Lflacso Swanson
Lflacso Swanson
Lflacso Swanson
Departamento de Geografía
San Diego State University
San Diego, California, USA
kswanson@mail.sdsu.edu
Diseño y
Diagramación: Ediciones Abya-Yala
6
Kate Swanson
Reconocimientos
Kate Swanson
Junio, 2005
9
Pidiendo caridad
en las calles
Índice
Capítulo I:
Introducción
Capítulo II:
Geografías de género, raza, etnicidad y niñez en los Andes
Capítulo IV:
Reestructurando la niñez
Capítulo V:
La niñez migrante
Capítulo VI:
Mendigos “generados/as”, niños mendigos y mendigos
“disfrazados”
Capítulo VIII:
Conclusión
Bibliografía................................................................................267
13
Pidiendo caridad
en las calles
LISTA DE CUADROS
Cuadro 2.1:
Estructuras familiares de niños trabajadores.......................... 85
Cuadro 3.1:
Contenido de las entrevistas con niños trabajadores
de la calle...................................................................................109
Cuadro 3.2:
Fuentes de datos secundarios en Ecuador ..............................112
Cuadro 4.1:
Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Grande............138
Cuadro 4.2:
Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Chico ..............138
Cuadro 5.1:
Categorías de niños trabajadores de la calle en Quito ...........152
Cuadro 5.2:
Autoidentificación Étnica-Racial .............................................179
LISTA DE FIGURAS
Figura 1.1:
Mapa del Ecuador..................................................................... 19
Figura 1.3:
Crecimiento del PIB Per Capita 1990-1999 ............................ 31
Figura 1.4:
Deuda externa pública como porcentaje del PIB ................... 31
Figura 1.5:
Porcentaje de la población total viviendo en la pobreza
1995-1999.................................................................................. 32
Figura 1.6:
Brecha entre ricos y pobres 1990-2001 ................................... 33
14 Figura 1.7:
Kate Swanson Porcentaje de niños que viven en pobreza 1995-99 ............... 35
Figura 1.8:
Porcentaje de niños viviendo en pobreza extrema 1995-99... 35
Figura 1.11:
Posesión de mercancías por familias en Calguasig, 2003....... 53
Figura 4.1:
Horas trabajadas por edad y género por día...........................123
Figura 4.2:
Porcentaje de niños involucrados en actividades
domésticas.................................................................................125
Figura 4.3:
Porcentaje de niños involucrados en actividades agrícolas....125
Figura 4.4:
Porcentaje de niños involucrados en actividades pastoreo
y recolección ............................................................................125
Figura 4.5:
Línea de tiempo de la modernización para calguasig ............130
Figura 5.1:
Porcentaje de niños quienes contribuyen al ingreso
del hogar....................................................................................160
Figura 5.2:
Migración acumulada de los niños y migración anual
1993-2003..................................................................................168
LISTA DE FOTOGRAFÍA
Fotografía 1.1:
Vendiendo chicles en Quito ..................................................... 18
Fotografía 1.2:
Mirando hacia el sur desde Calguasig Grande ....................... 38
Fotografía 1.3:
Mirando hacia el norte desde Calguasig Grande.................... 38
Fotografía 1.4:
Una casa “campesina” en la región de Otavalo ....................... 44
Fotografía 1.5:
Un regalo de navidad para un niño de 5 años en Cañar ....... 44
Fotografía 3.1:
Dora y su nueva muñeca..........................................................105
Fotografía 3.2: 15
Tratando de fotografiarse con Kiva al frente de la escuela Pidiendo caridad
en las calles
de la comunidad .......................................................................107
Fotografía 3.3:
Sentados en un parque de Quito con una jadeante Kiva .......108
Fotografía 4.1:
Atisbando (y sonriendo) por una ventana rota del aula ........141
Fotografías 5.1:
Una madre y tres de sus niños .................................................158
Fotografía 5.2:
Montado sobre la división de concreto que separa el tráfico
de los trolebuses........................................................................164
Fotografía 5.3:
Niños volteretas ........................................................................166
Fotografía 5.4:
Identidades rurales y urbanas ..................................................176
Fotografía 5.5:
Reformulando identidades.......................................................177
Fotografía 6.1:
Un muchacho de 13 años de edad vendiendo chicles
mientras carga a su sobrina de un año....................................193
Fotografía 6.2:
Muchachos y sus bicicletas nuevas ..........................................213
Fotografía 6.3:
Una casa de concreto nueva.....................................................215
Fotografía 6.4:
Al interior de la cocina de una casa de bloques de concreto .215
16
Kate Swanson
Capítulo I
Introducción
1 . 1 I n t roducción
Una niña indígena de aproximadamente 10 años se acerca a
un turista extranjero. Ella usa unos pantalones de ejercicio
bajo su falda anaku, un cinturón de lana chumbi, una desco-
lorida camiseta con motivos de Walt Disney y una chalina
azul colocada sobre sus hombros. “Regálame” dice, mientras
extiende su mano abierta. En una concurrida intersección
vial, un miembro de la clase media-alta ecuatoriana, descu-
bre a una joven mujer indígena al lado de la ventana de su
SUV mientras espera en un semáforo. “Compre chicles” le
dice esta mujer, mientras sostiene unos cuantos paquetes de
chicles entre sus dedos. Cuando capta la atención del con-
ductor, ensaya un gesto de súplica señalando al niño peque-
ño sujetado en su espalda, diciendo: “Para el guagüito”.
19
Esta investigación explora un variado número de as-
pectos en cuestiones de género, raza, etnicidad y niñez dentro del Pidiendo caridad
en las calles
contexto de la modernización y globalización. Para empezar, es-
te trabajo aborda las diferentes formas por las cuales los indíge-
nas son empujados hacia el proyecto de modernización. Aislados
en un área rural de los Andes, los calguaseños han subsistido por
mucho tiempo basados en la actividad agrícola, hasta las últimas
décadas. Como una comunidad indígena “libre”, es decir, que
nunca pertenecieron a una hacienda, las influencias externas es-
tuvieron limitadas hasta los años setenta cuando por primera vez
gente no indígena ajena a la comunidad empezaron, poco a po-
co, a llegar. Debido a que subsistieron por largo tiempo fuera de
la influencia de una economía de mercado, los impactos de la
globalización económica han sido limitados en esta comunidad
de Calguasig. Esta horrenda pobreza más bien es el producto de
una prolongada historia colonial de racismo y exclusión social,
que de las más recientes fases de la globalización. En años recien-
tes, ellos no se han empobrecido más, sino que han tomado cla-
ra conciencia de su condición de pobres.
Esta investigación sugiere que para la comunidad indí-
gena de Calguasig, la construcción la de la primera vía de acceso
en 1992 fue la clave catalizadora para el reciente cambio espacial
y social. Inicialmente aislada a 3.400 metros en la zona rural an-
dina, la construcción de este camino no sólo proveyó un nexo a
los mercados de trabajo y comercio, sino que también se convir-
tió en una vía de escape para las mujeres jóvenes y para los niños
de la comunidad. Involucrándose activamente en el proceso de
modernización, estas mujeres y niños han estado desde entonces
desafiando sus lugares asignados dentro de la jerarquía social y
racial ecuatoriana. Rechazan convertirse en empleados domésti-
cos, se esfuerzan por obtener educación y utilizan sus ganancias
para participar en la cultura de consumo. Para mejorar sus situa-
ciones económicas, han cambiado el trabajo agrícola por el tra-
bajo informal en las calles. En lugar de cosechar patatas en los
empinados declives andinos, cosechan dólares de los turistas en
la “Gringopamba urbana” (Campo de Gringos).
Esta investigación pretende desvelar los mitos que ro-
dean las vidas de estos jóvenes mendigos indígenas. Revela la equi-
vocada manera en que son presentados como “indios vagos” y “de-
lincuentes juveniles”. Definidos dentro de la “moderna” interpre-
20 tación de la niñez, son percibidos como niños inocentes explota-
Kate Swanson dos por “malas madres”. También se explora la forma en que la ni-
ñez indígena se articula con la “moderna” interpretación de la ni-
ñez. En esta nueva interpretación occidental, que se ha convertido
en hegemónica, la niñez es un periodo de dependencia, vulnerabi-
lidad e inocencia. De acuerdo con la UNICEF (2004):
Niñez es el periodo en el cual los niños asisten a la escuela y jue-
gan, crecen fuertes y seguros con el amor y estímulo de sus fa-
milias y la comunidad de adultos que se preocupan por ellos. Es
la maravillosa etapa en la cual los niños deberían vivir libres de
temores, alejados de la violencia y protegidos del abuso y explo-
tación. Como tal, la niñez significa mucho más que el espacio
entre el nacimiento y la edad adulta. Se refiere al estado y con-
dición de la vida de niño, y a la calidad de esos años.
80%
70%
60%
50%
40%
1995 1996 1997 1998 1999
Año
Buscando una manera de arreglar la maltratada eco-
nomía, en enero del año 2000, el presidente ecuatoriano Jamil
Mahuad decretó que la solución era abandonar la moneda na-
cional, y adoptar oficialmente los dólares norteamericanos. En
menos de tres semanas de esta controversial decisión, el gobier-
no de Mahuad fue derrocado por un golpe encabezado por in-
dígenas y militares.10 A pesar de la oposición popular, su suce-
sor, el presidente Gustavo Noboa, gestionó la institución de la
dolarización en abril del 2000 (Lucas, 2000). Esto redujo drás-
ticamente los ingresos reales, puesto que el cambio de la mone-
da local se fijó en 25.000 sucres por dólar. Aunque reciente-
mente en 1996, el cambio local estaba fijado en 3.190 sucres
por dólar (Wibbelsman, 2003).
Los impactos de estos procesos sobre la mayoría de los
pobres en Ecuador han sido significativos. Aunque las estadísti-
cas disponibles solamente detallan los impactos hasta el año
1999, no obstante son reveladoras. Entre 1995 y 1999, la tasa na-
cional de pobreza en Ecuador aumentó sustancialmente, desde
un 34 % hasta un 56 % (SIISE 3.5, 2003c). Esto significa que cer-
ca de tres de cinco ecuatorianos no son capaces de cubrir sus ne-
cesidades básicas de vivienda, alimentación, salud y educación.
Además, uno de cada cinco ecuatorianos actualmente, vive en
pobreza extrema y hasta es incapaz de cubrir su necesidad bási-
ca de alimentación (Figura 1.5) (Wibblesman, 2003). Las dificul-
60%
50%
Población
32
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30%
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40% en las calles
30%
20%
10%
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1990 2001
Año
20% Más pobre 20% Más rico
falsificados, gafas de sol, caramelos y comida preparada. Hombres
jóvenes ofrecen en los buses sus mercancías manifestando a los pa-
sajeros que ellos han decidido “sobrevivir honestamente vendien-
do caramelos en lugar de llevar una vida criminal”. A veces, ma-
dres con niños enfermos abordan los buses para suplicar ayuda
con los costos médicos. Los niños son más visibles en las calles ur-
banas, lustrabotas, vendedores de caramelos, vendedores de flores,
entretenedores y mendigos. Esta investigación se enfoca sobre el
grupo de jóvenes mendigos indígenas de la comunidad de Calgua-
sig y trata de mostrar los mitos alrededor de sus vidas. Aunque su
número es relativamente bajo, los jóvenes mendigos indígenas son
altamente visibles en las más prósperas calles de Quito. Sin embar-
go, estos niños se diferencian de las categorías predefinidas para
los niños trabajadores y de la calle porque ellos trabajan con sus
familias, no viven en las calles, y hasta algunos sostienen que no
trabajan. Situados dentro de un “área gris” y casi inaccesibles den-
tro de una comunidad protectora, estos niños han estado por mu-
cho tiempo olvidados por los programas sociales e investigadores.
Sin embargo, como se discutirá, estos niños indígenas enfrentan
retos particulares.
100%
90%
80%
70%
60%
Niños
50%
40%
30%
20%
10%
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1995 1999
Año
Pidiendo caridad
40% en las calles
30%
20%
10%
0%
1995 1999
Año
Nación Niños rurales Niños rurales indígenas
(SIISE 3.5, 2003g). Esto significa que 7 de cada 10 de niños in-
dígenas del sector rural, no pueden satisfacer sus necesidades
alimenticias básicas.
Sin embargo, al decir esto, debería anotarse que las
condiciones de los indígenas ecuatorianos han sido pobres debi-
do a una prolongada historia de discriminación estructural y ex-
clusión social.12 Por ejemplo, la expectativa de vida al nacer para
los niños de áreas rurales, que viven en provincias con altos ín-
dices de población indígena, es persistentemente más baja que
para los niños de áreas rurales de otras partes, en algunos casos
de hasta 11 años (Poeschel-Renz, 2003).
Las estadísticas desde 1990 indican que, mientras la ta-
sa de mortalidad infantil para niños no indígenas era de 30 por
cada 1000 nacimientos, la tasa para niños indígenas durante el
mismo periodo de tiempo fue 56 (Encalada et al., 1999).13 Tam-
bién los niveles de nutrición presentan amplias discrepancias. En
todo el país, el 24 % de niños no indígenas sufren de desnutri-
ción crónica, comparado al 58 % de niños indígenas (Larrea et
al., 2001).14
El incremento de las calamidades económicas también
han complicado el acceso de los niños indígenas a la educación:
en 1999, el 34 % de niños indígenas y el 41 % de niñas entre las
edades de diez y diecisiete años, abandonaron la escuela para tra-
bajar.15 Estas cifras comparadas con el promedio nacional de 17
% (SIISE 3.5, 2003h). Sin embargo, el acceso a la educación pa-
ra los niños indígenas –especialmente las niñas– se ha manteni-
do difícil. Las mujeres indígenas del sector rural sobre los 24
años de edad actualmente tiene un promedio de 1,7 años de es-
colaridad. Esto comparado con el promedio de cinco años de es-
colaridad para mujeres no indígenas (SIISE 3.5, 2003i). Estas dis-
crepancias educacionales se reflejan en las tasas de analfabetis-
36 mo. Actualmente, el 53 % de mujeres indígenas del sector rural
Kate Swanson son analfabetas, en comparación al 17 % de mujeres no indíge-
nas. Mientras tanto, a lo largo de todo el país, menos del 11 % de
ecuatorianos son analfabetos (SIISE 3.5, 2003j).
Mientras que las estadísticas, mencionadas anterior-
mente, proveen una imagen general de las condiciones económi-
cas y sociales de la mayoría de indígenas del Ecuador, estas cifras
no reflejan lo enfrentado por todos. Calguasig, por ejemplo, no
está incluida entre estos datos.
1.7 Ubicando a Calguasig
La gran mayoría de mujeres y niños indígenas que
mendigan en Quito provienen de dos pueblos: Calguasig Chi-
co y Calguasig Grande16 (Fotografías 1.2 y 1.3). Los dos están
localizados en la provincia central andina de Tungurahua (Fi-
guras 1.1 y 1.2). Calguasig Chico tiene una población aproxi-
mada de 350, y Calguasig Grande de 900. Hasta 1995, estos dos
pueblos estaban políticamente unidos, como si fueran uno so-
lo, y se mantenían muy interconectados por medio de matri-
monios, servicios escolares, tenencia de tierras y proyectos de
trabajo comunitarios. Están localizados en la parroquia civil
rural de Quisapincha, a aproximadamente 150 km desde Qui-
to, o un medio día de viaje. Situados en lo alto de los Andes en-
tre 3.200 y 3.600 m de altitud, Calguasig Grande y Calguasig
Chico, pertenecen a la zona alta de la parroquia, a la que se le
conoce comúnmente como Quisapincha Alto.17 Existen seis co-
munidades en dicho lugar, todas ellas son Quichua Andinas y
pertenecen al grupo étnico de Kisapincha. Todas comparten si-
milares geografías, historias y condiciones socioeconómicas. La
ciudad más cercana es Ambato (población aproximada de
160.000 hab.) y está localizada a 31 km de distancia (Fotogra-
fía 1.2). A pesar de la proximidad de Ambato, puede tomar más
de dos horas llegar a la ciudad, debido las pobres condiciones
del camino y a la escarpada geografía andina.
Calguasig no está incluida en las estadísticas discutidas
anteriormente, porque la comunidad oficialmente pertenece a la
más grande parroquia de Ambato. Esta parroquia está formada
por la ciudad de Ambato y la pequeña parroquia de Quisapin-
cha.18 Obviamente, las condiciones socioeconómicas en la ciu-
dad de Ambato, son dramáticamente, distintas de aquellas en la
comunidad de Calguasig. Consecuentemente, con apenas un 37
0,7% del total de la población en la parroquia, los 1.250 indivi-
Pidiendo caridad
duos de Calguasig están completamente envueltos en estas gran- en las calles
38
Kate Swanson
Fotografía 1.3: Mirando hacia el norte desde Calguasig Grande sobre Quisapincha Alto.
Los pueblos de Illahua Chico, Illahua Chaupiloma, Illahua Grande y Nueva Tondolique.
graron profundamente dentro del más grande mercado econó-
mico del Ecuador, durante los periodos colonial (1535-1822) y
de independencia (posterior a 1822).
Durante la etapa colonial, los españoles establecieron
una estructura de explotación, por medio de la cual regulaban,
controlaban y se aprovechaban del trabajo de los indígenas. Pri-
mero crearon la encomienda, la misma que daba derechos a los
colonos españoles sobre la tierra y sobre sus habitantes. Aunque
diseñada como una relación recíproca, en donde el trabajo era
intercambiado por educación y evangelización, en la práctica,
llegó a ser una forma de esclavitud encubierta, y las bases de los
sistemas de tenencia de la tierras en Ecuador hasta la reforma
agraria de 1964 (Becker, 1997).
En 1550, los españoles introdujeron la mita o sistema de
trabajo por reclutamiento. Bajo la mita, los hombres indígenas
eran apartados de sus familias para trabajar bajo agotadoras con-
diciones en los obrajes (fábricas textiles) o en proyectos de obras
públicas (Burkholder and Johnson, 1990). Por el año de 1600,
grandes propiedades agrícolas, conocidas como haciendas, empe-
zaron a crecer en importancia. En las haciendas, los indígenas fue-
ron forzados al servicio por inquilinato y al peonaje por deudas, a
través de un sistema conocido como concertaje, y que luego fue
conocido como huasipungo. A cambio del acceso a parcelas de
subsistencia y anticipos de granos o efectivo, los indígenas eran
forzados a pactar el trabajo de toda su familia a los hacendados, o
dueños de la hacienda (Becker, 1997; Burkholder and Johnson,
1990). En la práctica, los hacendados tenían derechos sobre todo
los aspectos de las labores físicas, reproductivas y sexuales de hom-
bres, mujeres y niños. Cuando el dueño vendía la hacienda, los tra-
bajadores deudores estaban en la lista al igual que el ganado, como
parte del valor de la propiedad (Becker, 1997).
La independencia de España en 1822 facilitó la incau- 39
tación desenfrenada de tierras por parte de las elites de Crio- Pidiendo caridad
en las calles
llos, puesto que el gobierno español ya no protegía los intereses
de los indígenas sobre la tierra (Becker, 1997). Así, como resul-
tado del desarrollo en nombre de la nueva nación y del progre-
so del Estado, los indígenas fueron apartados de los valles pro-
ductivos para ocupar las laderas inclinadas y los terrenos infér-
tiles del Ecuador. En 1954, grandes terratenientes monopolari-
zaron más de las tres cuartas partes de las tierras agrícolas en
Ecuador (Zamosc, 1994). En 1964, una creciente presión de los
elementos liberales y de los dueños de las plantaciones costeras
(buscando mano de obra barata), triunfó en persuadir al go-
bierno para aprobar una ley de reforma agraria. Esta ley abolió
el sistema de huasipungo en la sierra y liberó a los trabajadores
indígenas de la servidumbre. Mientras que esto dio a los anti-
guos huasipungueros la capacidad de controlar su propio tra-
bajo, la creciente economía capitalista empujó a muchos a bus-
car empleo como trabajadores asalariados en las áreas urbanas
o en las plantaciones costeras (Lentz, 1997).
