Un ángel misterioso
Por Kate Thomas
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Dani Caldwell no quería que su corazón volviera a romperse otra vez, pero no tuvo más remedio que confiar en Josh. Sus fuertes brazos estaban dispuestos a defenderla y a protegerla, y eran capaces de sostener a su hijo con ternura. Eso hizo que la madre soltera, que no quería depender de nadie, soñara con convertirse en la mujer de Josh Walker para siempre.
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Un ángel misterioso - Kate Thomas
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Catherine Hudgins
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un ángel misterioso, n.º 1084- mayo 2022
Título original: Texas Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-650-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
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Capítulo 1
Josh Walker frunció el ceño y metió otro CD en el reproductor del coche. No quería admitirlo, pero se había perdido. Perdido en medio de la más enorme nada que jamás hubiera visto: ni árboles, ni casas, ni tráfico. Aparte de unas cuantas florecillas silvestres en la cuneta, en el oeste de Texas no había nada salvo cactus y rocas.
Y mal tiempo. Las nubes grisáceas que habían comenzado a desparramarse por el horizonte una hora antes estaban llenando todo el cielo. Josh juró. Sólo había contado una intersección desde el momento de dejar la autopista interestatal. Debía de haberse equivocado entonces, pensó. Tendría que haber llegado ya a San Angelo.
Tampoco importaba demasiado. El caso de Midland se había resuelto inesperadamente al aceptar su cliente una nueva oferta aquella misma mañana. Josh había llamado a su oficina de Virginia y había comprobado que no había nada urgente. Así pues había metido el traje y la corbata en la maleta, había sacado los vaqueros, la camisa y las botas, y se había preparado para disfrutar de uno de sus grandes placeres: un largo y solitario viaje por carretera.
Por lo general los kilómetros en soledad conseguían relajarlo, desvanecer su estrés, pero en aquella ocasión la táctica no estaba funcionando. En aquellos días nada parecía funcionarle. El trabajo ya no lo absorbía, la casa no era sino una inversión, y el sexo… Aquella última relación lo había dejado completamente frío. Vacío, comprendió.
Pero eso tampoco estaba dispuesto a admitirlo. Al fin y al cabo sólo tenía veintinueve años, su vida no estaba vacía. Todo le iba bien, se dijo tratando de convencerse. Josh contempló las flores silvestres de aquel mes de abril. Quizá su vida fuera estéril, rutinaria… pero no solitaria. Si estaba solo era porque así lo había elegido.
Porque ésa era la única opción, pensó. Había aprendido la lección seis años antes, cuando su novia desapareció inesperadamente un fin de semana para deshacerse del hijo de los dos. Sin ni siquiera preguntar, sin molestarse en mencionarlo. Si no hubiera sido por aquella bocazas amiga suya, Josh nunca se hubiera enterado. Al final había descubierto la verdad, y la angustia y la ira se habían apoderado de él.
Sin embargo luego se había repuesto. Y había decidido ignorar para siempre todo sentimiento, mantenerse ocupado. Aquello había funcionado. Había conseguido poner en marcha el gabinete legal, había tenido éxito y nunca más le había vuelto a herir ninguna mujer. Por eso, aunque últimamente estuviera algo inquieto, su vida era perfecta, razonó.
Por supuesto otras personas podían no estar de acuerdo. Marletta, su secretaria, lo amenazaba con retirarse y su cuñada… Josh refunfuñó al recordar la forma en que había reaccionado al escuchar el repaso que él mismo le había dado a su vida cuando fue de visita a Montana. Cuando su hermano pequeño, Dan, apareció con Mei Li, su nueva novia asiática, Annie le había tomado el pelo diciéndole que era el último de los Walker soltero. Y le había advertido que más le valía espabilar. Él le había respondido que jamás volvería a relacionarse con ninguna mujer, Annie había corrido tras él y le había preguntado cuándo iba a dejar de compadecerse de sí mismo. No era cierto que se compadeciera de sí mismo, le había respondido él. Sólo había puesto en práctica una sabiduría y prudencia aprendidas a base de duras lecciones en la vida.
Josh sacudió la cabeza y giró el volante en una curva.
—Tú no eres el único que sufre, Josh —le había respondido Annie—. Todo el mundo sufre, es parte de la vida. Si quieres seguir así adelante, la elección es tuya. Pero si quieres ponerle fin deja de lamentarte de ti mismo. La mejor forma de hacerlo es encontrar a alguien que esté peor que tú y ayudarlo.
Tonterías, había respondido Josh. Sin embargo no había podido borrar de su mente las palabras de Annie. Aún en aquel momento, semanas después, era incapaz de olvidarlas. No obstante tampoco terminaba de comprender lo que Annie había querido decir: ¿se trataba de buscar la satisfacción ayudando a los demás o de comprender lo bien que estaba uno en comparación con ellos?, se preguntó.
No conocía a nadie que estuviera peor que él.
Dani Caldwell llevó el camión a la cuneta al llegar a la señal de stop. Quizá se equivocara, pero creía que se le había roto una varilla, lo cual significaba que… Dani tragó tratando de ignorar el pánico que la atenazaba. El miedo no servía de nada. El desastre ya se había producido, de modo que sólo le restaba calmarse y seguir adelante.
—Debería de tener práctica en esto —musitó para sí misma mientras recogía la bolsa de la compra en la que había gastado sus últimos dólares y salía del camión—. Quizá incluso me dedique a dar seminarios sobre cómo salir adelante en situaciones difíciles cuando el bebé haya nacido.
