfera urbana, se espera que las mujeres y niños indí-
genas permanezcan en el campo. Su presencia en la ciudad rom-
pe las normas y convenciones ecuatorianas. Pero, existen ciertas
épocas y lugares, en los cuales, la mendicidad, se considera acep-
table. Duncan (1978: 27) describe esto como “bolsillos espacio-
temporales de la ley natural cristiana”. Provee un ejemplo del
área inmediatamente circundante a las iglesias, en las mañanas
del domingo, cuando los feligreses están “todavía con Jesús en
ellos”, como anotó uno de sus demandados. En Ecuador existe
solamente una época del año, cuando las mujeres y niños indí-
genas físicamente capaces son aceptados en la ciudad: Navidad.
Durante la época navideña, los cristianos piadosos ayudan a los
‘humildes’ indios, mediante una caridad ‘bondadosa’. Empezan-
194 do al inicio del mes de diciembre, los niños indígenas se alinean
Kate Swanson en las autopistas suplicando arrodillados. En la ciudad de Qui-
to, el número de mendigos se multiplica substancialmente, ya
que las mujeres y niños indígenas de los Andes emigran, para
beneficiarse de la amplia caridad cristiana. En la parte norte de
la ciudad, automóviles completamente nuevos disminuyen su
velocidad para arrojar caramelos, ropas y juguetes para los ni-
ños indígenas, quienes pelean en los caminos para recoger sus
‘nuevos’ artículos.12
Fuera de navidad, los niños indígenas no son más
bienvenidos en las calles que sus madres. Los niños en las calles
enfrentan representaciones rivales, por medio de un emergente
discurso sobre los derechos de los niños y un más afianzado dis-
curso sobre delincuencia juvenil. Al final, la suposición es que,
sin importar la situación de los niños, el tiempo que pasan en las
calles, los transformará en criminales. Por ejemplo, asistí a una
reunión entre trabajadores sociales de la FDB y funcionarios
municipales (el objetivo de la reunión era encontrar maneras pa-
ra trabajar juntos, pero terminó en acusaciones por parte del
municipio a la FBD, por permitir la mendicidad). La posición
particular de estos funcionarios municipales era clara: el trabajo
callejero sostiene a la delincuencia. Como estableció un indivi-
duo: “puede comenzar vendiendo los caramelos, pero terminará
vendiendo la cocaína”.13 Para eludir esta ‘inevitabilidad’, se debe
alejar a los niños de las calles.
Los niños de bajos ingresos y los de clase media inte-
ractúan con los espacios públicos de maneras, altamente, dife-
renciadas. Los segundos son alejados de las calles, debido a un
elevado sentido de “peligro extraño”, acentuado por las amplias
desigualdades entre ricos y pobres. Mientras que, los niños po-
bres trabajan y juegan en los espacios públicos, los niños de cla-
se media están estrictamente confinados a los espacios privatiza-
dos y comercializados, que son inaccesibles a los pobres. Tal vez
renuentes a mezclarse con las clases bajas, los parques públicos
son considerados “demasiado peligrosos”, inclusive al mediodía.
Simón, mi vecino de 8 años de edad, raramente abandona su jar-
dín, vigilado para interactuar con el mundo exterior. Si lo hace,
se encuentra en los límites y seguridad de su automóvil familiar
privado. Su madre y abuela constantemente me recordaban lo
“peligrosa” que era la ciudad, evocando dudas de si estos temo-
res eran reales o imaginarios. 195
Contrastando esto con Leo, un mendigo indígena de Pidiendo caridad
en las calles
8 años de edad, vendedor y ocasional acróbata de volteretas.
Mientras la familia de Leo vive en Quisapincha Alto, el pasa la
mayor parte de su tiempo en Quito. El asiste a la escuela para
niños trabajadores en las mañanas y trabaja en las calle o ven-
de en los buses, en las tardes. Esta escuela está administrada por
los sacerdotes salesianos, quienes defienden el derecho de los
niños a trabajar. Aunque solamente para muchachos, esta es-
cuela permite a los niños trabajar y estudiar al mismo tiempo.
El lado negativo para los niños de Calguasig es que ellos deben
vivir en Quito, para asistir a la escuela. Este es el caso para Leo.
Aunque solamente tiene 8 años, Leo se queda en la ciudad por
quince días o un mes, por vez, para que así sus padres puedan
regresar a casa para atender sus campos. Durante este tiempo,
Leo es lo suficientemente competente para asistir a la escuela
todos los días, a pesar de la distancia, y trabajar lo suficiente pa-
ra cubrir sus costos de vida.14 Por mucho, la mayor parte de la
vida de Leo, a sus 8 años de edad transcurre mientras trabaja en
espacios públicos. El hacer esto le permite asistir a la escuela,
donde la calidad de la educación es bastante mejor que en su
comunidad. Sin embargo, los niños como Leo, que pasan mu-
cho de su tiempo en las calles, son estigmatizados como crimi-
nales sin importar sus situaciones. En la mente de un planifica-
dor urbano de Quito, los niños que mendigan o venden: “son
delincuentes, son drogadictos. Usted ve niños de tres, cuatro
años que ya están con la pega, oliendo ya. Ese es el futuro que
tienen en la calle”.15
Muchos ven a Leo y sus contemporáneos como pro-
ductos de una “mala paternidad”. La madre de Leo es una mujer
de 43 años de edad con 7 niños, uno de los cuales era un bebé de
7 meses de edad al tiempo de esta investigación. Rita vino a Qui-
to, por primera vez, en 1999, porque su esposo perdió su empleo
como cargador en el mercado de Ambato. Junto a sus niños,
mendiga y vende para obtener dinero y mantener a su familia.16
Para la mayoría, las mujeres que mendigan con sus niños son
percibidas como mujeres que explotan a sus niños inocentes, por
la tanto, incapaces. Si las mujeres son interpretadas como madres
incapaces, la “salvación” de estos niños se convierte en un obje-
tivo legítimo. Esto se deriva de una comprensión paternalista de
196 los indios que deben ser, a la vez, representados y protegidos
Kate Swanson (Martínez, 2003). A menudo esto se encierra en la creencia que
ellas son “malas madres”, debido a su ignorancia. El Director Na-
cional del PNT cree que:
… una familia del sector popular no se de cuenta que
en la calle hay peligros morales. Yo creo que no la veo. Hasta que
tú los haces notar que la puede agarrar un tipo a la niña, que la
pueden manosear, que la pueden abusar, que cosa; mucha gente
no ve ese tipo de riesgos. Nosotros como occidentales, como es-
tructurados, capaz que lo vemos más claro, pero ellos vienen de
un mundo donde eso era lo normal.17
Dentro de este discurso de geografías peligrosas, que se
basa en las imágenes de villanos, acechando tras cada esquina en
espera de “agarrar”, “manosear” y “abusar” a los niños, existe una
aversión a admitir que, estadísticamente hablando, los niños en-
frentan muchos más riesgos en los santificados espacios de sus
hogares (ver Valentine, 1996). De hecho, como se mencionó an-
teriormente, los riesgos que estos niños enfrentan en las calles
(particularmente las niñas), bien pueden ser, substancialmente,
más bajos que los riesgos que ellos podrían enfrentar como tra-
bajadores domésticos, confinados en los espacios privados de los
hogares blanco-mestizos.
Si las madres son consideradas como ignorantes, enton-
ces, como estableció un trabajador social del Municipio de Quito:
Sí nosotros queremos ayudarle, a que comprenda que ella no
puede tratar así a sus hijos pequeños. Que esa niñita, ella no
puede exponerle a situaciones de inseguridad, de maltrato y de
negligencia como la está exponiendo. Porque esa niña de 3 años
no necesita de eso para su desarrollo. Necesita estar jugando en
un espacio seguro, necesita alimentación, necesita protección de
otro tipo, afecto [énfasis agregado].18

Este discurso paternalista permite la exclusión. En Irlan-


da, Helleiner (1998a, 1999b, 2000) ha documentado cómo, utili-
zando una similar línea de pensamiento, la salvación de los niños
se convierte en una justificación central, para la acción anti-gita-
nos. Su investigación es un claro ejemplo de cómo los grupos in-
dígenas minoritarios en todas partes son envilecidos por modelos
de paternidad y niñez que se desvían de la norma hegemónica.
Otro discurso que, muchas veces, se solapa con el des-
crito arriba, es la creencia de que estas mujeres intentan explotar 197
a sus niños. Un representante del municipio de Quito dijo, “cree- Pidiendo caridad
mos que hay una intención clara de la familia o de adultos…que en las calles

usan a los niños para obtener ingresos”.19 Esto coincide con las
representaciones de los mendigos irlandeses gitanos en el metro
de Londres. Como describe Hermer (por venir), varias agencias
de seguridad social y policiaca de Londres realizaron una en-
cuesta sobre mujeres y niños mendigos. En esta encuesta, los tra-
bajadores sociales prestaron atención especial a las señales de
‘riesgo’, tales como la apariencia, la reacción del cuerpo de los ni-
ños en relación a las caricias, la mirada de los niños, las señales
de limpieza y pureza y la presencia de juguetes.20 Hemer estable-
ce que: “el trabajador social resalta lo que puede ser leído como
una forma de inventario anti-Madonna de ‘mala maternidad’,
donde el amor entre madre y niño –una relación maternal de en-
trega– ha sido golpeada por el engaño y la mendicidad de la ma-
dre al explotar la inocencia de su niño y convirtiéndole en una
víctima” (capítulo 5, p. 23). La suposición es que estas mujeres
manufacturaron la apariencia de ‘niño abandonado’ en sus ni-
ños, para manipular la simpatía del público. Dentro de este dis-
curso, el que realmente estas mujeres sean desvalidas es irrele-
vante: el removerlas del espacio público es lo que importa.

6 . 4 Uso estratégico de la calle


Lejos de ser víctimas pasivas, las mujeres y niños indíge-
nas tienen estrategias para luchar y renegociar sus identidades es-
tigmatizadas, en la esfera urbana. Encuentro útil la interpretación
de Ruddick’s (1996) sobre el uso táctico, del espacio por parte de
la gente sin hogar, para comprender las actitudes que toman los
calguaseños en las calles. Ruddick refina la interpretación de De
Certeau sobre estrategias y tácticas, la cual él define como sigue:
Una estrategia es el cálculo de las relaciones de poder, que son
posibles tan pronto como un sujeto con determinación y po-
der… puede ser aisladamente… una táctica es una acción cal-
culada determinada por la ausencia de un lugar propio. El espa-
cio en la táctica es el espacio de otro. Así, ésta debe ser ejercita-
da sobre y dentro de un terreno impuesto… toman ventaja de
las oportunidades y depende de ellas, sin ninguna base en don-
de podría acumular sus ganancias (De Certeau, 1984: 36).
198
Kate Swanson Mediante un análisis crítico de la reproducción de la
vida diaria de la gente sin hogar en Los Angeles, Ruddick argu-
menta que “las tácticas propiamente pueden como una forma en
que la gente sin hogar, realiza un uso pasajero, transitorio de los
espacios; que han sido estratégicamente organizados por otros
actores, esto es, aquellos que tienen los títulos sobre el espacio y
sobre la propiedad” (59). Argumenta que su simple presencia en
los espacios designados para otras clases sociales, a menudo mo-
lesta al proyectado simbolismo de estos espacios. Pero luego,
Ruddick persigue un análisis de las imágenes de la gente sin ho-
gar, creado por ellos mismos. Ella examina la respuesta que re-
torna de la calle y los actos de resistencia de la gente sin hogar,
que a la vez confrontan y transforma ambas imágenes de ellos
mismos, y los espacios que ocupan. Ruddick argumenta que el
“uso táctico del espacio, al menos desafía, si es que no confunde,
los intentos estratégicos de organizar y controlar el significado
simbólico de este espacio y sus usuarios proyectados” (60). Su
punto central es que, lejos de permanecer como víctimas impa-
sibles en su estigmatización la gente sin hogar actúa; ellos, cons-
tante y conscientemente, renegocian significados e identidades.
Para evadir el hostigamiento y también para legitimar
su presencia en las calles, las mujeres y niños indígenas tienen que
desarrollar una serie de tácticas. Exploré tres de ellas: la venta de
chicles, la ‘performance’, y la “renta” de niños. En el siguiente aná-
lisis, de ninguna manera estoy desacreditando su pobreza, la cual
es muy real. En su lugar, mediante un análisis de su utilización
táctica del espacio público, estoy reconociendo su intervención y
su participación activa con las fuerzas que afectan sus vidas.

6.4.1 La venta de chicles


Mientras que los calguaseños empiezan como mendi-
gos, en los años recientes han empezado a vender chicles. Esto
surgió como una táctica para evitar hostigamiento futuro en las
calles y como una respuesta para presionar por parte de la FDB.
De acuerdo a un trabajador social de la FDB, la mendicidad hur-
ta la dignidad de las mujeres y niños indígenas. Luego también re-
fuerza los estereotipos negativos sobre los indios de la ciudad.21
Uno de los antiguos directores del Hospedería La Tola dijo:
199
Nosotros les hemos dicho es más digno vender chicle en el ce- Pidiendo caridad
en las calles
máforo, que estar estirando la mano. Porque el trabajo es digni-
dad…Porque tu si dices, “no quédate nomás en el semáforo, ca-
rro que pasa regale, le pones el plato, la olla, una caridacita, ve
[imitándolos], ‘papito,bonito, patroncito, bonito,’ es vergonzoso
para vos mismo. Pero más digno es si tú te has cogido las cajitas
de chicles, o tus chocolates, y ofreces, chicles a 10 centavos, cho-
colates a 15 centavos. Estás prestando un servicio. Estás traba-
jando y estás ganándote dignamente tu plata”.22
Pocos, si ninguno, de las mujeres y niños admiten que
mendigan. Aún cuando ellos pueden revelar un conocimiento ín-
timo de la mendicidad, siempre enfatizan, “pero, yo no pido”. Al-
gunos admiten que solían mendigar, pero enfatizan que ya no lo
hacen. Cuando pregunté por qué, una mujer dijo, “pedir es malo”.
Cuando la presioné de un poco más, ella dijo,“porque en veces ha-
bla. En veces dice,‘¿Por qué no trabajas?’‘¿Por qué andan así?’‘Tra-
bajas vendiendo alguna cosa’, dice ‘ahí sí ayudamos’”. Ella dijo que
vender es “mejor” que mendigar, porque la gente no te molesta.23
Algunos otros reportaron un frecuente abuso verbal en las calles.
De acuerdo a Malena, ellos dicen cosas tales como, “¡anda a traba-
jar! ¡anda a lavar ropa! ¡no te andes en las calles!”24 Roberto reve-
ló que cuando él era más joven, los transeúntes le decían, “dile a tu
mamá que trabaje.”25
A las mujeres y muchachas jóvenes frecuentemente se
les ofrece empleo lavando ropa y/o realizando labores domésti-
cas, mientras están en las calles. Hasta a Viviana, una muchacha
de 11 años de edad, le han ofrecido empleo lavando ropa en la
casa de alguien.26 Pero ella siempre lo rechaza, tal vez reforzan-
do así la creencia que los indios son “vagos”. Aunque, los traba-
jos que les ofrecen son posiciones pobremente pagadas. A Sil-
via, una muchacha de 16 años, le ofrecieron empleo como sir-
vienta doméstica, con un salario de 30 dólares mensuales. Ac-
tualmente, ella gana 20 USD semanales en las calles, dinero que
utiliza para pagar sus costos educativos.27 Silvia asiste actual-
mente a un colegio de tiempo parcial en Ambato, lo cual es
muy significativo, considerando que no existe ni un sólo gra-
duado de colegio en la comunidad. El aceptar este trabajo po-
dría haber interferido mucho con su capacidad de asistir al co-
legio. Además, la casa de Silvia está en Calguasig; ella no tiene
interés en mudarse a Quito permanentemente y confinarse, a sí
200 misma, dentro de una casa extraña. Las mujeres y muchachas
Kate Swanson jóvenes, muchas veces, se sienten ofendidas cuando les ofrecen
empleo, especialmente si están vendiendo chicles en ese mo-
mento. En sus mentes, ellas ya tienen empleo como empresa-
rios independientes, en los cuales pagan mejor y, posiblemen-
te, mucho más seguros, que aquellos que les son ofrecidos.
Ya sea mendigando o vendiendo, los chicles son, mu-
chas veces, utilizados como una táctica. Por ejemplo, los niños
pequeños pueden obtener, sustancialmente, más dinero mendi-
gando que vendiendo. Por esta razón, muchas veces, los niños
combinan la mendicidad con la venta; pueden llevar una caja de
chicles, en una mano pero la otra mano está extendida. De esta
manera, ellos pueden juzgar cual aproximación será más exitosa,
dependiendo del transeúnte o intentar una aproximación dife-
rente si la otra falla.
Los mendigos de Calguasig también pueden haber
adoptado los chicles como una táctica, porque está fuera de los
principales objetivos municipales de aplicación de la ley. Por
ejemplo, muchos vendedores ambulantes venden panes, frutas,
vegetales o comidas caseras preparadas. Sin embargo, fuera de
los mercados estos vendedores se convierten inmediatamente en
blancos, porque sus mercancías son consideradas insalubres, a
menos que tengan permisos del Ministerio de Salud Pública (lo
cual es extremadamente raro). Los chicles, por otro lado, son una
“mercancía empaquetada y herméticamente sellada” como se re-
quiere en la Ordenanza Municipal 029.28 Además, las mujeres y
niños indígenas de Calguasig venden una pequeña cantidad de
chicles. Todos sus productos pueden ser llevados en una peque-
ña caja, pequeña funda o envueltos en una chalina sobre sus es-
paldas. Aun cuando ellos no tienen permisos de venta, la policía
municipal solamente puede confiscar sus productos si éstos es-
tán colocados sobre el piso. Ellos no pueden confiscar nada di-
rectamente de las manos del vendedor. La única cosa que pueden
hacer es desplazarlos u ordenarles que salgan del área.29
Tácticas similares han sido notadas frecuentemente, a
través de la literatura. A inicios del siglo, los mendigos taiwane-
ses solían manufacturar y vender guardapolvos de plumas. Los
críticos sospechan que éstos eran utilizados como implementos
para mendigar en lugar de productos lucrativos. Existía un ele-
mento de caridad al comprarlos y los compradores, muchas ve-
ces, eran generosos en sus pagos. Schak (1988: 51) escribe que és- 201
tos mendigos taiwaneses “estaban más interesados en utilizarlos Pidiendo caridad
en las calles
[los plumeros] como escudos contra los arrestos, que en vender-
los; si un policía se acercaba y cuestionaba al mendigo, él podía
mostrarle los plumeros y afirmar que era un vendedor ambulan-
te, no un mendigo”. Rose (1988) describe a los mendigos británi-
cos, en el año 1800, quienes utilizaban pequeñas ayudas, como
fósforos, pero afirma que la “última cosa que deseaban era ven-
der sus mercancías” (45).
La venta de chicles permite a los calguaseños describir-
se, principalmente, como vendedores callejeros. Ellos resienten
ser tratados como “mendigos disfrazados” cuando están ven-
diendo, e insisten que son arduos trabajadores. Las mujeres jóve-
nes y los niños están ansiosos de vender toda su mercancía, ya
que les produce un sentido de satisfacción al final del día. Pero,
pueden mendigar tácticamente cuando surge la oportunidad. Al
final del día o en los fines de semana, algunos niños participan
en lo que ellos refieren como yanga trabaju.30 Dependiendo del
contexto, el término yanga puede significar humilde, inservible,
en vano, simple o sin valor (Colloredo-Mansfeld, 1999), mien-
tras que trabaju significa trabajo. Si al final del día los niños han
vendido todos sus chicles, pueden participar en la mendicidad, o
yanga trabaju, hasta que sea tiempo de regresar a sus habitacio-
nes. O cuando aun no tienen suficiente dinero para comprar una
caja o dos de chicles, pueden mendigar hasta obtener lo que ellos
necesitan. Ellos no perciben esto como mendicidad, sino simple-
mente como una actividad adicional o necesaria, requerida para
complementar sus ingresos o una actividad, para mantenerlos,
obteniendo ganancias hasta el final del día. Cuando personal-
mente encontraba niños o mujeres jóvenes mendigando, casi
siempre insistían que “solamente se les acabaron los chicles”.
Sin tener en cuenta de cómo se autoperciben, las autori-
dades municipales y los miembros del público casi siempre los
perciben como mendigos o mendigos disfrazados. Esto no es úni-
co en Ecuador. El acuerdo para remover indeseables de las calles
en todas partes, ha guiado a definiciones objetivas, fluidas y de-
pendientes del contexto sobre la mendicidad. Por ejemplo, en un
intento de evitar la mendicidad de los niños entre los gitanos ir-
landeses, una amplia gama de actividades económicas informales–
que incluyen el canto, la performance y la venta –han sido crimi-
202 nalizadas bajo el título de “mendicidad” (Helleiner, 2003).
Kate Swanson

6.4.2 Performance
Inevitablemente, existe un elemento de “performance”
al mendigar. Tal como el vendedor que debe saber vender sus
productos, el mendigo debe tener la capacidad de comunicar su
necesidad. Citando a Goffman (1959), Lankenau (1999b) argu-
menta que el describir y teorizar la mendicidad, en términos de
rutinas dramáticas, es útil para comprender las interacciones e
intercambios de la mendicidad. Él describe a la acera como un
escenario sobre el cual los mendigos performan sus necesidades.
Una aproximación Butleriana a la performance puede
ser más apropiada al describir las tácticas empleadas por las mu-
jeres y niños indígenas de Calguasig. Como una teórica feminis-
ta, el trabajo de Judith Butler (1990), sobre performance y per-
formatividad,31 ha influido mucho en la geografía. Los geógrafos
han resumido su trabajo extensamente en todas partes; por lo
tanto, aquí no entraré en detalles (ver Nelson, 1999; McDowell,
1999; Gregson and Rose, 2000; Mahtani, 2002). Pero, brevemen-
te, ella argumenta que el género es una performance. De acuer-
do a Butler, las identidades hegemónicas de género se mantienen
por medio de la representación de actos repetitivos y estilizados.
Al estar actuando o “haciendo” género, estas identidades diferen-
ciadas por género al parecer se transforman en normativas o na-
turales (ver Mahtani, 2002).
La interpretación de Butler sobre la performance es un
concepto útil, porque sugiere que las identidades predefinidas no
existen. En su lugar, las identidades son construidas y mantenidas
a través de las representaciones o ‘haciendo guiones’ socialmente
estructurados (Mahtani, 2002). Los geógrafos han explorado es-
tas ideas, en una variedad de contextos, en un intento para desna-
turalizar las prácticas sociales (por ejemplo, ver Bell et al., 1994;
McDowell and Court, 1994; Lewis and Pile, 1996; Gregson and
Rose, 2000; Longhurst, 2000; Pratt, 2000; Thrift and Dewsbury
2000; Mahtani, 2002). Sin embargo, en un intento de empujar
más allá a esta literatura, Gregson and Rose (2000) argumentan
que, también debemos pensar sobre el espacio como performati-
vo de las relaciones de poder. Ellos argumentan que estas repre-
sentaciones están relacionadas a los espacios que ellas ocupan.
Por lo tanto, interpretado en esta manera, el escenario descrito 203
arriba por Lankenau (1999b) no es preexistente; más bien, los Pidiendo caridad
en las calles
mendigos llevan estos espacios dentro de su ser mediante sus pe-
formances.
Los procesos de racialización han estado ampliamente
ausentes de las discusiones sobre peformatividad. El trabajo de
Mahtani (2002) es una excepción notable. En el contexto de mu-
jeres de ‘raza mezclada’ en Toronto, Mahtani discute cómo los
procesos de racialización son relacionales a los espacios que ocu-
pan estas mujeres. Basándose sobre el concepto de Butler sobre
performatividad, el trabajo de Mahtani explora como estas mu-
jeres desempeñan varias peformances raciales, en espacios dife-
rentes, como una respuesta a las lecturas racializadas de sus per-
sonas. Como se discutió en el capítulo dos, los indígenas en los
Andes también tienen identidades relacionales étnicas y raciales,
las cuales cambian de acuerdo a los ambientes geográficos y so-
ciales. Continuando con el trabajo de Mahtani, en las siguientes
páginas exploro la espacialidad de la performance de las identi-
dades racializadas y étnicas en el contexto de las mujeres y niños
indígenas de Calguasig. Al hacer esto, llevo más allá el funda-
mento empírico del intento de Mahtani, demostrar los vínculos
entre la performance y la raza, particularmente cuando éstas
cambian en tiempo y espacio real.
Sin embargo, como Nelson (1999: 332) señala, la teoría
de la performatividad “no provee espacio para una reflexividad
conciente, o de una negociación o mediación en la construcción
de la identidad”. Butler, sugiere que la identidad se construye me-
diante performances de identidades hegemónicas forzadas, en
donde los sujetos carecen de intencionalidad. Más allá de lo de-
lineado por Mahtani, en las siguientes páginas trataré de referir-
me al modelo de Butler sobre performatividad. Estoy de acuerdo
con Mahtani (2002: 427) cuando ella establece que, “… al repre-
sentar performances raciales los participantes reconocen su
complejo papel en un mar de significados sociales, de manera
que ellos pueden aferrar y tomar control de las lecturas, de sus
identidades racializadas en tiempo y espacio reales”. El análisis
siguiente es un intento de revelar las tácticas performativas de las
mujeres y niños indígenas en el “hacer” de identidades racializa-
das y étnicas. Es un intento de revelar cómo ellos toman el con-
trol de las lecturas racializadas de sus cuerpos y de cómo sus in-
204 terpretaciones racializadas están relacionadas a los espacios que
Kate Swanson ellos ocupan.

