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Fuego: Bishopstoke II
Fuego: Bishopstoke II
Fuego: Bishopstoke II
Libro electrónico548 páginas8 horas

Fuego: Bishopstoke II

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Información de este libro electrónico

Clea Freeman siempre había sido la más alocada y despreocupada de las hermanas Freeman. Le importaba poco o nada lo que la gente pudiera decir o pensar de ella. Por eso, cuando se le presentó la oportunidad, ¿cómo iba a negarse a la posibilidad de viajar a solas con Jack Mardling, el gran amor de su adolescencia? Incluso aunque ello significara ganarse la ira de su hermana mayor.
Por su parte, Jack Mardling llevaba años deseando dibujar a la joven Clea Freeman. Algo en ella siempre había despertado su deseo de plasmarla sobre un lienzo. Y, cuando ella por fin había cedido, pareció que su mundo se volvía más brillante. Sin embargo, no estaba preparado para todo lo que significaría viajar y pintar a aquella joven y alocada mujer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 feb 2019
ISBN9788417474324
Fuego: Bishopstoke II

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    Fuego - Judit Da Silva

    FUEGO

    BISHOPSTOKE II

    JUDIT DA SILVA

    Primera edición en digital: febrero 2019

    Título Original: Fuego

    ©Judit Da Silva, 2019

    ©Editorial Romantic Ediciones, 2019

    www.romantic-ediciones.com

    Imagen de portada ©Velvetstock

    Diseño de portada: Isla Books

    ISBN: 978-84-17474-32-4

    Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

    PRÓLOGO

    Fingir que no le interesaba, no prestar atención cuando hablaban de él, hacer como que no le veía cuando coincidían en algún lugar... Eso era lo que Clea tenía que hacer siempre que Jack Mardling se encontraba en el lugar o cuando era simplemente mencionado. Y, teniendo en cuenta que se estaba dando a conocer como uno de los artistas más importantes del país, la mención de su nombre estaba haciéndose cada vez más corriente.

    Pero no podía evitarlo. Desde la primera vez que le vio, su corazón saltó dentro de su pecho. Cuando él la miró, dejó de respirar. Y cuando confesó sus deseos de pintarla, ya sentía algo por él.

    Sabía de su fama, ¿quién no conocía la lista inacabable de sus amantes?, pero, aún sabiéndolo, aún cuando solo fuera a ser una más de las tontas que habían caído en sus garras, ella lo había elegido por voluntad propia. Era su decisión.

    Y, a pesar de pensar de esa manera, se obligó a aplacar sus deseos por las órdenes de su hermana, odiándola por hacerla sufrir tanto como ella misma sufría por amor. Durante tres años , ignoró todo lo que tenía que ver con él, diciéndose que, tarde o temprano, tendría que acabar olvidándole.

    No resultó ser así.

    Sus ansias de verlo no disminuyeron en ningún momento y, una vez que su hermana se casó con Adrien Bells y pudo residir junto a las gemelas Bells, las hermanas de su cuñado y sus dos mejores amigas, se dijo que nadie más intervendría en su felicidad. De hacerlo, que se abstuviera a las consecuencias.

    CAPÍTULO 1

    —Oh, no. Desde luego que no. Me niego —aseguró Lisa cruzándose de brazos, con ambas gemelas a cada lado.

    —Pero… ¿por qué no? Él es el que se encarga de nuestros retratos familiares desde hace años —insistió Kaila, mirando a los presentes como si fuera de lo más obvio—. Además, a pesar de que ahora tiene renombre, ha dicho que no tiene problemas de tiempo para venir a casa.

    —No permitiré que Jack Mardling pise ésta casa. No me hace ni la más mínima gracia que venga —fue todo el argumento que dio la joven señora de la casa, de pie como estaban las tres en el despacho.

    —¡Hermano! —lloriqueó Kailyn hacía Adrien que se encontraba sentado detrás de su mesa, inmerso en papeles. O, al menos, fingiéndolo.

    Desde que Lisa y él se habían casado, Adrien procuraba llevarse todo el trabajo que podía a casa, ya que le era más placentero estudiar los números con ella a su lado que en su solitario despacho en las fábricas.

    —Yo no tengo ningún inconveniente en que Mardling nos pinte. Siempre lo ha hecho y ahora la familia ha aumentado.

    —¡Adrien! —le regañó Lisa, ya que él, más que nadie, conocía sus motivos para no quererle en casa.

    Pero, sin embargo, él alzó la vista de sus papeles solo para dirigirle una sonrisa a su esposa, la cual no pudo evitar relajarse un poco.

    —Tranquilízate, mi amor. Solo viene a pintarnos. A todos. No tienes de lo que preocuparte —le aseguró, instantes antes de volver su atención a los papeles que tenía ante sí.

    Lisa torció el gesto, pero sabía que tenía razón. Mientras ella estuviera presente, resultaría casi imposible que pudiera ocurrir algo entre él y su hermana. Además, sería un retrato familiar, con lo que el pintor no tendría ninguna excusa para quedarse a solas con ella. Y, además, sabía que Adrien quería ese retrato. Se lo llevaba pidiendo desde el día de su boda y Lisa solo lo había estado retrasando todo lo posible para no tener al pintor en casa.

    Ahora, meses después, ya no le quedaban más excusas para que Jack Mardling no apareciera.

