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Hermida Revillas, C., La Revolución Bolchevique No Fue Un Golpe de Estado (2002)

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Historia y Comunicación Social ISSN: 1137-0734

Vol. 7 (2002) 109-119

La revolución bolchevique
no fue un golpe de estado

CARLOS HERMIDA REVILLAS

RESUMEN

Frente a la tendencia historiográfica que considera la revolución de Octubre como


un golpe de estado perpetrado por Lenin, este artículo defiende que la revolución bol-
chevique fue una auténtica revolución de masas. A la altura de 1917, los bolcheviques
tenían la mayoría de delegados en los soviets de Rusia y en las diferentes organizacio-
nes de masas. El apoyo de los obreros y de buena parte de los soldados permitió al par-
tido bolchevique tomar el poder con bastante facilidad. La victoria en la guerra civil, en
la que los ejércitos contrarrevolucionarios contaron con el apoyo militar y económico de
las principales potencias capitalistas, demostró con claridad que los bolcheviques con-
taban con el apoyo de las masas populares rusas, y constituye la prueba irrefutable de
que la teoría golpista carece de cualquier base objetiva.

ABSTRACT

Contrary to the views of some historians that the October revolution was a coup d’e-
tat carried out by Lenin, this paper argues that the Bolshevik revolution was, in fact, a
mass upraising. By 1917 the Bolsheviks had the majority in the soviets of Russia and in
other mass organisations. With support of the workers and of a good part of the soldiers
the Bolshevik party had little trouble taking power. The victory in the civil war, fighting
against an army helped by the main capitalistic powers, showed quite clearly that the
Bolsheviks had the support of ordinary people, and Lenin did not need a coup d’etat to
get into power.

Octubre de 1917 cambió el rumbo de la Humanidad. Hasta ese momento, y


salvo el corto episodio de la Comuna parisiense, la posibilidad de una alterna-
tiva al capitalismo, de edificar un orden socialista que terminara con la explo-
tación y la miseria, no pasaba de ser una teoría, la que habían elaborado Marx
y Engels en el siglo XIX. Por ello, la conquista del poder por los obreros rusos,

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encabezados por el partido bolchevique, fue una gigantesca conmoción para las
clases dominantes. Las fábricas nacionalizadas, la expropiación de los terrate-
nientes, el racionamiento con carácter de clase, todo eso era para la burguesía
mundial una pesadilla, el mundo al revés. Las verdades supuestamente eternas
se habían derrumbado; el empresario no era necesario para el funcionamiento
de las fábricas, ni la propiedad privada constituía necesariamente el fundamento
de la sociedad. No es de extrañar, por tanto, que esa revolución que despertó el
entusiasmo de los trabajadores, concitara también el odio de la burguesía.
Desde 1917, el capitalismo mundial no tuvo otro objetivo que la destrucción del
poder soviético. Por cualquier medio, mediante la intervención armada en la
guerra civil de 1918-1921, el cerco diplomático y el aislamiento económico, la
burguesía mantuvo una lucha implacable contra la Rusia soviética. En esa
agresión continua, sistemática, no podía faltar el combate ideológico. Legiones
de profesores, ensayistas, historiadores y periodistas han dedicado sus vidas y
sus obras a desprestigiar la revolución rusa. Lenin y los bolcheviques han sido
objeto de las peores injurias y el orden que implantaron ha recibido frecuente-
mente el calificativo de dictadura sangrienta.
En el arsenal ideológico de los intelectuales orgánicos de la burguesía hay
un argumento recurrente. La revolución de octubre no fue tal, no hubo ningún
movimiento revolucionario, sino simplemente un putsch, un golpe de estado. La
insistencia en este planteamiento tiene su explicación: si los bolcheviques to-
maron el poder mediante una acción golpista, lo que vino después, la cons-
trucción del orden soviético, no tendría legitimidad alguna. Los obreros, sol-
dados y campesinos no se habrían rebelado contra el gobierno de Kerenski, sino
que todo fue obra de unos aventureros sedientos de sangre y poder, dirigidos
por el fanático Lenin. No hubo revolución y las masas no estaban contra el ca-
pitalismo. La dictadura y el terror explicarían los setenta y cuatro años de vida
de la Rusia soviética. Con la disolución de la URSS se acabó el mal sueño. Fin
de la Historia. El capitalismo es el único sistema posible.
Antes de desmontar esta patraña y demostrar al lector que los hechos de Oc-
tubre de 1917 constituyeron una revolución de masas, repasaremos, sin ánimo
de exhaustividad, algunos ejemplos recientes de la historiografía occidental.
Orlando Figes, en su libro La revolución rusa (1891-1924). La tragedia de
un pueblo, escribe: «Pocos acontecimientos históricos han sido más profunda-
mente distorsionados por el mito que los que sucedieron el 25 de octubre de
1917... La Gran Revolución Socialista de Octubre, como vino a ser denomina-
da en la mitología soviética, en realidad fue un acontecimiento a pequeña es-
cala, que de hecho no pasó de ser un golpe militar, que resultó inadvertido para
la vasta mayoría de los habitantes de Petrogrado» 1.
En La revolución del siglo xx, Capitalismo, Comunismo y Democracia, de
Gabriel Tortella, leemos: «A principios de noviembre (octubre para los rusos)

