UNIVERSIDAD DE CHILE
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA
De la organización espacial al poder del Inca en
Tarapacá: Arqueología de las canchas de Tarapacá
Viejo, Norte de Chile.
Memoria para optar al título profesional de Arqueóloga
ESTEFANÍA VIDAL MONTERO
PROFESOR GUÍA: MAURICIO URIBE RODRÍGUEZ
SANTIAGO, JUNIO 2011
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS! !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.....1
INTRODUCCIÓN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!......3
I. PROBLEMA DE ESTUDIO Y OBJETIVOS!!!!!!!!!!!!!..5
Problema de Estudio!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!5
Objetivos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!....6
II. ANTECEDENTES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!8
La Arquitectura como estrategia de dominio Inca!!!!!!!......11
El Inca en el contexto tarapaqueño!!!!!!!!!!!!!!..15
La Quebrada de Tarapacá en tiempos del Inca!!!!!!!!.....20
Sobre Tarapacá Viejo!!!!!!!!!!!!!!!!!...!!..22
III. MARCO TEÓRICO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!28
Espacialidad y Arquitectura!!!!!!!!!!!!!!!!!!28
Del Espacio al Poder!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...33
IV. METODOLOGÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...36
Análisis de forma: Diseño del espacio construido!!!!!!!!..36
Análisis de contenido: Estudio funcional de las canchas!!!!!...41
V. RESULTADOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...43
Primera Parte. Análisis de Forma!!!!!!!!!!!!!!.!.43
Sintaxis espacial: análisis de accesos!!!!!!!!!!...47
Análisis de cuencas visuales!!!!!!!!!!!!!.!..53
Segunda Parte. Análisis de Contenido: Estudios Previos!!!!!..59
La alfarería tardía de Tarapacá Viejo!!!!!!!!!!.!59
Excavaciones en Tarapacá Viejo !!!!!!!!!!!.!..69
VI. RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES !!!!!!!!!!!!.....102
Arqueología de las canchas de Tarapacá Viejo!!!!!!!!.!.102
En torno a las estrategias de dominio incaico en Tarapacá Viejo:
Arquitectura para el control social !!!!!!!!!!!!!.!...112
VII.
PALABRAS FINALES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.!.115
VIII.
BIBLIOGRAFÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.!!121
IX.
ANEXOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...!.!!134
AGRADECIMIENTOS
Siempre es complejo pensar en las personas a las que se debe agradecer una vez
terminada una empresa como ésta. Sobre todo porque en ella han contribuido
muchos individuos cuyas ideas, comentarios y reflexiones dieron cuerpo a este
trabajo, pese a que indudablemente soy yo la responsable de sus imprecisiones.
Ciertamente, la primera persona a quien le debo infinita gratitud es a mi profesor
guía, Mauricio Uribe. Él me invitó a participar de este y otros proyectos en el Norte
Grande y su pasión por esta disciplina me motivó a convertirla en parte de mi vida.
Mur, gracias por la paciencia, el conocimiento entregado, la guía y la amistad.
Junto a él, debo agradecer a los demás miembros de este equipo de trabajo:
Leonor Adán, Carolina Agüero, Pablo Méndez-Quirós, Constanza Pellegrino,
Gloria Cabello, Magdalena García, Alejandra Vidal, Rodrigo Retamal, Rodrigo
Riveros y especialmente a Simón Urbina, por la gran ayuda brindada en todas las
etapas de esta memoria.
A toda mi familia, directa y extensa, el constante apoyo que ustedes me han dado
ha sido fundamental durante todo este proceso. Papá, gracias por confiar en que
esta profesión rinde sus frutos y me hace feliz. Mamá, sin tu instigadora guía
habría sido imposible descubrir que esto es lo que yo quería hacer. Titi, tu
compañía me ayudó a sobrellevar estos largos años de estudio, nunca dejaste de
cuidarme y tu apoyo fue esencial para llegar hasta aquí.
A mis queridos amigos, gracias por estar ahí y por todos los años de compañía,
cariño y buenos momentos. Alicia, Cata, Maca y Eileen, no habría podido sin
ustedes. Gracias a mis compañeros de generación, a las arqueólogas del curso
por haber sido parte de este proceso y ayudarme a darle un impulso inicial a este
proyecto durante los seminarios de título. Especialmente debo agradecer a mi
amigo Felipe, por tus consejos, tu paciencia y tu cariño, por las críticas
constructivas y amables, las tardes de estudio y tantas otras cosas (¡tantas!).
1
A toda la gente que participó directa o indirectamente en la realización de este
trabajo, al proyecto FONDECYT 1030923 y a la Vicerrectoría Académica de la
Universidad de Chile por financiar el proyecto “Tarapacá Viejo y el Inka en los
Valles Occidentales, Andes Centro Sur (1450- 1540 D.C.)”, en el cual se enmarcó
esta memoria. También a las personas que fueron parte del “Tarapacá Valley
Archaeological Project”, en especial a Colleen Zori por generosamente facilitarme
su información del sitio e integrarme a las campañas de terreno. Nuevamente, al
profesor Mauricio Uribe por introducirme al estudio de la cerámica tarapaqueña y
guiarme en el proceso de análisis de parte de la colección de Tarapacá Viejo. A
los profesores del departamento, especialmente a Victoria Castro, Diego Salazar y
Andrés Troncoso, quienes contribuyeron a profundizar en los temas que dieron
origen a esta memoria y que con sus clases y conversaciones me motivaron a
seguir interesada en la arqueología.
No puedo dejar de agradecer a las distintas comunidades del norte de Chile que
desinteresada y cariñosamente nos han abiertos las puertas de su mundo.
Al Zeta y el Tristán por su infaltable y permanente compañía durante las largas
tardes dedicadas a esta tarea.
Y muy especialmente, gracias Lizzie, por todo lo que me has enseñado y lo mucho
que me has dado.
Infinitas gracias a todos ustedes.
2
INTRODUCCIÓN
La presente memoria se enmarca dentro del proyecto “Tarapacá Viejo y el Inka en
los Valles Occidentales, Andes Centro Sur (1450- 1540 D.C.)”, el cual pretende
evaluar las hipótesis clásicas sobre la presencia directa e indirecta del Inca en
Chile a través del estudio sistemático del sitio Tarapacá Viejo (Tr-49). Hasta ahora,
es conocido que el Inca ocupó espacios geográficos de manera selectiva,
atendiendo a las particularidades de cada espacio cultural utilizando medios
físicos y simbólicos que permitieran sacar provecho de la relación con las
poblaciones locales en el marco de las sociedades andinas. En este contexto, se
ha planteado que el Imperio incaico transformó los principios de reciprocidad y
redistribución sobre los cuales se estructuraban las sociedades segmentarias de
los Andes Centro Sur en dominación, ejerciendo un control sobre la producción
doméstica y la fuerza de trabajo, pero a la vez integrando a estos grupos por
medio de estrategias simbólicas que habrían funcionado a nivel ideológico (Adán
& Uribe 2005).
Nuestra intención en este trabajo es ahondar en las características materiales de
este dominio, mediante un análisis pormenorizado de los elementos muebles e
inmuebles del sitio Tarapacá Viejo, sindicado como uno de los asentamientos
tardíos más relevantes de los Valles Occidentales. Puntualmente, nos centramos
en el espacio construido y las nuevas dinámicas que éste promovió, asumiendo
que la arquitectura fue uno de los medios predilectos utilizados por el
Tawantinsuyo para el control de otras poblaciones y cuya existencia transciende
aspectos funcionales y económicos, permitiendo también acceder a ámbitos
simbólicos y sociopolíticos. En última instancia, esperamos poder contribuir a la
comprensión de los modos del dominio incaico desde las tierras bajas
tarapaqueñas, una región que no ha sido integrada sistemáticamente a los
estudios sobre el período Tardío y cuyo papel dentro del esquema imperial en los
Andes Centro Sur ha sido, hasta hace poco, someramente comprendido.
3
Para lograr este objetivo, en primera instancia se presenta el problema de estudio
y los objetivos propuestos, seguido de una síntesis que detalla lo que se conoce
actualmente sobre el período Tardío en Tarapacá, fundamentalmente desde las
investigaciones conducidas en el altiplano, insertando al sitio dentro de este
contexto. Complementariamente, se define el rol de la arquitectura dentro del
esquema imperial y su significancia en el marco de la expansión.
En función de lo anterior, el capítulo III presenta brevemente los supuestos sobre
los que se sustenta el ulterior análisis e interpretación de los datos, enfatizando en
la relación entre organización espacial, arquitectura y poder. El capítulo IV detalla
la metodología empleada para nuestro análisis mientras que en el capítulo V se
describen los resultados obtenidos a partir de este ejercicio. Éste fue dividido en
dos partes, la primera se centra en los datos derivados del análisis espacial
mientras que la segunda expone una síntesis de las excavaciones y materiales
recuperados en ella, complementado con el análisis de parte del material cerámico
del sitio. El capítulo VI presenta, a modo de recapitulación y conclusiones, la
articulación entre las dimensiones espaciales y materiales destacando las posibles
funciones de cada espacio de acuerdo a su forma y contenido artefactual.
Además, se exponen las interpretaciones acerca del rol del sitio en el marco
estatal, las estrategias involucradas en su edificación y habitación y un
acercamiento tentativo a su funcionamiento interno. Finalmente, el capítulo VII se
centra en las limitaciones, aportes y proyecciones futuras del enfoque aquí
desarrollado, además de una reflexión en torno al rol de este sitio a nivel
macrorregional.
4
I. PROBLEMA DE ESTUDIO Y OBJETIVOS
Problema de estudio
Hasta ahora, el período Tardío en Tarapacá ha sido muy poco tratado de manera
sistemática presentándose como un vacío a nivel regional, pese a que concentra
una importante cantidad y calidad de evidencias, entre las que se cuentan
santuarios de altura, cementerios con improntas incaicas y varios sitios con
arquitectura que se ajusta en mayor o menor medida a los cánones imperiales.
Aunque esta situación ha comenzado a ser revertida recientemente con trabajos
centrados en el altiplano (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer
2010, Uribe 2010), la visión desde tierras bajas no ha sido abordada ni menos
insertada dentro de este panorama regional. En este contexto, nos hemos
propuesto estudiar de manera sistemática uno de los principales sitios tardíos de
los Valles Occidentales: Tarapacá Viejo. En concreto, priorizamos el estudio del
espacio construido tanto en términos de su organización y diseño como de su
resolución material, considerando que para el Inca éste es un ámbito que permite
la articulación entre cultura, sociedad, economía y religión (Morris 1987, Gallardo
et al. 1995, Moore 1996, Acuto 1999, Alconini 2008, Urbina 2009).
Se ha planteado que el registro arquitectónico, sus características y los nuevos
espacios que configura resultan aspectos sensibles para el estudio de las
estrategias implementadas por el Inca y el grado de articulación de las sociedades
locales con la administración estatal (Tarragó & González 2005), un aspecto que
es altamente variable en virtud de los intereses imperiales y las particularidades de
las poblaciones conquistadas. Por tanto, un paso fundamental en la comprensión
del período Tardío desde tierras bajas –y esencial para contribuir a revertir este
vacío histórico, es intentar dilucidar éste y otros aspectos que han sido tratados
sólo a nivel general, sin ser abordados desde lo material. En ese sentido, el
problema que se pretende resolver dice relación con ¿cuáles fueron las
5
características precisas en términos materiales y espaciales del dominio
incaico en este asentamiento?
Con esto se busca comprender el dominio incaico desde Tarapacá Viejo a través
de un estudio sistemático a nivel intrasitio, en un intento por comprender las
expresiones físicas de las estrategias de poder desplegadas por el Imperio en las
tierras bajas tarapaqueñas. Esto, privilegiando el estudio de los nuevos espacios
de interacción creados por el Tawantinsuyo en Tarapacá Viejo, entendiendo que
éstos no son solamente un elemento funcional sino ideológico, que involucra una
planificación cuya materialización da cuenta de mecanismos de control que están
implícitos en este nuevo orden y que resulta una dimensión donde lo incaico se
vuelve aprehensible y comprensible. En este caso se privilegió el estudio de las
canchas, que son el elemento organizativo por excelencia dentro de la
configuración general del sitio, siendo definidas además como el componente
básico de la arquitectura incaica, imponiéndose sobre el sustrato constructivo local
dando lugar a una nueva configuración espacial sin precedentes en el valle.
Mediante un estudio sistemático de la arquitectura y mobiliario presente en su
interior –es decir, su forma y contenido- se pretende dar cuenta de las estrategias
materiales empleadas por el Imperio para el control de la población local,
trascendiendo la dicotomía de control directo/indirecto propuesta por los modelos
tradicionales. Así, a través del estudio de la organización espacial y sus efectos se
espera lograr un primer acercamiento a las características específicas de la
presencia incaica en Tarapacá, profundizando en la comprensión del Período
Tardío en esta región de los Andes Centro Sur.
Objetivos
General
Acercarse a la naturaleza del control incaico en Tarapacá Viejo a través del
estudio de su arquitectura y mobiliario, caracterizando las dinámicas internas que
este nuevo orden propició. Esto, como un medio para conocer los aspectos
6
materiales de la dominación física y simbólica que ejerció el Imperio en este
asentamiento.
Específicos
1. Definir las características espaciales de cada cancha a través del análisis
de su arquitectura y el estudio de la forma construida, centrándose en las
variables que afectan las interacciones sociales realizadas en su interior.
Con esto se busca dar cuenta del tipo de instancias que estos espacios
privilegiaron –públicas/inclusivas o íntimas/exclusivas- tratando de develar
la lógica social que subyace a este orden espacial en particular.
2. Documentar la ocupación tardía de Tarapacá Viejo a través de la
descripción y análisis del mobiliario recuperado en el sitio, de manera tal de
lograr un primer acercamiento a la naturaleza de las actividades
desarrolladas en él por medio del estudio de su contenido material.
3. Contribuir con nuevos fechados y análisis de materiales al estudio de un
asentamiento que ha sido recientemente considerado como uno de los más
importantes centros administrativos incaicos del norte de Chile, pero cuyas
características específicas y su rol dentro de la expansión del Imperio en los
Valles
Occidentales
son
aspectos
que
han
sido
someramente
comprendidos.
4. Articular el análisis de la forma arquitectónica y el contenido material del
sitio para establecer el grado de control al que estuvo sujeto cada cancha,
correlacionándolo con las potenciales actividades llevadas a cabo en su
interior para conocer las interacciones sociales promovidas y, en última
instancia, las estrategias de dominio impuestas por el Inca en este
asentamiento.
7
II. ANTECEDENTES
Tradicionalmente, se reconoce que las tierras al sur del lago Titicaca fueron
anexadas al Imperio Inca bajo el reinado de Topa Inca Yupanqui, quedando los
territorios que actualmente corresponden al Norte Grande de Chile y el Noroeste
Argentino bajo control estatal. No obstante, el territorio meridional del Collasuyo ha
sido considerado como un área marginal y poco atractiva para los intereses del
imperio Inca debido a su baja población, a la relativa ausencia de grandes
instalaciones y a su gran distancia con el Cusco (D’Altroy 2002). Esto se conjuga
con una visión errónea que utiliza como referente a los Andes Centrales, cuyo
nivel de monumentalismo en cuanto a sus desarrollos culturales evidentemente
opaca a los de más al sur (Adán & Uribe 2005).
Lo anterior, sumado a la ausencia de estudios sistemáticos sobre el período
Tardío (1.450 d.C.-1.532 d.C.) han hecho de Tarapacá una zona que,
arqueológicamente, se presenta como un vacío a nivel regional en cuanto a su
secuencia histórico-cultural, algo ya mencionado por otros investigadores
(Schiappacasse et al. 1989, Uribe 1999-2000, Urbina 2007). Una de las razones
comúnmente asociadas a esta ausencia de continuidad en los estudios
sistemáticos sobre la problemática incaica en la región, es que hasta hace algún
tiempo la interpretación sobre este período de la prehistoria regional se alineaba
con la tesis de “control indirecto” planteada por Llagostera en 1976, basada en el
clásico modelo del control vertical de pisos ecológicos de Murra (1972). De esta
manera, las sociedades preincaicas de Tarapacá fueron vistas como parte de un
“Señorío compuesto por autoridades étnicas residentes en cada zona aislada de
producción (V. gr.: costa, oasis, quebradas), que en última instancia obedecían a
un Señorío jerarquizado” (L. Núñez 1984:409), de tal manera que “las influencias
(incas) sobre el complejo Pica son consecuencia de la expansión del Imperio a
través de los centros altiplánicos, con utilización de vías de desplazamiento
establecidas en períodos anteriores” (Moragas 1995:76). No obstante, pese a que
para algunos autores la presencia incaica en la región puede ser considerada
8
como leve (Moragas 1995:75) o indirecta (D’Altroy 1992 en Stanish 2001:231) la
evidencia material relacionada con el Inca es elocuente. Dentro de ellas, destaca
el santuario de altura del Cerro Esmeralda (Checura 1977), en las cercanías de
Iquique, evidencia de una práctica exclusiva del Imperio en el Collasuyo (Raffino
1981), que incluye textiles, alfarería, metales y objetos manufacturados en
conchas de spondylus, todos de innegable estilo “cusqueño”; además de
cementerios como Bajo Molle y Patillos (al sur de Iquique), Pica-2, Pica-7 y otros
sectores funerarios en Pisagua, Guatacondo, Laymisiña y El Tojo que parecen
haber sido intervenidos por el Inca (Uribe 1999-2000, Urbina 2007). A esto se
suman otros santuarios de altura localizados en las cumbres andinas y tramos del
camino imperial asociado a tambos, como Corralones, Incaguano y Collacagua,
además de asentamientos como Guayaquil y Tarapacá Viejo (Reinhard &
Sanhueza 1982, Urbina 2007).
Se ha argumentado cada vez con mayor insistencia que la problemática incaica no
puede ya ser tratada a base de la dicotomía del control directo/indirecto, pues
tanto las evidencias materiales presentes en la zona norte del país como el
estudio intensivo de sitios vinculados al Inca han revelado que los mecanismos de
anexión y dominio de los diversos territorios de los Andes Centro Sur al Imperio
fueron únicos y específicos; obedeciendo a las condiciones geográficas,
productivas y sociopolíticas de las poblaciones locales, las cuales determinaron
las estrategias, negociaciones y resultados materiales de este proceso (Cornejo
1999, Uribe 2004a, Uribe & Adán 2004). Así, se ha comprobado que la presencia
incaica en el Collasuyo fue mucho más intensa de lo que tradicionalmente se
pensaba, aunque ocupada de manera dispersa y discontinua a base de bolsones
de áreas productivas y al control de redes de movilidad (Williams & D’Altroy 1998,
Berenguer 2010). De esta manera, la presencia incaica no se habría basado
únicamente en decisiones rígidas de un gobierno central, sino que ciertas
cualidades presentes en las sociedades dominadas pudieron jugar un rol
importante en el modo que asumió la ocupación de estos espacios (Tarragó &
González 2005). Esto ha sido explicado mediante el modelo de control territorial-
9
hegemónico planteado originalmente por D’Altroy (1992) y reformulado por
Alconini (2008), el cual concibe al imperio no como una unidad monolítica sino
como una estructura política sumamente flexible. Estas dos estrategias de control
de las provincias han de entenderse como extremos dentro de un continuo y no
como categorías estándar, siendo posible reconocer situaciones mixtas donde se
combinan diversas formas de control (Alconini 2008:65). Pero en términos
concretos, la primera referiría a una ocupación de carácter directo y físico de los
territorios anexados, donde el control se ejerce por medio de burócratas o elites
imperiales que convierten a los centros provinciales en enclaves productivos de
materias primas demandadas por el núcleo, y que comúnmente van asociadas a
una alta inversión en infraestructura. Esta situación puede ir variando en términos
de la inversión y los beneficios asociados, llegando al otro extremo del espectro
que se asocia a un control mediado por las elites locales, quienes serían las que
establecen una relación de clientelaje con el núcleo y que son responsables, con
diversos grados de autonomía, de implementar las políticas estatales. Alconini
(2008) sostiene que esta estrategia supone una baja extracción de recursos a la
vez que una mínima inversión en infraestructura, resultando en una baja
integración política pero con la ventaja de alcanzar una gran amplitud territorial, lo
que implica un mayor acceso y aprovechamiento de una vasta diversidad de
recursos. En definitiva, el grado de control impuesto habría estado definido tanto
por los intereses del imperio como por la naturaleza y la reacción de las
poblaciones locales a la presencia imperial, los niveles de complejidad políticas
preexistentes y el tipo de recursos involucrados (Alconini 2008:64), derivando en
una multiplicidad de instancias sociales donde se desenvolvió esta relación. En
efecto, esto parece corresponder de manera coherente con casos de estudio
paradigmáticos del norte de Chile, específicamente en el Loa Superior, donde se
advierte que no existe una situación homogénea sino una diversidad de
situaciones que justamente dan cuenta de la versatilidad de la política estatal
instituida en las provincias. Aquí la presencia del Imperio es elocuente en ámbitos
como la vialidad, el arte rupestre y la arquitectura, manifestándose de forma
directa en sitios como el Pucara de Turi a través de la construcción de nuevos
10
edificios, sin intervenir la totalidad del asentamiento sino un espacio puntual que
previamente albergaba un conjunto de chullpas, estructuras con un alto valor para
la población local (Castro et al. 1993, Gallardo et al. 1995, Cornejo 1999). En
Caspana, en tanto, se han identificado múltiples escenarios donde se manifiesta lo
incaico con diversos grados de intensidad (Ayala et al. 1999, Adán & Uribe 2004 y
2005, Castro & Uribe 2004). Entre estos se cuentan elementos arquitectónicos y
cerámicos tardíos en un contexto eminentemente local en la aldea de Talikuna,
algunos sectores del cementerio de Los Abuelos de Caspana y otras instalaciones
netamente incaicas como Cerro Verde, Incahuasi Inca y Vega Salada. Ante este
heterogéneo panorama, se plantea que la negociación política y simbólica fueron
factores que definieron la forma que adoptó la relación entre el Estado y las
comunidades locales, operando mecanismos políticos sutiles basados en el
conocimiento de las poblaciones conquistadas (Adán & Uribe 2005:61).
La arquitectura como estrategia de dominio Inca
Dentro de los elementos determinantes de la presencia incaica fuera del núcleo
imperial la arquitectura juega un rol primordial. Esto, porque los centros incaicos
estaban diseñados acorde con lo que Gasparini y Margolies (1984) denominaron
la “arquitectura del poder”, que refiere a edificios pensados para reforzar la imagen
del
Estado.
Los
incas
no
destinaron
edificios
a
funciones
solamente
administrativas, al contrario, la mayor parte de los centros manifiestan una alta
preocupación por aspectos ceremoniales y rituales, configurando así un espacio
cargado de significado. Su capital, Cusco, estaba diseñada de acuerdo con la
jerarquía que regía a su sociedad, justificada por el mito de origen de este pueblo
según el cual los antepasados de los incas habrían emergido de un cerro (Tampu
T’oqo) en Pacariqtambo con tres ventanas o cuevas. Desde la ventana central
aparecieron ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro hombres que conformaron
las cuatro parejas primordiales, quienes reunieron a la gente que vivía alrededor
de Tampu T’oqo y formaron diez partes o ayllus, divididos en dos grupos. La
pareja principal, formada por Manqo Qhapaq y Mama Oqllu, condujo a la gente
11
hasta el lugar donde se fundaría la capital imperial, el cual fue dividido en cuatro
partes distintas (Urton 1999, D’Altroy 2002). De acuerdo a esto, Cusco se
construyó siguiendo estrictos patrones espaciales bipartitos, tripartitos y
cuatripartitos, los cuales ordenaban no sólo esta ciudad sino que eran extensivos
a todo el Imperio. Ésta se dividió en dos mitades, Hanan (arriba) y Hurin (abajo), la
primera de las cuales gozaba de mayor prestigio y jerarquía que la segunda; a su
vez, las dos mitades se dividieron nuevamente en dos partes, conformando la
cuatripartición básica que organizó el Tawantinsuyo, separado ahora en
Chinchaysuyu y Antisuyu (Hanan), Collasuyu y Cuntisuyu (Hurin). Los grupos y
linajes de cada una de estas cuatro partes se dividieron en tres segmentos
sociales, marcando los roles y jerarquía de cada uno de ellos, denominados
Collana (gobernantes), Payan (no Incas o los llamados Incas de privilegio) y
Callao, la población general no aristocrática (Pärsinnen 1992, Zuidema 1995,
D’Altroy 2002). El Cusco se hallaba rodeado de lugares sagrados, compuestos por
montañas, cursos de agua, cuevas, piedras y distintos edificios, los cuales estaban
unidos entre sí por líneas imaginarias conocidas como ceques (Zuidema 1995).
Eran 41 líneas que irradiaban desde el centro de la capital, el templo del Sol o
Korikancha, los que subdividían el espacio en cuatro cuartos y cada uno de ellos
en tres secciones, a partir de lo cual resultaba que dos cuartos con sus
respectivas seis secciones, pertenecían a Hanan y Hurin Cusco. Según esta
fragmentación, a cada cuarto le correspondía un grupo de nueve líneas –excepto
el Cuntisuyu que tenía catorce- divididas en las tres secciones de Collana, Payan
y Callao. Finalmente, un grupo individual de tres ceques pertenecía solamente a
una panaca (real) y un ayllu (no real). De esta manera, el espacio físico era reflejo
de la organización social y marcaba materialmente la jerarquía de la sociedad
incaica, configurando así un universo espacial tremendamente significativo.
Es sabido que este mismo esquema espacial se trata de instaurar en los centros
provinciales del Imperio, a veces llamados “Nuevos Cuscos”. El cronista Bernabé
Cobo sostiene, “hicieron en todo su reino estos Incas la misma división en que
estaba repartida la ciudad del Cusco, de Hanan Cusco y Hurin Cusco; dividiendo
12
cada pueblo y cacicazgo en dos partes o bandos dichos hanansaya y hurinsaya,
que suena el barrio alto y el barrio bajo, o la parte y bando superior y el bando
inferior” (citado en Bauer 1992:125). Dichos asentamientos eran el centro de las
actividades administrativas, económicas, políticas y religiosas en las diferentes
regiones anexadas al Tawantinsuyo. Uno de los casos mejor estudiados es el de
Huanuco Pampa, donde Morris (1982, 1987) plantea que tanto los elementos
constitutivos del sitio –como canchas, callancas, collcas, ushnus- como la manera
en que ellos están dispuestos intentan replicar los principios organizativos de la
capital imperial. Así, el sitio se encuentra dividido en varias partes a partir de
líneas o ejes que se originan en su centro y que se encuentran señaladas por
calles, muros y edificios, conformando subdivisiones que presentan diferencias
significativas en cuanto a la calidad de su arquitectura y el tipo de artefactos
presentes en cada una de ellas (sobre todo cerámica). De esta manera, Morris
postula que este fenómeno podría estar separando el sitio en Hanan/Hurin, los
cuatro suyus y la tripartición Collana-Payan-Callao, quizás marcando una
distinción entre incas y no incas, o conquistadores y conquistados. O tal vez, pudo
tener relación con conceptos religiosos como el mito de origen Inca y equiparar la
ciudad con el eje solar, conjugando de esta forma principios cosmológicos con
órdenes
sociales
y
políticos,
posiblemente
como
forma
de
justificarlos
ideológicamente. Hyslop (1990) ya había señalado, siguiendo a Rostorowski, que
los asentamientos incaicos no son réplicas exactas del Cusco sino que
representan su “espacio mítico”; es decir, que los conceptos sociales, religiosos y
políticos desarrollados en el Cusco son propagados a diversas partes del Estado a
través del diseño y los rasgos específicos de los grandes asentamientos estatales.
Lo cierto es que “al haber creado en los territorios provinciales sojuzgados
asentamientos que imitaban y reproducían varias características físicas y
significados simbólicos del ambiente construido y el paisaje del Cusco, los Inkas
buscaron estructurar la relación con las poblaciones dominadas a partir de la
comunicación y la imposición de su cosmología e ideología. De esta manera, los
cusqueños buscaron integrar a las poblaciones dominadas a la cosmología del
Estado a través de experiencias comunes, estableciendo así una fuerte
13
dominación de tipo cultural” (Acuto 1999:47). Por lo mismo, los centros que los
incas construyeron en las provincias no fueron sólo nodos logísticos,
administrativos o económicos, sino parte de estrategias de dominación orientadas
a la producción y reproducción del orden social del Tawantinsuyo, el cual fue
radicalmente distinto al de las comunidades locales (Acuto & Gifford 2007).