La performance y los mendigos indígenas


Durante su investigación sobre mendigos indígenas y
vendedores de la calle en México, Martínez (2003) anota que los
migrantes mixtecas, a veces, pueden usar tácticamente ideas cul-
turales esencialistas (las cuales debemos anotar que no son de su
propia creación). Ella pregunta, “¿tal vez los grupos subalternos
toman ventaja del esencialismo, para ganar legitimidad de las
audiencias, quienes los escucharán solamente si ellos asumen es-
tas imágenes estereotipadas? (265) Colloredo-Mansfeld (1998:
195) observan que los indígenas otavaleños de Ecuador, renom-
brados internacionalmente por sus artesanías, “están muy cons-
cientes de los significados étnicos de sus ajuares y de su potencial
mercadeo”. En el camino hacia los mercados de turistas para ven-
der sus mercancías, ellos se colocan sus ponchos y chales y aban-
donan sus sacos y abrigos. Haciendo esto, ellos performan efec-
tivamente la autenticidad de sus identidades indígenas. Los cal-
guaseños también están bastante conscientes de la necesidad de
transmitir una cierta imagen en las calles. En un intento de per-
tenecer dentro de los discursos que circulan en los Andes, creo
que ellos, a veces, performan roles escencializados de “indios su-
cios”. El siguiente ejemplo es ilustrativo.
Un indígena amigo mío se interesó en mi investiga-
ción. En esta ocasión particular, él se aproximó a una niña de seis
años de edad, quien mendigaba en la estación Rio Coca del tro-
lebús. Graciosamente, y en quichua, le contó a esta niña que él
deseaba intentar mendigar. Pero ella lo tomó bastante en serio.
Después de dirigirlo a la esquina apropiada y decirle dónde pa-
rarse, cómo aproximarse a los automóviles y qué decir, ella lo en-
caminó. Cuando él se alejó caminando unos pocos metros, ella
lo llamó otra vez:
“No puedes pedir así. Estás mal vestido. Estás con ropa nueva.”
Luis preguntó, “¿Por qué importa?”
Ella respondió, “no te han de dar. Estás con ropa nueva. No vale”.32

En este caso, mi amigo estaba usando vestimentas no


tradicionales. En efecto, él estaba utilizando vestimentas occi-
dentales nuevas. El único indicio de su etnicidad era el hecho de 205
que hablaba fluidamente en quichua. En mi opinión, este ejem- Pidiendo caridad
en las calles
plo ilustra cómo hasta esta niña de seis años de edad, compren-
de que los mendigos indígenas deben encajar dentro de ciertos
moldes para tener éxito. En algún nivel, ella reconoce la perfor-
mance (p.e. de pobreza, raza y etnicidad) como relacionada a sus
ganancias.
Como las mujeres y niños indígenas migran entre los
espacios rurales y urbanos, ellos asumen múltiples posiciones
subjetivas, las cuales están enteramente relacionadas a los espa-
cios que ellos ocupan. Por lo tanto, mientras en Quito ellos pue-
den actuar su pobreza y su indianidad, en otras áreas ellos per-
forman su riqueza y/o su afiliación a la nación moderna. Por
ejemplo, generalmente, cuando los calguaseños abandonan el
pueblo para los días de mercado en Quisapincha y Ambato, vis-
ten sus prendas más bonitas y limpias. Los días sábados, en pre-
paración para el viaje a los mercados, las mujeres hacen hervir
grandes recipientes de agua para sus familias y se bañan. Lavan
su cabello, limpian sus cuerpos y lavan sus ropas. Un viaje al
mercado es, muchas veces, un evento festivo y social. Los en-
cuentros con amigos y conocidos de los pueblos vecinos son
oportunidades para mostrar sus nuevas prendas y pertenencias.
Por el contrario, los espacios del pueblo son espacios
para trabajar. Muy a menudo, los calguaseños trabajan y duer-
men con el mismo conjunto de prendas, hasta el sábado siguien-
te. Con el frío clima, a veces con fuertes lluvias, y abundante ba-
rro, tomar un baño mientras tiritan desnudos sobre el frío y su-
cio piso, es realmente un quehacer desagradable. Las prendas
son, frecuentemente, lavadas y colgadas para secarse solamente
ser cubiertas rápidamente de polvo y ceniza,33 hasta que llueva
otra vez. Mientras que los rostros, manos y pies son lavados dia-
riamente, el baño se mantiene como un ritual semanal.
Cuando los calguaseños emigran a Quito, a diferencia
del mercado, éste no es un evento festivo. Quito, al igual que Cal-
guasig, es un espacio para trabajar. En lugar de ponerse sus me-
jores prendas, ellos utilizan sus prendas de trabajo como si fue-
ran a trabajar en los campos. Sin embargo, como el trabajo en los
campos, ellos reconocen a la mendicidad como un trabajo, en
donde se debe vestir apropiadamente. Tal vez, la más frecuente
manera de comunicar necesidad es utilizando prendas que pro-
206 vocan lástima. Así, las prendas sucias y de apariencia desaliñada
Kate Swanson son marcadores claves para identificarlos como mendigos. En
México, a los mendigos y vendedores de la calle se les acusa de
fingir su pobreza y ganar dinero, en base a sus “pintorescos ves-
tidos” (Martínez, 2003: 255). Pero tal vez estas prendas, las cua-
les probablemente contribuyen a su estigmatización como “in-
dios sucios”, o las suposiciones de que ellos están ganando dine-
ro en base a su etnicidad, son vestimentas funcionales que les
permiten algún nivel de éxito en sus trabajos.
¿Están actuando papeles esencializados como “indios
sucios”? En algún nivel, ellos lo son, porque las apariencias sucias
y desaliñadas les permiten ganar legitimidad como mendigos.
¿Están ganando dinero basándose en sus “pintorescos vestidos”?
No necesariamente, porque la manera en que ellos se visten en
las calles, difiere muy poco de la manera en que ellos lo hacen en
sus comunidades. No obstante, los hombres y mujeres indígenas
están muy conscientes del hecho que las jóvenes muchachas in-
dígenas, quienes tienden a vestir tradicionalmente, ganan más
que los jóvenes muchachos indígenas. Los niños pequeños, co-
mo se ilustró en el ejemplo anterior, también parecen estar cons-
cientes de la necesidad de actuar su raza, etnicidad y pobreza en
las calles. Yo encontré que, mientras se preparaban para tomarse
las fotografías, los niños casi siempre se quitaban sus chales y
sombreros, y si era posible, lavaban sus rostros y peinaban su ca-
bello. Así, la imagen que presentaban en las fotografías era muy
diferente de la imagen que presentaban en las calles.
El hecho de que los mendigos participen en la perfor-
mance, no implica que sean artistas tramposos o que estén fin-
giendo su pobreza. Tampoco afirma que son “indios sucios”. Da-
do el estigma asociado con la mendicidad, no es una ocupación
registrada con gran facilidad. Como acertadamente escribió Or-
well: “un mendigo mirado realísticamente, es simplemente una
persona de negocios, ganándose la vida, como otra persona de
negocios, de la manera que esté más a la mano” (1933, citado en
Dean and Melrose, 1999:83). Debido a que aquellos individuos
juzgan a los mendigos de acuerdo a su autenticidad y a la nece-
sidad que se percibe, el actuar se vuelve imperativo. Así, al inter-
pretar roles esencializados como “indios sucios”, los calguaseños
transmiten efectivamente sus auténticas necesidades y toman
control de las lecturas racializadas de sus personas.
207
Pidiendo caridad
en las calles
6.4.3 La “renta” de niños
Las mujeres indígenas casi siempre tienen un bebé en
sus espaldas o un niño pequeño a su lado. El control de la na-
talidad es muy limitado en la comunidad y, consecuentemen-
te, las mujeres están embarazadas o dando el pecho en la ma-
yoría de sus años fértiles. También las mujeres tienen pocas, o
ninguna, elección para el cuidado infantil. La guardería comu-
nitaria ha sido introducida recientemente en Calguasig, pero
todavía no ha llegado a ser popular. La noción de que otros in-
dividuos fuera de los miembros de la familia ampliada debe-
rían criar y cuidar a los niños pequeños, permanece extraña. 34
En consecuencia, cuando las mujeres empiezan a emigrar a la
ciudad por primera vez, llevan a sus niños pequeños con ellas.
Sin embargo, han descubierto rápidamente que las mujeres
con niños ganan más dinero que las que no los tienen. Un sa-
cerdote salesiano explicó su percepción sobre cómo se produ-
jo esta situación:
Descubrieron que era bueno ir por las calles de Quito, sucios,
descalzos, harapientos. Porque entonces la gente lo veía pobre-
cito este, ‘toma, toma.’ Entonces no era gente mal preparada.
Con los de Tungurahua, yo me acuerdo, podías hablar de polí-
tica y te sostenían la conversación y opinaban. Tenían criterios
formados y cosas. No eran tontos. Y después exageraban tam-
bién porque, en cierto punto, las mujeres, las viejitas se arrenda-
ban los niños, alquilaban los niños de otros. Iban con estos y los
llevaban por las calles. Pagaban un arriendo, pagaban una cuo-
ta para poder tener un poco el instrumento de trabajo. Pues que
eran estas criaturas ahí llorando todo el día y tiempo.35

El descubrimiento de que los niños aumentan la em-


patía, de ninguna manera es único de los calguaseños. En la ciu-
dad Victoriana, los críticos escribieron sobre mendigos profesio-
nales, quienes alquilaban “niños de apariencia lamentable” y de
mujeres quienes los alquilaban por 2 chelines al día (Rose, 1988).
Ellos declaran que los mendigos tomaban prestados o rentaban
niños para formar una “escena familiar más conmovedora”, o pa-
ra utilizarlos como “apoyos desgarradores” (Murdoch, 2003). En
China (Schak, 1988), India (Chaudhuri, 1987), México (Martí-
208
nez, 2003), Irlanda (Gmelch, 1979), y en Inglaterra (Hermer, por
venir), a las mujeres se les ha estado acusando de rentar o utili-
Kate Swanson
zar niños con el propósito de mendigar. Tal como las organiza-
ciones de ayuda caritativa confían en la imagen de un niño de
ojos desorbitados y sufrido para solicitar donaciones, parece ser
que los mendigos alrededor del mundo han hecho lo mismo des-
de hace mucho tiempo.
Gmelch (1979:55) describe a las mujeres gitanas irlan-
desas cuando salen para mendigar:
Ellas utilizan un uniforme de mendigo compuesto de ropas su-
cias y andrajosas y una “alfombra” (chal o pañuelo), la cual está
atada alrededor de su cuerpo. Un bebé o niño pequeño es igual
de importante. Y si no está disponible en la propia familia de la
mujer, tomará prestado un infante de otra familia del campa-
mento. Si esto falla, algunos harapos rellenan el chal para simu-
lar un bebé.

Como previamente se anotó, aumentar la empatía es


crucial para el éxito de los mendigos. Como estableció uno de los
trabajadores sociales de Guayaquil: “la gente ve un niño y ense-
guida le ofrece dinero”.36 Por esta razón, los bebés y los niños pe-
queños han llegado a ser parte importante de las tácticas de
mendicidad de las mujeres. Como los gitanos irlandeses, cuando
las mujeres jóvenes o solteras van a la ciudad y no tienen todavía
niños propios, a veces llevan a niños pertenecientes a los miem-
bros de sus familias ampliadas. A cambio, estas mujeres deben
retornar el 50% de las ganancias del niño y entregarlo con un
nuevo conjunto de vestimenta.37
Los trabajadores sociales critican a las calguaseñas por
“rentar” niños; sin embargo, las mujeres no están de acuerdo.
Más bien, ellas perciben esto como prestando o mandando ni-
ños. Al enviar a los niños pequeños a la ciudad con sus parien-
tes, ellas creen que están permitiendo a los niños conocer la ciu-
dad.38 Esto es considerado como un beneficio para el niño. Tam-
bién pueden existir elementos de socialización y entrenamiento.
Los niños, quienes van a la ciudad a una edad temprana, apren-
den cómo ganar ingresos y llegan a ser contribuyentes más pro-
ductivos para la familia. El enviar a los niños también puede es-
tar atado una economía de cuidado organizado. Esto releva tem-
poralmente a los padres de algunas de sus responsabilidades, con
el cuidado de los niños, y les permite enfocarse en otras activida-
des. Además, el ingreso adicional que se gana al “prestar” los ni- 209

ños a sus hermanas, tías o primos, trae mucha de la ayuda finan- Pidiendo caridad
en las calles
ciera necesaria.
De acuerdo al profesor de Quichua y Filosofía Andi-
na, el préstamo de niños es una práctica largamente mantenida
entre las familias indígenas. Cuando él estaba creciendo, a su
padre, un tejedor, se le prestaron varios niños como aprendices.
Él siente que esta práctica tiene mucho que ver con la redistri-
bución de la riqueza. Si los padres son incapaces de cuidar a sus
niños o si uno de los miembros de la familia necesita asistencia
en el hogar, ellos pueden prestar, temporal o permanentemen-
te, un niño a un miembro de su familia ampliada, quien asume
así la responsabilidad por la alimentación, vestido y vivienda
del niño.39 Esta práctica también ha sido documentada por
Weismantel (1995) en el área rural indígena de Zumbagua-Co-
topaxi. En la ciudad, los niños son como aprendices. Mientras
están bajo su cuidado, los parientes les proveen conocimientos,
alimento y vivienda. Hasta su regreso al pueblo, un juego de ro-
pa comprado puede representar simbólicamente que sus nece-
sidades de vestido igualmente fueron satisfechas. Asimismo, las
ganancias compartidas pueden ser un gesto recíproco para re-
distribuir su reciente adquirida “riqueza”.

6 . 5 El consumo en el pueblo
Para los calguaseños, la mendicidad y la venta de chi-
cles se han convertido en medios importantes para sacarlos de la
pobreza. Desde mediados de los años noventa, las mujeres y ni-
ños, hábilmente, han cavado un nicho para ellos mismos, el cual
ahora necesariamente contiene elementos tácticos y performati-
vos. Sus éxitos en Quito han inducido a pocas familias a emigrar
tan lejos, como a Bogotá-Colombia durante, la temporada navi-
deña. En Colombia ellos mendigan pesos y, muchas veces, regre-
san con cantidades substanciales.40
Sin embargo, aunque parece contradictorio, aquellos de
Calguasig, aunque son muy pobres, no son los más pobres de
Ecuador. Comparadas con las de otras comunidades indígenas en
la sierra rural, las tierras de Calguasig se mantienen relativamen-
te fértiles y todavía no están muy erosionadas como para trans-
formarse en arcilla compacta.41 Uno de los maestros indígenas de
210
la escuela de Calguasig cree que la tierra en su provincia natal de
Kate Swanson
Chimborazo es mucho peor. Como en muchas partes de Chim-
borazo (una provincia al sur de Tungurahua), la tierra en su co-
munidad está fuertemente erosionada y es muy árida. En Calgua-
sig, aunque la tierra es empinadamente inclinada, el agua es
abundante y el manto de suelo se mantiene profundo. La herma-
na Diana, una monja indígena, quien ocasionalmente trabaja en
Calguasig, expuso sus puntos de vista sobre la situación:
En comparación con otros sectores, esta comunidad debe ser
bastante productiva porque tienen bastantes terrenos y…la tie-
rra es bien productiva…En otras comunidades, no tienen sufi-
ciente tierra, pero hay algunos terrenos ya parcelados bien pe-
queñitos. Pero ahí parece que le va un poquito mejor. Pero en
esta comunidad, yo si he visto bastante la pobreza. Quizás por-
que se han quedado atrás o tal véz se han entregado al facilismo.
O quizás muchos proyectos que vienen y la gente como que se
acostumbra solamente a recibir.42

Otros líderes indígenas también son críticos y cuestio-


nan los motivos para mendigar de los calguaseños. Evocando el
discurso acerca del pobre “digno” versus el “indigno”, un líder del
partido Pachakutik dijo:
A veces la gente vienen buscando trabajos fáciles o han vuelto en
el facilismo. Entonces la gente viene, botan sus pedacitos de terre-
no – hasta cierto punto, puede ser justificado porque produce,
seis, siete meses la papa, la cebada, habas – pero a veces, la gente
viene acá a la ciudad para mendigar. A veces es un poquito con-
tradictorio que, por supuesto habrá gente que no tiene nada, pe-
ro también habrá gente que, de pronto, tiene algo y entonces de-
jan botando su terreno y viene acá a la ciudad para pedir cari-
dad… Eso me parece un poquito injusto, por un lado, porque hay
otras algunas comunidades que son extremadamente pobres.43

Aunque sin desacreditar su pobreza, estos individuos


creen que los calguaseños podrían encontrar otras maneras de sa-
lir adelante. Ellos también expresan que más allá de su participa-
ción en la mendicidad, esto incrementa el prejuicio contra la gente
indígena de Ecuador. De acuerdo a la hermana Diana, “a las comu-
nidades indígenas, muchas veces, se las ve mal porque se ha dicho
por mucha gente, que los indígenas son mendigos y nada más”.44
Los indígenas de las comunidades vecinas también cri- 211
tican a los calguaseños. Los acusan de mendigar solamente para
Pidiendo caridad
construir grandes casas y para comprar camionetas. Esto resuena en las calles

con las críticas de los comerciantes sobre los vendedores callejeros


mixtecas y los mendigos en Tijuana, a quienes los acusan de men-
digar “por codicia, no por necesidad” (Martínez, 2003: 257). El lí-
der de una de las comunidades vecinas a Calguasig, de igual ma-
nera, asevera que los calguaseños mendigan porque son codicio-
sos y flojos: “tienen terreno, tienen unos animalitos, entonces los
que piden caridad hacen unas buenas casas de dos y tres pisos.” Él
reclama que las únicas familias que pueden permitirse el lujo de
una camioneta, son los mendigos. Compara esto con su propia co-
munidad donde nadie mendiga y ni una sola familia posee un au-
tomóvil.45 Aún dentro de la comunidad, los que no mendigan cri-
tican a los mendigos. Una mujer se quejó que,
“con la plata que hacen, construyen unas buenas casas, a veces
se visten bien, a veces compran terreno. Pero como yo he salido
poco a trabajar, tuve que hacer la casa cuidando animales. Pero
las otras compañeras no. Hacen casas. Ahorita mismo ya es co-
mo estar en el centro. Ya no hay casas de paja como antes. Ya só-
lo losas nomás”.46

Para algunos, la migración se ha transformado en más


que solamente una “estrategia de supervivencia”. La migración
también puede ser una estrategia de acumulación, dirigida por el
consumo ostentoso y el estatus (Bebbington, 2000; Colloredo-
Mansfield, 1994). En los años recientes, las casas de losa (casas
hechas de bloques de cemento y cubiertas por losas), las camio-
netas, las bicicletas, los teléfonos celulares y las nuevas prendas
de vestir se han convertido en codiciados símbolos de status de
la comunidad. Las bodas, bautizos y fiestas también son eventos
en donde los calguaseños gastan grandes cantidades de dinero.
En ocasiones, gastan las ganancias de todo el año en una fiesta
masiva para elevar su estatus y su estima.47
Sin embargo, estas fiestas también tiene mucho que
ver con las nociones de reciprocidad y redistribución de la ri-
queza, ambos son valores muy importantes en la sociedad an-
dina. En los sistemas tradicionales de creencias, muchos creen
que la falta de reciprocidad podría resultar en una enfermedad
personal. Durante el periodo colonial, los gestos de reciproci-
dad y prácticas de redistribución fueron fortalecidas puesto
212
que llegaron a ser cruciales para la supervivencia básica.48 Mo-
dernos ejemplos de estas continuas prácticas se encuentran en
Kate Swanson
las mingas, o proyectos comunales de trabajo, donde un miem-
bro rotativo de cada familia debe compartir su trabajo en una
base semanal o cada dos semanas;49 mediante intercambios ri-
tualizados de comida y de bebida (ver Weismantel, 1988); y por
medio de las fiestas. Mediante las celebraciones masivas, en
particular, la riqueza es simbólicamente redistribuida en toda
la comunidad, mientras los lazos de reciprocidad son a la vez
creados y mantenidos.50
En los años recientes, muchos están intentando adqui-
rir un estándar de vida como el que ven en la televisión o como
el que encuentran en la ciudad. En las tardes, las familias se jun-
tan sobre camas de estructuras de madera, acolchadas con paja,
para mirar las telenovelas latinoamericanas en pequeñas televi-
siones en blanco y negro. Los niños entienden poco, pero a pesar
de eso están pegados a las escenas dramáticas que se despliegan
ante sus ojos. Ellos miran a hombres blancos ricos y mujeres ru-
bias manejando hermosos carros, viviendo en amplias mansio-
nes, y trabajando como ejecutivos de gran poder, un mundo no-
tablemente diferente al suyo. A través de estas telenovelas, tam-
bién, observan una visión de juventud que varían radicalmente
de sus propias experiencias y les impulsan a creer que ellos pue-
den obtener esto (materialmente, al menos) en la ciudad. Un sa-
cerdote salesiano explicó cómo este proceso se replicaba por sí
mismo: “cuando van [a la ciudad], son la envidia de los otros jó-
venes que dicen, ‘sí en la ciudad sí puedo comprar un Walkman,
puedo comprar reloj, gafas, puedo comprar bicicleta, entonces la
ciudad da plata, ¡vamos entonces porque yo no me quiero que-
dar atrás!”51 (Fotografía 6.2).

213
Pidiendo caridad
en las calles

Fotografía 6.2: Muchachos y sus bicicletas nuevas. Las estructuras detrás de ellos perte-
necen al Iglesia Católica (y son los edificios más bonitos en la comunidad).
Mientras que la mendicidad puede haber empezado
como una ‘estrategia de supervivencia’, se ha convertido en una
actividad que ha permitido ambas, sutiles y dramáticas, transfor-
maciones en la comunidad. Pero de ninguna manera los calgua-
seños ahora son más ricos. Aunque ellos pueden usar sus ganan-
cias por mendigar y vender para construir casas de dos y tres pi-
sos, la mayoría de estas casas permanecen vacías o parcialmente
terminadas, mientras los miembros de la familia trabajan en la
ciudad para pagar sus deudas. Todavía muchas tienen pisos de
tierra, y les faltan verdaderas puertas y ventanas. Muy pocas son
actualmente casas de losa, puesto que les falta la capa exterior de
losa de cemento. Más bien, existen trabajos en progreso que len-
tamente se ejecutan, en la medida que los ingresos están dispo-
nibles (Fotografía 6.3). También estas casas están, muchas veces,
escasamente amuebladas: los muebles consisten en una o dos es-
tructuras de camas y un armario de madera. Muchos se sientan
sobre troncos o fundas de cemento para comer y debido a la fal-
ta de cubiertos, deben comer con sus manos (Fotografía 6.4). Y,
mientras, actualmente sólo unas pocas familias poseen camione-
tas, la mayoría de ellas son de 20 a 30 años de antigüedad y están
en condiciones muy pobres.
Me refiero a este consumo como “ostentoso” porque,
a nivel de la comunidad, estas casas y camionetas revelan esta-
tus. Por ejemplo, las casas tradicionales eran hechas de barro y
techo de paja. Aunque húmedas y oscuras, eran muy calientes.
Debido a su calor, los conejillos de indias o cuyes (criados para
consumo), vivían al interior con las familias. Pero estas nuevas
casas de bloques de cemento son muy frías, particularmente,
porque a muchas les faltan cristales en las ventanas y en su lu-
gar utilizan láminas sueltas de plástico, para bloquear el viento.
En efecto, son tan frías que los conejillos de indias no pueden
214 sobrevivir y tienen que ser alojados en cuartos separados (y
Kate Swanson más calientes). Estas casas están diseñadas solamente para re-
plicar las estructuras urbanas, pero no son muy prácticas para
la vida a 3.400 metros.
Aunque algunos miembros de la comunidad pueden
usar algo de sus ganancias para el consumo ostentoso y el aumen-
to de status, la comunidad se mantiene terriblemente empobreci-
da. Los miembros “más ricos” de la comunidad, muchas veces,
tienen serias deudas debido a los préstamos y pagos sobre sus ca-
Fotografía 6.3: Una casa de concreto nueva. Nótese la falta de puertas y el tejado de la te-
rraza sin terminar.

215
Pidiendo caridad
en las calles

Fotografía 6.4: Al interior de la cocina de una casa de bloques de concreto. La familia se


sienta sobre bloques de concreto y troncos para comer su alimento. Ellos poseen dos co-
cinetas de gas (a la izquierda) pero prefieren cocinar con leña (a la derecha) porque man-
tiene la cocina caliente. Aunque la temperatura ronda los cero grados centígrados en la
noche, ninguna casa tiene calefacción.
sas y camionetas. Mientras que las casas tradicionales podrían ser
completamente construidas de materiales que se encuentran den-
tro de la comunidad, los que se requieren para construir casas
nuevas de bloques de cemento deben ser comprados. Con las ta-
sas de interés al 18%, tiene mucha dificultad en pagar sus présta-
mos. La hermana Diana dice que, muchas veces, le cuentan que,
“nos vamos a pedir porque nos falta dinero”. Ella continúa: “o, a
veces, dice que tenemos muchos hijos”. Hay algunas que tienen
ocho, nueve hijos y que les hace falta dinero para poder sobrevi-
vir. Entonces dicen que ellos salen [a la ciudad]”.52
Como establece Bebbington (2000: 510), los indivi-
duos confían en la migración “para fines que no son únicamen-
te de supervivencia, y en muchos casos, han cambiado la migra-
ción en estrategias que a la vez crean recursos económicos y re-
producen lugares rurales”. Aunque mendigar empezó como una
‘estrategia de supervivencia’, ahora abarca el consumo ostentoso
y el status. Bombardeados con imágenes materiales de un cada
vez más complejo mundo, muchos miembros de la comunidad
aspiran a las vidas idealizadas que ellos atestiguan en la televisión
y la ciudad. Es muy importante reconocer que existen muchas
dinámicas alrededor de la participación de mujeres y niños en la
mendicidad y en la venta callejera, pero también hay que darse
cuenta que su participación les ha permitido conseguir posibili-
dades, que previamente eran inalcanzables, tales como el colegio,
las camionetas y las casas de concreto.

6.6 Resumen
Este capítulo ha explorado el por qué la mendicidad es
moralmente problemática dentro de la economía capitalista, y
aplicó este discurso a las mujeres y niños indígenas en Ecuador.
216
Específicamente examinó tres preguntas de investigación i) el lu-
Kate Swanson
gar simbólico del mendigo en la sociedad capitalista; ii) cómo las
mujeres y niños indígenas luchan contra sus estigmatizadas
identidades en la esfera urbana; y iii) cómo la mendicidad afec-
ta o transforma sus comunidades. Al hacer esto, se reveló cómo
la interpretación de los niños y mujeres indígenas como “indios
sucios, vagos” y “mendigos disfrazados” trabajan para desacredi-
tar la autenticidad de su pobreza. Un análisis de la mendicidad a
través de los lentes del género, la raza, y niñez también reveló, co-
mo las mujeres y niños indígenas son interpretados como ‘fuera
de lugar’ en las calles urbanas y como su exclusión está, muchas
veces, enmarcada como en favor de los mejores intereses de los
niños. Este capítulo también exploró como los calguaseños con-
fían en tácticas, tales como la venta de chicles, la performance y
la “renta” de niños, para luchar y renegociar sus identidades es-
tigmatizadas en la esfera urbana. También se anotó que la men-
dicidad – una actividad altamente estigmatizada – provee a las
mujeres jóvenes con una alternativa preferida al trabajo domés-
tico. La mendicidad permite a las mujeres jóvenes mantener la
independencia económica y la libertad de perseguir sus objetivos
educativos. Finalmente, este capítulo ha explorado cómo la
mendicidad retroalimenta el consumo en el pueblo. Se anotó
que mientras la mendicidad empieza como una estrategia de ‘su-
pervivencia’, luego ha evolucionado hasta abarcar el consumo os-
tentoso y el status. Sin embargo, los calguaseños continúan terri-
blemente empobrecidos.

