Un error por Navidad
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Kassia se entera que su novio la engaña y esa misma noche tomará malas decisiones, la primera beberse una botella entera de vino ella sola, la segunda, buscar un alojamiento lejos de la ciudad donde pasar las fiestas navideñas.
En un arrebato, decide intercambiar su casa y olvidarse de todo en una casa alejada de la gran ciudad y de sus problemas.
Todo parece perfecto… hasta que descubre que la casa en cuestión ¡está en obras! Al parecer se le pasó leer la letra pequeña.
¿Lo peor? Que serán unas navidades moviditas.
¿Lo mejor? Que el jefe de obra, a pesar de ser un huraño y un borde que va de perdonavidas por el mundo, no está nada mal.
Una historia de navidad que te ilusionará, te emocionará y te hará entrar en calor.
Disfruta del amor en Navidad.
Moruena Estríngana
Moruena Estríngana nació el 5 de febrero de 1983. Desde pequeña ha contado con una gran imaginación, pero debido a su problema de dislexia no podía escribir bien a mano. Por eso solo escribía pequeñas poesías o frases en sus libretas mientras su mente no dejaba de viajar a otros mundos. Dio vida a esos mundos con dieciocho años, cuando su padre le dejó usar un ordenador por primera vez, y encontró en él un aliado para dar vida a todas esas novelas que estaban deseando ser tecleadas. Empezó a escribir su primera novela antes de haber acabado de leer un solo libro, ya que hasta los diecisiete años no supo que si antes le daba ansiedad leer era porque tenía un problema: la dislexia. De hecho, escribía porque cuando leía sus letras no sentía esa angustia y disfrutaba por primera vez de la lectura. Sus primeros libros salieron de su mente sin comprender siquiera cómo debían ser las novelas, ya que no fue hasta los veinte años cuando cogió un libro que deseaba leer y empezó a amar la lectura sin que su problema la apartara de ese mundo. Desde los dieciocho años no ha dejado de escribir. El 3 de abril de 2009 se publicó su primer libro en papel, El círculo perfecto, y desde entonces no ha dejado de luchar por sus sueños sin que sus inseguridades la detuvieran y demostrando que las personas imperfectas pueden llegar tan lejos como sueñen. Actualmente tiene más de cien textos publicados, ha sido número uno de iTunes, Amazon y Play Store en más de una ocasión y no deja de escribir libros que poco a poco verán la luz. Su libro Me enamoré mientras mentías fue nominado a Mejor Novela Romántica Juvenil en los premios DAMA 2014, y Por siempre tú a Mejor Novela Contemporánea en los premios DAMA 2015. Con esta obra obtuvo los premios Avenida 2015 a la Mejor Novela Romántica y a la Mejor Autora de Romántica. En web personal cuenta sus novedades y curiosidades, ya cuenta con más de un millón de visitas à http://www.moruenaestringana.com/ Sigue a la autora en redes: Facebook https://www.facebook.com/MoruenaEstringana.Escritora X https://X.com/moruenae?lang=es Instagram https://www.instagram.com/moruenae/?hl=es
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Un error por Navidad - Moruena Estríngana
Prólogo
Casiopea, a la que todos llamaban Kasia, menos su madre, con sus diez años, esperaba a su progenitora en las escaleras de la casa. Le había dicho que irían a comprar los ingredientes para hacer sus mantecados de almendra por Navidad.
Su padre salió a la calle y se sentó a su lado.
—Kasia…, mamá ha llamado. —Tomó la mano de su hija y la miró—. No va a venir… No va a volver a casa. Ha decidido marcharse.
Kasia observó a su padre sin querer asimilar sus palabras.
Negó con la cabeza y aferró con fuerza la bolsa de los dulces. Su madre volvería, harían los mantecados y todo sería como siempre.
Kasia era incapaz de levantarse de las escaleras y, cuando cayó la noche, su padre tuvo que meterla en casa en brazos.
Esas Navidades fueron horribles, aunque su padre se esforzó por lo contrario.
A partir de entonces, las Navidades ya nunca serían lo mismo para Kasia, aunque con los años aprendió a vivir con el dolor y a disfrutar de las fiestas.
El paso del tiempo y varios desengaños amorosos, casi todos en diciembre, cerca de Navidad, le pusieron muy difícil mantener intacto su espíritu navideño.
