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UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA De la organización espacial al poder del Inca en Tarapacá: Arqueología de las canchas de Tarapacá Viejo, Norte de Chile. Memoria para optar al título profesional de Arqueóloga ESTEFANÍA VIDAL MONTERO PROFESOR GUÍA: MAURICIO URIBE RODRÍGUEZ SANTIAGO, JUNIO 2011 ÍNDICE AGRADECIMIENTOS! !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.....1 INTRODUCCIÓN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!......3 I. PROBLEMA DE ESTUDIO Y OBJETIVOS!!!!!!!!!!!!!..5 Problema de Estudio!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!5 Objetivos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!....6 II. ANTECEDENTES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!8 La Arquitectura como estrategia de dominio Inca!!!!!!!......11 El Inca en el contexto tarapaqueño!!!!!!!!!!!!!!..15 La Quebrada de Tarapacá en tiempos del Inca!!!!!!!!.....20 Sobre Tarapacá Viejo!!!!!!!!!!!!!!!!!...!!..22 III. MARCO TEÓRICO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!28 Espacialidad y Arquitectura!!!!!!!!!!!!!!!!!!28 Del Espacio al Poder!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...33 IV. METODOLOGÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...36 Análisis de forma: Diseño del espacio construido!!!!!!!!..36 Análisis de contenido: Estudio funcional de las canchas!!!!!...41 V. RESULTADOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...43 Primera Parte. Análisis de Forma!!!!!!!!!!!!!!.!.43 Sintaxis espacial: análisis de accesos!!!!!!!!!!...47 Análisis de cuencas visuales!!!!!!!!!!!!!.!..53 Segunda Parte. Análisis de Contenido: Estudios Previos!!!!!..59 La alfarería tardía de Tarapacá Viejo!!!!!!!!!!.!59 Excavaciones en Tarapacá Viejo !!!!!!!!!!!.!..69 VI. RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES !!!!!!!!!!!!.....102 Arqueología de las canchas de Tarapacá Viejo!!!!!!!!.!.102 En torno a las estrategias de dominio incaico en Tarapacá Viejo: Arquitectura para el control social !!!!!!!!!!!!!.!...112 VII. PALABRAS FINALES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.!.115 VIII. BIBLIOGRAFÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.!!121 IX. ANEXOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!...!.!!134 AGRADECIMIENTOS Siempre es complejo pensar en las personas a las que se debe agradecer una vez terminada una empresa como ésta. Sobre todo porque en ella han contribuido muchos individuos cuyas ideas, comentarios y reflexiones dieron cuerpo a este trabajo, pese a que indudablemente soy yo la responsable de sus imprecisiones. Ciertamente, la primera persona a quien le debo infinita gratitud es a mi profesor guía, Mauricio Uribe. Él me invitó a participar de este y otros proyectos en el Norte Grande y su pasión por esta disciplina me motivó a convertirla en parte de mi vida. Mur, gracias por la paciencia, el conocimiento entregado, la guía y la amistad. Junto a él, debo agradecer a los demás miembros de este equipo de trabajo: Leonor Adán, Carolina Agüero, Pablo Méndez-Quirós, Constanza Pellegrino, Gloria Cabello, Magdalena García, Alejandra Vidal, Rodrigo Retamal, Rodrigo Riveros y especialmente a Simón Urbina, por la gran ayuda brindada en todas las etapas de esta memoria. A toda mi familia, directa y extensa, el constante apoyo que ustedes me han dado ha sido fundamental durante todo este proceso. Papá, gracias por confiar en que esta profesión rinde sus frutos y me hace feliz. Mamá, sin tu instigadora guía habría sido imposible descubrir que esto es lo que yo quería hacer. Titi, tu compañía me ayudó a sobrellevar estos largos años de estudio, nunca dejaste de cuidarme y tu apoyo fue esencial para llegar hasta aquí. A mis queridos amigos, gracias por estar ahí y por todos los años de compañía, cariño y buenos momentos. Alicia, Cata, Maca y Eileen, no habría podido sin ustedes. Gracias a mis compañeros de generación, a las arqueólogas del curso por haber sido parte de este proceso y ayudarme a darle un impulso inicial a este proyecto durante los seminarios de título. Especialmente debo agradecer a mi amigo Felipe, por tus consejos, tu paciencia y tu cariño, por las críticas constructivas y amables, las tardes de estudio y tantas otras cosas (¡tantas!). 1 A toda la gente que participó directa o indirectamente en la realización de este trabajo, al proyecto FONDECYT 1030923 y a la Vicerrectoría Académica de la Universidad de Chile por financiar el proyecto “Tarapacá Viejo y el Inka en los Valles Occidentales, Andes Centro Sur (1450- 1540 D.C.)”, en el cual se enmarcó esta memoria. También a las personas que fueron parte del “Tarapacá Valley Archaeological Project”, en especial a Colleen Zori por generosamente facilitarme su información del sitio e integrarme a las campañas de terreno. Nuevamente, al profesor Mauricio Uribe por introducirme al estudio de la cerámica tarapaqueña y guiarme en el proceso de análisis de parte de la colección de Tarapacá Viejo. A los profesores del departamento, especialmente a Victoria Castro, Diego Salazar y Andrés Troncoso, quienes contribuyeron a profundizar en los temas que dieron origen a esta memoria y que con sus clases y conversaciones me motivaron a seguir interesada en la arqueología. No puedo dejar de agradecer a las distintas comunidades del norte de Chile que desinteresada y cariñosamente nos han abiertos las puertas de su mundo. Al Zeta y el Tristán por su infaltable y permanente compañía durante las largas tardes dedicadas a esta tarea. Y muy especialmente, gracias Lizzie, por todo lo que me has enseñado y lo mucho que me has dado. Infinitas gracias a todos ustedes. 