Sin embargo, Calguasig, tiene una historia ligeramente
diferente. Aunque existen muy pocos documentos escritos acer-
ca del pasado de la comunidad, las historias orales indican que es
una comunidad muy reciente (p.e. establecida durante el perio-
do de posindependencia). Como parte del grupo étnico de Kisa-
pincha, inicialmente ocuparon enteramente la región de alrede-
dor e inclusive la ciudad de Ambato. Muchos miembros de la co-
munidad todavía reclaman áreas de la ciudad, y tienen parientes
de sangre (quienes actualmente se consideran a sí mismos como
mestizos no indígenas) que viven en el pueblo de Quisapincha
(Figura 1.2).19
De acuerdo a las historias orales, el grupo de los quisa-
pinchas se mudaron a las montañas alrededor de Ambato, para
protegerse de los españoles y de las elites Criollas. Los miembros
de la comunidad cuentan como hace cerca de 30 años, los vigilan-
tes eran ubicados a lo largo de la estrecha cordillera montañosa
de Quisapincha Alto, para vigilar el sendero de ascenso de intru-
sos. Si se los divisaba, los vigilantes deberían hacer sonar una pie-
za larga de bambú, en forma de cuerno, para alertar a los lugare-
ños. Luego harían rodar cantos y piedras, montaña abajo, para
forzar la retirada de los intrusos. Los miembros de la comunidad
40 decían que eran hostiles con los extranjeros, porque temían que
Kate Swanson les robarían sus tierras, niños y posesiones. Un hombre contó su
reacción al oír el cuerno de bambú, cuando era niño:
Cuando nosotros eran guambritos teníamos miedo. Solíamos
llorar. Pero los mayores cargado ollas, cualquier cosa, iba al pá-
ramo, pues dentro de monte a esconder. Sabía decir que, ya vie-
ne a robar hijos, que viene a robar ollas. Todo lo que tenemos va
irse llevando.20
Otro hombre contó que, “hasta 1975, los blancos no
podían entrar a Quisapincha Alto. Ellos no podían entrar. Eso
era imposible.”21
En 1938, Calguasig fue legalmente reconocido como
una comuna por el Ministerio de Agricultura y Ganadería. La
Ley de la Comuna entró en efecto en 1937, lo cual significa que
Calguasig fue una de las primeras comunidades indígenas en el
Ecuador en ser reconocida por el gobierno.22 Debido a que Cal-
guasig era una comunidad libre y sus miembros ya poseían tie-
rras, las reformas territoriales de 1964 y 1973 tuvieron poco im-
pacto sobre ellos. Hasta épocas recientes, Calguasig mantuvo una
economía primaria basada en la subsistencia. Debido a la falta de
un camino, los miembros de la comunidad solamente realizaban
comercios y trueques periódicos en los mercados de Ambato y
Quisapincha.
Otras comunidades indígenas (o, al menos, aquellas
que tienen documentada su historia) han tenido experiencias
muy diferentes. La comunidad rural indígena de Zumbagua (Fi-
gura 1.9), por ejemplo, fue parte de una hacienda en el año 1600.
La evidencia de un camino data, por lo menos, del año 1800
(Weismantel, 1988). Las comunidades indígenas en la región de
Cayambe (Figura 1.9) pertenecieron a una hacienda, hasta cerca
de mediados del año 1500 (Becker, 1997). Desde los 1990, Ca-
yambe ha llegado a estar íntegramente vinculada a los mercados
norteamericanos mediante la exportación de rosas ecuatorianas,
principalmente cultivadas y cosechadas por mujeres indígenas
mal pagadas (ver Korovkin, 2003; Krupa, 2001). De hecho, a me-
diados de los noventa, la producción de flores de Cayambe re-
presentaba para Ecuador la tercera o cuarta más grande indus-
tria de exportación (Becker, 1997).
Las comunidades indígenas en la región de Otavalo
(Figura 1.9) han experimentado grandes niveles de integración 41
económica. Los otavaleños tienen una cultura prehispánica de Pidiendo caridad
en las calles
confección de tejidos que se convirtió en la columna vertebral
del comercio textil durante el periodo colonial. Forzados a tra-
bajar en los obrajes, sus textiles fueron enviados al Viejo Mun-
do y también comercializados dentro del Nuevo Mundo. Sin
embargo, a inicios de los noventa, los otavaleños han compran-
do su propia tierra y desarrollado un vibrante comercio textil
internacional y más recientemente, una economía basada en el
turismo (ver Bebbington, 2000; Colloredo-Mansfeld, 1999;
Meisch, 2002).
En el sur del Ecuador, los indígenas de las provincias de
Cañar y Azuay han estado involucrados en la migración interna-
cional desde aproximadamente los años setenta. Aunque ésta se
dirigió inicialmente hacia los Estados Unidos, se ha incrementa-
do a España, dramáticamente, en los años recientes (Jokisch y
Pribilsky 2002). A inicios de los años noventa, los ecuatorianos
(ambos, mestizos e indígenas) formaron el mayor asentamiento
ilegal inmigrante en la ciudad de Nueva York (Colloredo-Mans-
feld, 1999). Esto significa que en población, Nueva York es ac-
tualmente la tercera ciudad más grande del Ecuador (Weisman-
tel, 2003). Tan significativa es esta migración internacional, que
las remesas constituyen la segunda más importante fuente de di-
visas extranjeras del Ecuador (Jokisch y Pribilsky, 2002). Clara-
mente, las experiencias de estas comunidades difieren sustancial-
mente de las de Calguasig.
Como algunas de estas comunidades se enriquecieron
por medio del comercio internacional y la migración, el movi-
miento político indígena ecuatoriano se ha fortalecido. Se dice,
que los indígenas de Ecuador han luchado contra la injusticia y
la desigualdad durante siglos (ver Becker, 1998; 1999; 2003;
Gauderman, 2003). Desde 1990, el movimiento ganó un im-
pulso particular para llegar a ser el más importante movimien-
to social del país, y uno de los mejor organizados de América
Latina (Lucas, 2001). El primer levantamiento nacional indíge-
na se produjo en junio de 1990 cuando en todo el país, milla-
res de indígenas bloquearon las carreteras, se declararon en
huelga y realizaron una marcha masiva por una semana entera
(Zamosc, 1994). En octubre de 1992, mientras se celebraba el
Día del descubrimiento de América en todo el continente, mi-
42 les marcharon hacia Quito para conmemorar los 500 años de
Kate Swanson resistencia indígena con la consigna de “No bailaremos sobre
las tumbas de nuestros abuelos.” En el año 2000, los activistas
indígenas ecuatorianos fueron partícipes en el derrocamiento
del Presidente Jamil Mahuad (Lucas, 2001). En el año 2003, un
cogobierno de Pachakutik y el Partido Sociedad Patriótica (PSP)
llegó al poder, el cual colocó a los líderes indígenas Luís Macas
y Nina Pacari como ministros del gabinete. Sin embargo, la vic-
toria duró poco, ya que después de apenas siete meses el cogo-
bierno se disolvió; el PSP se mantuvo al poder y los miembros
de Pachakutik, Macas y Pacari, fueron removidos del cargo, al
igual que 400 afiliados designados en otros puestos (Whitten
Jr., 2003).
Éste movimiento ha tenido implicaciones importantes
para los indígenas del Ecuador. Condujo al resurgimiento del or-
gullo indígena entre algunos. Los prominentes líderes de Otava-
lo: Nina Pacari, Ariruma Kowii y Auki Tituaña, han descartado
sus nombres españoles de nacimiento a favor de sus nombres en
Quichua. Estos líderes orgullosamente utilizan sus ponchos, cha-
les y prendas de vestir que marcan sus identidad indígena. Esto
ha inspirado a otros, aun a aquellos criados como mestizos, pa-
ra de igual manera llevar su ascendencia indígena orgullosamen-
te (ver Radcliffe, 2000). Existe una creciente clase media indíge-
na en algunas partes del Ecuador, especialmente en Otavalo y en
las provincias de Cañar y Azuay. La región de Otavalo en el nor-
te del Ecuador se ha convertido en un destino principal para tu-
ristas internacionales que buscan coleccionar “auténticos” arte-
factos culturales y experiencias. Ha capturado un importante ni-
cho de mercado, actualmente los otavaleños exportan sus colori-
dos tejidos alrededor del mundo (ver Colloredo-Mansfeld, 1999;
Meisch, 2002).
En las provincias sureñas de Cañar y Azuay las remesas
internacionales provenientes de los migrantes, también son un
creciente sostén de la prosperidad indígena (ver Jokisch, 2002;
Pribilsky 2001). La evidencia de esta nueva prosperidad muchas
veces se muestra a través de casas ostentosas, pródigos regalos
para los niños (Fotografías 1.4 and 1.5). Como Pribilsky (2001)
anota, ha existido una dramática escalada de la cantidad de di-
nero, tiempo y energía empleada en los festejos para los niños,
porque los migrantes tratan de mostrar públicamente su entrega
con sus niños: 43
Pidiendo caridad
Las familias de los trabajadores migrantes pueden gastar cerca en las calles
44
Kate Swanson
Fotografía 1.5: Un regalo de navidad para un niño de 5 años en Cañar. El coche costó
$550 (Fuente El Comercio, 2002).
En estas regiones de creciente prosperidad indígena, la
cultura de los niños cambia rápidamente.
Para los niños indígenas rurales, tal vez el más signifi-
cativo logro del movimiento político indígena fue la introduc-
ción de un sistema de educación intercultural bilingüe, que com-
prende las diez lenguas indígenas habladas a nivel nacional en
1988 (Rival, 1997). Aunque no fue inmediatamente adoptado en
todas las comunidades Quichuas, este sistema ha permitido a
muchos niños indígenas estudiar en su lengua materna. Pero a
pesar de tanta movilización política y creciente prosperidad eco-
nómica en algunas regiones, no ha existido un cambio esencial
en muchas comunidades indígenas rurales del Ecuador, inclu-
yendo a Calguasig.
Los calguaseños estuvieron involucrados en los dos le-
vantamientos de 1990 y 1992. Durante el levantamiento de 1992,
gestaron la recuperación de las tierras que la Iglesia se había
apropiado anteriormente en el pueblo de Quisapincha. Desde
entonces utilizaron este terreno para construir una oficina polí-
tica para la Organización de Campesinos Indígenas de Quisapin-
cha (COCIQ). En 1997, los miembros de la comunidad de todo
Quisapincha Alto se movilizaron exitosamente para lograr que el
líder indígena de Illahua Chico fuera elegido como teniente po-
lítico de la parroquia rural (COCIQ, 1999). Sin embargo, inca-
paces de aceptar a un hombre indígena como su líder, éste fue li-
teralmente echado de Quisapincha por sus oponentes blanco-
mestizos, después de siete meses en su despacho. Desde enton-
ces, dos líderes indígenas más, han sido elegidos para el cargo
(uno de Calguasig Grande en el año 2000 y otro de Illahua Gran-
de en el 2003). Mientras que las relaciones raciales están mejo-
rando, los líderes indígenas continúan enfrentando mucha opo-
sición de los blanco-mestizos, y todavía tienen que obtener pro-
gresos socioeconómicos significantivos para las comunidades.23 45
Pidiendo caridad
en las calles
60
50
40
30
20
10
0
Equipos de
sonido
Camionetas
Guarda ropas
Televisiones
Radios
Cocinas de gas
Camas de metal
Mercancías
* Debido al estatus asociado con camionetas, algunos niños pudieron haber incluido
camionetas que pertenecen a miembros de sus familias extendidas. Mis observacio-
nes indican que el número de familias que poseen camionetas está más cercano a
10%. La mayoría de estas camionetas tienen más que veinte años.
** La mayoría de éstas televisiones están negras y blancas y muy pequeñas (es decir,
10 cm).
Niñez:
1. ¿Cómo las infancias indígenas se articulan con el concep-
to “moderno” de la niñez?
2. ¿Cómo los niños indígenas negocian y se reconcilian con- 53
sigo mismos con los cambios que se están produciendo en
Pidiendo caridad
su comunidad? en las calles
Identidad migrante:
4. ¿Cómo los niños indígenas gestionan sus identidades,
mientras cambian entre el espacio rural y urbano?
5. ¿Influyen las experiencias migratorias de los niños en sus
identidades de género, raza y étnicas? Si es así, ¿cómo?
6. ¿Cómo eligen ellos su identidad entre estos senderos in-
ciertos y cambiantes?, ¿difieren éstas elecciones de las que
hicieron sus mayores? Si es así, ¿cómo?
Exclusión urbana:
10. ¿Cómo el estado marginal de la juventud indígena en la
esfera urbana se cruza con la reestructuración urbana y el
empuje del turismo global?
11. ¿De qué manera los discursos sobre los derechos de los ni-
ños, el género, la raza y la etnicidad participan en los esfuer-
zos por remover mujeres y niños indígenas de las calles?
12. ¿En qué forma el discurso de la revitalización urbana na-
turaliza y legitima la exclusión social y espacial?
Este libro explora estas preguntas de la investigación a
lo largo de ocho capítulos. Este capítulo ha delineado el contex-
to, y los temas conceptuales, que conducen esta investigación.
54 Provee una visión general de la actual situación política y econó-
Kate Swanson
mica del Ecuador para contextualizar esta investigación. Tam-
bién, ubica a la comunidad de Calguasig en una discusión com-
parativa con otras comunidades indígenas. Luego, delinea las ac-
tuales condiciones sociales, culturales, económicas y ambientales
en la comunidad de Calguasig.
El capítulo dos provee una visión analítica de la litera-
tura existente sobre raza, etnicidad y niñez en los Andes. En este
aspecto, presta particular atención a los discursos de mestizaje y
“blanqueamiento”, los que contribuyen a racializar a los “otros”
de los individuos indígenas, y revela cómo esta situación toma
forma a través del espacio. Luego explora la niñez a través de cin-
co temas transversales: los cambiantes contextos de la infancia
indígena, trabajo y juego, migración, identidades juveniles y ni-
ños trabajadores de las calles. Después de un amplio recuento de
esta literatura, el capítulo identifica las brechas de conocimiento
y justifica las bases de la investigación.
El capítulo tres esboza la metodología. Explora los pro-
blemas entorno a la representación y la falta de mi particular in-
tegración social. También, se adentra en una discusión concer-
niente a los variados retos éticos y substantivos que afronté. Des-
cribe los 18 meses de trabajo de campo, particularmente enfo-
cándose en la obtención de la confianza, la observación partici-
pativa, las entrevistas, y la recolección secundaria de datos. Con-
cluye con una discusión sobre el análisis de los mismos.
El capítulo cuatro mira en profundidad a la comunidad
de Calguasig, para explorar las complejas transformaciones que se
dan como las ideas “modernas” que infiltran la comunidad. Pro-
vee un resumen histórico de las cambiantes condiciones de la co-
munidad, y analiza cómo estos han afectado las nociones de géne-
ro, sexualidad, trabajo, juego, aprendizaje, niñez e identidad. Se
ampara en datos de encuestas y entrevistas informales con jóvenes
y miembros de la comunidad. Además, explora cómo los niños in-
teriorizan y lidian con continuos cambios.
El capítulo cinco cambia su mirada hacia la esfera ur-
bana. Revela cómo los niños trabajadores de Calguasig, no se
ajustan a las tipologías preexistentes, sobre los niños trabajado-
res en Ecuador y en el exterior. Luego de dilucidar el por qué es-
tos niños se alejan de los patrones estándares de los niños traba-
jadores de la calle, explora por qué existen muchos conceptos
erróneos sobre sus vidas. Luego, explora cómo los niños y jóve- 55
nes indígenas (con énfasis particular en las niñas) negocian sus Pidiendo caridad
en las calles
identidades de género, raza y étnica en la esfera urbana. Debido
a la creciente importancia del proceso de modernización, este
capítulo examina cómo los jóvenes están retando, inpugnando y
redefiniendo lo que significa el ser un indígena en el siglo XXI.
El capítulo seis explora el sitio simbólico del mendigo,
a través de la óptica de género, niñez, raza y etnicidad para ayu-
dar a explicar por qué los niños y mujeres indígenas son estigma-
tizados en la esfera urbana. Examina cómo, lejos de ser víctimas
pasivas, las mujeres y niños indígenas, se basan en estrategias pa-
ra enfrentarse, resistir y hasta asumir su participación esencial en
la ciudad. Luego, explora cómo los flujos de mendigos urbanos
retornan a su comunidad rural de Calguasig. Se anota que, aun-
que la mendicidad había empezado como una “estrategia de su-
pervivencia”, ha evolucionado hacia el consumismo manifiesto e
intrincado la obtención de estatus y realización educativa.
El capítulo siete explora las políticas de exclusión en
Quito y Guayaquil. Además, explora cómo la reestructuración ur-
bana y el empuje del turismo global, son utilizados adicionalmen-
te para legitimar y naturalizar la exclusión de mujeres y niños in-
dígenas en la esfera urbana. Esta discusión se facilita por medio del
análisis de: los proyectos gubernamentales cuyos objetivos son los
niños y adolescentes indígenas, las redadas de la policía quiteña de
niños mendigos y, la propuesta de una campaña contra la mendi-
cidad. Luego, este capítulo enfoca específicamente los proyectos de
revitalización urbana en Quito y Guayaquil, para mostrar cómo
los empeños para remover a los mendigos indígenas de las calles
están cubiertos de un lenguaje de pureza y deshonra.
El capítulo ocho concluye este libro. Luego de resumir
los resultados empíricos, se realiza un comentario general de las
principales contribuciones de la investigación. Este capítulo con-
cluye esbozando los problemas que restan, y planteando suge-
rencias para investigaciones futuras.
Notas:
1 Calguasig tiene una población de aproximadamente 1.250 habitantes di-
vididos en 255 familias.
2 En 1997, un experto local sugirió que existían aproximadamente 200 fa-
56 milias indígenas mendigando en Quito (Diario Hoy 1997). Creo que esta
cifra es correcta, si no es ligeramente superior. Sin embargo, debido al ca-
Kate Swanson
rácter periódico y temporal de la migración rural–urbana, estas familias
trabajan en la ciudad sobre una base de rotación. En cualquier ocasión,
no existen más de 200 mujeres y niños indígenas mendigando en Quito.
3 Utilizo este término en el contexto de racialización, una ideología racista
que establece jerarquías biológicas, físicas, higiénicas, culturales y/o me-
dioambientales, con el propósito de excluír y “diferenciar” individuos o
grupos (ver Barot y Bird, 2001).
4 Utilizo los términos “Norte Global” y “Sur Global” para resaltar la desi-
gualdad de balance de poder, recursos, y capital en ambas formas entre y
al interior de los países del norte y del sur. Por ejemplo, al interior del sur,
muchas elites viven en condiciones similares a las que viven en el norte
(altos ingresos, alto nivel de consumo, y alto grado de acceso a los recur-
sos); por lo tanto, “Norte Global” se refiere a este sector de elite, tanto si
residen en el norte o sur geográficos. De igual forma, al interior del “Nor-
te Global”, muchos individuos, incluyendo a los aborígenes, viven bajo
condiciones comparables a aquellos que viven en el sur (altas tasas de po-
breza, acceso limitado a los recursos, alta mortalidad). Así, cuando utili-
ze el término “Sur Global” me refiero a los individuos que viven bajo con-
diciones de marginalidad, pobreza, exclusion, imperialismo, etcétera, ya
sea que se encuentre en el sur o norte geográfico. El punto es que las con-
diciones del “Sur Global” existen en ambos norte y sur.
5 Los niños (menores de 18 años de edad) que viven en familias cuyos in-
gresos totales están por debajo del nivel nacional de pobreza según está
definido por la Oficina de Censos de los EE.UU.
6 Los niños (menores de 18 años de edad) que viven en familias cuyos in-
gresos totales, quitando impuestos, están por debajo del Ingreso Mínimo
fuera de Costes (LICO), como está definido por el Estadístico de Canada.
Aunque esta medida es ampliamente utilizada, ha sido criticada (en espe-
cial por el Instituto Fraser) por sobredimensionar las tasas nacionales de
pobreza. Sin embargo, para los propósitos de esta investigación, estas ci-
fras muestran las, comparativamente elevadas, tasas de pobreza para las
racializadas minorías canadienses.
7 Una vez más, estoy hablando en un estricto sentido material. Si la rique-
za está medida por la acumulación de bienes materiales, entonces los cal-
guaseños se han vuelto más “ricos”. Como se ha expresado, ellos se man-
tienen extremadamente pobres, como se hará evidente en este capítulo.
8 Ver Hecht (1998: 70-92), para ejemplo de cómo esta situación se agota en
Brasil.
9 La categoría de “mestizo” fue utilizada originalmente para indicar la mez-
cla racial y cultural entre blancos, negros e indígenas. Desde entonces, este
término se ha vuelto más significativo, como se discutirá en el capítulo dos.
10 Esta aparente contradicción se discute luego en este capítulo.
11 Aunque sería difícil comprobar este reclamo, con certeza, debido a las di-
ficultades de recoger datos sobre formas ocultas de trabajo infantil y la
baja calidad de la información estadística en muchos países de América
Latina.
57
12 El contexto ideológico para esta exclusión será elaborado posteriormente
en el capítulo cuatro. Pidiendo caridad
en las calles
13 Curiosamente, recientes datos revelan que a nivel nacional, las tasas de
mortalidad infantil se elevaron entre el año 1999 y el 2001. Luego de se-
guir una tendencia de disminución gradual, la tasa se elevó de 1,7 en 1999
a 24,9, en 2001 (INEC, 2003).