    —Está bien, está bien. Si insistís tanto, que venga a hacer ese retrato. Pero vigilaré cada uno de sus pasos mientras esté en esta casa —concedió esta, viendo como las gemelas se sonreían, tratando de mantener los planes que hubieran querido urdir lo más lejos posible.

    No entendía a qué venía aquella alegría por el mero hecho de que ese pintor acudiera a la casa. sobre todo por parte de Kailyn, después de saber lo que ambas sabían. Kailyn, en su juventud, había demostrado algún sentimiento de amor hacía Clea y ni Lisa sabía si eso se había acabado.

    A no ser que los sentimientos de la joven hubieran cambiado en el tiempo que llevaban sin verse, o hubiera entendido lo imposible de su situación, ayudar a Clea con el asunto del señor Mardling solo le traería sufrimiento para ella.

    Contempló como las dos muchachas salían del cuarto solo para volverse hacía Adrien, con las manos en las caderas, en posición de ataque.

    —¿Por qué no me has apoyado en esto? —le preguntó, con disgusto.

    Lo que menos necesitaba era que su marido no la apoyara en aquel tipo de decisiones, cuando las jóvenes de la casa podían ver una forma de salirse siempre con la suya.

    —Porque creo que exageras. Además, tu hermana es lo suficientemente mayorcita para saber lo que se hace y lo que no.

    —¡Oh! Así que, según esas palabras, tampoco intercederías ante la elección de tus hermanas, ¿no es así?

    —Creo que ambas son los suficientemente inteligentes para elegir por su cuenta, sí —afirmó este, aún observando sus papeles.

    —¡Adrien! —Exclamó Lisa, golpeando el suelo con un pie, irritada.

    El hombre, suspirando con resignación, se puso en pie, tratando de lucir lo más tranquilizador posible, y se acercó a ella hasta que tuvo sus manos entre las suyas.

    —Amor, que no interfiera en sus decisiones no significa que no me importen, si no que son adultas  para saber lo que se hacen. De cometer algún error, se lo haré saber, pero no tomaré decisiones por ellas.

    —Y… ¿harás lo mismo con nuestros hijos?  —murmuró esta, jugando con sus manos, aún tratando de lucir molesta, sin alzar la vista hacía él.

    —Si les enseño a elegir bien, por supuesto.

    —De verdad que eres imposible —le acusó Lisa, intentando mostrarse más irritada de lo que estaba. Aunque fuera una tarea que le supusiera un esfuerzo.

    —Y tú una cabezota. Pero, tranquila. A pesar de eso, yo te quiero igual —le aseguró Adrien, abrazándola mientras se reía, ya que, en venganza, Lisa le golpeó en el pecho.

    Las gemelas, que habían estado escuchando tras las puerta, se sonrieron, más tranquilas. Sabían que su cuñada discutiría con Adrien la actitud que el cabeza de familia había mostrado y lo que menos deseaban era que tuvieran una pelea por su causa.

    Allí las encontró Clea, que, inteligentemente, se había mantenido alejada del lugar mientras las gemelas hacían su petición.

    —¿Cómo han ido las cosas? —Preguntó en voz baja, colocándose junto a ambas.

    Las gemelas sonrieron y se alejaron de la puerta, llevándose a Clea hasta la puerta del jardín, un lugar apartado donde podrían hablar y ver de lejos si alguien se acercaba.

    —Tu hermana es dura, pero ha acabado aceptado. El señor Mardling vendrá a pintarnos —canturreó Kaila, orgullosa de su éxito.

    Clea no pudo ocultar su emoción ante la noticia, sonriendo para sí, mientras se llevaba las manos a los labios para silenciar el pequeño grito de emoción que había subido a su garganta.

    —Pero... ¿cómo vas a hacer para hablar con él? —le preguntó Kailyn, sacándola de su instante de felicidad.—Tu hermana ha asegurado que no le quitará ojo de encima.

    —No os preocupéis por eso. Solo necesito un instante con él a solas, donde nadie pueda vernos. Si todavía desea pintarme, no necesitaré más tiempo para concertar una cita y vernos en su estudio. Así será más fácil.

    —¿Y qué mentira esperas decirle a Lisa, que pueda creerse, para justificar que pases tantas horas fuera de casa? —le preguntó Kaila, que quería asegurarse que el plan de su amiga no tuviera fallos.

    —¿Recordáis a Linzy Hale, la chica tímida, que es hija del dueño de la fábrica de cuero? —Las chicas asintieron, ya que habían visto a la joven en algunas reuniones y Clea les había hablado de ella en varias ocasiones desde su vuelta—. Llevo haciéndome amiga suya un tiempo. Es una chica encantadora, pero le cuesta mucho hablar con los demás. Le comenté que había un hombre que me gustaba, pero que no podía ver por culpa de mi hermana, y se ofreció a ser mi celestina.

    —¿Y por qué haría algo así por ti? Podría meterse en un lío si os descubren —comentó Kaila, extrañada.

    Recordaba a la muchacha como alguien quién apenas destacaba cuando se sentaba en un rincón de un cuarto. Aunque recordaba haber visto a Clea hablar y reírse con ella, no veía auténticos motivos para que la ayudara a semejante nivel.