En Tarapacá Viejo, lo visto hasta ahora muestra justamente que existen ciertos
principios organizativos que dan cuenta de la intención de organizar el espacio de
acuerdo a patrones incaicos, como la orientación de las calles, el trazado
ortogonal irregular y la presencia de elementos arquitectónicos propios del Imperio
(como las canchas). Estos elementos no tienen precedentes en el valle y, por
tanto, fueron completamente impuestos por parte de la administración estatal
sobre las poblaciones tarapaqueñas, logrando un efecto y determinando una
dinámica particular entre ambos, ajustadas a los intereses imperiales. Lo anterior
es relevante si se considera que la creación de nuevos sentidos en la concepción
del espacio como ámbito para la acción social constituyó una de las herramientas
preferidas empleada por los planificadores estatales incaicos para el dominio de
otras poblaciones (Moore 1996). En este sentido, los nuevos espacios construidos
por el Inca fueron planificados deliberadamente con la intención de reorganizar la
interacción social a través de la manipulación de ciertos atributos de los edificios
(Urbina 2009), los cuales sirvieron para ejercer efectos concretos sobre la
población local que, en ese contexto, funcionaron claramente como estrategias de
poder (Gasparini & Margolies 1981, Nielsen 1995).
Desde este punto de vista, consideramos que –como ya ha sido planteado por
otros investigadores (ver Tarragó & González 2005)- el estudio sistemático de la
organización de los nuevos espacios construidos por los incas y las decisiones en
cuanto a sus atributos de diseño constituyen una de las vías más relevantes para
la comprensión del modo en que el Imperio se relacionó con las comunidades
locales. A través de esto se espera comenzar a definir las principales
características del período Tardío en las tierras bajas tarapaqueñas.
14
El Inca en el contexto tarapaqueño
Hasta hace poco años, el período Tardío en Tarapacá había sido documentado a
través de hallazgos y sitios aislados ubicados en distintas franjas geográficas
(costa, valles interiores y tierras altas). No obstante, pese a su enorme relevancia
cultural no fueron integrados dentro de un marco comprensivo acerca de la
presencia incaica en la región ni tampoco estimularon el desarrollo de estudios
integrales respecto al tema. De hecho, como se mencionó, la presencia del Inca
siguió siendo entendida como “indirecta” (sensu Llagostera 1976).
Las recientes investigaciones efectuadas en el altiplano tarapaqueño -entre Isluga
y Colchane por el norte, hasta Miño en las nacientes del Río Loa por el sur- han
revertido parcialmente la situación y han significado un salto cualitativo en la
comprensión de este tema. Estudios sistemáticos en torno a instalaciones tardías
en esta zona revelaron que la presencia incaica fue mucho más directa e intensiva
de lo que se suponía previamente, donde las evidencias materiales sugieren el
empleo de estrategias disímiles y discontinuas para el control y el acceso a las
distintas zonas de esta franja territorial (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009,
Berenguer 2010, Uribe 2010). Dentro de los asentamientos estudiados destaca
Incaguano-2 o Incamarca, ubicado en el sector norte del altiplano de Tarapacá,
cercano a los núcleos poblacionales de Cariquima e Isluga, un espacio altamente
valorado en términos religiosos y económicos. Se localiza en un lugar estratégico,
junto a la ruta que conectaba el actual departamento de Oruro en Bolivia, el borde
occidental altiplánico de Isluga y Colchane y las quebradas de Chiapa y Tarapacá
en Chile. Este espacio fue intensamente ocupado durante el período Intermedio
Tardío, siendo documentados numerosos asentamientos, complejos chullparios y
cementerios de cistas (Sanhueza & Olmos 1981, Reinhard & Sanhueza 1982,
Ayala 2001, Urbina 2009, Adán & Urbina 2010), entre otros. El período Tardío está
igualmente bien representado a través de sitios como el ya mencionado,
Choquecollo –de más de 100 hectáreas de extensión- y algunos santuarios de
altura como Tata Jachura, Jatamalla y Wanapa, sugiriendo un diálogo directo
15
entre poblaciones locales e incas (Reinhard 2002, Urbina 2009). De acuerdo al
estudio llevado a cabo por Urbina (2009), las improntas incaicas en Incamarca son
elocuentes: a la presencia de una callanca se suma un rectángulo perimetral
compuesto (RPC) y una explanada que define una plaza central, complementado
con una alfarería de filiación mayoritariamente tardía, donde destacan fragmentos
de aríbalos y escudillas altiplánicas y técnicas constructivas que privilegian los
muros dobles con relleno, aparejos sedimentarios, uso de revoque blanco y vanos
trapezoidales. Estos elementos coexisten con un patrón de carácter más local de
estructuras circulares o subcirculares con aparejos rústicos y la presencia de tipos
cerámicos regionales, dando cuenta del carácter mixto del asentamiento. En
ausencia de grandes depósitos de basuras domésticas y atendiendo al carácter
monumental de la arquitectura, la estrecha relación con lugares de alto valor
religioso y su emplazamiento en una zona de articulación entre espacios
ecológico-culturales complementarios sobre rutas naturales de comunicación,
Incamarca funcionaría como un pequeño centro de convergencia interregional
donde probablemente ocurría una intensa actividad ceremonial y administrativa
(Urbina 2009:213).
Similar es el caso de Miño, ubicado en el extremo sur del altiplano tarapaqueño,
en las nacientes del Río Loa y asociado a un segmento del camino incaico dentro
un distrito eminentemente minero (Uribe & Urbina 2009, Urbina 2009, Berenguer
2010). Nuevamente el lugar de emplazamiento no es casual, al estar localizado en
una zona de límites que sirve de entrada al Loa y al territorio atacameño. Esta
instalación se compone de dos conjuntos arquitectónicos distintos, denominados
Miño 1 y Miño 2, separados por cerca de 500 metros. El primero destaca por su
capacidad habitacional asociada a un complejo público-ceremonial representado
por una callanca y una cancha, con escaso material cerámico previo al Horizonte
Tardío y casi nula ocupación histórica, sugiriendo una ocupación eminentemente
ligada al Inca. Por su parte, Miño 2 posee una reducida capacidad de albergue y
privilegia sectores de almacenaje, corrales y dos callancas en muy mal estado de
conservación. Destaca la presencia de un denso basural en el exterior con
16
fragmentería cerámica proveniente de actividades de preparación y consumo de
comidas y bebidas, concentrando la mayor cantidad de cerámica ligada al Inca y a
la vez más fina en comparación con Miño 1. Esto último, en asociación al basural,
apunta a que en este sitio se desarrollaron ceremoniales y actividades públicas de
gran importancia y recurrencia que, siendo contrastado con Miño 1 donde se
recuperaron numerosos restos de grandes vasijas a modo de contenedores, lleva
a pensar en un patrón complementario y posiblemente dual de ambos sitios; por
ejemplo, en uno de ellos se almacena – Miño 1- mientras que el otro sirve de lugar
de consumo (Uribe & Urbina 2009:245-246).
Una situación intermedia a Incamarca y Miño representa Collahuasi-37,
asentamiento conectado a Miño a través del camino incaico que proveniente del
Alto Loa y ubicado en las nacientes de la quebrada de Guatacondo. Tanto este
como otros pequeños asentamiento localizados por Lynch y Núñez (1994) durante
la prospección del área revelan que se trata de instalaciones ligadas directamente
a la minería. En Collahuasi-37 no están presentes los indicadores arquitectónicos
monumentales incaicos que sí se encuentran en Miño e Incamarca (p. ej.
Callancas o canchas públicas amuralladas) lo que ha llevado a pensar en que aquí
no se realizaban actividades de carácter político-administrativo (Lynch & Núñez
1994:163). No obstante, sí presenta ciertos rasgos ligados a la arquitectura incaica
como muros dobles, nichos trapezoidales intramuros y recintos identificados como
collcas, además de estructuras destinadas al albergue y el almacenaje,
principalmente. También existen elementos constructivos de la tradición de tierras
altas tarapaqueñas del Intermedio Tardío, convirtiéndolo en un sitio mixto o
bicomponente. La alfarería tardía (tipos inca locales y cusqueños) supera con
creces a la recuperada en los dos sitios anteriores y la frecuencia sólo es
asimilable a Tarapacá Viejo en la parte baja de la quebrada de Tarapacá (Urbina
2009:167). Las interpretaciones acerca de este sitio apuntan a que funcionó como
centro de acopio y redistribución de materias primas (minerales) centralizando las
tareas de sitios extractivos menores también insertos en la red vial proveniente del
Alto Loa (Lynch & Núñez 1994). A juzgar por la ausencia de elementos
17
significativos del período previo en los alrededores, Romero y Briones (1999:147149) sugieren que los incas movilizaron a especialistas para efectuar labores
específicas ligadas al ámbito minero.
En suma, las instalaciones tardías antes descritas definen dos situaciones
funcionales: “La primera, representada por Incamarca y Miño, aludiría a
instalaciones con evidente inversión arquitectónica en espacios públicos con fines
administrativos, más que en estructuras domésticas. Su ubicación estaría
relacionada con espacios liminales o de interdigitación entre grandes grupos
étnicos adyacentes y zonas ecológicamente complementarias. La segunda,
ejemplificada por Collahuasi-37, tendría relación con un tipo de instalación
funcional con actividades económicas de extracción y redistribución de materias
primas, donde no se reconocen espacios cívico ceremoniales definidos y donde
aumenta notoriamente la capacidad de almacenaje y albergue del asentamiento”
(Urbina 2009:215-216). A partir de estos estudios, se desprenden dos
características principales sobre la presencia del Inca en el altiplano de Tarapacá;
por una parte, dada la historia arquitectónica de estos asentamientos, la expansión
del Imperio debió ocurrir en etapas – que de acuerdo a fechas radiocarbónicas
debió iniciarse previo al 1.440 d.C.1, y puesto que no se trata de sitios de carácter
defensivo o militar, la anexión de estos territorios a la órbita del Tawantinsuyo se
debe haber dado en un contexto de consolidación de las relaciones entre éste y
los grupos locales.
Esta idea es reforzada por la situación descrita para la depresión del Huasco
(Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer 2010, Uribe 2010), una
meseta ubicada entre la Pampa del Tamarugal y el altiplano boliviano definida por
el salar homónimo y el río Collacagua. Del conjunto de instalaciones excavadas
tanto en el valle de Collacagua como en el sector del salar, se proponen tres
situaciones distintas que configuran dinámicas disímiles entre el Estado y las
1
Urbina 2009:220.
18
comunidades locales: poblados con ocupaciones previas que muestran leves
intervenciones del Tawantinsuyo (Co-18 o El Tojo), estancias dispersas que
cumplen funciones eminentemente económicas y que también son poco
intervenidas por los incas y, finalmente, instalaciones propiamente tardías con
roles sociales y políticos relevantes (Uribe 2010:1348). Esto sugiere una
ocupación estratégica del espacio por parte del Inca y dado que se trata de una
zona sin grandes concentraciones poblacionales, no habría sido necesaria una
mayor inversión en arquitectura y administración –como lo que se ve en Incamarca
y Miño- sino más bien una intervención selectiva, mediada posiblemente por
poblaciones “incaizadas” enterradas en El Tojo (Niemeyer 1962), que permitiera
controlar de manera efectiva los ejes de tráfico preexistentes (Berenguer &
Cáceres 2008:139-140). Con esto se vuelve significativo lo planteado por Hyslop
(1990), quien sostiene que los incas escogían selectivamente a partir de un
conjunto de principios para tomar sus decisiones sobre el diseño de cada
asentamiento, en oposición a la implantación de un paquete estándar de medidas
de control. Así, las actividades del lugar, la topografía, la disponibilidad de mano
de obra y las circunstancias culturales locales eran factores relevantes al momento
de decidir la naturaleza del dominio sobre un territorio específico, situaciones que
también han sido detectadas en las tierras altas del Loa (ver Uribe & Cabello
2005).
Sin duda, lo anterior brinda un panorama bastante revelador sobre lo que ocurría
en las tierras altas tarapaqueñas durante el período Tardío. No obstante, la visión
desde las tierras bajas sigue siendo virtualmente inexplorada y, pese a que se
menciona la importancia de sitios como Tarapacá Viejo, por la poca información
disponible y el enfoque centrado en el altiplano no es posible visualizar el rol que
asentamientos como éste cumplen dentro del esquema imperial, cuáles son sus
características específicas ni cuál es la lógica de funcionamiento de esta clase de
instalaciones, temas que pretenden ser abordados en este trabajo.
19
La Quebrada de Tarapacá en tiempos del Inca
Como se mencionó antes, en la quebrada de Tarapacá el sitio Tr-49 o Tarapacá
Viejo ha sido ampliamente reconocido como el asentamiento de mayor magnitud
en la zona, con claras improntas tardías y coloniales (Núñez, L. 1979,
Schiappacasse et al. 1989, Núñez, P. 1984, Uribe 1999-2000, Urbina 2009, Uribe
et al. 2010). Investigaciones más recientes sostienen que, además, reproduce el
clásico planeamiento ortogonal incaico (Adán & Urbina 2005, Urbina 2007, Uribe
et al. 2010) similar a asentamientos administrativos de los Andes Centro Sur
como Torata Alta en el valle de Moquegua y sitios como Hatuncolla y Chucuito en
la cuenca del Titicaca (Gasparini & Margolies 1984, Hyslop 1990, Van Buren et al.
1996). La idea de que se trata de un centro imperial se ve reforzada por su
asociación con la red vial incaica que conecta el sitio con las tierras altas a través
del tambo de Corralones –en la parte superior de la quebrada de Tarapacá
(Anexos: Figura 18)- y la gran cantidad de alfarería incaica encontrada en este
lugar, caracterizada por la aparición de piezas con pasta, forma y decoración
asociada a los estilos imperiales posiblemente producidas en la cuenca del
Titicaca, además de vasijas con engobe rojo y superficies pulidas pero con pastas
locales que imitan formas incaicas. Recolecciones superficiales realizadas en los
últimos años revelan que sobre el 30% corresponden a estilos asociados al
período Tardío, incluyendo tipos Inca Cusco Policromo, Inca Altiplánico, Saxamar
y Yavi La Paya, entre otros (Uribe et al. 2007). Sumado a esto, el hallazgo de un
quipu en una de las unidades excavadas, realza la importancia de Tarapacá Viejo
en términos políticos y económicos, considerando que se trata de un elemento
administrativo utilizado para el registro de información censal y tributaria (Agüero &
Donley-Zori 2007).
Recientemente se ha demostrado que uno de los intereses centrales del Imperio
en el valle de Tarapacá tuvo relación con la explotación de recursos minerales y la
producción de metales (Zori 2011). Si bien existía una producción de cobre a
pequeña escala durante el período Intermedio Tardío, las evidencias sugieren que
20
los incas intensificaron dicho proceso e introdujeron nuevas tecnologías que
ampliaron el espectro productivo del valle. Esto se ve reflejado en el aumento
explosivo de sitios de fundición durante el período Tardío en Tarapacá Viejo y sus
alrededores, a juzgar por la gran cantidad de fragmentos de hornos y escoria
acumulada en estos lugares. Destaca un área de fundición identificada en la parte
alta del sitio - un sector con gran exposición al viento- y rodeada por un muro
construido con grandes bloques rocosos, donde se reconocieron varias
concentraciones de fragmentos de hornos y restos de carbón, con total ausencia
de materialidad histórica y cierta profusión de cerámica local preincaica e incaica.
Paralelamente, los artefactos recuperados en las excavaciones del sitio2 revelan
que todas las partes del proceso de producción de cobre se llevaron a cabo ahí,
desde el procesamiento del mineral hasta la confección de artefactos -evidencias
que están ausentes en otros sitios tardíos prospectados en la quebradasugiriendo que el proceso fue centralizado en este asentamiento. Por otro lado,
no existen datos que avalen la existencia de producción de plata previo al
Horizonte Tardío, lo que indica que esta tecnología habría sido introducida por el
Inca. Se han encontrado evidencias de las distintas etapas de la producción de
plata en sitios adyacentes a Tarapacá Viejo, incluyendo fragmentos de huayras
escorificadas con altos niveles de plomo, utilizado en la producción argentífera. Es
interesante mencionar que este proceso se ve limitado a la producción de metal
bruto, no a objetos o artefactos acabados, los cuales están ausentes de las
excavaciones y prospecciones, hecho que lleva a pensar que éste fue retirado de
circulación en el valle y muy probablemente utilizado en otros lugares. De esta
manera, se señala que todo este proceso habría sido parte de las obligaciones
tributarias impuestas por el Imperio a la población tarapaqueña durante el
Horizonte Tardío (Zori 2009).
2
Proyectos Fondecyt 1030923 y 7060165.
21
Considerando este conjunto de evidencias, se ha propuesto que este
asentamiento constituye una instalación de categoría superior dentro de la
jerarquía de sitios edificados en los Andes Centro Sur por el Imperio (Agüero &
Donley-Zori 2007). A partir de esto, en este trabajo se plantea que un estudio
sistemático del sitio contribuiría a llenar parcialmente el vacío que existe en la
comprensión
del
período
Tardío
en
Tarapacá,
aportando
información
complementaria a la visión desde tierras altas provista por los recientes trabajos
en el altiplano tarapaqueño (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Uribe
2010). Además, permitiría comenzar a conocer las características específicas de
la relación que se estableció entre el Estado y las poblaciones que habitaron estos
territorios, yendo más allá de dicotomía de control directo/indirecto para intentar
comprender cómo se produjo, concretamente, este dominio.
Sobre Tarapacá Viejo
El sitio arqueológico Tarapacá Viejo o Tr-49 (UTM N 7796960/E 447300) se ubica
en la quebrada de Tarapacá, sobre el plano inclinado del margen sur del río, frente
al pueblo actual de San Lorenzo de Tarapacá. La superficie edificada cubre un
área aproximada de tres hectáreas (Núñez, P. 1984, Urbina 2007), asociada a un
extenso campo de petroglifos de más de 61.000 m2 al W del sitio conocido como
Tr-47 y a un área de cementerio (Tr-48) localizada sobre dos colinas adyacentes –
la cual alcanza una extensión de 90.000 m2 (Núñez & Briones 1967, Núñez, L.
1979), (Anexos: Figuras 19 y 20).
La quebrada de Tarapacá ha recibido una atención sistemática de parte de los
arqueólogos, sobre todo en relación a las ocupaciones tardías (Schiappacasse et
al. 1989) enfocadas en el estudio del tramo inferior, entre Huarasiña y San
Lorenzo, donde se han identificado varias aldeas como Tarapacá 13, 13a, 15, 16,
44 y el mismo Tr-49 (Núñez, P. 1983). Se ha señalado que el auge de esta
expansión aldeana tardía aguas arriba, posterior al abandono de Caserones es
parte de un complejo sistema de regadío “manejado por autoridades locales que
22
debieron organizar el circuito de riego dependiente de las jerarquías de tierras
altas, donde esta misma quebrada asciende hacia los prestigiosos asentamientos
tardíos establecidos en Chiapa, Sibaya, Guaviña, etc.” (Núñez, L. 1979:175). Una
vez que el proceso expansivo llegó a su clímax y todo el espacio productivo fue
ocupado, Tarapacá Viejo pasó a ser el centro sociopolítico en donde los “señores”
de la quebrada se concentraron para conducir la región en términos productivos y
litúrgicos (Núñez, L. 1979:176). En este contexto, entonces, hacia fines del
período Intermedio Tardío Tarapacá Viejo habría actuado como cabecera política
de la quebrada, representando la culminación del proceso de expansión aldeano
desarrollado en este espacio.
Se ha sostenido que a este escenario político llegarían los primeros funcionarios
incaicos, reconstruyendo junto con la población local la aldea de Tarapacá Viejo,
modificando las estructuras precedentes. La capacidad de acumular una gran
cantidad de excedentes en épocas preincaicas afianzó una riqueza señorial
creciente, atrayendo a los incas a establecerse en el mismo lugar en que
anteriormente se había centralizado el manejo de la región (Núñez, L. 1979:177).
P. Núñez (1984) plantea que el trazado que se observa en terreno actualmente
correspondería a un diseño hispano con una programación de damero, aunque
construido para ser habitado por población indígena a modo de los “pueblos de
indios”. La aldea estaría formada por unas 15 manzanas separadas por una calle
principal de unos 4,10 metros de ancho y calles perpendiculares a ésta, de un
promedio de 2,65 metros de ancho cada una. Cada manzana o cuadra habría
medido 50x40 metros, aproximadamente, y se encontraban divididas en dos
mitades,
seguramente
correspondientes
a
dos
grupos
habitacionales.
Excavaciones practicadas en el vértice de una de estas manzanas permitió la
identificación de cinco fases ocupacionales, la primera de las cuales representaría
la ocupación preincaica, evidenciada a través de silos de piedra que podrían
corresponder a influencias altiplánicas. Dichas estructuras fueron identificadas en
una de las calles (calle 3) bajo el piso de gravilla y piedra que se utilizó para
construir esta vía. Según el autor, la segunda fase correspondería a la aldea
23
ortogonal temprana del período Hispano-Colonial, convertida ahora en “pueblo de
indios” que sería producto de “una nueva concepción del habitar, la cual no pudo
ser producto indígena, sino de una nueva ideología que tenía estatuido un sistema
para fundar pueblos y organizar a los indios: nos referimos a los españoles”
(Núñez, P. 1984:56). A esto le sigue una tercera fase o segundo momento de la
época Hispano-Colonial en donde se infiere una remodelación y ampliación del
espacio habitable, empleando paja de trigo para la construcción de las
techumbres. La cuarta fase se relaciona con un incipiente proceso de abandono
de la aldea, documentada por un descuido en la mantención de las superficies de
los recintos y, finalmente, la última fase evidenciaría la desocupación total, previo
al desmantelamiento de bienes útiles para su traslado a la ribera opuesta del río,
donde se ubica el pueblo actual de Tarapacá. El autor postula dos hipótesis
probables para el abandono total del sitio: un posible aluvión que habría cubierto la
aldea o una epidemia ocurrida en 1717 que habría afectado a la población del
lugar, obligándola a trasladarse.
Como vimos antes, L. Núñez (1979) es de la opinión que Tarapacá Viejo
correspondía originalmente a una aldea del Intermedio Tardío, la cual es
remodelada una vez que estos territorios son incorporados al Tawantinsuyo,
sufriendo nuevas modificaciones con la llegada de los españoles al valle. Sin
embargo, como se adelantó, investigaciones más recientes plantean que
Tarapacá Viejo constituye el sitio más meridional con planeamiento ortogonal
clásicamente cusqueño (Adán & Urbina 2005), alejándose de la idea que lo
observado hoy en el sitio corresponde a los restos de la aldea colonial. Pese a que
se han reconocido similitudes entre el diseño urbano hispano e incaico estos
autores señalan que en el caso de Tarapacá Viejo, éste presenta un trazado
ortogonal irregular –a diferencia de los hispanos cuyo trazado de damero resulta
en un esquema ortogonal regular- compuesto por canchas y calles con diferencias
de tamaño. Sumado a ello, y quizás la evidencia más elocuente, es la ausencia de
una plaza central y de alguna Iglesia, elementos centrales en el planeamiento
urbano español. Otro elemento que refuerza la idea de que se está ante un
24
asentamiento con planificación incaica es la orientación de las calles en 60° y 70°,
tal como se ha evidenciado en otros asentamientos (Hyslop 1990 en Adán &
Urbina 2005). La ocupación hispana del sitio, si bien existió, pareció tener más
bien características de una encomienda (Urbina 2007).
Recientes excavaciones han revelado la existencia de rasgos que tienden a
reforzar la idea de que este asentamiento fue profundamente modificado por los
incas en su llegada al valle. En varias de las unidades excavadas se descubrieron
trincheras de soporte paralelas a los muros que aparecían rompiendo pisos
preparados vinculados a materialidades cerámicas del período Intermedio Tardío.
Dentro de ellas se colocaron grandes bloques rocosos a modo de fundaciones
sobre las cuales se dispusieron piedras seleccionadas de tamaños medianos para
la edificación de los muros. Los rellenos recuperados dentro de las trincheras
contenían, en muchos casos, materiales mixtos pero con ausencia de elementos
históricos, cuestión que ha llevado a proponer que este tipo de arreglo
arquitectónico se relaciona directamente con la intervención incaica del sitio (Zori
2011). En oposición a esto, en algunas de las unidades excavadas se identificaron
muros internos de factura distinta, sin grandes fundaciones ni uso de mortero.
Las sistematizaciones hechas por Adán y Urbina (2005) identifican un total de 108
estructuras, dentro de las cuales se incluyen grandes canchas subdivididas en
mitades, canchas edificadas con diversas organizaciones internas y estructuras
menores interiores. Las canchas son comúnmente consideradas como la unidad
básica de la arquitectura incaica, definida por una serie de habitaciones o
estructuras dispuestas simétricamente alrededor de un patio central –con el que
preferentemente se comunican, en vez de comunicarse entre sí- rodeadas por un
muro perimetral (Rowe 1944, Gasparini & Margolies 1984, Raffino 1981, Hyslop
1990). Conforman lo que se conoce como Recinto Perimetral Compuesto o RPC
(Raffino 1981:81), cuyo uso implicó la estandarización de un plano urbano
rectangular, constituyendo una unidad destinada a funciones diversas que iban
25
desde la simple residencia a templos o palacios (Gasparini & Margolies 1984,
Hyslop 1990).
La forma general de Tarapacá Viejo, entonces, reproduciría un claro planeamiento
ortogonal con estructuras en su gran mayoría de plantas rectangulares y
subrectangulares, tanto es así que de los 108 recintos reconocidos, 96 presentan
formas rectangulares. El SW del sitio de encuentra definido por canchas
subdivididas en mitades por muros dobles; los accesos a éstas se producen por
vanos desde las diversas vías de circulación. En la sección NE del asentamiento,
en cambio, existen canchas pero sin las subdivisiones en mitades de las
estructuras anteriores aunque sí con complejas subdivisiones internas, muchas de
las cuales se encuentran en muy mal estado de conservación. En suma, los
autores identifican al menos tres clases de recintos: en primer lugar las canchas,
que son entendidas como espacios de uso público y comunal; en segundo lugar
las estructuras menores, seguramente de uso habitacional y doméstico en general
emplazadas dentro de las canchas. Por último, los espacios entre-recintos,
algunos de ellos claramente usados como basureros. Un rasgo sumamente
destacable en el sitio son sus vías de circulación: los autores identificaron dos
caminos longitudinales que presentarían una orientación clásicamente cusqueña
de 60°; y varias calles transversales que tienen una orientación de 335°. La calle
principal se ha definido como parte de la arteria del camino incaico que ingresa al
valle de Tarapacá vía Pachica, conectada a su vez a las tierras altas a través del
tambo de Corralones, según lo constataron las prospecciones de la zona (Zori
2011). Por su parte, los muros también responderían al patrón incaico
correspondiente en un 75% a muros dobles con relleno, además del uso de
revoque de barro aún visible en algunas estructuras.
Lo anterior indica que en este sitio están presentes los rasgos arquitectónicos que
Raffino (1981) denomina de “primer orden”, definidos como elementos heredados,
readaptados y estandarizados por los incas que no se registran en otros contextos
culturales locales previo a la expansión del Estado. Constituirían, por tanto, una de
26
las pruebas testimoniales más claras de la presencia efectiva del Imperio en el
Collasuyo (Raffino 1981:73). La importancia de esto radica en un hecho que ya ha
sido reconocido en la literatura especializada, a saber, que para el Inca el acto de
construir y reedificar implicó una decisión que no era meramente funcional o
instrumental sino ideológica, entendiendo que a través de este acto se apropiaban
de un espacio nuevo y ajeno, imponiendo un nuevo orden que se ajustaba a los
cánones de su propia cultura (ver Gallardo et al. 1995). En tal sentido, el registro
arquitectónico y los nuevos espacios que configura resultan aspectos sensibles
para el estudio de las estrategias implementadas por el Inca y el grado de
articulación de las sociedades locales con la administración estatal (Tarragó &
González 2005), cuestiones centrales para comprender las características
específicas de este período de la prehistoria y que ya han sido abordadas en otras
zonas del Norte Grande con fructíferos resultados. En Tarapacá estos aspectos
han sido hasta ahora tratados de manera superficial, sin ahondarse mayormente
en las estrategias utilizadas por los incas para integrar a las poblaciones locales y
sus respectivas manifestaciones materiales, ni tampoco en los efectos concretos
que este nuevo orden supuso para los habitantes de estos nuevos espacios de
interacción.
En
definitiva,
la
discusión
se
ha
limitado
a
dimensiones
supraestructurales, y exceptuando los esfuerzos recientes por iniciar el estudio de
estos temas en el altiplano de Tarapacá (ver Berenguer & Cáceres 2008, Urbina
2009), sigue siendo aún insuficiente la preocupación por los aspectos materiales
que adopta el dominio estatal, cuestión que pretende ser tratada en este trabajo
aprovechando las potencialidades de la materialidad arquitectónica de Tarapacá
Viejo, uno de los elementos donde más fuertemente se revela la presencia incaica.