1
O. Figes: La revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo. Barcelona, Edhasa, 2000, p.
538.

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los bolcheviques, que empezaron a llamarse a sí mismos comunistas, asaltaron


por la fuerza el Palacio de Invierno (sede del gobierno) y en un magistral golpe
de Estado se hicieron con el poder en Rusia; ya no lo iban a dejar hasta 74 años
más tarde» 2.
También se expresa en el mismo sentido Ernst Nolte, quien sostiene que «la
Revolución de Octubre de hecho fue ante todo un golpe realizado por un par-
tido socialista contra otras agrupaciones también socialistas, así como contra las
intenciones del Congreso Soviético, el cual sin duda hubiera obedecido el
principal deseo de las masas y formado un gobierno soviético basado en los
partidos socialistas, con exclusión de los burgueses» 3.
En fin, y para no alargar las citas, terminaremos con el historiador esta-
dounidense Gabriel Jackson, quien también se ha unido al coro de los golpistas
en su Civilización y barbarie en la Europa del siglo xx, donde afirma que «la
Revolución de noviembre fue un exitoso golpe de Estado. Se produjo la ocu-
pación sin resistencia y por sorpresa de los principales edificios públicos, co-
rreos, radios, etc; los diputados de la Duma, que querían evitar un baño de san-
gre y que todavía no tenían una idea clara de las acciones que se podían esperar
de los bolcheviques, se rindieron en el palacio de Invierno» 4.
La teoría del golpe de estado se ha convertido en un lugar común tras la de-
saparición de la URSS. Esto puede parecer extraño a primera vista. Eliminado
el enemigo, ya no sería necesario insistir en su perversidad, pero a la burguesía
no le basta con la vuelta de Rusia al redil capitalista. La revolución de Octubre
sigue alimentando temores, al igual que el «Manifiesto Comunista», escrito en
el ya muy lejano 1848. Es necesario borrarla de la memoria histórica de los tra-
bajadores, arrojar fango sobre ella. Las mentiras, las verdades a medias y las ca-
lumnias siguen estando, por tanto, a la orden del día en la historiografía deno-
minada académica.

LOS BOLCHEVIQUES ENCABEZARON UNA REVOLUCIÓN


DE MASAS

Cuando hablamos de golpe de estado, nos referimos a una acción de fuerza


protagonizada por una minoría que toma el poder y se impone a la inmensa ma-
yoría. De acuerdo con esta definición, los bolcheviques serían un grupo de
conspiradores minoritarios que lograron derribar a un gobierno, en este caso el
de Kerenski, apoyado por la mayoría del pueblo ruso. La primera duda que nos
asalta es cómo pudieron lograrlo. ¿De qué medios se valieron los conspiradores
bolcheviques para derrocar a un gobierno que en teoría disponía de la policía, el
2
G. Tortella: La revolución del siglo xx. Capitalismo, comunismo y democracia. Madrid, Taurus,
2000. p. 90.
3
E. Nolte: La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocialismo y bolchevismo. México,
F.C.E., 1994, p. 58.
4
G. Jackson: Civilización y barbarie en la Europa del siglo xx. Barcelona, Planeta, 1997, p. 82.