    —Ya os lo he dicho; Es encantadora. Yo también le dije que podría buscarse un enorme problema por esto, pero dijo que no le importaba mientras que pudiera ayudarme. Por eso quiero pediros que seáis amables con ella. Cuando la conozcáis, os caerá muy bien.

    Las chicas lo dudaron, pero eran demasiados años desconfiando de la gente. Clea sabía que había mucha gente de la sociedad que tenía una doble cara, pero le costaba mucho ver ese lado, a no ser que le mostraran directamente su verdadera apariencia, con lo que las gemelas tenían que estar pendientes un poco de ella en ese respecto.

    Tendrían que hablar con la chica antes de confiar en ella. Y, mientras tanto, Clea solo podía pensar en el momento en el que por fin su deseo podría hacerse realidad.

    CAPÍTULO 2

    Cuando Jack se colocó frente a la casa, en cierta forma, se sintió bastante animado. Pero tras un breve instante, recordando a la actual señora de la casa, Lisa Bells, esa alegría inicial desapareció un poco, recordando también el ahínco con el que la nueva esposa de Adrien Bells le había dado al hecho de que no quería que se acercara a su hermana bajo ningún concepto. Y, durante tres años, lo había conseguido.

    Nunca había tenido tantas ganas de pintar a nadie como a la pequeña Freeman, seguramente porque se le estaba resistiendo tanto, y, aunque fuera un retrato familiar, al fin tendría aquella oportunidad.

    Tenía sentimientos encontrados.

    Llamó a la puerta y fue recibido por una de las criadas de las casa, la cual le indicó que el señor y la señora lo estaban esperando en el despacho, así que la mujer le condujo hasta allí sin más ceremonias, a pesar de conocer ya el camino.

    Adrien se encontraba sentado detrás de una portentosa mesa de madera oscura y le dedicó una pequeña sonrisa como saludo. Pero su esposa, que se encontraba a su lado, de pie junto a él, con las manos sobre sus hombros, sin ningún signo de alegría mientras lo miraba, pareció tan estirada allí de pie como si se hubiera tragado una vara.

    Estaba claro que detestaba su presencia.

    —Es un placer volver a verlo, señor Mardling. Ya he oído lo bien que le han estado yendo las cosas —le comentó el señor Bells, indicándole una silla que quedaba delante del escritorio con una mano.

    —Bueno... ha sido un tiempo desde la última vez que estuve aquí. Creo haber oído que usted se encontraba en América.

    —También ha aumentado la familia —le indicó Adrien, cogiendo a su esposa por la cintura, atrayéndola a su lado, aunque Lisa no abandonó del todo su postura rígida, sin apartar los ojos de Mardling.

    —Eso es bueno para mí. Significa que no me faltará trabajo —indicó Jack, sonriendo de manera nerviosa, tratando de no parecer intimidado tanto como se sentía por aquella mirada.

    Adrien le dedicó una pequeña sonrisa a su vez, sin que pareciera ser consciente de lo que ocurría, pero Lisa siguió inmóvil, con aquellos extraños ojos suyos clavados en su persona.

    —Mientras esté trabajando aquí, no quiero que se acerque a mi hermana a solas. Es la única condición que le pongo —fue lo único que Lisa le indicó, mostrándose tajante al respecto, soltando la frase sin más.

    —¿Comprende lo absurdo que resulta eso? Lo único que quiero es pintar a su hermana —le indicó el hombre a su vez.

    —Ninguno de los aquí presentes somos tan ingenuos para creer esas palabras. Sabemos qué es lo que ocurre entre las mujeres a las que pinta y usted —aseguró ella, mostrándose indignada.

    Era demasiado bonita para mostrarse así de enfadada. Cuando sonreía, se parecía a su hermana, pero, en cierta forma, entendía por qué nunca iban a poder llevarse bien. Él era la representación de lo que Lisa quería bien lejos de su hermana. Y no la culpaba por ello. A él le gustaba su vida tal y como era. No engañaba a nadie sobre lo que hacía y tampoco tenía pensado cambiar esa forma de ser en un futuro cercano.

    —No ocurre nada entre mis modelos y yo que ellas no deseen —le aseguró Jack, mostrándose completamente calmado respecto a aquel asunto.

    Lisa pareció indignarse aún más ante aquellas palabras, ya que estaba claro que no veía con buenos ojos que hablara con esa claridad de sus relaciones con aquellas mujeres, pero Adrien cogió una de las manos de Lisa, haciendo que ella bajara la vista hacía él, y el señor Bells negó con la cabeza, tratando de tranquilizarla.

    —Aún así, nadie tiene que quedarse a solas con nadie, así que será mejor que dejemos esta conversación. Creo que el jardín será un buen lugar donde hacer el retrato. Falta que lleguen el señor Craven y la señora Irene, así que el retrato solo podrá pintarse por la tarde.

    Ya habían hablado de eso, por mucho que Craven hubiera protestado. Las Freeman lo consideraban parte de su familia y, si se iba a pintar un retrato familiar, ellos tenían que aparecer.

    —No es necesariamente así. Es verdad que, para ver la pose, os necesitaré a todos la primera vez. Pero luego puedo pintaros en parejas o como resulte más cómodo, siempre y cuando no cambien la posición. Seréis… siete personas para el retrato. ¿Cómo habéis pensado colocaros para poder encajar todos? —Preguntó, centrándose en el trabajo.