2 INTRODUCCIÓN La presente memoria se enmarca dentro del proyecto “Tarapacá Viejo y el Inka en los Valles Occidentales, Andes Centro Sur (1450- 1540 D.C.)”, el cual pretende evaluar las hipótesis clásicas sobre la presencia directa e indirecta del Inca en Chile a través del estudio sistemático del sitio Tarapacá Viejo (Tr-49). Hasta ahora, es conocido que el Inca ocupó espacios geográficos de manera selectiva, atendiendo a las particularidades de cada espacio cultural utilizando medios físicos y simbólicos que permitieran sacar provecho de la relación con las poblaciones locales en el marco de las sociedades andinas. En este contexto, se ha planteado que el Imperio incaico transformó los principios de reciprocidad y redistribución sobre los cuales se estructuraban las sociedades segmentarias de los Andes Centro Sur en dominación, ejerciendo un control sobre la producción doméstica y la fuerza de trabajo, pero a la vez integrando a estos grupos por medio de estrategias simbólicas que habrían funcionado a nivel ideológico (Adán & Uribe 2005). Nuestra intención en este trabajo es ahondar en las características materiales de este dominio, mediante un análisis pormenorizado de los elementos muebles e inmuebles del sitio Tarapacá Viejo, sindicado como uno de los asentamientos tardíos más relevantes de los Valles Occidentales. Puntualmente, nos centramos en el espacio construido y las nuevas dinámicas que éste promovió, asumiendo que la arquitectura fue uno de los medios predilectos utilizados por el Tawantinsuyo para el control de otras poblaciones y cuya existencia transciende aspectos funcionales y económicos, permitiendo también acceder a ámbitos simbólicos y sociopolíticos. En última instancia, esperamos poder contribuir a la comprensión de los modos del dominio incaico desde las tierras bajas tarapaqueñas, una región que no ha sido integrada sistemáticamente a los estudios sobre el período Tardío y cuyo papel dentro del esquema imperial en los Andes Centro Sur ha sido, hasta hace poco, someramente comprendido. 3 Para lograr este objetivo, en primera instancia se presenta el problema de estudio y los objetivos propuestos, seguido de una síntesis que detalla lo que se conoce actualmente sobre el período Tardío en Tarapacá, fundamentalmente desde las investigaciones conducidas en el altiplano, insertando al sitio dentro de este contexto. Complementariamente, se define el rol de la arquitectura dentro del esquema imperial y su significancia en el marco de la expansión. En función de lo anterior, el capítulo III presenta brevemente los supuestos sobre los que se sustenta el ulterior análisis e interpretación de los datos, enfatizando en la relación entre organización espacial, arquitectura y poder. El capítulo IV detalla la metodología empleada para nuestro análisis mientras que en el capítulo V se describen los resultados obtenidos a partir de este ejercicio. Éste fue dividido en dos partes, la primera se centra en los datos derivados del análisis espacial mientras que la segunda expone una síntesis de las excavaciones y materiales recuperados en ella, complementado con el análisis de parte del material cerámico del sitio. El capítulo VI presenta, a modo de recapitulación y conclusiones, la articulación entre las dimensiones espaciales y materiales destacando las posibles funciones de cada espacio de acuerdo a su forma y contenido artefactual. Además, se exponen las interpretaciones acerca del rol del sitio en el marco estatal, las estrategias involucradas en su edificación y habitación y un acercamiento tentativo a su funcionamiento interno. Finalmente, el capítulo VII se centra en las limitaciones, aportes y proyecciones futuras del enfoque aquí desarrollado, además de una reflexión en torno al rol de este sitio a nivel macrorregional. 