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ejército y el conjunto del aparato estatal? ¿Acaso los bolcheviques eran una es-
pecie de superhombres dotados de poderes sobrenaturales? No, no lo eran evi-
dentemente. Sencillamente, la realidad histórica es otra.
La intervención de Rusia en la Primera Guerra Mundial fue catastrófica.
Además de las enormes pérdidas en vidas humanas, fruto de la incompeten-
cia de los mandos y el pésimo equipamiento de los soldados, la contienda
puso al descubierto la debilidad de la economía rusa. Muy pronto la inflación
y el desabastecimiento se hicieron sentir en el país. Las derrotas militares, el
caos económico y la corrupción aumentaron el descontento de los solda-
dos, los campesinos y los obreros. A comienzos de 1917 la situación era in-
sostenible.
A finales de febrero (según el calendario vigente en Rusia) un movimiento
revolucionario obligó a abdicar al zar Nicolás II. Se formó un gobierno provi-
sional, los partidos y sindicatos fueron legalizados y reconocidas las libertades
y derechos civiles. Pero el gobierno, representante de los intereses de la bur-
guesía, no era el único poder en Rusia. Inmediatamente los obreros y soldados
formaron soviets (consejos). En los regimientos y en las fábricas los soldados y
los trabajadores elegían de forma democrática a sus representantes. De esta for-
ma, se configuró en Rusia un doble poder; de un lado, el gobierno burgués y, de
otro, un poder obrero encarnado en los soviets. El período comprendido entre
febrero y octubre viene marcado por esa dualidad de poderes. Esta situación
sólo podía terminar con el triunfo de una de esas dos clases. O la clase obrera
derrocaba a la burguesía o ésta se impondría al proletariado.
En los primeros momentos de la revolución, los bolcheviques eran clara-
mente minoritarios en los soviets, dominados por los mencheviques y los so-
cialistas-revolucionarios (conocidos corrientemente como eseritas). Un buen
ejemplo es el soviet de Petrogrado, en el que de 3.000 delegados, solamente ha-
bía cuarenta bolcheviques. En el I Congreso de los Soviets de toda Rusia, ce-
lebrado entre el 3 y el 24 de junio, había 822 delegados con derecho a voto, de
los que 105 eran bolcheviques, frente a 285 socialistas-revolucionarios y 248
mencheviques. El comite Ejecutivo que eligió el Congreso al finalizar sus se-
siones estaba compuesto por 104 mencheviques, 100 socialistas-revoluciona-
rios, 35 bolcheviques y 18 miembros de otras tendencias.
Sin embargo, esta situación de inferioridad respecto a las otras fuerzas so-
cialistas cambió rápidamente. Los soldados querían la paz y los campesinos la
tierra, pero el gobierno, dirigido desde julio por Kerenski, mantenía a Rusia en
la contienda y se negaba a plantear el tema de la tierra. Por su parte, los men-
cheviques y los socialistas-revolucionarios con sus vacilaciones y su partici-
pación en el gobierno, se desprestigiaban ante las masas. Los bolcheviques, por
contra, mantenían una posición clara y coherente: inmediata salida de la gue-
rra y entrega de la tierra a los campesinos. Su consigna de «paz, pan y tierra»
caló profundamente entre los obreros, soldados y la mayor parte del campesi-
nado.
El prestigio de los bolcheviques aumentaba mientras menguaba el del go-
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bierno y el de las otras fuerzas políticas. El importante papel que desempeñó el