    —Pensaba que las chicas podrían sentarse en algún banco y nosotros colocarnos tras ellas, de pie  —sugirió Adrien.

    —Me parece bien. Así podre pintar a las chicas y a ustedes en tiempos diferentes, del mismo modo en que vendré por las tardes para pintar a los señores Craven.

    —¿Por qué ir y venir por las mañanas, si puede quedarse aquí a comer? Lo que menos queremos es que estés perdiendo el tiempo con los viajes —comentó el señor de la casa, sin pensar.

    —¡Adrien!  —Exclamó Lisa, indignada al ver como su propio esposo sugería que el señor Mardling se quedara en la casa más tiempo del que a ella le gustaría.

    —Tienes que confiar más en tu hermana —le indicó Adrien, mirándola—. Si ella quiere acercarse al señor Mardling, no puedes evitarlo y él no va a saltar sobre tu hermana. Deja que Clea empiece a tomar decisiones por su cuenta.

    Ella se mostró molesta, pero no comentó nada más, así que Jack se puso en pie y se dirigió hacía el jardín acompañado de una criada, observando dónde sería el mejor lugar.

    El lugar estaba completamente cuidado y había varias estatuas esparcidas, de tal manera que no pareciera demasiado premeditado, pero quedando bien. Se notaba que quién cuidaba del jardín realmente amaba lo que estaba haciendo. Además de que contaba con una luz idónea para pintar.

    Decidió que sería mejor hacerlo bajo el pequeño balcón que había sobre la puerta del jardín. La pared era de piedra y las enredaderas se mostraban lo suficientemente bien cuidadas como para que quedaran bien de tener que añadir algún detalle del fondo.

    Solo necesitaba aquella primera pose de todos ellos juntos para colocar a cada cual en su lugar en el cuadro y observaría los detalles a lo largo de las jornadas, tomando bocetos de todos, para tener sus imágenes en sus manos y poder pintarlas con más soltura.

    —¡Señor Mardling, por fin le vemos de nuevo! —Exclamaron las gemelas, apareciendo de repente en la puerta del jardín, sonriendo ampliamente hacía él, como siempre solían hacer cuando se encontraban.

    Eran hermosas, eso no se podía negar, con sus cabellos de aquel hermoso color negro y aquellos ojos grises tan felinos... Pero, teniendo en cuenta que las había visto desde pequeñas, para él eran como si fueran unas primas a las que tuviera cariño. O incluso unas hermanas a las que no veía demasiado a menudo.

    Sin embargo, no pudo decir lo mismo de la joven que apareció tras ellas.

    Clea Freeman siempre le había parecido la imagen perfecta de la inocencia. Era pequeña (las gemelas la habían superado ya en altura), delicada, con el largo cabello rubio y los ojos más dorados que hubiera visto nunca. Era como si un rayo de sol se hubiera hecho carne y, desde la primera vez que la vio, lo único que había deseado era pintarla, coger aquel rayo y hacer que el mundo entero la admirara del mismo modo en que él lo había hecho la primera vez que estuvieron frente a frente.

    Y, aunque la actual señora Bells se hubiera negado a que se acercara a ella, sus deseos de pintarla no habían desaparecido en absoluto. Todo lo contrario. Con los tres años transcurridos, aquel rayo de sol había adquirido fuerza hasta que casi podía llegar a deslumbrar, haciendo que no pudiera evitar dirigirle una sonrisa cuando la vio.

    —Sí que ha pasado tiempo, sí. Es un placer verlas.

    Aquellas palabras las dijo mirando fijamente a Clea, haciendo que la joven se sonrojara sobremanera, disfrutando al ver aquella piel clara colorearse de rosa. Tendría que poder pintarla así.

    —Bueno... ahora le tendremos mucho tiempo por aquí, ¿no cree? Por fin podrá darnos esas clases sobre arte que ya nos había prometido —le recordó Kaila, aún luciendo una sonrisa en el rostro, bastante animada.

    Kailyn, sin embargo, miró a uno y a otro, ya que Clea se veía incapaz de apartar la vista mientras Jack la observaba de aquel modo, haciéndola sentir como si su hermana y ella sobraran en aquella escena, ya que su presencia impedía que ellos dos pudieran hablar con tranquilidad. El problema era que tampoco podían dejarlos a solas en aquella casa, ya que, si Lisa se enteraba de aquello, se armaría tal desastre que las paredes seguirían recordándolo, incluso con su ausencia.

    —Clea, ¿no tenías algo que decirle al señor Mardling? Hazlo rápido, antes de que tu hermana aparezca por aquí —le sugirió Kaila, echando un vistazo hacía el interior de la casa.

    La muchacha asintió, pero, a pesar de que su relación con los hombres era fluida, se divertía y hablaba libremente con ellos, con Jack no funcionaba de la misma manera. Algo en la forma en la que tenía de mirarla la hacía ponerse nerviosa, incluso después de los años transcurridos.

    —¿Sigue... queriendo hacer ese retrato mío?

    Jack parpadeó, tal vez porque no se esperaba que le sacara ese tema tan de repente, pero no pudo evitar alegrarse que le hablara de ello. Si ella sacaba ese tema, significaba que lo que opinaba su hermana no lo tenía en consideración. O, al menos, le importaba lo suficientemente poco como para querer ir con él de todos modos.

    —Por supuesto. Nunca ha desaparecido ese deseo —le aseguró.