14 Reconozco que estas no son estadísticas “históricas”; sin embargo, las es-
tadísticas ecuatorianas sólo recientemente han empezado a ser desagrega-
das por la lengua (Quichua o Español), lo cual permite realizar alguna
aproximación de los datos concernientes a los indígenas.
15 Este trabajo incluye labores agrícolas y domésticas sin paga.
16 A menos que se especifique, me refiero a ambos: Calguasig Grande y Cal-
guasig Chico, indistintamente como Calguasig a lo largo de casi todo es-
te libro. Existen muchas formas de escribir Calguasig incluyendo Calhua-
sí, Calguasig, Calguasí, y Calohuasí.
17 La parroquia de Quisapincha está dividida en tres sectores: zona baja, zo-
na nedia, y la zona alta.
18 La población de la parroquia rural de Quisapincha es de 11,500 habitan-
tes (INEC, 2001).
19 He reconstruido esta historia basada en la información de entrevistas y
conversaciones informales con los miembros de la comunidad.
20 Teniente Político de Quisapincha. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de
2003. Quisapincha. Todas las entrevistas fueron transcritas de una graba-
ción de audio; además, todas se realizaron en español, aún sin ser el idio-
ma dominante de los entrevisados, por la autora. El texto presentado es
literal, tal y como fué expresado por las personas entevistadas y sin arre-
glos didácticos o gramáticos.
21 Presidente, COCIQ. Entrevistado por la autora. Mayo 4 de 2003. Quisapin-
cha.
22 Para un análisis crítico sobre la Ley de la Comuna, ver Becker (1999).
23 Datos recogidos de entrevistas informales y conversaciones con miem-
bros de la comunidad.
24 No existen líneas telefónicas, pero un pequeño número de individuos han
adquirido recientemente teléfonos celulares. Debido a que están ubica-
dos en una región alta en las montañas, la recepción es muy buena. Sin
embargo, los costos de las llamadas son muy altos. Por esta razón, los te-
léfonos celulares son principalmente símbolo de estatus.
25 Este hecho ocurrió en noviembre de 2004. Información obtenida por me-
dio de una conversación telefónica con un miembro de la comunidad, el
3 de diciembre de 2004.
26 Como será discutido en el capítulo cuatro, la primera escuela comunita-
ria se estableció a principios de los años setenta. El sistema de educación
bilingüe no llegó hasta el año 1996.
27 Por entrevistas personales y observaciones en la comunidad.
28 Los nombres científicos de estos tubérculos andinos son: Ullucus tuberosus,
Tropaeolum tuberosum, y Oxalis tuberosa respectivamente (CESA, 2002).
29 Para comparación, la tasa de crecimiento poblacional del Ecuador es de
58
1,03% (CIA, 2004).
Kate Swanson 30 Norberto, miembro de la comunidad. Entrevistado por la autora. Abril 27
de 2003. Calguasig. Todos los nombres de los miembros de la comunidad
han sido reemplazados por seudónimos.
31 Especialista en servicultura y conservación, CESA. Entrevistado por la au-
tora. Mayo 28 de 2003. Ambato.
32 Agrónomo, Ministerio de Agricultura, provincia de Tungurahua. Entre-
vistado por la autora, Mayo 28 2003, Ambato.
33 En 1996, la inflación fue de 24,4%. Durante los años siguientes, se elevó
substancialmente a un valor pico en el año 2000 –el año de la dolariza-
ción– (1997 = 30,6%; 1998 = 36,1%; 1999 = 52,2%; 2000 = 96,1%; 2001
= 37,7%) (SIISE 3.5, 2003v).
34 Un quintal equivale aproximadamente a 46 Kg o 101 lb.
35 Presidente de la Nueva Asociación Izamba. Entrevistado por la autora,
Mayo 13 de 2003. Calguasig Grande.
36 Antiguo coordinador para la protección de menores, Ministerio de Bie-
nestar Social, provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio
3 de 2003. Ambato.
37 Promotor comunitario, Fundación Don Bosco. Entrevistado por la auto-
ra, Agosto 26 de 2003, Quito.
38 Los datos del Figura 1.11 provienen de una encuesta que realicé con 42
niños en Calguasig Chico y Calguasig Grande. Ver el Capitulo Tres y el
Apéndice A para más información sobre la recolección de esta informa-
ción. Hasta lo que personalmente conozco, no existen hermanos (doble
conteo) en esta encuesta.
39 Presidente de la Nueva Asociación Izamba. Entrevistado por la autora.
Mayo 13 de 2003. Calguasig Grande.
59
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo II
GEOGRAFÍAS DE GÉNERO,
RAZA, ETNICIDAD Y NIÑEZ
EN LOS ANDES
2 . 1 I n t roducción
Este capítulo revisa la literatura existente sobre raza,
etnicidad y niñez en los Andes. Resalta la investigación impor-
tante y relevante en las vidas de los niños y jóvenes de Calguasig,
e indica los vacíos que requieren conocimientos adicionales. Co-
mienza con una visión global sobre raza y etnicidad en los An-
des, y revela la poca atención que se ha prestado a las formas de
las cuales éstos aspectos afectan a niños y jóvenes. Luego, éste ca-
pítulo explora la literatura sobre la niñez a través de cuatro te-
mas relacionados: los cambiantes contextos de la niñez indígena,
el trabajo y el juego, las identidades juveniles, y los niños traba-
jadores de la calle.
las calles pavimentadas y las aceras de las ciudades con los cam-
pos abiertos y los caminos fangosos de los pueblos, los mestizos
también toman a la relación de los indígenas con la tierra, como
un signo de su distanciamiento de la cultura e instituciones na-
cionales, fundamentadas en grandes ciudades y especialmente
en Lima [Perú], y de la civilización en general. De igual manera,
los mestizos relacionan las cualidades de antigua y permanente
de la tierra, con las cualidades estáticas de los Indígenas, su atra-
so y falta de progreso.
74
Kate Swanson
2.3.1 Los cambiantes contextos de la niñez indígena
A medida que las comunidades rurales empiezan a ser
integradas en las economías globalizadas, las normas y formas de
la niñez se transforman de varias maneras. Una reciente investi-
gación sobre las cambiantes formas de la niñez, fue conducida
por Belote y Belote (1984) en la parte sur de Ecuador, entre los
años 1960 y 1980. Los autores examinaron los cambiantes luga-
res de los niños en una comunidad indígena rural, en cuanto és-
ta se integraba cada vez más en una sociedad más compleja y tec-
nológica. Observaron que, mientras la comunidad se moderni-
zaba, muchos niños se apartaban de la producción económica,
aunque el ser un contribuyente productivo se mantuvo como un
valor comunitario importante. Los autores especularon que sí
esta tendencia continuaba y los niños llegaban a estar más invo-
lucrados con la escuela y menos con el trabajo, sus sentimientos
de autovaloración serían afectados negativamente.
Esto pertenece a un investigación más contemporánea
de Pribilsky’s (2001), en cuanto a los cambiantes contextos de la
niñez en la sureña provincia de Cañar en Ecuador, una región
altamente involucrada en la migración transnacional hacia los
Estados Unidos. Como los hombres migran de sus comunidades,
los niños –principalmente varones– se ven afectados por los ner-
vios. Pribilsky describe estos nervios como una comúnmente re-
conocida enfermedad, generalmente atribuida a la negligencia
de los padres o al abandono. Empieza con una profunda tristeza
y desesperación, pero rápidamente se transforma en abiertas ex-
presiones de ira. Si no es atendida, conducirá a daños corporales
autoinfligidos y, en algunos casos, al suicidio. Sin embargo, Pri-
bilsky argumenta que los nervios deberían ser entendidos como
el resultado de los cambiantes roles de los niños producidos por
los padres, quienes, cada vez más, buscan redefinir a sus niños
dentro de los ideales universales de la ‘moderna’ niñez. Él atribu-
yó los nervios, a la descomposición de las formas tradicionales
de reciprocidad y, argumenta que, éstos pueden tener mucho
que ver con el interés centrado en el niño, como con la ausencia
de los padres. La “ubicación desigual de los roles y responsabili-
dades de la niñez, es la mayor fuente de trauma para los niños en
las, rápidamente cambiantes, comunidades de las tierras altas
ecuatorianas” (269).
Alejándose de los Andes, Hollos (2002) explora las 75
cambiantes concepciones de la niñez entre los Pare en la parte Pidiendo caridad
en las calles
norte de Tanzania. Situada en una región agrícola de tierras al-
tas, los Pare afrontan, cada vez más, la fragmentación de las tie-
rras y la disminución de los recursos. Consecuentemente, mu-
chos hombres de la comunidad han migrado a centros urbanos
para buscar sustento económico. Esta migración ha tenido im-
pactos importantes en la comunidad, a saber: un cambio de una
estructura familiar basada en el linaje hacia una estructura más
nuclear. Estos cambios han afectado las concepciones de la ni-
ñez. La investigación de Hollos revela que los niños, de las nue-
vas familias nucleares emergentes, tienden a trabajar menos y ju-
gar, descansar y estudiar más que los niños de las familias Pare
tradicionales. Informados sobre el ‘moderno’ concepto de niñez,
las nuevas familias están cambiando desde un punto de vista tra-
dicional, que valoraba a los niños basados en su utilidad hacia
uno, que aprecia a los niños por su valor inherente. Anota que
estas diferencias han surgido “en el contexto de amplios cambios
socioeconómicos, los cuales están en el proceso de reformar la
totalidad del tejido social de los Pare” (187).
Los cambios culturales y socioeconómicos tienen im-
pactos significativos en los niños. En muchos lugares, los niños
indígenas tienen muchas dificultades en reconciliar sus cam-
biantes roles dentro de sus comunidades. Un ejemplo muy ex-
tremo, es el caso de un joven Innu en Sheshatshiu, Labrador.
Atrapado entre culturas enfrentado con condiciones socioeco-
nómicas horrendas, abuso del solvente y tasas de suicidio devas-
tadoramente altas. Los rápidos cambios socioeconómicos y cul-
turales que están produciéndose en Calguasig, todavía no en la
misma magnitud, tal vez porque el involucramiento de la comu-
nidad con la modernización ha empezado recientemente. Esbo-
zado sobre los estudios anteriormente descritos, más investiga-
ción es necesaria para comprender cómo la niñez indígena está
siendo reestructurada, y cómo esto se articula con la ‘moderna’
concepción de la niñez. ¿Cómo negociarán los niños y se recon-
ciliarán con ellos mismos con los prolongados cambios en sus
comunidades?
2.3.3 Migración
Aunque a menudo está dirigida por motivos económi-
cos, muchos factores participan en la migración. Las investiga-
ciones feministas y poscoloniales, han mostrado que el enfoque
en las perspectivas de los migrates y las dinámicas familiares,
originan nuevas interrogantes sobre quiénes migran y el por
qué. Éstas revelan que el poder de las dinámicas familiares no
son neutrales y están guiadas por representaciones dominantes
sobre la familia, la moralidad, la sexualidad y la armonía do-
méstica (ver Silvey y Lawson, 1999). Para algunos, la migración
78
también, debe ser percibida como un medio para la acumula-
Kate Swanson
ción, conducida por un consumismo manifiesto y la obtención
de estatus. A su vez, las remesas ayudan a la transformación del
campo, mediante nuevas formas de arquitectura y cambiantes
modelos de la propiedad de la tierra (Bebbington, 2000; Collo-
redo-Mansfeld, 1994).
La migración rural-urbana en los Andes tiene raíces ex-
tensas (ver Larson y Harris, 1995; Powers, 1995). Colloredo-Mans-
feld (2003) explora cómo los indígenas de Tigua9 viven una com-
binación de vidas rurales y urbanas. Enfocándose en los Tiguanos,
quienes se han mudado a Quito, revela cómo, “mientras viven en
las ciudades, los indígenas interactúan continuamente dentro de
sus comunidades y fuera de ellas de manera fluida menos atadas a
las divisiones categóricas de lugar y gente” (276). Parte de esta in-
vestigación se enfoca en las preocupaciones de muchachos adoles-
centes, hijos de la generación pionera de migrantes. Examinando
sus actividades en el sitio que modelan las relaciones sociales y ét-
nicas, éstas revelan su continua movilidad. En años de mudanza,
debido a su preocupación sobre la educación, el crimen o la pro-
ximidad a sus compañeros Tiguanos, han atenuado las lealtades
geográficas juveniles; están atrapados entre lo rural y lo urbano,
inseguros de a dónde pertenecen.
Mediante un estudio en la parte rural de Bolivia,
Punch (2002) examina cómo los niños y jóvenes negocian las
transiciones entre el trabajo hacia la escuela. Explora cómo va-
rios factores, incluyendo los limitados recursos económicos, los
percibidos valores de la educación, las actitudes de los padres, el
género, el orden de nacimiento, las redes sociales y los compañe-
ros; afectan las decisiones de los niños para migrar buscando
oportunidades educativas o laborales. Concluye que las poten-
ciales oportunidades laborales en el sector urbano de Bolivia o
Argentina a menudo persuaden a los jóvenes a migrar, puesto
que el trabajo aumenta ambos capitales: el económico y el social.
Punch enfatiza que a pesar de varias limitaciones estructurales,
los jóvenes rurales son capaces de defender algún nivel de media-
ción en las elecciones que toman.
En las Filipinas, Camacho (1999) también enfatiza la
mediación de los niños en las decisiones de migrar. Camacho re-
vela que, los niños trabajadores domésticos en el Metro de Ma-
nila son los que, primariamente, toman las decisiones en sus mi-
graciones personales. Aunque consultan con sus familias, estas 79
muchachas eligen el abandonar sus comunidades. Camacho Pidiendo caridad
en las calles
anota que sus mudanzas a la ciudad son percibidas como menos
riesgosas, debido a las, bien establecidas, redes sociales de traba-
jadores domésticos en el Metro de Manila.
Onta-Bhatta (1997) investiga los viajes rural-urbanos
de los niños en las calles de Nepal. Enfatiza la importancia del es-
tudio de la migración rural-urbana en los múltiples contextos de
la penetración capitalista, la trasformación de los espacios urba-
nos, los modelos de migración y las expectativas de los migran-
tes. Para ilustrar este punto, se enfoca en la industria de alfom-
bras, puesto que atrae a los niños nepalíes rurales a participar en
la economía capitalista urbana, pero revela cómo muchos de es-
tos niños terminan trabajando en la economía informal de las
calles. Argumenta que no sólo la pobreza, sino también la violen-
cia doméstica y las influencias culturales globalizadas, juegan un
rol poderoso en la economía política de la migración.
En el sur de África, Young y Ansell (2003) exploran có-
mo la pandemia del VIH/SIDA está reestructurando las familias y
afectando a la migración de los niños. Describiendo ésta migra-
ción como un sistema de apoyo y medios para imitar, los autores
revelan cómo los niños se trasladan para ayudar a parientes enfer-
mos, para recibir apoyo personal (debido a un deceso en la fami-
lia) y para integrarse en el trabajo remunerado para sostener sus
hogares. Argumentan que la migración infantil como resultado
del VIH/SIDA, a menudo, resulta en múltiples desplazamientos y
dispersión de hermanos, y está contribuyendo cada vez más al in-
cremento de la complejidad de las familias en el sur de África.
Aunque no están enfocadas específicamente sobre los
jóvenes, otras investigaciones importantes que han sido conduci-
das en Ecuador sobre la migración rural-urbana. Lentz (1997) ex-
plora la transformación histórica de las aldeas rurales indígenas
en la sierra ecuatoriana. Basados en una investigación realizada
en los años ochenta, revela cómo la migración, tanto en planta-
ciones como en los centros urbanos, ha afectado a las familias, los
gastos, los valores y la organización política. Por otro lado (2000)
explora cómo ésta ha afectado a la construcción de las identida-
des de los miembros de la comunidad, quienes, al mismo tiempo,
pretenden mostrar sus afiliaciones con lo ‘moderno’ y con la tra-
dición indígena. Herrera (2002) explora las representaciones de
80 Quito, en las mentes de una antigua generación de migrantes in-
Kate Swanson dígenas. Otras publicaciones pertinentes concernientes a la mi-
gración de lo rural a lo urbano son de Martínez (1988), Pachano
(1988), Chiriboga (1988) y Mauro y Unda (1988).
Muchas de las investigaciones anteriores, revelan los
conflictivos procesos que empujan y atraen a los jóvenes entre las
esferas rurales y urbanas. Sin embargo, se mantiene la pregunta
de cómo estos factores en competencia influyen la negociación
de las identidades de los niños. ¿Cómo negocian los niños sus
identidades, mientras alternan entre las áreas rurales y urbanas?
¿Miran sus futuros como urbanos, rurales o una mezcla de am-
bos? ¿Cómo las experiencias de migración influencian sus iden-
tidades de género, de raza y étnicas? ¿Cómo se reconcilian con el
racismo que encuentran en las calles? ¿Cómo las experiencias de
migración de los niños difieren de las de los adultos? ¿Acaso mi-
gran por las mismas razones?
Notas:
1 “Indio” tampoco es un término neutral. Cuando utilizo este término, si-
go a Weismantel (2001) en un intento deliberado para animar al lector a
reflexionar sobre sus connotaciones negativas, porque son precisamente
estas connotaciones y las formas en las cuales éstas se utilizan en la socie-
dad andina lo que discuto aquí. También debería ser notado que el térmi-
no “indio” está resurgiendo entre los activistas quienes confían en el va-
lor de choque de este término para propósitos antirracistas (ver Weis-
mantel, 2001: xxxiii).
2 Los afroecuatorianos también son ampliamente discriminados en Ecua-
dor, pero un análisis de este problema está fuera del alcance del presente
estudio. Ver De la Torre (2002b), Rahier (1998, 2003) y Whitten (1974)
para análisis futuros.
3 Consultor, Organización Internacional del Trabajo (OIT). Entrevistado
por la autora. Diciembre 12 de 2002. Quito.
4 Asistente del Director, Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio
(FEPP). Entrevistado por la autora. Diciembre 4 de 2002. Quito.
5 Ver Powers (1995) para un análisis histórico sobre cómo los indígenas
evitan identificarse como indios para evadir el pago de impuestos y la la-
bor manual durante el periodo colonial.
6 Reunión entre los representantes del Municipio de Quito y los trabajado-
res sociales de la Fundación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Quito. No-
tas de campo.
7 El término “autóctono” generalmente se usa para referirse a aborígenes
“reales” quienes han sido “intocados” por el mestizaje y la modernización.
8 Los niños de los inmigrantes pueden afrontar también problemas simila-
res; sin embargo, está fuera del alcance de este libro el explorar las simila-
ridades y diferencias.
9 Tigua es una comunidad andina rural en la provincia de Cotopaxi. La co-
munidad está localizada ligeramente al este de Zumbagua (ver Figura 1.2). 93
10 La investigación de Muratorio (1998) se realiza en la Amazonía ecuato-
Pidiendo caridad
riana en lugar de los Andes, pero se enfoca en una comunidad rural Qui- en las calles
chua. Por lo tanto, sus resultados son relevantes en esta investigación.
Capítulo III
MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN
3 . 1 I n t roducción
Este libro está basado en 18 meses de investigación
profunda y cualitativa, realizada en Ecuador entre marzo del
2002 y septiembre del 2003. En este capítulo, exploro los proble-
mas de representación y mi integración social en la investiga-
ción. También, examino los retos éticos y substantivos sobre mi
trabajo de campo. Luego, presento mis métodos específicos de
investigación, los cuales incluyen la generación de confianza, la
observación participativa, las entrevistas, la recolección secunda-
ria de datos y revelo cómo éstos se aplicaron en el campo.
3 . 3 Métodos de investigación
Me acerqué a mi campo de investigación por medio de
seis procesos escalonados: 1) encontrar un guardabarreras; 2)
crear confianza; 3) observación participativa; 4) recolección se-
cundaria de datos; 5) entrevistas con expertos; y 6) entrevistas
con niños y miembros de la comunidad. Sin embargo, estos es-
calones no eran enteramente discretos, se solaparon. Ya he discu-
tido los asuntos acerca de mi guardabarrera y mi entrada en la
comunidad. Así que, empezaré con una discusión acerca de la
creación de confianza.