Esto, con la intención de comenzar a comprender la naturaleza del período Tardío
en esta parte de los Andes Centro Sur.
27
III. MARCO TEÓRICO
En esta sección se exponen los principios y conceptos teóricos que sustentan este
trabajo, basados en el estudio del espacio construido. Muchos investigadores ya
han probado las potencialidades de este enfoque que, reflexionando desde
múltiples campos –que van desde la geografía pasando por la sociología, la
psicología ambiental y la semiótica-, han demostrado que la organización de la
arquitectura tiene un rol fundamental en la producción y reproducción del orden
social (Rapoport 1969, Eco 1986, Giddens 1995, Lefebvre 1997, Soja 1989).
Considerando que la arquitectura es una de las evidencias más significativas
dentro del sitio estudiado y una de las materialidades predilectas utilizadas por el
Inca para manifestar su presencia y ejercer influencia sobre las poblaciones y
territorios conquistados, este marco teórico se orienta a ilustrar la relación entre
organización espacial, orden social y poder. Justificando, a su vez, el por qué el
espacio construido tiene efectos que trascienden ámbitos meramente funcionales,
económicos y ambientales.
Espacialidad y Arquitectura
Como premisa de este trabajo, asumimos que todo comportamiento humano está
inscrito en un espacio y que desde esta perspectiva no existe espacio a-social ni
sociedad a-espacial (Marcus 1993). Es a través de la ocupación de un espacio
que podemos reconocer la existencia de una sociedad. Pero la sociedad hace algo
más que simplemente existir en él, adopta una forma espacial definida. Y lo hace
de dos maneras: primero, posiciona a las personas con mayor o menor nivel de
agregación o segregación, dando lugar a patrones de movimiento y encuentro;
segundo, organiza el espacio por medio de edificios, caminos, marcadores y
límites, configurando patrones socioculturalmente específicos (Hillier & Hanson
1984:27). Consecuentemente, hay una asociación directa entre comportamiento
humano y espacio, siendo la arquitectura el ente material que contiene o alberga
dichos comportamientos (Rapoport 1990). Los relevantes aportes de la geografía
28
(Lefebvre 1997, Soja 1989) y los estudios del comportamiento humano y medio
ambiente (Rapoport 1969, 1980, 1982, 1990) han inducido una profunda reflexión
en torno a la relación entre espacio y sociedad. Giddens (1995) también ha sido
en parte responsable por integrar este tema a las ciencias sociales, dándole un rol
principal al espacio como eje donde se funda la sociedad y se reproduce el
sistema social. Antes que él, Bordieu (1973 en Steadman 1996) reconoció que la
organización del espacio dentro del ámbito doméstico brinda información sobre las
relaciones y actividades sociales, produciendo la estructura social. Este autor puso
de relevancia el vínculo intrínseco que existe entre la manera en que los
comportamientos sociales se desarrollan y el lugar físico donde esto sucede,
demostrando que un mismo espacio posee multiplicidad de funciones y
significados. Pese a que los miembros de una sociedad son capaces de jugar un
papel activo en la construcción del mundo, esta construcción está limitada por
condiciones físicas que actúan constriñendo sus acciones (Bordieu 1989). Así, por
ejemplo, se ha planteado que a medida que las sociedades se van sedentarizando
sus lugares de habitación tienden a volverse más rectangulares, siendo ésta una
forma que es más fácil de ampliar y compartimentar, asociándose a mayor
especialización e independencia productiva (Kent 1990); pero al mismo tiempo,
dicha organización actúa manteniendo las desigualdades sociales que nacen en el
seno de una sociedad compleja, bloqueando accesos, limitando movimientos y
separando habitaciones. Desde perspectivas más simbólicas, se ha planteado que
el orden de la vivienda obedece a principios cosmológicos que ordenan el mundo,
construyéndose en torno a ejes solares y puntos cardinales que sirven como
mecanismos legitimadores del orden social (Parker Pearson & Richards 1994).
El concepto de espacio construido se concibe como cualquier alteración física del
medio ambiente natural, incluyendo formas edificadas –estructuras creadas para
albergar actividades humanas-, pero también espacios delimitados y no
necesariamente construidos, como plazas o vías de circulación (Low & Lawrence
1990). El espacio, entonces, se construye para albergar prácticas sociales,
existiendo un vínculo directo entre comportamientos y forma construida en dos
29
aspectos, según Rapoport (1969): primero, porque la forma construida es la
manifestación física de los patrones de comportamiento humano (deseos,
experiencias,
motivaciones);
segundo,
porque
dichas
formas,
una
vez
materializadas, afectan el comportamiento y la forma de vida de los individuos. Se
establece una relación dialéctica entre el espacio construido y las acciones
sociales que aquí se producen, toda vez que éste es producido y a la vez
configura las acciones sociales que allí se llevan a cabo (Acuto & Gifford 2007).
Dentro de este marco, la arquitectura –como elemento fundante del espacio
construido- se considera como un producto cultural destinado a comunicar una
información que es manejada, consciente e inconscientemente, por el colectivo
que la construye, diseñado para apoyar e incentivar un comportamiento deseado.
Por lo mismo, las convenciones sociales que le dan forma obedecen a exigencias
culturales y no sólo funcionales, ambientales o económicas. Organizando
materialmente
el
comportamiento,
la
arquitectura
condiciona
físicamente
relaciones sociales, restringiendo o permitiendo el acceso a recursos, objetos,
personas o información (Nielsen 1995). Además, es un medio perdurable para
imponer esquemas de organización social, siendo las limitaciones espaciales
importantes restricciones para la interacción de los individuos determinando qué
prácticas y relaciones sociales han sido habilitadas y cuáles clausuradas, o si
existen, por ejemplo, barreras físicas y/o simbólicas que limiten el acceso, la
circulación o la visión (Thomas 1993, Smith & David 1995, Mañana et al. 2002).
Desde esta perspectiva puede ser abordado el trasfondo social, político y
simbólico que se esconde tras el modelo de espacialidad específico definido por la
arquitectura erigida en un contexto sociocultural particular (Hodder & Orton 1990).
Estas y otras consideraciones sobre la arquitectura se han agrupado, en nuestra
disciplina, en torno a lo que Steadman (1996) ha llamado “Arqueología de la
Arquitectura”. La puerta de entrada a esta subdisciplina fue la arqueología de los
espacios domésticos –o “Household Archaeology”- que desde un enfoque
funcional, puso énfasis en el rol de la vivienda como la unidad primaria en la
30
estructura socioeconómica de un grupo. A partir de aquí, el estudio de la casa fue
adquiriendo connotaciones más simbólicas al volcarse al análisis de los aspectos
ocultos inscritos en la arquitectura. Los análisis espaciales impulsados por Clarke
en la década de los setenta –íntimamente ligados a la geografía- dieron un primer
paso en esta dirección, basándose en la premisa de que las estructuras
espaciales son fruto de un proceso de toma de decisiones racionales. Desde esta
perspectiva, la arqueología comenzó a recoger datos que permanecían
disgregados en el registro como las distribuciones artefactuales, los patrones de
actividad y el sistema de asentamientos, integrándolos en modelos que se referían
a sistemas en funcionamiento, a relaciones socioculturales dentro y entre sitios
arqueológicos. Al centrarse en el contenido más que en el objeto mismo –y
apoyándose en las reflexiones en torno a las interrelaciones entre comportamiento
humano y espacio construido mencionadas anteriormente- se desarrollaron
numerosos estudios que, desde varios trasfondos teóricos, ayudaron a la
consolidación de la Arqueología de la Arquitecura como subcampo de
investigación. Sin lugar a dudas, en la disciplina antropológica –y por extensión en
la arqueología- las entradas ligadas a las implicancias simbólicas y a los aspectos
ocultos del espacio construido han sido las más fructíferas para el estudio de la
arquitectura. Dentro de éstas, caben las consideraciones en relación a cómo el
espacio construido comunica información sobre el status social y político de las
personas que lo habitan, los enfoques estructuralistas influenciados por la teoría
lingüística, los exámenes sobre las funciones metafóricas de la forma construida,
el análisis semiótico de la arquitectura y las perspectivas que la abordan desde la
fenomenología y la experiencia vivida en dichos espacios (Lawrence & Low 1990).
Como consecuencia –y conjugando distintos elementos de los enfoques antes
mencionados- según Mañana y colaboradores (2002), en arqueología la
arquitectura ha sido vista como: (i) instrumento para la acción social, inspirado en
los trabajos de Bordieu y Giddens, principalmente (ver Smith & David 1995, Acuto
1999); (ii) tecnología de coerción, tomando como base los planteamientos de
Foucault (ver Miller & Tilley 1984, Nielsen 1995, Moore 1996); (iii) signo de
comunicación no verbal, influenciados por la semiótica de Eco y Barthes, donde
31
los mensajes codificados en el espacio construido sirven como guías que gatillan
respuestas en el comportamiento (ver Hillier & Hanson 1984); (iv) estructura
material dentro de un paisaje cultural, cuya forma particular depende del tipo de
racionalidad que opera en la sociedad que la construye (ver Criado 1993, 1999).
Usualmente, los estudios dentro del campo de la Arqueología de la Arquitectura
hacen referencia, en mayor o menor medida, a todos los enfoques antes
mencionados, atendiendo a la multidimensionalidad de esta materialidad. En este
estudio, nuevamente, reconocemos la influencia de distintas líneas teóricas y
explícitamente tomamos elementos de cada una para conjugarlos en un enfoque
integrado. Es así que desde las perspectivas estructuralistas y semióticas
rescatamos los postulados de Hillier & Hanson (1984) y su sintaxis espacial, en el
sentido de intentar develar los aspectos no verbales representados por el
planeamiento arquitectónico. También, desde la fenomenología integramos los
aspectos más subjetivos de la arquitectura, en términos de las percepciones y
tipos de experiencias que los distintos espacios propician. Y, finalmente, tomamos
aspectos del post estructuralismo representado por Foucault, en cuanto a que
existe una relación directa entre el espacio que se construye y las relaciones de
poder que ahí se establecen, asumiendo esto como premisa fundamental de
nuestro trabajo. En esta línea, compartimos lo señalado por otros autores (Nielsen
1995, Moore 1996, Zarankin 1999, Tarragó & González 2005) respecto a la
relación entre arquitectura y poder, basado en su capacidad de organizar
materialmente el comportamiento social y condicionar físicamente las relaciones
entre personas o grupos. En este marco, el vínculo entre arquitectura y poder
social puede ser entendido desde dos perspectivas; primero, los edificios son
recursos con un valor particular, pues les brinda a sus constructores la capacidad
de controlar las acciones de los individuos. En segundo lugar, los espacios
construidos, por sus efectos en el comportamiento de las personas, constituyen
una herramienta especial para regular el acceso a alimentos, protección, objetos,
información y actividades, inscribiendo físicamente las diferenciaciones y
desigualdades sociales (Nielsen 1995). Por lo mismo, son más que contenedores
pasivos de relaciones, poseyendo una cualidad formativa (Marcus 1993).
32
Pasaremos, entonces, a precisar cómo se da y se ha entendido esta relación entre
espacio construido y poder, visto siempre desde su efecto en las interacciones
sociales y su consecuente expresión arquitectónica.
Del espacio al poder
No es nuestra intención desarrollar in extenso una discusión en torno al concepto
de poder, cuestión que evidentemente excede los alcances de esta memoria. Sí
es necesario explicitar lo que entendemos por poder en su acepción más amplia –
y que subyace a los planteamientos aquí presentados: la capacidad de un sujeto o
grupo social de influir y controlar circunstancias y eventos para beneficio propio
(Rorty 1992 en Dovey 1999:1). Esta concepción del poder no sólo implica acción
ejercida supraestructuralmente en un sentido represivo, sino también en su
aspecto positivo y productivo, constructor de conocimientos y realidades, cuestión
planteada y tratada extensamente por Foucault (1976, 1980; Uribe 1996). En esta
línea, es relevante hacer la distinción entre poder para y poder sobre (Miller &
Tilley 1984): mientras el primero hace referencia a una capacidad universal del
comportamiento social, que muchas veces se da por sentado, el segundo tiene
una relación directa con la noción de control y se refiere a la influencia ejercida por
un grupo sobre otro con fines estratégicos. Es este tipo de poder (poder sobre) en
el que nos centramos en este trabajo.
El poder está intrínsecamente ligado al espacio construido toda vez que éste
siempre involucra una idea o proyecto de sociedad, refleja el modo como deben
funcionar las cosas. La arquitectura –la forma construida- materializa esta idea,
naturalizándola y haciéndola parecer inmutable. En palabras de Eco (1968 en
Zarankin 1999:122), la arquitectura “satisface algunas exigencias de la gente, pero
al mismo tiempo las persuade para que vivan de una manera determinada”. Es
decir, como la arquitectura, a diferencias de otros elementos materiales, tiene la
capacidad de regular interacciones y comportamientos, es un medio privilegiado
para ejercer poder sobre un grupo o sociedad. Si bien es cierto existen distintos
33
mecanismos para el ejercicio del poder, como la fuerza, la coerción, la
manipulación y la autoridad (Dovey 1999:10), hay algunas que son mucho más
eficaces que otras y mucho más pesquisables materialmente. En términos
arquitectónicos, se ha planteado que el poder se manifiesta de tres formas básicas
y no excluyentes entre sí (Nash & Williams 2005): mediante la subordinación, al
estructurar relaciones espaciales asimétricas como, por ejemplo, elevando a
ciertos actores sociales sobre otros mediante la existencia de plataformas o
situando como foco de atención a una estructura especial. A través de la
exclusividad, restringiendo el acceso a ciertos espacios, limitando la observación y
la participación en ciertas instancias sociales. Como consecuencia, la creación de
exclusividad promueve la cohesión de un grupo a través de la participación a la
vez que segrega a otro de la experiencia común. Y, finalmente, por medio de la
procesión, referida al movimiento que la disposición de los elementos
arquitectónicos
propicia,
dirigiendo
a
grupos
o
personas
hacia
lugares
determinados o bien desviando la circulación hacia otros –limitando así el poder
de elección de los individuos.
De manera paralela, algunos estudios sostienen que el dominio a través del
control es uno de los medios más efectivos y abordables por la vía material pues
se expresa por medio de la construcción de puertas, muros y vías de circulación,
así como por la manipulación del diseño del espacio en términos de densidad,
geometría y distancias (Sánchez 1998). De esta manera, se crean y manejan
dimensiones donde espacio construido y poder se encuentran: lo privado versus lo
público, el acceso o la segregación, la estabilidad y el cambio, la identidad o la
diferenciación, etc. Diversas aproximaciones al tema han definido componentes,
elementos o cualidades de los edificios que pueden ser agregados o modificados
para causar efectos concretos en la naturaleza de las actividades desarrolladas en
su interior (ver Nielsen 1995, Moore 1996, Nash & Williams 2005), como la
geometría o forma de los espacios, su emplazamiento, los rasgos físicos internos
del mismo (puertas, ventanas, compartimientos interiores, escaleras, entre otros),
los efectos ópticos que produce –como los aspectos de distancia y visibilidad- y
34
los elementos muebles que contiene. La elección y diseño del espacio construido,
utilizando estos distintos mecanismos, responden a decisiones culturalmente
específicas, razón por la cual podemos observar tan amplia variabilidad entre
distintos grupos culturales. Esto depende de las tecnologías de que disponga un
grupo, sociedad o cultura y, tomando las palabras de Foucault, del sistema de
saber-poder bajo el cual se materialice. Es por esta razón que la modernidad, por
ejemplo, adopta formas tan propias de construcción, mostrando viviendas con
planos totalmente asimétricos de habitaciones pequeñas separadas unas de otras,
sin conexiones entre ellas de manera tal de mantener la independencia entre
miembros del grupo familiar; demostrándose la posición de cada uno en virtud del
espacio disponible, su lugar dentro del plano y el tipo de objetos materiales
presentes en su interior (Funari & Zarankin 2003).
Dentro de los objetivos de este trabajo nos planteamos, justamente, develar los
aspectos estructurales del espacio construido por el Inca en Tarapacá Viejo, para
entender cuáles fueron los elementos que regularon los comportamientos de los
habitantes del asentamiento y conocer sus efectos en las interacciones sociales.
Esto, considerando –tal como se planteó en los antecedentes- que los nuevos
espacios construidos por el Inca fueron planificados deliberadamente con la
intención de reorganizar la interacción social a través de la manipulación de ciertos
atributos de los edificios (Urbina 2009), los cuales sirvieron para ejercer efectos
concretos sobre la población local funcionando como estrategias de poder
(Gasparini & Margolies 1981, Nielsen 1995). Desde esta perspectiva, para develar
las estrategias de poder y control que operaron en Tarapacá Viejo, debemos
abordar la lógica espacial bajo la cual este asentamiento fue construido y los
comportamientos que fueron propiciados según este modelo arquitectónico. La
próxima sección abordará concretamente las vías que consideramos apropiadas
para adentrarnos en las dimensiones sociales y políticas que subyacen a este
orden espacial en particular, definiendo desde la materialidad inmueble y mueble
las características físicas del dominio ejercido por el Tawantinsuyo en este lugar.
35
IV. METODOLOGÍA
A continuación se presenta la metodología considerada pertinente para abordar el
problema de estudio. Esta se fundamenta en la premisa de que “los asentamientos
incaicos fundados en territorios distantes se establecieron como espacios
construidos deliberadamente para reorganizar la interacción social, local y
regional, a través de edificios con distintas capacidades productivas, domésticas y
públicas” (Urbina 2009:24); y que, en consideración con esto, el estudio de su
arquitectura –complementado con el mobiliario- constituye uno de los medios más
relevantes para comprender el modo en que el Imperio se relacionó con las
comunidades locales. La metodología aquí expuesta se centró en las expresiones
materiales de la presencia Inca en Tarapacá Viejo, para revelar aspectos
funcionales e ideológicos de la dominación física y simbólica de la población aquí
asentada (Uribe et al. 2010).
Análisis de forma: Diseño del espacio construido
Para el desarrollo metodológico de este trabajo asumimos que los edificios poseen
una lógica social en su construcción (sensu Hillier & Hanson 1984) y que son la
precondición material para el movimiento, el encuentro y las acciones de las
personas que habitan dicho espacio. Así vista, la arquitectura puede ser
considerada como una herramienta de poder con efectos observables sobre las
relaciones sociales llevadas a cabo en su interior, convirtiéndose en un
mecanismo de control y dominio (Gallardo et al. 1995, Nielsen 1995). En tal
sentido, los patrones del espacio construido son culturalmente significativos y sus
variaciones son reflejo de diferencias en la naturaleza del orden social (Moore
1996). Recogiendo las palabras de este autor, esta parte de la metodología se
centra en explorar la “arquitectura del control social” (Moore 1996:183).
Para estudiar la manera en que las estructuras crearon y mantuvieron un control
sobre la población que habitaba el sitio Tarapacá Viejo, las variables analizadas se
36
centraron en atributos que afectan las interacciones sociales –ya
sea
promoviendo o inhibiendo ciertos comportamientos- y permitieron adentrarse en el
grado de control ejercido sobre estos espacios; enfocándose no en el estudio
descriptivo-tipológico de las construcciones, sino en la configuración espacial
concreta del registro arquitectónico, el espacio construido y la articulación interna.
De acuerdo a esto, el universo de estudio estuvo constituido por las ocho canchas
definidas previamente en este sitio (Adán & Urbina 2005). Tomando como
referencia un conjunto de investigaciones que han abordado con mayor o menor
detalle esta problemática centrada en la configuración del espacio construido y su
incidencia en las interacciones sociales (ver Nielsen 1995, Moore 1996, Sánchez
1998, Van Dyke 1999, Mañana et al. 2002, Fisher 2009, Urbina 2009), esta
reflexión metodológica buscó incorporar diversos enfoques en uso para lograr un
acercamiento integrado a nuestro problema de estudio.
Segmentación y diferenciación funcional
Esta primera variable se abordó a través de la cuantificación de estructuras dentro
de cada cancha. La importancia de conocer este aspecto se fundamentó en que la
segmentación arquitectónica –a través de la presencia de muros o vanos, entre
otros- resulta en la desarticulación de grupos sociales, creando mayores
posibilidades de control (Nielsen 1995:57). Consecuentemente, se consideró que
a mayor segmentación espacial existe mayor potencial para controlar a la
población.
Densidad o concentración edilicia
Esta variable permite realizar comparaciones del grado de dispersión o
aglutinamiento existentes en un edificio o asentamiento (Urbina 2009), bajo la
premisa de que una población dispersa es más difícil de controlar que una
altamente concentrada (Nielsen 1995). Para cada cancha se calculó el índice de
densidad en función del número de recintos por hectárea (Urbina 2009), donde los
valores obtenidos expresaron cuantitativamente el potencial de control sobre un
grupo social. De acuerdo a ello, se asumió que la circunscripción poblacional –
37
resultado de una mayor concentración espacial- facilita el control de las personas
que habitan dicho espacio.
Accesibilidad
Las vías de entrada regulan la habilidad de los individuos de acceder a
recursos/bienes/actividades localizadas espacialmente, utilizándose como medio
de control social (Moore 1996:179). Las restricciones en el acceso asumen gran
variedad de formas, ya sea por la ubicación de las estructuras como por la
existencia de muros, pasillos o vanos. El análisis de accesos es una variable
importante a considerar pues su presencia supone que la inclusión/exclusión de
los individuos a ciertos espacios puede ser controlada, a la vez que puede facilitar
o impedir la participación de los habitantes del sitio en ciertas actividades.
Mediante el análisis de los accesos es posible reflejar el grado de movimiento que
la arquitectura permite entre un espacio y otro, develando la jerarquización de los
espacios (Mañana et al. 2002). Concretamente, esta parte del estudio se inspira
en las clásicas propuestas de Hillier y Hanson en relación al “análisis sintáctico del
espacio” (1984:90). Éste plantea un marco conceptual y un conjunto de
herramientas metodológicas para la representación, cuantificación e interpretación
del espacio construido en el entendido de que su orden remite a la organización
de las relaciones entre personas.
Uno de los componentes principales del análisis sintáctico del espacio es el
análisis de accesos o permeabilidad, también conocido como análisis o mapas
gamma. Recurrimos a esta herramienta para aproximarnos a la lógica interna del
asentamiento, conocer las relaciones entre espacios y evaluar el grado de
asimetría que presenta una configuración espacial concreta sobre la base de las
facilidades del acceso. Se basa en una representación gráfica de los edificios en
donde los recintos interiores son simbolizados a través de nodos unidos entre sí
por medio de líneas que reflejan la existencia de vanos de acceso a partir de un
punto de origen –en este caso las vías de circulación que rodean cada cancharepresentado por un círculo con una cruz. A cada nodo se le asigna un valor que
38
depende de su posición en el gráfico con respecto al punto de origen: si se accede
a él inmediatamente desde las vías de circulación tiene valor 1; 2 si se accede a él
a través de otro recinto, y así sucesivamente. Los recintos que tienen el mismo
valor se situarán gráficamente en el mismo nivel horizontal, definiendo así las
relaciones sintácticas de ese edificio en particular, es decir, su simetría/asimetría y
su distribución/no distribución. La asimetría involucra siempre la noción de
profundidad, es decir, a mayor profundidad del sistema, mayor asimetría. Por su
parte, la distribución se refiere a la existencia de accesos múltiples entre espacios,
en contraposición a la no-distribución en aquellos casos en que existe sólo una vía
de acceso. Mientras más simétricos sean los conjuntos, habrá mayor integración
de categorías sociales, existiendo mayor tendencia a la segregación social en el
caso de las organizaciones espaciales asimétricas. Por su parte, si existe una
mayor distribución de las unidades –es decir, si éstas tienen más de una ruta de
acceso- se tenderá a un control espacial difuso, en tanto que la no distribución
supone un dominio espacial mayor que muchas veces es reflejo de un sistema
superior de control (Hillier & Hanson 1984:97). Es necesario considerar también
que usualmente espacios abiertos hacia varias áreas adyacentes, suelen no tener
una función muy rígida –a excepción de las áreas de circulación-, en tanto los
espacios con funciones relacionadas frecuentemente se conectan entre sí
(Sanders 1990:64). Es así como los mapas de acceso combinan el desciframiento
visual de los patrones del espacio construido con procedimientos variados de
cuantificación, basados en fórmulas matemáticas propuestas por estos autores
(Hillier & Hanson 1984:108-114). En suma, a través de ellos logramos referirnos al
grado de dependencia entre espacios, el control que se ejerce sobre ellos y la
cantidad y disposición de los accesos que definen su carácter más o menos
inclusivo.
Es importante considerar que las variables de simetría y distribución son de
carácter independiente, es decir, un sistema puede ser simétrico y no distribuido o
bien pueden presentarse casos en que los valores de asimetría son altos pero
también existe un elevado número de accesos que posibilitan el carácter
39
distribuido del sistema. Atendiendo a estos resultados, que pueden resultar
paradójicos, el análisis fue posteriormente complementado con el estudio de los
patrones de visibilidad dentro de cada cancha –en los casos en que fuera posible-,
fundamentado en la existencia de espacios públicos y privados de acuerdo al
espectro de visión o grado de exposición que se obtiene desde él o los puntos
principales de acceso a cada una (Sánchez 1998).
Atributos visuales
La inclusión de esta variable en nuestro análisis se fundamenta en la idea de que
“el control arquitectónico sobre la visión opera de manera similar a las
restricciones de acceso [!] pueden excluir a personas, objetos, acciones e
información, sometiéndolos a vigilancia o exposición” (Nielsen 1995:57, la
traducción es nuestra).
Estas nociones se basan en las ideas expuestas por
Foucault (1976) en relación al panóptico, un dispositivo arquitectónico ideado para
la vigilancia en donde confluyen las ideas de espacio construido, control y poder.
El análisis de los atributos visuales, entonces, viene a complementar el estudio de
accesibilidad de cada cancha desde una perspectiva más cualitativa, fundada en
la cantidad de superficie visible dentro de cada edificio vista desde los puntos
principales de acceso, es decir, aquellos que conectan el interior con las vías de
circulación. Partimos de la premisa de que cuanto más expuestos o visibles sean
los espacios internos de los edificios, ellos tendrán un carácter más público. Por el
contrario, la poca visibilidad de un determinado espacio –sumado a una baja
accesibilidad- puede constituirse en una estrategia para resistir la dominación,
facilitar la exclusión y el ocultamiento de prácticas o acciones. Hall (1968) en sus
estudios sobre la proxémica establece que la visión binocular humana cubre un
ángulo aproximado de 200°. Este parámetro fue utilizado para definir gráficamente
la superficie visible/pública o no visible/privada desde cada punto de acceso a las
canchas. De acuerdo a ello, se compararon los espacios que daban cabida a
áreas más públicas versus los que privilegiaban interacciones menos visibles,
privada o exclusivas. Paralelamente, se efectuó el mismo ejercicio desde fuera de
40
las canchas, a partir de puntos de referencia situados en los extremos superiores,
inferiores y laterales de las vías de circulación, orientando la visión hacia el
asentamiento y consignando los límites de visibilidad que se alcanzó en cada
punto. Con esto, se buscó establecer relaciones visuales entre canchas, es decir,
espacios que son visibles entre sí en contraposición a lugares que no lo son,
revelando una dinámica particular entre el diseño arquitectónico y la topografía del
asentamiento. El objetivo fue, nuevamente, explorar con mayor profundidad la
compleja relación entre espacio construido e interacción social.
Análisis de contenido: Estudio funcional de las canchas
Para favorecer un enfoque integrado y entendiendo que el estudio del espacio
construido no es sólo forma sino también contenido, el análisis anterior fue
complementado con un examen de los elementos muebles recuperados dentro de
las canchas. Para este fin, se realizó una síntesis de excavaciones practicadas
con anterioridad en el sitio y la revisión de informes de análisis de materiales
obtenidos en dichas intervenciones. Todos estos datos fueron sistematizados de
manera de lograr una comprensión acabada de cada unidad y su estratigrafía,
cuestión tendiente a la definición de probables actividades realizadas en su
interior. Complementariamente, se obtuvo un nuevo set de fechas radiocarbónicas
que sustentan la integridad estratigráfica del sitio y que además son un valioso
aporte a la comprensión de la historia cultural tarapaqueña y del Horizonte Tardío
en general.