partido bolchevique en la derrota de la intentona golpista del general Kornilov
durante el mes de agosto, aumentó su popularidad. Asistimos entonces a una
bolchevización de las organizaciones proletarias.
Las cifras no pueden ser más elocuentes. Desde julio, los comités de fábri-
ca de Petrogrado estaban bajo el control bolchevique y en la III Conferencia de
Comités de Fábrica de toda Rusia (17-22 de octubre), más de la mitad de los
l67 delegados eran bolcheviques, quienes cuentan, además con el apoyo de 24
socialistas-revolucionarios 5. Los soviets sufrieron también una radical trans-
formación. El 25 de septiembre Trotski fue elegido presidente del Soviet de Pe-
trogrado, donde los bolcheviques tenían la mayoría en el Comité Ejecutivo. En
el soviet de Moscú también se hicieron con la mayoría, logrando 32 puestos en
en el Comité Ejecutivo de los consejos obreros, mientra los mencheviques
obtenían 16 6. La influencia de mencheviques y socialistas-revolucionarios se-
guía siendo importante y la mayor parte del campesinado seguía todavía a los
segundos, pero el bolchevismo se convirtió en un partido apoyado por millones
de trabajadores, soldados y campesinos. En los soviets de las ciudades indus-
triales y en la mayoría de los regimientos los bolcheviques eran mayorita-
rios 7.
La creciente influencia de los bolcheviques se aprecia con claridad en los
resultados de las elecciones a las Dumas de los barrios de Moscú, donde al-
canzaron el 51% de los votos, cuando en las elecciones de junio habían obte-
nido un 12%.

ELECCIONES A LAS DUMAS DISTRITALES DE MOSCÚ

Partido Votos Porcentajes


Junio Septiembre Junio Septiembre
Socialistas-revolucionarios
(eseritas) 374.885 54.374 58 14
Mencheviques 76.407 15.887 12 4
Kadetes 168.781 101.106 17 26
Bolcheviques 75.409 198.230 12 51

FUENTE: Grant, Ted: Rusia. De la revolución a la contrarrevolución. Un análisis marxista. Ma-


drid, Fundación Federico Engels, 1997. P. 64. Se han corregido los datos correspondientes los socia-
listas-revolucionarios en las elecciones de junio, a los que erróneamente se les atribuye más de 900.000
votos.

5
L. Kochan: Rusia en revolución (1890-1918). Madrid, Alianza, 1968, pp. 494-495.
6
O. Anweiler: Los soviets en Rusia, 1905-1921. Bilbao, Zero, 1975, p. 190.
7
O. Anweiler: Op. Cit., p. 194.

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Las elecciones locales en Petrogrado mostraron la misma tendencia, pa-


sando los bolcheviques de 184.000 votos a 424.000 8. En cuanto a los militantes
bolcheviques, los 40.000 afiliados en el mes de febrero fueron aumentando has-
ta llegar a la cifra de 240.000 durante del VI Congreso del Partido, celebrado
entre el 26 de julio y el 3 de agosto 9.
Siempre se podrá argumentar que la influencia bolchevique no superaba los
límites del proletariado, y que éste era minoritario en la sociedad rusa, pero esto
tampoco se corresponde con la realidad. Los soldados no eran otra cosa que
campesinos en uniforme y su apoyo al bolchevismo equivalía en la práctica a
una influencia del partido, aunque no mayoritaria, en las aldeas.
La orientación de las masas hacia los bolcheviques es innegable. Todos los
datos corroboran la creciente influencia y popularidad del partido, cuyo pre-
dominio es abrumador en Petrogrado, el área industrial de Moscú, los Urales, la
flota y los ejércitos del norte. Además, cuenta con el apoyo de los socialistas re-
volucionarios de izquierda. Es en esta situación y en esta precisa correlación de
fuerzas cuando Lenin, en dos cartas que escribe el 12 y 13 de septiembre,
pide al Comité Central del partido que prepare la insurrección armada 10. La
toma del poder es defendida por Lenin SÓLO cuando obtiene el APOYO MA-
YORITARIO de los trabajadores y soldados. No parece que estos hechos co-
rrespondan a la imagen del golpista aventurero y conspirador blanquista que al-
gunos historiadores ofrecen, movidos más por sus prejuicios ideológicos que
por los acontecimientos objetivos, del dirigente bolchevique.

LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

El 25 de octubre los bolcheviques derrocaron el gobierno de Kerenski. A


primeras horas de la mañana «las fuerzas bolcheviques se habían apoderado del
control de las estaciones ferroviarias, del correo y del telégrafo, del banco es-
tatal, de la central telefónica y de la eléctrica. Los guardias rojos se habían apo-
derado de las comisarías de policía y habían comenzado a asumir las funciones
de la misma policía. Además, los insurgentes contaban con el control de casi
toda la ciudad con excepción de la zona central en torno al Palacio de Invierno
y a la plaza de San Isaac. Atrincherados en el interior del Palacio de Invierno,
los ministros de Kerenski ni siquiera mantenían el control de su propia luz o de
sus propios teléfonos» 11.
Esta descripción del historiador Orlando Figes refleja con exactitud la im-
potencia del gobierno, quien únicamente pudo conseguir para la defensa del Pa-
8
L. Kochan: Op. Cit.. p. 495.
9
Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS. Tomo II. Madrid, edición Emiliano Es-
colar, 1976, p. 27
10
Las dos cartas —«los bolcheviques deben tomar el poder» y «el marxismo y la insurrección»—
en LENIN: Obras escogidas. Tomo VII. Moscú, Progreso, 1977, pp. 256-265.
11
O. Figes: Op. Cit., p. 536.

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lacio un batallón de 200 mujeres, dos compañías de cosacos y algunos cadetes


de academias militares. En la noche del 25 al 26 cayó el Palacio de Invierno.
Horas antes, Kerenski ha huido, al parecer «disfrazado de enfermera en una li-
musina del gobierno a la que los sitiadores habían permitido el paso» 12.
Existe una coincidencia general entre los historiadores en el sentido de
que los bolcheviques tomaron el poder en la capital con escasísimo derrama-
miento de sangre. Pero si eran un minoría sin apoyos, ¿cómo pudieron lograr-
lo? ¿Por qué Kerensky no pudo encontrar tropas leales que defendiesen Petro-
grado? ¿Por qué la población no se manifestó contras los bolcheviques? Sólo
hay una contestación para estos interrogantes: el gobierno de Kerenski estaba
completamente desacreditado, carecía de cualquier apoyo; es más, se había ga-
nado la hostilidad de la mayoría de la población tras el fracaso de la ofensiva
militar de junio 13. Frente a este gobierno impopular, los bolcheviques contaban
con el apoyo de los trabajadores y la guarnición. La insurrección bolchevique
triunfa porque tiene el decidido respaldo del proletariado urbano y de los sol-
dados y marineros de Kronstadt. No hay golpe de Estado, sino revolución con
protagonismo activo de las masas.
Negar el carácter de revolución a los acontecimientos de Octubre, objetan-
do que el día 25 los tranvías funcionaban con normalidad o que la cifra de los
asaltantes del Palacio de Invierno era inferior a la que después presentó la
propaganda soviética, resulta verdaderamente patético. Si los transportes pú-
blicos funcionaban y los restaurantes estaban abiertos; si no fueron necesarios
cientos de miles de hombres armados para derrocar el gobierno, ¿no es esa la
mejor prueba del favor popular que tenían los bolcheviques?

EL MITO DE LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE

Los datos expuestos hasta el momento serían suficientes para desmentir la


tesis golpista, pero debemos detenernos ahora en el hecho que se exhibe para
demostrar la naturaleza dictatorial de los bolcheviques: la disolución de la
Asamblea Constituyente.
La reunión de una Asamblea Constituyente formaba parte de las reivindi-
caciones democráticas de la revolución de febrero, pero el gobierno provisional
no quiso convocarla. Aunque para Lenin nunca fue una consigna prioritaria, las
elecciones se celebraron a finales de noviembre — ¡curiosos dictadores gol-
pistas éstos que permiten unas elecciones con pluralidad de partidos!— y los re-
sultados fueron desfavorables para los bolcheviques: 9.884.637 votos (23,9%)
y 168 escaños.