Como en muchos lugares, la mendicidad es un tópico
muy sensible y disputado. Esto significa que los calguaseños son
muy renuentes al hablar acerca de su involucramiento en esta ac-
tividad. Durante las etapas iniciales de esta investigación, mu-
chas veces fui, percibida como una “gringa” anónima cuando me
aproximaba a ellos en las calles. Sin conocerme, sus primeras res-
puestas fueron el mendigar de mí. Pero, al pasar el tiempo empe-
zaron a reconocerme, siempre inventarían una excusa para justi-
ficar su mendicidad tal como: “se acabaron los chicles”. Durante
los últimos dos años, las mujeres y niños de Calguasig han em-
pezado a mezclar la mendicidad y las actividades de venta. Este
cambio se debe, en gran parte, al trabajo de la FDB. Al trabajar
con los miembros de la comunidad, los trabajadores sociales han
persuadido a muchos que vender chicles es una alternativa via-
103
ble a la mendicidad y que podría, en su opinión, permitirles con-
servar su dignidad. Mientras que las mujeres ancianas siguen Pidiendo caridad
en las calles
mendigando, la mayoría de las mujeres jóvenes utilizan más
tiempo para vender chicles. Tienden a reservar la mendicidad
para encuentros oportunos con “gringos”. Sin embargo, los niños
–especialmente los menores de 10 años– continúan frecuente-
mente mendigando en lugar de vender. Para los niños entre 10 y
13 años, el mendigar y el vender se unen: suelen tener una caja
de chicles en una mano y la otra extendida. Pero si les preguntan,
casi todos negarán que mendigan. Por esta razón, el ganarse la
confianza fue absolutamente crucial para este proyecto.
Para establecer la confianza y construir fe en mi pro-
yecto, empleé ocho meses visitando Calguasig y sus aldeas veci-
nas, casi semanalmente. Debe ser anotado en este punto que esas
aldeas, tradicionalmente, habían sido muy cerradas a los extran-
jeros, especialmente, cuando no existía el camino de acceso has-
ta el año 1992. Hasta con el camino, sus pobres condiciones sig-
nifican que, cuando llueve, el viaje a pie todavía es la única for-
ma de ingreso, la cual es una caminata difícil. Generalmente em-
pleaba dos días a la semana en las aldeas para involucrarme en
una extensa observación participativa. Inicialmente observaba,
más que participaba. Asistí a reuniones con Janeth, compartí co-
midas con los miembros de la comunidad y generalmente me
sentaba atrás y trataba de observar cómo funcionaban las cosas.
Cuando gané más confianza y sentí que la gente había empeza-
do a aceptarme, participé más, por medio de pequeñas charlas,
jugando con los niños y dirigiendo conversaciones.
Durante los meses de verano y con la ayuda de Janeth,
recluté la asistencia de algunos amigos ecuatorianos y extranje-
ros, para realizar un día de campo para aproximadamente 70
niños indígenas. El campamento era para niños de Quisapin-
cha Alto, por lo que fue ubicado en la comunidad central de
Illahua Chico. Lo realizamos en ocho sesiones de tres horas, en
un periodo de cuatro semanas. Teníamos clases de inglés, com-
putación y de sastrería para los niños mayores y de artes y ar-
tesanías para los niños pequeños. Siempre terminábamos la
mañana con juegos, los que incluían lanzamiento de pelotas,
carreras de sacos, carreras de cucharas con patatas, competen-
cias de guerras de tirones y fútbol. También siempre les sumi-
nistramos un almuerzo. Este campamento fue muy exitoso y
104 me permitió, verdaderamente, conocer a los niños en su propio
Kate Swanson terreno. Por ejemplo, aprendí mucho acerca del papel significa-
tivo que tienen los niños en las responsabilidades del cuidado
infantil. Lisa, una niña de 10 años de edad, vino al campamen-
to un día con su hermana de dos años de edad atada a su espal-
da. En toda la mañana, ella asistió a clases y jugó con su herma-
na sobre su espalda, aunque no con un entusiasmo particular.
Como parte del campamento, la FDB donó numerosos jugue-
tes, incluyendo rompecabezas, muñecas y juegos. Encontré,
particularmente, intrigante mirar a Dora, una niña de siete
años de edad, quien cuidadosamente acunaba y cuidaba a su
nueva muñeca de ojos azules y pelo rubio la mañana entera
(Fotografía 3.1). Utilizando una cantidad de tiempo considera-
ble en Illahua, una comunidad donde pocas mujeres y niños es-
tán involucrados en la mendicidad,3 también fui capaz de com-
prender los continuos cambios en Calguasig.
Fotografía 3.1: Dora y su nueva muñeca. Nótese la vestimenta tradicional que estas ni-
ñas están usando: sombreros, chales, cinturones tejidos (chumbis), faldas negras de lana
(anakus). En Illahua, las vestimentas de las mujeres se mantienen muy tradicionales; en
Calguasig, los estilos están cambiando rápidamente.
107
Pidiendo caridad
en las calles
Notas:
1 Estoy de acuerdo con Hays-Mitchell (2001: 320) quien establece que, “a
pesar de nuestra partida del campo... nuestra responsabilidad con los que
nos asistieron continúa”. Después de haber vivido y trabajado con los cal-
guaseños durante más de un año y medio, realmente me siento obligada
a devolver algo a la comunidad de cualquier manera.
2 Si el intercambio de información por fotografías es verdaderamente un
intercambio equitativo o no, es un asunto ciertamente discutible. Sin em-
bargo, las fotografías que les entregué eran altamente estimadas. Las cá-
maras son poco frecuentes en la comunidad y pocos de sus miembros han
visto sus retratos.
3 Parece existir un emergente modelo regional de mendicidad que empie-
za en la parroquia de Pasa y desde allí se ha difundido a Calguasig, una
comunidad que limita con Pasa. Unas pocas familias de Illahua están in-
volucradas en la mendicidad y algunas de estas familias tienen parientes
en la parroquia de Pasa. Es difícil afirmar si la mendicidad llegará a ser
más popular en el resto de Quisapincha Alto, mientras la gente es más
114 conciente del ingreso que se puede obtener. Sin embargo, los líderes co-
munitarios en Illahua están tratando de disuadir la migración de las mu-
Kate Swanson
jeres mediante la educación y la presión de sus pares.
4 Guagua significa “bebé” en Quichua.
Capítulo IV
Reestructurando la niñez
4 . 1 I n t roducción
Este capítulo explora las cambiantes interpretaciones
de la niñez en la comunidad indígena de Calguasig. Empieza con
una exploración sobre cómo las tradicionales interpretaciones
indígenas de la niñez se articulan con ‘modernas’ interpretacio-
nes en Ecuador. Luego se enfoca específicamente en Calguasig
para revelar cómo la ‘moderna’ interpretación de la niñez está in-
fluenciada por nociones de género, sexualidad, trabajo, juego,
aprendizaje e identidad en la comunidad. Establece estos cam-
bios dentro del contexto de la modernización y globalización.
Luego, este capítulo trata sobre el significado de estos y examina
cómo los niños reconcilian y negocian sus alternantes roles en la
comunidad.
5
123
Pidiendo caridad
4 en las calles
Horas
0
11 12 13 14
Edad
Niñas Niños
dad tradicional andina, existe una distribución bastante equita-
tiva del trabajo, la cual tiende a trasladarse en una asignación de
recursos. Para la mayor parte, los hombres y las mujeres trabajan
juntos en la agricultura, tienen control compartido sobre los
recursos económicos y tienen voto equitativo en la toma de deci-
siones. Las prácticas de herencia de tierras favorece a los herma-
nos hombres y mujeres de igual manera, lo cual significa que la
mayoría de mujeres poseen tierras independientemente de sus
esposos (Hamilton, 1998). Las mujeres tienden a especializarse
en el trabajo doméstico; sin embargo, la participación de los
hombres en el cuidado de los niños, en la cocina y el lavado de
ropa no es del todo inusual. Como muestra la Figura 4.2 abajo,
la participación de los niños en el trabajo doméstico parece estar
dividida uniformemente entre niños y niñas. Por esta razón,
Hamilton (1998) se refiere a la tradicional familia andina como
el “hogar con dos cabecillas”. Sin embargo, como se discutirá, los
roles de género son cambiantes cuando los miembros llegan a
estar más expuestos a estructuras de género menos equitativas
(p.e. occidentales).
En Calguasig, los chicos y chicas están involucrados en
un rango de actividades de trabajo. Domésticamente, los niños co-
cinan, lavan platos, lavan ropa, limpian, recogen agua, recogen le-
ña y cuidan de sus hermanos menores. Agrícolamente, los niños
ayudan a preparar la tierra, siembran campos, desyerban, riegan,
aplican pesticidas y cultivan campos. Ellos también son responsa-
bles de llevar a los animales a pastar, recoger la comida para los
animales y matar a los cuyes, conejos y pollos (Figuras 4.2, 4.3,
4.4). Como es evidente en estos cuadros, al momento existen lige-
ras variaciones por género en la distribución del trabajo.
En Calguasig, un individuo está considerado más o me-
nos capaz de dirigir un hogar a la edad de 10 años.17 En esta etapa
124 de su vida, ellos han aprendido todo lo que necesitan conocer para
Kate Swanson vivir por su cuenta. Como muchas comunidades indígenas, los
niños empiezan ayudando con los platos, la cocina y limpieza
aproximadamente a los 4 años de edad. Cuando el tiempo pasa:
Ellos siguen aprendiendo cada que ellos van haciendo las co-
sas…Si ya nos ponemos a lavar, ellos también comienzan a la-
var. Cuando estamos trabajando, ellos también quieren traba-
jar. Cuando estamos cortando hierba, ellos también quieren
cortar. Entonces cada actividad que nosotros vayamos hacien-
Figura 4.2: porcentaje de niños involucrados en actividades domésticas
100
90
Niñas
Porcentaje
80 Niños
70
60
50
Cocina
Lavado
de Ropa
Limpieza
de casa
Cuidado
de niños
Actividades
Niñas
Niños
125
Pidiendo caridad
en las calles
do, ellos también siguen haciendo y por ende ellos aprenden
muchas cosas.18
de mujeres y niños
1994 CESA empieza proyectos en la comunidad
1996 Incidente de las Brujas Heredia
1996 CESA construye varios puentes para el camino de la
comunidad
1996 Educación Bilingüe Quichua-Español
1998 Crisis económica a nivel nacional
130 2000 Dolarización
2002 FDB empieza proyectos en la comunidad
Kate Swanson
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Cuadro 4.2: Aspiraciones de los estudiantes en Calguasig Chico
# Niños # Niñas
4 Maestros 5 Sastres
2 Sastres 4 Profesoras
2 Albañiles 1 Ama de casa
1 Doctor
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o
jctEalr
No hay unos buenos líderes que hayan acabado la es-
cuela e ido al colegio o, para que digan, “mire ese joven estaba
una temporada en la escuela y ahora acabó el colegio. Ahora ha
sido algo en la vida”. Entonces en vista de que no hay eso, los ni-
ños, claro como cualesquiera, dicen que, “la educación casi no
está haciendo nada. Pues, no me sirve de nada porque hay otros
niños, otros jovenes que están trabajando, mejor traen plata,
compran bicicleta, tienen alguna cosa”.48
Además, muchos padres prestan poco interés a la edu-
cación formal. Como dijo el profesor de los grados 5-6:
Hay algunos padres que si se da importancia [a la educación],
hablaría 1 %, de todo. De ahí, la mayoría de los padres no, no les
interesa mucho. Si el niño dice que ‘yo quiero ir a tal parte a tra-
bajar con compañeros, con amigos,’ sí dicen. Es mejor para los
padres, creo que es mejor, ellos mandan.49
141
Pidiendo caridad
en las calles
Fotografía 4.1: Atisbando (y sonriendo) por una ventana rota del aula.
Tal vez uno de los más grandes problemas para los
niños es el costo de la educación. A pesar del derecho universal
de los niños a una educación gratuita, como se establece en la
Declaración de los Derechos del Niño de la ONU, la educación
no es gratuita en Ecuador. Al contrario, a los niños se les pide
que paguen aproximadamente 30 dólares por año para cubrir los
costos de sus uniformes, almuerzos escolares, suministros esco-
lares y una “colaboración” por matrícula.55 Para las familias
numerosas, estos costos son muy altos considerando que
muchos no pueden obtener ingresos suficientes de la agricultu-
ra. Así, para afrontar éstos costos, muchos niños tienen que tra-
bajar. Mientras algunos niños utilizan sus fines de semana lus-
trando zapatos en Ambato, muchos niños abandonan la comu-
nidad siempre que hay vacaciones o un fin de semana largo para
ganar algo de dinero mendigando y/o vendiendo chicles. Las
vacaciones de verano son cruciales porque, en julio y agosto, los
niños pueden ganar más de lo que necesitan para su año escolar.
De acuerdo al director de la escuela de Calguasig Chico, algunos
niños están ausentes por más de un mes, especialmente cerca de
Navidad.56 En la clase del grado 5 y 6 de Calguasig Grande, algu-
nos estudiantes perdieron más de 50 días de su año escolar, debi-
do a sus trabajos en las calles.57 Los maestros están tratando de
detener las ausencias estudiantiles. Los niños que pierden
muchas clases son rechazados. Encontré al menos un niño quien
había reprobado en el año escolar 2002-2003 como resultado de
su frecuente trabajo en Quito.
Todos estos factores han sido combinados por la difícil
política ecuatoriana y las condiciones económicas. Como se dis-
cutió previamente, en 1998 y 1999, Ecuador cayó en su peor cri-
sis económica en casi 50 años. Para el año 2000, la moneda
nacional se había devaluado en tal magnitud que el gobierno
142 dolarizó su economía. Sin embargo, los impactos de esta crisis
Kate Swanson fueron limitados en Calguasig; fueron primariamente afectados
por la rápida inflación y el alza de los costos de los productos
básicos. La dolarización también significó que, mientras las
mujeres y niños previamente estaban mendigando por sucres
ecuatorianos, ahora mendigaban dólares americanos. Esto causó
mucha confusión para la población ampliamente analfabeta de
Calguasig. Descubrí que aún en el año 2003, los calguaseños con-
tinuaban describiendo los precios en sucres el lugar de dólares.
Además, el aumento de los precios a nivel nacional de los pro-
ductos básicos y artículos de consumo, únicamente, reforzó en
los calguaseños la aguda comprensión de su relativa pobreza.
Así, la migración de las mujeres y niños continuó mientras bus-
caban mejorar sus situaciones.
4.6 Resumen
Este capítulo explora tres preguntas de investigación
específicas: i) ¿cómo la niñez indígena se articula con la ‘mo-
derna’ interpretación de niñez?; ii) ¿cómo los niños indígenas
negocian y se reconcilian, ellos mismos, con los continuos
145
cambios en sus comunidades?; y iii) la importancia que tienen
estos cambios para los futuros de los niños. Este capítulo em- Pidiendo caridad
en las calles
pieza con un análisis sobre cómo la niñez indígena se articula
con la ‘moderna’ interpretación de niñez. Presenta perspectivas
desde ambos lados, el de los activistas políticos indígenas y los
defensores de los derechos de los niños, para revelar las tensio-
nes subyacentes entre estas interpretaciones. Sin embargo, tam-
bién previene contra las definiciones esencializadas de niñez,
las cuales pueden naturalizar y ‘folclorizar’ la participación de
los niños indígenas con el trabajo. Luego, este capítulo se enfo-
ca específicamente en la comunidad de Calguasig. A través de
una visión general de las cambiantes condiciones comunitarias,
revela como la ‘moderna’ interpretación de la niñez está infil-
trando la comunidad. Esto tiene impactos en todo Calguasig,
particularmente en relación al género, sexualidad, trabajo, jue-
go, aprendizaje e identidad. Confiando en datos de una encues-
ta y entrevistas con niños y miembros de la comunidad, tam-
bién revela cómo los niños están negociando estos cambios.
Sugiere que ellos están, cada vez más, siendo arrastrados a la
cultura consumista occidental y a los ideales urbanos. Induda-
blemente, estos cambios tendrán impactos significativos sobre
la comunidad en los años venideros. En el capítulo siguiente,
me enfocó, sobre la esfera urbana para explorar las identidades
urbanas de niños y jóvenes.
Notas:
1 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
2 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Diciembre 18 de 2002. Quito.
3 500 años antes, probablemente lo mismo se podría decir de las comuni-
dades rurales alrededor de muchas partes del mundo.
4 Subsecretaria Nacional de Desarrollo Rural. Ministerio de Bienestar So-
cial. Entrevistada por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
5 Ibíd.
6 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
7 Subsecretaria Nacional de Desarrollo Rural. Ministerio de Bienestar So-
cial. Entrevistado por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
8 Ibíd.
9 Director del PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9 de
146 2002. Quito.
10 Directora, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevis-
Kate Swanson
tada por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
11 Miembro del Congreso Nacional, Diputado por Pichincha y Presidente
de la Comisión para los Asuntos Indígenas. Entrevistado por la autora.
Septiembre 10 de 2003. Quito.
12 Director de Juventudes. CONAIE. Entrevistado por la autora, Agosto 7 de
2003. Quito.
13 Especialista en Educación, PRODEPINE. Entrevistado por la autora.
Agosto 19 de 2003. Quito.
14 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
15 Profesor de Quichua y Filosofía Andina de la Universidad San Francisco
de Quito. Entrevistado por la autora. Diciembre 18 de 2002. Quito.
16 Las leves diferencias basadas en género y edad que se anotan en la Figu-
ra 4.1 pueden ser indicatives de diferencias actuales, pero probablemen-
te son atribuíbles a la manera en que estos datos se recogieron (ver
Apéndice A).
17 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig Grande.
18 Ibíd.
19 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig Grande.
20 Malena, de 14 años vendedora de la calle. Entrevistada por la autora.
Agosto 21 de 2003. Quito. Notas de campo.
21 Nicola, de 10 años miembro de la comunidad. Conversación informal
con la autora, Marzo 17 de 2003, Calguasig. Notas de campo.
22 Mary Weismantel (2001), una antropóloga Norteamericana, también tu-
vo esta experiencia cuando empezó a trabajar en la comunidad indígena
rural de Zumbagua en la provincia de Cotopaxi en la década del ochenta
(ver Figura 1.2 para la ubicación de Zumbagua).
23 Sacerdote Presbiteriano, miembro clérigo de Dios es Sano. Entrevistado
por la autora. Marzo 16 de 2003. Quisapincha.
24 Esta migración no es enteramente nueva puesto que previamnete los
hombres han abandonado la comunidad para trabajar como cargadores
en el mercado por cortos periodos en la ciudad de Ambato. Es posible que
algunos hombres estuvieran también involucrados en la migración a la
costa antes de los años sesenta. Sin embargo, parece que esta migración se
aceleró en la década del sesenta.
25 Sacerdote Salesiano, Director de la Fundación PAN (Programa de Acción
por la Niñez). Entrevistado por la autora. Agosto 13 de 2003. Quito.
26 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Entrevistado por la autora, Agosto 1 de 2003. Quito.
27 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.
28 Presidente, Junta Parroquial de Quisapincha. Entrevistado por la autora,
Abril 23 de 2003. Calguasig.
29 Ibíd.
30 Teniente Político de Quisapincha. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de 147
2003. Quisapincha. Pidiendo caridad
en las calles
31 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.
32 Presidente, Asociación Familiar por la Guardería de Nueva Izamba. En-
trevistado por la autora. Marzo 17 de 2003. Calguasig.
33 Presidente, Junta Parroquial de Quisapincha. Entrevistado por la autora.
Abril 23 de 2003. Calguasig.
34 Presidente, Junta Parroquial de Quisapincha. Entrevistado por la autora.
Abril 23 de 2003. Calguasig.
35 Agrónomo, antiguo trabajador de for CARE-PROMUSTA (Care Interna-
tional – Proyecto de Manejo y Uso Sustentable de los Suelos Andinos).
Entrevistado por la autora. Mayo 29 de 2003. Ambato.
36 Ingeniero Forestal, CESA. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de 2003.
Ambato.
37 Agrónomo, antiguo trabajador de CARE-PROMUSTA (Care Internatio-
nal – Management and Sustainable Use of Andean Soils Project). Entre-
vistado por la autora. Mayo 29 de 2003. Ambato.
38 Sacerdote Salesiano, antiguo director de la Hospedería Campesina La To-
la. Entrevistado por la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
39 Agrónomo, antiguo trabajador de CARE-PROMUSTA (Care Internatio-
nal – Management and Sustainable Use of Andean Soils Project). Entre-
vistado por la autora. Mayo 29 de 2003. Ambato.
40 Coordinador académico del programa de Antrpología FLACSO-Sede
Ecuador. Entrevistado por la autora. Agosto 20 de 2003. Quito.
41 Coordinador académico del programa de Antrpología FLACSO-Sede
Ecuador. Entrevistado por la autora. Agosto 20 de 2003. Quito.
42 Agrónomo, Ministerio de Agricultura, Provincia de Tungurahua. Entre-
vistado por la autora. Mayo 28 de 2003. Ambato.
