Canción de seducción
Por Carole Mortimer
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Max Golding pensaba que January era demasiado fría con él, y estaba decidido a derretir su corazón de hielo.
Sin embargo, January sospechaba que el millonario abogado quería arrebatarles la tierra de su familia, y que para ello deseaba llevársela a la cama. Pero Max era muy atractivo e irresistiblemente encantador. ¿Sería tan terrible si January no regresara a casa antes de medianoche… y se quedara con Max?
Carole Mortimer
Carole Mortimer was born in England, the youngest of three children. She began writing in 1978, and has now written over one hundred and seventy books for Harlequin Mills and Boon®. Carole has six sons, Matthew, Joshua, Timothy, Michael, David and Peter. She says, ‘I’m happily married to Peter senior; we’re best friends as well as lovers, which is probably the best recipe for a successful relationship. We live in a lovely part of England.’
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Canción de seducción - Carole Mortimer
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Carole Mortimer
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Canción de seducción, n.º 1513 - diciembre 2018
Título original: His Cinderella Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-029-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
ME PERMITES que te invite a una copa?
Sentada en la barra bebiendo soda, disfrutando del merecido descanso tras una hora cantando, January se giró para rehusar la invitación amablemente. Hasta ver al hombre que se la hacía. Era él, el hombre que había estado sentado al fondo del bar del hotel mientras ella tocaba el piano y cantaba, el hombre que la miraba con tal intensidad, que era imposible no percatarse de su presencia.
Hubiera debido rechazar la invitación. Había aprendido a mantener las distancias con los clientes del prestigioso hotel, gente que estaba allí sólo de paso. Su hermana May le habría recomendado que se acordara de lo ocurrido en la granja el año anterior. Y January se acordaba. Demasiado bien. Y March le habría recordado que confiar en la gente sólo por la apariencia no traía más que problemas.
–Me encantaría, gracias –contestó January en cambio, aceptando la invitación con voz ronca.
El hombre inclinó cortésmente la cabeza y le pidió a John, el barman, una botella de champán. Luego le cedió el paso y la guió a su mesa en el rincón del lujoso bar adornado para Navidad.
La gente los miró al pasar. January vio los reflejos de ambos en uno de los espejos de las paredes. Ella alta y esbelta, con el vestido negro de noche que utilizaba para salir a escena y cantar, los cabellos castaños sueltos y los ojos de un verde grisáceo misterioso. Él, caminando con seguridad tras ella, alto, moreno y guapo, con un traje de etiqueta negro y camisa blanca inmaculada, la mirada profunda y los ojos de un azul cobalto indescifrables.
Eran aquellos ojos, de mirada intensa y atractiva, lo que había llamado la atención de January nada más empezar a cantar. Los mismos ojos que contemplaban en ese momento el balanceo de sus caderas al caminar.
January se sentó en uno de los sillones que rodeaban la pequeña mesa, y sólo entonces él tomó asiento frente a ella. Sin dejar de mirarla.
–¿Champán? –preguntó January minutos más tarde, cuando se hizo evidente que él no iba a hacer ningún esfuerzo por charlar, contentándose con mirarla.
–Al fin y al cabo es Noche Vieja –contestó él escueto.
Aquél era el fin de la conversación, comprendió January segundos más tarde al ver que él no añadía nada más. Quizá no hubiera debido aceptar la invitación.
–Sí, así es –comentó January.
John se acercó con dos copas y una botella de champán metida en una cubitera de hielo. Abrió la botella, miró a January con un gesto especulativo y se marchó. Sabía que ella jamás se acercaba a los clientes, y debía extrañarle que hiciera una excepción. También le extrañaba a ella.
–January –dijo ella decidida volviéndose al desconocido.
El hombre sonrió débilmente y se inclinó para servir las copas.
–Sí, enero suele seguir siempre a diciembre –contestó él.
–No, no era eso lo que pretendía decir –sacudió ella la cabeza sonriente–. Mi nombre es January.
–Ah –sonrió él–. Max.
No era precisamente un gran conversador, decidió January escrutando su rostro. Debía ser uno de esos hombres fuertes y silenciosos, un hombre que sólo abría la boca cuando tenía algo importante que decir.
–¿Diminutivo de Maximillian?
–De Maxim. Mi madre era una gran lectora, tengo entendido –añadió él con un gesto de mal humor.
–¿Es que no lo sabes? –preguntó ella abriendo inmensamente los ojos.
–No.
Evidentemente aquel tema era delicado.
–¿Estás aquí por asuntos de negocios, Max? –preguntó ella con curiosidad.
Después de todo era Noche Vieja, un momento que la mayor parte de la gente celebraba en familia.