12
R. Service: Historia de Rusia en el siglo xx. Barcelona, Crítica, 2000, pp. 77-78.
13
Sobre el culto a Kerensky y su posterior caída, hay un interesante análisis en O. Figes y B. Ko-
lonitskii: Interpretar la revolución rusa. El lenguaje y los símbolos de 1917. Madrid, Editorial Biblioteca
Nueva, 2001, pp. 106-129.

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DISTRIBUCIÓN DE ESCAÑOS
EN LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE

Eseritas rusos .............................................................................. 299


Eseritas ucranianos ...................................................................... 81
Eseritas de izquierda .................................................................... 39
Bolcheviques................................................................................ 168
Mencheviques .............................................................................. 18
Otros socialistas ........................................................................... 4
Cadetes......................................................................................... 15
Conservadores.............................................................................. 2
Grupos nacionalistas .................................................................... 77
FUENTE: O. ANWEILER: Los soviets en Rusia, 1905-1921. Bilbao, Zero, 1975. p. 220.

Interpretar estos datos como un voto de castigo contra los bolcheviques o


como un rechazo del 25 de Octubre, sería una deducción errónea. El análisis
pormenorizado de las cifras revela, en primer lugar, que los bolcheviques ob-
tuvieron la mayoría de los sufragios en las principales ciudades y zonas indus-
triales: más del 45% de los votos en Petrogrado; más del 50% en Moscú; más
del 64% en Ivanóvo... Asimismo, en las guarniciones del interior y en los
frentes más cercanos a las dos capitales la supremacía bolchevique era clara. La
tendencia observada antes de Octubre quedaba plenamente ratificada.
En segundo lugar, no debemos olvidar que las elecciones se celebraron
apresuradamente, con listas de candidatos elaboradas antes de Octubre, cuando
todavía no se había producido la entrada de los socialistas-revolucionarios de
izquierda en el gobierno y, muy importante, sin que hubiese transcurrido toda-
vía el tiempo suficiente para que el campesinado entendiese el significado del
poder soviético. El voto mayoritario del campesinado a los eseritas no puede ser
entendido si lo aislamos de estas circunstancias. Los campesinos deseaban
por encima de todo la tierra y ésta les había sido entregada por el gobierno bol-
chevique. Lo que reflejaba el voto campesino era el apoyo a la revolución, más
que la adhesión a un partido.
El 5 de enero de 1918 la Asamblea Constituyente abrió sus sesiones en Pe-
trogrado, Cuando la Asamblea se negó a ratificar la «Declaración de derechos
del pueblo trabajador y explotado», adoptada por el Comité Ejecutivo Central el
3 de enero, los bolcheviques y los socialistas revolucionarios la abandonaron. A
las cinco de la mañana del día 6 la Asamblea Constituyente fue disuelta.
Presentado como una acto antidemocrático y despótico de los bolcheviques,
en realidad nadie defendió la continuidad de la Asamblea. En un contexto re-
volucionario, cuando la guerra civil era inminente, con los soviets consoli-
dándose como órganos del poder obrero y campesino, ¿qué papel le hubiese co-
rrespondido a una institución de la que formaban parte fuerzas claramente

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contrarrevolucionarias? Los soviets y la Constituyente no podían existir uno al


lado del otro. Los bolcheviques no violentaron la voluntad popular; sencilla-
mente pusieron fin a algo que nació muerto. Boris Sokolov, un socialista-re-
volucionario de derechas y, por tanto, nada sospechoso de simpatizar con el
bolchevismo, reconoció que

«La Asamblea Constituyente era algo totalmente desconocido y oscu-


ro para la mayoría de los soldados del frente; era, sin duda, una terra in-
cognita. Sus simpatías estaban claramente del lado de los soviets. Éstas
eran las instituciones que les eran cercanas y queridas, que les recordaban
sus propias asambleas de aldea.... En más de una ocasión tuve oportunidad
de escuchar a los soldados, a veces incluso a los más inteligentes, presen-
tar sus objeciones contra la Asamblea Constituyente. La mayoría la aso-
ciaba con la Duma estatal, una institución que les resultaba remota...» 14.