La última gota que colmó el vaso demasiado lleno fue…
Kasia era secretaria de una importante empresa en Nueva York. Amaba su gran ciudad y más en Navidad. A pesar de que siempre temía que en estas fechas le pasara algo malo, seguía aferrada a esa ilusión navideña.
Aquel día era libre en el despacho, pero se le habían olvidado unos papeles y quería revisarlos.
Llamó a su jefe, que era también su novio, y no le respondió.
Entró en la oficina y saludó al de seguridad.
Fue a su mesa, delante de la de su novio, y le pareció escuchar unos ruidos en el despacho de este.
Emocionada, quiso ir a verlo; llevaban seis meses juntos y, aunque él no quería que se supiera lo suyo, ya que trabajaban juntos, Kasia pensaba que era especial y mágico cuando podía sacar tiempo para verla.
Escuchó un gemido y se detuvo, pero creyó que había escuchado mal hasta que oyó la voz de una mujer.
Abrió la puerta y se encontró a su novio con una desconocida.
—¡¿Se puede saber qué es esto?! —gritó Casiopea.
Su novio se puso lívido.
—¿Se puede saber qué hace usted irrumpiendo así en el despacho de mi marido? —exigió la mujer, altiva.
Casiopea miró a su novio y le pidió con la mirada que diera la cara por ella.
—Señorita Young, márchese de aquí y no haga que me arrepienta de tenerla contratada.
Casiopea, tristemente, se dio cuenta de la verdad: ella era la otra. Era la amante.
Salió del despacho y casi se chocó con el árbol de Navidad de adorno.
Lo miró con odio y se sentó a redactar su carta de renuncia.
La imprimió y la dejó en su mesa, sabiendo que no podía seguir ni un segundo más en ese sitio.
De camino a casa, odió cada canción navideña, cada guirnalda, cada lucecita… Todo estaba preparado para la Navidad, a pesar de estar a primeros de diciembre.
Llegó a casa y descorchó una botella de vino.
Quería huir lejos. No quería pasar las Navidades allí. Deseaba estar en una casita perdida en el bosque, pero el problema era que no tenía mucho dinero ahorrado.
Se metió en Google y tecleó «alquiler de casas por Navidad».
El precio era desorbitado.
Con las casas en el bosque pasaba lo mismo.
Pero, entonces, vio una web donde la gente intercambiaba su casa por la tuya.
Miró su coqueto piso de alquiler de una habitación en Nueva York y pensó en qué persona no querría pasar unas Navidades en esa gran ciudad.
Hizo fotos de su apartamento y las subió a la web, tras crearse un perfil, y luego miró qué ofertas había.
Acabó la botella antes de encontrar nada.
Empezó otra botella y siguió buscando la casa perfecta. Al fin la encontró.
Solo vio las fotos, porque únicamente con eso era perfecta para ella.
Escribió a la dueña y le mandó su perfil.
Ella le respondió que si estaba segura de querer ir a su casa.
Casiopea vio las fotos una vez más y pensó que esa mujer estaba loca al preguntarle tan insistentemente si estaba segura de todo eso.
Le dijo que sí e hicieron el intercambio.
No lo pensó mucho más.
Sacó un billete de avión y otro de autobús para llegar hasta allí. Estaba tan lejos que de seguro ni habría luces de Navidad, ni árbol, ni ninguna cosa que le recordara que esta época del año quería joderle la existencia.
Cuando se metió en la cama, lloró una vez más por amor, con las luces de Navidad de fondo y sabiendo que ya nada sería igual tras ese momento.
Capítulo 1
Kasia
Tras un viaje interminable, al fin llego a la casa donde estaré hasta Navidad.
Serán unas semanas en este sitio que parece estar en ninguna parte, rodeado de vegetación… ¿y de camiones de obras?
—Hemos llegado. —Miro al hombre del taxi y le pago.
Salgo del coche y me deja mis cosas en la entrada.
El ruido de las obras es ensordecedor y la casa tiene la mitad con andamios.
Busco en el móvil la web donde encontré este sitio y me meto para ver las fotos.
La casa es esta, pero entonces reparo en algo que no leí en mi gran noche de borrachera.