Notas:
1 Trabajador Social, Fundación Crecer. Entrevistado por la autora. Junio 30
de 2003. Guayaquil.
2 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
3 Director Nacional, PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9
de 2002. Quito.
4 Planificadora urbana, Municipio de Quito. Entrevistada por la autora.
Septiembre 8 de 2003. Quito.
5 Planificadora urbana, Municipio of Quito. Entrevistada por la autora.
Septiembre 8 de 2003. Quito.
6 Planificadora urbana, Municipio of Quito. Reunión entre planificadores
del Municipio de Quito y trabajadores sociales de la Fundación Don Bos-
co. Septiembre 2 de 2003. Notas de campo.
7 Oficial de comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio Popular, 217
Zona Centro, Municipio of Quito. Entrevistado por la autora. Julio 25 de Pidiendo caridad
en las calles
2003. Quito.
8 Trabajadora social, Mi Caleta. Entrevistado por la autora. Julio 29 de
2003. Quito.
9 Monja indígena, Hermana solidaria de los pobres. Entrevistada por la au-
tora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
10 Sacerdote Capuchino, afiliado del Municipio de Quito. Reunión entre
planificadores del Municipio de Quito y trabajadores sociales de la Fun-
dación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Notas de campo.
11 Planificador Urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
12 Estas son todas las cosas que observe mientras viví en Ecuador. Además
de caramelos, muchos de los artículos donados son accesorios usados que
ya no tienen valor para el donante.
13 Sacerdote Capuchino, afiliado del Municipio de Quito. Reunión entre
planificadores del Municipio de Quito y trabajadores sociales de la Fun-
dación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Notas de campo.
14 Leo, 8 años, mendigo, vendedor callejero y acróbata. Entrevistado por la
autora. Agosto 10 de 2003. Quito. Rita (madre de Leo), vendedora calle-
jera. Entrevistada por la autora, Agosto 10 de 2003. Quito. Maestro
(Maestro de Leo), Proyecto Salesiano Chicos de la Calle. Entrevistado por
la autora. Septiembre 3 de 2003. Quito.
15 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
16 Rita, vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto 10 de 2003.
Quito.
17 Director Nacional, PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9
de 2002. Quito.
18 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
19 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
20 Ejemplo de la encuesta: “El niño estaba en el regazo. El niño tenía un ara-
ñazo en la frente, bolsas bajo sus ojos, marcas en la nariz y contusión en
el ojo izquierdo. Ningún juguete. Ningún bicho.” (Hermer, por venir).
21 Trabajadores sociales, Fundación Don Bosco. Conversación informal. Ju-
nio de 2002. Notas de campo.
22 Sacerdote Salesiano, Director de la Hospedería Campesina Don Bosco
Chillogallo. Entrevistado por la autora. Septiembre 3 de 2003. Quito.
23 Juanita, 24 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Abril 30
de 2003. Calguasig.
24 Malena, 14 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. July 11
de 2003. Quito.
25 Roberto, 14 años vededor callejero y mendigo ocasional. Entrevistado por
la autora. Septiembre 10 de 2003.
26 Viviana, 11 años vededora callejera y mendigo ocasional. Entrevistada
por la autora. Septiembre 10 de 2003. Quito.
218
27 Silvia, 16 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto 8
Kate Swanson de 2003. Quito.
28 La Ordenanza Metropolitana 029 se puso en efecto en enero del 2000. Se
refiere a las actividades comerciales en el espacio público.
29 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
30 Viviana, 11 vendedora callejera y mendigo ocasional. Entrevistada por la
autora, Septiembre 10 de 2003, Quito. Roberto, 14 vendedor callejero y
mendigo ocasional. Entrevistado por la autora. Septiembre 10 de 2003.
Quito.
31 Como explicaron Gregson and Rose (2000: 441), “performance” – lo que
los individuos hacen, dicen y actúan – es asumida dentro y debe estar
siempre conectada a la “performatividad”, la cual ellos describen como las
“prácticas citacionales las cuales reproducen y subvierten el discurso, y
que al mismo tiempo capacitan y disciplinan a los sujetos y sus pefor-
mances”.
32 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Transcrito por la autora poco tiempo después de ocurrido el inci-
dente. Septiembre 5 de 2003. Notas de campo.
33 La comunidad está bastante cerca del activo Volcán Tungurahua. Aunque
una erupción no es una amenaza para la comunidad, la ceniza volcánica
se posa sobre la comunidad.
34 Monja indígena, Hermana solidaria de los pobres. Entrevistada por la au-
tora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
35 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. Noviembre 26 de 2002.
Quito.
36 Director, Fundación Crecer. Entrevistado por la autora. Junio 30 de 2003.
Guayaquil.
37 Isabel, 16 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto 16
de 2003. Quito.
38 Malena, 14 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. July 14
de 2003. Quito.
39 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Conversación dirigida. Julio 25 de 2003. Quito. Notas de campo.
40 Natalia, 16 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto
28 de 2003. Quito. Notas de campo.
41 Agrónomo, CESA. Entrevistado por la autora. Diciembre 16 de 2002.
Quito. Agrónomo, Ministerio de Agricultura, Provincia de Tungurahua.
Entrevistado por la autora. Mayo 28 de 2003. Especialista en Conserva-
ción Ambiental y Forestal, CESA. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de
2003. Me dí cuenta por observaciones personales que en las provincias de
Chimborazo y Cotopaxi, en muchas áreas, en verdad la tierra es como del
cemento.
42 Monja indígena. Entrevistada por la autora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
43 Miembro del Congreso Nacional y Presidente de la Commisión para Asun-
tos Indígenas. Entrevistado por la autora. Septiembre 10 de 2003. Quito.
44 Monja indígena. Entrevistada por la autora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
45 Líder comunitario, Quisapincha Alto. Entrevistado por la autora. Mayo 219
28 de 2003. Quisapincha. Pidiendo caridad
en las calles
46 Miembro de la comunidad, Calguasig. Entrevistado por la autora. Abril
27 de 2003. Calguasig.
47 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. Septiembre 3 de 2003.
Quito.
48 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Conversación dirigida. Julio 4 de 2003. Quito. Notas de campo.
49 Ésta es la norma en Calguasig. En otras comunidades, las mingas ya no
son muy importantes o regulares.
50 Ibíd.
51 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. Septiembre 3 de 2003.
Quito.
52 Monja indígena. Entrevistada por la autora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.

220
Kate Swanson
Capítulo VII

LA POLÍTICA DE EXCLUSIÓN

7 . 1 I n t roducción
Este capítulo explora la política de exclusión en las ciu-
dades de Quito y Guayaquil. Examina cómo la exclusión de los
mendigos, los vendedores ambulantes y niños trabajadores está
enmarcada en un discurso acerca de la pureza y deshonra. Para
‘sanear’ la imagen urbana, la ideología dicta que estos ‘otros’ in-
dividuos deben ser desplazados de los sectores turísticos princi-
pales de la ciudad. Estos temas se exploran a través del análisis de
una ley nacional, que apunta hacia los niños indigentes y adoles-
centes, una redada policíaca de niños mendigos, una propuesta
campaña contra la mendicidad, y los proyectos de revitalización
urbana en Quito y Guayaquil.

7 . 2 La política de exclusión
221
Como las ciudades en el mundo están, cada vez más,
Pidiendo caridad
involucradas con la imagen urbana, la “habitabilidad” y el influ- en las calles

jo del capital global, muchos se han vuelto a un remedio legal


“para limpiar las calles de aquellos abandonados por la globali-
zación” (Mitchell, 1997: 305). Aquellos abandonados muy a me-
nudo incluyen a los mendigos. Ansiosos de proyectar una ima-
gen saneada de la ciudad, en donde los residentes no tienen que
tratar con las realidades incómodas de la pobreza visible, las mu-
nicipalidades intentan empujar estos ‘otros’ individuos a las
afueras de la ciudad y más allá. Smith (1996) se refiere a esta
reestructuración de la geografía urbana, como la “ciudad revan-
chista”. Como previamente se discutió, él describe esto como una
reacción vengativa, derechista contra los pobres, como las clases
dominantes intentan “domar la ciudad salvaje” y traerla (otra
vez) a su control.
Existe una historia larga de geografías imaginarias, en
donde los individuos racializados, diferenciados por género, cla-
se y considerados como los otros son interpretados como amena-
zas para el grupo dominante y así, localizados ‘en cualquier par-
te’ (Sibley 1995). Ya he discutido cómo en los Andes, los indios es-
tán firmemente localizados en la esfera rural (Radcliffe y West-
wood, 1996; también véase Peters, 1996). A través del racismo hi-
giénico, su presencia en la esfera urbana se construye como una
fuente potencial de contaminación para los blanco-mestizos. Es-
te racismo se manifiesta en las ocurrencias cotidianas: yo estaba
una vez con un grupo mixto de blanco-mestizos y de indígenas,
cuando una doctora blanco-mestiza empezó a rascar su pierna y
se quejó ruidosamente de ser mordida por las pulgas, mientras
echaba una mirada alrededor, notando que había sido “un largo
tiempo atrás” en el que había compartido espacio con los indios.
Para mantener los espacios de la ciudad ‘saneados’, los grupos do-
minantes cuentan con un distanciamiento social y espacial para
mantener fuera a estas gentes ‘mancilladas’ (Sibley 1995).
Mitchell (1995: 118) anota que “las personas sin hogar
se han vuelto algo como un ‘indicador de especies’ que es un pre-
sunto diagnóstico de la mala salud del espacio público, de la ne-
cesidad de ganar el control, de privatizar y racionalizar los espa-
cios públicos en los lugares urbanos”. Lo mismo puede decirse
sobre los mendigos y los niños callejeros. Estos individuos ame-
nazan el significado ‘apropiado’ del espacio o, más bien, ellos
222 amenazan la construcción ideológica dominante de espacio. Co-
Kate Swanson mo Cresswell (1996) ha descrito, se conectan a menudo los luga-
res particulares con los significados particulares para fortalecer
las posiciones ideológicas. Los aspectos de lugar dados por sen-
tados, se usan para dirigir la atención lejos de los problemas so-
ciales y reformular el problema en lo que se refiere a la calidad
del lugar en particular. Por consiguiente, el problema se transfor-
ma sobre eliminar a los mendigos y niños de las calles (enmarca-
do en el discurso del sentido común que “las calles no son un lu-
gar para un niño,” por ejemplo), en lugar de intentar alivian las
grandes fuerzas que los empujan allí, en el primer lugar.
Mucho de lo anterior ha sido escrito con referencia a
las ciudades en el norte. Aunque situado en una región periféri-
ca del sur, la era de la política revanchista suena verdadera en
Ecuador. En Quito y Guayaquil, las municipalidades han empe-
zado proyectos recientemente para remover a los trabajadores
informales y mendigos de las calles. Sin embargo, con diferencia
a muchos proyectos en el norte, éstos no están manejándose co-
mo un impulso para la gentrificación urbana sino, más bien, co-
mo un impulso para el turismo global. Hay una creencia que la
revitalización de la ciudad, por medio de la afluencia de capital
global, llevará inevitablemente a la reactivación de la economía.
Ansiosos de proyectar una purificada y saneada imagen de la na-
ción, el giro particular del Ecuador hacia el revanchismo puede
producirse mediante su compromiso más transparente con el
proyecto de blanqueamiento. Dentro de esta ‘moderna’ visión de
la nación, “los indios sucios” y aquéllos (predominantemente, las
personas no blancas) abandonados por el desarrollo capitalista,
ciertamente no encajan.
Estos proyectos de revitalización tienen críticos. En
una reciente reunión entre la municipalidad y asistentes sociales
del FDB, una trabajadora social se burló sarcásticamente de la
campaña de la ciudad, para una ciudad limpia: “Quito limpio:
¡fuera mendigos, fuera vendedores!” En su pensamiento, la cam-
paña para un Quito limpio, apenas oculta una correspondiente
campaña para echar fuera de la ciudad a los mendigos y vende-
dores de la calle.1 Ella no está muy equivocada: el proyecto de re-
novación urbana está completamente conformado por un dis-
curso de pureza y deshonra. Según un proyectista urbano muni-
cipal, “deberíamos cambiar la imagen [de la ciudad]…Todos te-
nemos que luchar para que esta ciudad mejore, para que la ciu- 223
dad esté mejor presentada, para que no haya mendigos en las ca- Pidiendo caridad
en las calles
lles”.2 En los periódicos de la ciudad, los críticos citan listas lar-
gas de indeseables urbanos que incluye “lustrabotas suplicando,
mendigos harapientos con manos extendidas, migrantes aguan-
tando hilos de esperanza” quienes “degradan la belleza [de la ciu-
dad]”, quienes son “incompatibles con el turismo”, y quienes son
“la vergüenza de la ciudad” (El Comercio, 2002d). Candidatas a
reinas de belleza para la Ciudad de Quito 2003 hicieron campa-
ña, con un deseo colectivo de mejorar la imagen de la ciudad. Se-
gún una candidata, “como quiteños, nosotros debemos luchar
contra los problemas que empañan la belleza de nuestra ciudad”.
Otra hizo una apelación emocional y expresó su deseo para “de-
saparecer la mendicidad de las calles de toda la ciudad”. (El Co-
mercio, 2002e).
Dentro de este discurso, se presta atención especial a
los niños. Las imágenes de niños con los ojos desorbitados, su-
fridos, se acompañan de artículos que imploran la necesidad de
quitar a éstos de las calles. En la carta de un niño al editor de El
Universo, un periódico en Guayaquil, se lee: “cuando yo viajo có-
modamente en mi automóvil con aire acondicionado me causa
un gran dolor ver a los niños de mi misma edad, 12 años, quie-
nes están sufriendo y quienes son humillados; quienes arriesgan
sus vidas para mendigar de los automóviles de paso” (El Univer-
so, 2003). El “sufrimiento” y “la humillación” de estos niños, co-
mo testimonian los adinerados y de clase media, ayudan así a
justificar los esfuerzos para removerlos de las calles.
Mientras hay preocupaciones legítimas sobre el bie-
nestar de niños en las calles, parecería que, para algunos, este dis-
curso se trata más sobre la imagen urbana y la incompatibilidad
de los mendigos cochinos y los infantes “sufriendo” con el turis-
mo. Esto se cruza más allá con un discurso sobre las nociones
acerca de ciudadanía y se teme que estos se conviertan en las fu-
turas sanguijuelas de la sociedad. En las siguientes secciones ex-
ploro los recientes esfuerzos para remover a las mujeres y niños
mendigos de las vías urbanas. Luego exploro cómo estos inci-
dentes están de acuerdo con un movimiento municipal más
grande – en ambas ciudades de Quito y Guayaquil – para remo-
ver a los trabajadores informales y a los vendedores ambulantes
de las calles.
224
Kate Swanson

7.2.1 Protección para los niños y adolescentes indigentes


Muchos de los defensores de los niños de Ecuador sos-
tienen que esa mendicidad es una violación de los derechos bá-
sicos de niños y los expone a significativos riesgos en las calles.
De hecho, el Artículo 67 del nuevo Código de la Niñez y Adoles-
cencia lista a la mendicidad como una forma de abuso infantil.
Algunos de los riesgos normalmente citados por mendigar in-
cluyen: deterioro de la autoestima y comportamiento autodes-
tructivo; problemas de salud; accidentes de tránsito; el abuso fí-
sico, psicológico y sexual; y la corrupción moral.3 Aunque prin-
cipalmente protegidos por otros miembros de la comunidad en
las calles, los niños de Calguasig no son completamente inmunes
a algunos de estos riesgos. Como mencioné en el capítulo cinco,
un muchacho de seis años de edad de Calguasig fue golpeado y
herido por un taxi, durante esta investigación. Él cruzaba la calle
detrás de su madre.4 Según un sacerdote salesiano, los niños in-
dígenas rurales no están acostumbrados a los automóviles y así
no tienen ninguna idea de la velocidad a la que viajan los auto-
móviles. Para explicármelo, él dijo graciosamente, “ellos se tiran
en el camino como los pollos”.5
Varios informadores describieron las pobres condicio-
nes soportadas por los niños indígenas en las calles. Un emplea-
do del Ministerio de Bienestar Social describió un incidente
acerca de una muchacha indígena de 4 años de edad:
Estaba con una temperatura de unos 42 grados. Estaba en el
suelo acostada ahí en la vereda y la abuelita al lado, pidiendo ca-
ridad. Y la niña ahí acostada llorando del dolor de la cabeza-
…Me acuerdo que cogimos a la niña, la llevamos al hospital, es-
taba con bronquitis esa criatura. Y si no se le suministraba una
medicina, podía morirse la niña.6

Algunos enfatizaron que estos niños pequeños se vis-


ten, a menudo, impropiamente para el clima y corren el riesgo de
enfermarse. Otros simplemente deploran las vidas de estos ni-
ños. Según un empleado municipal:
A veces estos niños pasan jornadas de 12 horas sentados en esa
vereda, bajo el sol terrible de Quito, bajo la lluvia, bajo el frío y
los niños están ahí sentados. Duermen en la calle, se despiertan
225
ahí mismo. Es decir, hacen su vida en un pedazo de vereda.7
Pidiendo caridad
en las calles
Como mencioné en el capítulo seis, se cita a menudo
una presunta ignorancia para explicar el por qué los padres in-
dígenas envían a sus niños a las calles. Un empleado del Ministe-
rio de Bienestar Social instó que, “tenemos que advertirles o ca-
pacitarles el peligro que les traen a sus hijos, de la inocencia que
de pronto ellos perderían al venir acá, de todos los riesgos que co-
rre, tanto en salud, como mentalmente [énfasis agregado].8
Conceptuando las vidas de los niños en las calles, en
términos de “la inocencia perdida” o como confinados a un “pe-
dazo de vereda”, han incitado a algunos a sugerir políticas radi-
cales diseñadas para retirar a los niños de las calles. La propues-
ta de ley para la “Protección para Niños, Niñas y Adolescentes
Indigentes” estaba bajo revisión al momento de esta investiga-
ción. Este proyecto propuesto por el Diputado Nacional Marco
Proaño, expone los motivos para esta ley:
Existe una triste realidad social y humana en el país, en donde
numerosos niños y adolescentes son explotados, abusados y uti-
lizados, o manipulados, por sus progenitores o cuidadores, lan-
zándoles a las calles a mendigar o a sobrevivir, en condiciones
precarias e inhumanas, afectando su integridad física y psíqui-
ca, causándoles desnutrición, desorientación, indebida educa-
ción y malestar, que afecta también a la sociedad.9

En una entrevista con el autor de esta declaración, el


diputado Proaño me dijo que él siente que el Estado está obliga-
do a ayudar a estos niños. En su mente, “los niños deben estar en
la vida para sonreír. Un niño que no sonríe es como un árbol que
no florece. Entonces hay que defender la sonrisa de un país, que
son los niños”.10
Para proteger presumiblemente a estos niños “sin son-
risas”, él propone lo siguiente:
Los niños, niñas y adolescentes que por imposición de sus pro-
genitores o de quienes tienen su cuidado y tenencia, o que se en-
cuentrenen en estado de abandono y se dediquen a mendigar o
vender públicamente en las calles sin legal autorización, serán
retirados por las entidades del Estado y asilados en centros asis-
tenciales especializados y de formación. El Consejo Nacional de
la Niñez y Adolescencia, conjuntamente con el Ministerio de
226 Bienestar Social y la Comandancia Gerneral de Policia, diseña-
Kate Swanson
rán y ejecutarán los planes y programas para lograr la erradica-
ción de niños, niñas y adolescentes indigentes en las calles del
país (Artículo 1).
Los progenitores y los responsables de la tenencia y cuidado de
los niños, niñas y adolescentes indigentes, perderán la patria po-
testad y la tenencia de los mismos…(Artículo 2).
Los niños, niñas y adolescentes que se fuguen de estos centros es-
pecializados, serán aprehendidos y sancionados…(Artículo 4).11
Sonando misteriosamente similar a los sistemas de las
escuelas residenciales para aborígenes en Canadá y Australia, es-
ta declaración defiende a los niños alejándolos, permanente-
mente, de sus familias y poniéndolos en los centros juveniles es-
pecializados. Estos niños no podrán abandonar estos centros,
puesto que la declaración especifica que a los niños que huyan se
les capturará y se les castigará.
La explotación de niños es un problema prominente
dentro de esta declaración. Pero, excavando más profundamen-
te, este discurso se cruza con otro: las nociones de ciudadanía.
Según el diputado Proaño, “estamos convirtiendo a esos niños en
los futuros ciudadanos fáciles, que se acostumbran a tender las
manos, cuando deben ser puños para trabajar”. Él también cree
que a veces “la necesidad está disfrazada de ociosidad”.12 Esto nos
recuerda de nuevo la presunción que debido a “la pereza,” los in-
dios “prefieren sentarse y mendigar” y que ellos mendigan por
codicia en lugar de necesidad. La declaración anterior también
refuerza la creencia que los niños están en las calles debido a “la
mala paternidad”, en lugar de la necesidad económica.
Según un representante de UNICEF, la declaración
del diputado Proaño es “simplemente una medida estética pa-
ra esconder a los niños que mendigan y que manchan la ima-
gen de Quito”.13 El director de la Hospedería Campesina don
Bosco Chillogallo dijo, “este es sólo un interés político como
diputado…Son gente que no sabe nada de trabajo de niños, na-
da de trabajo social. Hablan sus pendejadas y ya piensan salvar
a todos”.14 Al fin, la declaración del diputado Proaño no ha si-
do aprobada porque viola el nuevo Código de la Niñez y Ado-
lescencia. De hecho, parece que este diputado Proaño no reali-
zó la lectura de este Código, antes de escribir la propuesta. El
hecho de que un congresista prominente, con una larga histo-
ria política, pudiera circular una declaración que propone ins- 227
titucionalizar a los niños mendigos en el año 2003, sugiere que Pidiendo caridad
en las calles
el movimiento de los derechos de los niños todavía tiene que
ganar una fuerza significativa en la sociedad. La sociedad do-
minante todavía ve a los niños –especialmente a los niños de la
calle y a los niños trabajadores– como delincuentes juveniles
con pocos derechos.
7.2.2 Redada policíaca de niños mendigos
En 1999, la DINAPEN (Dirección Nacional de Policía
Especializada para Niños, Niñas, y Adolescentes) realizó una re-
dada y capturó a más de 50 niños indígenas, en un esfuerzo por
detener a los niños que mendigan en Quito. Este plan se realizó
debido a una reunión colectiva entre la DINAPEN y algunos de
los grupos de defensa de los niños de la ciudad. Conforme a una
trabajadora social de la FDB, el plan era advertir a los mendigos
adultos que ellos estaban violando los derechos de niños y, por
consiguiente, podrían perder a sus niños. Pero en la opinión de
la trabajadora social, la DINAPEN realizó una redada violenta de
mujeres y niños sin advertencia.15 Ellos capturaron a los niños y
los alojaron en algunos de los refugios de la ciudad. Las mujeres
fueron liberadas el mismo día. Según el anterior director de las
Mujeres en La Tola, las madres estaban aterradas. “Ellas vinieron
asustadas acá, diciendo que le quitaron [los niños], que ya no le
van a devolver”.16
Cuando las mujeres intentaron recoger a sus niños, las
autoridades se negaron a devolverlos a cualquiera que no fuera
su padre biológico. Esto fue problemático, porque muchos de los
niños eran “prestados”.17 Las autoridades exigieron los certifica-
dos de nacimiento, pero muchos de los niños de Calguasig per-
manecen sin registrarse hasta que asisten a la escuela, pocos ni-
ños pequeños tenían estos documentos.18 Las autoridades even-
tualmente concedieron que se permita a los padres de los niños
no registrados traer testigos para verificar sus identidades. Esto
significó que las mujeres tenían que volver a Calguasig para en-
contrar los documentos necesarios o los testigos, antes de que
ellas pudiesen volver a Quito y pedir la liberación de sus niños.19
Otra vez, esto levanta los problemas que involucran a
228
las economías indígenas de cuidado y las interpretaciones con-
trastantes de niñez y paternidad. El modelo de paternidad im-
Kate Swanson
puesto por las autoridades, en este caso, enfatizó la primacía del
parentesco biológico. Sin embargo, como previamente se discu-
tió, los niños indígenas de Calguasig pertenecen a diferentes eco-
nomías de cuidado. A los niños, los cuidan miembros de sus fa-
milias ampliadas, a menudo por periodos largos, durante meses
e incluso años. En la sociedad andina, la biología no es el único
criterio para determinar la paternidad. Más bien, como describió
Weismantel (1995), las personas se vuelven padres, alimentando
y queriendo a los niños por periodos extendidos de tiempo. En
la parroquia indígena de Zumbagua, ella descubrió que: “cada
adulto parecía tener varios tipos de padres y varios tipos de ni-
ños. Ellos recordaban a un hombre que los engendró, pero otro
que “paternizó” su crecimiento; ellos recordaban a una mujer
que les dio a luz, y a otras que les alimentaron y les enseñaron a
hablar y conocer”. La adopción informal entre las familias, dice
ella, “es una herramienta importante usada por las familias, ho-
gares, e individuos para formar la identidad social: no sólo pro-
porcionándole el cuidado inmediato a cada niño, sino también
con el importantísimo denso tejido de parentesco necesario, pa-
ra sobrevivir las vicisitudes de la vida en la periferia económica”.
Sin embargo, las autoridades les impusieron una estructura fa-
miliar nuclear a los calguaseños y asumieron que su “desviación”,
de este modelo, se debía a la negligencia, a la paternidad defi-
ciente, y a la “renta” de niños.
Esta situación causó mucha confusión y malentendi-
do, especialmente porque muchas mujeres de Calguasig tienen
una pobre comprensión del idioma español. Paúl tenía nueve
años de edad cuando su hermana, de cinco años, fue aprendida.
Ella estuvo en custodia por una semana; toda la familia lloraba
por la niña. Paúl dijo que a causa de esta experiencia su madre
“Ya no va a la ciudad. Ella tiene miedo”.20 Para los niños, este in-
cidente fue especialmente traumático. De acuerdo al antiguo
Director de La Tola, “los niños chiquitos que todavía estaban
impuestos a ser cargados en la espaldas de sus madres, lloraban
desconsoladamente”.21
Un Mayor de la DINAPEN dijo que, “la idea no era de
recogerlos agresivamente, sino, más bien, alentándolos a que se
subireran [a los camiones] queríamos invitarlos acá [a la jefatu-
ra del DINAPEN]”. Ella continuó, y dijo que esta acción “fue mal
vista por toda la gente. Pensaron que nosotros estábamos come- 229
tiendo alguna irregularidad con ellos”. Ella continuó diciendo Pidiendo caridad
en las calles
que sus críticas– principalmente la de los medios de comunica-
ción –acusaron a la DINAPEN de castigar a la gente por tratar de
poner comida en sus platos. Pero, ella dijo que querián decirles a
los padres “que no deberían hacer trabajar a los niños porque co-
rren mucho riesgo en las calles”.22
Aunque crítica acerca de esta captura policial y cons-
ciente del trauma que causó este incidente, una de las antiguas
trabajadoras sociales de La Tola, consideró a esta captura como
beneficiosa. Ella piensa que a pesar de todo, este incidente “ense-
ñó una lección a los padres: no pueden usar a sus niños como ac-
cesorios en la mendicidad”. En su pensamiento, “la pobreza no es
excusa por la mendicidad”.23 Según el pensamiento del anterior
director, esta acción policial se produjo como una especie de
amenaza para que las mujeres y niños indígenas regresaran a sus
comunidades, y para decirles “que le iban a embargar los niños,
que iban a meter presas a las señoras”. Sin embargo, después de
varios meses la mayoría de mujeres y niños, otra vez, han regre-
sado a las calles.24

7.2.3 Campaña contra la mendicidad


Al momento de esta investigación, una campaña con-
tra la mendicidad estaba siendo patrocinada por una antigua di-
putada nacional por la provincia del Guayas, Anunziata Valdez.
Con el apoyo del gobierno nacional, las empresas privadas, ONG
y las municipalidades de Quito, Guayaquil y Cuenca, esta cam-
paña esta dirigida a detener las donaciones a los niños mendigos
en las aceras. El lema ‘tu ayuda no me ayuda’ sugiere que la cari-
dad agrava el problema. Las imágenes que acompañan a la cam-
paña, muestran a unos niños mendigos transformándose en un
anciano mendigo, insinuando que si una vez fue mendigo lo se-
rá siempre. En un propuesto comercial para la televisión, un jo-
ven actor declara:
De niño me dijeron que pedir caridad era un trabajo. La gente
me daba plata y yo creía que estaba trabajando. Cuando uno es
niño, lo cree todo. Hoy sigo durmiendo en las calles y todas las
noches sueño con lo mismo, no despertar. Tu ayuda no me ayu-
230
da. Darle plata a un niño en la calle te alegra el día a ti, pero des-
truye la vida al niño.25
Kate Swanson