43 Agrónomo, Ministerio de Agricultura, Provincia de Tungurahua. Entre-
vistado por la autora. Mayo 28 de 2003. Ambato.
44 Director, Colegio Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado
por la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
45 Datos tomados de los registros del Colegio Nacional de Quisapincha y del
Colegio Nacional Pasa en julio y agosto de 2003.
46 El colegio a tiempo parcial ofrece clases los fines de semana. Aunque mu-
chos individuos asisten a este colegio, es criticado por sus bajos estánda-
res educativos.
47 Las tazas de finalización de la secundaria son bajas en toda la nación. En
la áreas urbanas, el 40,3% han completado el colegio. En las areas rurales,
el 11,3% de hombres y mujeres no indígenas han completado el colegio,
compardo con el 4 % de hombres y mujeres indígenas (SIISE 3.5, 2003w).
48 Maestro, Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado por la au-
tora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
49 Maestro, Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado por la au-
tora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
50 Especialista en Género y Cultura, PRODEPINE. Entrevistado por la auto-
148
ra. Agosto 28 de 2003. Quito.
Kate Swanson 51 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Entrevistado por la autora. Agosto 1 de 2003. Quito.
52 Monja indígena, Hermana solidaria de los pobres. Entrevistada por la au-
tora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
53 Director, Colegio Gral. Rumiñahui, Calguasig Chico. Entrevistado por la
autora. Mayo 6 de 2003. Calguasig.
54 Datos obtenidos de los registros del Colegio Nacional de Quisapincha y
del Colegio Nacional de Pasa en julio y agosto de 2003.
55 Director, Colegio Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado
por la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
56 Director, Colegio Gral. Rumiñahui, Calguasig Chico. Entrevistado por la
autora. Mayo 6 de 2003. Calguasig.
57 Profesor, Colegio Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado
por la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
58 Las escuelas de Quisapincha Alto tienen sólo unas pocas computadoras
pero están principalmente reservadas para el uso de los maestros.
59 Muchos tienen estructuras de camas de madera.
60 Existen aproximadamente 324 mujeres entre las edades de 12 y 45 años
en la comunidad. Sin embargo, la mayoría de mujeres jóvenes no tienen
niños hasta la edad de 16 años y algunas mujeres continuan teniendo
niños después de los 45 años. Tomando en cuenta esto, fuera de estas
324 mujeres, menos de un 4 % de mujeres en edad de procrear usan
DUIs. Si calculamos para las mujeres entre los 18 y 45 años, esta cifra se
eleva a menos de 6 %.
61 Nadia, miembro de la comunidad. Entrevistada por la autora. Abril 27 de
2003. Calguasig.
149
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo V
LA NIÑEZ MIGRANTE
5 . 1 I n t roducción
Este capítulo intenta desentrañar los mitos, alrededor
de los jóvenes mendigos indígenas de Calguasig. Empieza con
una visión global de los niños en la calle y niños trabajadores en
Ecuador. Luego se enfoca, específicamente, sobre los niños mi-
grantes de Calguasig y explica por qué ellos no corresponden a
las tipologías preexistentes de niños de la calle y trabajadores.
También revela como la mendicidad libera a las chicas indígenas
jóvenes de la opresión, de un empleo doméstico. Luego de un
análisis a fondo de sus vidas en las calles, adicionalmente este ca-
pítulo explica por qué estos niños han sido olvidados en gran
parte por los programas sociales. La última parte de este capítu-
lo se enfoca sobre cómo las identidades y los niños indígenas
cambian entre lo rural y lo urbano. También explora cómo estos
niños y jóvenes negocian con el tenue terreno que constituyen
151
sus identidades diferenciadas por género, racializadas y étnicas.
Pidiendo caridad
en las calles
160
Kate Swanson
ñas trabajan en ambas esferas, tanto pública como privada. Al
contrario de las familias urbanas, Invernizzi también sugiere
que, las familias andinas perciben pocas, o ningunas, implicacio-
nes morales negativas para las mujeres y niñas en las calles. Las
apreciaciones de Invernizzi continúan aplicándose, pero están
cambiando comforme las interpretaciones andinas, respecto a
las sexos llegan a estar más informadas por la educación, las in-
fluencias urbanas y los medios de comunicación.
Por ejemplo, en Calguasig, es más probable que las ni-
ñas sean retiradas de la escuela y colocadas en la fuerza laboral
doméstica o urbana que los niños. En mi muestra de 37 niños
trabajadores de Calguasig, todos los 17 niños o el 100 % han
completado el sexto grado o están continuando con su educa-
ción. De las 20 niñas, 11 o el 55 % han completado el sexto gra-
do o están actualmente matriculados en el colegio. Sin embar-
go, esto significa que, 9 niñas, o el 45 %, han sido retiradas de la
escuela o nunca han asistido. Cuando les pregunté a algunas el
por qué, dijeron que no tenían dinero para los útiles escolares o
que sus madres necesitaban su ayuda en casa. De acuerdo al
profesor de los grados 5 y 6 de Calguasig, abandonan la escuela
porque sus padres creen que:
Las mujercitas no tiene que estar tanto en la escuela. Sino les ne-
cesitamos en la casa, para que nos ayude cuidando a los hijos, y
en el trabajo del campo. Cuando los padres se van a las ciudades
mejor ellas quedan reemplazando a padre y madre en la ca-
sa…Entonces, por lo tanto, hay muy pocas niñas que están en la
escuela. En cambio, los varones creo que dan un poco de prio-
ridad a los padres. Dicen que tiene que acabar la escuela, porque
los varones van hacer algo en la vida. A las mujeres, no les dan
mucha importancia.11
166
Kate Swanson
Fotografía 5.3: niños volteretas. El niño que está al frente tiene 3 años de edad, el niño
sobre la izquierda tiene 8 años de edad, y el niño al fondo tiene 12 años de edad. Al niño
de 5 años de edad que está mirando no se le permite realizar las volteretas puesto que su
madre de 24 años piensa que es muy peligroso. Cuando se tomó la fotografía, ella estaba
trabajando en la esquina opuesta. También nótese a las dos niñas vendiendo chicles en-
tre los automóviles. La niña de la izquierda tiene 14 años y la de la derecha tiene 11 años.
tores callejeros estaban obteniendo y empezaron a copiarlos; de
aquí la tendencia a las volteretas.18 Los chicos de Calguasig me
contaron que podía obtener de 3 a 5 dólares por día dando vol-
teretas, pero aunque es cansado, ellos prefieren esto a vender chi-
cles, porque pueden guardar todas sus ganancias.19
A los niños trabajadores de Calguasig les gusta el dine-
ro que obtienen en las calles, pero no necesariamente les gusta el
trabajo por sí mismo. Roberto, quien ha estado trabajando en las
calles desde que tenía 7 años dijo, “a veces sabe estar cansado.
Duele los pies por estar caminando toda la vida. Todo el día así
caminando por aquí por allá, por aquí por allá”.20 Otros se que-
jaron de vender chicles: “no vendemos tanto…No saben com-
prar chicles”.21 Debido a esto, Nina dijo, “por eso no queremos
venir ya”.22 Aquellos que mendigaban no les gusta su trabajo,
porque la gente los critica y castiga en las calles.23 Otros se que-
jaban del solazo o el sol fuerte, dolores de cabeza y gargantas in-
flamadas.24
Mientras que, actualmente, muchos niños de Calgua-
sig gastan sus ganancias en la escuela, otros estan ahorrando di-
nero, para así eventualmente matricularse en el colegio. Roberto,
por ejemplo, dijo que deseaba ir al colegio, pero como su familia
no tiene dinero, tenía que trabajar hasta que pueda permitírselo.
Esperaba ingresar el próximo año. De otro lado, los niños de las
familias más pobres, tales como aquellas sin padres, dijeron que
utilizarían su dinero para comprar tierras, comida y animales.
Aunque estos niños, probablemente, tienen las mismas aspira-
ciones materiales, que otros niños de Calguasig, sus circunstan-
cias inmediatas son más urgentes. Como estableció Pedro, de 12
años, “solamente quiero salir de la escuela rapidito para ir a tra-
bajar para mantener a mi mamita”.25 Frecuentemente las niñas
gastan su dinero en vestidos, ya que las prendas nuevas son sím-
bolo de estatus. Para los niños, el más codiciado símbolo de es- 167
tatus es una bicicleta. Mientras que, las bicicletas son algo más Pidiendo caridad
en las calles
funcional en su propósito, su utilidad es más bien limitada debi-
do al terreno con pendientes pronunciadas de la comunidad. Por
lo tanto, para la mayoría de muchachos, las bicicletas represen-
tan estatus más que funcionalidad. Los jóvenes recién casados o
cerca de contraer matrimonio, guardan su dinero para construir
una casa. A la edad de 13 años, Isabel pasa la mayor parte del año
en la ciudad de Guayaquil ahorrando para su casa.
Las casas más solicitadas están construidas con bloques
de cemento y losas de cemento, pero son muy caras para cons-
truir, particularmente considerando el costo de las ventanas. De
todas mis entrevistas, solamente la familia de Byron poseía una
de estas codiciadas casas de losa. Interesantemente, también ha-
bía poseído previamente una camioneta, una relativa rareza en la
comunidad. Tal vez, no tan sorprendente, la familia de Byron ha
estado trabajando en la ciudad desde 1993 y fue una de las pri-
meras familias en estar involucrada en la migración rural-urba-
na. Su primer viaje a la ciudad fue a Guayaquil, en 1993, cuando
Byron tenía 4 años de edad, y hacia Quito en 1995. Existen 8
miembros en su familia y su trabajo acumulado les ha permitido
atesorar un mayor número de bienes materiales (tales como una
camioneta y una casa de losa), que la mayoría de los miembros
de la comunidad.
Desde 1993, la migración rural-urbana se ha incre-
mentado, aunque han existido pequeñas variaciones en la tasa
anual (Figura 5.2). Durante las entrevistas, pregunté a cada indi-
viduo en qué año habían emigrado a la ciudad (Guayaquil o
Quito) por primera vez (como indica las línea de migración
anual en la Figura 5.2). Sin embargo, debe anotarse que estos re-
sultados se basan en las respuestas de 37 niños y no deben ser en-
teramente representativos de la comunidad. Además, descubrí
que el preguntar por fechas es una ciencia inexacta, puesto que
muchos de ellos ni siquiera podían decirme el año de la fecha de
su nacimiento. Tomando esto en cuenta, sus respuestas revelan
168
Kate Swanson
que el máximo de la migración anual se produjo en la plenitud
de la crisis económica del año 1999. No obstante, debido a la for-
ma en que los datos fueron recogidos, podría ser que esta migra-
ción actualmente se hubiese extendido uniformemente entre los
años 1998 y 2000. La reducción ilustrada en los años 2002 y 2003
puede deberse al trabajo de la FDB, desde principios del 2002,
que ha estado trabajando muy duro por desalentar la migración
rural - urbana de la comunidad. Sin embargo, como se evidencia
de la línea de migración acumulada, la migración de los niños se
ha incrementado, constantemente, desde 1993.
De los migrantes iniciales, muchos dicen que vinieron
a Quito por primera vez en 1995. Un antiguo trabajador social
en el Hospedería La Tola recuerda el primer aviso del nombre
“Calguasig” en el registro del año 1996, poco tiempo después del
incidente de las Brujas Heredia.26 Su número comenzó a incre-
mentarse constantemente luego de esta fecha. En el año 1997,
existían 126 nombres calguaseños en el registro de La Tola. Estos
pertenecían a hombres, mujeres y niños (COCIQ, 1999). Así, en
la época de esta investigación, algunos jóvenes ya habían estado
trabajando en Quito, por lo menos, 8 años. Sin embrago, dentro
de los círculos académicos y de defensores de los niños, parecen
existir muchos malentendidos acerca de sus vidas. Una de las ra-
zones, para estos malentendidos, puede ser debido a que, con ex-
cepción de una pequeña organización (la FDB), nadie trabaja
con este grupo de niños.
Cuando pregunté a algunas de las prominentes ONG
de Quito, por qué no trabajaban con los mendigos indígenas, las
respuestas fueron vagas. Muchas expresaron su deseo de incor-
porar a estos niños dentro de sus programas de divulgación, pe-
ro no fueron capaces de expresar por qué no lo han hecho ya. Un
individuo sugirió que existían pocos fondos para trabajar con los
niños indígenas.27 Otras dijeron que estos niños no están dentro 169
de su grupo objetivo y, por esta razón, todavía no han sido diri- Pidiendo caridad
en las calles
gidos. También podría deberse a que estos niños trabajan con sus
familias, por lo que existe una aversión general a entrometerse.
En Guayaquil, los niños calguaseños, incluso, están más olvida-
dos por los programas sociales, puesto que ninguna organiza-
ción trabaja con ellos. Muchos de los trabajadores sociales con
los que hablé no tenían idea de que existían mujeres y niños de
la provincia de Tungurahua en sus calles. Esto no se debe a la fal-
ta de visibilidad sino, más bien, a la falta de conocimiento. Tam-
bién puede haber mucho que hacer con la desinfomación difun-
dida por ellos mismos, mujeres y niños, porque muchos mienten
acerca de su provincia de origen, para proteger sus identidades.
Una mujer sugirió que existe una falta de interés en estos niños
porque, en su opinión, los niños indígenas no desean participar
en sus programas de extensión, “porque ellos están todavía atra-
pados en sus propios mundos culturales”.28
Puede existir algo de verdad en las palabras de esta mu-
jer. Como se discutió previamente, Calguasig ha sido tradicio-
nalmente una comunidad muy cerrada y esta actitud se ha lleva-
do a las calles. Muchos calguaseños desconfían de los extraños.
Muchas veces mienten sobre sus nombres, sus orígenes y hasta
pretenden que no hablan español. Así, ellos son parcialmente
cómplices en mantener los mitos alrededor de sus vidas. No obs-
tante, existen mecanismos encubiertos, diseñados para distraer
la atención indeseable. Sin embargo, si más organizaciones tra-
bajaran con los calguaseños, es posible que sus condiciones de
vida pudieran ser mejoradas.
En la actualidad, la FDB es la única organización que
trabaja con este grupo de niños. Aunque ha existido solamente
desde al año 2002, la fundación está completamente compuesta
por los antiguos trabajadores del refugio La Tola y, por lo tanto,
tienen una larga historia de trabajo con los miembros de la co-
munidad. No obstante, hasta esta organización tiene sus dificul-
tades. Por ejemplo, durante el reciente concurso de Miss Univer-
so, realizado en Ecuador, el Municipio de Quito reunió a muchos
de los mendigos ancianos de la ciudad y los colocó en un refugio
controlado.29 Muchos de los mendigos ancianos de Calguasig
también fueron incluidos en este grupo, la voz se pasó a su co-
munidad, se difundió el rumor de que fueron encarcelados. Sin
170 embargo, algunos de los miembros de la comunidad culparon a
Kate Swanson la FDB de ser cómplices en esta redada y arremetieron verbal-
mente contra todos aquellos asociados con la fundación. Como
se mencionó previamente, la FDB está abiertamente contra la
mendicidad. Algunos miembros de la comunidad creen que
dicha Fundación está tratando de forzarlos a permanecer en el
campo y de mantenerlos pobres. Algunos hasta han acusado a
los trabajadores de la ésta de tener envidia del dinero que obtie-
nen mendigando. La relación de la comunidad con la FDB es
bastante conflictiva, desde que la mendicidad es la mayor fuente
de sustento de muchos calguaseños. El resultado de este más re-
ciente incidente fue que los proyectos de esta organización fue-
ron temporalmente suspendidos, hasta que la ira de la comuni-
dad se calmara.30
Hasta ahora, este capítulo ha explorado cómo y por qué
los niños de Calguasig no están incluidos en las tipologías existen-
tes sobre niños de la calle y trabajadores. Ha provisto de un exa-
men profundo dentro del día a día de las vidas en las calles, en un
intento de exponer los mitos alrededor de este grupo de niños
subinvestigado. La siguiente sección explora cómo cambian las
identidades de los niños, entre lo urbano y lo rural, y cómo nego-
cian con sus identidades racializadas, de género y étnica.
176
Kate Swanson
177
Pidiendo caridad
en las calles
Mestizos 77 % 58 %
Blancos 10 % 26 %
Negros 2,2 % 7%
Mulatos 2,7 % S/D
Indígenas 6,8 % 2%
Fuente: SIISE 3.5, 2003m; SIISE 3.5, 2003u
Estas cifras sugieren que la interiorización del racismo
en los jóvenes es diferente que la de los adultos. Tal vez más an-
siosos por pertenecer a los imaginarios dominantes de la nación,
los jóvenes descartan con más buena gana sus identidades étni-
cas y raciales.
Los niños y jóvenes indígenas participan en forma di-
ferente que sus padres con los procesos de modernización. Co-
mo los jóvenes de Calguasig llegan a estar más integrados con la
esfera urbana, son introducidos como un anfitrión de las nuevas
influencias nacionales y globales. La gente indígena, por todo el
continente americano, siempre han estado involucrados en un
constante y, muchas veces, doloroso “proceso de automoderniza-
ción” (Platt, 1992:144; Muratorio, 1998:418). Sin embargo, des-
de que los niños y jóvenes han estado envueltos en la migración
rural-urbana en 1993, este proceso se ha acelerado. No satisfe-
chos de sentarse en las líneas laterales, los niños y jóvenes están
cambiando activamente, disputando y redefiniendo lo que signi-
fica ser un indio del siglo XXI. Esto ha ocurrido al punto que,
hasta los mayores de 30 años están en aprietos por estos cambios:
“ya vienen cambiando los niños y jovenes que salen de las comu-
nidades. Ya no son como antes”.35
5.5 Resumen
Este capítulo exploró tres preguntas investigativas: i)
¿cómo negocian los jóvenes sus identidades, mientras cambian
entre los espacios rurales y urbanos?; ii) ¿cómo las experiencias
de migración de niños y jóvenes influencian sus identidades ba-
sadas por género, raza y étnia?; iii) ¿cómo negocian los jóvenes
con los cambiantes e inciertos senderos de identidad? Este capí-
tulo empezó con una discusión acerca de las características de los
180
niños de la calle y trabajadores en Ecuador. Luego se reveló, có-
Kate Swanson
mo los niños trabajadores de Calguasig no pertenecen a las tipo-
logías existentes, de niños trabajadores de la calle en Ecuador y
en el exterior. Los niños de Calguasig trabajan en las calles con
sus familias ampliadas. En las calles ellos trabajan como parte de
estrechos grupos de parentesco. Mediante esta extendida econo-
mía de cuidado infantil, ellos enfrentan menos riesgos en la ciu-
dad. Este trabajo en la calle no detiene su educación; al contra-
rio, la mendicidad y las ventas han posibilitado más oportunida-
des educativas. Dentro de este grupo de niños, más niñas que ni-
ños trabajan en las calles. Esto tiene mucho que ver con las inter-
pretaciones de género, andinas y urbanas. Este capítulo también
ha revelado cómo, dadas las limitadas opciones de las niñas in-
dígenas dentro de las jerarquías sociales ecuatorianas, la mendi-
cidad es una alternativa de empleo preferida y más lucrativa, que
el trabajo doméstico.
Este capítulo analiza a las vidas diarias de este grupo
subinvestigado de niños. Se discuten sus ganancias, sus gastos y
sus luchas en la ciudad. Finalmente, este capítulo explora cómo
los niños y jóvenes negocían con sus identidades basadas en gé-
nero, raza y étnia en la esfera urbana. Se revela cómo las niñas es-
tán cambiando sus interpretaciones de genero y etnicidad y có-
mo los jóvenes interiorizan el racismo que encuentran en las ca-
lles. Dada la creciente exposición a la cultura occidental y urba-
na, este capítulo revela más allá cómo los jóvenes están desafian-
do, disputando y redefiniendo lo que significa el ser una persona
indígena en el siglo XXI.
Notas:
1 Durante mis 18 meses en Quito, pasé mucho tiempo hablando informal-
mente con los niños de la calle. Siempre pregunté a los niños de dónde
provenían y muchos me dijeron que provenían de las provincias de Co-
topaxi, Tungurahua y Chimborazo. Estos niños usualmente trabajan en
Quito durante las vacaciones de verano, antes de Navidad y durante otras
vacaciones prolongadas del periodo escolar (tales como durante las huel-
gas de maestros). Los niños que ya no asisten a la escuela tienden a venir
durante el periodo de decanso agrícola, el cual varía por región.