    —Pues... siendo así, me gustaría que usted me pintara. Pero... tendríamos que hacerlo en secreto.

    Jack contempló a las gemelas, que lo miraban con atención, y volvió a mirar significativamente hacía Clea.

    —Me refería en secreto para mi hermana —añadió esta.

    —Pero yo querría exponer ese cuadro. Todo el mundo lo vería y sabría que se trataría de usted.

    —Pero, entonces, ya no importaría. Una vez que el cuadro esté hecho, mi hermana no podrá decir nada al respecto que pueda afectarme.

    —¿Sabe cómo podría reaccionar la sociedad? Mis modelos suelen aparecer... desnudas —le recordó.

    Le encantaba mostrar la belleza femenina, la fuerza que podía encerrarse en aquellas suaves curvas y que la sociedad parecía querer ignorar de cara a la vida pública. Disfrutaba cuando mostraba una de sus últimas creaciones y todo el mundo parecía hipnotizado por las imágenes, como si fuera la primera vez que vieran la imagen de una mujer. Sin embargo, cuando las mujeres eran reconocidas, había miembros de la sociedad que se apartaban de ellas, a pesar de que a la mayoría eso no les importaba.

    —Sé cómo son sus... modelos. Pero, aún así, quiero posar. No soy tan conocida como para que un cuadro mío destroce mi reputación y no tengo deseos de casarme, así que...

    Bueno... era tranquilizador pensar que esta no tenía intención de casarse. Quería seguir siendo libre y, a pesar de que había visto a Clea en fiestas, rodeada de hombres, riendo, no parecía querer atarse a nadie. Era como una pequeña copia de sí mismo.

    —Bien. Si está decidida, no seré yo quien le lleve la contraria. Pero, ¿cómo pretende que la pinte, si hay que mantenerlo en secreto?

    —No tiene que preocuparse por eso. Yo me encargaré de que mi hermana no sepa nada de esto —le aseguró Clea.

    —Pero no podré empezar a hacer ese retrato suyo hasta terminar este cuadro. Y después de eso... tengo que ir a Francia.

    —¡¿Francia?! —Exclamaron las gemelas y Clea al mismo tiempo.

    En ningún momento habían imaginado que Jack tendría que salir del país, aunque era cierto que su fama se estaba expandiendo rápidamente hacía cualquier lugar donde el arte tuviera cierta importancia.

    —Exacto. Si quiere realmente que la pinte, tendrá que esperar meses o...

    —¿O? —Preguntaron las tres jóvenes, de nuevo al mismo tiempo.

    —O viajar conmigo. Si podía inventar una excusa para pasar horas fuera de casa, también podrá inventar algo para un viaje.

    Clea se volvió hacía las gemelas, que no parecían muy convencidas de aquello. Pero ellas no conocían a Linzy como ella y estaba segura de que la muchacha la ayudaría. Si podía convencerla, hasta podrían viajar juntas y la muchacha no tendría que mentir por ella.

    —No le he dicho a nadie que tengo que irme, así que, si dice que quiere ir a Francia, nadie lo relacionará conmigo —afirmó Jack.

    —Pero nunca he salido de Inglaterra. No puedo llegar un buen día y decir que quiero irme.

    —Nosotras podríamos pedírselo a Adrien. Le diremos que queremos ver mundo y hacer compras allí. Seguro que daría su permiso —comentó Kaila, con una sonrisa victoriosa.

    —¿No te das cuenta que, si nos vamos todas, y se dan cuenta que el señor Mardling tampoco está en la ciudad, sospecharán de dónde nos encontramos? Lisa es demasiado astuta —le dijo su hermana, negando con la cabeza.

    —Entonces... la única solución es confiar en esa amiga tuya  —murmuró la mayor de las gemelas, mirando a Clea.

    Había conocido a Linzy Hale en un baile que celebraba un amigo del señor Craven. Aunque él e Irene no pudieron asistir, le pidieron a Lisa y a ella que hicieran acto de presencia en su nombre y, tras unos cuantos bailes, sin recordar por cuantos brazos había pasado, consiguió encontrar una silla junto a una de las mesas del lugar, reparando en que la mesa no estaba tan vacía como había creído.

    Casi encogida en la silla, encontró a una chica más o menos de su misma estatura, con el cabello marrón oscuro recogido en un elaborado moño, la cual no levantaba la vista de la copa vacía con la que jugaba entre sus manos, como si intentara que nadie en aquella sala reparara en su presencia y pudiera salir de allí lo antes posible.

    Empezó a hablar con ella, preguntándole de dónde era y si se estaba aburriendo. Y la joven, tímidamente, comenzó a responder a sus preguntas. Incluso le ofreció que bailaran juntas, lo que hizo que la, hasta entonces, desconocida muchacha riera, percatándose que era bastante hermosa cuando no mostraba una expresión asustada en el rostro.

    Desde entonces, cada vez que coincidían en algún lugar, se sentaba junto a ella a hablar, percatándose de que algo ocurría en su casa que la había hecho tener aquel tipo de carácter tan retraído, ya que habían quedando en casa de una o de otra cada vez cuando su amistad se afianzó. Con las gemelas fuera durante tres años, no habían podido conocerla como ella.