Junto a ello, se reanalizó una cantidad significativa de material cerámico –uno de
los indicadores privilegiados para el estudio de la problemática incaica, además de
la arquitectura- proveniente de dos de las ocho unidades recientemente
excavadas en el sitio (Zori 2011), complementado con una relectura de los datos
obtenidos en recolecciones superficiales, específicamente orientado a reconocer
los patrones de distribución cerámica a partir de la secuencia alfarera tardía
planteada para Tarapacá (ver Uribe et al. 2007). El estudio de parte de esta
41
colección cerámica3, específicamente de las unidades 3 y 5, comprendió la
elaboración de bases de datos relevando tipologías, cantidades recuperadas,
huellas de uso, decoraciones y tamaños. A partir de esto, se utilizaron
herramientas estadísticas básicas que dieron cuenta de distribuciones, frecuencias
y porcentajes de cada tipo cerámico presente en el asentamiento. Tanto los
materiales recuperados en las excavaciones como el análisis de la alfarería
permitieron una primera aproximación funcional al sitio, específicamente de las
actividades llevadas a cabo en los espacios excavados que, si bien representan
una porción mínima del asentamiento, muestran algunas distinciones significativas
que consideramos relevantes para nuestro estudio y que ciertamente dan luces
sobre las diferencias existentes entre un sector y otro. Más aún si estas son
integradas a la información proveniente del análisis espacial, con lo cual fue
posible vislumbrar el funcionamiento interno del sitio y el grado de control ejercido
sobre los distintos espacios.
Con esto fue posible entregar una visión precisa a nivel intrasitio de uno de los
asentamientos tardíos más relevantes de Tarapacá mediante una metodología
diseñada para abordar la lógica espacial bajo la cual se diseñó y construyó el sitio,
poniendo énfasis en el grado de control al que estuvieron sujetos sus habitantes.
Complementariamente, se integraron distintas materialidades a la vez que nuevas
dataciones radiocarbónicas y por termoluminiscencia que contribuyen a afinar la
cronología del Horizonte Tardío, especialmente relevante en una zona donde lo
incaico ha sido definido más bien en términos estilísticos que cronológicos.
3
Depositada actualmente en el Departamento de Antropología de la Universidad de Chile.
42
V. RESULTADOS
A continuación se presentan los resultados de esta investigación. El capítulo se
organiza en dos partes: la primera destinada al análisis espacial o de forma,
centrado en el estudio sistemático de las ocho canchas que componen el sitio, lo
cual nos permitió referirnos a los grados de control ejercidos sobre los distintos
espacios en un intento por evaluar la forma en que la materialidad arquitectónica
afectó las interacciones sociales desarrolladas dentro de Tarapacá Viejo. La
segunda, sintetiza las excavaciones en el sitio y materiales obtenidos, en un
intento por acercarse a las actividades desarrolladas en las distintas áreas del
asentamiento. Como parte de esta segunda sección se integran los resultados de
los estudios cerámicos a partir de las recolecciones superficiales y la reevaluación
de dos de las unidades excavadas. Con respecto a aquellas unidades cuyo
material cerámico no pudo ser revisado –que en conjunto sumaban más de 10.000
fragmentos- la información aquí presentada fue tomada de los trabajos de Zori
(2011) y constituyen un análisis de carácter preliminar.
PRIMERA PARTE. Análisis de Forma
En este apartado se presentan los resultados del análisis de forma de cada
cancha dentro del asentamiento, lo cual apunta a conocer su dinámica interna a
través del examen de las características del espacio construido, visto como el
contexto donde se desarrollan y determinan las interacciones sociales (Fisher
2009). Lo anterior se relaciona directamente al primer objetivo de nuestro trabajo,
orientado a develar la lógica social que subyace a este orden espacial y el tipo de
interacciones que éste propicia. Para cada una de las ocho canchas, se calculó su
superficie (m2) a partir de las medidas de largo y ancho total. Para las canchas de
la mitad inferior del sitio que exhiben un pobre estado de conservación producto
del fácil acceso por parte de vehículos, el uso intensivo del sitio durante la fiesta
anual de San Lorenzo y los extensivos trabajos viales en la ruta contigua –factores
que han afectado profundamente esta porción del asentamiento, se consideraron
43
los largos máximos a base de las estructuras actualmente visibles (Figura 1).
Teniendo esto en cuenta, es probable que dichas edificaciones hayan tenido
mayores magnitudes en el pasado, superando los tamaños de las canchas de la
mitad superior.
Figura 1. Levantamiento topográfico del sitio Tarapacá Viejo (Proyecto
Universidad de Chile VIDSOC 08/16-2, “Tarapacá Viejo y el Inka en los Valles
Occidentales, Andes Centro Sur (1.450-1.540 DC)”. Investigador Responsable:
Mauricio Uribe R.).4
Paralelamente, se cuantificó el nivel de segmentación de cada cancha a partir del
número de estructuras presentes en su interior. Como se planteó en la
metodología, se considera que el grado de segmentación espacial a través de
barreras físicas resulta en una desarticulación de los grupos o agregados sociales
4
En este trabajo, cada cancha fue identificada por una letra, correspondiente a la denominación original
hecha por P. Núñez (1984) y además por un número otorgado a cada estructura por Adán y Urbina (2005).
44
de tal forma que facilita su control (Nielsen 1995). Consecuentemente, a mayor
segmentación espacial, mayores posibilidades de control social. Los resultados se
dividieron de acuerdo a tres rangos: baja segmentación entre 1 a 5 recintos;
media, entre 6 y 10; y sobre 10 recintos, segmentación alta. A partir de estos
parámetros –grado de segmentación y tamaños- se calculó la densidad o
concentración edilicia de cada una de las unidades analíticas (número de
estructuras por hectárea). En la siguiente tabla se resumen las variables referidas
anteriormente (Tabla I).
DIMENSIONES
CANCHA
A
B
C
D
E
F
G
H
Largo
Ancho
51,6
78,3
51,6
80
51,6
48,3
51,6
40
36,6
36,6
36,6
36,6
36,6
36,6
36,6
36,6
SUPERFICIE (m2)
SEGMENTACIÓN
(N° rec contenidos)
DENSIDAD
(N° rec/há)
1889
2866
1889
2928
1889
1768
1889
1464
4
21
10
16
7
8
8
7
21,1
72,6
53
55
37
45,2
42,3
48
Tabla I. Valores de las medidas básicas de cada cancha.
Dentro de esto, lo primero que llama la atención es el grado de uniformidad
existente en términos de los tamaños de las canchas. Las medidas muestran una
estandarización elocuente, sobre todo en la porción superior del asentamiento, tal
como lo expresan las canchas A, C, E y G. Aquellas ubicadas en la parte inferior
muestran la misma característica por lo menos en términos del ancho, puesto que
el largo es una medida afectada por la baja conservación de las estructuras.
Ahora, pese a mostrar la misma magnitud en cuanto a su superficie, las canchas
de la porción superior muestran un arreglo interno que exhibe grandes variaciones
donde se pueden apreciar que la mitad W presenta un muro interno que divide la
estructuras en dos partes iguales, mientras que las del lado E no presentan este
rasgo aunque sí complejas subdivisiones. La cancha A es la que exhibe la menor
segmentación dentro del conjunto total. La buena conservación permite sostener
45
que, además, la mitad W de la cancha no posee estructuras en su interior,
constituyendo más bien un espacio abierto. La mitad opuesta presenta sólo dos
recintos adosados al muro E, uno de los cuales fue excavado. Consecuentemente,
la cancha A es la menos densa en términos edilicios, lo que permite suponer una
funcionalidad distintiva pese a que responde a una planificación estándar en
términos de tamaño y forma general. La cancha C, en tanto, presenta el muro
subdivisorio interno junto a una cantidad mayor de subestructuras. En
consecuencia, aunque tiene las mismas dimensiones su densidad edilicia es
mayor, alcanzando los 53 recintos por hectárea. Las otras dos canchas de la mitad
superior (E y G) no presentan el muro divisorio interno, exhibiendo valores de
segmentación cercanos en ambos casos. En términos de su resolución
arquitectónica, muestran características similares con subdivisiones internas de
diversos tamaños comunicadas entre sí y espacios más amplios o abiertos a
través de los cuales se accede a los recintos menores. Difieren ligeramente en
cuando a sus medidas de densidad.
La porción inferior del asentamiento en cambio, sobre todo la mitad W, es
completamente distinta a lo antes descrito. En primera instancia, podemos agrupar
a las canchas B y D dentro de un mismo conjunto, pues su organización interna
muestra características muy similares, presumiblemente asociadas con aspectos
funcionales relacionados. En términos generales, sin embargo, la cancha B
destaca sobre el conjunto como el edificio con mayor grado de segmentación
interna
y,
consecuentemente,
de
densidad
edilicia,
la
que
se
aleja
significativamente del resto. La cancha D, por su parte, presenta igualmente un
muro divisorio en su interior, de tal forma que toda la mitad W del sitio –
conformado por las canchas A, B, C y D- muestra este mismo elemento que
organiza el interior de las construcciones e impide la circulación entre uno y otro
lado, puesto que en ninguno de ellos es posible observar vanos de acceso que
comuniquen ambas mitades. Aunque se desconoce su altura real, es probable que
la presencia del muro divisorio interno haya constituido también una importante
barrera visual entre ambas partes de los edificios. Las unidades F y H son difíciles
46
de analizar pues presentan mal estado de conservación y en este último caso,
sólo es visible cerca del 50% de la cancha. No obstante, sí es posible sostener
que forman parte del conjunto de cuatro canchas del lado E que no presentan la
división en mitades exhibiendo, en contraste, una serie de habitaciones contiguas
de distintos tamaños. El grado de segmentación es similar en ambos casos: ocho
recintos en F y siete en H, teniendo presente que posiblemente esta cifra fue
mayor cuando el sitio se encontraba en uso. En cuanto a la densidad, ambos
espacios presentan valores similares que son aplicables al resto de las canchas a
excepción de la B, que escapa claramente el promedio, y la A que muestra un
valor mucho menor.
Preliminarmente, esto significaría que la cancha B es el espacio que estaría sujeto
a un mayor control de acuerdo a su resolución arquitectónica, pues resulta ser la
más segmentada y la más densa en términos edilicios. Esto se debe, según
nuestra perspectiva, al tipo de actividades que se realizaron en ella. En contraste,
las canchas E, F, G y H, serían los espacios sujetos a menor control, lo que
sumado a la existencia de intrincadas divisiones en su interior, imponen barreras
físicas importantes y otorgan un grado mucho mayor de privacidad. Para
profundizar en esta materia, se realizaron representaciones gráficas de las vías de
entrada a cada cancha, las cuales reflejan cuán simétricos o integrados son los
espacios en función de sus patrones de accesibilidad; factor que también incide en
el grado de control sobre determinados espacios/actividades/recursos.
Sintaxis espacial: análisis de accesos
Estas representaciones se basan en los análisis gamma desarrollados por Hillier &
Hanson (1984), a partir de los cuales se calcula cuantitativamente los valores de
asimetría de cada sistema o –en este caso- cada cancha. Para aquellos casos en
que por razones de conservación de las estructuras no fue posible registrar la
presencia de vanos en terreno, se asumió la existencia de al menos un acceso
para cada recinto, lo cual fue representado gráficamente mediante líneas
47
punteadas. También es necesario considerar, por esta misma causa, la posibilidad
de que ciertos accesos no hayan sido representados porque actualmente no son
visibles; cuestiones que evidentemente afectan el resultado final de este análisis,
que de todos modos asumimos como preliminar.
A partir de los gráficos, para cada cancha se calculó la profundidad (MD), referida
a la suma de los valores de cada espacio dividido por el número de recintos
contenidos (k), correspondiente al valor de segmentación expresado en la tabla
anterior. A partir de esto, se calculó la asimetría relativa (RA) de cada cancha
mediante una fórmula propuesta por Hillier y Hanson (1984:108): 2(MD-1)/k-2. El
resultado siempre es un valor entre 0 y 1, siendo 1 el valor que refleja mayor
asimetría. No obstante, según los autores, el resultado varía bastante de acuerdo
al número de estructuras dentro de un sistema, pues mientras más estructuras
contenga, la asimetría relativa tenderá a descender. Ante esta situación y para
compensar dichas diferencias de tamaño, se utiliza una constante (Hillier &
Hanson 1984:112) que es multiplicada por el valor de RA, obteniendo como
resultado la asimetría relativa real (RAA) del sistema, la cual puede ser mayor o
menor a 1, donde los valores mayores representarán más segregación. Para
nuestro propósito, los valores de asimetría relativa real (RAA) se dividieron en tres
rangos: asimetría baja entre 0 y 0,5; asimetría media para valores entre 0,51 y 1; y
asimetría alta sobre 1. Una asimetría baja, en consecuencia, refiere a una mayor
integración de los grupos o individuos que permanecen en su interior, mientras
que el extremo opuesto representa una mayor segregación de las unidades
sociales.
Ahora bien, en cuanto a la distribución del sistema, ésta es medida a través de la
existencia de más de una vía de acceso entre espacios (Hillier & Hanson
1984:152-154). Si bien esta variable puede medirse en términos matemáticos, en
esta ocasión nos centramos únicamente en el número de accesos a cada cancha
desde el exterior, por considerarse que éste valor es el que le brinda mayor o
menor accesibilidad al sistema en su totalidad. Más accesos desde el exterior
48
implicarían un espacio con menos restricciones de entrada y en consecuencia
menos exclusivo y, posiblemente, sujeto a un control más laxo. Ahora, es evidente
que esta variable está sujeta al estado de conservación del sitio. Los casos de las
canchas D, F y H (de la mitad inferior) son especialmente críticos en este sentido,
pues fueron las que presentaron mayores dificultades para distinguir accesos en
terreno.
CANCHA
A
B
C
D
E
F
G
H
N°
RECINTOS
(k)
4
21
10
16
7
8
8
7
PROFUNDIDAD
(MD)
1,50
1,95
1,60
1,81
1,42
1,87
3,25
1,50
ASIMETRÍA
RELATIVA REAL
(RRA)
0,50
0,45
0,53
0,43
0,50
0,88
2,30
0,50
ACCESOS
7
5
8
2
4
1*
3
3
Tabla II. Resultados del análisis sintáctico de cada cancha. *Valor mínimo, al no
ser detectado ningún vano de acceso en terreno.
Con esto, se tienden a confirmar que la cancha A estaría sujeta a un menor
control, teniendo un carácter más público donde destacan sus grandes espacios
abiertos y su alto número de accesos, facilitando la circulación y por ende
dificultando el control de las interacciones que se llevan a cabo en su interior. Su
configuración sugiere un espacio inclusivo que tal vez remita a un carácter
multifuncional. No obstante, es posible que muestre un valor relativamente alto en
cuanto a asimetría porque el recinto 30 ejerce un control directo en el acceso a los
recintos menores 27 y 29.
49
Figura 2. Mapa gamma de la cancha A.
Figura 3. Mapa gamma de la cancha B.
La cancha B, en tanto, presenta un valor menor en cuanto a su asimetría pese a
que su segmentación es mucho más elevada. Esto puede deberse a la existencia
de conexiones entre recintos menores, característica que afecta el valor de
profundidad. Según lo planteado por Sanders (1990:64), la conexión directa entre
recintos se explica por una relación en cuanto a su funcionalidad, lo cual obliga a
conectarlos y hacerlos mutuamente dependientes. Presenta, así, una situación
particular a la luz de estos resultados: una alta segmentación y densidad edilicia,
en paralelo a una elevada profundidad, indicadores de una intención por segregar
para facilitar el control. Pero al mismo tiempo tiene uno de los menores valores de
asimetría, lo que nos indicaría un control más laxo y mejor integración.
Preliminarmente, esto podría ser reflejo de una relación directa entre recintos a
través de funciones específicas y complementarias, que pueden desempeñarse en
50
espacios relativamente reducidos y cuyas conexiones tienden a elevar el valor de
la asimetría.
La cancha C presenta asimetría y profundidad medias, agrupándose en el mismo
nivel que las canchas D, E y F, aunque dentro de este grupo la D se aleja en
términos de profundidad, con los recintos 45 y 43 presumiblemente controlando
los accesos a casi todos los recintos interiores.
Figura 4. Mapa gamma de la cancha C.
Figura 5. Mapa gamma de la cancha D.
Figura 6. Mapa gamma de la cancha E.
51
Los valores de profundidad y asimetría, así como el número de accesos, comienza
a variar en la cancha F, alcanzando cifras muy elevadas en el caso de la cancha
G, que visiblemente se aparta del resto. Se trata de un espacio con acceso
restringido, baja segmentación y poca densidad. Esto nos sugiere un lugar
exclusivo, cerrado al resto de la comunidad y sujeto a poco control interno, pues
según su baja segmentación no existiría la intención de desarticular o segregar
unidades sociales, que es lo que finalmente facilita su dominio. Esto le otorga un
carácter privado, con escasas posibilidades de vigilar o intervenir en las acciones
que se llevan a cabo dentro de él.
Figura 7. Mapa gamma de la cancha F.
Figura 8. Mapa gamma de la cancha G.
Figura 9. Mapa gamma de la cancha H.
52
Lógicamente, asumimos las limitantes que el análisis de accesibilidad supone –por
ejemplo, no considerar la ubicación de los accesos o los tamaños de las
estructuras que componen un sistema- y es por ello que éste fue integrado a un
análisis de visibilidad o percepción visual desde y hacia cada estructura.
Análisis de cuencas visuales
El análisis de los atributos visuales de las estructuras fue incorporado asumiendo
que “el control arquitectónico sobre la visión opera de manera similar a las
restricciones de acceso [!] pueden excluir a personas, objetos, acciones e
información, sometiéndolos a vigilancia o exposición” (Nielsen 1995:57, la
traducción es nuestra). En tal sentido, complementan al análisis de accesibilidad,
brindando información adicional sobre el carácter público o privado de las
estructuras en función del grado de exposición de las mismas. El siguiente
diagrama refleja la superficie pública y privada de cada cancha desde puntos
situados en cada uno de los accesos principales desde las vías de circulación
(Figura 10). Según esto, podemos situar a la cancha A como aquella que presenta
mayor superficie visible y, por ende, más espacio público –cuestión que ya sugería
el análisis de accesibilidad. Las canchas B y C también exhiben grandes
superficies públicas, aunque en menor grado para el primer caso.
Figura 10. Diagrama (sin escala) de las canchas A, B y C que ilustra la superficie
visible de cada una desde los principales puntos de entrada.
53
Figura 11. Diagrama (sin escala) de las canchas D y E que ilustra la superficie
visible desde los principales puntos de entrada.
Para D, las diferencias en altura producen un quiebre visual que deja parte de la
mitad W sin visibilidad. El estado de conservación actual no permitió distinguir un
vano de acceso hacia la otra mitad de esta cancha, pero presumiblemente ésta
debe haber estado presente –a juzgar por el patrón de acceso que presentan las
otras tres canchas de esta porción del asentamiento, que además tienen en
común el muro divisorio interno.
Las canchas de la mitad E reflejan menor visibilidad, donde la G es la que exhibe
menos superficie pública, reforzando así los resultados arrojados por el análisis de
accesos. Se fortalece la idea de que éste es un lugar que privilegia interacciones
más íntimas y exclusivas. Ahora, el hecho de que estos espacios presenten menor
superficie visible puede deberse a que, por lo menos en los casos de F y H la
presencia de otros vanos no pudo ser pesquisada en terreno dada su baja
conservación.
54
Figura 12. Diagrama (sin escala) de las cancha F, G y H (izq. a der.) que ilustra la
superficie visible de cada una desde los principales puntos de entrada.
Siguiendo con el análisis de los atributos visuales, la visibilidad hacia las canchas,
tomadas desde los extremos de las vías de circulación mirando hacia el
asentamiento, tienden a confirmar una división entre mitad superior e inferior, y
porciones E-W. Al posicionarnos en el extremo W de la calle principal que cruza el
sitio en dirección NE-SW, por ejemplo, se comprobó que existe un importante
quiebre visual marcado por la división interna de la cancha A, que impide
visualizar los demás espacios ubicados hacia el E. Privilegia, en contraposición,
una visualidad hacia el campo de petroglifos, tal como lo ilustra la figura 13 (en
azul). En contraposición, desde el extremo opuesto de la calle principal existe una
visión casi completa de todas las canchas localizadas en la mitad E (Figura 13, en
naranjo), abriéndose el campo visual hacia la parte superior del asentamiento.
55
Figura 13. Visibilidad desde los extremos E y W del asentamiento. Los polígonos
representan los límites de la superficie visible desde los lugares de referencia
representados por puntos de colores. Para cada caso se definió la superficie
visible mirando hacia el sitio, a excepción del punto azul, que incluyó también el
área de visibilidad hacia el campo de petroglifos.
Desde la mitad inferior del sitio el campo visual entre las canchas B y D aparece
limitado por el muro divisorio de la primera y la calle 2. El otro punto de referencia
(en gris en la figura 14), muestra mayor visualidad hacia las canchas del lado E y
en ambos casos la calle principal constituye un quiebre visual importante que
impide observar la mitad superior del sitio.
56
Figura 14. Visibilidad desde el extremo inferior del asentamiento. En rojo se
muestra la ubicación de las calles transversales a la vía principal que entra desde
el NE hacia el campo de petroglifos.
Por último, desde la parte superior –y como es esperable considerando las
diferencias de altura- hay una visualización mayor del asentamiento (Figura 15).
No obstante, es interesante destacar que desde el punto de referencia situado en
la calle 1 el campo visual es mucho más limitado, restringido por la presencia de
los muros internos que dividen las canchas A y C. Así, la visión hacia la mitad E
permanece bloqueada. Desde la calle 2 no existe visión de la cancha A, en cambio
sí hay alta visualidad hacia el lado E y superior. Nuevamente la calle principal
actúa como quiebre visual, impidiendo observar la parte inferior, a excepción de
una porción de la cancha H. Los puntos de referencia en las calles 3 y 4 muestran
alta visibilidad hacia el resto de las canchas de la porción inferior y E. La calle 2,
en ambos casos aparece bloqueando la visión hacia el extremo W.
57
Figura 15. Visibilidad desde la parte superior del asentamiento.
En suma, existe una visualidad bastante acotada a las diferentes porciones del
sitio: desde la parte inferior no es posible ver la parte superior ni la mitad E de la
cancha B, cuyo muro interno actúa de límite visual. Desde el extremo W es
imposible ver el resto del asentamiento, pero sí hay un gran dominio visual del
campo de petroglifos como lo muestra la Figura 13. Los puntos localizados en la
parte superior de las calles 2, 3 y 4 privilegian la visión hacia las canchas del lado
E, conformando así un grupo de cuatro canchas que son altamente visibles entre
sí. En contraposición, los puntos de referencia de la parte W muestran que la
visión desde estas canchas es muy limitada, siendo las vías de circulación los ejes
que bloquean la visión hacia otros puntos del asentamiento. En términos visuales,
las canchas A, B y C muestran grandes similitudes pese a que su resolución
arquitectónica es distinta; son de carácter eminentemente público y con una baja
visualidad hacia el resto del asentamiento. Este ejercicio muestra, en definitiva,
que la topografía del lugar es utilizada para generar separaciones y asociaciones
entre los distintos sectores del asentamiento, lo cual aparentemente podría
correlacionarse con el tipo de funciones a la que fue destinada cada cancha y que
preliminarmente hemos podido definir como de carácter más o menos público.
58
SEGUNDA PARTE. Análisis de Contenido: Estudios Previos
Esta sección resume los resultados de las excavaciones practicadas en el sitio
durante las campañas de terreno de los años 2006 y 20075, correspondiente a los
trabajos sistemáticos más recientes realizados en Tarapacá Viejo. Asimismo,
incluye información sobre el análisis de materiales obtenidos en dichas campañas.
La cantidad de información para cada unidad excavada es variable, pues proviene
de diversos informes con distinto grado de especificidad, resultando en una mayor
o menor disponibilidad de datos para ciertos sectores del sitio centrados en la
materialidad cerámica, textil, arqueofaunística, arqueobotánica y metalúrgica.
En este contexto, ha cobrado especial relevancia el material cerámico que por su
abundancia, versatilidad y por ser particularmente sensible a los cambios
cronológicos y culturales es considerado el elemento diagnóstico por excelencia
(Uribe 2004b). En general, la alfafería recuperada en Tarapacá Viejo corresponde
a tipos asociados al período Intermedio Tardío y Tardío, con presencia menor de
ejemplares asociados al período Colonial y escasos representantes del Formativo.
La alfarería tardía de Tarapacá Viejo
A partir de diversas sistematizaciones (Uribe 1998, 1999, 2004b, Uribe et al. 2007)
se han propuesto dos tradiciones ligadas al período Tardío en el Norte Grande:
una “Inca Local” y otra exógena o “Inca foránea”. Dentro de la primera se reconoce
un conjunto de piezas que imitan las morfologías típicamente incaicas –como
aríbalos, jarros, escudillas y ollas de pie o pedestal- pero producidas con materias
primas que respetan la tradición local, caracterizadas por su aspecto granuloso y
densas en cuarzo, donde se identifica también un significativo aumento de
inclusiones brillantes conocidas como micas. El aspecto granuloso de las pastas
indica que éstas no fueron tan finamente tratadas como los tipos foráneos,
5
Proyecto Fondecyt 1030923, sintetizado en Zori 2011.
59
mientras que la cocción suele ser incompleta dejando núcleos visibles y fracturas
poco resistentes. En general, las superficies están pulidas y revestidas con
pigmento rojo, que corresponde a una película bastante delgada que la mayor
parte de las veces se pierde, dejando ver sólo manchas rojas. Las
denominaciones otorgadas a estos tipos Inca locales toman como referentes a los
sitios Pucará de Turi y Pucará de Lasana, donde estas variaciones tipológicas
fueron identificadas por primera vez (ver Ayala & Uribe 1995, Uribe 2004). En el
área tarapaqueña, en tanto, estos tipos se agrupan bajo la denominación Inca
Altiplánico o IKL, presentando menos mica que los tipos atacameños tardíos a la
vez que pastas más arenosas, continuando la tradición local.
Los tipos Inca foráneos (Uribe 2004b, Uribe et al. 2007), en cambio, escapan a los
parámetros locales en términos de materias primas y aspecto general, pues se
fabrican con arcillas finas que resultan en pastas muy compactas y homogéneas
con algo de mica, también denominadas “coladas” (Uribe 1999:14), mientras que
sus superficies se encuentran revestidas con pigmento rojo y posteriormente
pulidas de manera muy regular incluso alcanzando el bruñido. Dentro de este
universo caben los tipos cerámicos llamados “Inca Provinciales”, que se alejan del
estilo propiamente cusqueño y también del local, con un origen que se vincula a
distintos puntos del altiplano y al Noroeste Argentino, principalmente6. Sumado a
esto, existen ciertos ejemplares que se ajustan con bastante precisión a las
definiciones clásicas de la cerámica Inca cusqueña, tanto en términos
morfológicos como decorativos. Éstas se refieren principalmente a escudillas y
aríbalos de pastas finas, muy bien pulidas y con decoraciones polícromas
geométricas en colores variados como rojo, negro, blanco, ante y naranja,
denominados genéricamente Inka Imperiales o INK (Uribe 1999 y 2004b).
6
Entre ellos se encuentra el tipo Yavi-La Paya (YAV) del territorio Chichas, y las escudillas Saxámar (SAX)
del Altiplano Meridional (ver Uribe 2004b).
60
(a)
Interior
Interior
(b)
(c)
Figura 16. Alfarería recuperada en excavaciones de Tarapacá Viejo: (a)
Fragmento Inca Imperial (INK). Unidad 5, Capa 2. (b) Plato Inca Imperial (INK).
Unidad 5, Capa 3a. (c) Fragmento con modelado ornitomorfo Inca Local (IKL).
Unidad 5, Capa 3 (Fuente fotografías: Zori 2011:782-783).
61
Tarapacá Viejo ha sido reconocido como uno de los sitios con mayor diversidad
cerámica asociada al Horizonte Tardío en el Norte Grande de Chile. Dentro de
este conjunto, encontramos expresiones Inca Altiplánicas o Iocales (IKL), Inca
Pacajes o Saxamar (SAX) además de ejemplares Inca Imperiales (INK), cuyas
fechas se ajustan con bastante precisión al período Tardío (Anexos: Tabla IX). A
este conjunto tardío se suman los tipos cerámicos del período Intermedio Tardío,
los que siguen teniendo prevalencia en el sitio. En términos sintéticos, éstos se
dividen en dos componentes cerámicos, uno más local y otro con vínculos
altiplánicos denominados Pica Tarapacá y Altiplano Tarapacá respectivamente
(Uribe et al. 2007:146). El primero se caracteriza por una tradición alfarera
monocroma de vasijas restringidas, alisadas o estriadas y sin asas que continúan
la industria formativa local. El segundo se relaciona con un tipo de cerámica
alisada y pulida, con revestimiento rojo y/o decoraciones negras asociadas a las
industrias de tierras altas (Anexos: Tabla X). El siguiente gráfico muestra la
distribución de componentes cerámicos a partir de una recolección superficial
sistemática realizada en 11 recintos, equivalente al 10% de las estructuras del
sitio7.