2 Un trabajador de divulgación del CENIT (Centro para la Niña Trabaja-
dora) cree el número podría ser menor a 30, mientras que de acuerdo a
Castelnuovo y Asociados (2002: 56), PAM contabilizó a aproximadamen-
te 1.000 niños de la calle en Quito en el año 2000. Éstas amplias discre-
181
pancias, probablemente, se deben a las formas en la cuales los niños de las
calles se definen y contabilizan. Pidiendo caridad
en las calles
3 Esta cifra fue calculada en respuesta a la pregunta, ¿dónde trabajas? La en-
cuesta fue realizada por Defensa de los Niños Internacional (DNI-Ecua-
dor) en 1994 y agregada por el SIISE (Sistema Integrado de Indicadores
Sociales del Ecuador) los datos no especifícan que constituye el trabajo en
las calles. Sospecho, pero no estoy segura, que una niña que trabaja ubi-
cada en un mercado urbano abierto, está clasificada como alguien que
trabaja en las “calles”.
4 Esta encuesta fue realizada en 1997 en Quito y Guyaquil. La encuesta re-
porta un nivel de confianza del 95%.
5 Otras ciudadades incluidas en esta investigación fueron Portoviejo, Loja,
Santo Domingo, y Esmeraldas.
6 He visto unos pocos casos en donde niños pequeños hansido abandona-
dos sin supervision en las aceras o en las intersecciones, pero estos casos
son relativamente raros.
7 En gran parte, éstos son jóvenes sudamericanos quienes viajan y actúan
en las intersecciones y parques. Discuto sobre este grupo de individuos,
luego, en este capítulo.
8 Benito, un vendedor de 12 años, lustrabotas y acróbata de volteretas.
Conversación informal. Septiembre 13 de 2003. Quito. Notas de campo.
9 Como previamente se mencionó en el Capítulo Cuatro, a los niños se les
pide que paguen aproximadamente 30 dólares por año para cubrir los
costos de sus uniformes, almuerzos escolares, útiles escolares y una “cola-
boración” por tutoría. Considerando que la familia promedio tiene cinco
niños, ésta es una carga financiera significativa para las familias.
10 Consultor, ILO. Entrevistado por la autora. Diciembre 12 de 2002. Quito.
11 Maestro, Escuela Ciudad de Azogues, Calguasig Grande. Entrevistado por
la autora. Abril 22 de 2003. Calguasig.
12 La experiencia de mayo es estimada provechosa por las oportunidades fo-
tográficas y la colección de historias de viaje. Mayo es estimada inquietan-
te debido al hecho de que estos niños estaban mendigando.
13 Los detalles de este incidente los proveyeron su madre y su abuelo.
183
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo VI
MENDIGOS “GENERADOS/AS”,
NIÑOS MENDIGOS
Y MENDIGOS “DISFRAZADOS”
6 . 1 I n t roducción
Este capítulo explora el lugar simbólico del mendigo,
para contextualizar la estigmatización de los mendigos indíge-
nas en la ciudad. Revela cómo las mujeres y niños indígenas
son percibidos ‘fuera de lugar’, en la esfera urbana y cómo esta
exclusión está, muchas veces, encuadrada, como si fuera por el
mejor interés de los niños. Luego explora la respuesta que re-
torna de las calles y el uso táctico del espacio urbano, por par-
te de mujeres y niños. Concluye con un análisis de cómo la
mendicidad se ha desarrollado, para llegar a ser más que sola-
mente una ‘estrategia de supervivencia’, sino que ahora se cru-
za con el consumo ostentoso y el estatus. En este capítulo, en-
fatiza que existen muchas dinámicas complicadas alrededor de
las mujeres y niños indígenas involucrados en la mendicidad.
Mientras que la mendicidad y la venta de chicles han permiti-
185
do las posibilidades educativas y materiales que, previamente
eran inalcanzables, no son ocupaciones a las que se ingresan Pidiendo caridad
en las calles
con gran facilidad. A pesar de ser frecuentemente criticados
por su alegada “vagancia” o por mendigar “por avaricia” en lu-
gar de necesidad, la mayoría de los miembros de la comunidad
continúan terriblemente empobrecidos.
6.2 El mendigo ofensivo
A pesar del predominio de mendigos en todo el mun-
do, existe poca investigación publicada en inglés que se enfoca so-
bre los mendigos más allá de Norteamérica y Europa. Las excep-
ciones incluyen la investigación de Chaudhuri (1987) sobre mu-
jeres que mendigan cerca de los templos en la India, la investiga-
ción de Schak (1988), sobre una comunidad de mendigos en Tai-
wán, y la investigación de Martínez (2003), sobre mujeres indíge-
nas vendedoras de la calle y mendigos en México. Dentro de Nor-
teamérica y Gran Bretaña, mucha de la investigación contempo-
ránea, sobre mendicidad, explora el problema a través del lente de
la gente sin hogar (Duncan, 1978; Fitzpatrick and Kennedy 2001;
Kennedy and Fitzpatrick, 2001; Lankenau, 1999, 1999a; Lee and
Farrell, 2003; Snow and Anderson, 1993; Taylor, 1999; Ward-
haugh, 1996). Otra literatura analiza las actitudes públicas y el
discurso moral acerca de la mendicidad (Adler, 1999; Dean and
Gale, 1999; Erskine and McIntosh, 1999; Jordan, 1999; McIntosh
and Erskine, 1999; Radford, 2001), la mendicidad en una ciudad
Victoriana (Jaffe, 1990; Murdoch, 2003; Rose, 1988), gestión de la
mendicidad (Hermer, 1999; Hermer, forthcoming; Hopkins Bur-
ke, 1999) y jóvenes mendigos (Coles and Craig, 1999; Helleiner,
2003). La siguiente discusión se sirve en gran parte de este grupo
de literatura proveniente del norte. Al hacer esto, no supongo que
las condiciones en los Andes son las mismas que en Norteaméri-
ca o en Gran Bretaña. Sin embargo, como esta literatura se refie-
re a un sector de la sociedad empobrecido y marginalizado, en ge-
neral esta literatura es muy pertinente para el Sur Global, ya sea
que los mendigos estén localizados en norte o sur geográficos.
Mucho del discurso moral alrededor de los mendigos en el norte,
también puede ser utilizado para comprender por qué la mendi-
186
cidad ofende y evoca tan fuerte respuesta política en Ecuador. Es-
pecialmente éste es el caso en el presente, dada la incremental po-
Kate Swanson
larización entre ricos y pobres y el apremio del Ecuador en abra-
zar, al avanzado, mundo capitalista.
Dentro de casi todas las tradiciones religiosas mayores,
el dar limosna ha sido, tradicionalmente, una señal de bondad
(Erskine and McIntosh, 1999). Sin embargo, como las sociedades
industrializadas se desarrollaron y los sistemas de asistencia so-
cial evolucionaron, el Estado reemplazó al donante individual,
en la redistribución de la riqueza (Dean, 1999). Por el siglo XIX,
repartidores de limosnas indiscriminados fueron responsabiliza-
dos por la “desmoralización” de la clase trabajadora y señalados
para controlar los nuevos flujos de mendigos (Stedman Jones,
1971). De acuerdo a Hermer (por venir), este cambio fue emble-
mático de las cambiantes nociones de la caridad y el espacio pú-
blico. Desviadas las campañas de donación, desde entonces, han
desalentado el dar en la calle a los mendigos a favor de donacio-
nes organizadas. En esta forma, la caridad organizada reemplaza
al donante indiscriminado, para distinguir entre el verdadero
‘pobre digno’ y los moralmente cuestionables ‘impostores’. Se
asegura así, a los donantes, que a sus donaciones se les dará
“buen” uso (ver Hermer, 1999).
Mientras que el dar se ha percibido tradicionalmente
como un indicador de bondad, en cambio el recibir se percibe
como una falta moral (Erskine and McIntosh, 1999). El acto de
mendigar contradice las suposiciones esenciales de las econo-
mías de mercado y de las sociedades, puesto que un mendigo re-
cibe, pero no entrega nada a cambio. Como establece Mauss
(1966: 72), “el dar muestra la superioridad de uno mismo… el
aceptar sin entregar o devolver más, es enfrentar la subordina-
ción, el convertirse en un cliente y subordinado”. Así, el dar sin
reciprocidad interpreta a la persona quien ha recibido como in-
ferior. Dentro de esta interpretación, la caridad se convierte en
una ofensa (Mauss, 1966).
Interpretada como una falla moral, la mendicidad es
más a menudo contemplada en la ley criminal. En Ecuador, la
mendicidad por sí misma no es ilegal. En su lugar, la ley castiga
la potencial criminalidad y el falso carácter de los mendigos. Re-
gistrada bajo en título de “Seguridad Pública”, los artículos 383 y
385 mandan que los mendigos que porten documentos falsos,
quienes simulen enfermedad, quienes porten armas o ganzúas
estén sujetos a prisión desde 3 meses hasta 1 año. Un mendigo 187
“disfrazado” o un mendigo, quien escape de las autoridades, está Pidiendo caridad
en las calles
sujeto a prisión de 2 meses a 1 año (Código Penal, 2003).
¿Qué es exactamente un mendigo “disfrazado”? El
Código Penal no provee una definición a través de los tiempos,
los críticos han escrito mucho acerca de los mendigos “impos-
tores” (Murdoch, 2003; Rose, 1988). A los mendigos se los in-
terpreta como personajes altamente sospechosos. Son descritos
como fraudes quienes fabrican las heridas y fingen las enferme-
dades. Ellos son descritos como diestros profesionales que uti-
lizan artimañas y disfraces. En la ciudad de la época Victoriana,
los mendigos eran percibidos como artistas tramposos y adine-
rados, quienes acosaban y cazaban a los corazones generosos de
las pobres almas trabajadoras. Al final del día, se decía que los
mendigos mudaban sus disfraces, para celebrar como reyes
(Rose, 1988).
Mucho de este discurso se utiliza para desacreditar la
autenticidad de la pobreza de los mendigos. Se distrae la aten-
ción de los problemas asociados con las economías de mercado
que fracasan en distribuir la riqueza a los pobres y, más bien, se
enfoca en los vicios y la afirmada ‘vagancia’ de los mendigos por
sí mismos. Murdoch (2003) asegura que, en la ciudad Victoria-
na, el referirse a los mendigos como impostores o estafadores tie-
ne mucho que ver con la referencia de que los mendigos utilizan
prácticas capitalistas, para disimuladamente estafar a sus clien-
tes. Ella establece que: “así como los mendigos oscurecen los lí-
mites entre la pobreza auténtica y la que no lo es, también oscu-
recen los límites entre las prácticas económicas legítimas y las
que no lo son; por consiguiente, resaltan la potencial corruptibi-
lidad del moderno mercado económico inglés y la cultura urba-
na de consumo” (2). Ella argumenta que el asunto no fue que el
capitalismo causaba la pobreza, si no que, más bien, los métodos
capitalistas podrían ser utilizados por los mendigos, para “ven-
der” una falsa imagen de la pobreza.
De acuerdo a Jaffe (1990), mucho del ultraje moral, al-
rededor de los mendigos, pertenece a la identidad. Si un mendi-
go puede vender una falsa imagen de la pobreza, también está
vendiendo una falsa identidad. Al disociar la identidad de sus se-
ñales obvias, se perturba la posibilidad de una identidad fija y
sugiere que los individuos, pueden ocupar múltiples emplaza-
188 mientos en las jerarquías sociales. Un ejemplo de esto puede en-
Kate Swanson contrarse en la investigación de Martínez (2003), con los vende-
dores de la calle y mendigos indígenas, en Tijuana-México. Los
comerciantes de la clase media mexicana critican y reprenden a
los indígenas que venden y mendigan por sacar provecho de los
dólares gringos. Los acusan de mendigar por “avaricia, no por ne-
cesidad”. Ellos pretenden ser “pobres e ignorantes” y, mientras
tanto, conducen “camionetas completamente nuevas” y “beben
Budweiser” (257). Sin embargo, cuando los mercaderes de clase
media se aprovechan de la economía de frontera, se alaban por
atraer la moneda extranjera y crear fuentes de empleo, promo-
viendo así la prosperidad de la nación. De acuerdo a Martínez,
“ésta estrategia discursiva representa los intereses de los mesti-
zos, como aquellos de la comunidad, mientras que los intereses
de los vendedores callejeros indígenas son considerados egoístas
y particulares” (258). Luego, ella argumenta que este punto de
vista refleja el miedo y la ansiedad, de la clase media mexicana,
de perder el control sobre los indígenas. Como estas mujeres sa-
len de sus preasignadas ubicaciones sociales al conducir “camio-
netas completamente nuevas” y al beber “Budweiser”, éstas tras-
tornan las ‘estables’ categorías de identidad. De acuerdo a Martí-
nez, los comerciantes y los otros miembros de la clase media te-
men que las mujeres indígenas se vuelvan “engreídas”; si son ca-
paces de vivir exitosamente de los recursos extranjeros.
Indiferentemente de que las mujeres indígenas ecuato-
rianas mendiguen o vendan, muchos las perciben como “mendi-
gos disfrazados”. Una trabajadora social explicó: “cuando uno
empieza a provocar lástima en los demás, y que por lástima yo le
compro, eso es mendicidad”.1 El reclamo es que ellos no comer-
cializan sus productos en sí, sino que, más bien comercializan su
lamentable estado por medio de sus voces, vestidos y expresiones
faciales. “Es que ahí en el fondo, hay una intención de explotar
una parte afectiva de la población. Entonces, tú de hecho te sen-
sibilizas más, cuando ves a un pequeñito cargando al hermanito
y todavía más vendiendo chicles”.2 O como expresó otro trabaja-
dor social, “están intercambiando miseria por moneda”.3
Sin embargo, la simpatía está inherentemente vincula-
da con la representación y la teatralidad (Jaffe, 1990). El que los
mendigos estén “intercambiando miseria por moneda”, tiene que
ver con la identidad. De acuerdo a Jaffe (1990: 101), “los mendi-
gos se reparten en las imágenes, cambiando identidad por mo- 189
nedas”. La mera existencia de “falsos mendigos” es amenazante, Pidiendo caridad
en las calles
porque ponen en peligro la identidad del donante. Al manipular
la simpatía del donante (mediante el uso de niños, por ejemplo),
el temor es que ellos están siendo engañados con una simple re-
presentación de la pobreza o con una falsa identidad.
Mucha de la crítica dirigida hacia los mendigos está
también empapada del discurso acerca del pobre “digno”, contra
el “indigno”. En Gran Bretaña, esta distinción surgió en el año
1600 y tiene mucho que ver con la declinación de la caridad mo-
nástica y el creciente énfasis en la creencia de que los buenos
cristianos, deben trabajar para ganarse la vida. Los pobres ‘dig-
nos’ eran las viudas, los huérfanos y los discapacitados. Los ‘in-
dignos’ eran aquellos que estaban en buenas condiciones físicas
y, por lo tanto, capaces de trabajar (Hermer, por venir).
En Ecuador, este discurso ha penetrado las creencias
contemporáneas. Tal vez los ancianos y discapacitados son con-
siderados los más necesitados. En 1968, una encuesta a 80 men-
digos en Quito reveló que casi la mitad estaban entre las edades
de 60 y 80 años (Jaramillo, 1968). Aunque existen muy pocas pu-
blicaciones recientes, concernientes a los mendigos en Quito, las
observaciones de campo sugieren que un porcentaje significati-
vo de los mendigos de Quito, continúa siendo ancianos o disca-
pacitados. Estos mendigos incluyen a ambos, indígenas y mesti-
zos, hombres y mujeres. Quito ofrece muy poco en cuanto a la
seguridad social. Tal vez por esta razón, los quiteños aceptan la
presencia de los ancianos y discapacitados en la ciudad. Como
estableció una de las planificadoras urbanas de Quito, “el ancia-
no necesita que le protegan. A muchos ancianitos, les botan de
sus casas, y no tienen donde dormir, no tienen que comer. En-
tonces si yo veo a un anciano [mendigando], yo sí le doy”.4
Por el contrario, continuó, “pero veo a una mujer fuer-
te, no le doy. Porque tiene y puede trabajar. Carga su niño y pue-
de ir a lavar ropa, limpiar una casa, o hacer algo”.5 En su opinión,
la “mujer fuerte” está capacitada físicamente y debería trabajar.
Ella no es digna de su caridad. De hecho, ella cree que los mendi-
gos capacitados físicamente son simplemente ociosos y “no quie-
ren trabajar”.6 Otra empleada municipal contó sus experiencias:
“yo le dije: ‘vamos, que laves en mi casa. Dijo que no, no. Enton-
ces más le conviene la mendicidad. Es mas fácil estar pidiendo ca-
190 ridad o vendiendo chicles”.7 Dentro de este discurso se enfatiza la
Kate Swanson productividad. Aquellos que “no quieren trabajar” ofenden esta
sensibilidad. En lugar de ser individuos dignos de compasión, se
convierten en “enemigos del Estado” (Jaffe, 1990: 101).
Los indígenas con capacidad física se describen a me-
nudo como ‘vagos’. De acuerdo a una trabajadora social, quien
trabajó con niños de la calle y trabajadores:
Les gusta todo fácil, les gusta todo gratis. Porque, de pronto, les
interesa más, estar pidiendo caridad y no trabajar. Pues, de cual-
quier manera, puede haber un trabajo. Las indígenas jóvenes,
prefieren estar estirando la mano y no trabajar. Aunque sea en un
restaurant, pelando papas, o limpiando un jardín o lavando,
deberían trabajar, pero quieren estar sentados pidiendo caridad.8
refuerza más su dependencia. Suplicando por ayuda, así se aco- Pidiendo caridad
en las calles
modan al imaginario popular de mujeres, niños e indios sumisos.
Sin embargo, las mujeres y niños indígenas en las calles
urbanas infringen las normas establecidas en el espacio público.
En los Andes, como en todas partes, la incompatibilidad entre la
feminidad y el espacio está definida por la clase, la raza y la etni-
cidad (Weismantel, 2001). Al contrario de los hombres, las mu-
jeres rara vez merodean en espacios públicos. Pero al contrario
de la mayoría de mujeres blanco-mestizas, las mujeres indígenas
rutinariamente trabajan en dichos espacios. Las indígenas rura-
les pasan muchos de sus días trabajando los campos o en los
mercados públicos, negociando y vendiendo mercancías. Pero,
como establece Weismantel (2001:46), a pesar de ser una visión
muy familiar en los Andes, las mujeres que trabajan en los mer-
cados públicos (o en las calles) todavía son un “asunto fuera de
lugar”, dentro de las ideologías sexuales blanco-mestizas. En
Ecuador, a veces las mujeres son sometidas a la amenaza de aco-
so sexual, cuando están solas en los espacios públicos. Una mu-
jer casada, que se sale sin su marido, enfrenta crítica y sospecha.
Las mujeres indígenas están sometidas a un maltrato rutinario
en los atestados buses, puesto que sus cuerpos se consideran un
asunto fácil para manos que van a tientas (Weismantel, 2001).
Como se discutió previamente, las racializadas e ima-
ginarias geografías continúan circulando ampliamente en Ecua-
dor, donde los blanco-mestizos viven en las ciudades y los in-
dios en el campo (Radcliffe and Westwood, 1996). Fuera de lu-
gar en la esfera urbana, se espera que las mujeres y niños indí-
genas permanezcan en el campo. Su presencia en la ciudad rom-
pe las normas y convenciones ecuatorianas. Pero, existen ciertas
épocas y lugares, en los cuales, la mendicidad, se considera acep-
table. Duncan (1978: 27) describe esto como “bolsillos espacio-
temporales de la ley natural cristiana”. Provee un ejemplo del
área inmediatamente circundante a las iglesias, en las mañanas
del domingo, cuando los feligreses están “todavía con Jesús en
ellos”, como anotó uno de sus demandados. En Ecuador existe
solamente una época del año, cuando las mujeres y niños indí-
genas físicamente capaces son aceptados en la ciudad: Navidad.
Durante la época navideña, los cristianos piadosos ayudan a los
‘humildes’ indios, mediante una caridad ‘bondadosa’. Empezan-
194 do al inicio del mes de diciembre, los niños indígenas se alinean
Kate Swanson en las autopistas suplicando arrodillados. En la ciudad de Qui-
to, el número de mendigos se multiplica substancialmente, ya
que las mujeres y niños indígenas de los Andes emigran, para
beneficiarse de la amplia caridad cristiana. En la parte norte de
la ciudad, automóviles completamente nuevos disminuyen su
velocidad para arrojar caramelos, ropas y juguetes para los ni-
ños indígenas, quienes pelean en los caminos para recoger sus
‘nuevos’ artículos.12
Fuera de navidad, los niños indígenas no son más
bienvenidos en las calles que sus madres. Los niños en las calles
enfrentan representaciones rivales, por medio de un emergente
discurso sobre los derechos de los niños y un más afianzado dis-
curso sobre delincuencia juvenil. Al final, la suposición es que,
sin importar la situación de los niños, el tiempo que pasan en las
calles, los transformará en criminales. Por ejemplo, asistí a una
reunión entre trabajadores sociales de la FDB y funcionarios
municipales (el objetivo de la reunión era encontrar maneras pa-
ra trabajar juntos, pero terminó en acusaciones por parte del
municipio a la FBD, por permitir la mendicidad). La posición
particular de estos funcionarios municipales era clara: el trabajo
callejero sostiene a la delincuencia. Como estableció un indivi-
duo: “puede comenzar vendiendo los caramelos, pero terminará
vendiendo la cocaína”.13 Para eludir esta ‘inevitabilidad’, se debe
alejar a los niños de las calles.