    Se dijo que, si Linzy se había ofrecido a ser su escudo durante la creación de ese cuadro mientras estuvieran en Inglaterra, si viajaban fuera, donde sería más fácil mantener la mentira, pondría aún menos objeciones.

    O, al menos, eso era lo que esperaba. De ello dependía aquella oportunidad. Podría viajar con Jack, pasar mucho tiempo juntos y a solas. Nunca había imaginado una ocasión tan perfecta como aquella mientras trataba de hacer sus planes.

    —No tenéis de qué preocuparos. Linzy es de fiar.

    CAPÍTULO 3

    —¡No! ¡No, no y no! ¡Eso es imposible para mí!  —Exclamó Linzy, cuando le contó de su situación al día siguiente.

    Esta vivía en una amplia casa cerca de la fábrica de cuero de su padre, pero lo suficientemente alejada para que los olores de los productos que utilizaban no llegaran hasta allí, completamente sola en la casa, teniendo en cuenta que su padre y sus tres hermanos mayores se encontraban trabajando en la fábrica.

    Por el contrario que de los tres chicos, que apenas aparecían por allí cuando caía la noche, Linzy rara vez solía salir de casa, a no ser que fuera para acudir a las fiestas en nombre de su padre. Antes de que ella pudiera hacerlo, de esas apariciones se encargaba su hermano más joven, pero pronto quedó demostrado que los muchachos eran demasiado bruscos para tener una buena vida en sociedad y delegaron aquella tarea en Linzy en cuanto pudieron, pensando que enviar a una dama a ese tipo de reuniones sociales sería lo mejor para la familia.

    Desde luego, dejaron de dar esa impresión de ser bruscos o, incluso, maleducados. El problema era que técnicamente no daban impresión, ya que Linzy pasaba desapercibida para todo el mundo.

    —¡Oh, vamos, Linz! ¡Sabes que te necesito para esto! —le rogó Clea, tratando de dirigirle una miradita irresistible.

    Ambas jóvenes se encontraban sentadas en el salón que Linzy utilizaba para tomar el té, el único lugar de la casa que parecía tener una presencia femenina. Había flores colocadas en hermosos jarrones por todas partes, con cuadros de vivos colores decorando las paredes, con muebles delicados y la porcelana más fina que Clea hubiera visto alguna vez.

    —No me pongas esos ojos. Sabes que me es imposible ir a Francia —le dijo la muchacha, pareciendo desesperada porque su amiga entrara en razón.

    —¿Por qué es imposible? ¿Con quién mejor para viajar que con tu amiga? Tu padre no pondrá inconvenientes.

    Linzy no se mostró muy convencida. Pedir aquel viaje podría ser una molestia para el señor Hale. Además, no había nada en Francia que le llamara tanto la atención como para realizar semejante viaje. Su amiga tenía un propósito y alguien con el que pasaría todo el tiempo, pero, ¿qué haría ella mientras tanto?

    —No puedo acompañarte a Francia. Una cosa era decir que estabas en mi casa todas esas horas y otra muy distinta es realizar un viaje de semejantes dimensiones —comentó Linzy, viendo como el semblante de Clea se apagaba—. Pero... ¿qué te parece esto? Quiero visitar Hampshire y viajar por todo el territorio me llevará mucho tiempo. Diremos que tú vienes conmigo y eso debería concederte el tiempo suficiente como para que el señor Mardling termine tu cuadro, ¿no crees?

    Clea alzó la cabeza en el acto, sonriendo, y, rompiendo a reír, se abrazó a su amiga, mientras Linzy reía también.

    —¡Eres la mejor! ¡Realmente eres la mejor!

    Así que así arreglaron la coartada.

    Linzy visitó la casa de los Bells, le habló a Lisa de su viaje y le preguntó a la señora Bells si permitiría que su hermana viajara con ella. Conocía a la joven desde hacía casi más de dos años, así que accedió a dar su permiso. Del mismo modo que las gemelas aprovecharon la ocasión para conocer a aquella tímida muchacha que, a pesar de ello, ayudaba a Clea.

    —¿Y si tus padres o tus hermanos dicen que Clea no viaja contigo? —le preguntó Kaila, cuando fueron todas a la habitación de esta para hablar con algo más de intimidad.

    —Mi madre murió cuando... yo nací y... mi padre y mis hermanos no... me prestarán atención. Nunca lo... han hecho —confesó esta, casi sin mirarlas.

    Le había costado mucho tiempo hablar con normalidad con Clea. Le llevaría algo más poder coger la suficiente confianza con las gemelas como para hablar con ellas naturalmente.

    Las hermanas Bells se miraron al oír aquella información, sintiendo algo de lástima por esta, pero eso no significaba que confiaran ciegamente en ella, así que continuaron con sus preguntas.

    —¿Y por qué estás ayudando a Clea, sabiendo el lío en el que podrías meterte? Podrías quedar como la alcahueta de Londres y, desde luego, no hablarían muy bien de ti —le dijo Kailyn.

    —Bueno... no creo que a mi... padre le importe lo que... haga. Además, ella ha sido... la primera amiga que he tenido... nunca —confesó.

    Aquello terminó de desarmar a las gemelas, ya que Clea también había sido la primera amiga de verdad que ellas habían tenido, con lo que Kaila colocó una mano sobre su hombro, haciendo que se sobresaltara, mientras Kailyn la cogía de la mano, sintiendo empatía hacía ella.

