Revolucion Francesa - Texto
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VIDEO: https://www.youtube.com/watch?v=ttdq818TGD0
A mediados del siglo XVIII, Francia fue un claro ejemplo de la sociedad europea de
su época. Tras una máscara que ostentaba riqueza y poder, Francia ocultaba una
gran cantidad de pequeños conflictos sociales y políticos próximos a estallar. Uno de
esos problemas era el absolutismo ejercido por Luis XVI y por sus antecesores,
otros motivos fueron la desigualdad social, los obstáculos económicos, las malas
cosechas que provocaron el hambre y las rebeliones populares.
ANTECEDENTES
Las circunstancias en las que surge la revolución francesa, se dieron por ciertas
contradicciones sociales e institucionales (Estado) que devinieron en crisis.
1- Crisis Social
ESTAMENTO PRIVILEGIADO
La nobleza era dueña de la quinta parte de las tierras del reino, percibía de los
campesinos una serie de impuestos que, en época de hambruna y guerra para el
campesino, era misión imposible sobrevivir.
Había dos categorías de nobleza; la alta nobleza, dentro de ella los que vivían en la
Corte de Versalles en torno al rey, muchos de ellos vivían por encima de sus
posibilidades, por el gran derroche que había en la corte y los grandes
terratenientes, que en su mayoría soportaban cargos de justicia y administración. La
baja nobleza que no tenían un rancio abolengo y con costumbres toscas era
despreciada por la alta nobleza.
ESTAMENTO NO PRIVILEGIADO
Los trabajadores de las ciudades, sufren el agobio del desempleo y la subida del
pan.
En Francia existía una monarquía absolutista, el rey tenía todo el poder por “la
Gracia de Dios”, es decir, un rey de derecho divino. Las ideas de la Ilustración
niegan que el poder real proceda de Dios y afirman que el verdadero soberano es el
pueblo (soberanía nacional), y el rey sólo un administrador, también defienden la
separación de los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), y la igualdad de todos los
ciudadanos ante la ley. En esta situación de contradicción, donde un país en
crecimiento y rico el más poblado de Europa tenía un gran obstáculo, el viejo
aparato institucional, la monarquía absolutista, donde la nobleza y el clero se
negaban a perder sus privilegios. La crisis estatal se sumaba a la crisis
económica; con enormes gastos de la Corte, la participación en guerras como la de
la independencia de los Estados Unidos, el sistema de impuestos era inservible para
las necesidades de Francia. Luis XVI (1754-1793), fue entronizado en 1774, su débil
carácter no le permitió hacer frente a los graves problemas que Francia atravesaba.
Eugene Delacroix
Transformaciones de la Revolución
Caída del absolutismo
Una de las reformas producidas por la revolución, fue el paso del absolutismo
monárquico a la monarquía parlamentaria y la república. El absolutismo es el
sistema político en el que se confiere todo el poder a un solo individuo o a un grupo.
En el caso del absolutismo monárquico ese único individuo es el rey. En Francia, el
absolutismo lucía claramente sus excesos. El poder se hallaba en manos de Luis
XVI: joven “bien intencionado”, pero de modestas condiciones intelectuales,
irresoluto y excesivamente influido por María Antonieta, su esposa y por el círculo
de amigos y cortesanos que le rodeaban.
Un elemento fundamental en este documento es que afirma que la fuente del poder
es la Nación, no Dios; con ello eliminó el fundamento del absolutismo real e
inauguró un tipo de gobierno en el que el poder reside en el pueblo. Antes de esta
Declaración, los reyes asumían el mando por Derecho Divino, es decir que eran
reyes porque eran representantes de Dios y de Él recibían su derecho a reinar y
gobernar. La Declaración planteó que los reyes deberían ser elegidos por el pueblo
y no por Dios como supuestamente se hacía.
La Declaración definía los derechos naturales del hombre entre los que se
consideraban básicos la libertad (individual, de pensamiento, de prensa y de credo),
la igualdad (que debía estar garantizada al ciudadano por el Estado en los ámbitos
legislativo, judicial y fiscal), la seguridad y la resistencia a la opresión. También
proclamaba el respeto por la vida y la propiedad como los fundamentos del Nuevo
Estado.