En letras grandes, en la descripción pone: «Casa en reforma. Acogedor cuarto en la guardilla, mientras se terminan las obras».
Ahora recuerdo la insistencia de la chica en preguntarme si lo había leído todo… ¡¿Cómo puedo ser tan idiota?!
La que intercambió la casa conmigo no tiene la culpa de nada y me parece una buena chica, aunque hemos hablado poco; pero sé que es de mi edad, veintiocho años, y siempre ha soñado con pasar unas Navidades en la gran ciudad.
Cojo mis maletas y ando hacia la casa.
La puerta está abierta.
Dejo las maletas fuera y entro.
Escucho unas voces y camino hacia donde provienen.
Veo a un hombre rubio de espaldas y a otro preguntándole unas cosas.
El hombre rubio es muy alto, de amplia espalda y culo sexi… No, mejor no fijarme en un espectacular trasero en un momento así.
—Disculpad. —Ambos se giran y me quedo impactada por la belleza del hombre rubio.
Este me mira y le dice algo al otro, antes de acercarse con un casco de obra rojo en la mano.
—O mucho me equivoco, o tú eres la loca que le ha cambiado su casa a mi hermana por esto. —Señala las obras.
—No leí que estaba en reforma —explico.
—Lo puso bien grande.
—Sí… Ha sido mi culpa. En mi defensa diré que estaba borracha y acababa de pillar a mi novio con una mujer que resultó ser su esposa y yo era la otra… Solo pensaba en huir y no en leer la letra pequeña. —Detengo mi verborrea y, por cómo me mira, sé que lo que le digo le importa bien poco.
—Pues es muy importante leer la letra pequeña. Por culpa de esta, vas a pasar unas Navidades moviditas.
—Me importan bien poco las Navidades. ¿Dónde me puedo instalar?
—Arriba del todo. Mi hermana lo ha dejado preparado para ti.
—¿Y te llamas?
—Dexter.
—Genial, Dexter. Voy a ver si duermo un poco, que estoy agotada del viaje.
—Dudo que puedas dormir con este lío, pero, oye, tal vez me sorprenda.
Miro su cara de chulo y todo lo bueno que está se evapora. No es más que un listillo que está muy bueno y se cree que lo sabe todo.
—Si duermo o no, es mi problema.
Subo mis cosas por la estrecha escalera, que, cómo no, está en obras, y cuando entro al cuarto, lo veo acogedor y bonito. Como debería ser el resto de la casa.
Cierro la puerta, que por suerte tiene pestillo, y me tiro en la gran cama escuchando los ruidos de las obras en la casa.
Busco mis cascos en mi bolso y grito cuando veo que están sin batería.
El cosmos está contra mí.
Me quito la ropa y me meto en la ducha mientras pienso por qué narices tengo tan mala suerte por Navidad.
Intento no romperme, pero lo vivido estos días me pasa factura.
De mi ex no he sabido nada.
Entregué la carta de renuncia, me pagaron y ya está. Fue como si no importaran mis años de buen trabajo, por no mencionar que quisiera tenerme entre sus sábanas.
Es duro saber que quien te decía «te quiero», en realidad solo estaba jugando contigo y tú te creíste cada una de sus mentiras.
Me siento devastada y me cuesta coger fuerzas para salir de la ducha.
La casa en reformas ha sido el colmo y no sé cómo voy a sobrellevar esto, pero tengo que ser fuerte. No me queda otra.
Dexter
—Te dije que solo alguien que estuviera borracho podría querer vivir aquí —le indico a mi hermana Sonia, cuando me llama para decirme que ya está instalada.
—Joo…, pobre. Pero yo no puedo irme ahora. No me sobra el dinero, tras meterme en la obra, para regresar antes de tiempo.
—Ha asumido su culpa. No creo que te haga volver.
—Ya, bueno… No seas duro con ella. Los dos sabemos que, desde que te diste un tiempo con Maya, estás muy borde.
—No estoy borde. Solo me sobra la mayoría de la gente.
—Bueno, como sea, no seas borde. Ya me siento suficientemente culpable por saber que no se había dado cuenta. Me ha dejado hasta comida preparada y cupcakes. Además de rutas para hacer por la ciudad. Se nota que es buena persona. Prométemelo, Dex.