La campaña recomienda el desvio de las donaciones


hacia las entidades de caridad para los niños. El mensaje es que
si usted entrega dinero un niño mendigo, de hecho, usted está
destruyendo la vida de ese niño. Pero al entregar el dinero a las
entidades de caridad, los donantes pueden estar seguros que sus
fondos serán bien utilizados y no desperdiciados en actividades
moralmente cuestionables.
Los informantes, a través de esta investigación, expre-
saron similares puntos de vista acerca de los niños mendigos: “si
el niño vende chicle o mendiga…obviamente va a ir desarrollan-
do una actitud de mendicidad en la vida. Y si ese niño está [men-
digando] a los tres años, al cuarto año probablemente ya no
quiere estudiar, ya no quiere trabajar, ya no quiere nada”.26 Co-
mo se discutió anteriormente, mi investigación sugiere lo con-
trario. Los niños no desean ser mendigos por el resto de sus vi-
das, ni las madres quieren que sus niños crezcan como mendi-
gos. Los niños y sus madres quieren que la juventud de Calgua-
sig tenga una buena educación y pueda obtener mejores posicio-
nes en la vida.
En efecto, mi investigación sugiere que sus vidas no es-
tán siendo destruidas por la mendicidad, sino más bien, que la
mendicidad y las ventas permiten que ellos tengan posibilidades
que nunca antes habían tenido. Los niños desean asistir a la es-
cuela, desean trabajar, quieren grandes casas, quieren camione-
tas nuevas y desean estilos de vida, como aquellos que han visto
en la televisión o en la ciudad. Hasta el momento, ellos han des-
cubierto que pueden obtener algunas de estas posibilidades me-
diante la venta callejera y la mendicidad.
Tal vez lo que molesta a estos creadores de políticas
nacionales y defensores de los niños es que en las calles, la po-
breza de los niños es tan visible que es imposible ignorarla. La
“pureza” y la “inocencia” de la niñez aparecen deshonradas. Pe-
ro el institucionalizar, desviar los fondos o capturar a los niños,
actualmente, poco ayudan a sus necesidades económicas reales.
En vez, estas acciones solamente cubren a esta sucia, y racializa-
da minoría, e intentan empujarlos de vuelta al nostálgico cam-
po, en donde los jóvenes indios, de mejillas sonrosadas, se supo-
ne que “pertenecen”.
231
Pidiendo caridad
en las calles
7.3 B o r rando a los infor males
7.3.1 Quito
Los intentos para remover a los niños mendigos de las
calles están de acuerdo con amplios esfuerzos municipales pa-
ra remover a los trabajadores informales de las calles. Para me-
jorar la imagen urbana, recientemente el municipio de Quito
tuvo éxito con el desplazamiento de 6.900 trabajadores infor-
males de las calles del centro histórico de la ciudad. La acción
se produjo por el surgimiento de numerosos trabajadores in-
formales, a quienes se les culpó por el correspondiente incre-
mento de basura y desechos, de los problemas de tráfico, del
daño a edificios históricos, de pandillas y de crimen.27 A finales
de mayo del año 2003, la mayoría de los trabajadores informa-
les del centro histórico fueron reubicados en 10 mercados ur-
bano municipales, la mayoría de los cuales fueron removidos
lejos del área. Para el mes de junio, las calles del centro históri-
co estaban virtualmente libres de vendedores informales, en
gran parte debido a la presencia de una policía fuertemente ar-
mada, encargada de vigilar regularmente las calles. De acuerdo
al Comandante de la Policía de Quito.
Ya parece como la parte colonial de la ciudad y pienso que eso
va a traer al turismo, que es el objetivo principal: una fuente de
ingreso para el país y para la ciudad. Para mí, es una gran obra.
Y eso hay que mantenerlo y esa es mi obligación este rato, man-
tener eso limpio.28

Para mantener “limpio” el centro histórico, el coman-


dante de la policía debe prevenir que la fuente de contamina-
ción –los pobres trabajadores informales– vuelvan a contami-
nar el área.
Aunque esto no afectó a los trabajadores informales en
el norte de la ciudad (donde la mayoría de calguaseños trabajan),
existen planes en preparación para una acción similar. Los traba-
jadores informales caen bajo la Ordenanza Municipal 029, la
cual entró en efecto en el mes de enero del año 2000. La orde-
nanza requiere que todas las actividades comerciales realizadas
en el espacio público deben estar sujetas a licencia, de acuerdo a
232 la discreción de las autoridades municipales. Por ejemplo, las ac-
Kate Swanson tividades tales como la limpieza de calzado y la venta de chicles
son permitidas, solamente, con el permiso municipal. Para obte-
ner el permiso municipal, los individuos deben aplicar para ob-
tener una caseta municipal, en una ubicación permitida, y pagar
siete dólares por mes y por metro cuadrado que ocupan.29 Pero
para las mujeres y niños de Calguasig, esta es una cantidad sig-
nificativa. El antiguo director de las mujeres en La Tola explicó la
situación de una mujer:
Al principio la mujer solía pedir, pero después ella aprendió a
vender chicles y hasta hoy día que veo que está vendiendo bien.
Ellos [su familia] necesitaban un puesto. Pero no lo han logra-
do. Igual ahí en La Tola, le estaba pidiendo la trabajadora social
y ella hizo unos trámites en el Municipio. No lo lograron. Era
muy caro. Sólo para ella quería cobrar 160 dólares…entonces se
quedó ahí el trámite.30

La venta ambulante no está permitida en el Municipio


de Quito bajo ninguna condición. Aunque las intersecciones, los
buses, y las aceras en la mayor parte de la ciudad están repletas
con vendedores ambulantes, ninguno de ellos es legal. Debido a
su ilegalidad, estos individuos corren el riesgo de que sus pro-
ductos sean confiscados en cualquier momento.31
En mis viajes por la ciudad de Quito, en pocas oca-
siones vi a los vendedores perder sus mercancías. Estas mer-
cancías incluyen una canasta de pan casero, adornos futbolís-
ticos antes de un juego importante, y una colección de delica-
dos barcos en botellas (al menos uno de los cuales se lo llevó
un policía). De acuerdo al Comandante de la Policía, cuando
las mercancías son confiscadas se las llevan a los cuarteles de
la policía. Los bienes perecibles se donan a organizaciones ca-
ritativas y prisiones. Los bienes no perecibles son retenidos
hasta que sus propietarios paguen la correspondiente multa.
Aunque las multas son de 12 dólares o menos,32 muchos ven-
dedores abandonan sus mercancías con la policía. Esto puede
deberse a la intimidación, el temor de más represalias o, tal
vez, porque el valor de sus mercancías es menor que la multa
y/o la molestia de recuperarlas (o de lo que resta en algunos
casos). Muchas veces los vendedores acusan a la policía de lle-
varse sus mercancías antes de que cualquier oficial registre que
su confiscación se ha realizado. En efecto, el Coordinador mu-
nicipal de la Administración Urbana y Control no niega que la 233

policía se lleve las mercancías para su beneficio personal. Pero Pidiendo caridad
en las calles
insiste que “no son los glotones” (El Comercio, 2003b). Debi-
do a que los oficiales de policía no están bien pagados, puesto
que ganan solamente de 140 a 200 dólares al mes,33 la corrup-
ción en este tipo de situaciones es común. Mis experiencias
personales mientras viví en Ecuador me impulsan a creer que,
desafortunadamente, la corrupción policial es extensa y el so-
borno es una práctica común.
El comandante de la policía de Quito describe a la re-
gulación de los trabajadores informales como “un juego del gato
y el ratón”, lo cual ilustra el constante conflicto entre el uso estra-
tégico (p.e. Municipio) y el táctico (p.e. sector informal) del es-
pacio urbano. Aunque sus oficiales patrullan las calles, particu-
larmente en el centro histórico de Quito, él dice que los vende-
dores han aprendido a esconderse en almacenes y portales. Por
ley se propone que el retiro de los trabajadores informales sea un
proceso sin agresiones. El protocolo es primero dar una adver-
tencia, pero si ellos no abandonan el área, se confiscan sus mer-
cancías.34 Como se estableció anteriormente, la policía munici-
pal solamente puede confiscar las mercancías de los vendedores,
si éstas se encuentran en el piso. Debido a que los calguaseños
transportan todos sus productos en una pequeña caja, una pe-
queña funda, o envueltos dentro de una chalina sobre sus espal-
das, la policía no puede confiscar sus chicles. De acuerdo a un
planificador urbano municipal, esto es parte del problema:
No pueden confiscar nada de sus manos, ese es el problema.
Que yo por eso protesto a la Fundación [Don Bosco], que es-
tá promoviendo esto. Les están dando chicles, cajitas de chi-
cles, a menores de edad para que vayan a vender en las calles.
¡Es una barbaridad! Es decir, no nos están ayudando absoluta-
mente en nada en la ciudad. Le están creando un problema
más a la ciudad.35

Lo que es interesante de esta cita, es que el planifica-


dor culpa a la FDB de la proliferación de mendigos y vendedo-
res en Quito. Debido a que la FDB vende al costo los chicles a
las mujeres y niños (en un esfuerzo para promover la venta so-
bre la mendicidad y para permitir a los vendedores obtener el
más alto margen de ganancia posible en sus ventas), el FDB tie-
234 ne la culpa al crear “un problema más” para la ciudad. Al divor-
Kate Swanson
ciar el problema de un contexto más amplio y referirse a la FDB
como la fuente del problema, ella desvía efectivamente la aten-
ción de los problemas sociales que empujan a los vendedores y
mendigos indígenas a las calles, y enmarca el problema en tér-
minos de la calidad de los paisajes urbanos. (“dandole un pro-
blema más a la ciudad”) (ver Cresswell, 1996). En su pensa-
miento, el problema no es la pobreza rural sino, más bien, la
FDB, la cual “alienta” este “problema” para la ciudad.
Durante la mencionada reunión entre la FDB y los pla-
nificadores urbanos del municipio de Quito (una reunión desti-
nada para coordinar los esfuerzos, pero que fracasó miserable-
mente debido a las muy diferentes perspectivas filosóficas y po-
líticas), una trabajadora de divulgación de la FDB describió, ve-
hementemente, como observó a los oficiales de la policía golpear
a un joven lustrabotas, confiscar sus cajas, y retirarlo a la fuerza
de la plaza del centro histórico. En la misma área, ella afirmó que
vio a un oficial lanzar gas a un mendigo anciano y empujarlo al
piso.36 Inicialmente, un planificador urbano tomó a la ligera es-
tos reclamos y bromeó diciendo que, “el orden es de sacarles a
palos”. Luego de este comentario, que no fue bien recibido por
los trabajadores sociales, ella respondió que, “con frecuencia, los
vendedores amenazan a la policía con cuchillos o les lanzan co-
sas. Si los golpean, entonces es en autodefensa”.37
De igual manera, los principales periódicos de Quito
reportan abusos por parte de la policía municipal. Un vende-
dor informal fue citado diciendo, “a los hombres nos dan tole-
tazos o echan gas y a las mujeres les dicen hijas de tal y cual”.38
Otro dijo, “nos toca escondernos peor que ladrones” (El Co-
mercio, 2003c). Desde que el nuevo alcalde, Paco Moncayo, su-
bió al poder en el año 2000, las principales plazas del centro
histórico se mantienen libres de trabajadores informales en
nombre del turismo.39 Una vez traté de iniciar una conversa-
ción con un joven lustrabotas en el mismo límite de la plaza
central, pero un oficial municipal se presentó casi inmediata-
mente para retirarlo. El niño entornó sus ojos, pero mostró po-
ca resistencia. El comandante de la policía admite que existen
fricciones pero dice, “ellos saben que [la actividad informal] es-
tá prohibido”.40
Mucho de este discurso es sobre la imagen de la ciu-
dad. La trabajadora social descrita anteriormente, preguntó a los 235
oficiales de la policía en el centro histórico por qué estaban reti- Pidiendo caridad
en las calles
rando a los lustrabotas, vendedores y mendigos de las plazas. Ella
me dijo que contestaron, “Porque ‘da una mala cara a la ciudad
para los extranjeros’ y ‘dañan la imagen de la ciudad’”.41 Cuando
le pregunté a una empleada del Ministerio de Seguridad Social
su opinión, ella dijo:
Es terrible. Es decir, la imagen [de la ciudad] se afecta totalmen-
te. Porque, primero no es sanitario que los niños esten aquí. De
pronto sus necesidades las hacen en la calle. No utilizan un ba-
ño. Entonces, ya decae la imagen ahí. Y ver a niños tan mendi-
gos, que de pronto se le cuelgan en la pierna a uno, ‘por favor,
deme caridad,’ que esto, que lo otro... [ella continúa].42

También mucho de este discurso trata sobre el distan-


ciamiento social y espacial. Como estableció Sibley (1995: 49),
“las descripciones de las minorías como deshonrosas y amena-
zantes han sido usadas por mucho tiempo para ordenar a la so-
ciedad internamente y para demarcar los límites de la sociedad,
más allá de los cuales se sitúan aquellos que no pertenecen”. En
este caso, aquellos que no pertenecen son los niños “indios su-
cios”, quienes orinan y tal vez defecan en los espacios públicos.
El problema no es la falta de servicios públicos para los traba-
jadores de la calle, sino más bien, que ellos contaminan las ca-
lles y se encuentran amenazadoramente cerca de los trabajado-
res de la clase media del gobierno, quienes sienten repulsión
por su proximidad.
Interesantemente, y al contrario de la mayoría, unos
pocos individuos describieron a los mendigos como un benefi-
cio para el turismo o como una experiencia “folclórica” para los
turistas.43 De acuerdo al Coordinador Municipal de Seguridad
Urbana, “muchos extranjeros vienen porque dicen ‘en Ecuador,
ahí puedo tomarme unas muy magníficas fotografías junto a
personas que piden centavos’”.44 Sin embargo, durante el re-
ciente Concurso Miss Universo realizado en Ecuador, los men-
digos fueron, a pesar de todo, percibidos como negativos. En
junio del año 2004, la ciudad de Quito fue lanzada a la escena
global con imágenes saneadas de la ciudad, que fueron difun-
didas a millones de televidentes alrededor del mundo. Camino
al concurso, los vendedores ambulantes y los mendigos se que-
jaron del incremento del hostigamiento policial y de los arres-
236
tos en las calles. El alcalde negó estas acusaciones y afirmó que
Kate Swanson
estos operativos habían estado en progreso por “varios meses”.
Refutó que los mendigos habían sido encarcelados, dijo que a
los mendigos ancianos se los llevó a refugios para desarrollar
una “vida digna” - independientemente de que hubiesen sido
llevados con o contra su voluntad (El Comercio, 2004a, 2004b).
Varios mendigos ancianos de Calguasig estaban incluidos en
este grupo.45
7.3.2 Guayaquil
Aunque tal vez parecen injustas a veces, las medidas to-
madas en Quito, actualmente son mucho menos severas que
aquellas que se toma en la capital costera del Ecuador, este pro-
yecto. En esta ciudad, un proyecto de renovación urbana titula-
do Guayaquil Siglo XXI ha creado un estado casi panóptico, has-
ta con un monumento surreal de una videocámara gigante en el
estupendo y nuevo malecón.46 En Guayaquil Siglo XXI los men-
digos y vendedores informales son multados y encarcelados por
más de siete días. Las multas varían entre 20 y 500 dólares (subs-
tancialmente más altas que el máximo de 12 USD en Quito) de-
pendiendo de la cantidad de mercancías que han sido vendidas y
el área en la cual los encontraron trabajando.47
Los mendigos y vendedores informales caen bajo la or-
denanza municipal emitida en diciembre del 2001. Emitida por el
alcalde Jaime Nebot, prohíbe a cualquier persona trabajar en la vía
pública debido a las interrupciones a los transeúntes y al tráfico
vehicular (El Comercio, 2003d). Esto se aplica particularmente en
las áreas de renovación del proyecto. El magnífico paseo entabla-
do, un proyecto llamado ‘Malecón 2000’, es monitoreado por una
policía fuertemente armada y por videocámaras. Esta elevada se-
guridad y vigilancia están contempladas en el ‘Plan Más Seguri-
dad’ o, popularmente conocido como, ‘Plan Bratton’. Como en
muchos parques municipales en el área regenerada, las nuevas
puertas construidas se cierran después de medianoche, para evitar
que los indigentes o delincuentes pasen la noche dentro. Por su-
puesto, se niega el acceso al malecón a los trabajadores informales
y mendigos, porque evidentemente se trata de maricones y traves-
tidos. Les dijeron que “presentan una mala imagen” y les pidieron
que abandonen el área (El Comercio, 2003e).
Para proteger el malecón para los turistas y la clase 237
media alta de Guayaquil, existen planes para construír un ma-
Pidiendo caridad
lecón en los barrios. De acuerdo al Comandante de la Policía, en las calles

es porque:
Desde el sábado y domingo, se encuentra una afluencia de los
barrios más bajos que vienen al Malecón. Y le va a dar recelo o
va a dar una impresión un poco mal del círculo, donde hay so-
lamente gente chiquita, gente fea, en fin. Entonces se les están
haciendo un Malecón acá para el suburbio, donde la gente vaya
sin quitarle sus méritos, sin quitarles su dignidad, pero que se
codeen entre ellos, que es mucho más fácil.48

En un ejemplo clásico de distanciamiento social y es-


pacial, el plan es mantener el nuevo malecón tan llamativo como
sea posible y libre de “gente chiquita”, “gente fea” (tal vez eufe-
mismos para aquellos de origen indígena) y otros individuos de
aspecto sospechoso, quienes rompen la imagen que las autorida-
des municipales intentan proyectar.
Aunque muchos reconocen el éxito de este proyecto al
renovar y embellecer partes de la ciudad, este ha sido ampliamen-
te criticado. Los artículos de los periódicos están repletos con que-
jas de trabajadores informales quienes, denuncian el hostigamien-
to y abuso a manos de la policía municipal. Un artículo describe a
un hombre de 53 años a quien se le disparó e hirió, durante un de-
salojo forzado de un mercado informal. También describe un in-
cidente en donde a un fotógrafo y a un camarógrafo se les golpeó
junto a los trabajadores informales, durante un desalojo similar
(El Comercio, 2003f). Estos desalojos fueron parte de un intento
del Municipio para trasladar a los trabajadores informales dentro
de “mercados organizados” donde “estarían más confortables”.49 El
comandante de la policía admite que “unos pocos” policías han
violado los procedimientos (El Comercio, 2003g). Como me dijo
durante una entrevista, “lamentablemente el papel de la policía-
…siempre es más represivo que preventivo”.50
A los trabajadores informales se les permite estar en
otras partes de la ciudad, pero de ninguna manera se les permi-
te trabajar en el área regenerada. Por las noches las calles son pa-
trulladas por camiones llenos de lo que parecen ser matones iti-
nerantes, jóvenes oficiales de policía fuertemente armados en
búsqueda de cualquier señal de problema (ver Garcés, 2004). Su
238
simple vista es intimidante. Como estableció el Jefe de los Ope-
rativos Municipales para la Policía Metropolitana, los trabajado-
Kate Swanson
res informales en los sitios turísticos municipales son “definitiva-
mente un problema”.51
El Comité Permanente por la Defensa de los Derechos
Humanos ha denunciado a la policía por la detención de cinco
menores entre las edades de 9 a 16 años (El Comercio, 2003f). De
acuerdo al director del Programa de Muchacho Trabajador
(PMT), estos muchachos y muchachas fueron arrestados y per-
manecieron cinco días en una celda para adultos por vender
agua, caramelos y limpiar parabrisas.52 Cuando le pregunté acer-
ca de esto, el Jefe de Policía admitió que habían sido detenidos
“muchos menores”, pero afirmó que la mayoría era “drogadic-
tos” y “prostitutas”.53
Los calguaseños también trabajan en Guayaquil. Por
ejemplo, Héctor, un niño de 13 años, pasa mucho de su tiempo
en las calles de Guayaquil. Cuando Héctor tenía 4 años de edad,
él y su madre fueron encarcelados un día por mendigar. A pesar
de esto, él y su familia regresaron a las calles de Guayaquil mu-
chas veces. Su trabajo más reciente fue como vendedor ambulan-
te de cola. A 10 centavos el vaso, él recorre las calles vendiendo
vasos de cola a los transeúntes. Pero, recientemente la municipa-
lidad ha prohibido esta actividad con particular rigor. Son el
blanco debido a que sus clientes arrojan los vasos de plástico en
las calles, los vendedores de cola ahora son multados con $500 o
más de 7 días de prisión, si se les atrapa trabajando en el área re-
generada. De acuerdo al alcalde, los vendedores ambulantes de
cola causan “suciedad y caos, y eso es lo que no deseo” (El Co-
mercio, 2003g).
Héctor ya no trabaja en Guayaquil, parcialmente debi-
do a la prohibición de vender cola y, también, porque un grupo
de sus amigos y familiares fueron arrestados recientemente. En
julio del 2003, su abuela, cuatro de sus tías y un grupo de indivi-
duos de Calguasig fueron encarcelados por siete días por mendi-
gar y vender chicles. Cuando sus parientes fueron aprehendidos,
uno de los niños (un chico de 6 años de edad) se escapó de la po-
licía. Regresó corriendo a su habitación y contó a todos lo suce-
dido.54 Si no hubiese escapado, el habría sido apresado junto con
las mujeres de su comunidad puesto que, como dijo el Coman-
dante de la Policía, “se les detiene a las madres y sí se puede, ló-
gicamente los niños también vienen”55. Esta vez, el largo tiempo
en prisión tuvo el efecto deseado: Héctor y su familia ya no tra- 239
bajan más en Guayaquil; ellos ahora trabajan en Quito. Pidiendo caridad
en las calles
Aquí la raza y etnicidad también juegan un papel. Los
empleados municipales de Guayaquil hablan acerca del fuerte
regionalismo, y “desdén”, por los mendigos y vendedores. Dicen
que en la costa existe más racismo contra los indios que contra
los negros. Cuando pregunté por qué, una mujer dijo, “induda-
blemente es porque el indígena tiene costumbres higiénicas que
los costeños rechazamos”. Cuando la presioné un poco más, ella
dijo que los indígenas “no se bañan”, y continuó hablando sobre
las diferencias de olor entre negros e indios (anotando que “el
negro también tiene un olor especial, pero no por que no se ba-
ña, ja,ja, ja, sino por su dieta”. Otra mujer en la misma habitación
sugirió que este “olor especial”, también se debe al “color de la
piel misma”). Tratando de comprobar que ellos no eran, en efec-
to, racistas, continuaron hablando de la gran “admiración” que
tenían por los afroecuatorianos y lo mucho que disfrutaban es-
cuchar sus “cantos” y sus “músicas”. Cuando los regresé al tema
de los indígenas de la sierra, hablaron otra vez de regionalismo y
dijeron que la gente deseaba que los indios regresaran al lugar de
donde vinieron.
De acuerdo a un asistente del director en el INNFA,
aunque los turistas y visitantes felicitan y alaban a la municipa-
lidad por el trabajo que han realizado al “limpiar completamen-
te” la ciudad, él no está de acuerdo.
Honestamente, es más o menos maquillarle el rostro a una per-
sona, ponérselo bonito cuando tiene mal el hígado, tiene mal el
riñón, su corazón está paralizando. Entonces a esas personas, in-
vítalas a la periferia de la ciudad, se va a encontrar que no se ha
hecho mucho. Hay sectores todavía de la ciudad que no tienen
agua, que no tienen los servicios básicos, pero estamos metien-
do una cantidad de dinero sólo en la parte visible.56

También los quiteños critican al proyecto, porque se


quejan de que todos los criminales, y trabajadores informales
han sido desplazados a Quito.57
Cuando le pregunté a una de las planificadoras urba-
nas de Quito su prespectiva sobre lo que habían hecho en Gua-
yaquil, ella dijo: “verá, yo veo resultados en Guayaquil”. Ella tam-
bién cree Quito necesita tomar medidas fuertes para remover a
240 los trabajadores informales de las calles.
Kate Swanson
Lo que hacemos es ‘váyase, salga’, les decomisas las cosas que es-
tán en la calle, por el respeto a la gente, por toda la situación. Pe-
ro, eso no nos soluciona absolutamente nada. Porque la gente
no obedece. La gente es desordenada. Falta a la autoridad, falta
a las leyes, y sabe que existen, pero al igual no cumplen. Enton-
ces, cuando ya hay una buena multa o se les sanciona o se les lle-
va preso, hacen caso a todo nivel.58
En su pensamiento, el Municipio de Quito debería
emular al proyecto de renovación urbana de Guayaquil. Sin em-
bargo, hasta ahora, no lo han hecho. Aunque ciertamente existe
un movimiento para remover a los vendedores informales y
mendigos de las calles, las autoridades municipales tadavían no
han tomado medidas tan duras como las que están siendo imple-
mentadas actualmente en Guayaquil.

7.4 ¿Políticas de inclusión?


Durante las entrevistas, pregunté a varios individuos,
por qué Quito no había seguido el proyecto de renovación urba-
na de Guayaquil. Los lineamientos políticos regionales son par-
cialmente responsables. El alcalde de Quito, Paco Moncayo, perte-
nece al partido de centro-izquierda, Izquierda Democrática, mien-
tras que el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, pertenece al parti-
do centro-derechista, Partido Social Cristiano. Las estructuras tan-
to de centro-izquierda como las de centro-derecha, replican la po-
larización política entre sierra y costa. Una de las autoridades mu-
nicipales afirmó que Quito siempre ha sido un más aceptable ne-
gociador. A diferencia de Guayaquil, “no hace mucho las cosas a la
fuerza”.59 Cuando le pregunté al Comandante de la Policía de Qui-
to, el afirmó que la cultura de la costa es muy diferente a la cultu-
ra de la sierra. Sin embargo, dijo que la municipalidad está actual-
mente investigando la creación de una nueva ordenanza munici-
pal, que incrementaría las multas y está considerando multar a
quienes compran las mercancías en las calles. También dijo que no
existen planes para trabajar sobre las sentencias a prisión.60 Cuan-
do le pregunté sobre los mendigos él dijo, “ser pobre no es un cri-
men”. Él insinuó que es ridículo el considerar multar a los mendi-
gos. En su pensamiento, lo mejor que se puede hacer es buscar or-
241
ganizaciones que puedan ayudarlos.
Aunque algunos preferirían que Quito emule el mode- Pidiendo caridad
en las calles
lo de Guayaquil, otros abogan por un acercamiento más compa-
sivo. Estas distintas posiciones, muchas veces, provienen del in-
terior del mismo Municipio de Quito. La directora del Patrona-
to San José dijo que el municipio sólo recientemente había em-
pezado a considerar los problemas de género, equidad y margi-
nalidad, y por lo tanto, todavía no había desarrollado políticas
internas coherentes. Ella dijo, “mientras unos hacen una cosa,
otros la deshacen. La política de la recuperación del centro his-
tórico[por ejemplo], irónicamente puede ir contra un programa
social que el propio municipio está apoyando”. Ella suministró el
ejemplo de niños trabajadores siendo desplazados de las princi-
pales plazas del centro histórico a la fuerza, por policías fuerte-
mente armados y con perros guardianes. Sin embargo, mientras
tanto, el Municipio apoyaba y financiaba un programa para ni-
ños trabajadores en la misma área. Dijo que la policía tenía po-
co entrenamiento sobre los derechos de los niños y, por lo tanto,
les faltaba sensibilidad. Luego dijo, “yo pienso que hay una cues-
tión de doctrina, porque el niño de la calle, el niño pobre, siem-
pre ha sido visto en el imaginario colectivo como un niño delin-
cuente. Esto es producto de las doctrinas vigentes sobre la situa-
ción de la niñez. Yo no creo que eso haya desaparecido de la
mente”. Ella enfatizó sobre la complejidad del problema y dijo
que existen planes en marcha para educar a la policía municipal
sobre los derechos de los niños.61
También parece que existe una aversión general y una
incapacidad para aplicar totalmente los reglamentos municipales.
Por ejemplo, los calguaseños ocupan espacios principales en in-
tersecciones importantes por toda la ciudad, a veces, por periodos
de 12 horas al día y los 7 días de la semana. Aunque los oficiales
les piden que abandonen el área, raramente lo hacen. Cuando
pregunté al Comandante de la Policía el por qué, el dijo:
En el sentido de que existe la ley, no hay como cumplirla por la
necesidad misma de la gente. Hay que comprender, también, que
esa gente vive de eso, o sea, de eso se gana el sustento. Entonces
unas veces se les decomisa, otras veces se les retira, pero vuelven,
o sea vuelven, vuelven, vuelven…La gente no tiene otro medio
de subsistencia y tiene que volver a vender para poder vivir.62

242 Tal vez la simpatía de este Comandante de la Policía,


Kate Swanson por los pobres, da como resultado una implementación más re-
lajada en comparación a la de Guayaquil. Pero también puede te-
ner mucho que ver la falta de recursos. Otro trabajador munici-
pal enfatizó que es muy difícil controlar a los trabajadores infor-
males en la ciudad. Ella dijo que, “la policía metropolitana tiene
un número definido de policías que, al momento, están hacien-
do mayor control aquí en el centro histórico, para evitar que
vuelvan a incrementar las ventas”. De hecho, en cada administra-
ción zonal sólo hay un cupo limitado de policías metropolita-
nos.63 Puede ser que el Municipio de Guayaquil sea más efecti-
vo al aplicar los reglamentos municipales, debido a sus grandes
recursos. Podría tener algo que ver con que el Partido Social
Cristiano está respaldado por la oligarquía regional, la que inclu-
ye a muchas de las más ricas familias en Ecuador. Aunque la fal-
ta de ejecución no significa que las mujeres y niños indígenas es-
tán “incluidos” en el espacio público, tal vez significa que debido
a la falta de recursos y a un elemento de simpatía, los oficiales
que aplican la ley hacen la vista gorda y los dejan estar.