Esta declaración fue un manifiesto para las clases medias que controlaban la
Asamblea y para todos los liberales europeos del siglo siguiente.
Los servicios públicos a cargo de la Iglesia pasarían a manos del Estado; los
sacerdotes recibirían un sueldo del gobierno, como cualquier otro funcionario.
Esta última medida reorganizó al clero secular: modificó los límites de las diócesis y
estableció la elección popular de los obispos, como ocurría con los otros
funcionarios, además de otras reformas.
El Papa rechazó la constitución civil del clero y condenó como impía la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En estas decisiones influyeron
razones políticas, además de las religiosas: algunas potencias católicas, en especial
España, alentaron la oposición del Papa a la Francia revolucionaria.
La reforma eclesiástica creó una iglesia nacional francesa, separada del papado y
desencadenó un conflicto religioso que resultó muy favorable a los
contrarrevolucionarios.
Fue una buena decisión la nacionalización de los bienes de la Iglesia, ya que de esa
manera se solucionó gran parte del problema económico de Francia, sobre todo de
las clases sociales más pobres. También fue acertada la decisión del pago de
sueldos a los sacerdotes ya que así la Iglesia no tendría privilegios con respecto a
los otros funcionarios del gobierno. Con respecto a la creación de la Iglesia Nacional
Francesa, no fue buena, ya que provocó hechos que no fueron beneficiosos para la
religión católica, como luego ocurriría después, que Robespierre implantaría el culto
a la diosa Razón y al Ser Supremo, forma de religión relativamente alejada del
cristianismo.
Temiendo que el rey hiciera disolver la Asamblea mediante la fuerza, las capas
populares asaltaron el 14 de julio la Bastilla, fortaleza que servía de prisión y que
era un símbolo de la monarquía absolutista. La Revolución Francesa había
comenzado, y pronto se propagó a otras ciudades y también a las zonas rurales, en
las que se desató la revuelta antiseñorial conocida como «el Gran Miedo».
La lucha por el poder dentro de la Convención entre sus alas izquierda (jacobinos) y
derecha (girondinos) tuvo en el proceso y ejecución de Luis XVI (21 de enero de
1793) uno de sus puntos álgidos. Como inmediata respuesta a la decapitación del
rey, Austria, Prusia, España, Holanda e Inglaterra se unieron en la Primera
Coalición, una alianza sin otro objetivo que acabar militarmente con el proceso
revolucionario. Ante el avance de las fuerzas de la Primera Coalición, las
conspiraciones contrarrevolucionarias de la nobleza y el clero, el estallido de la
revuelta campesina en La Vendée, la escasez de trigo y la generalización de la
especulación, la política moderada de los girondinos se mostraba ineficaz.
Maximiliano Robespierre
El Directorio (1795-1799)
En octubre de 1795, la Convención fue disuelta y sustituida por dos cámaras, el
Consejo de Ancianos y el Consejo de los Quinientos, elegidos por sufragio
censitario; detentaban el poder ejecutivo los cinco miembros del Directorio,
renovables a razón de uno cada año. Dominado por la burguesía conservadora, el
Directorio se apoyó en el ejército para reprimir las revueltas populares cuando la
supresión del control de precios encareció nuevamente los productos básicos, y
también para aplastar las conspiraciones e insurrecciones promovidas tanto por los
realistas (que aspiraban a restaurar el absolutismo monárquico) como por la
izquierda radical.
Mientras en el exterior los generales franceses (entre los que brillaba con luz propia
el joven Napoleón) dirigían exitosas campañas militares que culminaron con la
derrota de la Primera Coalición en 1797, el Directorio se mostraba incapaz de
mantener la estabilidad en el interior, ni siquiera dentro de las mismas instituciones
republicanas, víctimas de las luchas intestinas entre diversas facciones. El sufragio
censitario no impidió que la izquierda jacobina y los realistas contaran con una
considerable representación en el legislativo; a esta amenaza hubo que sumar, en
diciembre de 1798, la formación de una Segunda Coalición europea contra la
Francia revolucionaria.