El historiador británico E. H. Carr, en su monumental obra sobre la revo-


lución bolchevique, confirma lo engañoso de los resultados:

«Los eseritas habían ido a las urnas como un partido único, presen-
tando una lista de candidatos; su manifiesto electoral estaba lleno de ele-
vados principios y miras y, aunque publicado al día siguiente de la Revo-
lución de Octubre, había sido compuesto antes de este acontecimiento y no
definía la actitud del partido con respecto a él. Ahora bien, tres días des-
pués de la elección, la sección más amplia del partido había formado una
coalición con los bolcheviques y se había separado formalmente de la
otra sección que mantenía su amarga enemistad contra éstos. La propor-
ción entre la derecha y la izquierda eserita en la Asamblea Constituyente
—310 frente a 40— era una cosa fortuita, enteramente diferente de la
proporción correspondiente entre los miembros del Congreso de los cam-
pesinos, y no representaba necesariamente las opiniones de los electores en
un punto vital que no habían tenido ante sus ojos de antemano..... Las elec-
ciones para la Asamblea Constituyente, si bien no registraron la victoria de
los bolcheviques señalaron claramente el camino que a ella había de con-
ducir para los ojos de todos los que supieran mirar» 15.

La verdadera correlación fuerzas no la expresaba la Asamblea Constitu-


yente, sino el III Congreso de los Soviets de toda Rusia, que abrió sus sesiones
el 10 de enero de 1918. De los 707 delegados llegados a Petrogrado, 441 era
blocheviques y el resto mayoritariamente socialistas-revolucionarios de iz-
quierda 16.

14
O. Figes: Op. Cit., p. 575.
15
E. H. Carr: La revolución bolchevique, 1917-1923. 1. La conquista y organización del poder.
Madrid, Alianza, 1972. p. 128 (se ha utilizado la 4.o edición en «Alianza Universidad», 1979).
16
G. Boffa: La revolución rusa. México, Era, 1976. Tomo II, pp. 171-172