7.5 Resumen
Este capítulo explora las políticas de exclusión en Qui-
to y Guayaquil. En particular se examinaron tres preguntas de
investigación: i) cómo el estado periférico de los jóvenes indíge-
nas en la esfera urbana se cruza con la revitalización urbana y el
empuje del turismo global; ii) cómo los discursos sobre los dere-
chos de los niños, el género, la raza y la etnicidad participan de
los esfuerzos para remover a las mujeres y niños indígenas de las
calles; iii) cómo el discurso sobre la revitalización urbana natu-
raliza y legitima la exclusión social y espacial.
Empecé con una discusión acerca de los fundamentos
ideológicos de los recientes esfuerzos para remover a los mendi-
gos y vendedores indígenas de las calles. Se sugirió que su perci-
bida incompatibilidad con el espacio urbano, contenido en el
lenguaje de pureza y deshonra, tiene mucho que ver con el “blan-
queamiento” de la imagen urbana y el empuje del turismo glo-
bal. Específicamente, este capítulo examina el proyecto de ley na-
cional que involucra a niños y adolescentes, una redada de niños
mendigos en Quito, y una propuesta de campaña contra la men-
243
dicidad. Mediante esta discusión, es claro que las mujeres y niños
indígenas son interpretados indistintamente como “malos pa- Pidiendo caridad
en las calles
dres”, “niños delincuentes” e “indios vagos”. Esta sección también
discute cómo se percibe a la mendicidad como una actividad que
está destruyendo las vidas de los niños cuando, de hecho, está
brindando oportunidades que nunca antes habían tenido, tales
como la educación y la participación en la cultura del consumo.
Se sugiere que, mientras, estas acciones antimendigos expresen
preocupación por la inocencia y pureza de los niños, hacen muy
poco actualmente para tratar las necesidades económicas reales
de los niños. En su lugar, simplemente son variantes del distan-
ciamiento social y espacial.
También este capítulo explora los actuales proyectos de
revitalización urbana en Quito y Guayaquil. Esta sección analiza
el papel del turismo en la administración, vigilancia y desplaza-
miento de los trabajadores informales y mendigos. Revela cómo
la ideología acerca del uso ‘apropiado’ del espacio se utiliza para
legitimar el distanciamiento social y espacial. La sección final de
este capítulo, brevemente, explora las diferencias entre Quito y
Guayaquil. Sugiere que las políticas exclusionarias de Quito son
menos duras que las de Guayaquil, debido a la ideología política,
la falta de recursos y tal vez una ética de compasión más fuerte
en la actual fuerza policial. El propósito de esta sección fue el de
revelar que existen discursos opuestos dentro de las municipali-
dades y dar voz a aquellos individuos que defienden los derechos
de las gentes marginalizadas.

Notas:
1 Reunión entre representantes del Municipio de Quitoy trabajadores so-
ciales de la Fundación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Quito. Notas de
campo.
2 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
3 Antiguo Diputada Nacional por la Provincia del Guayas (1998-2002). Ac-
tual directora de proyectos para la Fundación Equidad y Desarrollo. En-
trevistado por la autora. Junio 25 de 2003. Quito. Ésta es un resumen de
la lista de riesgos que ella utiliza para defender la campaña contra la men-
dicidad y que luego describo en este capítulo.
4 Juanita (madre del niño), 24 años vendedorra callejera. Entrevistada por
la autora. Abril 30 de 2003. Calguasig.
5 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. November 26 de 2002.
244 Quito.
Kate Swanson 6 Antiguo Coordinador de la protección de menores, Ministerio de Bienes-
tar Social, Provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio 3
de 2003. Ambato.
7 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
8 Antiguo Coordinador de la protección de menores, Ministerio de Bienes-
tar Social, Provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio 3
de 2003. Ambato.
9 Proyecto de Ley de Protección Para Niños, Niñas y Adolescentes Indigen-
tes (24-003). Propuesto por el diputado Marco Proaño Maya al Congreso
Nacional del Ecuador en Enero 6 de 2003.
10 Diputado Nacional del Congreso. Entrevistado por la autora. Septiembre
8 de 2003. Quito.
11 Proyecto de Ley de Protección Para Niños, Niñas y Adolescentes Indigen-
tes (24-003). Propuesto por el diputado Marco Proaño Maya al Congreso
Nacional del Ecuador en Enero 6 de 2003.
12 Diputado Nacional del Congreso. Entrevistado por la autora. Septiembre
8 de 2003. Quito.
13 Analista de política social, UNICEF. Entrevistado por la autora, Agosto 22
2003, Quito.
14 Director, Hospedería Campesina Don Bosco Chillogallo. Entrevistado
por la autora. Septiembre 3 de 2003. Quito.
15 Antiguo trabajador social en la Hospedería Campesina La Tola. Entrevis-
tado por la autora. Junio 10 de 2003. Ambato. Conversación transcrita.
16 Antiguo coordinador de mujeres en la Hospedería Campesina La Tola.
Entrevistado por la autora. Noviembre 22 de 2002. Quito.
17 Antiguo director de la Hospedería Campesina La Tola. Entrevistado por
la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
18 Los certificados de nacimiento son necesarios para ingresar a la escuela.
19 Antiguo trabajador social en la Hospedería Campesina La Tola, Entrevis-
tado por la autora. Junio 10 de 2003. Ambato. Conversación transcrita.
20 Paúl, 13 años vendedor callejero y lustrabotas. Entrevistado por la auto-
ra. Mayo 5 de 2003. Calguasig.
21 Antiguo director de la Hospedería Campesina La Tola. Entrevistado por
la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
22 Mayor, DINAPEN. Entrevistado por la autora. November 27 de 2002.
Quito.
23 Antiguo trabajador social en la Hospedería Campesina La Tola. Entrevis-
tado por la autora. Junio 10 de 2003. Ambato. Conversación transcrita.
24 Antiguo director de la Hospedería Campesina La Tola. Entrevistado por
la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
25 Antigua diputada nacional por la Provincia del Guayas (1998-2002). Ac-
tual directora de proyectos para la Fundación Equidad y Desarrollo. En-
trevistada por la autora. Junio 25 de 2003. Quito.
26 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
27 Especialista en comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio Popular,
Municipio de Quito. Entrevistado por la autora. Julio 25 de 2003. Quito. 245
28 Comandante de Policía, Quito Policía Metropolitana. Entrevistado por la Pidiendo caridad
en las calles
autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
29 Planificadores urbanos, Coordinadores de Administración Urbana y
Control, Zona Norte, Municipio de Quito. Entrevistados por la autora.
Julio 29 de 2003. Quito.
30 Antiguo director de mujeres de la Hospedería Campesina La Tola. Entre-
vistado por la autora. Agosto 26 de 2003. Quito.
31 Planificador urbano, Oficina de planeamiento Municipal, Zona Mariscal.
Entrevistado por la autora. Agosto 6 de 2003. Quito. Notas de campo.
32 El Comandante de la Policía me dijo que las multas no eran más de 4
dólares, mientras que los Coordinadores municipales de la Administra-
ción Urbana y Control de la Zona Norte citaron la suma de 12 dólares.
33 Estos niveles de ingrsos fueron citados por el Comandante de la Policía en
Guayaquil. Entrevistado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
34 Comandante de la Policía, Quito Policía Metropolitana. Entrevistado por
la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
35 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
36 Trabajador social, Fundación Don Bosco, Reunión entre representantes
del Municipio de Quito y la FDB, Septiembre 2 2003. Notas de campo.
37 Planificador urbano, Municipio de Quito, Zona Mariscal. Reunión entre
representantes del Municipio de Quito y la FDB. Septiembre 2 de 2003.
Notas de campo.
38 La expresión a la que se refiere es ‘hija de puta.’
39 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Quito. Entrevistado
por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
40 Ibíd.
41 Trabajador social, Fundación Don Bosco. Entrevistado por la autora, Ju-
nio 3 2003, Ambato. Notas de campo.
42 Coordinador para la Protección de Menores, Ministerio de Bienestar So-
cial, Provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio 3 de
2003. Ambato.
43 Planificadores urbanos, Coordinadores de Administración Urbana y
Control, Zona Norte, Municipio de Quito. Entrevistados por la autora.
Julio 29 de 2003. Quito.
44 Coordinador de Seguridad Ciudadana Zona Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Agosto 6 de 2003. Quito.
45 Trabajador social, Fundación Don Bosco. Comunicación personal. Junio
10 de 2004. Correo electrónico.
46 Recientemente conocí que esta videocámara actualmente es una instala-
ción artística fundada por el MAAC (Museo de Antropología y Arte Con-
temporáneo). Se pretendía proveer un alivio reflexive/humorístico de la
agobiante cantidad de vigilancia en el área. Sin embargo, en mi opinion
solamente sirve como un aminoso recordatorio. Gracias a Chris Garcés
por esta información.
47 Comandante de Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevista-
246
do por la autora. July 1 de 2003. Guayaquil. Coordinador de Operativos
Kate Swanson Municipales, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevistado por la au-
tora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
48 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
49 Coordinador de Operativos Municipales, Policía Metropolitana de Gua-
yaquil. Entrevistado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
50 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
51 Coordinador de Operativos Municipales, Policía Metropolitana de Gua-
yaquil. Entrevistado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
52 Coordinador Provincial, PMT-Guayaquil. Entrevistado por la autora. Ju-
nio 30 de 2003. Guayaquil.
53 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil. Coordinador de Operati-
vos Municipales, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevistado por la
autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
54 Héctor, 12 años vendedor de chicles. Entrevistado por la autora. Septiem-
bre 1 de 2003. Quito. Notas de campo.
55 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
56 Sub-director, PNT-INNFA Guayas. Entrevistado por la autora. Junio 26
de 2003. Guayaquil.
57 Planificadores urbanos, Coordinadores de Administración Urbana y
Control, Zona Norte, Municipio de Quito. Entrevistado por la autora.
Julio 29 de 2003. Quito.
58 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Quito.
Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
59 Especialista de comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio
Popular, Zona Centro, Municipio de Quito. Entrevistado por la autora.
Julio 25 de 2003. Quito.
60 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Quito. Entrevistado
por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
61 Directora, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito.
Entrevistada por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
62 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Quito. Entrevistado
por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
63 Especilista en comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio Popular,
Zona Centro, Municipio de Quito. Entrevistado por la autora. Julio 25 de
2003. Quito.

247
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo VIII

CONCLUSIÓN

8. 1 Resumen de los resultados de la investigación


Esta investigación ha explorado los problemas relacio-
nados a las geografías de género, raza, etnicidad y niñez median-
te un caso de estudio sobre las mujeres y niños indígenas, quie-
nes mendigan y venden chicles en las calles urbanas del Ecuador.
Como una respuesta a la disminución de las ganancias agrícolas
y al aumento de las demandas de efectivo para cubrir las necesi-
dades básicas, las mujeres y niños rurales de la comunidad qui-
chua de Calguasig empezaron a emigrar para trabajar en las ca-
lles a inicios de la década de los noventa. Con pocas habilidades
comerciales y limitadas opciones de empleo, ellos empezaron a
mendigar. Desde entonces, la mendicidad se ha desarrollado pa-
ra llegar a ser más que una simple “estrategia de supervivencia”,
sino algo que actualmente se cruza con el consumo ostentoso, el
estatus, la realización educativa y el impulso para estar incluidos
249
en una cultura de consumo. La ironía es que, para la comunidad
de Calguasig, la mendicidad se ha convertido en una vía para lu- Pidiendo caridad
en las calles
char contra la pobreza y para involucrarse con los procesos de
modernización. La mendicidad se ha convertido en una forma
de salir adelante.
Este libro se guió en cuatro grupos de preguntas de in-
vestigación sobre la niñez, identidad, mendicidad y exclusión.
Para empezar, explora cómo la niñez indígena se articula con la
‘moderna’ interpretación de la niñez. Por medio de una visión
general de las cambiantes condiciones de la comunidad, esta in-
vestigación revela cómo la interpretación ‘moderna’ infiltra la
comunidad. Se muestra cómo esta situación tiene impacto en to-
do Calguasig, particularmente en relación a las nociones de gé-
nero, sexualidad, trabajo, juego, aprendizaje e identidad. Luego
esta investigación examina cómo los niños negocian y reconci-
lian, por sí mismos, con los continuos cambios en sus comuni-
dades. Basándose en datos de una encuesta y de entrevistas con
niños y miembros de la comunidad, se descubren las metas y as-
piraciones de los niños, mientras se discuten algunos de los retos
que actualmente enfrentan.
También esta investigación examina cómo los niños
negocian sus identidades cuando cambian entre los espacios
rurales y urbanos. Se pregunta si las experiencias migratorias
de los niños han tenido impacto sobre sus identidades diferen-
ciadas por género, por raza y por étnia, y cómo lo han hecho.
Luego explora cómo la juventud navega por senderos inciertos
de identidad, al estar más influenciados por las normas urba-
nas y occidentales. Al explorar estas interrogantes, la investiga-
ción revela cómo las identidades de las niñas indígenas cam-
bian entre lo urbano y lo rural y cómo, por medio del vestido,
el consumo, el lenguaje y la educación, ellas negocian su perte-
nencia a ambas esferas, rural y urbana. Al hacer esto, estas ni-
ñas están retando y redefiniendo lo que significa ser una mujer
indígena en el siglo XXI. Luego se revela cómo la juventud in-
terioriza el racismo y de qué manera se sitúan en las jerarquías
sociales y raciales del Ecuador, por medio de un discurso nacio-
nalista que glorifica el blanqueamiento. Se suguiere que estos
jóvenes están eligiendo senderos de identidad diferentes a los
que eligieron sus mayores y que estas elecciones, probablemen-
te, tendrán impactos socioeconómicos significativos sobre sus
250 comunidades, particularmente en términos de las aspiraciones
Kate Swanson y el consumo, en los años venideros.
Luego, esta investigación explora el lugar simbólico del
mendigo en la sociedad capitalista. Examina de qué modo los
mendigos indígenas son representados e imaginados, cómo las
mujeres y niños disputan sus estigmatizadas identidades en la es-
fera urbana, y de qué forma la mendicidad afecta y retrocede ha-
cia Calguasig. Mediante esta discusión, llega a ser claro que has-
ta cuando las mujeres y niños indígenas venden chicles, son in-
terpretados como “indios vagos” y “mendigos disfrazados”, me-
diante un discurso que pretende desacreditar la autenticidad de
su pobreza. Luego revela cómo las mujeres indígenas son inter-
pretadas como “malas madres”, quienes explotan a sus inocentes
niños, en donde los niños son interpretados variablemente como
“delincuentes juveniles” y criminales potenciales. Ambas consi-
deraciones sirven para reforzar su exclusión de la esfera urbana,
particularmente, cuando está enmarcada en el mejor interés de
los niños. Sin embargo, lejos de ser víctimas pasivas, esta investi-
gación muestra cómo las mujeres y niños indígenas participan
en tácticas para confrontar, resistir y hasta asumir roles esencia-
lizados en la ciudad. Para demostrar esto, exploro tres de estas
tácticas: venta de chicles, performance y la “renta” de niños.
También exploro cómo la mendicidad urbana y la venta de chi-
cles retornan a la comunidad de Calguasig. Esta investigación re-
vela que, mientras actualmente la mendicidad mezcla el consu-
mo ostentoso y el estatus, de ninguna manera los miembros de
la comunidad son más ricos. Ellos viven en casas medio termina-
das con pisos de tierra y sin ventanas, conducen camionetas de
hace 20 años y, muchas veces, tienen grandes deudas.
Finalmente, esta investigación examina cómo la exclu-
sión de las mujeres y niños indígenas, en la esfera urbana, se cru-
za con la revitalización urbana, el “blanqueamiento” y el empuje
del turismo global. Explora cómo el discurso sobre los derechos
de los niños, el género, la raza y la etnicidad participa de los es-
fuerzos para removerlos de las calles y examina si estos son utili-
zados para, en efecto, naturalizar y legitimar el distanciamiento
social y espacial. Esta investigación analiza estos temas mediante
un proyecto de ley nacional enfocada a los niños y adolescentes
indigentes, una redada policíaca de niños mendigos, y una pro-
puesta campaña contra la mendicidad. Esta discusión revela có-
mo las ‘modernas’ nociones de niñez, paternidad y ciudadanía 251
son el núcleo de estas campañas contra la mendicidad. Explora Pidiendo caridad
en las calles
cómo la exclusión de las mujeres y niños indígenas están, mu-
chas veces, contempladas en un discurso acerca de la pureza y la
deshonra. Revela cómo la ideología municipal dicta que para
“sanear” la imagen urbana estos ‘otros’ individuos deben ser des-
plazados y empujados de nuevo a la esfera rural.
8.2 P r i n c i p a l e s t e m a s y c o n t r i b u c i o n e s d e l a
investigación
Existen muchos temas principales de esta investigación
que pueden enfatizarse. Estos se refieren a la modernización, las
aspiraciones, los cambiantes roles de los niños, la comprensión
de los niños trabajadores, las interpretaciones de género, la edu-
cación, el empleo de las niñas, la identidad, la mendicidad, la ex-
clusión, las economías de cuidado y el consumo. Estos son esbo-
zados a continuación.
Esta investigación ha enfatizado las formas diferencia-
das, en las cuales se empuja a la modernización a las comunida-
des indígenas. Los indígenas ecuatorianos han perdurado la
opresión económica, la marginalización y la exclusión socio es-
pacial por quinientos años. Para muchas comunidades indíge-
nas, la actual agenda neoliberal y la globalización solamente han
exacerbado las difíciles condiciones existentes. Sin embargo, pa-
ra la comunidad indígena “libre” de Calguasig, los impactos de la
globalización han sido, más bien, limitados puesto que, hasta re-
cientemente, la comunidad en gran parte funcionaba fuera de la
economía de mercado dominante. En Calguasig, la clave catali-
zadora para el reciente cambio fue la construcción del camino de
la comunidad en 1992. Por primera vez, los miembros de la co-
munidad – particularmente las mujeres y niños – estuvieron más
cercanamente conectados al mundo exterior de su comunidad.
No solamente los extranjeros tuvieron fácil la entrada, sino que
los miembros de la comunidad tuvieron fácil la salida. El cami-
no también facilitó la entrada de nuevos materiales de construc-
ción, tanques de gas propano y mercancías materiales de consu-
mo, las cuales han tenido impactos dramáticos sobre la comuni-
dad en los 10 años pasados. Durante la fase más reciente de la
252
globalización, los calguaseños no se han vuelto más pobres, sino
más bien, solamente se volvieron más conscientes de su pobreza.
Kate Swanson
Dentro del contexto de estos cambios, los niños de
Calguasig aspiran a futuros que son diferentes de los de sus pa-
dres. Ellos no desean ser agricultores, ni quieren tener grandes
familias. Más bien, influenciados por sus experiencias en la ciu-
dad y por las representaciones de los medios de comunicación,
desean ser doctores, maestros, estrellas pop y policías. Quieren
poseer grandes casas, camionetas y televisiones. Desean estar
bien educados, para así alcanzar algunas de estas posibilidades.
Sin embargo, existen procesos e ideologías conflictivas en la co-
munidad. Mientras algunos padres, igualmente, tienen grandes
aspiraciones para sus niños, otros no valoran la educación. A tra-
vés de los medios de comunicación, los maestros y las interaccio-
nes en la ciudad, a los niños se les informa que su lugar apropia-
do es la escuela y la recreación. Mientras tanto, dentro de su co-
munidad, se les dice que deben trabajar. También existen de-
mandas finacieras reales, lo que significa que los niños tienen
que trabajar si desean asistir a la escuela o hasta tener esperanzas
de participar en la cultura de consumo. Los papeles de los niños
son cambiantes dentro de sus comunidades y están siendo in-
fluenciados por la ‘moderna’ interpretación de la niñez. Aunque
sin tratar de homogenizar las comunidades indígenas, una nota
de aviso debe ser recalcada considerando estos tipos de cambios,
que se están dando sobre la juventud indígena alrededor del
mundo. Como este proceso se acelera, a estos niños les pueden
afectar los nervios o la depresión. Como previamente se discu-
tió, en casos extremos, esto puede llevar a tasas elevadas de abu-
so de substancias y hasta al suicidio, como está sucediendo en co-
munidades indígenas marginalizadas en todas partes.
Los niños trabajadores de Calguasig se apartan de la
actual comprensión sobre niños trabajadores y de la calle. Al de-
sentrañar los mitos, esta investigación a revelado que estos niños
no provienen de familias con un sólo padre y no están en riesgo
de convertirse en niños de la calle sin hogar. Esto es debido a que
ellos trabajan en las calles con los miembros de sus familias am-
pliadas, como parte de un apretado grupo de parientes. Están
bajo vigilancia constante de sus tías, tíos, primos, abuelas, padres
y/o hermanos, quienes, colectivamente, son capaces de ejercer al-
tos niveles de control social.
Además, la mayoría de los niños calguaseños que par-
ticipan en la mendicidad y venta de chicles son niñas. Esto tiene 253
mucho que ver con las ideologías de género andinas que perci- Pidiendo caridad
en las calles
ben pocas implicaciones morales negativas, para las niñas en las
calles. En efecto, las muchachas y muchachos de los Andes están,
de igual forma, involucrados en las tareas de reproductivas y
productivas. Sin embargo, como las ideologías urbanas de géne-
ro infiltran la comunidad mediante la educación, los medios de
comunicación y la migración, los papeles de género están cam-
biando. Esto es más obvio mediante la profunda imposición de
interpretaciones de género de uno de los maestros, al determinar
las aspiraciones de empleo de los niños: las niñas podrían ser se-
cretarias y amas de casa; los niños podrían ser mecánicos. Tal vez
al reconocer estas interpretaciones de género (las cuales sugieren
sumisión y dependencia de las mujeres), las mujeres y niñas in-
dígenas están más propensas a la mendicidad que los hombres y
niños. Los muchachos pueden mendigar tanto como mantengan
su apariencia de niños. Cuando se aproximan al umbral de edad
de 12 o 14 años, a veces cargan bebés o niños pequeños para le-
gitimar su involucramiento en la mendicidad o en la venta de
chicles. Más allá de este punto, ellos deben involucrarse en la
limpieza de calzado o vender productos en los buses. Tal vez, de-
bido a la mayor habilidad de las niñas al mendigar, probable-
mente, ellas asistirán a la escuela a una edad más avanzada, tem-
poral o permanentemente separadas de la escuela, para sostener
la educación de sus hermanos.
Sin embargo, en general, actualmente el trabajo de los
niños en la ciudad les permite su futura educación. Fuera de los
que actualmente asisten a la escuela, casi el 60 % explícitamen-
te dijo que trabajaban para pagar sus útiles escolares. Para los
pocos niños que actualmente asisten al colegio, la migración
temporal urbano-rural es la única manera en la que pueden pa-
gar su educación. Para las niñas, la situación es un poco más
complicada. Como se mencionó previamente, muchos niños
desean desesperadamente educarse. Como me dijo Mónica de
12 años, “Me puedo ir, debo ir al colegio y voy a terminarlo. A
” la
edad de 21 años, la hermana mayor de Mónica tiene muy poca
educación. Sin embargo, su hermana de 16 años, Isabel, es uno
de los seis estudiantes, actualmente, matriculados en el colegio
de Quisapincha. El trabajo de su hermana mayor ayuda a pagar
los futuros estudios de Isabel. Aunque Mónica está retrasada en
254 la escuela debido a su trabajo en la ciudad (está actualmente en
Kate Swanson cuarto grado y no en sexto), es este trabajo que le permite so-
brellevar su educación. Aunque mientras, al momento, las ni-
ñas no tienen el mismo acceso a la educación que los niños, la
mayoría de niñas están determinadas a continuar con su edu-
cación. La diferencia puede ser que, debido a su trabajo en la
ciudad, terminarán la escuela a una edad más avanzada que los
niños. En efecto, la educación es una de las razones por las que
las muchas niñas dijeron que no deseaban casarse hasta cum-
plir sus veinte años, una edad más tardía que la normal en la
comunidad.
Las mujeres indígenas están muy limitadas en cuanto a
sus opciones de empleo. En las calles, a menudo, se les ofrecen
trabajos como domésticas, una ocupación considerada como
aceptable para las jóvenes mujeres indígenas dentro de las jerar-
quías sociales y raciales ecuatorianas. Sin embargo, esta ocupa-
ción ha mostrado que expone a las muchachas a altos niveles de
abuso físico, sicológico y sexual. Confinadas en casas extrañas,
reciben una paga baja, afrontan una libertad limitada y están ais-
ladas de sus amigos y familiares. La mendicidad y la venta de chi-
cles son así, opciones de empleo alternativas para las jóvenes
muchachas indígenas, que les permiten retener su libertad, con-
tinuar sus vidas con sus amigos y parientes, ganar substancial-
mente más dinero y continuar con sus objetivos educativos. Es-
ta investigación cuenta la historia de Silvia, una muchacha de 16
años que trabaja en Quito vendiendo chicles durante la semana,
pero regresa a casa para asistir al colegio a tiempo parcial, en
Ambato, los fines de semana. Si aceptara un empleo como traba-
jadora doméstica, no tendría la posibilidad de hacer esto. Sin
embargo, su rechazo a estas ofertas sirve para reforzar las creen-
cias de que ella simplemente es: otro “indio vago” quien “no
quiere trabajar”.
Las chicas indígenas están cambiado la percepción de
lo que significa ser una mujer indígena en los Andes. Como es-
tán cada vez más involucradas en la migración urbana-rural, es-
tán cambiando las señales de identidad cultural, algo anterior-
mente reservado para los hombres. Al utilizar prendas no tradi-
cionales, tales como “faldas de ciudad”, gorras de béisbol y pan-
talones, están identificándose como participantes en la nación
moderna y en la economía de consumo. Esta investigación tam-
bién reveló cómo los jóvenes interiorizan el racismo mediante 255
un discurso, que sugiere que el ser blanco significa pertenecer a Pidiendo caridad
en las calles
la nación. Los jóvenes pueden interiorizar el racismo de forma
diferente a los adultos, tal vez porque ellos están más ansiosos de
encajar en los imaginarios nacionalistas dominantes.
Ha existido muy poca investigación publicada en inglés
sobre los mendigos en regiones del sur o sobre mujeres y niños
mendigos. Por lo tanto, esta investigación contribuye a despejar la
falta de conocimiento sobre este tema, particularmente en geo-
grafía. Al hacer esto, se revela cómo las mujeres y niños indígenas
son interpretados como “indios vagos” quienes “prefieren mendi-
gar”. Se percibe, a menudo, que los niños están en las calles debi-
do a la “mala paternidad” y una necesidad fingida, en lugar de su
actual pobreza. Desviándose de las percepciones dominantes so-
bre niñez, su simple presencia en las calles conduce a muchos a
denunciar que, inevitablemente, ellos se convertirán en delin-
cuentes, criminales y drogadictos. Sin embargo, dentro de este
discurso, se distrae la atención de los problemas asociados con las
economías de mercado, que fracasan al redistribuír la riqueza a
los pobres y, más bien, se enfocan en los vicios y la supuesta “va-
gancia” de los mendigos. La interpretación de los mendigos, en
esta forma, justifica así los intentos de removerlos de las calles.
La exclusión de la esfera urbana de las mujeres y niños
indígenas es justificada mediante las interpretaciones ideológicas
del espacio, la revitalización urbana y el empuje al turismo glo-
bal. Al definir al espacio citadino como un espacio para el turis-
mo y capital global, los indios rurales que mendigan en las esqui-
nas, de las calles se perciben como una ruptura del significado
‘apropiado’ de este espacio. Luego, esto se refuerza evocando un
discurso sobre pureza y deshonra, en donde los mendigos ofen-
den y perturban la imagen de un “Quito Limpio” o un “Guaya-
quil siglo XXI”. Así, divorciando este problema de la mendicidad
del contexto más amplio, el problema se trata más sobre el reti-
ro de las mujeres y niños indígenas de las calles (enmarcado en
el discurso de sentido común que “las calles no son un lugar pa-
ra un niño”, por ejemplo) que, más bien, en mitigar las grandes
fuerzas que los empujan allí en primer lugar.
Este tipo de discurso también se cruza con la nociones
de ciudadanía y las preocupaciones de que los niños mendigos lo
seguirán siendo por el resto de sus vidas y en efecto, serán las fu-
256 turas sanguijuelas de la sociedad. Esta investigación discute la
Kate Swanson campaña contra la mendicidad que sugiere que si se entrega di-
nero a un niño mendigo se está, en efecto, destruyendo su vida.
Sin embargo, en el caso de los niños de Calguasig, mi investiga-
ción ha revelado que sus vidas no están siendo destruidas por la
mendicidad sino, más bien, que la mendicidad y la venta de chi-
cles les permiten posibilidades que nunca antes tuvieron, tales
como la educación, mejores hogares, bicicletas, camionetas y la
participación en el mundo exterior de su comunidad. Lo que
puede ser un gran problema para los generadores de políticas y
los defensores de los niños es que, en las calles, la “pureza”e “ino-
cencia” de la niñez aparecen deshonradas. El describir que los ni-
ños están confinados a un “pedazo de vereda” es un poderoso
imaginario que contradice las imágenes idílicas de los niños, cu-
yo “propósito en la vida es para sonreír”. Pero el institucionalizar,
desviar las donaciones o atrapar a los niños, hacen muy poco pa-
ra actualmente ayudar a sus necesidades económicas reales. Más
bien, tal vez confiando en una lógica de “no veo, no me impor-
ta”, únicamente oculta a estos “sucios” niños racializados e inten-
ta empujarlos de vuelta al campo, a donde los indios se conside-
ra que “pertenecen”.
Esta investigación también reveló otras instancias del
distanciamiento social y espacial. En un ejemplo, particularmen-
te poderoso, se discutió los esfuerzos en Guayaquil para mante-
ner el nuevo malecón libre de “gente chiquita” y “gente fea”, para
que los turistas y miembros de la clase medio alta puedan disfru-
tarlo sin sentirse “sospechosos” o afrontando “malas impresio-
nes”. Más bien, el Municipio intenta construir un nuevo malecón
en los suburbios, para que esta gente “chiquita” y “fea” pueda ir
“sin quitarles su dignidad” y donde “se codeen entre ellos” mis-
mo. También, parece ser que muchos guayaquileños piensan que
las mujeres y niños indígenas mendigos deberían “regresar de
donde vinieron”.
Sin embargo, lejos de ser víctimas pasivas, esta investi-
gación muestra cómo las mujeres y niños indígenas participan
en tácticas para confrontar, resistir y hasta asumir roles esencia-
lizados en la ciudad. De particular interés aquí es la “renta” de ni-
ños. Los infantes indígenas pertenecen a economías de cuidado
que se desvían de la norma dominante. A los niños les cuidan,
por lapsos de meses o hasta de años, por miembros de sus fami-
lias ampliadas. Los préstamos de niños y las adopciones infor- 257
males son practicados desde hace mucho tiempo en las familias Pidiendo caridad
en las calles
indígenas. Estos, muchas veces, sirven como aprendices y están
ligados a la distribución de la riqueza entre los miembros de la
comunidad. Al enviar a los niños a la ciudad con sus parientes,
los padres permiten que los niños conozcan la ciudad, aprendan
cómo ganar ingresos y se conviertan en contribuyentes más pro-
ductivos para la familia. Esto, también, releva temporalmente a
los padres de algunas de sus responsabilidades en el ciudado in-
fantil y les aporta mucho del necesitado ingreso financiero. Los
miembros de la comunidad no creen que están “rentando” ni-
ños. Más bien, ellos se refieren a esto como “prestando”o “man-
dando” niños. Sin embargo, continúan siendo criticados por los
trabajadores y autoridades de ONG por practicar modelos de
paternidad y niñez que se apartan de norma general.
Finalmente, esta investigación revela cómo la mendici-
dad ha evolucionado para convertirse en más que una “estrategia
de supervivencia”. Más bien, la mendicidad y la venta de chicles se
han convertido en actividades cruciales para la educación futura,
el consumo y la participación en el mundo exterior de su comu-
nidad. Sin embargo, mientras que los miembros de la comunidad
pueden utilizar sus ganancias para construir grandes casas y com-
prar camionetas, de ninguna manera, ahora, estos individuos son
más ricos. Al contrario, aunque es irónico, la mendicidad es una
actividad que les permite salir adelante, dentro de los límites de
una economía capitalista de mercado. No satisfechos con sentarse
en el límite o con ser olvidados, ellos se han involucrado activa-
mente en una ocupación que puede eventualmente permitirles
obtener algunos de sus objetivos materiales o personales.