4 I. PROBLEMA DE ESTUDIO Y OBJETIVOS Problema de estudio Hasta ahora, el período Tardío en Tarapacá ha sido muy poco tratado de manera sistemática presentándose como un vacío a nivel regional, pese a que concentra una importante cantidad y calidad de evidencias, entre las que se cuentan santuarios de altura, cementerios con improntas incaicas y varios sitios con arquitectura que se ajusta en mayor o menor medida a los cánones imperiales. Aunque esta situación ha comenzado a ser revertida recientemente con trabajos centrados en el altiplano (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer 2010, Uribe 2010), la visión desde tierras bajas no ha sido abordada ni menos insertada dentro de este panorama regional. En este contexto, nos hemos propuesto estudiar de manera sistemática uno de los principales sitios tardíos de los Valles Occidentales: Tarapacá Viejo. En concreto, priorizamos el estudio del espacio construido tanto en términos de su organización y diseño como de su resolución material, considerando que para el Inca éste es un ámbito que permite la articulación entre cultura, sociedad, economía y religión (Morris 1987, Gallardo et al. 1995, Moore 1996, Acuto 1999, Alconini 2008, Urbina 2009). Se ha planteado que el registro arquitectónico, sus características y los nuevos espacios que configura resultan aspectos sensibles para el estudio de las estrategias implementadas por el Inca y el grado de articulación de las sociedades locales con la administración estatal (Tarragó & González 2005), un aspecto que es altamente variable en virtud de los intereses imperiales y las particularidades de las poblaciones conquistadas. Por tanto, un paso fundamental en la comprensión del período Tardío desde tierras bajas –y esencial para contribuir a revertir este vacío histórico, es intentar dilucidar éste y otros aspectos que han sido tratados sólo a nivel general, sin ser abordados desde lo material. En ese sentido, el problema que se pretende resolver dice relación con ¿cuáles fueron las 5 características precisas en términos materiales y espaciales del dominio incaico en este asentamiento? Con esto se busca comprender el dominio incaico desde Tarapacá Viejo a través de un estudio sistemático a nivel intrasitio, en un intento por comprender las expresiones físicas de las estrategias de poder desplegadas por el Imperio en las tierras bajas tarapaqueñas. Esto, privilegiando el estudio de los nuevos espacios de interacción creados por el Tawantinsuyo en Tarapacá Viejo, entendiendo que éstos no son solamente un elemento funcional sino ideológico, que involucra una planificación cuya materialización da cuenta de mecanismos de control que están implícitos en este nuevo orden y que resulta una dimensión donde lo incaico se vuelve aprehensible y comprensible. En este caso se privilegió el estudio de las canchas, que son el elemento organizativo por excelencia dentro de la configuración general del sitio, siendo definidas además como el componente básico de la arquitectura incaica, imponiéndose sobre el sustrato constructivo local dando lugar a una nueva configuración espacial sin precedentes en el valle. Mediante un estudio sistemático de la arquitectura y mobiliario presente en su interior –es decir, su forma y contenido- se pretende dar cuenta de las estrategias materiales empleadas por el Imperio para el control de la población local, trascendiendo la dicotomía de control directo/indirecto propuesta por los modelos tradicionales. Así, a través del estudio de la organización espacial y sus efectos se espera lograr un primer acercamiento a las características específicas de la presencia incaica en Tarapacá, profundizando en la comprensión del Período Tardío en esta región de los Andes Centro Sur. Objetivos General Acercarse a la naturaleza del control incaico en Tarapacá Viejo a través del estudio de su arquitectura y mobiliario, caracterizando las dinámicas internas que este nuevo orden propició. Esto, como un medio para conocer los aspectos 6 materiales de la dominación física y simbólica que ejerció el Imperio en este asentamiento. Específicos 1. Definir las características espaciales de cada cancha a través del análisis de su arquitectura y el estudio de la forma construida, centrándose en las variables que afectan las interacciones sociales realizadas en su interior. Con esto se busca dar cuenta del tipo de instancias que estos espacios privilegiaron –públicas/inclusivas o íntimas/exclusivas- tratando de develar la lógica social que subyace a este orden espacial en particular. 2. Documentar la ocupación tardía de Tarapacá Viejo a través de la descripción y análisis del mobiliario recuperado en el sitio, de manera tal de lograr un primer acercamiento a la naturaleza de las actividades desarrolladas en él por medio del estudio de su contenido material. 3. Contribuir con nuevos fechados y análisis de materiales al estudio de un asentamiento que ha sido recientemente considerado como uno de los más importantes centros administrativos incaicos del norte de Chile, pero cuyas características específicas y su rol dentro de la expansión del Imperio en los Valles Occidentales son aspectos que han sido someramente comprendidos. 4. Articular el análisis de la forma arquitectónica y el contenido material del sitio para establecer el grado de control al que estuvo sujeto cada cancha, correlacionándolo con las potenciales actividades llevadas a cabo en su interior para conocer las interacciones sociales promovidas y, en última instancia, las estrategias de dominio impuestas por el Inca en este asentamiento. 