Los niños de bajos ingresos y los de clase media inte-
ractúan con los espacios públicos de maneras, altamente, dife-
renciadas. Los segundos son alejados de las calles, debido a un
elevado sentido de “peligro extraño”, acentuado por las amplias
desigualdades entre ricos y pobres. Mientras que, los niños po-
bres trabajan y juegan en los espacios públicos, los niños de cla-
se media están estrictamente confinados a los espacios privatiza-
dos y comercializados, que son inaccesibles a los pobres. Tal vez
renuentes a mezclarse con las clases bajas, los parques públicos
son considerados “demasiado peligrosos”, inclusive al mediodía.
Simón, mi vecino de 8 años de edad, raramente abandona su jar-
dín, vigilado para interactuar con el mundo exterior. Si lo hace,
se encuentra en los límites y seguridad de su automóvil familiar
privado. Su madre y abuela constantemente me recordaban lo
“peligrosa” que era la ciudad, evocando dudas de si estos temo-
res eran reales o imaginarios. 195
Contrastando esto con Leo, un mendigo indígena de Pidiendo caridad
en las calles
8 años de edad, vendedor y ocasional acróbata de volteretas.
Mientras la familia de Leo vive en Quisapincha Alto, el pasa la
mayor parte de su tiempo en Quito. El asiste a la escuela para
niños trabajadores en las mañanas y trabaja en las calle o ven-
de en los buses, en las tardes. Esta escuela está administrada por
los sacerdotes salesianos, quienes defienden el derecho de los
niños a trabajar. Aunque solamente para muchachos, esta es-
cuela permite a los niños trabajar y estudiar al mismo tiempo.
El lado negativo para los niños de Calguasig es que ellos deben
vivir en Quito, para asistir a la escuela. Este es el caso para Leo.
Aunque solamente tiene 8 años, Leo se queda en la ciudad por
quince días o un mes, por vez, para que así sus padres puedan
regresar a casa para atender sus campos. Durante este tiempo,
Leo es lo suficientemente competente para asistir a la escuela
todos los días, a pesar de la distancia, y trabajar lo suficiente pa-
ra cubrir sus costos de vida.14 Por mucho, la mayor parte de la
vida de Leo, a sus 8 años de edad transcurre mientras trabaja en
espacios públicos. El hacer esto le permite asistir a la escuela,
donde la calidad de la educación es bastante mejor que en su
comunidad. Sin embargo, los niños como Leo, que pasan mu-
cho de su tiempo en las calles, son estigmatizados como crimi-
nales sin importar sus situaciones. En la mente de un planifica-
dor urbano de Quito, los niños que mendigan o venden: “son
delincuentes, son drogadictos. Usted ve niños de tres, cuatro
años que ya están con la pega, oliendo ya. Ese es el futuro que
tienen en la calle”.15
Muchos ven a Leo y sus contemporáneos como pro-
ductos de una “mala paternidad”. La madre de Leo es una mujer
de 43 años de edad con 7 niños, uno de los cuales era un bebé de
7 meses de edad al tiempo de esta investigación. Rita vino a Qui-
to, por primera vez, en 1999, porque su esposo perdió su empleo
como cargador en el mercado de Ambato. Junto a sus niños,
mendiga y vende para obtener dinero y mantener a su familia.16
Para la mayoría, las mujeres que mendigan con sus niños son
percibidas como mujeres que explotan a sus niños inocentes, por
la tanto, incapaces. Si las mujeres son interpretadas como madres
incapaces, la “salvación” de estos niños se convierte en un obje-
tivo legítimo. Esto se deriva de una comprensión paternalista de
196 los indios que deben ser, a la vez, representados y protegidos
Kate Swanson (Martínez, 2003). A menudo esto se encierra en la creencia que
ellas son “malas madres”, debido a su ignorancia. El Director Na-
cional del PNT cree que:
… una familia del sector popular no se de cuenta que
en la calle hay peligros morales. Yo creo que no la veo. Hasta que
tú los haces notar que la puede agarrar un tipo a la niña, que la
pueden manosear, que la pueden abusar, que cosa; mucha gente
no ve ese tipo de riesgos. Nosotros como occidentales, como es-
tructurados, capaz que lo vemos más claro, pero ellos vienen de
un mundo donde eso era lo normal.17
Dentro de este discurso de geografías peligrosas, que se
basa en las imágenes de villanos, acechando tras cada esquina en
espera de “agarrar”, “manosear” y “abusar” a los niños, existe una
aversión a admitir que, estadísticamente hablando, los niños en-
frentan muchos más riesgos en los santificados espacios de sus
hogares (ver Valentine, 1996). De hecho, como se mencionó an-
teriormente, los riesgos que estos niños enfrentan en las calles
(particularmente las niñas), bien pueden ser, substancialmente,
más bajos que los riesgos que ellos podrían enfrentar como tra-
bajadores domésticos, confinados en los espacios privados de los
hogares blanco-mestizos.
Si las madres son consideradas como ignorantes, enton-
ces, como estableció un trabajador social del Municipio de Quito:
Sí nosotros queremos ayudarle, a que comprenda que ella no
puede tratar así a sus hijos pequeños. Que esa niñita, ella no
puede exponerle a situaciones de inseguridad, de maltrato y de
negligencia como la está exponiendo. Porque esa niña de 3 años
no necesita de eso para su desarrollo. Necesita estar jugando en
un espacio seguro, necesita alimentación, necesita protección de
otro tipo, afecto [énfasis agregado].18
usan a los niños para obtener ingresos”.19 Esto coincide con las
representaciones de los mendigos irlandeses gitanos en el metro
de Londres. Como describe Hermer (por venir), varias agencias
de seguridad social y policiaca de Londres realizaron una en-
cuesta sobre mujeres y niños mendigos. En esta encuesta, los tra-
bajadores sociales prestaron atención especial a las señales de
‘riesgo’, tales como la apariencia, la reacción del cuerpo de los ni-
ños en relación a las caricias, la mirada de los niños, las señales
de limpieza y pureza y la presencia de juguetes.20 Hemer estable-
ce que: “el trabajador social resalta lo que puede ser leído como
una forma de inventario anti-Madonna de ‘mala maternidad’,
donde el amor entre madre y niño –una relación maternal de en-
trega– ha sido golpeada por el engaño y la mendicidad de la ma-
dre al explotar la inocencia de su niño y convirtiéndole en una
víctima” (capítulo 5, p. 23). La suposición es que estas mujeres
manufacturaron la apariencia de ‘niño abandonado’ en sus ni-
ños, para manipular la simpatía del público. Dentro de este dis-
curso, el que realmente estas mujeres sean desvalidas es irrele-
vante: el removerlas del espacio público es lo que importa.
6.4.2 Performance
Inevitablemente, existe un elemento de “performance”
al mendigar. Tal como el vendedor que debe saber vender sus
productos, el mendigo debe tener la capacidad de comunicar su
necesidad. Citando a Goffman (1959), Lankenau (1999b) argu-
menta que el describir y teorizar la mendicidad, en términos de
rutinas dramáticas, es útil para comprender las interacciones e
intercambios de la mendicidad. Él describe a la acera como un
escenario sobre el cual los mendigos performan sus necesidades.
Una aproximación Butleriana a la performance puede
ser más apropiada al describir las tácticas empleadas por las mu-
jeres y niños indígenas de Calguasig. Como una teórica feminis-
ta, el trabajo de Judith Butler (1990), sobre performance y per-
formatividad,31 ha influido mucho en la geografía. Los geógrafos
han resumido su trabajo extensamente en todas partes; por lo
tanto, aquí no entraré en detalles (ver Nelson, 1999; McDowell,
1999; Gregson and Rose, 2000; Mahtani, 2002). Pero, brevemen-
te, ella argumenta que el género es una performance. De acuer-
do a Butler, las identidades hegemónicas de género se mantienen
por medio de la representación de actos repetitivos y estilizados.
Al estar actuando o “haciendo” género, estas identidades diferen-
ciadas por género al parecer se transforman en normativas o na-
turales (ver Mahtani, 2002).
La interpretación de Butler sobre la performance es un
concepto útil, porque sugiere que las identidades predefinidas no
existen. En su lugar, las identidades son construidas y mantenidas
a través de las representaciones o ‘haciendo guiones’ socialmente
estructurados (Mahtani, 2002). Los geógrafos han explorado es-
tas ideas, en una variedad de contextos, en un intento para desna-
turalizar las prácticas sociales (por ejemplo, ver Bell et al., 1994;
McDowell and Court, 1994; Lewis and Pile, 1996; Gregson and
Rose, 2000; Longhurst, 2000; Pratt, 2000; Thrift and Dewsbury
2000; Mahtani, 2002). Sin embargo, en un intento de empujar
más allá a esta literatura, Gregson and Rose (2000) argumentan
que, también debemos pensar sobre el espacio como performati-
vo de las relaciones de poder. Ellos argumentan que estas repre-
sentaciones están relacionadas a los espacios que ellas ocupan.
Por lo tanto, interpretado en esta manera, el escenario descrito 203
arriba por Lankenau (1999b) no es preexistente; más bien, los Pidiendo caridad
en las calles
mendigos llevan estos espacios dentro de su ser mediante sus pe-
formances.
Los procesos de racialización han estado ampliamente
ausentes de las discusiones sobre peformatividad. El trabajo de
Mahtani (2002) es una excepción notable. En el contexto de mu-
jeres de ‘raza mezclada’ en Toronto, Mahtani discute cómo los
procesos de racialización son relacionales a los espacios que ocu-
pan estas mujeres. Basándose sobre el concepto de Butler sobre
performatividad, el trabajo de Mahtani explora como estas mu-
jeres desempeñan varias peformances raciales, en espacios dife-
rentes, como una respuesta a las lecturas racializadas de sus per-
sonas. Como se discutió en el capítulo dos, los indígenas en los
Andes también tienen identidades relacionales étnicas y raciales,
las cuales cambian de acuerdo a los ambientes geográficos y so-
ciales. Continuando con el trabajo de Mahtani, en las siguientes
páginas exploro la espacialidad de la performance de las identi-
dades racializadas y étnicas en el contexto de las mujeres y niños
indígenas de Calguasig. Al hacer esto, llevo más allá el funda-
mento empírico del intento de Mahtani, demostrar los vínculos
entre la performance y la raza, particularmente cuando éstas
cambian en tiempo y espacio real.
Sin embargo, como Nelson (1999: 332) señala, la teoría
de la performatividad “no provee espacio para una reflexividad
conciente, o de una negociación o mediación en la construcción
de la identidad”. Butler, sugiere que la identidad se construye me-
diante performances de identidades hegemónicas forzadas, en
donde los sujetos carecen de intencionalidad. Más allá de lo de-
lineado por Mahtani, en las siguientes páginas trataré de referir-
me al modelo de Butler sobre performatividad. Estoy de acuerdo
con Mahtani (2002: 427) cuando ella establece que, “… al repre-
sentar performances raciales los participantes reconocen su
complejo papel en un mar de significados sociales, de manera
que ellos pueden aferrar y tomar control de las lecturas, de sus
identidades racializadas en tiempo y espacio reales”. El análisis
siguiente es un intento de revelar las tácticas performativas de las
mujeres y niños indígenas en el “hacer” de identidades racializa-
das y étnicas. Es un intento de revelar cómo ellos toman el con-
trol de las lecturas racializadas de sus cuerpos y de cómo sus in-
204 terpretaciones racializadas están relacionadas a los espacios que
Kate Swanson ellos ocupan.
ños a sus hermanas, tías o primos, trae mucha de la ayuda finan- Pidiendo caridad
en las calles
ciera necesaria.
De acuerdo al profesor de Quichua y Filosofía Andi-
na, el préstamo de niños es una práctica largamente mantenida
entre las familias indígenas. Cuando él estaba creciendo, a su
padre, un tejedor, se le prestaron varios niños como aprendices.
Él siente que esta práctica tiene mucho que ver con la redistri-
bución de la riqueza. Si los padres son incapaces de cuidar a sus
niños o si uno de los miembros de la familia necesita asistencia
en el hogar, ellos pueden prestar, temporal o permanentemen-
te, un niño a un miembro de su familia ampliada, quien asume
así la responsabilidad por la alimentación, vestido y vivienda
del niño.39 Esta práctica también ha sido documentada por
Weismantel (1995) en el área rural indígena de Zumbagua-Co-
topaxi. En la ciudad, los niños son como aprendices. Mientras
están bajo su cuidado, los parientes les proveen conocimientos,
alimento y vivienda. Hasta su regreso al pueblo, un juego de ro-
pa comprado puede representar simbólicamente que sus nece-
sidades de vestido igualmente fueron satisfechas. Asimismo, las
ganancias compartidas pueden ser un gesto recíproco para re-
distribuir su reciente adquirida “riqueza”.
6 . 5 El consumo en el pueblo
Para los calguaseños, la mendicidad y la venta de chi-
cles se han convertido en medios importantes para sacarlos de la
pobreza. Desde mediados de los años noventa, las mujeres y ni-
ños, hábilmente, han cavado un nicho para ellos mismos, el cual
ahora necesariamente contiene elementos tácticos y performati-
vos. Sus éxitos en Quito han inducido a pocas familias a emigrar
tan lejos, como a Bogotá-Colombia durante, la temporada navi-
deña. En Colombia ellos mendigan pesos y, muchas veces, regre-
san con cantidades substanciales.40
Sin embargo, aunque parece contradictorio, aquellos de
Calguasig, aunque son muy pobres, no son los más pobres de
Ecuador. Comparadas con las de otras comunidades indígenas en
la sierra rural, las tierras de Calguasig se mantienen relativamen-
te fértiles y todavía no están muy erosionadas como para trans-
formarse en arcilla compacta.41 Uno de los maestros indígenas de
210
la escuela de Calguasig cree que la tierra en su provincia natal de
Kate Swanson
Chimborazo es mucho peor. Como en muchas partes de Chim-
borazo (una provincia al sur de Tungurahua), la tierra en su co-
munidad está fuertemente erosionada y es muy árida. En Calgua-
sig, aunque la tierra es empinadamente inclinada, el agua es
abundante y el manto de suelo se mantiene profundo. La herma-
na Diana, una monja indígena, quien ocasionalmente trabaja en
Calguasig, expuso sus puntos de vista sobre la situación:
En comparación con otros sectores, esta comunidad debe ser
bastante productiva porque tienen bastantes terrenos y…la tie-
rra es bien productiva…En otras comunidades, no tienen sufi-
ciente tierra, pero hay algunos terrenos ya parcelados bien pe-
queñitos. Pero ahí parece que le va un poquito mejor. Pero en
esta comunidad, yo si he visto bastante la pobreza. Quizás por-
que se han quedado atrás o tal véz se han entregado al facilismo.
O quizás muchos proyectos que vienen y la gente como que se
acostumbra solamente a recibir.42
213
Pidiendo caridad
en las calles
Fotografía 6.2: Muchachos y sus bicicletas nuevas. Las estructuras detrás de ellos perte-
necen al Iglesia Católica (y son los edificios más bonitos en la comunidad).
Mientras que la mendicidad puede haber empezado
como una ‘estrategia de supervivencia’, se ha convertido en una
actividad que ha permitido ambas, sutiles y dramáticas, transfor-
maciones en la comunidad. Pero de ninguna manera los calgua-
seños ahora son más ricos. Aunque ellos pueden usar sus ganan-
cias por mendigar y vender para construir casas de dos y tres pi-
sos, la mayoría de estas casas permanecen vacías o parcialmente
terminadas, mientras los miembros de la familia trabajan en la
ciudad para pagar sus deudas. Todavía muchas tienen pisos de
tierra, y les faltan verdaderas puertas y ventanas. Muy pocas son
actualmente casas de losa, puesto que les falta la capa exterior de
losa de cemento. Más bien, existen trabajos en progreso que len-
tamente se ejecutan, en la medida que los ingresos están dispo-
nibles (Fotografía 6.3). También estas casas están, muchas veces,
escasamente amuebladas: los muebles consisten en una o dos es-
tructuras de camas y un armario de madera. Muchos se sientan
sobre troncos o fundas de cemento para comer y debido a la fal-
ta de cubiertos, deben comer con sus manos (Fotografía 6.4). Y,
mientras, actualmente sólo unas pocas familias poseen camione-
tas, la mayoría de ellas son de 20 a 30 años de antigüedad y están
en condiciones muy pobres.
Me refiero a este consumo como “ostentoso” porque,
a nivel de la comunidad, estas casas y camionetas revelan esta-
tus. Por ejemplo, las casas tradicionales eran hechas de barro y
techo de paja. Aunque húmedas y oscuras, eran muy calientes.
Debido a su calor, los conejillos de indias o cuyes (criados para
consumo), vivían al interior con las familias. Pero estas nuevas
casas de bloques de cemento son muy frías, particularmente,
porque a muchas les faltan cristales en las ventanas y en su lu-
gar utilizan láminas sueltas de plástico, para bloquear el viento.
En efecto, son tan frías que los conejillos de indias no pueden
214 sobrevivir y tienen que ser alojados en cuartos separados (y
Kate Swanson más calientes). Estas casas están diseñadas solamente para re-
plicar las estructuras urbanas, pero no son muy prácticas para
la vida a 3.400 metros.
Aunque algunos miembros de la comunidad pueden
usar algo de sus ganancias para el consumo ostentoso y el aumen-
to de status, la comunidad se mantiene terriblemente empobreci-
da. Los miembros “más ricos” de la comunidad, muchas veces,
tienen serias deudas debido a los préstamos y pagos sobre sus ca-
Fotografía 6.3: Una casa de concreto nueva. Nótese la falta de puertas y el tejado de la te-
rraza sin terminar.
215
Pidiendo caridad
en las calles
6.6 Resumen
Este capítulo ha explorado el por qué la mendicidad es
moralmente problemática dentro de la economía capitalista, y
aplicó este discurso a las mujeres y niños indígenas en Ecuador.
216
Específicamente examinó tres preguntas de investigación i) el lu-
Kate Swanson
gar simbólico del mendigo en la sociedad capitalista; ii) cómo las
mujeres y niños indígenas luchan contra sus estigmatizadas
identidades en la esfera urbana; y iii) cómo la mendicidad afec-
ta o transforma sus comunidades. Al hacer esto, se reveló cómo
la interpretación de los niños y mujeres indígenas como “indios
sucios, vagos” y “mendigos disfrazados” trabajan para desacredi-
tar la autenticidad de su pobreza. Un análisis de la mendicidad a
través de los lentes del género, la raza, y niñez también reveló, co-
mo las mujeres y niños indígenas son interpretados como ‘fuera
de lugar’ en las calles urbanas y como su exclusión está, muchas
veces, enmarcada como en favor de los mejores intereses de los
niños. Este capítulo también exploró como los calguaseños con-
fían en tácticas, tales como la venta de chicles, la performance y
la “renta” de niños, para luchar y renegociar sus identidades es-
tigmatizadas en la esfera urbana. También se anotó que la men-
dicidad – una actividad altamente estigmatizada – provee a las
mujeres jóvenes con una alternativa preferida al trabajo domés-
tico. La mendicidad permite a las mujeres jóvenes mantener la
independencia económica y la libertad de perseguir sus objetivos
educativos. Finalmente, este capítulo ha explorado cómo la
mendicidad retroalimenta el consumo en el pueblo. Se anotó
que mientras la mendicidad empieza como una estrategia de ‘su-
pervivencia’, luego ha evolucionado hasta abarcar el consumo os-
tentoso y el status. Sin embargo, los calguaseños continúan terri-
blemente empobrecidos.
Notas:
1 Trabajador Social, Fundación Crecer. Entrevistado por la autora. Junio 30
de 2003. Guayaquil.
2 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
3 Director Nacional, PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9
de 2002. Quito.
4 Planificadora urbana, Municipio de Quito. Entrevistada por la autora.
Septiembre 8 de 2003. Quito.
5 Planificadora urbana, Municipio of Quito. Entrevistada por la autora.
Septiembre 8 de 2003. Quito.