8.3 Implicaciones teóricas y políticas


Existen varias implicaciones teóricas y políticas en este
libro. Como contribución en el trabajo sobre las geografías de la
niñez, este texto amplía la actual comprensión sobre los niños tra-
bajadores de la calle, al incluir a niños que trabajan en las mismas
condiciones con sus familias extendidas. Este grupo de niños de-
bería ser incluido como una importante subcategoría. Hasta aho-
ra, ellos han sido categóricamente incluidos en las concepciones
comunes sobre los niños trabajadores de la calle. Sin embargo, es-
258
te libro revela que las realidades de los niños, que trabajan en las
Kate Swanson
calles con sus familias, son sustancialmente diferentes. Aunque es-
ta investigación es específica para Ecuador, sospecho que las redes
familiares en las calles –particularmente entre migrantes rurales–
no son tan extrañas. Al contrario, creo que este grupo ha sido ig-
norado por los académicos debido a las dificultades metodológi-
cas, en cuanto al acceso y, tal vez, debido a preocupaciones más ur-
gentes respecto a los niños de la calle sin hogar. Sin embargo, y en
consecuencia, las vidas de estos niños han sido mal interpretadas.
Mediante un análisis de la espacialidad de las actitudes
racializadas y de identidades étnicas de mujeres y niños indíge-
nas, esta investigación amplía las discusiones respecto a perfor-
mance y performatividad en geografía (ver Bell et al., 1994;
Gregson and Rose, 2000; Longhurst, 2000; Lewis and Pile, 1996;
Mahtani, 2002; McDowell and Court, 1994; Nelson, 1999; Pratt,
2000; Thrift and Dewsbury, 2000). Al ejecutar performances ra-
cializadas (las mismas que varían en tiempo y espacio), las jóve-
nes mujeres y niños indígenas negocian concientemente y to-
man el control sobre las lecturas racializadas, hechas sobre sus
personas. Cuando ellos interpretan tácticamente en las calles
unos papeles esencializados, tales como el de “indios sucios”, es-
tas mujeres y niños indígenas se reapropian de estereotipos ra-
cistas para legitimar sus peticiones de caridad. Como demostró
mi encuentro personal con un joven mendigo, en algún nivel,
hasta los niños de seis años reconocen la necesidad de involu-
crarse en estas preconcebidas performances racializadas. Así, es-
ta investigación se basa en el trabajo de Mahtani (2002), en un
intento por extender las discusiones respecto a raza, espacio y
performatividad en geografía.
Otra percepción de este libro se refiere a la mendici-
dad. Como se discutió anteriormente, parece que existe una
creencia que dar dinero a los mendigos solamente agrava la si-
tuación (“Tu ayuda no me ayuda”). Las campañas de distracción
sobre mendicidad son comunes en las ciudades, incluyendo al
Nueva York de Giuliani, y las recomendaciones públicas sobre la
donación a instituciones de caridad para proteger a los mendi-
gos de sus propios “vicios” (como la adicción). Sin embargo, es
curioso que esta posición ideológica se haya aplicado sin proble-
mas a los niños mendigos en Ecuador, cuando no existe eviden-
cia empírica que sugiera que la caridad hacia los niños mendigos
“destruya” sus vidas. De hecho, mi investigación sugiere lo 259
opuesto. Así, esta investigación es un llamado a otros para tener Pidiendo caridad
en las calles
un punto de vista crítico con las campañas contra la mendicidad
y, también, para cuestionar los fundamentos ideológicos y la evi-
dencia empírica de sus reclamos.
De igual forma, esta investigación provee un ejemplo
de las diferentes maneras en las que el revanchismo toma forma
en el sur, ayudando así, al progreso de los debates, en cuanto a la
ciudad revanchista en geografía (ver Atkinson, 2003; Belina and
Helms, 2003; Macleod, 2002; Macleod and Ward, 2002; Slater,
2004; Smith, 1996; Smith 1998; Smith 2001; Smith 2002). Aun-
que toda esta literatura proviene del norte, esta investigación se-
ñala las maneras en las cuales, las políticas urbanas neoliberales
afectan a la gente marginalizada por todo el Sur Global (p.e.
mendigos, niños de la calle y trabajadores informales en ambos,
norte y sur geográficos). Esta investigación ha ilustrado cómo es-
tas insociables políticas neoliberales urbanas se difunden en las
principales ciudades del Ecuador, donde las condiciones varían
significativamente de aquellas en el norte. Este es el caso particu-
lar de Guayaquil, en donde la Municipalidad contrató al antiguo
comisionado de policía de la ciudad de Nueva York, William
Bratton, para que les ayude a configurar la estrategia de regene-
ración urbana de la ciudad. Desde entonces, el popularmente co-
nocido “Plan Bratton”, ha conducido a tomar medidas drásticas
con los mendigos, trabajadores informales, niños de la calle, ho-
mosexuales, transexuales y la clase trabajadora (mayoritaria-
mente mestiza). Sin embargo, y tal vez reflejando el estado peri-
férico de Ecuador en el sistema capitalista global, estos indivi-
duos no son desplazados para construir condominios de lujo pa-
ra la clase media y alta ecuatoriana. En su lugar, son desplazados
para hacer sitio a la clase turista global.
El particular enfoque de Ecuador sobre el revanchismo,
se puede dar en su incondicional adhesión al proyecto de blan-
queamiento. Como se discutió anteriormente, en Ecuador la mo-
dernidad y el progreso urbano, colectivamente, se asocian a los
blancos, mientras que el retraso y la decadencia rural son indios.
Por esta razón, la mera presencia de “indios sucios”,“gente chiqui-
ta” y “gente fea” en las áreas turísticas, amenaza con revelar al
mundo la Indianidad y el atraso del país. En consecuencia, un im-
perativo particular del revanchismo ecuatoriano es empujar a es-
260 tos individuos más allá de los límites de la ciudad y de regreso a
Kate Swanson los ocultos pliegues de los Andes, a donde “pertenecen” los indios.
Aunque los impactos de la globalización se dan en una
escala amplia, es importante anotar los impactos moderados en
una variedad de escalas espaciales. Esta investigación mostró un
ejemplo de una comunidad, en donde el proceso de globalización
económica ha tenido influencia limitada. En su lugar, la comuni-
dad de Calguasig experimenta procesos que están más relaciona-
dos con la modernización. Dentro de una comprensión capitalis-
ta de modernización, la comunidad se está “desarrollando”. Están
adquiriendo comodidades materiales, están construyendo “mejo-
res” (o más modernas) casas, y están educándose. Sin embargo, la
modernización de Calguasig ha tomado una forma particular.
Dentro de las ideologías de modernización capitalista, el trabajo
duro es considerado como crucial para el progreso. Al contrario,
la mendicidad está asociada a la decadencia y estancamiento. En-
tonces es irónico que los calhuaseños se hayan capitalizado con la
mendicidad, como medio efectivo para progresar. Esta situación
es altamente contraintuitiva. Así, esta investigación se enfoca en
las diferentes maneras, en las cuales ambas, modernización y glo-
balización, toman forma en variadas escalas espaciales, particu-
larmente en regiones marginalizadas de la periferia.
Como otra contribución a las geografías de la niñez, es-
ta investigación también ha revelado que la participación de los
niños en la mendicidad y la venta de goma de mascar es un fac-
tor que posibilita la educación. Auque todavía no existe un solo
graduado de la comunidad, un pequeño grupo de jóvenes está
determinado a obtener el título de bachiller. Su trabajo y el de sus
hermanos en las calles es la única cosa que les permite continuar
con su educación. Este descubrimiento es muy significativo. Es
contrario a las creencias comunes de que el trabajo infantil forza
a los niños a abandonar la escuela. Este descubrimiento sugiere
que la gente no debería precipitarse a condenar el trabajo infantil
en las calles y deberían reconocer las consecuencias positivas de
su trabajo. También señala la necesidad de programas escolares
que faciliten la educación futura de los niños, particularmente en
el nivel secundario. Las escuelas a tiempo parcial en Quito, tales
como a la que asiste Leo, también son una posibilidad, especial-
mente si estuvieran abiertas también para las niñas. Con la ayuda
de una ONG local, como la FDB, y tal vez en coordinación con las
escuelas de su comunidad, se podría alentar a los niños a que asis- 261
tan a escuelas de tiempo parcial en Quito, para que no sean rele- Pidiendo caridad
en las calles
gados de su educación mientras trabajan.
Esta investigación también contribuye a llenar la falta
de conocimiento respecto a la participación de las niñas con el
trabajo en la calle y a los avances geográficos, en la comprensión
de las interacciones de género con el espacio público (ver Katz,
1993; Cresswell, 1996; Ruddick, 1996b; Valentine, 1996; Yeoh
and Huang, 1998). Se ha descubierto que la mendicidad y la
venta de goma de mascar son alternativas de empleo viables y,
posiblemente, más seguras para las niñas indígenas. También se
ha revelado que las niñas preferirían dedicarse a la mendicidad
y a la venta de goma de mascar, ambas actividades degradantes,
en lugar de perder su libertad, su posibilidad de estudio y estar
encerradas dentro de una casa de blanco-mestizos, como traba-
jadoras domésticas. Las investigaciones en todas partes sugieren
que existen menos niñas en las calles, porque ellas mayoritaria-
mente encuentran empleo en la esfera privada como trabajado-
ras domésticas. Esta investigación ha descrito a un grupo de ni-
ñas que prefieren trabajar en las calles debido a su construcción
indígena de género y un rechazo generalizado al empleo domés-
tico. Esto va en contra de las actuales concepciones sobre las ni-
ñas trabajadoras de la calle y nos permite una comprensión más
refinada del tema.
Haciendo eco de la investigación de Helleiner (1998a;
1998b, 2000) con gitanos irlandeses, este libro también ha reve-
lado cómo el discurso sobre la niñez se une con otros discursos
denigrantes, asociados al género, raza y etnicidad, para justificar
y legitimar la expulsión de mujeres y niños de los espacios públi-
cos. Se revela cómo los niños se convierten en el tema central de
las peleas en la discusión sobre el uso “apropiado” del espacio ur-
bano. Esta investigación exhorta a otros a considerar, igualmen-
te, cómo las nociones de niñez son utilizadas para construir las
diferencias y posibilitar la exclusión.
Al desentrañar mitos, esta investigación ha tratado de
proveer un entendimiento más refinado de las razones detrás
de los niños indígenas y la participación de los jóvenes en las
calles. Este también es un llamado a la comprensión y al reco-
nocimiento de los modelos indígenas de paternidad y niñez.
Los planificadores, gestores de políticas y defensores de los ni-
262 ños deben considerar estos factores, cuando traten con este
Kate Swanson grupo de mujeres y niños.
También los planificadores y gestores de políticas de-
berían reconocer que empujar a las mujeres y niños indígenas
fuera de los límites de la ciudad o de regreso al campo, es, en el
mejor de los casos, una “solución” a corto plazo. Esto sólo des-
plaza a las mujeres y niños indígenas temporalmente. Como es-
tableció el Jefe de Policía de Quito, “ellos siempre vuelven”, gene-
ralmente porque sus problemas persisten. En lugar de esto, las
municipalidades y el Estado deberían trabajar juntos en la inver-
sión en zonas rurales, crear fuentes de empleo, asegurar precios
justos para los productos agrícolas, mejorar el acceso a la educa-
ción y la lista continúa. Los problemas que enfrentan los indíge-
nas son abrumadores y no serán resueltos en una noche. Sin em-
bargo, el desplazamiento de mendigos y vendedores solamente
agrava su pobreza.
Es muy importante vigilar de cerca a la juventud de
Calguasig, en tanto que la comunidad se integra más profunda-
mente con la esfera urbana. Los niños indígenas son uno de los
grupos más marginalizados en la comunidad global. Como se ha
demostrado en esta investigación, ellos generalmente enfrentan
grandes niveles de discriminación, altas tazas de mortalidad, des-
nutrición crónica y bajo rendimiento educativo. En Norteaméri-
ca, las tasas de suicidio de la juventud indígena se han incremen-
tado dramáticamente desde los años setenta. La tasa de suicidio
entre los varones jóvenes Inuit está entre las más altas del mundo
(Tester and McNicoll, 2004). Entre los Guaraníes en Brasil, exis-
tía más de un suicidio de jóvenes por semana en el año 1995 (CI-
MI-Mato Grosso do Sul mencionado por Survival, 2004). Aun-
que se reconoce la heterogeneidad de las comunidades indígenas
alrededor del mundo, muchas comunidades comparten condi-
ciones sociales similares. Como estableció la UNICEF (2004b),
“las comunidades indígenas a menudo viven bajo severas presio-
nes culturales y sociales. La falta de oportunidades, la discrimina-
ción cultural, la ayuda social inadecuada, la pérdida de tierras y la
dificultad de integración en la cultura dominante contribuyen a
disminuir su autoestima y falta de identidad, que pueden aumen-
tar la depresión, el abuso de alcohol y drogas, y el suicidio”. Mien-
tras que en Calguasig estas presiones culturales y sociales están en
progreso, a mi juicio, los jóvenes todavía no enfrentan la depre-
sión, abuso de drogas o suicidio. La educación bilingüe puede ser 263
algo que, en alguna medida, ayude a mantener algún sentido de Pidiendo caridad
en las calles
identidad cultural. Sin embargo, hasta este sistema es a menudo
criticado por imponer un modelo occidental de aprendizaje, y es
cómplice en importar nuevas ideologías y construcciones cultu-
rales. Por lo tanto, esta investigación exhorta a trabajadores socia-
les e investigadores a continuar con el seguimiento de la situación
de la juventud calhuaseña, muy de cerca.
8 . 4 Temas y cues tiones re s ta nt es
Obviamente, existe la necesidad de más investigación
longitudinal para seguir las vidas de los niños y jóvenes de Cal-
guasig. El hacer esto dará más profundidad a los procesos que he
descrito anteriomente. Revelará si estos niños y jóvenes, en efec-
to, llegarán a estar plagados de los problemas que afectan a los
jóvenes indígenas en todas partes. Si no lo hacen, entonces la in-
vestigación debería dirigirse hacia los factores, y las condiciones
que diferencian a estos jóvenes de los de otras partes.
También existe una necesidad por más investigación
entre los jóvenes indígenas en las comunidades, para determinar
cómo las interpretaciones indígenas de niñez están cambiando
junto a los crecientes niveles de ingresos. La investigación de Pri-
bilsky (2001) en Cañar es un ejemplo de este tipo de investiga-
ción. Existen oportunidades en la región de Otavalo, para una
investigación similar y determinar cómo los jóvenes están recon-
ciliando sus cambiantes roles dentro de sus comunidades. ¿Están
cambiando las contribuciones del trabajo infantil? ¿Cómo varían
las tasas de asistencia escolares? ¿Cómo se articulan estos niños
indígenas con la ‘moderna’ interpretación de la niñez? Estas co-
munidades pueden proveer un modelo de “niñez indígena” en
las comunidades que no están plagadas por la pobreza y luego
revelarán que las interpretaciones de la niñez de ninguna mane-
ra son estáticas.
En conclusión, me gustaría comentar sobre una con-
versación que tuve en mi cocina con una muchacha de 14 años
llamada Malena. Estábamos mirando unas fotografías y charlan-
do sobre la comunidad cuando me dijo, “trabajamos como bu-
rros [en la comunidad], pero no obtenemos ningún dinero”.
Luego, me miró inquisitivamente y preguntó: “¿por qué otra
264
gente tiene tanto dinero?” Parece lógico equiparar el trabajo du-
ro con las ganancias. Este se supone que es una de los pilares
Kate Swanson
principales de la economía capitalista. Sin embargo, las cosas son
diferentes en la comunidad de Malena. No importa que tan du-
ro trabajen en sus tierras, no pueden obtener suficiente dinero
para vivir. Después de pasar mucho tiempo en Quito (e interac-
tuar con con extanjeros como yo), Malena reconoce las dramáti-
cas incongruencian entre sus experiencias de vida y aquellas de
los otros. El crecer como una persona jóven e indígena presenta
varios retos, principalmente en una era de creciente complejidad
global. Los años venideros, no serán más fáciles. Sin embargo, los
jóvenes indígenas han estado luchando, cuerpo a cuerpo, contra
las desigualdades estructurales por 500 años, así que esta tarea
ciertamente no es imposible. Sin embargo, para facilitar en la ac-
tualidad las luchas de estos jóvenes indígenas, los trabajadores de
divulgación, los investigadores y los miembros de la comunidad,
deberían trabajar para ayudar a estos jóvenes a lidiar con los pro-
blemas, cuando éstos se relacionen con sus cambiantes papeles e
identidades.