7 II. ANTECEDENTES Tradicionalmente, se reconoce que las tierras al sur del lago Titicaca fueron anexadas al Imperio Inca bajo el reinado de Topa Inca Yupanqui, quedando los territorios que actualmente corresponden al Norte Grande de Chile y el Noroeste Argentino bajo control estatal. No obstante, el territorio meridional del Collasuyo ha sido considerado como un área marginal y poco atractiva para los intereses del imperio Inca debido a su baja población, a la relativa ausencia de grandes instalaciones y a su gran distancia con el Cusco (D’Altroy 2002). Esto se conjuga con una visión errónea que utiliza como referente a los Andes Centrales, cuyo nivel de monumentalismo en cuanto a sus desarrollos culturales evidentemente opaca a los de más al sur (Adán & Uribe 2005). Lo anterior, sumado a la ausencia de estudios sistemáticos sobre el período Tardío (1.450 d.C.-1.532 d.C.) han hecho de Tarapacá una zona que, arqueológicamente, se presenta como un vacío a nivel regional en cuanto a su secuencia histórico-cultural, algo ya mencionado por otros investigadores (Schiappacasse et al. 1989, Uribe 1999-2000, Urbina 2007). Una de las razones comúnmente asociadas a esta ausencia de continuidad en los estudios sistemáticos sobre la problemática incaica en la región, es que hasta hace algún tiempo la interpretación sobre este período de la prehistoria regional se alineaba con la tesis de “control indirecto” planteada por Llagostera en 1976, basada en el clásico modelo del control vertical de pisos ecológicos de Murra (1972). De esta manera, las sociedades preincaicas de Tarapacá fueron vistas como parte de un “Señorío compuesto por autoridades étnicas residentes en cada zona aislada de producción (V. gr.: costa, oasis, quebradas), que en última instancia obedecían a un Señorío jerarquizado” (L. Núñez 1984:409), de tal manera que “las influencias (incas) sobre el complejo Pica son consecuencia de la expansión del Imperio a través de los centros altiplánicos, con utilización de vías de desplazamiento establecidas en períodos anteriores” (Moragas 1995:76). No obstante, pese a que para algunos autores la presencia incaica en la región puede ser considerada 8 como leve (Moragas 1995:75) o indirecta (D’Altroy 1992 en Stanish 2001:231) la evidencia material relacionada con el Inca es elocuente. Dentro de ellas, destaca el santuario de altura del Cerro Esmeralda (Checura 1977), en las cercanías de Iquique, evidencia de una práctica exclusiva del Imperio en el Collasuyo (Raffino 1981), que incluye textiles, alfarería, metales y objetos manufacturados en conchas de spondylus, todos de innegable estilo “cusqueño”; además de cementerios como Bajo Molle y Patillos (al sur de Iquique), Pica-2, Pica-7 y otros sectores funerarios en Pisagua, Guatacondo, Laymisiña y El Tojo que parecen haber sido intervenidos por el Inca (Uribe 1999-2000, Urbina 2007). A esto se suman otros santuarios de altura localizados en las cumbres andinas y tramos del camino imperial asociado a tambos, como Corralones, Incaguano y Collacagua, además de asentamientos como Guayaquil y Tarapacá Viejo (Reinhard & Sanhueza 1982, Urbina 2007). Se ha argumentado cada vez con mayor insistencia que la problemática incaica no puede ya ser tratada a base de la dicotomía del control directo/indirecto, pues tanto las evidencias materiales presentes en la zona norte del país como el estudio intensivo de sitios vinculados al Inca han revelado que los mecanismos de anexión y dominio de los diversos territorios de los Andes Centro Sur al Imperio fueron únicos y específicos; obedeciendo a las condiciones geográficas, productivas y sociopolíticas de las poblaciones locales, las cuales determinaron las estrategias, negociaciones y resultados materiales de este proceso (Cornejo 1999, Uribe 2004a, Uribe & Adán 2004). Así, se ha comprobado que la presencia incaica en el Collasuyo fue mucho más intensa de lo que tradicionalmente se pensaba, aunque ocupada de manera dispersa y discontinua a base de bolsones de áreas productivas y al control de redes de movilidad (Williams & D’Altroy 1998, Berenguer 2010). De esta manera, la presencia incaica no se habría basado únicamente en decisiones rígidas de un gobierno central, sino que ciertas cualidades presentes en las sociedades dominadas pudieron jugar un rol importante en el modo que asumió la ocupación de estos espacios (Tarragó & González 2005). Esto ha sido explicado mediante el modelo de control territorial- 9 hegemónico planteado originalmente por D’Altroy (1992) y reformulado por Alconini (2008), el cual concibe al imperio no como una unidad monolítica sino como una estructura política sumamente flexible. Estas dos estrategias de control de las provincias han de entenderse como extremos dentro de un continuo y no como categorías estándar, siendo posible reconocer situaciones mixtas donde se combinan diversas formas de control (Alconini 2008:65). Pero en términos concretos, la primera referiría a una ocupación de carácter directo y físico de los territorios anexados, donde el control se ejerce por medio de burócratas o elites imperiales que convierten a los centros provinciales en enclaves productivos de materias primas demandadas por el núcleo, y que comúnmente van asociadas a una alta inversión en infraestructura. Esta situación puede ir variando en términos de la inversión