—Te prometo que no me la comeré.
—Idiota. —Sonrío, a pesar de todo. Escucho a mi hermana comer—. Joder, estos dulces están de muerte. Si viviera más cerca, la contrataría para mi hostal.
—Dudo que quiera pasar aquí mucho tiempo. Solo está huyendo, pero se nota que es una chica de ciudad.
—Sí, pero ahora está allí. Me voy a dormir. Sé bueno.
—Seré menos borde. —Sonia se ríe y cuelga.
Dejo el móvil sobre la mesa de trabajo y me paso la mano por el pelo, cansado.
Casiopea va a ser una complicación. Lo veo venir y no tengo tiempo ni ganas para complicaciones.
Sin querer, pienso en lo bonita que es y en sus curvas de infarto.
Es complicado no fijarse en ella cuando está cerca. Sobre todo, por sus grandes ojos verdes enmarcados por unas tupidas pestañas negras.
Mi hermana quiere que sea bueno… Solo prometo que tal vez aguante una o dos de sus tonterías. Dudo que pueda soportar más.
Regreso al trabajo mientras trato de convertir la casa en un hostal acogedor.
Capítulo 2
Kasia
He dormido casi toda la noche, tras conseguir ponerme los cascos con ruido de bosque y no de obras. Pero hace tiempo que se volvieron a quedar sin batería y escucho el ruido infernal de los martilleos.
Cojo el móvil y veo que son las ocho de la mañana.
Salgo de la cama y me preparo para empezar el día.
Bajo para ver si en la cocina me puedo preparar un café doble.
Llego a ella y la veo medio destruida.
—El casco —me dice Dexter poniendo uno en mi cabeza.
—Odio el casco.
—¿Porque no hace juego con tu ropa de ciudad?
—¿Qué tiene de malo mi ropa? —Miro mis vaqueros y mi camisa rosa.
—¿Que es demasiado pija para este sitio?
—No es de marca. Mi sueldo no da para tanto. —Lo miro enfadada y me pierdo en sus ojos dorados—. ¿Tienes algún problema conmigo?
—Me molestas, pero, dime, ¿qué desea la princesita?
—A un ogro como tú, te aseguro que no —le replico retadora y un obrero se ríe.
—Esa ha dolido, Dex —dice el moreno, y me tiende una mano enguantada, que le estrecho, admirando lo alto que es. Debe de rozar casi los dos metros—. Scott, y si necesitas café o desayunar, en este sitio es imposible. Pero hay una caseta cerca donde nos preparamos la comida y…
—O te puedes ir al pueblo y perderte por él hasta las siete, que es cuando acabamos —indica Dexter, cortando a Scott.
—Aunque la idea de perderte de vista me tienta, no. No pienso irme —le replico a Dexter—. Gracias, Scott, por la información. Voy a prepararme algo para desayunar.
Me marcho a buscar la caseta y, cuando llego, veo que hay una máquina de café malo y unas pastas de bolsa.
Me preparo el café y lo degusto con asco.
Adoro el café y esto es agua manchada. Dudo que lo soporte más de un día.
Pregunto por el pueblo y me informan de que debo seguir el camino y en unos diez minutos lo encontraré.
Subo a por mi chaqueta y mi bufanda, ya que hace mucho frío en esta zona, y, con todo listo, me marcho.
No tardo mucho en llegar, pero cuando lo hago me quiero morir.
El sitio parece sacado de un cuento de Navidad. Todo está decorado en exceso y la música navideña se cuela por todos lados, ya que hay altavoces colgados de las fachadas de las casas bajas.
Ando por el pueblo sintiendo como todo esto me oprime el pecho y me recuerda una a una todas las traiciones que he vivido por Navidad.
Lo hago hasta que entro en una tienda donde venden de todo un poco y espero que tengan una cafetera o un hornillo portátil.
El hombre de la tienda se me acerca vestido de elfo de Navidad.
—¿Puedo ayudarla?
Le digo lo que quiero y me enseña dónde está lo que necesito. Solo hay dos modelos para elegir.
La cafetera es para varios cafés, pero yo bebo mucho.
Le pido un termo.
—¿Ha venido a ver nuestro precioso pueblo? —Asiento—. ¿De dónde viene?
—De Nueva York.
—Pero