265
Pidiendo caridad
en las calles
BIBLIOGRAFÍA

Adler, Michael
1999 Public attitudes to begging: theory in search of data. Páginas
163-182 en Begging Questions. Street-level Economic Activity
and Social Policy Failure. H. Dean (Ed.). Bristol: The Policy
Press.
Aitken, Stuart
2001 Geographies of young people: the morally contested spaces
of identity. New York: Routledge.
Anthias, Floya and Nira Yuval-Davis
1992 Racialized Boundaries. Race, nation, Gender, Colour and
Class and the Anti-racist Struggle. New York: Routledge.
Ansell, Nicola
2002 ‘Of course we must be equal, but…’: imagining gendered fu-
tures in two rural southern African secondary schools. Geo-
forum. 33: 179-194.
Anzaldúa, Gloria
1990 Haciendo caras, una entrada. Páginas xv-xxviii en Making
267
Face, Making Soul/ Haciendo Caras: Creative and Critical
Pidiendo caridad
Perspectives by Feminists of Colour. G. Anzaldúa (Ed.). San en las calles
Francisco: Aunt Lute Foundation.
Aptekar, Lewis
1988 Street Children of Cali. Durham. Duke University Press.
Aptekar, Lewis and Behailu Abebe
1997 Conflict in the neighbourhood. Street and working children
in the public space. Childhood. 4: 477-490.
Appadurai, Arjun
1990 Disjuncture and difference in the global cultural economy.
Theory, Culture & Society. 7: 295-310.
Ariès, Philippe
1962 Centuries of Childhood. New York: Knopf.
Atkinson, Rowland
2003 Domestication by cappuccino or a revenge on urban space?
Control and empowerment in the management of public
spaces. Urban Studies. 40: 1829-1843.
Barot, Rohit and John Bird
2001 Racialization: The genealogy and critique of a concept. Eth-
nic and Racial Studies. 24: 601-618.
Bauder, Harald
2002 Work on the West Side. Urban Neighbourhoods and the Cultu-
ral Exclusion of Youths. New York: Lexington Books.
Beazley, Harriot
1999 ‘A Little But Enough’: Street Children’s Subcultures in Yogya-
karta, Indonesia. Unpublished PhD thesis, Australian Natio-
nal University.
Beazley, Harriot
2000 Home sweet home?: Street children’s sites of belonging. Pá-
ginas 194-210 en Children’s Geographies: Playing, Living,
Learning. S.L. Holloway and G. Valentine (Eds.). New York:
Routledge.
Beazley, Harriot
2002 ‘Vagrants wearing make-up’: negotiating spaces on the stre-
ets of Yogyakarta, Indonesia. Urban Studies. 39: 1665-1683.
Beazley, Harriot
2003b The construction and protection of individual and collecti-
ve identities by street children and youth in Indonesia. Chil-
dren, Youth and Environments. 13 (1). Retrieved October 25
2004 from http://colorado.edu/journals/cye
Beazley, Harriot
2003a Voices from the margins: street children’s subcultures in In-
268
donesia. Children’s Geographies. 1: 181-200.
Kate Swanson
Bebbington, Anthony
1999 Capitals and capabilities: A framework for analyzing peasant
viability, rural livelihoods and poverty. World Development.
27: 2021-2044.
Bebbington, Anthony
2000 Reencountering development: Livelihood transitions and
place transformation in the Andes. Annals of the Association
of American Geographers. 90: 495-520.
Becker, Marc
1997 Class and Ethnicity in the Canton of Cayambe: The Roots of
Ecuador’s Modern Indian Movement. Unpublished PhD the-
sis, Department of History. University of Kansas.
Becker, Marc
1998 Una revolución comunista indígena: rural protest move-
ments in Cayambe, Ecuador. Rethinking Marxism. 10: 34-51.
Becker, Marc
1999 Comunas and indigenous protest in Cayambe, Ecuador. The
Americas. 55: 531-559.
Becker, Marc
2003 Race, gender, and protest in Ecuador. Páginas 125-142 en
Work, Protest, and Identity in Twentieth-Century Latin Ame-
rica. V.C. Peloso (Ed.). Jaguar Books on Latin America,
Number 26. Wilmington: Scholarly Resources Books.
Begin, Patricia, Lyne Casavant, and Nancy Miller Chenier
1999 Homelessness. Canadian Library of Parliament, Political and
Social Affairs Division. Retrieved December 4 2004 from:
h t t p : / / w w w. p a r l . g c . c a / i n f o r m a t i o n / l i b r a r y / p r b -
pubs/prb991-e.htm - C. Aboriginal Peoples(txt)
Belina, Bernd and Gesa Helms
2003 Zero tolerance for the industrial past and other threats: Po-
licing and urban entrepreneurialism in Britain and Ger-
many. Urban Studies. 40: 1845-1867.
Bell, David, Jon Binnie, Julia Cream and Gill Valentine
1994 All hyped up and no place to go. Gender, Place and Culture.
1: 31-47.
Belote, James and Linda S. Belote
1984 Suffer the little children: death, autonomy, and responsibi-
lity in a changing “low technology” environment. Science,
Technology & Human Values. 9: 35-48.
Bonnet, Michel
1993 Child labour in Africa. International Labour Review.
132:371-384.
269
Bourgois, Philippe
1998 Families and children in pain in the U.S. inner city. Páginas Pidiendo caridad
en las calles
331-351 en Small Wars: The Cultural Politics of Childhood. N.
Scheper-Hughes and C. Sargent (Eds.). Berkeley: University
of California Press.
Bowling, Benjamin
1999 The rise and fall of New York Murder. Zero Tolerance or
Crack’s Decline? British Journal of Criminology. 39: 531-554.
Bradshaw, York W., Rita Noonan, Laura Gash, Claudia Buchmann Sers-
hen
1993 Borrowing against the future: Children and Third World in-
debtedness. Social Forces. 71: 629-656.
Burkholder, Mark A. and Lyman L. Johnson
1990 Colonial Latin America. New York: Oxford University Press.
Butler, Judith
1990 Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity.
New York: Routledge.
Camacho, Agnes Zenaida V.
1999 Family, child labour and migration. Child domestic workers
in Metro Manila. Childhood. 6: 57-73.
Camacho Muñoz, Miguel
1991 Diagnostico de las Parroquias Pasa, Quisapincha, y San Fer-
nando (Cantón Ambato, Provincia Tungurahua), en el Obje-
tivo de Seleccionar una Nueva Área para el Trabajo de CESA.
Quito: CESA.
Campaign 2000
2004 One Million Too Many: Implementing Solutions to Child Po-
verty in Canada. 2004 Report Card on Child Poverty. Retrie-
ved on December 4 2004 from: http://www.campaign-
2000.ca/rc/rc04/04NationalReportCard.pdf
Castelnuovo y Asociados
2002 Informe del Rapid Assessment Aplicado a Niñas en Trabajo
Agrícola, Doméstico, y Explotación Sexual. Quito: OIT-IPEC,
Ecuador.
Central Intelligence Agency
2004 The World Factbook 2004 - Ecuador. Retrieved December 4
2003 from: http://www.odci.gov/cia/publications/factbook-
/geos/ec.html.
Centro Ecuatoriana de Servicios Agrícolas (CESA)
1992 Prediagnostico Participativo de las Organizaciones Campesi-
nas de las Parroquias de Quisapincha, Pasa, y San Fernando.
Quito: CESA.
270
Centro Ecuatoriana de Servicios Agrícolas (CESA)
Kate Swanson
1995 Proyecto “Desarrollo de Las Organizaciones Campesinas de la
Parte Alta de Quisapincha.” Quito: CESA.
Centro Ecuatoriano de Servicios Agrícolas (CESA)
2002 Plan de Manejo Definitiva Actual. Proyecto Quisapincha. Am-
bato: CESA.
Chango Ruiz, Estuardo
1993 Diagnostico Externo Comunal: Calguasig Grande. Unpublished
document produced for PROMUTA-CARE International.
Chaudhuri, Sumita
1987 Beggars of Kalighat Calcutta. Calcutta: Anthropological Sur-
vey of India.
Chiriboga, Manuel
1988 Campesinado andino y estrategias de empleo: el caso de Sal-
cedo. Páginas 225-242 en Población, Migración y Empleo en
el Ecuador. S. Escobar (Ed.). Quito: Instituto Latinoamerica-
no de Investigaciones Sociales.
Chow, Rey
1991 Violence in the other country: China as crisis, spectacle, and
woman. Páginas 81-100 in Third World Women and the Po-
litics of Feminism. C. T. Mohanty, A. Russo, and L. Torres
(Eds.). Bloomington: Indiana University Press.
Chossudovsky, Michel
1997 The Globalization of Poverty: Impacts of IMF and World Bank
Reforms. London: Zed Books.
Clark, A. Kim
1998 Race, ‘culture’, and mestizaje: The statistical construction of
the Ecuadorian nation, 1930-1950. Journal of Historical So-
ciology. 11: 185-211.
Código Penal
2003 Código Penal. Quito: Editorial Jurídica del Ecuador.
Coles, Bob and Gary Craig
1998 Excluded youth and the growth of begging. Páginas 63-82 en
Begging Questions. Street-level Economic Activity and Social
Policy Failure. (Ed. H. Dean). Bristol: The Policy Press.
Colloredo-Mansfeld, Rudi
1994 Architectural conspicuous consumption and economic
change in the Andes. American Anthropologist. 96: 845-865.
Colloredo-Mansfeld, Rudi
1998 ‘Dirty Indians’, radical indígenas, and the political economy
of social difference in modern Ecuador. Bulletin of Latin
American Research. 17: 185-205.
Colloredo-Mansfeld, Rudi
271
1999 The Native Leisure Class. Consumption and Cultural Creati-
vity in the Andes. Chicago: University of Chicago Press. Pidiendo caridad
en las calles
Colloredo-Mansfeld, Rudi
2003 Tigua migrant communities and the possibilities for auto-
nomy among urban indígenas. Páginas 275-295 en Millen-
nial Ecuador. Critical Essays on Cultural Transformation and
Social Dynamics. N. Whitten Jr. (Ed.). Iowa City: University
of Iowa Press.
Corporación de Organizaciones Campesinas Indígenas de Quisapin-
cha (COCIQ)
1999 Plan de Desarrollo Local. Quisapincha: COCIQ.
Corsaro, William A. and Luisa Molinari
2000 Entering and observing children’s worlds: A reflection on a
longitudinal ethnography of early education in Italy. Pági-
nas 179-200 en Research with Children: Perspectives and
Practices. P. Christenson and A. James (Eds.). New York:
Falmer Press.
Cresswell, Tim
1996 In Place/Out of Place: Geography, Ideology, and Transgression.
Minneapolis: University of Minnesota Press.
Cruz, Alfredo, Victor Hugo Fiallo, Eduardo Hinojoza, Ramiro Monca-
yo, Bolivar Rendon, José Sola
1994 Participación y Desarrollo Campesino: El Caso de San Fernan-
do-Pasa-Quisapincha (Síntesis). Quito: CESA.
de Certeau, Michel
1984 The Practice of Everyday Life. Berkeley: University of Califor-
nia Press.
De la Cadena, Marisol
1995 “Women are more Indian”: Ethnicity and gender in a com-
munity near Cuzco. Páginas 329-348 en Ethnicity, Markets,
and Migration in the Andes. At the Crossroads of History and
Anthropology. B. Larson and O. Harris (Eds.). Durham: Du-
ke University Press.
de la Cadena, Marisol
1998 Silent racism and intellectual superiority in Peru. Bulletin of
Latin American Research. 17: 143-164.
de la Cadena, Marisol
2000 Indigenous Mestizos. The Politics of Race and Culture in Cuz-
co, Peru, 1919-1991. Durham: Duke University Press.
de la Torre, Carlos
2000 Racism in education and the construction of citizenship in
Ecuador. Race & Class. 42: 33-45.
272
de la Torre, Carlos
Kate Swanson
2002a El Racismo en el Ecuador. El Experiencias de los Indios de Cla-
se Media. Quito: Abya-Yala.
de la Torre, Carlos
2002b Afroquiteños: Ciudadanía y Racismo. Quito: Centro Andina
de Acción Popular.
Deacon, Bob, Michelle Hulse, and Paul Stubbs
1997 Global Social Policy: International Organizations and the Fu-
ture of Welfare. Thousand Oaks: Sage Publications.
Dean, Hartley
1999 Introduction. Páginas 1-11 en Begging Questions. Street-level
Economic Activity and Social Policy Failure. H. Dean (Ed.).
Bristol: The Policy Press.
Dean, Hartley and Keir Gale
1999 Begging and the contradictions of citizenship. Páginas 13-26
en Begging Questions. Street-level Economic Activity and So-
cial Policy Failure. H. Dean (Ed.). Bristol: The Policy Press.
Dean, Hartley and Margaret Melrose
1999 Easy pickings or hard profession? Begging as an economic
activity. Páginas 83-100 en Begging Questions. Street-level
Economic Activity and Social Policy Failure. H. Dean (Ed.).
Bristol: The Policy Press.
Defensa de los Niños Internacional (DNI-Ecuador)
1997 Mi Opinión Sí Cuenta: Encuesta de Opinión Nacional a Ni-
ños, Niñas y Jóvenes Ecuatorianos Entre 6 y 17 Años de
Edad. No. 22. Quito: DNI-Ecuador.
Diario Hoy
1996a San Gonzalo, la brujería y la muerte. 18 de julio 1996. 2-A.
Written by Juan Tibanlombo. Diario Hoy. Quito.
Diario Hoy
1996b El castigo fue latigo y ortiga. 22 de julio 1996. 2-A. Diario
Hoy. Quito.
Diario Hoy
1996c Brujas saldrían en libertad. 20 de agosto 1996. 12-B. Diario
Hoy. Ambato.
Diario Hoy
1997 Crece trabajo infantil. 8 de septiembre 1997. 2-B. Diario
Hoy. Quito. Retrieved January 12 2003 from: http://www-
.hoy.com.ec/
Diario Hoy
1997b Ecuatoriano gana premio de periodismo. 29 de octubre
1997. Texto tomado del Diario La Hora. Quito. Retrieved Ja-
nuary 31 2005 from: http://www.explored.com.ec
273
Dickens, Bernard M.
1979 Guidelines on the Use of Human Subjects. Toronto: Office of Pidiendo caridad
en las calles
Research Administration, University of Toronto.
Distrito Metropolitano de Quito (DMQ)
2001 Proyecto Quito Solidario y Responsable con Niñas, Niñas y
Adolescentes de la Calle. Retrieved March 5 2002 from:
http://www.quito.gov.ec/homequito/municipio/planxxi-
/Quitosolidario.htm
Duncan, James
1978 Men without property: the tramp’s classification and use of
urban space. Antipode. 10: 24-34.
El Comercio
2002a La Navidad se llena de ofertas y tradición. Viernes 20 de di-
ciembre de 2002. A1. El Comercio. Quito.
El Comercio
2002b El comercio informal está fuera del control en Ambato. Miér-
coles 13 de noviembre de 2002. D4. El Comercio. Quito.
El Comercio
2002c Quito en emergencia y sin actividades. Lunes 4 de noviem-
bre de 2002. A3. El Comercio. Quito.
El Comercio
2002d Correo de Lectores. Contrastes del Centro. Viernes 18 de oc-
tubre de 2002. A4. El Comercio. Quito.
El Comercio
2002e Mañana se elige a la nueva Reina. Miércoles 20 de noviem-
bre de 2002. B8. El Comercio. Quito.
El Comercio
2003a Los Niños y Niñas Tienen su Día. Viernes 30 de mayo de
2003. C4. El Comercio. Quito.
El Comercio
2003b Los vendedores informales rebasan el control municipal.
Viernes 23 de mayo de 2003. El Comercio. Quito. http://ww-
w.elcomercio.com/noticias.asp?noid=61876&hl=true.
El Comercio
2003c Las ventas ambulantes crecen a pesar del control. Martes 23
de diciembre de 2003. El Comercio. Quito. http://www.elco-
mercio.com/noticias.asp?noid=81863.
El Comercio
2003d Los loteros y voceadores demandaron a Guayaquil. Jueves 3
de julio de 2003. El Comercio. Quito. http://www.elcomer-
cio.com/noticias.asp?noid=65906&hl=true.
El Comercio
274 2003e El Malecón se cierra a los gays. Lunes 30 de junio de 2003.
Kate Swanson
D1. El Comercio. Quito.
El Comercio
2003f 57 policías metropolitanos fueron echados. Lunes 7 de julio
de 2003. El Comercio. Quito. http://www.elcomercio.com-
/noticias.asp?noid=66250.
El Comercio
2003g La kola KR limitará sus ventas. Sábado 31 de mayo de 2003.
El Comercio. Quito. http://www.elcomercio.com/noticia-
s.asp?noid=62670&hl=true.
El Comercio
2004a Entrevista: ´No hay operativos especiales´: Paco Moncayo,
Alcalde del Distrito Metropolitano de Quito. Miércoles 12
de mayo de 2004. El Comercio. Quito. http://www.elcomer-
cio.com/noticias.asp?noid=93345.
El Comercio
2004b Las rutinas cambian con la llegada de las ‘misses’.Lunes 17 de
mayo de 2004. El Comercio. Quito. http://www.elcomercio-
.com/noticias.asp?noid=93780.
El Universo
2002 Jaime Nebot: Guayaquil es un ejemplo para el país. Domin-
go 30 de junio de 2002. El Universo. http://www.eluniverso-
.com.
El Universo
2003 Opinión Pública. Los niños y sus derechos. Luis Alberto Dac-
cach. Jueves, 26 de junio de 2003. 13A. El Universo. Guayaquil.
El Universo
2004a William Bratton: Se necesita mejorar calidad de policías.
Martes 2 de marzo de 2004. El Universo. http://www.eluni-
verso.com.
El Universo
2004b Disputa entre Alcalde, empresarios y Policía en Guayaquil.
La seguridad, en crisis. Viernes 26 de noviembre de 2004.
http://www.eluniverso.com.
Encalada, Eduardo, Fernando García and Kristine Ivarsdotter
1999 La Participación de los Pueblos Indígenas y Negros en el Desa-
rrollo del Ecuador. Washington D.C.: Unidad de Pueblos In-
dígenas y Desarrollo Comunitario, Banco Interamericano
de Desarrollo. Departamento de Desarrollo Sostenible.
England, Kim
1994 Getting personal: Reflexivity, positionality, and feminist re-
search. Professional Geographer. 46: 80-89.
Ennew, Judith and Hill Swart-Kruger
2003 Introduction: homes, places and spaces in the construction
275
of street children and street youth. Children, Youth and En-
vironments. 13 (1). Retrieved October 25 2004 from http- Pidiendo caridad
en las calles
://colorado.edu/journals/cye.
Ennew, Judith
1994 Street and Working Children: A Guide to Planning. Develop-
ment Manual 4. London: Save the Children.
Environmental Systems Research Institute (ESRI) Inc.
1998 ArcExplorer World Base Map. Retrieved October 17 2004
from: http://nutria.esri.com/
Erskine, Angus and Ian McIntosh
1999 Why begging offends: historical perspectives and continui-
ties. Páginas 27-42 en Begging Questions. Street-level Econo-
mic Activity and Social Policy Failure. H. Dean (Ed.). Bristol:
Policy Press.
Featherstone, Mike
1990 Global culture: An introduction. Theory, Culture & Society.
7: 1-14.
Featherstone, Mike
1993 Global and local cultures. Páginas 196-187 en Mapping the
Futures. J. Bird, B. Curtis, T. Putnam, G. Robertson, and L.
Tickner (Eds.) New York: Routledge.
Fine, Gary Alan and Kent L. Sandstrom
1988 Knowing Children: Participant Observation with Minors.
Newbury Park: Sage Publications.
Fitzpatrick, Suzanne and Catherine Kennedy
2001 The links between begging and rough sleeping: a question of
legitimacy? Housing Studies. 16: 549-568.
Foro por la Niñez y Adolescencia (FNA)
2001 Código de la Niñez y Adolescencia: ¡Apruébame! Quito: Mo-
vimiento Social por los Derechos de los Niños, Niñas y Ado-
lescentes, INNFA, Nuestros Niños.
Foro por la Niñez y Adolescencia (FNA)
2002 Código de la Niñez y Adolescencia. De la A a la Z. Quito:
MBS, Congreso Nacional del Ecuador, Pro Justicia, INNFA,
Plan Internacional, UNICEF.
Freire Heredia, Manuel M.
2003 Almanaque Ecuatoriano Panorama 2003. Riobamba: Edip-
centro.
Fundación Natura
2000 Incremento de Enfermedades Respiratorias en Escolares de
Quito por Contaminación Atmosférica de Origen Vehicular.
Quito: Fundación Natura.
Garcés, Chris
276
2004 Exclusión constitutiva: Las organizaciones pantalla y lo an-
Kate Swanson
ti-social en la renovación urbana de Guayaquil. Iconos. 20:
43-63.
Ger, Guliz and Russell Belk
1996 I’d like to buy the world a Coke: Consumptionscapes of the
“Less Affluent World.” Journal of Consumer Policy 19: 271-304.
Glauser, Benno
1997 Street children: Deconstructing a construct. Páginas 145-
164 en Constructing and Reconstructing Childhood: Contem-
porary Issues in the Sociological Study of Childhood. A. James
and A. Prout (Eds.) Washington: Falmer Press.
Gmelch, Sharon
1979 Tinkers and Travellers. Dublin: The O’Brien Press. p.54-64.
Goffman, Erving
1959 The Presentation of Self in Everyday Life. New York: Double-
day.
Gregson, Nicky and Gillian Rose
2000 Taking Butler elsewhere: performativities, spatialities and
subjectivities. Environment and Planning D: Society and Spa-
ce. 18: 433-452.
Guaderman, Kimberley
2003 Women’s Lives in Colonial Quito. Gender, Law, and Economy
in Spanish America. Austin: University of Texas Press.
Guerrero, Andrés
1997 The construction of a ventriloquist’s image: Liberal discour-
se and the ‘Miserable Indian Race’ in late 19th century Ecua-
dor. Journal of Latin American Studies. 29: 555-590.
Guerrero, Andrés
2001 Los linchamientos en las comunidades indígenas. ¿La políti-
ca perversa de una modernidad marginal? Ecuador Debate.
53: 197-226.
Halpern, Adam and France Winddance Twine
2000 Antiracist activism in Ecuador: Black-Indian community
alliances. Race & Class. 42: 19-31.
Hamilton, Sarah
1998 The Two-Headed Household. Gender and Rural Development
in the Ecuadorean Andes. Pittsburgh: University of Pitts-
burgh Press.
Hansson, Desiree
2003 “Strolling” as a gendered experience: a feminist analysis of
young females in Cape Town. Children, Youth and Environ-
ments. 13 (1). Retrieved October 25 2004 from http://colo-
rado.edu/journals/cye.
Hart, Roger 277
1997 Children’s Participation: The Theory and Practice of Involving Pidiendo caridad
Young Citizens in Community Development and Environmen- en las calles

tal Care. London: Earthscan Publications Ltd.