y los beneficios asociados, llegando al otro extremo del espectro que se asocia a un control mediado por las elites locales, quienes serían las que establecen una relación de clientelaje con el núcleo y que son responsables, con diversos grados de autonomía, de implementar las políticas estatales. Alconini (2008) sostiene que esta estrategia supone una baja extracción de recursos a la vez que una mínima inversión en infraestructura, resultando en una baja integración política pero con la ventaja de alcanzar una gran amplitud territorial, lo que implica un mayor acceso y aprovechamiento de una vasta diversidad de recursos. En definitiva, el grado de control impuesto habría estado definido tanto por los intereses del imperio como por la naturaleza y la reacción de las poblaciones locales a la presencia imperial, los niveles de complejidad políticas preexistentes y el tipo de recursos involucrados (Alconini 2008:64), derivando en una multiplicidad de instancias sociales donde se desenvolvió esta relación. En efecto, esto parece corresponder de manera coherente con casos de estudio paradigmáticos del norte de Chile, específicamente en el Loa Superior, donde se advierte que no existe una situación homogénea sino una diversidad de situaciones que justamente dan cuenta de la versatilidad de la política estatal instituida en las provincias. Aquí la presencia del Imperio es elocuente en ámbitos como la vialidad, el arte rupestre y la arquitectura, manifestándose de forma directa en sitios como el Pucara de Turi a través de la construcción de nuevos 10 edificios, sin intervenir la totalidad del asentamiento sino un espacio puntual que previamente albergaba un conjunto de chullpas, estructuras con un alto valor para la población local (Castro et al. 1993, Gallardo et al. 1995, Cornejo 1999). En Caspana, en tanto, se han identificado múltiples escenarios donde se manifiesta lo incaico con diversos grados de intensidad (Ayala et al. 1999, Adán & Uribe 2004 y 2005, Castro & Uribe 2004). Entre estos se cuentan elementos arquitectónicos y cerámicos tardíos en un contexto eminentemente local en la aldea de Talikuna, algunos sectores del cementerio de Los Abuelos de Caspana y otras instalaciones netamente incaicas como Cerro Verde, Incahuasi Inca y Vega Salada. Ante este heterogéneo panorama, se plantea que la negociación política y simbólica fueron factores que definieron la forma que adoptó la relación entre el Estado y las comunidades locales, operando mecanismos políticos sutiles basados en el conocimiento de las poblaciones conquistadas (Adán & Uribe 2005:61). La arquitectura como estrategia de dominio Inca Dentro de los elementos determinantes de la presencia incaica fuera del núcleo imperial la arquitectura juega un rol primordial. Esto, porque los centros incaicos estaban diseñados acorde con lo que Gasparini y Margolies (1984) denominaron la “arquitectura del poder”, que refiere a edificios pensados para reforzar la imagen del Estado. Los incas no destinaron edificios a funciones solamente administrativas, al contrario, la mayor parte de los centros manifiestan una alta preocupación por aspectos ceremoniales y rituales, configurando así un espacio cargado de significado. Su capital, Cusco, estaba diseñada de acuerdo con la jerarquía que regía a su sociedad, justificada por el mito de origen de este pueblo según el cual los antepasados de los incas habrían emergido de un cerro (Tampu T’oqo) en Pacariqtambo con tres ventanas o cuevas. Desde la ventana central aparecieron ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro hombres que conformaron las cuatro parejas primordiales, quienes reunieron a la gente que vivía alrededor de Tampu T’oqo y formaron diez partes o ayllus, divididos en dos grupos. La pareja principal, formada por Manqo Qhapaq y Mama Oqllu, condujo a la gente 11 hasta el lugar donde se fundaría la capital imperial, el cual fue dividido en cuatro partes distintas (Urton 1999, D’Altroy 2002). De acuerdo a esto, Cusco se construyó siguiendo estrictos patrones espaciales bipartitos, tripartitos y cuatripartitos, los cuales ordenaban no sólo esta ciudad sino que eran extensivos a todo el Imperio. Ésta se dividió en dos mitades, Hanan (arriba) y Hurin (abajo), la primera de las cuales gozaba de mayor prestigio y jerarquía que la segunda; a su vez, las dos mitades se dividieron nuevamente en dos partes, conformando la cuatripartición básica que organizó el Tawantinsuyo, separado ahora en Chinchaysuyu y Antisuyu (Hanan), Collasuyu y Cuntisuyu (Hurin). Los grupos y linajes de cada una de estas cuatro partes se dividieron en tres segmentos sociales, marcando los roles y jerarquía de cada uno de ellos, denominados Collana (gobernantes), Payan (no Incas o los llamados Incas de privilegio) y Callao, la población general no aristocrática (Pärsinnen 1992, Zuidema 1995, D’Altroy 2002). El Cusco se hallaba rodeado de lugares sagrados, compuestos por montañas, cursos de agua, cuevas, piedras y distintos edificios, los cuales estaban unidos entre sí por líneas imaginarias conocidas como ceques (Zuidema 1995). Eran 