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LA GUERRA CIVIL

Es nuestra intención examinar cualquier posibilidad que pudiese arrojar un


resquicio de verosimilitud a la tesis golpista. Imaginemos, pues, que los bol-
cheviques fueron efectivamente unos golpistas y que, en una asombrosa con-
junción de circunstancias —suerte, sorpresa, perfidia, ingenuidad de sus con-
trincantes, falta de escrúpulos y todo lo que se quiera añadir— lograron
conquistar el poder contra la voluntad mayoritaria del pueblo ruso. Ahora
bien, ¿cómo es posible que se mantuvieran en el poder y vencieran a sus nu-
merosos enemigos en la guerra civil? Consideramos que esta es la prueba ine-
quívoca que corrobora, unido a todo lo expuesto con anterioridad, el apoyo ma-
yoritario de los trabajadores y campesinos a los bolcheviques.
La burguesía y la nobleza rusas habían perdido el poder, pero contaban to-
davía con recursos suficientes para intentar recuperarlo. Tenían, además, la ayu-
da de las potencias imperialistas, que no estaban dispuestas a permitir el triun-
fo de una revolución que amenazaba el capitalismo a escala internacional. La
contrarrevolución interior y exterior desencadenaron la guerra civil en 1918.
Las insurrecciones armadas de los generales del antiguo ejército zarista
fueron acompañadas de la intervención de las potencias de la Entente para
derrocar el gobierno bolchevique; un gobierno que había firmado la paz con
Alemania y se negaba a reconocer las deudas contraídas por el régimen zaris-
ta 17. En marzo de 1918 desembarcaron en Murmansk tropas anglo-francesas,
ocupando Arkangel en el mes de agosto. A principios de abril los japoneses de-
sembarcaron en Vladivostok y a finales de junio lo hicieron los estadouni-
denses. En el verano de 1918 los bolcheviques sólo controlaban las provincias
centrales del país, con una población de 60 millones de personas. El resto de
Rusia estaba en manos de los ejércitos blancos (denominación con la que se co-
nocía a los contrarrevolucionarios) y de los destacamentos militares extranje-
ros 18.
Cercados por varios frentes, con la inmensa mayoría de los recursos ali-
menticios e industriales en manos enemigas, los bolcheviques se impusieron
después de tres años de durísima lucha. ¿Habría podido obtener la victoria en
esas circunstancias un gobierno sin el respaldo popular? No olvidemos que Ru-
sia era en 1917 un país de 150 millones de habitantes, de los que más de 100
millones eran campesinos, con predominio del campesinado pobre y medio. Si
en el campo se hubiese producido un levantamiento antibolchevique generali-
zado, el poder soviético habría sucumbido. No pretendemos ofrecer una visión
idílica de la revolución. El campesino se oponía a las requisas de grano efec-
tuadas por los bolcheviques, pero sabía que éstos le habían entregado la tierra y
17
El 3 de marzo de 1918 el gobierno de Lenin firmó con Alemania la Paz de Brest-Litovsk. El tra-
tado imponía a Rusia severas pérdidas territoriales: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia oc-
cidental, Ucrania y áreas del Cáucaso.
18
El movimiento obrero internacional. Historia y teoría. Tomo 4. La gran revolución de Octubre
y la clase obrera internacional, 1917-1923. Moscú, Progreso, 1984, pp. 131-132.

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Carlos Hermida Revillas La revolución bolchevique no fue un golpe de estado

que la victoria de los blancos supondría la vuelta de los terratenientes. Su cul-


tura política era escasa, pero conocía perfectamente la diferencia entre la re-
volución soviética y la contrarrevolución blanca.
Algunos historiadores que han hecho de la mentira su profesión, intentan
explicar la victoria bolchevique por el empleo masivo del terror contra la po-
blación. Es lamentable que profesionales del estudio de la Historia pretendida-
mente serios recurran a estos extremos ridículos. Si la guerra la hubiese deci-
dido el terror, entonces no hay duda de los blancos habrían ganado. El terror
rojo fue una respuesta a las atrocidades sin límite cometidas por los blancos 19.
El resultado de la guerra civil en Rusia vino determinado por la cuestión de la
tierra. No fue el terror, sino el decreto de 26 de octubre de 1917, que expro-
piaba a los terratenientes y entregaba la tierra a los campesinos, el que permitió
a los bolcheviques mantenerse en el poder y derrotar a sus enemigos.
Ninguna revolución ha triunfado contando con el entusiasmo del 99% de la
población. Lo importante para las fuerzas revolucionarias es contar con el sos-
tén de aquellos sectores capaces de transformar la realidad. En Francia, en
1793, los jacobinos salvaron la revolución porque fueron capaces de canalizar
el impulso de los sans-culottes y en Rusia, en l917, los bolcheviques conquis-
taron el poder porque tenían de su parte a lo más vivo y dinámico de la socie-
dad rusa.
La revolución de Octubre señaló el inicio de un largo camino aún no reco-
rrido. A todos los que consideran que la desaparición de la URSS marca el final
del comunismo, a todos los que han decretado la definitiva muerte de Marx, sir-
van de recordatorio las palabras de Lenin:

«Hemos empezado nosotros. No importa dónde, cuando ni qué traba-


jadores o en qué país sean los que finalicen este proceso; lo verdadera-
mente importante es que se ha roto el hielo, se ha trazado la senda, el ca-
mino está libre».

19
Sólo en Finlandia, los guardias blancos mataron a 20.000 personas en abril de 1918. V.
20
Serge: el Año I de la revolución rusa. Madrid, Siglo XXI, 1972, pp. 213-218.

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