Muestra Superficial
FORMATIVO
2%
1%
PICA TARAPACÁ
ALTIPLANO TARAPACÁ
ARICA
33%
38%
INKA
HISTÓRICO
2%
24%
N= 1.158 fragmentos
Gráfico I. Distribución de componentes cerámicos provenientes del muestreo
superficial de Tarapacá Viejo. Los componentes asociados al Período Intermedio
Tardío (Altiplano Tarapacá y Pica Tarapacá) son mayoritarios, seguidos de los
tipos pertenecientes al período Tardío.
7
Efectuada en el marco del proyecto Fondecyt 1030923.
62
Dentro del conjunto de alfarería tardía detectada superficialmente en Tarapacá
Viejo, el tipo Inca Altiplánico (IKL) es claramente el más abundante, seguido por
porcentajes menores de tipos Inca locales definidos en el área atacameña y, por
último, una pequeña muestra del tipo Inca Pacajes o Saxámar sumado a algunos
ejemplares Inca Imperiales (Gráfico II).
Gráfico II. Porcentaje de alfarería por tipo/componente asociado al período Tardío
e Histórico, proveniente de la recolección superficial. Destaca la predominancia de
los tipos Inca Altiplánicos (IKL).
CANTIDAD
SUPERFICIE
DENSIDAD
DIVERSIDAD
(Nº)
(m2)
(Nº/m2)
DE TIPOS
5
67
116,4
0,57
5
14
140
442
0,31
5
17
174
85,4
2,03
5
25
24
42,2
0,56
3
28
11
32
0,34
4
33
242
165,2
1,46
6
40
120
96,5
1,24
6
46
7
29,3
0,23
3
68
14
15
0,93
4
69
351
750
0,47
6
76
8
15,9
0,50
3
RECINTO
Tabla III. Recintos incluidos en el muestreo superficial, cantidad de cerámica
recuperada en cada uno, densidad y diversidad presentes en su interior.
63
De los 11 recintos muestreados, el recinto 17 –ubicado en la cancha C- es el que
muestra mayor concentración de fragmentos cerámicos por m2 (2,03) y a la vez
presenta uno de los porcentajes más altos de alfarería tardía, alcanzando un
40,2% del total recuperado (Tabla III). En la mitad opuesta de la misma cancha, el
recinto 25 presenta una concentración bastante menor (0,56) que el anterior,
estando menos del 5% del total vinculado al período Tardío correspondiente tan
sólo a un ejemplar Inca Altiplánico. El recinto 14 en la cancha E presenta una baja
concentración de alfarería en su interior, en tanto que muestra un porcentaje alto
de cerámica tardía (35,7%). Este recinto se vincula, además, al hallazgo de un
quipu obtenido en las excavaciones. Éstas revelaron que el componente más
abundante en la estratigrafía es el Pica Tarapacá a través de los tipos PCH, PGA
y PCZ, que conforman el 60% de la muestra recuperada en el depósito. Por su
parte, la cerámica tardía experimenta un significativo descenso, reduciendo su
representación a un 4% del conjunto, concentrada en los estratos superiores sobre
un piso preparado asociado a la ocupación del Intermedio Tardío (Zori 2011). Esto
nos sugiere un escenario donde existe una continuación de la tradición alfarera
local, la que sigue vigente aún en momentos en que la quebrada se encuentra
sujeta al control incaico, muy probablemente destinada a sus reconocidas
funciones domésticas. En paralelo, se reconoce el ingreso de alfarería incaica
foránea en grandes cantidades, la cual pasa a cumplir un rol distinto y
evidentemente complementario que no se relaciona solamente con un bien de
prestigio –que sí puede ser el caso de la alfarería Inca Imperial, a juzgar por su
menor frecuencia- sino, y recogiendo ideas ya planteadas por otros autores (Uribe
1999, Uribe 2004a, 2004b, Uribe & Cabello 2005), con la idea del servicio y
consumo de bebidas y comidas.
Siempre en la mitad superior del asentamiento, el recinto 5 –correspondiente a
una habitación rectangular de la cancha G- muestra una baja concentración de
cerámica (0,57) y sobre el 20% del total se vincula a estilos tardíos, dentro de los
cuales destacan dos fragmentos Inca Imperiales (INK), además de 12 IKL y un
fragmento Inca atacameño tipo LCP. En el extremo opuesto, el recinto 28
64
corresponde a un espacio entre recintos de la mitad E de la cancha A. De los 11
fragmentos cerámicos recuperados, sólo uno se vinculó al período Tardío
presentando
además
una
baja
concentración
de
fragmentos
cerámicos
2
recuperados por m (0,34).
En términos generales, la parte superior del asentamiento concentra el 46% de la
cerámica tardía recuperada en la recolección superficial, dentro de lo cual destaca
el recinto 17 que presenta uno de los porcentajes más altos de tipos incaicos. El
recinto 5 es el único que presenta tipos Inca Imperiales (2), lo cual constituye una
de las diferencias más significativas entre la parte superior y la inferior del sitio,
pues en ésta última dicho estilo está presente en cuatro de los cinco recintos
muestreados. Llama la atención que pese a que la mitad inferior se encuentra a
menor altura y que, por lo mismo, está más afecta al arrastre de material desde la
parte superior, ambas porciones del asentamiento presentan concentraciones
cerámicas bastante similares; lo que permite suponer que las distribuciones no se
encuentran mayormente alteradas por este factor post depositacional.
En la parte baja del sitio, destaca el recinto 33 por sobre el conjunto, el cual
presenta una alta concentración de fragmentos cerámicos por m2, un alto
porcentaje de alfarería tardía (36,3%) y el número más alto de fragmentos Inca
Imperiales (INK) del sitio, muy por sobre el resto de los recintos recolectados que
no presentan más de dos fragmentos cada uno, estando muchas veces totalmente
ausentes. Asimismo, muestra la mayor cantidad de ejemplares Inca Altiplánicos e
Históricos, mientras que los Inca atacameños están prácticamente ausentes,
reduciéndose únicamente a un ejemplar. Sumado a esto, junto al recinto 69 y 40,
exhibe la mayor diversidad de componentes cerámicos, identificándose en él tipos
propios del Intermedio Tardío (altiplánicos y tarapaqueños), tipos ariqueños y
formativos tardíos (QTC). La situación superficial fue corroborada en las
excavaciones practicadas en el recinto, ya que dentro del conjunto excavado es el
que presenta mayor cantidad de ejemplares incaicos en el depósito. Pero a
diferencia de lo constatado en superficie, los fragmentos pertenecientes a los
65
componentes del Intermedio Tardío –Pica Tarapacá y Altiplano Tarapacáexperimentan un aumento importante resultando en un 40,9% de representatividad
para los ejemplares del primer componente y 31,3% para el segundo. Mientras, el
conjunto asociado al Horizonte Tardío –aun cuando es el más abundante de las
unidades excavadas- se reduce a 20,6% del total recuperado (Zori 2011).
En la mitad inferior, fue muestreado también el recinto 40, correspondiente a una
habitación rectangular localizada en la esquina SE de la cancha F. Dicho recinto
también presenta una concentración alta de fragmentos cerámicos y un 32,5% del
total corresponden a tipos tardíos. Al igual que el recinto 33 y 69, la composición
cerámica presente es altamente diversa, donde se cuentan tipos del Intermedio
Tardío, ejemplares pertenecientes al componente ariqueño, dos ejemplares del
Formativo tardío y dos históricos. No obstante, la cantidad de fragmentos Inca
Imperiales se reduce a dos mientras que los Inca Altiplánicos corresponden a 37.
En la mitad W de la cancha D, el recinto 46 –una pequeña habitación rectangular
de 29 m2- arrojó la concentración de cerámica más baja del conjunto muestreado,
lo que resulta esperable dado su reducido tamaño. De los siete fragmentos
recolectados, tres corresponden al componente tardío, específicamente del tipo
IKL. Cabe destacar que de los recintos muestreados en esta porción del sitio, es el
único que no presenta muestras del tipo INK, lo que atribuimos preliminarmente a
su pequeño tamaño y, en ese sentido, a su función. En la cancha B se hizo una
recolección del recinto 69, que corresponde al espacio abierto que se forma en la
mitad W de la cancha, el cual presentó una concentración relativamente baja pero
que se condice con la amplitud de este espacio, el que alcanza los 750 m2. Los
tipos presentes en su interior son altamente diversos, reconociéndose ejemplares
de todos los componentes cerámicos presentes en el sitio: Pica Tarapacá,
Altiplano Tarapacá, Arica, Formativo Tardío, Histórico e Incaico. Pese a ello, los
tipos Inca foráneos se reducen a un ejemplar INK y 24 IKL, además de tres
fragmentos Inca atacameños; lo que en suma significa que tan sólo un 8% de la
muestra total se vincula directamente al período Tardío. En tanto, el 90% se
relaciona a tipos del Intermedio Tardío, de los cuales un 52% corresponden al
66
componente Pica Tarapacá y 36% al componente Altiplano Tarapacá. Lo anterior
implica que la mayor parte del conjunto alfarero superficial de este recinto se
asocia a cerámica local.
En esta misma cancha se recolectó la cerámica del recinto 76, correspondiente a
una pequeña habitación rectangular de 16 m2 adosada al muro perimetral, desde
donde se obtuvieron ocho fragmentos –una cantidad muy similar a la recuperada
en el recinto 46 de la cancha D, que presentó características físicas, y suponemos
funcionales, muy parecidas. A diferencia de ésta, en el recinto 76 sí se identificó
un fragmento Inca Imperial, aunque la gran mayoría correspondió a ejemplares
locales (PCH). En las excavaciones, la muestra cerámica también fue pequeña y
poco densa, con un valor de 0,48 fragmentos por litro de sedimento extraído. La
distribución porcentual tendió a repetir la situación constatada en superficie, con
una mayor representación del componente Pica Tarapacá del Intermedio Tardío
(66,1% del total) seguido por el componente Altiplano Tarapacá (14,5%) y por los
ejemplares vinculados al Horizonte Tardío, los que alcanzaron un 7,5% de
representación.
Por último, se incluyó en la recolección superficial un recinto que se ubica fuera
del conjunto central en el extremo NW del asentamiento, dentro de un grupo de
estructuras que no siguen el patrón de organización en canchas del resto del sitio.
En la estructura 68, de 15 m2, se recuperaron 14 fragmentos de cerámica de los
cuales cerca del 30% correspondió a tipos tardíos, específicamente del tipo Inca
Altiplánico. El resto del conjunto se asocia al componente local y altiplánico del
Intermedio Tardío, exceptuando un fragmento histórico.
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Gráfico III. Distribución por tipos cerámicos tardíos en cada recinto recolectado
superficialmente.
En términos generales, los recintos con mayor cantidad de cerámica tardía son los
que presentan también mayor cantidad de cerámica del período Intermedio Tardío,
específicamente del componente local Pica Tarapacá, exceptuando el recinto 69
donde la relación pareciera ser más bien inversa (Gráfico IV). Es un recinto con
poca cantidad de alfarería asociada al período Tardío, en contraposición a los
tipos locales y foráneos del Intermedio Tardío, que no supone necesariamente una
ocupación más intensa durante el período preincaico. Desde nuestra perspectiva
podría asociarse a un uso de este espacio por parte de población local que sigue
utilizando la misma cerámica que el período anterior. En ese sentido, se produce
una oposición interesante entre lo que sucede –en términos cerámicos- entre este
espacio y el recinto 33, que se encuentra también en la porción baja del
asentamiento pero en el extremo opuesto, que si bien exhibe una cantidad
significativa de tipos del período de Desarrollos Regionales (locales y foráneos),
muestran una concentración clara de tipos tardíos e históricos.
68
Gráfico IV. Distribución por componente recuperado en cada recinto recolectado
superficialmente.
Excavaciones en Tarapacá Viejo
Las intervenciones realizadas en el sitio suman un total de ocho unidades
excavadas en distintos sectores del asentamiento. Es importante tener presente
que la mitad inferior del sitio -correspondiente a las canchas B, D, F y H (Figura 1)exhibe un pobre estado de conservación y un alto grado de alteración antrópica
producto de la circulación vehicular por el camino adyacente y porque es el sector
más ocupado durante la fiesta religiosa que se realiza anualmente en el pueblo de
San Lorenzo. Durante el curso de la fiesta, las construcciones prehispánicas son
utilizadas como soporte de estructuras temporales, removiendo porciones de los
muros para acomodar carpas y cocinas (Vidal, E. 2009). Como consecuencia, el
sector alto exhibe un mayor grado de conservación, ya que por encontrarse en
pendiente dificulta el acceso de personas y vehículos. Pese a ello la estratigrafía
muestra bastante coherencia y, contrario a lo que se podría esperar de un sitio con
ocupación esporádica subactual, no hay mayor alteración del depósito siendo un
rasgo común en las excavaciones efectuadas la presencia de pisos preparados
relativamente intactos. No hay mayor alteración del sustrato y todos los sectores
69
presentan potentes estratos de relleno. Destaca la existencia de densos depósitos
de basuras estratificadas, rasgos arquitectónicos como muros internos y trincheras
de soporte que en general cortan las ocupaciones vinculadas al período
Intermedio Tardío, dentro de las cuales son colocadas las fundaciones de los
muros actualmente visibles, de data tardía o incaica. En términos generales, las
excavaciones llevadas a cabo en Tarapacá Viejo demuestran que este sitio fue
intensivamente ocupado desde el período Intermedio Tardío hasta épocas
históricas, con fechas que se remontan por lo menos al 1.274 d.C. (Tabla IV).
EDAD
RADIOCARBÓNICA
FECHA
CALIBRADA
(DC)
Marlo de
Zea mays
618 +/- 39 AP
1.289-1.405+
3
Semillas de
Trititcum sp
350 +/- 40 AP
1.450-1.650*
3
7B
Fragmento
de Cucurbita
610 +/- 40 AP
1.290-1.420*
53
3
14
Marlo de
Zea mays
310 +/- 40 AP
1.460-1.660*
E
14
2
15
Marlo de
Zea mays
495 +/- 15 AP
1.413-1.440+
H
53
5
11
Vegetal
240 +/- 30 AP
H
53
5
14
Carbón
370 +/- 30 AP
H
33
5
16
MUESTRA
CANCHA
RECINTO
UNIDAD
CAPA
MATERIAL
NSF-AA82248
A
27
7
17
Beta269050
B
53
3
Beta269051
B
53
Beta260952
B
UCLA58816
Beta294703
Beta294704
NSF-AA82247
Pelo de Cuy
662 +/- 38 AP
1.640-1.670
1.770-1.800
1.940-1.950*
1.450-1.540
1.540-1.630*
1.274-1.395+
Tabla IV. Fechados radiocarbónicos de Tarapacá Viejo (calibrados con dos
sigmas).
*
+
Proyecto VID/SOC 08/16-2
Zori, C. 2011.
70
+
LARGO
ANCHO
PROFUNDIDAD
VOLUMEN
(m)
(m)
MEDIA (m)
(lts)
U7
2
1
1,68
3360
B
U3
2
1
1,15
2300
B
U6
2
1
0,91
1820
C
U1
2
1
1,33
2660
C
U4
4,5
1
0,52
2340
E
U2
2
1
0,72
1440
G
U8
2
1
1,21
2420
H
U5
2
1
1,14
2280
CANCHA
UNIDAD
A
Tabla V. Volúmenes excavados (lts) para cada unidad.
La estratigrafía del sitio se compone de una serie de capas superficiales de
sedimento arenoso de origen eólico y/o arrastre, depositados sobre rellenos
densos y de gran espesor, los que a su vez se ubican sobre o entre pisos
ocupacionales que en ocasiones se encuentran bastante bien definidos (Zori
2011). El volumen excavado fluctúa entre los 1.400 a 3.300 litros de sedimento
(Tabla V), un parámetro que permite hacer comparaciones entre unidades de
excavación en términos de la cantidad de tierra removida y que a su vez posibilita
referirse a la densidad de materiales recuperados.
Cancha A
Unidad 7
Características y Estratigrafía
La cuadrícula de excavación de 1x2 metros fue ubicada dentro del recinto 27, en
la porción superior del sitio, junto al muro W (Anexos: Figura 21). Ésta
corresponde a una construcción de tamaño medio que alcanza los 53,35 m2 de
superficie y que se encuentra emplazada dentro de la cancha A. A diferencia de
las otras canchas, ésta presenta muy pocas subdivisiones internas y la
localización de la unidad de excavación tuvo por objetivo explorar las posibles
71
actividades desarrolladas en este sector del asentamiento. Los cuatro paramentos
del recinto presentan muros dobles con relleno construidos con piedra y mortero y,
dado el actual estado de conservación, sólo en el muro norte fue posible observar
el aparejo sedimentario.
La estratigrafía reveló múltiples capas de basuras sobre un piso compacto (capa
7) en el que se reconoció un agujero de poste con forma regular de 20 por 45 cm
de diámetro, utilizado para el soporte de una techumbre. Bajo la capa 7 los
fragmentos
cerámicos
recuperados
se
asocian
solamente
a
momentos
prehispánicos tanto incaicos como preincaicos, sugiriendo que dicho piso y el
depósito sobre él pueden relacionarse con cierta precisión a momentos históricos.
Inmediatamente bajo él aparecieron sucesivos estratos de desechos –que se
extendieron desde los 40 a los 120 cm de profundidad, aproximadamente- que
incluían material de derrumbe de una pared interna además de abundante material
cultural. Dichos estratos estaban dispuestos sobre un piso ocupacional de barro
apisonado (capa 14) encontrado a una profundidad relativa de 125 cm bajo la
superficie, similar a lo evidenciado en otras unidades excavadas. El muro interno
se identificó hacia el perfil E de la unidad y su construcción mostró características
distintas a la de los paramentos visibles del sitio, entre ellas la inexistencia de una
trinchera de soporte para las fundaciones y la ausencia de uso de mortero para
fijar los bloques rocosos que dieron forma a la pared (Anexos: Figura 22). En este
caso las fundaciones descansan inmediatamente sobre el estéril sobre el cual se
ubica el piso de barro, sugiriendo que la construcción del muro podría ser
relativamente anterior a la del piso; adicionalmente, los bloques que lo conforman
demuestran ser de un tamaño mucho mayor a lo observado en otras unidades, sin
existir la distinción entre fundaciones de gran tamaño y porción aérea con bloques
de menores dimensiones. Tanto el material cerámico recuperado en este piso
como bajo él fueron asociados directamente a tipos del complejo Pica Tarapacá,
sugiriendo una data para el piso y el muro atribuible al Intermedio Tardío. Lo
72
anterior fue confirmado por una fecha radiocarbónica de un marlo de maíz
proveniente del estrato bajo el piso datado en 1.298-1.405 d.C.8
Materiales Recuperados
En términos del material cerámico recuperado, esta unidad arrojó la frecuencia
más alta alcanzando un total de 5.785 fragmentos y también la mayor densidad,
con 1.721 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII),
equivalente a casi dos fragmentos por litro de sedimento extraído. Dentro del
conjunto recuperado, la vasta mayoría se correlaciona con tipos locales del
complejo Pica Tarapacá (PCH) además de tipos ariqueños y aquellos relacionados
al componente altiplánico del Intermedio Tardío (CHP, IRR, ISL, ISD, TAL). En las
capas bajo el piso ocupacional inferior (capa 14) sólo se identificaron tipos locales
de este período, lo que de alguna manera podría dar cuenta de una potencial
separación entre las fases Tarapacá y Camiña (Zori 2011:457; ver Uribe et al.
2007). Como se adelantó, la alfarería asociada al período Tardío está
completamente ausente bajo el piso inferior, concentrándose entre los dos pisos
preparados reconocidos en estratigrafía donde no aparecen materiales históricos,
pudiendo correlacionar este relleno entre pisos a eventos de data prehispánica
tardía.
Los textiles recuperados se concentran significativamente en la capa 2, desde
donde se extrajeron 19 fragmentos de un total de 23, correspondiente a poco más
del 15% de la muestra total. La mayor parte de ellos provenían de estratos de
basura. Destaca un fragmento de inkuña recuperado en el estrato 2, decorada con
el motivo de dos rombos con punto central en sucesión vertical ejecutado en azul,
celeste y rojo (Agüero 2009:22) que, según lo señalado por esta autora, son
colores característicos de los desarrollos regionales de los Valles Occidentales
(Anexos: Figura 23). Además, en esta capa se identificó un fragmento de túnica
muy reparada, otro con listados laterales en café oscuro y café, un fragmento
inferior de túnica asociada a una orilla de urdimbre curva, un costal, dos
8
Zori, C. 2011. Muestra AA82248. Calibrada con OxCal 4.0 (95,4%).
73
fragmentos de mantas gruesas, distintas porciones de una misma talega y ciertas
prendas no identificadas. Dentro de los artefactos ligados a la producción textil, se
identificaron agujas de espina de cactus y varios fragmentos de probables torteras
recuperadas en los estratos de basuras superiores de la unidad (sobre capa 7).
Los restos botánicos sumaron un total de 653 especimenes (Vidal, A. 2009).
Prosopis sp resultó ser el más representado alcanzando un 67% de la muestra
total. Los cariopses de Zea mays son los segundos restos más abundantes con 66
unidades, seguidos de 50 fragmentos de pericarpios de curcubita y 40 carozos de
chañar
(Geoffroeae
decorticans).
Los
carporrestos
menos
representados
corresponden al género Gossypium, identificándose sólo tres semillas; éste suele
mostrar la menor presencia en la mayoría de las unidades excavadas. Dentro del
conjunto, la capa 12 es la que muestra mayor concentración de restos vegetales,
que corresponde casi al 62%. Esto es coincidente con la presencia de artefactos
manufacturados con materias primas de origen vegetal, registrándose siete de un
total de 15, entre los que se identifican tres espinas de algarrobo posiblemente
utilizadas como agujas o perforadores, un palo con punta aguzada cuya función
podría relacionarse a un pirograbador, fragmentos de contenedores hechos con
calabazas con y sin decoración, la tapa de uno de estos contenedores de la
misma materia prima y fibras torcidas usadas posiblemente como cordeles. La
cantidad de fragmentos de curcubitas, sumado a la presencia de una semilla de
Lagenaria sp. –la única recuperada en las excavaciones- podría señalar la
ocurrencia de actividades relacionadas a la preparación de alimentos, por ejemplo,
la extracción de la carne de las curcubitas y el consecuente descarte de la cáscara
y las semillas. Tal como en la unidad 3, aquí también se reconoció la presencia de
una semilla de coca (Erythroxylum) que podría relacionarse con momentos tardíos
e incluso coloniales tempranos dentro de la secuencia ocupacional tarapaqueña.
Esto, de acuerdo a información etnohistórica que señala la existencia de cocales
en los valles intermedios de Arica y Tarapacá durante el siglo XVI –y posiblemente
en momentos previos-, parte de los cuales fueron cedidos en encomienda a Lucas
Martínez Vegazo cuyos títulos de propiedad mencionan este tipo de cultivos,
74
específicamente en las cabeceras del valle de Azapa (Ríos y Pizarro 1991 en
Vidal, A. 2009).
A diferencia de otras unidades, las evidencias de actividades metalúrgicas están
casi completamente ausentes en este recinto, reduciéndose a dos pequeños
fragmentos cerámicos con restos de escoria en su interior provenientes de las
capas de desechos localizadas entre los pisos identificados. Esto sugiere que
dicha actividad no estaba llevándose a cabo en este espacio (Zori 2011).
Cancha B
Unidad 3
Características y Estratigrafía
La cuadrícula de 1x2 metros fue ubicada dentro de la estructura 53 en la cancha
B, que posee varias habitaciones en su interior de tamaño variable (Anexos:
Figura 24). La decisión de explorar la estratigrafía de la estructura también se
relacionó con la idea de conocer la posible función de este tipo de estructuras
pequeñas. En general, su tamaño es bastante reducido con una superficie de 40,8
m2 exhibiendo hiladas dobles con relleno excepto en el muro norte, que no
presenta relleno. Lo mismo ocurre con el aparejo que se identificó como
sedimentario en estos tres paramentos, sin posibilidad de ser observado en el
muro norte.
La estratigrafía de esta unidad estuvo formada básicamente por distintos y
sucesivos eventos de quema depositados bajo un estrato de arena post
ocupacional y sobre tres capas de basuras o desechos estratificados. La última de
éstas cubría un piso mucho más compacto, posiblemente preparado, que contenía
un lente de ceniza asociado a una piedra de moler hallada in situ. Además, se
reconocieron dos pozos irregulares excavados en este piso cuya profundidad se
extendió hasta el estrato estéril. El piso preparado fue cortado por una trinchera de
soporte paralela al muro W del recinto, sugiriendo que éste tiene una data previa a
75
la construcción de la estructura. Dentro de esta trinchera se dispusieron grandes
bloques rocosos que funcionaron a modo de fundaciones del muro, sobre las
cuales se colocaron piedras más pequeñas que formaron una hilera doble, fijadas
con ayuda de un mortero de color café claro (Anexos: Figura 25). Esta misma
técnica constructiva se observó en otras unidades excavadas en el sitio. Asociado
a los eventos de quema se encontraron varios elementos vinculados a la
ocupación histórica del sitio; entre ellos destaca un trozo de textil de algodón que
pareciera haber sido fabricado a máquina, además de trece granos de trigo
(Triticum sp. [Vidal, A. 2009:11]).
Materiales Recuperados
Se recuperaron 2.959 fragmentos cerámicos en esta unidad, con una densidad
aproximada de 1.400 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII).
En general, este conjunto muestra una clara predominancia del componente local
del período Intermedio Tardío –representado por los tipos PCH y PGA-,
alcanzando un 52% de la muestra total, pero con gran porcentaje del conjunto en
la categoría de indeterminado (IND: 20,7%) y erosionado (ERO: 9,16%), (Gráfico
V). La cerámica del período Tardío, en cambio, es visiblemente escasa, con
apenas un 1,6% de representación. Este último conjunto está mayormente
compuesto por tipos IKL que alcanzan 25 fragmentos. 18 se definieron como Inca
Altiplánico dudoso (IKL?), dos Inca Imperiales (INK) y otros tres posiblemente de
la misma filiación (INK?). Además, se reconoció un posible fragmento Saxamar
(SAX?).
76
UNIDAD 3 Porcentajes por componente cerámico
FORMATIVO
0,7%
PERÍODO MEDIO
0,03%
PICA TARAPACÁ
ALTIPLANO TARAPACÁ
9%
ARICA
PIT ATACAMEÑO
21%
INKA
52%
HISTÓRICO
0,14%
INDETERMINADO
14%
1,7%
EROSIONADO
0,14%
0,9%
Gráfico V. Gráfico con los porcentajes de cada componente cerámico
2
2
1
1
16
18
1
2
1
INK
1
INK?
1
2
25
3
SAX?
1
PCH
52
4
12
3
3
8
PGA
12
3
4
5
5
8
PGA?
TOTAL
Capa 9C
1
Capa 10
Capa 9B
2
Capa 9A
Capa 7C
Capa 7B
Capa 7A
1
Capa 6
1
Capa 8
IKL?
Capa 5
10
Capa 4B
Capa 2
5
Capa 4A
Capa 1
IKL
Capa 3
Cerámica
proveniente de la excavación de la unidad 3.
2
107
4
158
46
163
53
27
79
322
148
864
58
144
98
660
23
Tabla VI. Unidad 3. Distribución de los tipos cerámicos del componente Pica
Tarapacá (PCH, PGA y PGA?) y Tardío (INK, IKL, SAX?) por capa excavada,
destacando la mayor concentración de los mismos entre las capas 7 y 9.
77
27
La mayor parte de los fragmentos IKL de encuentran en las capas superiores, lo
que hace suponer que su depositación es resultado del relleno natural del sitio. No
obstante, los fragmentos INK recuperados se concentran en las capas 7 y 9, bajo
los niveles donde se detectó la presencia de elementos históricos. Es claro que en
estos mismos estratos es donde se concentran los tipos PCH y PGA, lo que
refuerza la data prehispánica de éstos y que, a la vez, sugiere una sincronía en
cuanto a los usos de estas cerámicas (Tabla VI).
Las evidencias textiles fueron extremadamente escasas en comparación con las
demás unidades excavadas. En las capas 2 y 7 se recuperaron fragmentos de
textiles aparentemente históricos, corroborando la asociación colonial de dichos
estratos. Por su parte, los artefactos asociados a la producción textil se
encuentran ausentes, marcando ciertas distinciones respecto a las otras unidades
excavadas donde estos artefactos son relativamente comunes (Zori 2011).