    —Puedes estar tranquila. Ahora cuentas con nosotras también.

    Aquello emocionó tanto a Linzy que, antes de que alguna de ellas pudiera hacer algo para evitarlo, esta se echó a llorar, dando las gracias mientras ellas no podían evitar reírse por aquella reacción, intentando que se calmara lo suficiente como para que las lágrimas cesaran.

    De extraña forma, Jack se mostró ansioso esperando noticias de Clea.

    Quería saber si había conseguido encontrar un modo de viajar con él sin que su hermana mayor los matara a ambos, diciéndose que aquella ansiedad se debía a que se encontraba tan cerca de poder retratarla, de poder plasmar sobre el lienzo la imagen que tenía de ella.

    Era cierto que, antes o después, acababa acostándose con sus modelos, sobre todo porque ellas estaban bien predispuestas para ello, pero sus ganas de pintar a la joven Freeman habían apartado a un lado su visión como hombre. Siempre que pudiera tener aquel retrato, se contendría de todo lo demás, si así lo quería ella, y atesoraría este el resto de su vida. Lo expondría, ¿cómo no?, ya que algo como ella tenía que ser compartido con el mundo entero, que fuera admirado y apreciado, pero, al final, ese cuadro se quedaría solo para él.

    Incluso mientras había hecho unos primeros bocetos de la familia, sus manos volvían una y otra vez a Clea, teniendo que esforzarse para tomar bocetos de los demás, encontrar sus puntos buenos y tener un buen material para empezar con su trabajo.

    —Jack, cielo, ¿qué es lo que te ocurre? —le preguntó su compañera de cama, reptando desnuda por la superficie hasta colgarse a él por la espalda, ya que Jack había ido a levantarse para lavarse, quedando sentado en el borde mientras se perdía en sus pensamientos.

    Echando un leve vistazo a su espalda, contempló la sonrisa cansadamente satisfecha de la vizcondesa de Taaffe.

    La mujer, que aún no había cumplido sus tres0, buscaba diversión allí donde pudiera encontrarla y, teniendo en cuenta que su último trabajo había sido un retrato suyo, a esta le había parecido divertido tener una aventura con su retratista, a pesar de que podría tener a cuanto hombre desease. De larga cabellera rubia y de ojos verdes, tenía una sonrisa sensual en sus llenos labios cuando alguien era de su agrado. De cuerpo perfectamente lleno, con un pecho abundante, hacía que los ojos de los hombres presentes en una sala donde ella entrara corrieran a observarla.

    Aún así, Jack solo había aceptado aquella aventura porque no tenía motivos para negarse, ya que con su trabajo, había observado a tantas mujeres de su tipo que ni siquiera se sorprendía cuando las encontraba. Eran mujeres que sabían de su atractivo, pero que, equivocadamente, pensaban que no había nadie más hermosa que ellas.

    —¿Está algo atascado en esa hermosa cabecita tuya? —le preguntó, apretando más los pechos en su desnuda espalda, acariciando los cabellos de Jack.

    —No es nada. Solo le estaba dando vueltas a un futuro trabajo —le aseguró él, tratando de dirigirle una sonrisa relajada, echándose la sábana sobre las piernas para ocultar que su cuerpo no iba a reaccionar por sus juegos.

    Había necesitado desahogarse cuando había llegado allí, pero, ahora, después de que el momento pasara, ya no iba a servir.

    —¿Un trabajo futuro? ¿De quién se trata? ¿Es alguien que conozco?

    —Lo dudo —fue todo lo que Jack le dijo al respecto.

    Nunca imaginaría a Clea en los mismos círculos que la vizcondesa, ya que la primera no había hecho conocidos tan importantes y la segunda se relacionaba todo lo que podía con las esferas más altas a las que era capaz de llegar. No conocía a nadie sin un titulo que no estuviera bajo su control. Si no fuera por su trabajo, ni siquiera Jack la hubiera conocido nunca.

    —Bueno... me he dado cuenta que ni siquiera has pronunciado mi nombre antes. Eso me ha hecho sentir muy solitaria —le indicó la vizcondesa, acariciando su cuello con los labios y la nariz.

    —Perdona, Anna. No me habré dado cuenta.

    —No me gusta que hagas eso. Si no gritas mi nombre, creo que estás haciendo el amor con otra mujer.

    —¿Qué tonterías dices? Nadie podría hacer el amor contigo pensando en otra persona —le aseguró, sonriendo, animado, mientras daba un apretón cariñoso a uno de los brazos que le estaban rodeando.

    —Eso espero. No me gustaría enterarme de lo contrario.

    —El problema es que voy a pasar un tiempo fuera —le contó, ya que su relación era algo complicada.

    Aunque fueran amantes, y eso significaba que Jack podía buscarla cuando quisiera, tenía que informarle siempre de dónde estaba, ya que si ella lo buscaba y no le encontraba, podía sufrir una rabieta lo bastante grande como para que su marido corriera el riesgo de enterarse de su aventura. En una de esas ocasiones, Jack tuvo que volver antes de tiempo de un viaje que hizo a Kingston e informarle del porqué se había marchado para que ella se tranquilizara.

    —¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? —le preguntó, haciendo círculos en su pecho con un dedo.