6 Planificadora urbana, Municipio of Quito. Reunión entre planificadores
del Municipio de Quito y trabajadores sociales de la Fundación Don Bos-
co. Septiembre 2 de 2003. Notas de campo.
7 Oficial de comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio Popular, 217
Zona Centro, Municipio of Quito. Entrevistado por la autora. Julio 25 de Pidiendo caridad
en las calles
2003. Quito.
8 Trabajadora social, Mi Caleta. Entrevistado por la autora. Julio 29 de
2003. Quito.
9 Monja indígena, Hermana solidaria de los pobres. Entrevistada por la au-
tora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
10 Sacerdote Capuchino, afiliado del Municipio de Quito. Reunión entre
planificadores del Municipio de Quito y trabajadores sociales de la Fun-
dación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Notas de campo.
11 Planificador Urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
12 Estas son todas las cosas que observe mientras viví en Ecuador. Además
de caramelos, muchos de los artículos donados son accesorios usados que
ya no tienen valor para el donante.
13 Sacerdote Capuchino, afiliado del Municipio de Quito. Reunión entre
planificadores del Municipio de Quito y trabajadores sociales de la Fun-
dación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Notas de campo.
14 Leo, 8 años, mendigo, vendedor callejero y acróbata. Entrevistado por la
autora. Agosto 10 de 2003. Quito. Rita (madre de Leo), vendedora calle-
jera. Entrevistada por la autora, Agosto 10 de 2003. Quito. Maestro
(Maestro de Leo), Proyecto Salesiano Chicos de la Calle. Entrevistado por
la autora. Septiembre 3 de 2003. Quito.
15 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
16 Rita, vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto 10 de 2003.
Quito.
17 Director Nacional, PNT-INNFA. Entrevistado por la autora. Diciembre 9
de 2002. Quito.
18 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
19 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
20 Ejemplo de la encuesta: “El niño estaba en el regazo. El niño tenía un ara-
ñazo en la frente, bolsas bajo sus ojos, marcas en la nariz y contusión en
el ojo izquierdo. Ningún juguete. Ningún bicho.” (Hermer, por venir).
21 Trabajadores sociales, Fundación Don Bosco. Conversación informal. Ju-
nio de 2002. Notas de campo.
22 Sacerdote Salesiano, Director de la Hospedería Campesina Don Bosco
Chillogallo. Entrevistado por la autora. Septiembre 3 de 2003. Quito.
23 Juanita, 24 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Abril 30
de 2003. Calguasig.
24 Malena, 14 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. July 11
de 2003. Quito.
25 Roberto, 14 años vededor callejero y mendigo ocasional. Entrevistado por
la autora. Septiembre 10 de 2003.
26 Viviana, 11 años vededora callejera y mendigo ocasional. Entrevistada
por la autora. Septiembre 10 de 2003. Quito.
218
27 Silvia, 16 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto 8
Kate Swanson de 2003. Quito.
28 La Ordenanza Metropolitana 029 se puso en efecto en enero del 2000. Se
refiere a las actividades comerciales en el espacio público.
29 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
30 Viviana, 11 vendedora callejera y mendigo ocasional. Entrevistada por la
autora, Septiembre 10 de 2003, Quito. Roberto, 14 vendedor callejero y
mendigo ocasional. Entrevistado por la autora. Septiembre 10 de 2003.
Quito.
31 Como explicaron Gregson and Rose (2000: 441), “performance” – lo que
los individuos hacen, dicen y actúan – es asumida dentro y debe estar
siempre conectada a la “performatividad”, la cual ellos describen como las
“prácticas citacionales las cuales reproducen y subvierten el discurso, y
que al mismo tiempo capacitan y disciplinan a los sujetos y sus pefor-
mances”.
32 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Transcrito por la autora poco tiempo después de ocurrido el inci-
dente. Septiembre 5 de 2003. Notas de campo.
33 La comunidad está bastante cerca del activo Volcán Tungurahua. Aunque
una erupción no es una amenaza para la comunidad, la ceniza volcánica
se posa sobre la comunidad.
34 Monja indígena, Hermana solidaria de los pobres. Entrevistada por la au-
tora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
35 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. Noviembre 26 de 2002.
Quito.
36 Director, Fundación Crecer. Entrevistado por la autora. Junio 30 de 2003.
Guayaquil.
37 Isabel, 16 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto 16
de 2003. Quito.
38 Malena, 14 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. July 14
de 2003. Quito.
39 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Conversación dirigida. Julio 25 de 2003. Quito. Notas de campo.
40 Natalia, 16 años vendedora callejera. Entrevistada por la autora. Agosto
28 de 2003. Quito. Notas de campo.
41 Agrónomo, CESA. Entrevistado por la autora. Diciembre 16 de 2002.
Quito. Agrónomo, Ministerio de Agricultura, Provincia de Tungurahua.
Entrevistado por la autora. Mayo 28 de 2003. Especialista en Conserva-
ción Ambiental y Forestal, CESA. Entrevistado por la autora. Mayo 28 de
2003. Me dí cuenta por observaciones personales que en las provincias de
Chimborazo y Cotopaxi, en muchas áreas, en verdad la tierra es como del
cemento.
42 Monja indígena. Entrevistada por la autora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
43 Miembro del Congreso Nacional y Presidente de la Commisión para Asun-
tos Indígenas. Entrevistado por la autora. Septiembre 10 de 2003. Quito.
44 Monja indígena. Entrevistada por la autora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
45 Líder comunitario, Quisapincha Alto. Entrevistado por la autora. Mayo 219
28 de 2003. Quisapincha. Pidiendo caridad
en las calles
46 Miembro de la comunidad, Calguasig. Entrevistado por la autora. Abril
27 de 2003. Calguasig.
47 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. Septiembre 3 de 2003.
Quito.
48 Profesor de Quichua y Filosofía Andina Universidad San Francisco de
Quito. Conversación dirigida. Julio 4 de 2003. Quito. Notas de campo.
49 Ésta es la norma en Calguasig. En otras comunidades, las mingas ya no
son muy importantes o regulares.
50 Ibíd.
51 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. Septiembre 3 de 2003.
Quito.
52 Monja indígena. Entrevistada por la autora. Mayo 7 de 2003. Calguasig.
220
Kate Swanson
Capítulo VII
LA POLÍTICA DE EXCLUSIÓN
7 . 1 I n t roducción
Este capítulo explora la política de exclusión en las ciu-
dades de Quito y Guayaquil. Examina cómo la exclusión de los
mendigos, los vendedores ambulantes y niños trabajadores está
enmarcada en un discurso acerca de la pureza y deshonra. Para
‘sanear’ la imagen urbana, la ideología dicta que estos ‘otros’ in-
dividuos deben ser desplazados de los sectores turísticos princi-
pales de la ciudad. Estos temas se exploran a través del análisis de
una ley nacional, que apunta hacia los niños indigentes y adoles-
centes, una redada policíaca de niños mendigos, una propuesta
campaña contra la mendicidad, y los proyectos de revitalización
urbana en Quito y Guayaquil.
7 . 2 La política de exclusión
221
Como las ciudades en el mundo están, cada vez más,
Pidiendo caridad
involucradas con la imagen urbana, la “habitabilidad” y el influ- en las calles
policía se lleve las mercancías para su beneficio personal. Pero Pidiendo caridad
en las calles
insiste que “no son los glotones” (El Comercio, 2003b). Debi-
do a que los oficiales de policía no están bien pagados, puesto
que ganan solamente de 140 a 200 dólares al mes,33 la corrup-
ción en este tipo de situaciones es común. Mis experiencias
personales mientras viví en Ecuador me impulsan a creer que,
desafortunadamente, la corrupción policial es extensa y el so-
borno es una práctica común.
El comandante de la policía de Quito describe a la re-
gulación de los trabajadores informales como “un juego del gato
y el ratón”, lo cual ilustra el constante conflicto entre el uso estra-
tégico (p.e. Municipio) y el táctico (p.e. sector informal) del es-
pacio urbano. Aunque sus oficiales patrullan las calles, particu-
larmente en el centro histórico de Quito, él dice que los vende-
dores han aprendido a esconderse en almacenes y portales. Por
ley se propone que el retiro de los trabajadores informales sea un
proceso sin agresiones. El protocolo es primero dar una adver-
tencia, pero si ellos no abandonan el área, se confiscan sus mer-
cancías.34 Como se estableció anteriormente, la policía munici-
pal solamente puede confiscar las mercancías de los vendedores,
si éstas se encuentran en el piso. Debido a que los calguaseños
transportan todos sus productos en una pequeña caja, una pe-
queña funda, o envueltos dentro de una chalina sobre sus espal-
das, la policía no puede confiscar sus chicles. De acuerdo a un
planificador urbano municipal, esto es parte del problema:
No pueden confiscar nada de sus manos, ese es el problema.
Que yo por eso protesto a la Fundación [Don Bosco], que es-
tá promoviendo esto. Les están dando chicles, cajitas de chi-
cles, a menores de edad para que vayan a vender en las calles.
¡Es una barbaridad! Es decir, no nos están ayudando absoluta-
mente en nada en la ciudad. Le están creando un problema
más a la ciudad.35
es porque:
Desde el sábado y domingo, se encuentra una afluencia de los
barrios más bajos que vienen al Malecón. Y le va a dar recelo o
va a dar una impresión un poco mal del círculo, donde hay so-
lamente gente chiquita, gente fea, en fin. Entonces se les están
haciendo un Malecón acá para el suburbio, donde la gente vaya
sin quitarle sus méritos, sin quitarles su dignidad, pero que se
codeen entre ellos, que es mucho más fácil.48
7.5 Resumen
Este capítulo explora las políticas de exclusión en Qui-
to y Guayaquil. En particular se examinaron tres preguntas de
investigación: i) cómo el estado periférico de los jóvenes indíge-
nas en la esfera urbana se cruza con la revitalización urbana y el
empuje del turismo global; ii) cómo los discursos sobre los dere-
chos de los niños, el género, la raza y la etnicidad participan de
los esfuerzos para remover a las mujeres y niños indígenas de las
calles; iii) cómo el discurso sobre la revitalización urbana natu-
raliza y legitima la exclusión social y espacial.
Empecé con una discusión acerca de los fundamentos
ideológicos de los recientes esfuerzos para remover a los mendi-
gos y vendedores indígenas de las calles. Se sugirió que su perci-
bida incompatibilidad con el espacio urbano, contenido en el
lenguaje de pureza y deshonra, tiene mucho que ver con el “blan-
queamiento” de la imagen urbana y el empuje del turismo glo-
bal. Específicamente, este capítulo examina el proyecto de ley na-
cional que involucra a niños y adolescentes, una redada de niños
mendigos en Quito, y una propuesta de campaña contra la men-
243
dicidad. Mediante esta discusión, es claro que las mujeres y niños
indígenas son interpretados indistintamente como “malos pa- Pidiendo caridad
en las calles
dres”, “niños delincuentes” e “indios vagos”. Esta sección también
discute cómo se percibe a la mendicidad como una actividad que
está destruyendo las vidas de los niños cuando, de hecho, está
brindando oportunidades que nunca antes habían tenido, tales
como la educación y la participación en la cultura del consumo.
Se sugiere que, mientras, estas acciones antimendigos expresen
preocupación por la inocencia y pureza de los niños, hacen muy
poco actualmente para tratar las necesidades económicas reales
de los niños. En su lugar, simplemente son variantes del distan-
ciamiento social y espacial.
También este capítulo explora los actuales proyectos de
revitalización urbana en Quito y Guayaquil. Esta sección analiza
el papel del turismo en la administración, vigilancia y desplaza-
miento de los trabajadores informales y mendigos. Revela cómo
la ideología acerca del uso ‘apropiado’ del espacio se utiliza para
legitimar el distanciamiento social y espacial. La sección final de
este capítulo, brevemente, explora las diferencias entre Quito y
Guayaquil. Sugiere que las políticas exclusionarias de Quito son
menos duras que las de Guayaquil, debido a la ideología política,
la falta de recursos y tal vez una ética de compasión más fuerte
en la actual fuerza policial. El propósito de esta sección fue el de
revelar que existen discursos opuestos dentro de las municipali-
dades y dar voz a aquellos individuos que defienden los derechos
de las gentes marginalizadas.
Notas:
1 Reunión entre representantes del Municipio de Quitoy trabajadores so-
ciales de la Fundación Don Bosco. Septiembre 2 de 2003. Quito. Notas de
campo.
2 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
3 Antiguo Diputada Nacional por la Provincia del Guayas (1998-2002). Ac-
tual directora de proyectos para la Fundación Equidad y Desarrollo. En-
trevistado por la autora. Junio 25 de 2003. Quito. Ésta es un resumen de
la lista de riesgos que ella utiliza para defender la campaña contra la men-
dicidad y que luego describo en este capítulo.
4 Juanita (madre del niño), 24 años vendedorra callejera. Entrevistada por
la autora. Abril 30 de 2003. Calguasig.
5 Sacerdote Salesiano. Entrevistado por la autora. November 26 de 2002.
244 Quito.
Kate Swanson 6 Antiguo Coordinador de la protección de menores, Ministerio de Bienes-
tar Social, Provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio 3
de 2003. Ambato.
7 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
8 Antiguo Coordinador de la protección de menores, Ministerio de Bienes-
tar Social, Provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio 3
de 2003. Ambato.
9 Proyecto de Ley de Protección Para Niños, Niñas y Adolescentes Indigen-
tes (24-003). Propuesto por el diputado Marco Proaño Maya al Congreso
Nacional del Ecuador en Enero 6 de 2003.
10 Diputado Nacional del Congreso. Entrevistado por la autora. Septiembre
8 de 2003. Quito.
11 Proyecto de Ley de Protección Para Niños, Niñas y Adolescentes Indigen-
tes (24-003). Propuesto por el diputado Marco Proaño Maya al Congreso
Nacional del Ecuador en Enero 6 de 2003.
12 Diputado Nacional del Congreso. Entrevistado por la autora. Septiembre
8 de 2003. Quito.
13 Analista de política social, UNICEF. Entrevistado por la autora, Agosto 22
2003, Quito.
14 Director, Hospedería Campesina Don Bosco Chillogallo. Entrevistado
por la autora. Septiembre 3 de 2003. Quito.
15 Antiguo trabajador social en la Hospedería Campesina La Tola. Entrevis-
tado por la autora. Junio 10 de 2003. Ambato. Conversación transcrita.
16 Antiguo coordinador de mujeres en la Hospedería Campesina La Tola.
Entrevistado por la autora. Noviembre 22 de 2002. Quito.
17 Antiguo director de la Hospedería Campesina La Tola. Entrevistado por
la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
18 Los certificados de nacimiento son necesarios para ingresar a la escuela.
19 Antiguo trabajador social en la Hospedería Campesina La Tola, Entrevis-
tado por la autora. Junio 10 de 2003. Ambato. Conversación transcrita.
20 Paúl, 13 años vendedor callejero y lustrabotas. Entrevistado por la auto-
ra. Mayo 5 de 2003. Calguasig.
21 Antiguo director de la Hospedería Campesina La Tola. Entrevistado por
la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
22 Mayor, DINAPEN. Entrevistado por la autora. November 27 de 2002.
Quito.
23 Antiguo trabajador social en la Hospedería Campesina La Tola. Entrevis-
tado por la autora. Junio 10 de 2003. Ambato. Conversación transcrita.
24 Antiguo director de la Hospedería Campesina La Tola. Entrevistado por
la autora. Noviembre 26 de 2002. Quito.
25 Antigua diputada nacional por la Provincia del Guayas (1998-2002). Ac-
tual directora de proyectos para la Fundación Equidad y Desarrollo. En-
trevistada por la autora. Junio 25 de 2003. Quito.
26 Director, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito. Entrevista-
do por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
27 Especialista en comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio Popular,
Municipio de Quito. Entrevistado por la autora. Julio 25 de 2003. Quito. 245
28 Comandante de Policía, Quito Policía Metropolitana. Entrevistado por la Pidiendo caridad
en las calles
autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
29 Planificadores urbanos, Coordinadores de Administración Urbana y
Control, Zona Norte, Municipio de Quito. Entrevistados por la autora.
Julio 29 de 2003. Quito.
30 Antiguo director de mujeres de la Hospedería Campesina La Tola. Entre-
vistado por la autora. Agosto 26 de 2003. Quito.
31 Planificador urbano, Oficina de planeamiento Municipal, Zona Mariscal.
Entrevistado por la autora. Agosto 6 de 2003. Quito. Notas de campo.
32 El Comandante de la Policía me dijo que las multas no eran más de 4
dólares, mientras que los Coordinadores municipales de la Administra-
ción Urbana y Control de la Zona Norte citaron la suma de 12 dólares.
33 Estos niveles de ingrsos fueron citados por el Comandante de la Policía en
Guayaquil. Entrevistado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
34 Comandante de la Policía, Quito Policía Metropolitana. Entrevistado por
la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
35 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
36 Trabajador social, Fundación Don Bosco, Reunión entre representantes
del Municipio de Quito y la FDB, Septiembre 2 2003. Notas de campo.
37 Planificador urbano, Municipio de Quito, Zona Mariscal. Reunión entre
representantes del Municipio de Quito y la FDB. Septiembre 2 de 2003.
Notas de campo.
38 La expresión a la que se refiere es ‘hija de puta.’
39 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Quito. Entrevistado
por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
40 Ibíd.
41 Trabajador social, Fundación Don Bosco. Entrevistado por la autora, Ju-
nio 3 2003, Ambato. Notas de campo.
42 Coordinador para la Protección de Menores, Ministerio de Bienestar So-
cial, Provincia de Tungurahua. Entrevistado por la autora. Junio 3 de
2003. Ambato.
43 Planificadores urbanos, Coordinadores de Administración Urbana y
Control, Zona Norte, Municipio de Quito. Entrevistados por la autora.
Julio 29 de 2003. Quito.
44 Coordinador de Seguridad Ciudadana Zona Mariscal, Municipio de Qui-
to. Entrevistado por la autora. Agosto 6 de 2003. Quito.
45 Trabajador social, Fundación Don Bosco. Comunicación personal. Junio
10 de 2004. Correo electrónico.
46 Recientemente conocí que esta videocámara actualmente es una instala-
ción artística fundada por el MAAC (Museo de Antropología y Arte Con-
temporáneo). Se pretendía proveer un alivio reflexive/humorístico de la
agobiante cantidad de vigilancia en el área. Sin embargo, en mi opinion
solamente sirve como un aminoso recordatorio. Gracias a Chris Garcés
por esta información.
47 Comandante de Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevista-
246
do por la autora. July 1 de 2003. Guayaquil. Coordinador de Operativos
Kate Swanson Municipales, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevistado por la au-
tora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
48 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
49 Coordinador de Operativos Municipales, Policía Metropolitana de Gua-
yaquil. Entrevistado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
50 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
51 Coordinador de Operativos Municipales, Policía Metropolitana de Gua-
yaquil. Entrevistado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
52 Coordinador Provincial, PMT-Guayaquil. Entrevistado por la autora. Ju-
nio 30 de 2003. Guayaquil.
53 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil. Coordinador de Operati-
vos Municipales, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevistado por la
autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
54 Héctor, 12 años vendedor de chicles. Entrevistado por la autora. Septiem-
bre 1 de 2003. Quito. Notas de campo.
55 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Guayaquil. Entrevis-
tado por la autora. Julio 1 de 2003. Guayaquil.
56 Sub-director, PNT-INNFA Guayas. Entrevistado por la autora. Junio 26
de 2003. Guayaquil.
57 Planificadores urbanos, Coordinadores de Administración Urbana y
Control, Zona Norte, Municipio de Quito. Entrevistado por la autora.
Julio 29 de 2003. Quito.
58 Planificador urbano, Director del Proyecto Mariscal, Municipio de Quito.
Entrevistado por la autora. Septiembre 8 de 2003. Quito.
59 Especialista de comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio
Popular, Zona Centro, Municipio de Quito. Entrevistado por la autora.
Julio 25 de 2003. Quito.
60 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Quito. Entrevistado
por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
61 Directora, Fundación Patronato San José, Municipio de Quito.
Entrevistada por la autora. Diciembre 13 de 2002. Quito.
62 Comandante de la Policía, Policía Metropolitana de Quito. Entrevistado
por la autora. Agosto 5 de 2003. Quito.
63 Especilista en comunicación, Unidad Ejecutiva para el Comercio Popular,
Zona Centro, Municipio de Quito. Entrevistado por la autora. Julio 25 de
2003. Quito.
247
Pidiendo caridad
en las calles
Capítulo VIII
CONCLUSIÓN
265
Pidiendo caridad
en las calles
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