Respecto a los restos arqueobotánicos (Vidal, A. 2009), la unidad 3 presenta tres
episodios más o menos claros: el primero –representado por las capas de la 1 a la
6- es relativamente homogéneo en términos de cantidad, donde destaca la capa 3
que presenta evidencias de una semilla de coca (Erythroxylum) y 11 granos de
trigo (Trytricum sp.). El segundo episodio, desde la capa 7, muestra un evidente
aumento de carporrestos (frutos y semillas) llegando a identificarse 1.107 semillas
de Prosopis sp. sólo en esta capa. Por último, el estrato 9 vuelve a mostrar una
mayor concentración de restos vegetales, en este caso fundamentalmente maíz
(Zea mays), identificándose 22 mazorcas que representan casi el 40% de los
especimenes recuperados de la unidad. A partir de la capa 10 el material botánico
disminuyó considerablemente en términos de cantidad y diversidad, lo cual podría
ser indicativo de una menor intensidad ocupacional. Ahora, en términos de los
restos arqueofaunísticos (González 2009), los camélidos resultan ser los más
abundantes, aunque destaca un cráneo casi completo de Cavia porcellus y la
presencia de especies introducidas en épocas históricas como Canis familiaris y
Bos taurus. Las especies marinas fueron escasas, representadas por un
78
fragmento de hueso preopercular de un pez no identificado –lo que indica que por
lo menos su cabeza llegó hasta acá completa- y algunos restos malacológicos
como ostra, ostión y un fragmento de Oliva peruviana representado a través de
una cuenta de collar.
Lo mismo se evidencia para los restos asociados a la metalurgia, los cuales fueron
significativamente menores a los hallados en otras unidades. Entre ellos, hay
fragmentos de mineral sin fundir y algunos restos de escoria en los estratos de
basuras bajo los eventos de quema de data histórica que bien podrían haber
llegado aquí como parte del relleno, pues no existen crisoles, moldes u otros
elementos que atestigüen la producción de metales en este lugar (Zori 2011).
Unidad 6
Características y Estratigrafía
Esta unidad de 1x2 metros fue ubicada dentro de un recinto pequeño de 15,9 m2
de superficie adosado al muro W de la cancha B (Anexos: Figura 26). Ésta
destaca por la relativa uniformidad que a primera vista presenta su organización
interna, la cual es altamente contrastante con las características de las demás
canchas, a excepción de la D. Forma parte del conjunto de estructuras
subdivididas en mitades del lado SW del sitio y posee la particularidad de contener
bloques con petroglifos en su interior, tanto en el muro divisorio interno como en la
mitad W. Esto es observado también en las canchas A, C y E aunque en éstas los
bloques con grabados forman parte de los muros externos, estando ausentes en el
interior. Los paramentos del recinto excavado presentan hilada doble sin relleno y
están desaplomados; dado su estado de conservación no fue posible detectar la
presencia de vanos.
La estratigrafía estuvo formada por sucesivas capas de arena con inclusiones
orgánicas en mayor o menor densidad y materiales mixtos –que según los tipos
cerámicos recuperados van desde el Formativo Tardío hasta el período Colonialdispuestas sobre un piso compacto (capa 6) en el que se identificó un agujero que
79
por sus dimensiones y regularidad seguramente estuvo destinado al soporte de
una techumbre. Sumado a esto, se reconoció un segundo pozo cuyo relleno
contenía cerámica asociada Intermedio Tardío, numerosos desechos de
actividades metalúrgicas y fragmentos de papeles con escritos de data histórica.
Lo anterior indica que este piso fue una superficie ocupacional que puede
vincularse a momentos coloniales tempranos y posiblemente prehispánicos
tardíos. Bajo el piso, se identificó una capa de desechos con restos cerámicos
asociados a momentos preincaicos e incaicos que cubrían un segundo piso
compacto de barro apisonado (capa 10) –muy similar a lo evidenciado en la
unidad 5, asociado a un evento de quema o fogón que se descubrió hacia la
esquina SE. El material cerámico recuperado en el estrato 10 se relacionó
exclusivamente con tipos del Intermedio Tardío. Tanto el piso como la capa de
desechos que lo cubría aparecieron cortados por la trinchera de soporte del muro
norte, rasgo nuevamente presente en este recinto (Anexos: Figura 27). De manera
similar a lo observado en otras unidades, se identificaron pozos de almacenaje
excavados en el piso preparado, penetrando hacia el estrato estéril.
Materiales Recuperados
El material cerámico recuperado en esta unidad es bastante menor en relación a
las demás unidades excavadas (863 fragmentos), con una densidad aproximada
de 500 fragmentos por metro cúbico excavado, guardando ciertas similitudes en
estos términos con la unidad 2 (Anexos: Gráfico VII). Como en las demás áreas, la
cerámica del Intermedio Tardío fue la más abundante (82,1%), de los cuales 557
(66,1%) fragmentos correspondieron al tipo PCH. El resto estuvo compuesto por
tipos altiplánicos del Intermedio Tardío -IRR, CHP, ISD, ISL y TAL- además de
algunos fragmentos relacionados con los valles ariqueños. En cuanto a la alfarería
tardía, ésta fue relativamente escasa en estratigrafía alcanzando 7,5% del total,
todos relacionados a tipos incaicos locales y recuperados en los estratos
superiores sobre el primer piso ocupacional (capa 6) y sobre el piso de barro
apisonado correspondiente a la capa 10, bajo la cual estuvieron totalmente
ausentes. Fragmentos de alfarería colonial se identificaron sólo en las primeras
80
dos capas de arena mezclada con otros materiales culturales, las cuales en
términos de frecuencia sólo corresponden al 0,4% de la muestra total (Zori 2011).
Respecto a la materialidad textil, ésta también demostró una densidad bastante
baja resultando en tres fragmentos correspondientes al 2% del total de la muestra.
No obstante, la presencia de un fragmento de chuspa de colores café claro, azul y
rojo con un motivo de rombos tejida con la técnica de urdimbres complementarias
(Anexos: Figura 28) –recuperada en una de las capas inferiores de la unidad- es
altamente destacable, pues remite indudablemente a momentos finales del
Intermedio Tardío y de contacto con el Inca (Agüero 2009:21).
Por su parte, los restos botánicos fueron significativamente inferiores tanto en
términos de frecuencia como diversidad en comparación a las demás unidades, lo
cual podría atribuirse al reducido tamaño del recinto -el más pequeño dentro de las
estructuras excavadas- y en ese sentido a su función. Se contabilizaron un total de
720 elementos de los cuales un 94% corresponde a Prosopis sp, identificados a lo
largo del perfil estratigráfico desde la capa 3 hasta la 16, concentrándose de
manera más significativa en los estratos 5 y 14 con 23% y 25% de representación,
respectivamente. Les siguen, aunque en número significativamente menor, los
cariopses de maíz (17 granos) y luego los fragmentos de curcubitas y marlos con
seis unidades en cada caso (Vidal, A. 2009). En cuanto a los materiales
arqueofaunísticos (González 2009), Lama sp. continuó siendo la especie con
mayor
representación
alcanzando
un
total
de
136
fragmentos
(82,9%)
equivalentes a un NMI de 14 individuos. Las evidencias fueron recuperadas en
todos los estratos excavados pero particularmente concentradas bajo el primer
piso o capa 6.
En esta unidad están ausentes los fragmentos de minerales sin fundir hallados en
otros recintos excavados; pero sí se recuperó escoria, una gota de cobre con
estaño y un fragmento de plomo, que podría ser evidencia del proceso de
extracción de plata por copelación con plomo, una técnica atribuida a la ocupación
81
incaica de la quebrada (Zori 2009). Esta evidencia es tremendamente significativa
pues confirma la idea que este asentamiento albergó actividades relacionadas a la
producción de metales utilizando técnicas altamente refinadas y complejas sin
antecedentes previos al período Tardío de la región.
Cancha C
Unidad 1
Características y Estratigrafía
La unidad 1 corresponde a una cuadrícula de 1x2 metros, ubicada hacia la mitad
sudeste de la estructura 20, por fuera del recinto 21 (Anexos: Figura 29). El recinto
en el cual se emplazó es una estructura subrectangular que alcanza 823 m2 y que
presenta paramentos de doble hilada con relleno hechos con piedras naturales y
mortero. Sólo en el muro E fue posible distinguir el aparejo -definido como rústico
a sedimentario, y en todos fue posible identificar una mezcla de piedras naturales
y canteadas para la construcción de los mismos. Se reconoció un vano con
orientación NW (245°) que conecta el interior con la calle central. En superficie se
identificó una concentración importante de mineral sin fundir, un fragmento de
horno y cerámica con escoria adherida a su superficie interior, evidencia que
preliminarmente sugirió la realización de actividades metalúrgicas en este sector.
La estratigrafía estuvo conformada por eventos de relleno compuestos por
basuras diversas dispuestas sobre un estrato asociado a una ocupación del
período Intermedio Tardío –capa 15- y un pozo excavado en el estéril. Bajo el
estrato 15 sólo se recuperaron fragmentos cerámicos del Intermedio Tardío, una
mezcla de alfarería del complejo Pica Tarapacá y del componente altiplánico
asociado (ver Uribe et al. 2007), marcando una división temporal importante en la
estratigrafía de la unidad. El contenido del pozo excavado en el estrato estéril
también arrojó alfarería vinculada al Intermedio Tardío, sugiriendo que
probablemente se trate de un rasgo asociado a la ocupación preincaica del
asentamiento.
82
Materiales Recuperados
La alfarería recuperada sumó un total de 2.535 fragmentos incluyendo tipos del
Formativo Tardío, tipos locales asociados al Complejo Pica Tarapacá, tipos
altiplánicos del Intermedio Tardío –éstos dos últimos conforman la mayor parte de
la muestra- además de cerámica Arica (1,1%) y alfarería asociada al período
Tardío (IKL) correspondiente al 1,4% de la muestra total de la unidad (Zori
2011:381). Cabe destacar que los tipos vinculados a épocas coloniales o
históricas estuvieron completamente ausentes y que la densidad cerámica alcanzó
los 950 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII).
En cuanto a la materialidad textil, de los 146 fragmentos textiles recuperados en
las ocho unidades excavadas –la mayor parte de ellos no identificados, el 29%
corresponden esta unidad. Hay distintas categorías funcionales representadas a
partir del estrato 3 como túnicas o mantas, taparrabos, bolsas domésticas, un
probable tirante de bolsa o capacho y varios fragmentos no identificados. En el
estrato 6 destacó una cubierta café de un gorro tipo Fez de filiación incaica,
además de un probable taparrabo también asignable al período Tardío procedente
de la capa 8. En ésta última se recuperó parte del gorro Fez de la capa 6 (Anexos:
Figura 30), sugiriendo una unidad depositacional entre estos dos estratos. Las
características de las prendas de vestir entre las capas 3 hasta al menos la 9
representa contextos usualmente asociados a cementerios, lo cual sugiere que
estos depósitos podrían haberse formado de manera natural por arrastre de
material desde áreas de funebria, presentes en los alrededores del sitio (Agüero
2009:10). Lo anterior se ve reforzado por la presencia de un fragmento de molar y
un calcáneo humano que podrían haber provenido de una tumba, aunque son de
carácter aislado. Desde el estrato 14 hacia abajo los textiles disminuyeron
ostensiblemente, sin detectarse la presencia de prendas de vestir, sino
únicamente elementos de naturaleza doméstica como huinchas y bolsas –además
de tipos no identificados- de mayor tamaño y con evidencias de reparaciones. Esto
es concordante con la estratigrafía de la unidad que, como se mencionó antes,
muestra un quiebre significativo desde de la capa 15 hacia abajo, donde sólo se
83
recuperaron fragmentos cerámicos del Intermedio Tardío. De esta manera, se
refuerza la idea de que la ocupación inicial corresponde a ese período –asociada a
los estratos 15 a 21- seguida por una ocupación atribuible a momentos incaicos
representada aproximadamente por los estratos 4 a 9.
En cuanto a los artefactos relacionados con la producción textil, se identificaron
dos fragmentos de torteras, un ovillo y numerosas espinas de cactus (Agüero
2009). Es interesante tener en cuenta que la mayor parte de éstos fueron
recuperados en estratos sobre el 15, un hecho que sugiere un aumento en la
producción de textiles hacia los períodos tardíos del sitio.
El análisis del material arqueofaunístico (Zori 2011:383) reveló que la mayor parte
de los desechos de la unidad corresponden a Lama sp., incluyendo porciones
pélvicas y de huesos largos relativamente completas. Los restos malacológicos,
recuperados principalmente en los estratos superiores 2 a 13 también son
bastante comunes. En relación a los restos botánicos, el maíz fue la evidencia
macrobotánica más común de la unidad, incluyendo marlos, cariopses, tallos,
hojas y flores revelando que posiblemente éstos llegaban completos al sitio y eran
procesados en su interior. También se reconocieron restos de chañar (Geoffroea
decorticans), algarrobo (Prosopis sp) y curcubita. Semillas y vainas de algarrobo
fueron obtenidas en todos los estratos excavados, sugiriendo el consumo de esta
especie silvestre siguió siendo relevante posiblemente hasta épocas coloniales
tempranas. Complementariamente, se identificaron restos de Phragmites australis,
caña usualmente utilizada para la confección de techumbres, Equisetum sp. (cola
de caballo o hierba del platero) y Cortaderia sp.
También esta fue la unidad con mayor cantidad de artefactos relacionados a la
producción metalúrgica. Esto indica que el procesamiento de materia prima, la
fundición y producción de objetos metálicos fueron actividades de gran
importancia dentro de la estructura donde se ubicó la unidad. Todas las etapas de
la cadena operativa de la producción de metales fueron reconocidas, siendo los
84
restos de mineral sin fundir uno de los elementos más comunes, sobre todo en las
capas superiores, pero disminuyendo considerablemente desde el estrato 13 hacia
abajo y estando ausentes en y bajo la capa 15. Lo anterior lleva a pensar que el
procesamiento de materias primas no fue una actividad realizada en el sitio en
épocas preincaicas, aunque sí asociada al período Tardío cuando –a juzgar por la
gran cantidad de evidencias encontradas en la unidad- pasa a ocupar un lugar
preponderante dentro de las funciones sugeridas para esta estructura. Cabe
destacar que dentro del conjunto de artefactos vinculados a la metalurgia de esta
unidad, hay un fragmento de huayra u horno para fundición, varios fragmentos de
moldes cerámicos y de piedra, crisoles, prills o gotas de metal fundido, entre otros,
todos las cuales fueron recuperadas sobre el estrato 15, reforzando su vinculación
con la ocupación tardía del asentamiento (Zori 2011).
Unidad 4
Características y Estratigrafía
La unidad 4 fue localizada paralela al muro norte del recinto 19, pues éste
presentó características distintas a las observadas en el resto del asentamiento
dado que se aleja del patrón rectilíneo siguiendo una alineación diagonal hacia el
NW, con cantos rodados dispuestos de forma espaciada (Anexos: Figura 31).
Asimismo, está ubicado en un lugar que tiene asociación directa al área de
fundición identificada en el límite SW del sitio, coincidente con la parte más alta y
con mejor exposición al viento. Ésta fue identificada a través de prospecciones
sistemáticas en los alrededores de Tarapacá Viejo, revelando una concentración
de fragmentos de hornos de morfologías variadas, abundantes restos de carbón y
presencia de escoria (Donley 2006, Zori 2011). El recinto tiene una superficie de
252,8 m2 con muros dobles con relleno, a excepción de una sección del muro
norte que presenta hilada simple y está construido sólo de piedras y sin mortero.
Únicamente en el muro sur fue posible observar el aparejo sedimentario, mientras
que en todos se constató un trabajo natural y canteado de las piedras, excepto en
el muro norte que presentó sólo trabajo natural. En suma, éste escapa de la norma
85
constructiva de los demás paramentos, sugiriendo un momento distinto de
construcción.
La unidad originalmente excavada correspondió a una cuadrícula de 2 m2 que se
extendió un metro hacia el W para seguir a un posible piso localizado bajo una
capa superficial de relleno eólico y cenizas. En el extremo opuesto, apareció un
bloque rocoso de grandes dimensiones que impidió continuar la excavación en la
mitad E, razón por la cual se amplió la cuadrícula original 1.50 metros hacia ese
lado (4E). En total, la unidad alcanzó dimensiones de 1 m de ancho por 4,5 m de
largo. La estratigrafía se comportó de manera similar a lo observado en las
unidades anteriormente descritas; el relleno eólico de arena superficial cubría una
serie de capas de basuras estratificadas dispuestas sobre un piso correspondiente
al estrato 5, cortado nuevamente por una trinchera de soporte del muro.
Paralelamente, este piso fue intervenido por varios pozos destinados posiblemente
al almacenaje. En las porciones del centro (4) y el E (4E) de la trinchera, este piso
se ubicó directamente sobre el estéril; no obstante, en la unidad 4W se situó sobre
una capa poco compacta que contenía materiales orgánicos y algunas piedras de
tamaño pequeño, con cerámica vinculada exclusivamente al Intermedio Tardío, al
igual que el piso sobre él. Como se mencionó, el piso fue intervenido por la
construcción de la trinchera de soporte para las fundaciones del muro del recinto
19, cuya profundidad atravesó el estrato estéril y en cuyo relleno se identificó un
fragmento de cerámica Inca local o altiplánico. Este hallazgo aislado y la
asociación del piso al período Intermedio Tardío lleva a pensar que esta
intervención constructiva puede vincularse con cierto grado de certeza al período
Tardío. Sin embargo, la parte visible de este muro es distinta pues no involucró el
uso de mortero y porque su orientación difiere a la del resto del sitio. Lo anterior
sugiere que el planeamiento original de esta sección de la cancha fue modificada
de manera parcial en momentos históricos, aunque los indicadores de esta
ocupación en la unidad son escasísimos, reduciéndose a algunos fragmentos de
fauna post hispánica como canis familiaris y bos taurus, entre otros (González
2009).
86
Materiales Recuperados
De esta unidad se obtuvieron 3.176 fragmentos cerámicos, con una densidad de
1.357 fragmentos por metro cúbico excavado. A partir de su análisis se determinó
que los primeros cuatro estratos de relleno ubicados sobre el piso compacto
tenían una naturaleza mixta pero tardía, conteniendo tipos cerámicos históricos,
incaicos y preincaicos. La vasta mayoría de la alfarería recuperada en esta unidad
corresponde a fragmentería PCH (Pica Charcollo), seguida por tipos altiplánicos
del Intermedio Tardío (IRR, ISD, CHP y escasas muestras de ISL y TAL) (Zori
2011).
Dentro del conjunto textil se hallaron fragmentos de túnica recuperadas en las
capas 1 y 4 (unidad 4); 7, 10 y 11 (unidad 4E), confeccionada con dos piezas
unidas al centro con listados en rojo y azul sobre fondo café, asociada al los
desarrollos regionales del valle de Azapa, que además presentó residuos
estomacales, indicando que en algún momento estuvo cubriendo un cuerpo.
Sumado a esto, se obtuvieron fragmentos de un costal, una pulsera o tobillera, un
palito con lana enrollada, ovillos, flecaduras, fragmentos de wayuñas, talegas y
costales, sogas, un fragmento de chuspa y el cuerpo de una honda. Destaca la
presencia de una posible miniatura que guarda gran similitud con las identificadas
en el cementerio Formativo Tr-40, ubicado en la misma quebrada (Agüero
2009:15). En total se identificaron 40 fragmentos de tejidos (27% de la muestra
textil). En general, es común que fragmentos de las mismas piezas se encuentren
en capas diferentes, sugiriendo que se trata de un depósito mixto. La naturaleza
de estos elementos se asocia principalmente con actividades de almacenamiento,
carga y/o transporte; al mismo tiempo, la túnica y la tobillera avalan la existencia
de interacciones con otras regiones culturales, en este caso específico con los
valles ariqueños (Agüero 2009).
Los análisis arqueofaunísticos (González 2009) demostraron que, pese a que el
volumen excavado fue mayor que las demás unidades, la cantidad de restos de
fauna recuperados fue menor en términos comparativos. Los camélidos fueron la
87
especie predominante, alcanzando un 88% de representación, estando presente
en cada una de las capas excavadas pero particularmente concentradas en la
capa 7, que abarcó 40% del total de restos animales recuperados. Las capas 2, 6
y 7 presentaron evidencias ictiológicas aunque en muy baja cantidad, dentro de
los que se identificó un supraopérculo –parte del hueso que protege las branquias,
indicando que los pescados probablemente se trajeron completos al sitio,
incluyendo sus cabezas. Posibles restos de Lagidium viscacia se identificaron en
la capa 4, evidenciando prácticas de caza y consumo de animales menores. Es
importante señalar la ausencia de restos malacológicos que representan una
evidencia conspicua en el resto de las unidades excavadas. La muestra de restos
botánicos, en tanto, repite lo hallado en otras unidades: maíz, chañar, algarrobo,
curcubitáceas y caña, siendo el primero el más abundante dentro de la muestra
analizada, particularmente concentrado en la capa 4. Las demás especies se
encontraron distribuidas de manera relativamente uniforme a lo largo de la
secuencia ocupacional, sin mostrar cambios de frecuencias significativos (Zori
2011).
Pese a la relación de proximidad que existe entre este recinto y el área de
fundición asociada al sitio, las evidencias de actividades metalúrgicas fueron
relativamente escasas pudiendo ser relacionadas a las últimas etapas del proceso
productivo. Así, en los estratos superiores sobre el piso compacto (capa 5), se
recuperó un fragmento de molde de cerámica además de tres láminas de cobre
provenientes de la capa 2, asociadas a una concentración de ceniza y carbón que
podría ser evidencia de un proceso de fundición (Zori 2011).
Cancha E
Unidad 2
Características y Estratigrafía
La unidad 2 se ubicó junto a una pared interna dentro de la estructura 14,
correspondiente a la cancha E (Anexos: Figura 32). Este recinto tiene forma
88
rectangular y alcanza una superficie de 442 m2, con hiladas dobles con relleno
hechas de piedra y mortero. Sólo en el muro sur es visible el aparejo, identificado
como rústico. Tanto éste como los paramentos E y W presentan trabajo natural de
la piedra usada para su construcción, sin detectarse la presencia de vanos, lo cual
se asocia a la conservación media a baja de esta estructura. En superficie, tal
como en la unidad 1, fueron identificados restos de minerales sin fundir razón por
la cual se decidió evaluar el comportamiento de la estratigrafía y comparar
posibles funciones de las estructuras donde las unidades fueron emplazadas.
El depósito estuvo compuesto principalmente por relleno y basuras mezcladas con
material de derrumbe ubicadas sobre un piso compacto (capa 9) dispuesto sobre
dos pozos de almacenaje. Cortando este piso, entre 10 a 15 centímetros de
profundidad, se identificó un segmento de muro perpendicular a la pared junto a la
cual se excavó la unidad, hecho de piedras con cierto grado de selección y
mortero rico en ceniza, distinto al mortero más claro y café presente en el resto del
sitio (Anexos: Figura 33). Este muro se construyó con cantos rodados alineados
sobre el nivel estéril de la roca madre del cerro y, como señala Zori (2011:392), la
técnica empleada es distinta a la observada en las unidades 3, 4, 5 y 6 donde las
fundaciones de los muros principales están puestas dentro de una trinchera de
soporte excavada en el estéril. El uso de técnicas diferentes sugiere que tal vez
este muro interno fue construido en un momento distinto a la edificación de la
estructura principal (cancha E) o bien, que éste no fue hecho con la misma
intención de estabilidad que el resto de la estructura. El contenido cerámico de los
pozos bajo el piso estuvo compuesto únicamente de alfarería asociada al
Intermedio Tardío, mientras que en el relleno sobre la capa 9 se identificaron
fragmentos de cerámica Inca Altiplánica además de textiles vinculados al período
Tardío, incluyendo un fragmento de quipu. De esta manera, la unidad excavada
muestra una cierta coherencia e integridad estratigráfica que se ve reforzada por
una
fecha
radiocarbónica
obtenida
bajo
89
el
piso
compacto
(capa
9),
correspondiente a 1.413-1.440 d.C.9, asociado al período Intermedio Tardío e
inicios del Tardío.
Materiales Recuperados
Respecto a la cerámica obtenida en esta unidad, se obtuvieron 934 fragmentos –
casi 650 fragmentos por metro cúbico excavado- cuyo análisis corroboró la idea de
que los estratos bajo el piso preparado contenían exclusivamente ejemplares
pertenecientes al Intermedio Tardío, mientras que en las capas superiores se
reconocieron también fragmentos relacionados al Horizonte Tardío y Colonial (Zori
2011). La alfarería local preincaica estuvo fuertemente representada y resultó ser
la más común dentro del conjunto cerámico de la unidad. Lo mismo que el
componente Atiplánico, a través de los tipos IRR, ISD, CHP, ISL y TAL, vinculados
a la fase Camiña (Uribe et al. 2007), el cual alcanzó un 26% de la muestra total.
Como en la unidad 1, los tipos ariqueños fueron bastante escasos (1%) y los
tardíos se asociaron al componente Inca local o IKL; pero a diferencia de aquella
aquí sí se recuperaron piezas coloniales, reconocidas por la presencia del
vidriado.
Pese a que las evidencias textiles son escasas (4% de la muestra total recuperada
en excavaciones), sus características hacen que el conjunto obtenido en esta
unidad sea particularmente relevante. Los textiles aparecieron bajo las dos
primeras capas de arena, en el estrato 3; los fragmentos identificados en esta
capa correspondieron a tres trozos de un quipu de algodón con cuerdas torcidas
en S y en Z, formando nudos simples y largos (Anexos: Figura 34). Desde esta
misma capa se obtuvo un fragmento de faja y más abajo, en el estrato 11, se
recuperó una chuspa tardía Inca de factura local, además de algunos fragmentos
no identificados procedentes de las capas 6 y 9. Este reducido conjunto de
evidencias sugiere que esta unidad se asocia indefectiblemente a la ocupación
incaica del asentamiento y, si bien la baja representación podría ser indicativo de
9
Zori, C. 2011. Muestra 58816. Calibrada con OxCal 4.0.5 (95,4%).
90
un contexto habitacional, las características de los tejidos se relacionan más bien
a actividades administrativas y ceremoniales (Agüero 2009:13).
Al igual que en la unidad 1, se identificaron fundamentalmente fragmentos óseos
de camélidos (Lama sp.), además de pescados y conchas (Zori 2011). Éstas
últimas bastante menos diversas que en la unidad 1 reconociéndose sólo
fragmentos de Choromytilus chorus y uno de Tegula sp. (gastrópodo). Al lado E
del muro descubierto en la excavación se encontró una concentración de guano
de camélido, cuy y basuras orgánicas definiendo probablemente un sector de
basurero. En cuanto a los restos botánicos, el maíz vuelve a ser el más
representado a través de todas sus porciones, recuperándose también semillas de
Prosopis sp., una semilla de algodón (Gossypium sp.), ají carbonizado (Capsicum
sp.), caña (Phragmites Australis) y restos de Schinus molle especialmente
concentrados en uno de los pozos bajo la capa 9, que refuerza su carácter de
lugar de almacenamiento (Zori 2011).
Respecto a las evidencias de metalurgia, los minerales sin fundir encontrados en
superficie también estuvieron presentes en el depósito pero sólo en las capas
superiores, donde además se recuperó escasa escoria y algunos fragmentos de
hornos. La diferencia en cantidad y calidad de los indicadores de actividades
metalúrgicas respecto de la unidad 1, por ejemplo, sugiere que este espacio no
estuvo destinado a la producción de metales o que, por lo menos no se llevaron a
cabo aquí todas las etapas dentro de su cadena de producción (Zori 2011).
Cancha G
Unidad 8
Características y Estratigrafía
Esta unidad de 1x2 metros fue emplazada en la esquina NW dentro del recinto 6,
una estructura que alcanza los 55 m2 de superficie y que se ubica en la cancha G
(Anexos: Figura 35). El recinto tiene un tamaño más o menos similar al de las
91
estructuras colindantes y no se encuentra totalmente cerrado por el lado sur.
Complementariamente, presenta muros edificados con doble hilada y relleno,
hechos con piedra y mortero. El reconocimiento superficial del sector arrojó una
concentración significativa de fragmentos cerámicos atribuibles al período Tardío,
razón por la cual se decidió explorar el comportamiento del depósito.