    Para ser solo amantes, la vizcondesa había resultado ser demasiado celosa. Menos mal que aquel tipo de mujer se cansaba rápido y cambiaba de amantes bastante a menudo. Jack seguía soltero para no tener que dar explicaciones a nadie.

    —Unos meses, no sabría decir cuántos con exactitud. Pero los podrías aprovechar para estar con tu esposo. Estoy seguro que te echa de menos muy a menudo.

    —Yo no lo creo. En cuento comprobó que no podía hacerme un hijo, me llamó yerma y dejó de visitar mi habitación. ¿No te parece un insulto realmente feo cuando la culpa podría no ser mía? Es un viejo que ha tenido tres esposas y no ha tenido un hijo con ninguna. Su segunda esposa le dio un hijo, pero solo hace falta verlo una vez para saber que no es suyo.

    —¿Y no vas a seguir su ejemplo? A lo mejor, eso te daría una mejor posición con él —le sugirió.

    Al menos, estaría entretenida con algo, aparte de con él mismo.

    —No me interesa. Ya tengo todo lo que quiero y mi posición en la sociedad no puede ser mejor. Que mi marido se busque sus propias diversiones fuera de esta casa también es un alivio para mí.

    —Pues tendrás que buscarte otro entretenimiento mientras estoy fuera —fue en lo que Jack pudo resumir los hechos.

    —Veré qué es lo que puedo hacer mientras tanto. Pero, en cuanto vuelvas, quiero que vengas a casa. Tengo la seguridad que no encontraré a nadie decente que cubra tu puesto, cielo —aseguró la mujer, acariciando sus labios mientras Jack se dejaba hacer, sabiendo que, si apartaba sus manos, esta se pondría de mal humor.

    —El tiempo pasará muy rápido —trató de asegurarle este, sin demasiada alegría.

    CAPÍTULO 4

    Clea casi no podía creerse que todo le estuviera saliendo tan bien, acercándose, días después, a escondidas, a ver al señor Mardling mientras el pintor preparaba sus cosas en el jardín, queriéndole informar de las buenas nuevas.

    —Podré viajar con usted a Francia —le dijo, asomada a la puerta que daba al exterior, sabiendo que las gemelas estaban entreteniendo a su hermana mientras ella le daba la noticia.

    Jack, que había estado sacando sus frascos de pintura, preparando los colores, levantó la cabeza hacía ella de golpe, concentrado en otra cosa como había estado.

    —¿En serio?

    Clea asintió, sonriendo ampliamente.

    —Lo único que hace falta es que me avise de cuándo vamos a irnos y me vaya a buscar a casa de los Hale. Mi hermana cree que me iré de viaje con ella a Hampshire. Usted tendrá que ultimar los detalles

    —Bien. ¡Eso es bueno!  —Exclamó Jack, tomando una de las manos de Clea, que tenía apoyada en la puerta, haciendo que la muchacha contuviera un instante el aliento por el contacto.—Tenía pensado marchar poco después de que termine con este retrato. Mi amigo en Francia lleva tiempo pidiéndome que lleve una exposición allí con mi presencia, de ser posible. Se alegrará de que no vaya a ir solo.

    Clea asintió, aún con la vista clavada en aquella mano del hombre envolviendo la suya, pero, aunque le encantaría permanecer horas y horas hablando con Jack, charlando sobre temas banales simplemente para escucharle, oía las voces de las gemelas dirigiéndose hacía allí, avisándola de que no podían retener por más tiempo a su hermana. Así que, despidiéndose de Jack con la cabeza, solo salió corriendo para alejarse de allí, teniendo que soltar su mano de la de él, tratando de que sus pasos no resonaran por el suelo.

    Sin embargo, aunque las gemelas le estuvieran echando una mano con Lisa, no contaron con el otro habitante de la casa, chocando con el pecho de Adrien antes de darse cuenta de que el hombre caminaba por el pasillo en dirección contraria.

    Maldiciendo su mala suerte, alzó la vista hacía él, pensando si su cuñado habría supuesto de dónde habría salido, corriendo desde aquella dirección. Y, aunque se llevaba bien con su cuñado, no conseguía averiguar en lo que se encontraba pensando en cada momento cuando lo miraba. Era como si pudiera esconder sus pensamientos detrás de un muro.

    Tocándose el lugar del pecho donde la cabeza de Clea le había golpeado, le revolvió el cabello, como si, en vez de una chica de 19 años se hubiera dado de bruces con él, se hubiera cruzado con un chiquillo travieso.

    —¿Vienes de hablar con el señor Mardling? —le preguntó, dando en el clavo con increíble precisión.

    —¿Por qué piensas eso? —le preguntó ella a su vez, tratando de no parecer culpable, sintiendo como sus mejillas amenazaban con colorearse.

    —Porque es lo único que hay en esa dirección que te podría hacer salir corriendo hacía aquí. No querías que tu hermana te viera hablando con él, ¿no?

    ¡¿Por qué tenía que ser siempre tan perfectamente observador?! Cierto era que venía corriendo del jardín, pero en aquella dirección también estaba cerca de las dependencias del servicio o la biblioteca. Y podría estar corriendo por mil y un motivos. Tal vez, se le había olvidado algo en su cuarto o estaba buscando a alguien con urgencia.

    —Por favor, no se lo digas a mi hermana —le rogó, sabiendo que ya la había atrapado.

    —Tranquila. No coincido con Lisa

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