41 líneas que irradiaban desde el centro de la capital, el templo del Sol o Korikancha, los que subdividían el espacio en cuatro cuartos y cada uno de ellos en tres secciones, a partir de lo cual resultaba que dos cuartos con sus respectivas seis secciones, pertenecían a Hanan y Hurin Cusco. Según esta fragmentación, a cada cuarto le correspondía un grupo de nueve líneas –excepto el Cuntisuyu que tenía catorce- divididas en las tres secciones de Collana, Payan y Callao. Finalmente, un grupo individual de tres ceques pertenecía solamente a una panaca (real) y un ayllu (no real). De esta manera, el espacio físico era reflejo de la organización social y marcaba materialmente la jerarquía de la sociedad incaica, configurando así un universo espacial tremendamente significativo. Es sabido que este mismo esquema espacial se trata de instaurar en los centros provinciales del Imperio, a veces llamados “Nuevos Cuscos”. El cronista Bernabé Cobo sostiene, “hicieron en todo su reino estos Incas la misma división en que estaba repartida la ciudad del Cusco, de Hanan Cusco y Hurin Cusco; dividiendo 12 cada pueblo y cacicazgo en dos partes o bandos dichos hanansaya y hurinsaya, que suena el barrio alto y el barrio bajo, o la parte y bando superior y el bando inferior” (citado en Bauer 1992:125). Dichos asentamientos eran el centro de las actividades administrativas, económicas, políticas y religiosas en las diferentes regiones anexadas al Tawantinsuyo. Uno de los casos mejor estudiados es el de Huanuco Pampa, donde Morris (1982, 1987) plantea que tanto los elementos constitutivos del sitio –como canchas, callancas, collcas, ushnus- como la manera en que ellos están dispuestos intentan replicar los principios organizativos de la capital imperial. Así, el sitio se encuentra dividido en varias partes a partir de líneas o ejes que se originan en su centro y que se encuentran señaladas por calles, muros y edificios, conformando subdivisiones que presentan diferencias significativas en cuanto a la calidad de su arquitectura y el tipo de artefactos presentes en cada una de ellas (sobre todo cerámica). De esta manera, Morris postula que este fenómeno podría estar separando el sitio en Hanan/Hurin, los cuatro suyus y la tripartición Collana-Payan-Callao, quizás marcando una distinción entre incas y no incas, o conquistadores y conquistados. O tal vez, pudo tener relación con conceptos religiosos como el mito de origen Inca y equiparar la ciudad con el eje solar, conjugando de esta forma principios cosmológicos con órdenes sociales y políticos, posiblemente como forma de justificarlos ideológicamente. Hyslop (1990) ya había señalado, siguiendo a Rostorowski, que los asentamientos incaicos no son réplicas exactas del Cusco sino que representan su “espacio mítico”; es decir, que los conceptos sociales, religiosos y políticos desarrollados en el Cusco son propagados a diversas partes del Estado a través del diseño y los rasgos específicos de los grandes asentamientos estatales. Lo cierto es que “al haber creado en los territorios provinciales sojuzgados asentamientos que imitaban y reproducían varias características físicas y significados simbólicos del ambiente construido y el paisaje del Cusco, los Inkas buscaron estructurar la relación con las poblaciones dominadas a partir de la comunicación y la imposición de su cosmología e ideología. De esta manera, los cusqueños buscaron integrar a las poblaciones dominadas a la cosmología del Estado a través de experiencias comunes, estableciendo así una fuerte 13 dominación de tipo cultural” (Acuto 1999:47). Por lo mismo, los centros que los incas construyeron en las provincias no fueron sólo nodos logísticos, administrativos o económicos, sino parte de estrategias de dominación orientadas a la producción y reproducción del orden social del Tawantinsuyo, el cual fue radicalmente distinto al de las comunidades locales (Acuto & Gifford 2007). En Tarapacá Viejo, lo visto hasta ahora muestra justamente que existen ciertos principios organizativos que dan cuenta de la intención de organizar el espacio de acuerdo a patrones incaicos, como la orientación de las calles, el trazado ortogonal irregular y la presencia de elementos arquitectónicos propios del Imperio (como las canchas). Estos elementos no tienen precedentes en el valle y, por tanto, fueron completamente impuestos por parte de la administración estatal sobre las poblaciones tarapaqueñas, logrando un efecto y determinando una dinámica particular entre ambos, ajustadas a los intereses imperiales. Lo anterior es relevante si se considera que la creación de nuevos sentidos en la concepción del espacio como ámbito para la acción social constituyó una de las herramientas preferidas empleada por los planificadores estatales incaicos para el dominio de otras poblaciones (Moore 1996). En este sentido, los nuevos espacios construidos por el Inca fueron planificados deliberadamente con la intención de reorganizar la interacción social a través de la manipulación de ciertos atributos de los edificios (Urbina 2009), los cuales sirvieron para ejercer efectos concretos sobre la población local que, en ese contexto, funcionaron claramente como estrategias de poder (Gasparini & Margolies 1981, Nielsen 1995). Desde este punto de vista, consideramos que –como ya ha sido planteado por otros investigadores (ver Tarragó & González 2005)- el estudio sistemático de la organización de los nuevos espacios construidos por los incas y las decisiones en cuanto a sus atributos de diseño constituyen una de las vías más relevantes para la comprensión del modo en que el Imperio se relacionó con las comunidades locales. A través de esto se espera comenzar a definir las principales características del período Tardío en las tierras bajas tarapaqueñas. 