Éste no se aleja de lo observado en las unidades anteriores, puesto que muestra
múltiples capas de arena mezclada con desechos orgánicos sobre un estrato más
compacto compuesto de rocas y materiales culturales, dispuesta a su vez sobre
una capa delgada pero continua de guano que posiblemente corresponda a un
período en el cual este espacio fue ocupado como corral. Inmediatamente bajo el
sedimento de guano apareció un estrato que mostraba una concentración de
fibras vegetales trenzadas, cañas y ramas, vinculado a los restos de una
techumbre colapsada. Paralelo y extendiéndose bajo éste aparecieron restos
estratificados de un fogón (capa 12), revelando un área de quemas sucesivas
asociada a desechos de carácter doméstico que se extiende entre los 55 y hasta
cerca de los 70 cm bajo la superficie. Las capas ubicadas sobre y paralelas al
fogón contenían material histórico, como alfarería, papel, vidrios y algunos restos
botánicos entre los que destaca una semilla de Ricinus communis, una arbusto de
origen africano presuntamente utilizado por los europeos con fines medicinales
(Zori 2011:475). Este denso fogón concentrado hacia las esquinas NW y SW de la
unidad, se encontró sobre capas de desechos y abundante material cultural que
descansaban sobre un posible piso preparado que, hacia el lado W y N de la
unidad, cubría la trinchera de soporte de estos muros. No obstante, dicho piso no
se extendía hacia el perfil sur, en el cual se evidenciaron desechos estratificados
dispuestos directamente sobre el estéril que aparece a una profundidad
aproximada de un metro desde la superficie. La trinchera reveló una profundidad
de 45 cm, con un ancho aproximado de 70 cm, considerablemente más amplia
que lo observado en las otras unidades que presentaron este rasgo constructivo.
El material proveniente del relleno de la trinchera de soporte incluyó material
histórico -a diferencia de lo evidenciado en otras cuadrículas, lo que puede
92
atribuirse a un mayor grado de alteración del depósito. En efecto, el lugar donde
se ubica esta estructura es de fácil acceso pese a encontrarse en la mitad superior
del sitio que, contrariamente a las demás canchas de la porción alta, no presenta
una pendiente tan abrupta. De hecho, esta unidad fue excavada una vez finalizada
la fiesta religiosa de San Lorenzo, en el mes de agosto de 2007, y presentó claras
evidencias de haber sido ocupada temporalmente por los peregrinos que asisten a
las celebraciones. Sumado a esto, la ausencia de pisos preparados, un rasgo
conspicuo en el resto de las unidades, reforzaría la idea de que este depósito ha
sufrido mayores alteraciones. Es importante destacar también, como señala Zori
(2011:470), que los muros internos del recinto muestran algunas diferencias
respecto a lo observado en otras estructuras, como por ejemplo, los bloques no
están organizados de manera de dejar una cara interna plana, sino que muchos
de ellos sobresalen del mortero que los une, dejando una superficie irregular hacia
el interior del recinto. Asimismo, las fundaciones no tienen tamaños mayores a la
porción aérea de los muros, un rasgo común a las demás unidades (Anexos:
Figura 36). El inusual ancho de ésta también podría indicar que el recinto fue
reconstruido o modificado en momentos posteriores a su edificación original, lo
cual explicaría la presencia de materiales históricos dentro del relleno de la
trinchera y la menor coherencia estratigráfica que muestra el depósito.
Materiales Recuperados
En cuanto al material cerámico, un total de 2.038 fragmentos fueron recuperados
en esta unidad (Zori 2011), con una densidad aproximada de 828 fragmentos por
metro cúbico excavado. La primera diferencia que muestra este conjunto al ser
comparado con los anteriores es que concentra la mayor cantidad de fragmentos
históricos que, aunque siguen siendo poco abundantes (1,6% del total) se
distribuyen a lo largo de toda la secuencia estratigráfica. Esto corrobora la idea de
una mayor alteración del depósito o bien, que este sector del asentamiento fue
más intensamente ocupado –con la consecuente alteración de los depósitos
previos, durante el período Histórico o Colonial temprano.
93
Sin
embargo,
la
alfarería
local
del
Intermedio
Tardío
sigue
siendo
significativamente la más abundante, alcanzando frecuencias cercanas al 77% de
la muestra total. Este porcentaje incluye tipos Pica Charcollo (PCH) –cerca del
60%- así como tipos altiplánicos IRR, CHP, ISD, ISL y TAL. Los fragmentos
vinculados al Horizonte Tardío alcanzan un 17% de representación, la segunda
frecuencia más alta tras la unidad 5 ubicada en el mismo sector, siendo la mayor
parte de ellos vinculables a estilos Inca locales, aun cuando se identificaron varios
fragmentos
Saxamar.
Ambos
conjuntos,
preincaicos
e
incaicos,
fueron
recuperados a lo largo de la estratigrafía aunque más de un tercio de éstos últimos
fueron encontrados bajo el fogón correspondiente a la capa 12 (Zori 2011).
Los restos vegetales sumaron un total de 226 elementos contables, entre los que
destacan por su abundancia los cariopses de maíz que alcanzan un 58% de
representación dentro de la muestra total de la unidad (Vidal, A. 2009). Por su
parte, las usualmente abundantes semillas de Prosopis correspondieron tan sólo a
58 unidades, seguido de 20 semillas de Gossypium (algodón), cuya significativa
presencia se aleja del patrón mostrado por las demás unidades, donde en general
alcanza una escueta representación. Como antes se mencionó, la presencia de
una semilla de ricino (Ricinus sp.) se correlaciona a la ocupación colonial del
asentamiento. No obstante, A. Vidal (2009:27) señala que la similitud morfológica
y el alcance de nombres que presenta con especies conocidas como cardas10 –
cuya función se relaciona al acto de cardar, asociado a la acción de separar unas
fibras de otras- podría señalar un mismo uso, lo cual resulta aún más significativo
al considerar la inusual presencia de fibras y semillas de algodón en la misma
capa. Según esto, sería posible pensar en la realización de tareas de limpieza de
fibras en este recinto. No obstante, la ausencia de materialidad textil y de
implementos asociados a su producción descarta por ahora que se hayan
confeccionado prendas en esta habitación.
10
Especies como datura stramonium es conocida en la zona del Salar de Atacama con el nombre de carda,
cardadora e higuerilla, que deriva del castellano higuera, nombre común del ricino (A. Vidal 2009:27).
94
Los restos de camélidos fueron nuevamente los más abundantes dentro del
conjunto de arqueofauna recuperada en la unidad, con 221 especímenes
cuantificados, correspondientes a 20 individuos distribuidos en todas las capas
identificadas. También se cuantificaron restos malacológicos -27 individuos
particularmente concentrados en las capas 15, 17 y 20- e ictiológicos, registrados
en los estratos 7, 15, 19 y 20. Los restos subactuales o históricos fueron
reconocidos en las capas 10 y 12, desde donde se extrajeron fragmentos de
costilla, diáfisis humeral y fémur distal de un posible equino (González 2009).
Las evidencias vinculadas a actividades metalúrgicas fueron las más abundantes y
variadas de las ocho unidades excavadas, muchas de ellas relacionadas
claramente al período Colonial (Zori 2011). La ausencia de materiales sin fundir en
contraposición a una presencia significativa de restos de escoria, crisoles y
artefactos terminados indica que las etapas de la cadena operativa representadas
por este conjunto material son las finales. Los fragmentos de crisoles usualmente
se recuperaron en los mismos estratos que presentaron escorias y, en general,
mostraron formas abiertas a modo de cuencos. Destaca un crisol que fue
recuperado durante la limpieza de los perfiles que, a diferencia de lo anterior, es
de forma cilíndrica y muestra una perforación en la base desde la cual el metal
fundido pudo haber sido liberado. Un artefacto que potencialmente podría haber
servido de tapón fue recuperado en el estrato 14. Instrumentos de características
similares han sido descritos para el Noroeste Argentino, asociados también a la
presencia incaica en sitios destinados a la producción metalífera (ver González, L.
R. 2002). Sin embargo, sin una descripción más detallada de este elemento no es
posible determinar si se trata o no de la misma clase de pieza. Sumado a lo
anterior, fueron recuperados objetos de data histórica como grandes clavos o
estacas de fierro además de algunos fragmentos de artefactos con función
desconocida, pero que son evidencias de procesos productivos complejos al
mostrar trazas de distintos metales como plomo, cobre, plata y estaño.
Adicionalmente, se encontraron restos de hornos de fundición. Recogiendo las
sugerencias de Zori (2011:480), la presencia del fogón en el depósito puede haber
95
tenido relación con la producción de metales a pequeña escala o a nivel
doméstico, algo relativamente frecuente en otras regiones de los Andes
prehispánicos.
Cancha H
Unidad 5
Características y Estratigrafía
Esta cuadrícula de 1x2 metros, se ubicó junto al muro W del recinto 33 –dentro de
la cancha H- próximo al sector excavado por Patricio Núñez y colaboradores a
fines de la década de 1970 (Anexos: Figura 37). En superficie se identificó una
gran concentración de fragmentos cerámicos asociados al período Tardío, razón
por la cual se decidió explorar el depósito. Esta estructura posee una superficie de
165,2 m2 y es de forma rectangular con muros de hiladas dobles con relleno,
excepto el muro norte donde este rasgo no es observable. Sólo en uno de los
muros fue posible observar el aparejo sedimentario con revoque de barro y todos
ellos fueron construidos con piedras y mortero salvo el muro norte, donde se
detectó sólo la presencia de piedras.
Bajo la capa de arena subsuperficial, la estratigrafía estuvo compuesta por
grandes bloques rocosos mezclados con desechos variados donde se reconoció
de manera clara un lente de ceniza y carbón compacto que contenía materiales
orgánicos no carbonizados (capa 4). Muchos de estos bloques de piedra fueron
identificados como implementos de molienda, la concentración más significativa de
estos artefactos en el sitio. Estas capas se localizaron sobre un estrato delgado y
compacto que posiblemente haya correspondido a un piso (capa 5), pues su
uniformidad y el hecho de que las grandes piedras que componen las capas
superiores no continuaran hacia abajo establece un quiebre significativo en la
secuencia estratigráfica de la unidad. Bajo el piso volvió a aparecer un estrato de
basuras mezcladas con piedras que posiblemente correspondieron a un derrumbe
parcial del muro, seguido por una capa bien definida de guano (capa 11/13). Ésta
96
incluyó alfarería del Intermedio Tardío y un fragmento colonial, así como restos de
fauna histórica y prehispánica, reforzando materialmente la naturaleza mixta del
sitio. Bajo ella se reconoció un estrato con abundante material cultural que a su
vez estaba dispuesto sobre un piso preparado (capa 16) extendido por toda la
unidad y ubicado inmediatamente sobre el estéril. Se determinó que éste mismo
fue cortado por la construcción de la trinchera de soporte del muro, que
nuevamente se evidencia en esta estructura (Anexos: Figura 38). Entre la capa 16
y el suelo estéril se recuperó un cuy (Cavia porcellus) completo que fue fechado
en 1.274-1.395 d.C.11 y que, a juzgar por su ubicación, podría tratarse de una
ofrenda fundacional realizada antes de comenzar la construcción del recinto. Por
lo menos hasta el estrato 16 el depósito estaba bastante mezclado, lo que supone
una alta disturbación, esperable para un sector fácilmente accesible e
intensamente ocupado durante la fiesta religiosa del pueblo.
Materiales Recuperados
Se analizaron 1.270 fragmentos cerámicos provenientes de esta unidad, con una
densidad de 728 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII). Al
contrario de la unidad 3, el análisis reveló que el 61% del conjunto corresponde a
tipos cerámicos atribuibles al período Tardío. Los tipos del Interedio Tardío, en
tanto, alcanzaron sólo un 13,3% de representación, menos de un tercio de lo
observado en la unidad 3. Se identificó también una pequeña muestra de tipos
históricos (0,8%) a la vez que disminuyeron ostensiblemente los porcentajes de
las categorías indeterminados y erosionados. Los tipos pertenecientes al
componente Tarapacá Altiplano fueron también menores a lo constatado en la
unidad anterior (6% en unidad 5, versus 14% en unidad 3. Gráfico VI).
11
Zori, C. 2011. Muestra AA82247. Calibrada con OxCal 4.0 (95,4%).
97
UNIDAD 5 Porcentajes por componente cerámico
FORMATIVO
0,08%
3%
PICA TARAPACÁ
ALTIPLANO TARAPACÁ
ARICA
13%
14%
1%
0,08%
PIT ATACAMEÑO
7%
INKA
HISTÓRICO
0,08%
INDETERMINADO
EROSIONADO
62%
Gráfico VI. Gráfico con los porcentajes de cada componente cerámico
Cerámica
Capa 1
Capa 2
Capa 3A
Capa 3B
Capa 3C
Capa 3D
Capa4
Capa 5
Capa 6
Capa 7
Capa 8
Capa 9
Capa10
Capa 11
Capa 12A
Capa 12B
TOTAL
proveniente de la excavación de la unidad 5.
IKL
42
27
87
34
41
16
3
24
15
52
11
8
7
59
4
12
443
IKL?
11
16
98
25
43
6
1
13
10
26
3
2
5
70
7
1
2
INK?
SAX?
1
3
1
PCH
4
1
19
5
4
1
6
11
1
PGA
4
8
44
5
10
4
8
4
10
HIS
4
1
LOZ
1
1
336
1
2
2
1
1
2
1
59
1
6
4
2
110
1
7
1
Tabla VII. Unidad 5. Distribución de los tipos cerámicos del componente Pica
Tarapacá (PCH y PGA), Tardío (INK, IKL, INK?, SAX?) e Histórico (HIS, LOZ) por
capa excavada.
Según esto claramente el componente asociado a la presencia incaica toma
protagonismo, dentro de los cual destaca el tipo IKL que alcanza casi un 35% de
98
representación, seguido del IKL dudoso (IKL?) y sólo dos posibles fragmentos Inka
Imperiales (INK?). Estos aparecen distribuidos de manera bastante pareja a lo
largo de la secuencia estratigráfica, lo cual es concordante con la mayor
disturbación detectada en esta unidad. Cabe destacar que bajo el estrato 11/13,
correspondiente a una capa de guano compacta (Zori 2009), no se obtuvo ningún
espécimen histórico, estableciendo un quiebre estratigráfico importante (Tabla VII).
En suma, la reevaluación del material cerámico mostró una oposición interesante
entre los extremos W y E del sitio –representados por las unidades 3 y 5,
respectivamente- a la vez que nos sugieren funcionalidades distintas de acuerdo a
las características particulares de diseño de estos espacios. La unidad 3 exhibe un
porcentaje significativo de tipos alfareros propiamente tarapaqueños, destinados
en su mayoría a actividades domésticas, como la preparación de alimentos (Uribe
et al. 2007). Aún cuando este tipo está presente en la unidad 5, lo hace en mucho
menor proporción (110 ejemplares versus 660 en la unidad 3) indicando el menor
énfasis en este tipo de tareas; asociándose más bien a actividades que acentúan
el servicio y consumo de alimentos, tal y como lo sugiere la aparición de los tipos
IKL.
El conjunto de textiles, por su parte, alcanzó un total de 31 fragmentos,
correspondientes al 21,2% de la muestra total. Las capas 2 y 3 mostraron piezas
confeccionadas con lana de oveja y tejidos en sarga –correlacionados con épocas
históricas- sumado a tejidos en faz de urdimbre con lana de camélido y a lo menos
dos trozos de piezas de filiación incaica en el estrato 3: un fragmento asociado
probablemente a una túnica hecha con técnica de tapicería (faz de trama), muy
similar a otra registrada en la recolección superficial que exhibía un motivo
decorativo incaico clásico correspondiente a un remolino de cuatro aspas en rojo,
rosa y amarillo (Anexos: Figura 39); y otro tejido con hilados de camélido café
oscuro con tramas y urdimbres muy finas. Bajo la capa compacta de guano (capa
11/13) no se recuperaron ejemplares históricos –lo cual también es coherente con
la materialidad cerámica, donde los tipos históricos están totalmente ausentes- y la
99
muestra se redujo a fragmentos no identificados además de parte de una túnica
trapezoidal de orillas de urdimbre curvas, atribuibles al Intermedio Tardío. En
suma, en términos estratigráficos los componentes textiles incaicos y coloniales
aparecieron traslapados en la capa 3, no obstante bajo la capa de guano éstas
desaparecieron dando paso a un conjunto relacionado a períodos preincaicos con
baja densidad (Agüero 2009).
En cuanto a los elementos botánicos (Vidal, A. 2009), el análisis detectó 792
elementos contables, considerando carporrestos y espinas, dejando fuera cañas,
tallos, maderas y ecofactos, los cuales sólo fueron consignados en términos de
presencia/ausencia. La mayor representación fue alcanzada por los endocarpos
de Prosopis sp. que sumaron 525 elementos, seguidos de frutos de Schinus molle
(95 unidades) y cariopses y marlos de maíz (63 y 54 unidades respectivamente).
Fragmentos y semillas de curcubitas y chañar (Geoffroeae decorticans) se
encontraron más o menos en la misma cantidad, entre 11 y 13 unidades. Los
carporrestos presentes mostraron cierta concentración en los estratos 3, 5 y 6, tal
vez como resultado de cierta intensificación en la ocupación del recinto. Hacia los
niveles inferiores –a
partir del estrato 11/13- se detectó una disminución
considerable de los restos botánicos, aparejado a la ausencia de ciertas partes del
maíz como las hojas y espigas, que podría relacionarse con una diferencia en
cuanto a su procesamiento. Dentro de los restos faunísticos (González 2009),
nuevamente el camélido (Lama sp.) fue el más abundante con 56,6% de
representación, equivalente a 16 individuos (NMI), particularmente concentrados
en el estrato 3. El tamaño de los fragmentos de diáfisis –que usualmente no
superan los 2,5 cm de largo- sugiere un uso o patrón de consumo distinto si se lo
compara con la unidad 4, donde predominan los rangos entre 2,5 a 5 cm. En
términos de abundancia, los moluscos ocuparon el segundo lugar, alcanzando un
total de 190 fragmentos (27,9% de la muestra de fauna) equivalente a 29
individuos, presentes en 13 de las 16 capas estratigráficas identificadas en la
unidad.
Los
restos
ictiológicos
resultaron
ser
igualmente
importantes,
reconociéndose 16 individuos por medio de 50 especímenes presentes en todos
100
los estratos a excepción del 9, 15 y 16. De acuerdo con ello, ésta es la unidad que
presenta la frecuencia más alta de especies marinas dentro del total excavado.
Sumado a lo anterior, se encontraron huesos de roedores correspondiente a cinco
individuos además del ejemplar de Cavia sp. completo depositado sobre el estéril.
La presencia de una tarso-metatarso de Gallus gallus en el estrato 11/13 avala la
relación colonial de esta capa. En función de la diversidad y abundancia de restos
arqueofaunísticos encontrados en esta unidad, es posible que aquí se hayan
llevado a cabo actividades relacionadas fundamentalmente con el servicio y
consumo de alimentos, cuestión coherente con el tipo de cerámica identificada.
Las evidencias de metales fueron escasísimas, restringidas a algunos trozos de
cerámica con escoria –que seguramente corresponden a fragmentos de un crisolademás de un pequeño fragmento de cobre (Zori 2011). Estos hallazgos se
obtuvieron sobre y bajo el estrato de guano (11/13), formando parte de las capas
de basuras mixtas que probablemente son producto del arrastre de sedimentos,
no constituyendo así indicadores directos que avalen la realización de este tipo de
actividades dentro del recinto.
En conclusión, las excavaciones en el sitio y el consecuente análisis de los
materiales recuperados mostraron múltiples situaciones para cada unidad pero
que preliminarmente sugieren el desarrollo de actividades productivas, como por
ejemplo la elaboración de metales y la confección de textiles. Pero al mismo
tiempo, la gran densidad de desechos refieren al consumo de cantidades
importantes de comidas y bebidas, junto con actividades relativas a la preparación
de las mismas, a juzgar por la presencia de productos marinos semicompletos
(como pescados), la abundancia de restos de camélidos y fauna menor, la
diversidad de especies vegetales y la existencia de implementos de molienda –
tanto soportes como manos de moler- particularmente concentrados hacia el
sector NE del sitio (Anexos: Figura 46). En función de estos resultados, es posible
establecer ciertas similitudes y distinciones entre un sector y otro, los cuales
pasaran a ser discutidos en la siguiente sección.
101
VI. RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES
A partir de los resultados antes expuestos, articulamos la información emanada
del análisis espacial con las posibles actividades realizadas en estos espacios
mediante una síntesis de los datos arquitectónicos y materiales (Anexos: Tabla
VIII), buscando una comprensión preliminar de la dinámica interna del sitio a
través de una aproximación al tipo de interacciones sociales que tuvieron lugar en
él.
Arqueología de las canchas de Tarapacá Viejo
Nuestros resultados muestran diferencias sustanciales entre una cancha y otra,
sugiriendo un control diversificado sobre estos espacios así como sobre las
actividades realizadas en ellos.
En la cancha A, la unidad excavada en una de las habitaciones interiores
demostró nulas evidencias de la realización de actividades metalúrgicas.
Complementariamente, la estratigrafía mostró de manera consistente una
ocupación asociada a momentos históricos, otra a momentos prehispánicos
tardíos y otra exclusivamente del Intermedio Tardío, basándose en la naturaleza
del material cerámico –que consideramos el indicador más potente de
temporalidad. La presencia de un muro de factura distinta a los observados en la
superficie, asociado al piso fechado en el Intermedio Tardío, reveló evidencias
claras de la ocupación preincaica del sitio, junto con la existencia de un pozo
excavado en el estéril, posiblemente destinado al almacenamiento (capa 17).
Resulta significativo que el 48,5% de los fragmentos asociados a ese período en
Tarapacá (PCH, PGA, PCZ, ver Uribe et al. 2007) se concentren en la capa 12,
que también es la que muestra mayor concentración de restos vegetales,
sugiriendo el desarrollo de actividades ligadas a la preparación de alimentos. En
esta misma capa se recuperaron, por ejemplo, contenedores hechos con
calabazas, tanto decoradas como no decoradas. Asimismo, de acuerdo a la
102
naturaleza de los restos de textiles, es posible que este espacio haya servido
como área de manufactura y reparación de prendas, así como de almacenamiento
de bienes a juzgar por la presencia de fragmentos de bolsas y capachos.
La preparación de alimentos en una habitación dentro de la cancha A puede ser
concordante con la realización de actividades de carácter público, cuestión que a
la luz del diseño de este espacio han de haberse desarrollado en el interior de la
cancha –y que es coherente con la alta concentración de fragmentería cerámica,
la más elevada detectada en las excavaciones. La facilidad de acceso, la poca
segmentación, la alta visibilidad en su interior y su asociación con el campo de
petroglifos localizado inmediatamente al W, indican que esta cancha fue destinada
a interacciones públicas que muy probablemente involucraron la preparación y
servicio de comidas. Sumado a esto, la presencia de un fragmento de inkuña, si
bien un hallazgo discreto, remite a contextos de carácter ritual (ver Agüero 2009).
Evidentemente no podemos descartar la realización de otras actividades en
diferentes períodos a lo largo de la secuencia ocupacional, que muestra
evidencias claras de edificaciones en momentos preincaicos, posiblemente
asociadas a los petroglifos adyacentes, donde también se ha detectado la
presencia de entierros y la realización de rituales relacionados con la molienda y
consumo de alimentos (Núñez & Briones 1967).
La cancha B, por su parte, parece haber sido utilizada para fines productivos
relacionados con la metalurgia. Si bien la unidad 3 mostró escasísimas evidencias
que indicaran que este tipo de actividades se estaban llevando a cabo en su
interior, en la unidad 6 –ubicada en una pequeña habitación adosada al muro W
de la cancha- se recuperaron elementos que apuntan al uso de complejas técnicas
metalúrgicas. En tal sentido, la habitación donde se ubicó la unidad 3, localizada
en la esquina SE de la cancha, puede haber albergado actividades de carácter
más bien doméstico. Por lo menos en términos estratigráficos se detectó una
significativa concentración de restos vegetales bajo las capas con elementos
históricos (Prosopis sp. y maíz, fundamentalmente) –puntualmente entre las capas
103
7 y 9. Estas mismas capas son las que concentran la cerámica local del
Intermedio Tardío (PCH, PGA), que como se mencionó antes, están íntimamente
ligadas a la preparación y servicio de alimentos, distinguiéndose ollas, botellas,
cántaros y pucos. Las fechas radiocarbónicas de esta unidad demuestran que los
estratos superiores pueden vincularse a momentos tardíos e históricos, mientras
que más abajo (capa 9) se obtuvo una fecha coincidente con los Desarrollos
Regionales. Dentro del pozo de almacenaje excavado en el estéril e intervenido
por la trinchera de soporte del muro se obtuvo una tercera fecha (1.460-1.660
d.C.) que corrobora la idea de que esta técnica constructiva es introducida en
momentos tardíos. Este rasgo arquitectónico lo relacionamos con lo descrito para
Turi, en el Loa Superior, donde en las excavaciones de la callanca se reconoció la
presencia de heridos rompiendo estratos ocupacionales (Gallardo et al. 1995), tal
como se observa aquí.
En contraposición a esto, la unidad 6 presentó las frecuencias más bajas de
cerámica, restos botánicos y textiles, con lo que podemos suponer que
posiblemente esta habitación no estuvo destinada a la residencia. Junto a ello, la
cancha B presenta una alta segmentación y alta densidad, caracteres que
sugieren un gran potencial de control para este espacio. A diferencia de A, la
visibilidad hacia el interior es relativamente baja lo que, sumado a su alta
compartimentación, dan cuenta de la dificultad de desarrollar actividades de
carácter público o masivo. La resolución espacial de la cancha B tiende más bien
a la segregación de quienes permanecen en su interior y a la luz de las dos
situaciones contrapuestas representadas por las unidades excavadas, se puede
concluir preliminarmente que aquí se desarrollaron distintas actividades:
domésticas, por un lado y productivas por otro, que de manera sugerente se
asocian a la producción metalúrgica. Su alta segmentación justamente puede
explicarse por razones funcionales –la necesidad de separar una actividad de otray es posible pensar que el alto grado de control al que estuvo sujeto este espacio
pudo tener relación con la elaboración de metales y la consecuente necesidad de
104
normar y regular esta actividad, que ya hemos mencionado adquiere un rol
protagónico en el sitio.
Respecto a la cancha C, las unidades excavadas en su interior muestran
situaciones más o menos similares. Mientras la unidad 1 mostró una significativa
concentración de minerales sin fundir en superficie, en la unidad 4 dichos
materiales estuvieron ausentes. No obstante, sí se obtuvieron evidencias de las
últimas etapas de la cadena productiva, específicamente moldes de cerámica y
láminas de cobre asociadas a una concentración de ceniza y carbón. De acuerdo
a esto, sería posible pensar que en cada recinto pueden haberse llevado a cabo
distintas etapas de la producción metalífera, aunque evidentemente no pueden
descartarse las alteraciones post ocupacionales. El hecho de que todas las
evidencias relacionadas con la producción de metales en la unidad 1 se
concentren sobre el estrato 15 –asociada al Intermedio Tardío- sugiere la
realización o intensificación de este tipo de actividades hacia momentos tardíos.
Lo anterior es coherente con lo planteado por Zori (2011), quien en su
investigación sobre el tema durante el Horizonte Tardío en Tarapacá, señala que
con el Inca ingresaron técnicas mucho más complejas, aparejadas de una
significativa intensificación en la producción. Evidencias de esto se detectaron,
como vimos, en la unidad 6 de la cancha B. La presencia de textiles asociados a la
carga y el transporte en la unidad 4 –como capachos, costales y sogas- podría
vincularse también a esta práctica económica, aunque no podemos establecer una
relación estratigráfica precisa pues se recuperaron a lo largo de la secuencia. La
presencia de dos fragmentos de gorro tipo Fez en las capas 6 y 8 de la unidad 1,
se vincula con certeza al Horizonte Tardío. Si bien la naturaleza de éste y otros
textiles recuperados en la unidad alude a contextos funerarios, la presencia de
sólo dos fragmentos de huesos humanos aislados nos aleja de esa posibilidad.
Sobre todo considerando la existencia de otros materiales que apuntan a la
producción textil, como torteras, ovillos y agujas. Sin embargo, no puede
descartarse, como señala Agüero (2010:11), que su origen sea el arrastre o
105
relleno del piso para la posterior edificación. Especialmente tratándose de un
espacio abierto, más vulnerable a la alteración por causa de estos factores.
La presencia, en ambas unidades, de restos vegetales y animales mixtos sugiere
el desarrollo de actividades residenciales. Teniendo esto como antecedente, se
hace difícil asignarle a esta cancha una función específica. Más bien creemos que
se trata de un espacio utilizado tanto para actividades productivas como
domésticas. La alta visibilidad y accesibilidad de esta cancha ciertamente privilegia
interacciones de carácter más bien público, aunque no de la misma manera que la
cancha A pues se trata de un espacio con mayor nivel de segmentación, con lo
que suponemos una mayor necesidad de control. Pero al mismo tiempo, la alta
accesibilidad apunta a un flujo importante de personas que acceden a este
espacio a través de diversas entradas, acercándolo nuevamente a la situación
detectada para la cancha A. De hecho, la cancha C muestra una organización
interna muy similar, a excepción de las habitaciones dispuestas a lo largo del muro
W. Es probable así, que estuvieran diseñadas para cumplir funciones similares
que por el momento no podemos precisar con mayor detalle para el caso de C, y
que definimos como públicas –tal vez ceremoniales- para A.