Harvey, David
1990 The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Conditions
of Cultural Change. Cambridge: Blackwell Publishers Inc.
Hays-Mitchell, Maureen
2001 Danger, fulfillment and responsibility in a violence-plagued
society. Geographical Review. 91: 311-321.
Health Canada
2002 Aboriginal People. Retrieved on December 4 2004 from:
http://www.hc-sc.gc.ca/english/for_you/aboriginals.html.
Hecht, Tobias
1998 At Home in the Street: Street Children of Northeast Brazil.
Cambridge: Cambridge University Press.
Heinonen, Paola
2000 Anthropology of Street Children in Addis Ababa, Ethiopia.
Ph.D. Dissertation. University of Durham, Durham, U.K.
Helleiner, Jane
1998a Contested childhood: the discourse and politics of minority
childhood in Ireland. Childhood. 5: 303-24.
Helleiner, Jane
1998b ‘For the protection of the children’: the politics of minority
childhood in Ireland. Anthropological Quarterly. 71: 51-62.
Helleiner, Jane
2000 Irish Travellers: Racism and the Politics of Culture. Toronto:
University of Toronto Press.
Helleiner, Jane
2003 The politics of Traveller ‘child begging’ in Ireland. Critique of
Anthropology. 23: 17-33.
Hermer, Joe
1999 Policing compassion: ‘diverted giving’ on the Winchester
High Street. Páginas 203-218 en Begging Questions. Street-le-
vel Economic Activity and Social Policy Failure. H. Dean
(Ed.). Bristol: The Policy Press.
Hermer, Joe. Forthcoming. Policing Compassion: Begging, Law and Po-
wer in Public Spaces.
Hermer, Joe and Janet Mosher (Eds.)
2002 Disorderly People. Law and the Politics of Exclusion in Onta-
rio. Halifax: Fernwood Publishing.
Herrera, Lucía
2002 La Ciudad del Migrante: La Representación de Quito en Rela-
tos de Migrantes Indígenas. Quito: Universidad Andina Si-
278 món Bolivar, Abya-Yala, Corporación Editora Nacional.
Kate Swanson Hollos, Marida
2002 The cultural construction of childhood: changing concep-
tions among the Pare of northern Tanzania. Childhood. 9:
167-189.
Holloway, Sarah L. and Gill Valentine
2000 Children’s geographies and the new social studies of child-
hood. Páginas 1-26 en Children’s Geographies: Playing, Li-
ving, Learning. S. Holloway and G. Valentine (Eds.). New
York: Routledge.
Hopkins, Peter E.
2004 Young Muslim men in Scotland: inclusions and exclusions.
Children’s Geographies. 2: 257-272.
Hopkins Burke, Roger
1999 Tolerance or intolerance? The policing of begging in the ur-
ban context. Páginas 219-235 en Begging Questions. Street-
level Economic Activity and Social Policy Failure. H. Dean
(Ed.). Bristol: The Policy Press.
Huggins, Martha K. and Sandra Rodrigues
2004 Kids working on Paulista Avenue. Childhood. 11: 495-514.
Ignacio, Ivan
2005 ¿Qué Celebramos? ¿Kapak Raymi o Navidad? ¿Inti Raymi o
San Juan? Por la Recuperación de Nuestros Valores de Identi-
dad, Cultura y Religiosidad. Consejo Andino de Naciones
Originarías. Otavalos OnLine. Retrieved on February 5 2005
from: http://www.otavalosonline.com/killkaykuna/quecele-
bramos.htm.
Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC)
2003 Tasa de Mortilidad Infantil. Serie Histórica 1990-2001. Re-
trieved on November 16 2004 from: http://www.inec.gov.e-
c/interna.asp?inc=enc_tabla&idTabla=195.
Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC)
2001 VI Censo de Población y V de Vivienda. Resultados Prelimina-
res. Provincia de Tungurahua: Población por área y sexo, se-
gún Cantones y Parroquias (datos preliminares). Instituto
Nacional de Estadística y Censo. Noviembre 2001.
Instituto Nacional del Niño y la Familia (INNFA)
2001 Programa de Protección y Educación del Niño Trabajador. Re-
trieved November 18 2001 from: http://www.innfa.org/pro-
gramas/programas.html
International Labour Organization (ILO)
2001 Indigenous people still the poorest of the poor. August 8 2001.
ILO. Retrieved December 30 2004 from: http://www.ilo.org-
/public/eng lish/re g ion/asro/bang kok/newsro om/
279
pr0105.htm.
Invernizzi, Antonella Pidiendo caridad
en las calles
2003 Street working-children and adolescents in Lima. Work as
an agent of socialization. Childhood. 10: 319-341.
Jackson, Peter and Jan Penrose (Eds.)
1992 Constructions of Race, Place and Nation. London: UCL
Press.
Jaffe, Audrey
1990 Detecting the beggar: Arthur Conan Doyle, Henry Mayhew,
and ‘The Man with the Twisted Lip’. Representations. 31: 96-
117.
James, Allison and Alan Prout
1997 Constructing and Reconstructing Childhood: Contemporary
Issues in the Sociological Study of Childhood. A. James and A.
Prout (Eds.). Washington: Falmer Press.
Jaramillo Rodríguez, Yolanda
1968 La Mendicidad en la Ciudad de Quito. Tesis de Grado Traba-
jadora Social, Escuela de Servicio Social “Mariana de Jesús”,
Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Facultad de
Economía, Quito.
Jokisch, Brad
2002 Migration and Agricultural Change: the case of smallholder
agriculture in the highlands of South-Central Ecudaor. Hu-
man Ecology 30: 523-550.
Jokisch, Brad and Jason Pribilsky
2002 The panic to leave: Economic crisis and the “new emigra-
tion” from Ecuador. International Migration. 40: 75-101.
Jordan, Bill
1999 Begging: The global context and international comparisons.
Páginas 43-62 en Begging Questions. Street-level Economic
Activity and Social Policy Failure. H. Dean (Ed.). Bristol: The
Policy Press.
Katnen, Mani
1998 Words spoken by Mani Katnen in October 1998 at the Ca-
nadian Environmental Assessment Board hearings on the
Voisey’s Bay Project at Sheshatshiu. CBC News Indepth:
Aboriginal Canadians. Sheshiatshiu – An Innu Community
Addicted. Retreived December 10 2004 from:
http://www.cbc.ca/news/background/aboriginals/sheshats-
hiu.html
Katz, Cindi
1991 Sow what you know: The struggle for social reproduction in
rural Sudan. Annals of the Association of American Geograp-
280
hers. 81:488-514.
Kate Swanson
Katz, Cindi
1993 Growing girls/closing circles. Limits on the spaces of kno-
wing in rural Sudan and US cities. Páginas 88-106 en Full
Circles: Geographies of Women Over the Life Course. C. Katz
and J. Monk (Eds.). New York: Routledge.
Katz, Cindi
1994 Playing the field: Questions of fieldwork in geography. Pro-
fessional Geographer. 46: 67-72.
Katz, Cindi
1998 Disintegrating developments: Global economic restructu-
ring and the eroding ecologies of youth. Páginas 130-144 en
Cool Places: Geographies of Youth Cultures. T. Skelton and G.
Valentine (Eds.). New York: Routledge.
Katz, Cindi
2001 On the grounds of globalisation: A topography for feminist
political engagement. Signs. 4: 1213-1234.
Katz, Cindi
2004 Growing Up Global: Economic Restructuring and Children’s
Everyday Lives. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Kennedy, Catherine and Suzanne Fitzpatrick
2001 Begging, rough sleeping and social exclusion: implications
for social policy. Urban Studies. 38: 2001-2016.
Kilbride, Philip, Collette Suda, and Enos Njeru
2000 Street Children in Kenya: Voices of Children in Search of a
Childhood. Westport: Bergin & Garvey.
Korovkin, Tanya
1997 Taming capitalism: The evolution of the indigenous peasant
economy in northern Ecuador. Latin American Research Re-
view. 32: 89 -110.
Korovkin, Tanya
2003 Cut-flower exports, female labor, and community partici-
pation in highland Ecuador. Latin American Perspectives.
30: 18-42.
Krupa, Chris
2001 Producing neoliberal rural spaces: Labor and community
and Ecuador’s cut-flower sector. Prepared for delivery at the
2001 meeting of the Latin American Studies Association
Washington D.C., September 6-8, 2001.
La Hora
2003 Una atención debe ser permanente. Celebración a la niñez
ecuatoriana en sectores populares. Lunes, Junio 2. La Hora.
Quito. Retrieved June 2 de 2003 from: http://www.lahora-
281
.com.ec.
Lankenau, Stephen E. Pidiendo caridad
en las calles
1999a. Stronger than dirt: public humiliation and status enhance-
ment among panhandlers. Journal of Contemporary Ethno-
graphy. 28: 288-318.
Lankenau, Stephen E.
1999b Panhandling repertoires and routines for overcoming the
nonperson treatment. Deviant Behavior: An Interdisciplinary
Journal. 20: 183-206.
Larrea, Carlos and Liisa North
1997 Ecuador: Adjustment policy impacts on truncated develop-
ment and democratisation. Third World Quarterly. 18: 913-
934.
Larrea, Carlos
2000 Pobreza y Exclusión Social en el Ecuador. Memorias del Semi-
nario realizado en Quito, Abril 2000. United Nations Deve-
lopment Program (UNDP). Retrieved December 6 2004
from http://www.undp.org.ec/Publicaciones/Exclusionso-
cial.html
Larrea, Carlos, Wilma B. Freire and Chessa Lutter
2001 Equidad desde el Principio: Situación Nutricional de los Niños
Ecuatorianos. Washington D.C.: Organización Panamerica-
na de Salud.
Larson, Brooke and Olivia Harris
1995 Ethnicity, Markets, and Migration in the Andes. Durham: Du-
ke University Press.
Lawson, Victoria
1999 Questions of migration and belonging: Understandings of
migration under neoliberalism in Ecuador. International
Journal of Population Geography. 5: 261-276.
Lee, Barrett A. and Chad R. Farrell
2003 Buddy, can you spare a dime? Homelessness, panhandling,
and the public. Urban Affairs Review. 38: 299-324.
Lena, S.M. and Ranjit Perera
2001 Youth and development. Development Express. Hull: Cana-
dian International Development Agency. Retrieved March 5
2002 from: http://www.acdi-cida.gc.ca/cida_ind.ns-
f/8949395286e4d3a58525641300568be1/cb7adc-
2993f312a685256a4d007b6046?OpenDocument.
Lentz, Carola
1997 Migración e Identidad Etnica. La Transformación Histórica de
una Comunidad Indígena en la Sierra Ecuatoriana. Quito:
Abya-Yala.
282
Lentz, Carola
Kate Swanson
2000 La construcción de la alteridad cultural como repuesta a la
discriminación étnica. Caso de estudio en la Sierra ecuato-
riana. Páginas 201-233 en Etnicidades. A. Guerrero (Ed.).
Quito: FLACSO-Sede Ecuador.
Lewis, Clare and Steve Pile
1996 Woman, body, space: Rio Carnival and the politics of perfor-
mance. Gender, Place and Culture. 23-46.
Longhurst, Robyn
2000 ‘Corporeographies’ of pregnancy: ‘bikini babes’. Environ-
ment and Planning D: Society and Space. 18: 453-472.
Lucas, Kintto
2000 We Will Not Dance On Our Grandparents’ Tombs: Indigenous
Uprisings in Ecuador. London: Catholic Institute for Interna-
tional Relations.
Lucchini, Riccardo
1996 The street and its image. Childhood. 3: 235-246.
Lucchini, Riccardo
1994 The Street Girl. Prostitution, Family and Drug. Working pa-
per for English version of chapter 3 of forthcoming book
Entre la rue et la famille: L’enfant de Montevideo. Retrieved
November 5 2004 from: http://www.unifr.ch/socsem/Fi-
chiers%20PDF/Wp243.pdf.
Macleod, Gordon
2002 From urban entrepreneurialism to a “revanchist city”? On
the spatial injustices of Glasgow’s renaissance. Antipode. 34:
602-624.
Macleod, Gordon and Kevin Ward
2002 Spaces of utopia and dystopia: landscaping the contempo-
rary city. Geografiska Annaler. 84: 153-170.
Mahtani, Minelle
2002 Tricking the border guards: performing race. Environment
and Planning D: Society and Space. 425-440.
Martínez Novo, Carmen
2003 The ‘culture’ of exclusion: representations of indigenous wo-
men street vendors in Tijuana, Mexico. Bulletin of Latin
American Research. 22: 249-268.
Martínez, Luciano
1988 Migración y cambios en las estrategias familiares de las co-
munidades indígenas de la sierra. Población, Migración y
Empleo en el Ecuador. S. Escobar (Ed.). Quito: Instituto La-
tinoamericano de Investigaciones Sociales.
283
Martínez, Luciano Valle
2003 Endogenous peasant responses to structural adjustment. Pidiendo caridad
en las calles
Ecuador in comparative Andean perspective. Páginas 85-105
Rural Progress, Rural Decay. Neoliberal Adjustment Policies
and Local Initiatives. Bloomfield: Kumarian Press.
Massey, Doreen
1991 A global sense of place. Marxism Today. June: 24-29.
Massey, Doreen
1998 The spatial constrution of youth cultures. Páginas 121-129
en Cool Places: Geographies of Youth Cultures. T. Skelton and
G. Valentine (Eds.). New York: Routledge.
Matthews, Hugh, Melanie Limb, and Mark Taylor
1998 The geography of children: Some ethical and methodologi-
cal considerations for project and dissertation work. Journal
of Geography in Higher Education. 22: 311-324.
Mauro, Amalia and Mario Unda
1988 Las migraciones temporarles de los obreros de la construc-
ción en Quito. Páginas 319-342 en Población, Migración y
Empleo en el Ecuador. S. Escobar (Ed.). Quito: Instituto La-
tinoamericano de Investigaciones Sociales.
Mauss, Marcel
1966 The Gift: The Form and Reason for Exchange in Archaic Socie-
ties. Translated by Ian Cunnison. London: Cohen & West
Ltd.
McDowell, Linda and Gill Court
1994 Performing work: bodily representations in merchant
banks. Environment and Planning D: Society and Space. 12:
727-750.
McDowell, Linda
1999 Gender, Identity and Place. Understanding Feminist Geograp-
hies. Minneapolis: University of Minnesota Press.
McIntosh, Ian and Angus Erskine
1999 Why begging offends: Historical perspectives and continui-
ties. Páginas 27-42 en Begging Questions. Street-level Econo-
mic Activity and Social Policy Failure. H. Dean (Ed.). Bristol:
The Policy Press.
Meisch, Lynn A.
2001 Working girl. Natural History. 110: 74-75.
Meisch, Lynn A.
2002 Andean Entrepreneurs. Otavalo Merchants and Musicians in
the Global Arena. Austin: University of Texas Press.
Miñaca Pozo, Gonzalo Eloy
1988 La Vagancia y la Mendicidad en el Derecho Penal Ecuatoria-
284
na. Facultad de Jurisprudencia. Pontifica Universidad Cató-
Kate Swanson
lica del Ecuador. Quito: Tesis doctoral no publicada.
Ministerio de Bienestar Social (MBS)
2003 Código de la Niñez y Adolescencia. Quito: Gráficas Iberia.
Mitchell, Don
1995 The end of public space? People’s Park, definitions of the
public and democracy. Annals of the Association of American
Geographers. 85: 108-133.
Mitchell, Don
1995b There’s no such thing as culture: Towards a reconceptualiza-
tion of the idea of culture in geography. Transactions of the
Institute of British Geographers. 20: 102-116.
Mitchell, Don
1997 The annihilation of space by law: the roots and implications
of anti-homeless laws in the United States. Antipode. 29:
303-335.
Mohanty, Chandra Talpade
1991 Under western eyes: Feminist scholarship and colonial dis-
courses. Páginas 51-80 en Third World Women and the Poli-
tics of Feminism. C. T. Mohanty, A. Russo, and L. Torres
(Eds.). Bloomington: Indiana University Press.
Mufune, Pempelani
2000 Street youth in Southern Africa. UNESCO. 233-243.
Municipio del Distrito Metropolitana de Quito (MDMQ). No date. Re-
copilación de ordenanzas para las operaciones de la Policía
Metropolitana. Quito: Printed under the authority of Paco
Moncayo, Alcade Metropolitana.
Muratorio, Blanca
1998 Indigenous women’s identities and the politics of cultural
reproduction in the Ecuadorian Amazon. American Anthro-
pologist. 100: 409-420.
Murdoch, Lydia
2003 Begging “Impostors,” Street Theater, and the Shadow Economy
of the Victorian city. Unpublished paper presented at the
North American Victorian Studies Association (NAVSA)
conference en Bloomington, Indiana.
Narayan, Uma
1989 The project of feminist epistemology: Perspectives from a
non-western feminist. Páginas 256-269 en Gender/Body/K-
nowledge: Feminist Reconstructions of Being and Knowing.
A.M. Jaggar and S.R. Bordo. London: Rutgers University Press.
Nast, Heidi J.
285
1998 The body as “place”: Reflexivity and fieldwork in Kano, Ni-
geria. Páginas 93-116 en Places Through the Body. H. J. Nast Pidiendo caridad
en las calles
and S. Pile (Eds.). New York: Routledge.
Nelson, Lise
1999 Bodies (and spaces) do matter: the limits of performativity.
Gender, Place and Culture. 6: 331-253.
Nieuwenhuys, Olga
1994 Children’s Lifeworlds: Gender, Welfare, and Labour in the De-
veloping World. New York: Routledge.
Nieuwenhuys, Olga
2001 By the sweat of their brow? ‘Street children’, NGOs and chil-
dren’s rights in Addis Ababa. Africa. 71: 539-557.
North, Liisa
2003 Rural progress or rural decay? An overview of the issues and
the case studies. Páginas 1-22 en L North and J. Cameron
(Eds.) Rural Progress, Rural Decay. Neoliberal Adjustment Po-
licies and Local Initiatives. Bloomfield: Kumarian Press.
Oakley, Ann
1995 Women and children first and last: Parallels and differences
between children’s and women’s studies. Páginas 13-32 en
Children’s Childhoods Observed and Experienced. B. Mayall
(Ed.). Washington: The Falmer Press.
Onta-Bhatta, Lazima
1997 Political economy, culture and violence: Children’s journeys
to the urban streets. Studies in Nepali History and Society.
2:207-253.
Onta-Bhatta, Lazima
2000 Street Children’s Subcultures and Cultural Politics of Child-
hood in Nepal. Ph.D. Dissertation. Department of Anthro-
pology, Cornell University, Ithaca, New York.
Orlove, Benjamin S.
1998 Down to earth: race and substance in the Andes. Bulletin of
Latin American Research. 17: 207-222.
Pachano, Simón
1988 Campesinado y migración: algunas notas sobre el caso
Ecuatoriano. Páginas 197-224 en Población, Migración y Em-
pleo en el Ecuador. S. Escobar (Ed.). Quito: Instituto Latinoa-
mericano de Investigaciones Sociales.
Panter-Brick, Catherine
2002 Street children, human rights, and public health: a critique
and future directions. Annual Review of Anthropology. 31:
147-171.
Peake, Linda and Richard H. Schein
286
2000 Racing geography into the new millennium: studies of ‘race’
Kate Swanson
and North American geographies. Social & Cultural Geo-
graphy. 1: 133-142.
Peake, Linda and Alissa Trotz
1999 Gender, Ethnicity and Place: Women and Identities in Guya-
na. London: Routledge.
Peñaherrera de Costales, Piedad, Alfredo Costales Samaniego, and
Fausto Jordán Bucheli.
1961 Tungurahua. Llacta Nº13. Talleres Gráficos Nacionales.
Peters, Evelyn
1998 Subversive spaces: First Nations women and the city. Envi-
ronment and Planning D: Society and Space. 16: 665-685.
Pile, Steve and Michael Keith
1997 Geographies of Resistance. New York: Routledge.
Pitkin, Kathryn and Ritha Bedoya
1997 Women’s multiple roles in economic crisis: Constraints and
adaptation. Latin American Perspectives. 24: 34-49.
Poeschel-Renz, Ursula
2003 La Niñez Indígena Frente a la Desigualdad Social y Presión
Cultural. Obervatorio Social de Ecuador. Quito.
Powers, Karen Vieira
1995 Andean Journeys. Migration, Ethnogenesis, and the State in
Colonial Quito. Albuquerque: University of New Mexico
Press.
Pratt, Geraldine
2000 Research performances. Environment and Planning D: So-
ciety and Space. 18: 639-651.
Pribilsky, Jason
2001 Nervios and ‘modern childhood’. Migration and shifting
contexts of child life in the Ecuadorian Andes. Childhood. 8:
251-273.
Proctor, Bernadette D. and Joseph Dalakar
2003 Poverty in the United States: 2002. U.S. Census Bureau, Cu-
rrent Population Reports, P60-222. Washington D.C.: U.S.
Government Printing Office.
Prout, Alan and Allison James
1997 A new paradigm for the sociology of childhood? Provenan-
ce, promise and problems. Páginas 7-33 en Constructing and
Reconstructing Childhood: Contemporary Issues in the Socio-
logical Study of Childhood. A. James and A. Prout (Eds.).
Washington: Falmer Press.
Punch, Samantha
2001 Household division of labour: generation, gender, age, birth
287
order and sibling composition. Work, Employment & Society.
15: 803-823. Pidiendo caridad
en las calles
Punch, Samantha
2002 Childhoods in the Majority World: miniature adults or tri-
bal children? Sociology. 37: 277-295.
Punch, Samantha
2003 Youth transitions and interdependent adult-child relations
in rural Bolivia. Journal of Rural Studies. 18: 123-133.
Radcliffe, Sarah
1999 Embodying national identities: mestizo men and white wo-
men in Ecuadorian racial-national imaginaries. Transac-
tions of Inst of British Geographers, 24: 213-225.
Radcliffe, Sarah A.
2000 Entangling resistance, ethnicity, gender and nation in Ecua-
dor. Páginas 164-181 en Entanglements of Power: Geograp-
hies of Domination/Resistance. J.P. Sharp, P. Routledge, C.
Philo, and R. Paddison (Eds.). New York: Routledge.
Radcliffe, Sarah and Sallie Westwood
1996 Remaking the Nation: Place, Identity and Politics in Latin
America. London: Routledge.
Radford, Colin
2001 Begging principles: the Big Issue. Journal of Applied Philo-
sophy. 18: 287-296.
Rahier, Jean Muteba
1998 Blackness, the racial/spatial order, migrations, and Miss
Ecuador 1995-96. American Anthropologist. 100: 421-430.
Rahier, Jean Muteba
2003 Racist stereotypes and the embodiment of blackness: some
narratives of female sexuality in Quito. Páginas 296-323 en
Millennial Ecuador. Critical Essays on Cultural Transforma-
tions and Social Dynamics. N. Whitten Jr. (Ed.). Iowa City:
University of Iowa Press.
Rendon, Bolivar
1994 Estudio de Ingresos en 10 Comunidades de las Parroquias: Pa-
sa, San Fernando, Quisapincha. Ambato: CESA.
Rival, Laura
1997 Modernity and the politics of identity in an Amazonian so-
ciety. Bulletin of Latin American Research. 16: 137-151.
Robson, Elsbeth
1996 Working girls and boys: Children’s contributions to house-
hold survival in West Africa. Geography. 81:403-407.
Robson, Elsbeth
288
2000 Invisible carers: young people in Zimbabwe’s home-based
Kate Swanson
healthecare. Area. 32: 59-69.
Robson, Elsbeth
2004a Children at work in rural northern Nigeria: patterns of age,
space and gender. Journal of Rural Studies. 20: 193-210.
Robson, Elsbeth
2004b Hidden child workers: Young carers in Zimbabwe. Antipode.
36: 227-248.
Robson, Elsbeth and Nicola Ansell
2000 Young carers in Southern Africa: exploring stories from
Zimbabwean secondary school students. Páginas 174-193 en
Children’s Geographies: Playing, Living, Learning. S.L. Hollo-
way and G. Valentine (Eds.) New York: Routledge.
Roitman, Karem
2004 Mestizo Identity Construction. Unpublished paper delivered
at the 2004 meeting of the Latin American Studies Associa-
tion, Las Vegas, Nevada, October 7-9, 2004.
Rosaldo, Renato
1989 Imperialist nostalgia. Páginas 68-87 en Culture & Truth:
The Remaking of Social Analysis. Boston: Beacon Press.
Ruddick, Susan M.
1996 Young and Homeless in Hollywood: Mapping Social Identities.
New York: Routledge.
Ruddick, Susan
1996b Constructing difference in public spaces: race, class, and
gender as interlocking systems. Urban Geography. 17: 132-
151.
Ruddick, Sue
2003 The politics of aging: Globalization and the restructuring of
youth and childhood. Antipode. 35: 334-362.
Rurevo, Rumbidzai and Michael Bourdillon
2003 Girls: the less visible street children of Zimbabwe. Children,
Youth and Environments. 13(1). Retrieved October 25 2003
from http://colorado.edu/journals/cye.
Sánchez-Parga, José
2002 Crisis en Torno al Quilotoa: Mujer, Cultura y Comunidad.
Quito: Centro Andino de Acción Popular.
Schak, David C.
1988 A Chinese Beggars’ Den: Poverty and Mobility in an Under-
class Community. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press.
Scheper-Hughes, Nancy
1992 Death Without Weeping: The Violence of Everyday Life in Bra-
289
zil. Berkeley: University of California Press.
Scheper-Hughes, Nancy and Daniel Hoffman Pidiendo caridad
en las calles
1998. Brazilian apartheid: Street kids and the struggle for urban
space. Páginas 352-388 en Small Wars: The Cultural Politics
of Childhood. N. Scheper-Hughes and C. Sargent (Eds.).
Berkeley: University of California Press.
Scheper-Hughes, Nancy and Carolyn Sargent
1998 Introduction: The cultural politics of childhood. Páginas 1-
33 en Small Wars: The Cultural Politics of Childhood. N.
Scheper-Hughes and C. Sargent (Eds.). Berkeley: University
of California Press.
Sibley, David
1995 Geographies of Exclusion. Society and Difference in the West.
New York: Routledge.
Silvey, Rachel and Victoria Lawson
1999 Placing the migrant. Annals of the Association of American
Geographers. 89: 121-132.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003a La Década de los 90s en Cifras. El Crecimiento Económico.
BCE Cuentas Nacionales, 1990-1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003b La Década de los 90s en Cifras. La Deuda Externa Pública.
Ministerio de Finanzas 1995-1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003c La Década de los 90s en Cifras. La Pobreza y la Extrema Po-
breza de Consumo. Ministerio de Finanzas 1995-1999. Qui-
to: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003d Incidencia de Pobreza de Consumo. ECV-INEC 1995; 1999.
Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003e Distribución del Ingreso Según Quintales. Encuestas urbanas
de empleo y desempleo (EUED) – INEC 1988-2002. Quito:
SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003f Niños/as en la Pobreza. Encuestas de condiciones de vida
(ECV) – INEC 1995; 1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003g Niños/as en la Indigencia. Encuestas de condiciones de vida
(ECV) – INEC 1995; 1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003h Niños/as que Trabajan y no Estudian. Encuestas de Condi-
ciones de Vida (ECV) – INEC 1999. Quito: SIISE.
290
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
Kate Swanson
2003i Escolaridad. Encuestas de Condiciones de Vida (ECV) –
INEC 1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003j Analfabetismo. Encuestas de Condiciones de Vida (ECV) –
INEC 1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003k Tasa de mortalidad infantil (método directo). Estadísticas Vi-
tales – INEC. 1956-2000. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE) 3.5.
2003l La década de los 90s en cifras. La inversión pública en educación
y salud. Ministerio de Finanzas 1995-1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador 3.5 (SIISE 3.5).
2003mAuto identificación étnico racial. Censos de población y vi-
vienda – INEC, 2001. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador 3.5 (SIISE 3.5).
2003n Repetición escolar – secundaria. ECV-INEC, 1995-1999. Qui-
to: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003o Niños/as que trabajan en la calle. Mi Opinion Si Cuenta,
DNI, 1994. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003p Edad de inicio del trabajo infanto-juvenil. Encuestas urbana
de empleo y desempleo – INEC 2001. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003q Días que trabajan los niños/as a la semana. Encuestas urba-
nas de empleo y desempleo – INEC, 2001. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003r Niños/as que trabajan para ayudar al ingreso familiar. En-
cuestas urbanas de empleo y desempleo - INEC, 2001. Qui-
to: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003s Niños/as que aportan al ingreso del hogar. Dirección Nacio-
nal de la Juventud, 1995. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003t Empleo – Trabajo infantil y adolescente. Encuesta de condicio-
nes de vida – INEC, Niños de 10 a 17 años, 1999. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003u Identidad étnico-racial de los niños/as. DNI - Mi opinión sí
cuenta, 1994. Quito: SIISE.
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
2003v Inflación. BCE- Cuentas nacionales; Información estadística
mensual, 1965-2001. Quito: SIISE.
291
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador (SIISE), 3.5.
200w Secundaria completa. ECV-INEC, 1999. Quito: SIISE. Pidiendo caridad
en las calles
Skelton, Tracey and Gill Valentine (Eds.)
1998 Cool Places. Geographies of Youth Cultures. New York: Rou-
tledge.
Slater, Tom
2004 North American gentrification? Revanchist and emancipa-
tory perspectives explored. Environment and Planning A. 36:
1191-1213.
Smith, Neil
1996 The New Urban Frontier. Gentrification and the Revanchist
City. New York: Routledge.
Smith, Neil
1998 Giuliani time: The revanchist 1990s. Social Text. 57: 1-20.
Smith, Neil
2001 Global social cleansing: postliberal revanchism and the ex-
port of zero tolerance. Social Justice. 28: 68-74.
Smith, Neil
2002 New globalism, new urbanism: Gentrification as global ur-
ban strategy. Antipode. 34: 428-450.
Snow, David A. and Leon Anderson
1993 Down on their Luck: A Study of Homeless Street People. Ber-
keley: University of California Press.
Spivak, Gayatri Chakravorty
1988 Can the subaltern speak? Páginas 271-313 en Marxism and
the Interpretation of Culture. C. Nelson and L. Grossberg
(Eds.). Hants: Macmillan.
Stedman Jones, Gareth
1971 Outcast London. A Study in the Relationship Between Classes
in Victorian London. Oxford: Clarendon Press.
Stephens, Sharon
1995 Children and the politics of culture in “late capitalism”. Pá-
ginas 3-48 en Children and the Politics of Culture. S. Step-
hens (Ed.). Princeton: Princeton Press.
Stutzman, Ronald
1981 El mestizaje: an all-inclusive ideology of exclusion. Páginas
45-94 en Cultural Transformations and Ethnicity in Modern
Ecuador. N. Whitten Jr. (Ed.). Urbana: University of Illinois
Press.
Survival
2004 Guarani Suicides. CIMI-Mato Grosso do Sul. Retrieved Ja-
nuary 2 2005 from: http://www.survival-international.org-
/guarani_suicides.htm
292
Taracena, Elvira and Maria-Luisa Tavera
Kate Swanson
2000 Stigmatization versus identity: Child street-workers in Me-
xico. Páginas 93-105 en B. Schlemmer (Ed.) The Exploited
Child. London: Zed Books Ltd.
Taylor, David Bruce
1999 Begging for change: A social ecological study of aggressive
panhandling and social control in Los Angeles. PhD thesis.
University of California, Irvine. Department of Crimino-
logy, Law and Society.
Tester, Frank James and Paule McNicoll
2004 Isumagijaksaq: mindful of the state: social constructions of
Inuit suicide. Social Science & Medicine. 58: 2625-2636.
Thrift, Nigel and John-David Dewsbury
2000 Dead geographies – and how to make them live. Environ-
ment and Planning D: Society and Space. 18: 411-432.
Tibán, Lourdes
2001 Dimensión cultural y derechos de la niñez y de la adolescen-
cia indígena. Páginas 63-64 en Memorias del Encuentro Regio-
nal sobre Niñez y Adolescencia Indígenas. July 12-13. Quito:
UNICEF, Fundación Rigoberto Menchu, FLASCO-Ecuador.
Tri-Council Policy Statement
1998 Ethical Conduct for Research Involving Humans. Ottawa: Pu-
blic Works and Government Services Canada.
Udayagiri, Mridula
1995 Challenging modernization: Gender and development,
postmodern feminism and activism. Páginas 159-177 en Fe-
minism/Postmodernism/Development. M. Marchand and J.
Parpart (Eds.) New York: Routledge.
UNICEF
2004 Childhood Defined. Childhood Under Threat. The State of
the World’s Children 2005. Retrieved December 10 2004
from: http://www.unicef.org/sowc05/english/childhoodde-
fined.html
UNICEF
2004b Indigenous Children Face Greater Threats to Survival. High-
lights from Ensuring the Rights of Indigenous Children. Inno-
centi Digest No.11. Innocenti Research Centre. Florence: Ti-
pografia Giuntina. Retrieved January 2 2005 from:
http://www.unicef.org/media/media_19429.html
Valentine, Gill
1996 Children should be seen and not heard: The production and
transgression of adults’ public space. Urban Geography. 17:
205-220.
Valentine, Gill 293
2001 Whatever happened to the social? Reflections on the ‘cultu- Pidiendo caridad
en las calles
ral turn’ in British human geography. Norwegian Journal of
Geography. 55: 166-172.
Vanderbeck, Robert M.
2003 Youth, racism, and place in the Tony Martin affair. Antipode.
35: 363-384.
Vanderbeck, Robert M. and Cheryl Morse Dunkley
2003 Young people’s narratives of rural-urban difference. Chil-
dren’s Geographies. 1: 241-259.
Van Vleet, Krista E.
2003 Adolescent ambiguities and the negotiation of belonging in
the Andes. Ethnology. 42: 349-363.
Vásconez, Alison and Fabricio Proaño
2002 Trabajo Infantil y Juvenil: Diagnóstico de la Problemática de
Niños y Adolescentes de 6 a 18 años en Situación de Riesgo y
de los Programas Existentes. Quito: Facultad LatinoAmerica-
na de Ciencias Sociales – Sede Ecuador.
Vos, Rob
2000 Ecuador 1999 Crisis Económica y Protección Social. Quito:
Sistema Integrado de Indicadores Sociales del Ecuador.
Wade, Peter
2002 Race, Nature and Culture. An Anthropological Perspective.
Sterling: Pluto Press.
Wardhaugh, Julia
1996 ‘Homeless in Chinatown’: Deviance and Social Control in
Cardboard City. Sociology. 30: 701-716.
Watanabe, John
1995 Unimagining the Maya: Anthropologists, others, and the
inescapable hubris of authorship. Bulletin of Latin American
Research. 14: 25-45.
Watt, Paul
1998 Going out of town: youth, race and place in the South East
of England. Environment & Planning D: Society and Space
16: 687-703.
Weismantel, Mary
1988 Food, Gender and Poverty in the Ecuadorian Andes. Phila-
delphia: University of Pennsylvania Press.
Weismantel, Mary
1995 Making kin: kinship theory and Zumbagua adoptions. Ame-
rican Ethnologist. 22: 685-704.
Weismantel, Mary
2001 Cholas and Pishtacos: Stories of Race and Sex in the Andes.
Chicago: University of Chicago Press.
294
Weismantel, Mary
Kate Swanson
2003 Mothers of the Patria: La Chola Cuencana and la Mama Ne-
gra. Páginas 325-354 en Millennial Ecuador. Critical Essays
on Cultural Transformations and Social Dynamics. N. Whit-
ten Jr. (Ed.). Iowa City: University of Iowa Press.
Weismantel, Mary and Stephen F. Eisenman
1998 Race in the Andes: global movements and popular ontolo-
gies. Bulletin for Latin American Research. 17: 121-142.
Whiteford, Linda M.
1998 Children’s health as accumulated capital: Structural adjust-
ment in the Dominacan Republic and Cuba. Páginas 186-
201 en Small Wars: The Cultural Politics of Childhood. N.
Scheper-Hughes and C. Sargent (Eds.). Berkeley: University
of California Press.
Whitten, Norman E., Jr.
1974 Black Frontiersmen: A South American Case. New York: John
Wiley and Sons.
Whitten, Norman E. Jr.
2003 Introduction. Páginas 1-45 en Millennial Ecuador. Critical
Essays on Cultural Transformations and Social Dynamics. N.
Whitten Jr. (Ed.). Iowa City: University of Iowa Press.
Wibbelsman, Michelle
2003 Appendix: General information on Ecuador. Páginas 375-
387 en Millennial Ecuador. Critical Essays on Cultural Trans-
formations and Social Dynamics. N. Whitten Jr. (Ed.). Iowa
City: University of Iowa Press.
Wilson, Fiona. 2004. Indian citizenship and the discourse of hygiene-
/disease in nineteenth-century Peru. Bulletin of Latin Ameri-
can Research. 23: 165-180.
Wolf, Diane L.
1996 Situating feminist dilemmas in fieldwork. Páginas 1-55 en
Feminist Dilemmas in Fieldwork. D. Wolf (Ed.). Boulder:
Westview Press.
Yeoh, Brenda S.A. and Shirlena Huang
1998 Negotiating public space: strategies and styles of migrant
female domestic workers in Singapore. Urban Studies. 35:
583-602.
Young, Lorraine
2003 The ‘place’ of street children in Kampala, Uganda: margina-
lisation, resistance, and acceptance in the urban environ-
ment. Environment and Planning D: Society and Space. 21:
295
607 – 627.
Young, Loraine and Nicola Ansell Pidiendo caridad
en las calles
2003 Fluid households, complex families: the impacts of chil-
dren’s migration as a response to HIV/AIDS in southern
Africa. The Professional Geographer.55: 464-476.
Young, Loraine and Hazel Barrett
2001a Adapting visual methods: Action research with Kampala
street children. Area. 33: 141-152.
Young, Lorraine and Hazel Barrett
2001b Ethics and participation: Reflections on research with street
children. Ethics, Place, and Environment. 4: 130-134.
Zamosc, Leon
1994 Agrarian protest and the Indian movement in the Ecuado-
rian highlands. Latin American Research Review. 29: 37-66.

296
Kate Swanson

También podría gustarte