14 El Inca en el contexto tarapaqueño Hasta hace poco años, el período Tardío en Tarapacá había sido documentado a través de hallazgos y sitios aislados ubicados en distintas franjas geográficas (costa, valles interiores y tierras altas). No obstante, pese a su enorme relevancia cultural no fueron integrados dentro de un marco comprensivo acerca de la presencia incaica en la región ni tampoco estimularon el desarrollo de estudios integrales respecto al tema. De hecho, como se mencionó, la presencia del Inca siguió siendo entendida como “indirecta” (sensu Llagostera 1976). Las recientes investigaciones efectuadas en el altiplano tarapaqueño -entre Isluga y Colchane por el norte, hasta Miño en las nacientes del Río Loa por el sur- han revertido parcialmente la situación y han significado un salto cualitativo en la comprensión de este tema. Estudios sistemáticos en torno a instalaciones tardías en esta zona revelaron que la presencia incaica fue mucho más directa e intensiva de lo que se suponía previamente, donde las evidencias materiales sugieren el empleo de estrategias disímiles y discontinuas para el control y el acceso a las distintas zonas de esta franja territorial (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer 2010, Uribe 2010). Dentro de los asentamientos estudiados destaca Incaguano-2 o Incamarca, ubicado en el sector norte del altiplano de Tarapacá, cercano a los núcleos poblacionales de Cariquima e Isluga, un espacio altamente valorado en términos religiosos y económicos. Se localiza en un lugar estratégico, junto a la ruta que conectaba el actual departamento de Oruro en Bolivia, el borde occidental altiplánico de Isluga y Colchane y las quebradas de Chiapa y Tarapacá en Chile. Este espacio fue intensamente ocupado durante el período Intermedio Tardío, siendo documentados numerosos asentamientos, complejos chullparios y cementerios de cistas (Sanhueza & Olmos 1981, Reinhard & Sanhueza 1982, Ayala 2001, Urbina 2009, Adán & Urbina 2010), entre otros. El período Tardío está igualmente bien representado a través de sitios como el ya mencionado, Choquecollo –de más de 100 hectáreas de extensión- y algunos santuarios de altura como Tata Jachura, Jatamalla y Wanapa, sugiriendo un diálogo directo 15 entre poblaciones locales e incas (Reinhard 2002, Urbina 2009). De acuerdo al estudio llevado a cabo por Urbina (2009), las improntas incaicas en Incamarca son elocuentes: a la presencia de una callanca se suma un rectángulo perimetral compuesto (RPC) y una explanada que define una plaza central, complementado con una alfarería de filiación mayoritariamente tardía, donde destacan fragmentos de aríbalos y escudillas altiplánicas y técnicas constructivas que privilegian los muros dobles con relleno, aparejos sedimentarios, uso de revoque blanco y vanos trapezoidales. Estos elementos coexisten con un patrón de carácter más local de estructuras circulares o subcirculares con aparejos rústicos y la presencia de tipos cerámicos regionales, dando cuenta del carácter mixto del asentamiento. En ausencia de grandes depósitos de basuras domésticas y atendiendo al carácter monumental de la arquitectura, la estrecha relación con lugares de alto valor religioso y su emplazamiento en una zona de articulación entre espacios ecológico-culturales complementarios sobre rutas naturales de comunicación, Incamarca funcionaría como un pequeño centro de convergencia interregional donde probablemente ocurría una intensa actividad ceremonial y administrativa (Urbina 2009:213). Similar es el caso de Miño, ubicado en el extremo sur del altiplano tarapaqueño, en las nacientes del Río Loa y asociado a un segmento del camino incaico dentro un distrito eminentemente minero (Uribe & Urbina 2009, Urbina 2009, Berenguer 2010). Nuevamente el lugar de emplazamiento no es casual, al estar localizado en una zona de límites que sirve de entrada al Loa y al territorio atacameño. Esta instalación se compone de dos conjuntos arquitectónicos distintos, denominados Miño 1 y Miño 2, separados por cerca de 500 metros. El primero destaca por su capacidad habitacional asociada a un complejo público-ceremonial representado por una callanca y una cancha, con escaso material cerámico previo al Horizonte Tardío y casi nula ocupación histórica, sugiriendo una ocupación eminentemente ligada al Inca. Por su parte, Miño 2 posee una reducida capacidad de albergue y privilegia sectores