Dani continuó reflexionando sobre aquella estúpida idea mientras caminaba por la estrecha y poco frecuentada carretera estatal hacia la cabaña que se había convertido en su refugio y prisión. De ese modo evitaba pensar en sus verdaderos problemas: el calor de aquella tarde, sus desastrosas finanzas, el camión definitivamente inservible…
—Comenzaré por dar unas cuantas lecciones gratis a los grupos parroquiales, y luego daré clases en hoteles. Cobrando, por supuesto. Me convertiré en la reina de la supervivencia. Tendré vendedores propios, libros, vídeos…
Dani tropezó con una piedra y se tambaleó. Aquello hubiera podido ser el final. Cambió de mano la bolsa de la compra y continuó andando. Hasta el momento había logrado sobrellevar todas las dificultades, pero en medio de aquel desierto del oeste de Texas, de aquella nada, con un tobillo roto… Era razón suficiente para rendirse.
Sin embargo no se había roto el tobillo. Era joven, fuerte y resuelta, aunque también estuviera desgarrada, viuda, embarazada y sin empleo. El bebé pataleó en su vientre.
—Éste ha sido tu primer comentario en el día de hoy —dijo en voz alta sonriendo y poniendo una mano sobre su vientre—. Ya veo que estás bien, tigre. Nada de compadecerse de uno mismo, encontraremos una solución. Además, casi estamos llegando a casa.
Justo antes de llegar al cauce seco del río, Dani giró rodeando el árbol que marcaba el inicio de un estrecho sendero de piedras. Aquel camino seguía recto durante unos cuantos metros para girar después delante de una enorme piedra y llegar por fin a su escondite, una cabaña de una sola habitación que pertenecía al tío de una compañera de clase.
Dani tuvo que pararse a descansar en aquella gran piedra, pero según los libros era normal que se cansara estando tan cerca el momento del parto.
—Sólo un par de semanas más, cariño —le susurró a la preciosa carga que llevaba dentro—. Luego comenzaremos una nueva vida juntos.
Dani contempló el paisaje duro y desértico, tan distinto a Piney Woods, al este de Texas, donde había nacido. Una ola de añoranza la embargó. Hubiera deseado que todo hubiera sido diferente. Por ejemplo poder dar a luz en Lufkin, su ciudad natal, y que su hijo conociera a su padre.
Cerró los ojos. Durante los últimos seis meses el dolor por la muerte de Jimmy había dado paso a la aceptación. Jimmy se había peleado en una refriega en un bar, y al día siguiente, cuando el médico certificó su muerte, todas sus esperanzas e ilusiones se marcharon con él.
¡Y había tenido tantas!, recordó. Se había enamorado a primera vista, nada más tropezar con Jimmy Caldwell en la cafetería del instituto. En cuestión de semanas salían juntos y cuatro años más tarde, el día de su dieciocho cumpleaños, se habían casado para vivir felices para siempre.
—Para siempre —repitió Dani en voz alta suspirando.
Aquel para siempre había durado cinco años, y la parte feliz, bueno… fueron felices durante un tiempo, recordó. Sin embargo, Jimmy había cambiado mucho, sobre todo durante los dos últimos años. Para cuando la historia tocó a su fin el chico al que había amado se había convertido en un completo extraño.
—Pero no te preocupes, cariño, no volveré a cometer el mismo error —dijo Dani.
No tenía tiempo, un niño estaba de camino. Y por supuesto Dani no era tan inocente como para no darse cuenta de que sacarlo adelante ella sola iba a ser difícil. Sin embargo no tenía elección, de modo que aquello resolvía la cuestión.
No tenía elección, se repitió en silencio pasándose la mano por el vientre. Sus padres habían muerto en un accidente de tráfico semanas después de la boda, y los padres de Jimmy… Dani los hacía responsables de la infelicidad y del comportamiento autodestructivo de su marido. Habían ejercido una presión incansable sobre él alentándolo a ser el mejor, el primero. Cuando Jimmy comprendió que era incapaz de dar la talla se dio a la bebida en lugar de tratar de buscar el consuelo en su mujer.
Pero sus suegros no iban a tener la oportunidad de hacer lo mismo con su hijo, se dijo Dani. Por desgracia pensaban de un modo muy distinto a ella, y tenían dinero y contactos por todo el estado de Texas. No vacilarían en usar todos los medios a su alcance hasta conseguir lo que quisieran.
Y lo que querían, muerto su hijo, era la custodia legal de su nieto. Dani se negaba a separarse del bebé, pero no tenía medios para luchar contra ellos. Por eso había huido. Una y otra vez.
Había planeado esperar al bebé en aquella cabaña hasta el último momento y dirigirse luego a una ciudad grande para dar a luz. Pagaría un par de noches en un motel y a una niñera para que cuidara del recién nacido con sus escasos ahorros, y después limpiaría casas o cuidaría de niños mientras buscaba un modo serio de ganarse la vida.
—¡Bravo por los planes! —exclamó al comprender que el camión estropeado se los había echado a perder—. ¿Y ahora qué?
Un fuerte rugido la hizo mirar para arriba. Nubes negras llenaban el cielo lanzando rayos sobre el desierto.
—Gracias —continuó en voz alta—. Estaba a punto de perder el tiempo preocupándome, como si eso fuera a arreglar la situación —las primeras gotas de lluvia cayeron sobre su cabeza—. Tengo un techo bajo el que cobijarme —añadió dirigiéndose al niño y recogiendo la bolsa de la compra—, y será mejor que me apresure a hacerlo.
Dani se encaminó hacia la cabaña antes de que la lluvia arreciara. Deseaba seguir pensando de un modo positivo, pero no sabía cuánto tiempo más iba a poder resistir. Sin coche, sin trabajo, sin dinero, sola y con un bebé en camino…
—Vamos, deja de lamentarte —se ordenó a sí misma en voz alta—. Hay mucha gente que está peor que tú. No sé cómo, pero nos las arreglaremos —le prometió al bebé acariciándose el vientre—.