–Algo así –asintió él tenso–. ¿Trabajas en el hotel todas las noches, o sólo en Noche Vieja?
–Trabajo las noches de los jueves, viernes y sábados.
–Y como hoy es viernes…
–Sí –confirmó January–. Escucha, me temo que tengo que volver a trabajar dentro de unos minutos…
–Te esperaré hasta que termines –asintió él.
Él no había bebido una gota de champán, sencillamente miraba a January con aquellos ojos profundos sin tan siquiera parpadear. Ella había aceptado la invitación dejándose llevar por un impulso, movida quizá por la curiosidad. Pero se arrepentía. Resultaba terriblemente incómodo que la observara de esa manera. January sacudió la cabeza y contestó:
–No, gracias.
Acto seguido sonrió, tratando de restarle importancia a sus palabras. Después de todo él era cliente del hotel, y ella no era más que una empleada.
–Por lo general termino a la una y media de la madrugada o las dos, según la gente que haya, pero esta noche, como es Noche Vieja, no termino hasta las tres.
Serían las cuatro de la madrugada cuando llegara a casa, y a esas horas estaría tan agotada y alterada que ni siquiera podría dormir. Así que esperaría a que se levantaran sus hermanas a eso de las seis de la madrugada. No es que fuera lo ideal, pero January sabía que tenía suerte de haber encontrado un empleo tan cerca de casa.
–Aun así esperaré –contestó Max.
January frunció el ceño perpleja. Ésa era precisamente la razón por la que siempre se había mostrado educada pero distante con los clientes del hotel. ¿Por qué había hecho una excepción con aquel hombre?
January sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿De placer, o de aprensión? Él la observaba de arriba abajo con sus profundos ojos azules, deteniéndose en los hombros desnudos, en los pechos, en la cintura de avispa. Sentía casi como si la tocara con sus dedos largos y elegantes.
–Esperaré –repitió él en voz baja–. Después de todo, ¿qué más dan unas cuantas horas más? –añadió Max enigmáticamente.
Resultaba inquietante. Tanto, que January sintió un cosquilleo en el estómago. Recordaba las recientes noticias del periódico acerca de mujeres que habían sido atacadas últimamente durante la noche. Y no era porque aquel hombre, que evidentemente gozaba de una buena posición social y económica, pareciera el Asaltante Nocturno, tal y como lo llamaban por la televisión. Aunque, en realidad, ¿qué aspecto tenía un asaltante? Seguramente el verdadero asaltante tenía un aspecto normal y corriente de día, sólo de noche se convertía en un monstruo. Y ella no creía que…
–Dime, January… –preguntó Max inclinándose hacia delante y mirándola a los ojos con una expresión indescifrable–, ¿crees en el amor a primera vista?
Ante lo inesperado de la pregunta, January dejó la copa de champán sobre la mesa con movimientos deliberadamente lentos y cautos. ¿Adónde habían ido a parar las cortesías habituales entre personas que apenas se conocían?, ¿qué había sido de las preguntas típicas, como: «¿qué tal?», «¿a qué te dedicas cuando no tocas el piano?» ¿Cómo era posible pasar directamente a preguntar si creía en el amor a primera vista? La respuesta, indudablemente, era no. January adoptó un gesto burlón y contestó:
–En una palabra, no. Creo en la atracción sexual a primera vista, quizá. ¿Pero en el amor? Imposible, ¿no te parece?
–Era yo quien preguntaba –contestó él sin parpadear siquiera.
–Y yo te he dicho que no –dijo ella nerviosa, comenzando a enfadarse–. ¿Cómo puede nadie enamorarse de alguien al que ni siquiera conoce?, ¿qué pasa cuando descubre todas esas molestas costumbres que no conocía al principio? Como por ejemplo apretar el tubo de la pasta de dientes por en medio, dejar el periódico hecho un asco después de leerlo, andar descalzo…
–No hace falta que sigas, January –la interrumpió él seco, con un brillo cálido en la mirada de intenso azul–. ¿Me estás diciendo que tú haces todas esas cosas?
¿Era eso? Bueno, sí. Lo del tubo de la pasta de dientes ponía a March a cien. Y May siempre se estaba quejando del estado en que encontraba el periódico. Y en cuanto a lo de andar descalza… era algo que hacía desde que era pequeña, aunque fuera poco práctico en una granja. En una ocasión había caminado sobre un montón de madera y había acabado clavándose un clavo. E inmediatamente había tenido que acudir al hospital a ponerse la inyección contra el tétanos. En otra ocasión había pisado el carbón de una hoguera, y de nuevo había tenido que ir al hospital.
–Siempre me han asegurado que el amor es ciego