El caso de la cancha D es difícil de definir por cuanto no existen excavaciones en
su interior. Evidentemente, una exploración superficial parcial es insuficiente para
poder atisbar las posibles funciones que cumplió este espacio. Disponemos
únicamente de información de superficie del recinto 46, que arrojó una muy baja
densidad de cerámica, significativamente menor a las demás unidades
recolectadas. La cancha D se asemeja a la B en cuanto a valores de
segmentación y densidad edilicia, lo mismo en términos de asimetría. Por lo tanto,
se asume el grado de control fue similar, posiblemente cumpliendo funciones
parecidas. La topografía afecta enormemente su visibilidad interna y la baja
cantidad de accesos hace suponer interacciones mucho más restringidas. Sin
duda esto último se ve influido por el pobre estado de conservación de esta
cancha, que imposibilitó la detección de más accesos en terreno. En suma,
106
presumimos que aquí han de haberse desarrollado actividades similares a la
cancha B, aunque innegablemente se necesitan excavaciones para profundizar en
sus funciones específicas.
Nuevamente en la cancha E se detectaron evidencias de la ocupación del sitio
durante el Intermedio Tardío, a juzgar por la presencia del muro interno de
características distintas a las de los paramentos actualmente visibles. La
presencia de cerámicas exclusivamente vinculadas al período de Desarrollos
Regionales en los pozos cavados en la capa 9 –correspondiente a un piso
preparado- presenta un quiebre notorio en la estratigrafía, tal como se observó en
otras unidades. El hecho de que el fragmento de textil más significativo del sitio,
un quipu, haya sido recuperado sobre este piso, refuerza esta separación entre los
períodos Intermedio Tardío y Tardío. Su hallazgo es relevante, pues su presencia
es bastante acotada en los Andes Centro Sur y evidentemente nos sugiere el
desarrollo de actividades sujetas al control administrativo del Tawantinsuyo. En
cuanto a sus características espaciales, esta cancha presenta un nivel de
asimetría relativamente bajo, no obstante sus accesos son más restringidos
sugiriendo mayor control en la entrada. Justamente el recinto 14 –donde fue
excavada la unidad- tiene baja visibilidad, siendo propicio el desarrollo de
actividades de carácter privado.
Tal como el caso de la cancha D, la F no presenta excavaciones siendo difícil
precisar la naturaleza de las actividades realizadas en su interior. Sin embargo, es
significativo
que
el
33%
de
los
tipos
cerámicos
tardíos
recolectados
superficialmente se concentren en este espacio. Junto a ello, el bajo estado de
conservación impidió el reconocimiento de vanos de acceso, siendo el caso más
crítico del conjunto analizado. Presumiendo la presencia de entradas desde la
calle principal, vemos que su visibilidad se limita al espacio central que en este
contexto podría considerarse como una suerte de patio al cual convergen todas
las habitaciones interiores, que permanecen fuera del campo visual desde los
hipotéticos vanos de acceso, quedando en el ámbito privado.
107
La cancha G mostró los valores más elevados de asimetría, revelando las
dificultades de acceder a los recintos interiores. La baja segmentación y densidad
sugiere un espacio con menos potencial de control, cuestión reforzada por la
limitada visibilidad interna, quedando una importante cantidad de habitaciones
fuera de los campos visuales marcados por los vanos de acceso. En tal sentido,
se muestra como un caso totalmente opuesto a la cancha A, que definimos como
un espacio eminentemente público. Al contrario, creemos que en esta cancha se
privilegiaron
las
Interacciones
privadas
e
íntimas,
con
un
acceso
consecuentemente limitado por las barreras físicas impuestas por el diseño de su
arquitectura. La ausencia de un espacio común al centro del conjunto también la
separa del patrón exhibido por las canchas A, B, C, D y F -acercándola a E y H- lo
cual implica que no es necesario hacer converger a las distintas habitaciones
hacia un lugar específico, otorgando mayor libertad de movimiento. En términos de
su contenido, las excavaciones mostraron un alto grado de alteración y, a
diferencia de las otras unidades, no se detectaron pisos preparados. La presencia
de tipos cerámicos INK –la más alta dentro del conjunto muestreado- podría
suponer que estos espacios son en alguna medida exclusivos, asumiendo que
este tipo no forma parte del conjunto alfarero ordinario. Además, por el momento
descartamos la manufactura de textiles pero recogemos la sugerencia planteada
por A. Vidal (2009) en cuanto a que la significativa presencia de algodón en la
unidad excavada puede tener relación con la limpieza de fibras. El uso de fibra de
algodón para la confección de textiles en este sitio es poco común y ha sido
frecuentemente asociado con los tejidos del Imperio (Agüero 2009). Por otro lado,
la abundancia de restos que aluden a la producción de metales nuevamente es
relevante. A diferencia de lo detectado en la unidad 1, en esta unidad se
encontraron sólo evidencias de las últimas etapas de producción, indicando tal vez
una centralización de los elementos finales de la cadena productiva. La presencia
de múltiples artefactos metálicos de data histórica dan cuenta de la continuidad en
los usos de estos espacios y el alto grado de alteración del depósito –que se aleja
de la norma detectada en la parte alta del asentamiento- puede relacionarse a una
ocupación más intensa de esta área en momentos históricos.
108
Lo mismo ocurre en la cancha H, que presenta una importante cantidad de
materiales históricos. Es sugerente, sin embargo, el hecho de que en este espacio
(recinto 33) se hayan recuperado los porcentajes más altos de cerámica tardía –
tanto en el depósito como en la superficie-, incluyendo fragmentos Inca Imperiales
(INK). Reúne además, la mayor cantidad de implementos de molienda
reconocidos en el sitio, sugiriendo una concentración en cuanto al procesamiento
de comidas o bebidas en este sector. Junto a ello, muestra las frecuencias más
elevadas de restos malacológicos, indicando un consumo más intensivo de dichos
alimentos en este lugar, lo cual es significativo si pensamos que sin duda estos
productos son resultado de un tráfico a larga distancia, pudiendo ser calificados
como elementos exógenos. Si bien no podemos establecer con precisión que este
sector haya sido habitado por grupos más directamente ligados a la administración
imperial, sí es interesante constatar que la ocupación histórica parece
concentrarse más intensamente aquí –en las canchas H y G- sobre una potente y
significativa ocupación ligada al período Tardío. Esto es coherente con un espacio
relativamente asimétrico y posiblemente restringido en términos de acceso, donde
hasta el momento no se han detectado evidencias del desarrollo de actividades
económicas como la producción de metales –acercándolo más a un espacio de
residencia. En su planificación, tal como en la cancha G, no observamos un
espacio central a modo de patio donde confluyan los recintos interiores; tampoco
alta visibilidad interna, quedando muchas de las habitaciones fuera del campo
visual, privilegiando interacciones privadas y restringidas. Tentativamente,
entonces, la ocupación colonial se concentraría en los espacios con más
evidencias tardías o incaicas, tanto en términos artefactuales como también
espaciales (espacios menos segmentados, con habitaciones interiores más
amplias, menos accesibles, etc.).
En suma, Tarapacá Viejo posee tres momentos distintos de ocupación. Uno ligado
al período Intermedio Tardío, con una arquitectura particular que por el momento
no podemos precisar con mayor detalle –salvo mencionar que se trata de
construcciones sin uso de mortero y sin las grandes fundaciones detectadas
109
posteriormente- por encontrarse obliterada por la ulterior construcción del
asentamiento que vemos en la actualidad. Sabemos que ésta puede iniciarse
alrededor del 1.274 d.C. –según los fechados radiocarbónicos- y que en términos
estratigráficos
se
expresa
claramente
por
medio
de
pisos
preparados
frecuentemente asociados a pozos de almacenaje, rasgo común de los desarrollos
aldeanos del Intermedio Tardío y particularmente notorio en el caso de Caserones,
aldea ubicada en la desembocadura de la quebrada de Tarapacá (Adán et al.
2005). En segundo lugar existe una potente ocupación asociada al período Tardío
donde se producen importantes modificaciones del asentamiento, incluyendo su
rediseño y construcción. Es probable que dichos cambios hayan implicado el
relleno parcial del área para su posterior edificación, aunque sabemos que la
arquitectura se adapta muy bien a esta topografía a la luz de los patrones visuales
entre las canchas. Esta podría ser la razón por la cual los pisos vinculados a
momentos preincaicos aparecen cubiertos por densos depósitos de basuras y
cortados por trincheras de soporte que sostienen las grandes fundaciones de los
muros. Por último, reconocemos una ocupación atribuible con claridad al período
Colonial que demuestra fuertes continuidades respecto del período anterior; entre
ellas el uso de un mismo espacio con mínimas modificaciones estructurales, por
ahora sólo aparentemente detectada en la cancha G (unidad 8), donde la trinchera
de soporte es inusualmente ancha y, además, contiene desechos de data
hispánica. Preliminarmente podemos decir que esta ocupación tiende a
concentrarse hacia el extremo E del sitio, aunque sigue pendiente una exploración
estratigráfica más detallada. En efecto, podríamos caracterizar a la parte W del
asentamiento como una porción de rasgos más locales pues, además de
concentrar mayor cantidad de cerámica tarapaqueña, reúne gran parte de los
bloques rupestres identificados en el sitio, con motivos relacionados a aquellos
identificados en el sitio de arte rupestre contiguo. Como vimos, las canchas del
extremo W privilegian una visualidad hacia este campo de petroglifos (Tr-47), que
ha sido asociado al Intermedio Tardío de acuerdo a la iconografía representada en
él (Núñez & Briones 1967). La importancia de Tr-47 como espacio ceremonial –
asociado a arte rupestre, entierros y posibles pagos, por la gran cantidad de
110
cerámica quebrada identificada en superficie- ha de haber incidido en la decisión
por parte del Imperio de crear un nuevo espacio aldeano en este lugar. Existen
antecedentes de que esta fue una práctica común, como se mencionó antes para
el caso de Turi. Ignoramos si la inclusión de ellos en las nuevas estructuras fue
producto del transporte de bloques con motivos desde Tr-47, o bien, fueron
grabados posteriores a la construcción de las canchas (ver Vilches & Cabello
2006).
A diferencia de lo planteado por Zori (2011:410) no creemos que la
preponderancia de tipos cerámicos del Intermedio Tardío signifique que el sitio fue
más intensivamente ocupado durante ese período. Nos inclinamos a pensar que
esto se debe al carácter de las actividades que se están desarrollando dentro de
los espacios que muestran dicha característica, ligada a funciones más
domésticas y utilitarias. Es posible que la tradición alfarera local se prolongue en el
tiempo como resultado de la ocupación del asentamiento por poblaciones
tarapaqueñas que siguen produciendo sus utensilios tradicionales, teniendo los
tipos tardíos INK una naturaleza mucho más exclusiva –y ciertamente distintos
usos; lo mismo para los tipos IKL, aunque claramente en menor medida que los
anteriores.
En términos de las interacciones sociales dentro de estos espacios, creemos que
la resolución arquitectónica de las canchas B y D privilegiaron dinámicas muy
similares, sujetas a un control mayor que llevó a la segmentación del espacio
interior probablemente con la intención de diversificar funciones que, de manera
tentativa, podrían haber estado relacionadas con la producción de metales. De
hecho, que un espacio eminentemente productivo esté sujeto a un mayor control
resulta completamente coherente en este contexto. Si bien se desarrollaron
actividades domésticas dentro de estos recintos, su diseño lleva a pensar que
éstos no estuvieron destinados a la vivienda per se sino más bien como espacio
de trabajo, algo que también sugiere su reducido tamaño. Las canchas H y G
también insinúan funciones similares atendiendo a sus características de diseño;
111
los espacios centrales abiertos están ausentes y en su lugar vemos habitaciones
menos estandarizadas en términos de forma y tamaño. Sus patrones de visibilidad
reflejan numerosos espacios privados que no invitan a la congregación, a
diferencia de la cancha A. Adicionalmente, su asociación con abundantes
elementos de data tardía, particularmente cerámica, sumado a este carácter
espacial más “exclusivo” lleva a pensar en la posibilidad de que estas canchas
hayan estado destinadas a albergar a los funcionarios de mayor rango.
En ese sentido la cancha E refleja mayores similitudes con H y G, mientras que la
F se aleja de ese patrón al presentar parte de un muro divisorio, aunque con un
arreglo interno distinto a las otras canchas que exhiben dicho rasgo. En definitiva,
pareciera ser que el carácter público y la alta visibilidad se va limitando hacia el
extremo E, coincidiendo con habitaciones internas más grandes, menores accesos
y mayor presencia de material ligado al período Tardío e Histórico.
En torno a las estrategias de dominio incaico en Tarapacá Viejo:
Arquitectura para el control social
Retomando los planteamientos hechos por Alconini (2008) sobre los tipos de
dominio ejercido por el Inca en las provincias, la situación estudiada en las tierras
bajas tarapaqueñas parece acercarse a lo que la autora denomina estrategia
territorial. Esto supone altos niveles de inversión, sobre todo en términos de
infraestructura que se compensan con los altos ingresos y ventajas para la
administración imperial. Lo anterior habría supuesto la presencia de burócratas y
en algunos casos implicó el uso de la fuerza a través de una movilización militar.
Si bien esto último no puede ser descartado por completo –atendiendo a los
indicadores que apuntan en esta dirección, constatado a través de la profusión de
emplazamientos estratégicos localizados sobre colinas adyacentes a la quebrada
(Zori 2011); sin un estudio más detallado que incluya fechas y excavaciones en
estos lugares no es posible asegurar la ocurrencia de conflictos físicos. Sí nos
inclinamos a pensar en la presencia de funcionarios imperiales, sobre todo
112
considerando la existencia de vestimentas que claramente corresponden a tejidos
incaicos, usados posiblemente como símbolos de identidad y prestigio –gorros tipo
Fez, túnicas con motivos ajedrezados, etc.- junto con artefactos como el quipu
cuyo uso implicó el conocimiento de un lenguaje especial que seguramente no era
manejado por todos los individuos. Así, el poder se ejerció de manera sutil –no
violenta- pero directa, asumiendo formas y órdenes nuevos e integrando a la
población local, pero utilizándola al mismo tiempo para cumplir funciones
productivas ajustadas a los intereses imperiales. El énfasis en el uso de
materialidades nuevas con alto capital simbólico creó una imagen del Estado que
sirvió para reforzar el dominio sobre este territorio.
Las diferencias detectadas en el diseño de las canchas, pese a que se ajustan a
un estándar de construcción –como bien lo refleja el tamaño y forma de cada unason significativas porque consideramos, como señala Bordieu (1989), que el
espacio funciona de forma tal que los agentes que ocupan posiciones similares o
cercanas están sujetas a condiciones y situaciones sociales parecidas. Existen
altas probabilidades, como sostiene el autor, que esto de pie a disposiciones e
intereses comunes por parte de estos individuos, produciendo y reproduciendo
prácticas que son en sí mismas semejantes. Este nuevo espacio físico se
transforma en una estructura que permite ciertas libertades, pero que funciona
constriñendo las acciones de los individuos dispuestos en él y condicionando sus
comportamientos. Es por esto que vemos el espacio construido eminentemente
como un artefacto usado para el ejercicio del poder y, en este contexto en
particular, creemos que las personas que habitaron o desempeñaron tareas en los
distintos recintos dentro del sitio deben haber tenido posiciones sociales similares
dentro de esta nueva estructura social, sujetas a las mismas condiciones de
control. La materialización de un orden social –que es como entendemos la
arquitectura- objetiviza la unión y la segregación, naturalizándola. Invita a la
integración en espacios altamente visibles y accesibles, mientras que separa y
clausura en aquellos espacios que no lo son. Es por eso que la arquitectura
funcionó como un mecanismo tan efectivo para el dominio y la razón por la cual
113
creemos, hasta el momento, que no se necesitó de la fuerza física para mantener
el control de los habitantes de Tarapacá Viejo. La legitimidad del aparato estatal
vino dada por la reutilización y resignificación de un espacio relevante –nos
referimos a Tr-47-, la posibilidad de acceder a él e incitar las interacciones
públicas, pese a que se restringieron a ciertos sectores, donde posiblemente se
incluyeron artefactos foráneos que funcionaron como elementos de prestigio,
reforzando la imagen del Estado.
Junto con ello, atendiendo a las divisiones socioespaciales utilizadas por los incas
para organizar el espacio construido, nos parece interesante destacar el grado de
simetría con el que se resuelve la planificación del sitio, separando claramente una
parte alta o superior de una inferior a través de la vía de circulación principal,
aprovechando la topografía del lugar. A su vez, el sitio es dividido nuevamente en
una porción W que presenta canchas subdivididas en mitades y una E que no
exhibe este rasgo –y que se organiza internamente de manera distinta, como
antes se detalló. El análisis de visualidad también favorece una relación entre las
cuatro canchas del lado E, que son altamente visibles entre sí, mientras que en las
del extremo W la visualidad es mucho más limitada y circunscrita a cada conjunto.
Sabemos que esta doble partición o cuatripartición del espacio es un rasgo
característico del planeamiento incaico y que responde a una visión de mundo
particular. Pese a que carecemos de evidencias suficientes para asegurar que
éste fue el principio que organizó el diseño de Tarapacá Viejo, la materialidad
tardía tiende a concentrarse hacia el lado E, en contraposición a un lado W de
carácter más local que también se asocia con una mayor cercanía al campo de
petroglifos, un sitio que entendemos como de gran importancia para la población
tarapaqueña. Por supuesto, por el momento esto se sustenta mayormente en
material cerámico, quedando pendiente profundizar en este tema a través del
estudio de otras materialidades. No obstante, se refuerza la idea de que lo incaico
se inscribe y resuelve a nivel espacial; es en esta dimensión donde más
claramente se constata que la realidad material responde a una lógica social
114
distinta y propia del Horizonte Tardío, una evidencia más potente que la presencia
o ausencia de objetos de origen incaico, que sabemos circulan ampliamente.
En conclusión, con todo lo expuesto hasta aquí vemos nuevamente una muestra
de cómo el aparato estatal incaico logra resolver a nivel local el modo en que
establece sus relaciones con las poblaciones autóctonas. Hay una resolución
espacial que sustenta prácticas particulares a este espacio y que no se replica en
ninguna otra parte de la quebrada o de la región. Evidentemente es un diseño
arquitectónico que se ajusta a los cánones imperiales y que, por lo tanto, debe
haber sido dirigido por sus funcionarios, cuya presencia se entiende como
disruptiva al no encontrar antecedentes visibles en el área. Su disposición en este
lugar no es en absoluto casual y creemos que tiene relación directa con la
existencia de un espacio relevante para las poblaciones locales como lo es el
campo de petroglifos adyacente, que se integra en este nuevo asentamiento sin
ser obliterado, todo lo contario, visibilizándolo de manera elocuente.
115
VII. PALABRAS FINALES
En función de los resultados de las excavaciones y los correspondientes análisis
de materiales, creemos que este sitio funcionó como centro administrativo, pero
además como centro de producción relacionado a la manufactura de metales y
posiblemente textiles, según lo muestra la profusión de artefactos que aluden a su
producción y que aparecen frecuentemente asociados en términos estratigráficos
al período Tardío (Anexos: Figuras 44 y 45). Su importancia fue tal que involucró
la presencia directa de funcionarios del Imperio, lo cual explicaría la existencia de
artefactos ligados a ámbitos tributarios como el quipu. Es posible que la gente
haya habitado en distintos puntos de la quebrada –tal como lo evidencia el gran
número de asentamientos habitacionales a lo largo de ella, algunos con presencia
de alfarería tardía (ver Zori 2011), aunque sin una exploración más acuciosa es
imposible señalar con claridad cuáles fueron. Tarapacá Viejo, en este contexto,
funcionó ciertamente a modo de núcleo de producción, administración y
seguramente congregación, donde el trabajo, la comida y la bebida tuvieron un rol
protagónico. Es muy posible que el Inca haya aprovechado una organización
productiva preexistente a menor escala, según lo demuestra la existencia de sitios
ligados a metalurgia en distintos puntos de la quebrada (ver Zori 2009);
considerando también que este es un nodo que comunica con los centros de
extracción costeros –y con santuarios de la envergadura de Cerro Esmeralda en la
costa iquiqueña (Checura 1977), especialmente las minas de Huantajaya. La
importancia de Tarapacá Viejo se refuerza por el hecho de que sea éste el
asentamiento que se conecta vía tambo de Corralones con otros sitios de las
tierras altas a través del camino imperial (Moragas 1995), concentrando una
elocuente inversión en infraestructura incaica que no está presente en otros sitios
de la quebrada. Retomando lo planteado en los antecedentes de este trabajo, hay
que recordar que para el Inca el acto de edificar fue un proceso político y cultural
donde se ponía fin a un escenario anterior, construyéndose un nuevo orden
(Gallardo et al. 1995). El acto refundacional que supuso la edificación de este
asentamiento–un quiebre elocuente en la arquitectura de la zona- implicó la
116
aceptación de normas e instituciones nuevas sometiendo a la población local a un
intenso proceso de aculturación. Probablemente esto involucró también la
creación de focos de resistencia que por el momento no podemos pesquisar en
términos materiales y cuyo estudio ciertamente excede los límites de este trabajo,
pero que constituye un importante tema a tratar en el futuro.
Sabemos que existieron otros asentamientos asociados a la producción de
metales distribuidos en distintos puntos de la quebrada de Tarapacá. No tenemos
evidencias suficientes para probar que en Tarapacá Viejo se centralizaba dicha
producción para ser trasladada a otros puntos del Imperio –según lo sugiere la
conexión vial y la ausencia de artefactos terminados- pero creemos que esta
puede ser una de las posibles explicaciones para entender el rol del sitio en el
marco estatal, además de ser un lugar que ciertamente dio espacio al trabajo y al
consumo de comidas y bebidas en grandes cantidades, conjugando de esta
manera lo económico con lo social. De hecho, su conexión con el altiplano de
Isluga, donde se localizan importantes sitios tardíos de carácter administrativo,
económico y ritual lo inserta dentro de las redes de tráfico macro regional,
utilizando antiguas rutas de comunicación (Urbina 2009). Es muy posible que el
Inca haya logrado controlar estas vías y así anexar este territorio, algo que se ve
corroborado por la presencia de artefactos tardíos de origen altiplánico, reforzando
el lazo ancestral entre tierras altas y bajas que ya era propio de la fase Camiña
(1.200-1.450 DC), pero que funcionaría ahora en un contexto estatal.
En suma, en este trabajo nos propusimos conocer las características materiales
del dominio incaico en Tarapacá Viejo a través del estudio de su forma (espacio
construido) y su contenido (artefactos muebles). Tradicionalmente, varios estudios
sostenían que la presencia Inca en Tarapacá había sido de carácter leve e
indirecto. No obstante, numerosas evidencias como el santuario del Cerro
Esmeralda, áreas de funebria en la costa y el interior y una serie de asentamientos
ajustados en mayor o menor grado a los cánones constructivos del Imperio
abogaron por una profundización en el estudio del período Tardío en Tarapacá
117
para integrar en un cuadro comprensivo esta diversidad de manifestaciones
materiales. Aunque este cuadro ha comenzado a ser parcialmente llenado gracias
a los trabajos sistemáticos efectuados en las tierras altas tarapaqueñas
(Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer 2010, Uribe 2010), la mirada
desde tierras bajas se mantuvo virtualmente ausente. Por lo tanto, este estudio se
propuso contribuir al estudio del Horizonte Tardío por medio del análisis
sistemático de uno de los asentamientos tardíos más emblemáticos de los Valles
Occidentales.
A través de este ejercicio, entonces, logramos conocer con detalle los aspectos
materiales de la presencia incaica en Tarapacá Viejo. De acuerdo a esto, y
rescatando los planteamientos antes hechos por Adán y Urbina (2005), Urbina
(2007), Uribe y colaboradores (2010) y Zori (2011), se estableció no sólo que el
control ejercido por los incas fue directo sino que éste involucró la presencia de
funcionarios estatales capaces de planificar y diseñar un asentamiento ajustado a
los patrones imperiales y con un conocimiento acabado de la burocracia estatal,
como lo demuestra la presencia de un quipu, instrumento cuyo uso implicó el
manejo de un lenguaje especial. A la luz de las evidencias sospechamos que su
presencia tuvo relación directa con la capacidad de producción metalúrgica del
valle, cuestión abordada recientemente por Zori (2009 y 2011). Por otro lado, nos
parece clara la voluntad por parte del Imperio de asentarse en un lugar altamente
significativo para la población local, siendo el campo de petroglifos (Tr-47)
adyacente el sitio de arte rupestre de mayor envergadura en la quebrada, que
además concentra una importante cantidad de vasijas quebradas y algunos restos
funerarios, constituyendo un espacio ceremonial y religioso importante. Con la
llegada del Inca, este espacio se respeta y se visibiliza, ubicando las
construcciones junto a él y posiblemente integrando bloques a los nuevos edificios
(Vilches & Cabello 2006). Vemos como significativo que el camino Inca que viene
desde el tambo de Corralones –en la parte superior de la quebrada de Tarapacállegue directamente a Tr-47, hecho que le otorga a este lugar una conectividad de
alcance macro regional.
118
Por medio del registro, pudimos comprobar que existe una cierta concentración de
materiales cerámicos de carácter local hacia el lado W, coincidente con canchas
más públicas o bien destinadas a tareas productivas, mientras que hacia el
extremo E del sitio tiende a concentrarse el material cerámico tardío.
Evidentemente
esto
requiere
de
un
análisis
más
fino,
pues
nuestras
interpretaciones se basaron más que nada en inspecciones de superficie y se
limitó al material obtenido en ocho unidades de excavación, es decir, alrededor del
7% del asentamiento. Sin embargo, reconocemos que sí hay una voluntad por
organizar el espacio bajo una lógica dual completamente andina que atraviesa la
economía, la sociedad y el ritual. En esta misma línea, asumimos que los alcances
de este trabajo se ven limitados por las condiciones del registro arqueológico y
que la posibilidad de establecer funcionalidades, por ejemplo, son restringidas por
la mala conservación de algunos sectores. Esto mismo fue lo que impidió, entre
otras cosas, la identificación de vanos de acceso en terreno, otro de los factores
que influyó en los resultados de nuestro análisis sintáctico del espacio. No
obstante, pudimos detectar o descartar, por la naturaleza y frecuencia de los
materiales rescatados, el desarrollo de ciertas actividades en determinadas áreas.
De la misma manera, logramos reconocer que la llegada del Inca a Tarapacá
produjo un quiebre significativo en cuanto a los modos de organización del
espacio, dejando pendiente un tema que nos parece necesario abordar en
estudios futuros –y que resulta necesario para lograr una comprensión acabada de
los cambios introducidos por el Inca en la zona- que dice relación con los efectos
que este reordenamiento espacial supuso para la población local. Esto
involucraría, por cierto, un estudio pormenorizado de la arquitectura del Intermedio
Tardío en la quebrada de Tarapacá, de manera tal de poder comparar ambos
modos de organización espacial. Entendemos que por ahora ello supera con
creces los objetivos de este trabajo.
Asumiendo las limitantes que presenta este ejercicio, rescatamos su potencial
interpretativo al constituir una aproximación integrada de dos ámbitos que muchas
veces permanecen desligados, a saber, el espacio construido y la materialidad
119
mueble en él contenida. Así, esta arqueología de las canchas nos permitió integrar
una diversidad de manifestaciones materiales en un marco comprensivo a la vez
que incorporar fechados para el período Tardío que previamente no se habían
planteado como necesarios, asumiéndose la ocupación tardía y colonial
básicamente en función del material cerámico. Al mismo tiempo, este enfoque
posibilitó volver la atención al espacio como dimensión donde se conjuga lo
económico y lo social, la estructura y el individuo, especialmente relevante en un
contexto como el incaico donde existe una voluntad explícita por expresar los
principios andinos que organizan el trabajo, las actividades públicas y la posición
social.
Indudablemente
trabajos
futuros
permitirán
mejorar
las
metodologías
y
reconocemos que este acercamiento, que liga arquitectura, espacio y poder,
podría ser mejor aprovechado en contextos comparativos de estudio que es como
comúnmente se ha utilizado el análisis sintáctico del espacio. Sin embargo, su
aplicación a una situación puntual en un momento cronológico acotado puede dar
luces sobre la lógica que subyace a un ordenamiento arquitectónico particular y
las dinámicas desarrolladas en su interior, aspectos que nos parecieron
fundamentales para lograr una primera entrada al tema del dominio Inca en las
tierras bajas tarapaqueñas.
120
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