de almacenaje, corrales y dos callancas en muy mal estado de conservación. Destaca la presencia de un denso basural en el exterior con 16 fragmentería cerámica proveniente de actividades de preparación y consumo de comidas y bebidas, concentrando la mayor cantidad de cerámica ligada al Inca y a la vez más fina en comparación con Miño 1. Esto último, en asociación al basural, apunta a que en este sitio se desarrollaron ceremoniales y actividades públicas de gran importancia y recurrencia que, siendo contrastado con Miño 1 donde se recuperaron numerosos restos de grandes vasijas a modo de contenedores, lleva a pensar en un patrón complementario y posiblemente dual de ambos sitios; por ejemplo, en uno de ellos se almacena – Miño 1- mientras que el otro sirve de lugar de consumo (Uribe & Urbina 2009:245-246). Una situación intermedia a Incamarca y Miño representa Collahuasi-37, asentamiento conectado a Miño a través del camino incaico que proveniente del Alto Loa y ubicado en las nacientes de la quebrada de Guatacondo. Tanto este como otros pequeños asentamiento localizados por Lynch y Núñez (1994) durante la prospección del área revelan que se trata de instalaciones ligadas directamente a la minería. En Collahuasi-37 no están presentes los indicadores arquitectónicos monumentales incaicos que sí se encuentran en Miño e Incamarca (p. ej. Callancas o canchas públicas amuralladas) lo que ha llevado a pensar en que aquí no se realizaban actividades de carácter político-administrativo (Lynch & Núñez 1994:163). No obstante, sí presenta ciertos rasgos ligados a la arquitectura incaica como muros dobles, nichos trapezoidales intramuros y recintos identificados como collcas, además de estructuras destinadas al albergue y el almacenaje, principalmente. También existen elementos constructivos de la tradición de tierras altas tarapaqueñas del Intermedio Tardío, convirtiéndolo en un sitio mixto o bicomponente. La alfarería tardía (tipos inca locales y cusqueños) supera con creces a la recuperada en los dos sitios anteriores y la frecuencia sólo es asimilable a Tarapacá Viejo en la parte baja de la quebrada de Tarapacá (Urbina 2009:167). Las interpretaciones acerca de este sitio apuntan a que funcionó como centro de acopio y redistribución de materias primas (minerales) centralizando las tareas de sitios extractivos menores también insertos en la red vial proveniente del Alto Loa (Lynch & Núñez 1994). A juzgar por la ausencia de elementos 17 significativos del período previo en los alrededores, Romero y Briones (1999:147149) sugieren que los incas movilizaron a especialistas para efectuar labores específicas ligadas al ámbito minero. En suma, las instalaciones tardías antes descritas definen dos situaciones funcionales: “La primera, representada por Incamarca y Miño, aludiría a instalaciones con evidente inversión arquitectónica en espacios públicos con fines administrativos, más que en estructuras domésticas. Su ubicación estaría relacionada con espacios liminales o de interdigitación entre grandes grupos étnicos adyacentes y zonas ecológicamente complementarias. La segunda, ejemplificada por Collahuasi-37, tendría relación con un tipo de instalación funcional con actividades económicas de extracción y redistribución de materias primas, donde no se reconocen espacios cívico ceremoniales definidos y donde aumenta notoriamente la capacidad de almacenaje y albergue del asentamiento” (Urbina 2009:215-216). A partir de estos estudios, se desprenden dos características principales sobre la presencia del Inca en el altiplano de Tarapacá; por una parte, dada la historia arquitectónica de estos asentamientos, la expansión del Imperio debió ocurrir en etapas – que de acuerdo a fechas radiocarbónicas debió iniciarse previo al 1.440 d.C.1, y puesto que no se trata de sitios de carácter defensivo o militar, la anexión de estos territorios a la órbita del Tawantinsuyo se debe haber dado en un contexto de consolidación de las relaciones entre éste y los grupos locales. Esta idea es reforzada por la situación descrita para la depresión del Huasco (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer 2010, Uribe 2010), una meseta ubicada entre la Pampa del Tamarugal y el altiplano boliviano definida por el salar homónimo y el río Collacagua. Del conjunto de instalaciones excavadas tanto en el valle de Collacagua como en el sector del salar, se proponen tres situaciones distintas que configuran dinámicas disímiles entre el Estado y las 1 Urbina 2009:220. 18 comunidades locales: poblados con ocupaciones previas que muestran leves intervenciones del Tawantinsuyo (Co-18 o El Tojo), estancias dispersas que cumplen funciones eminentemente económicas y que también son poco intervenidas por los incas y, finalmente, instalaciones propiamente tardías con roles sociales y políticos relevantes (Uribe 2010:1348). Esto sugiere una ocupación estratégica del espacio por parte del Inca y dado que se trata de una zona sin grandes concentraciones poblacionales, no habría sido necesaria una mayor inversión en arquitectura y administración –como lo que se ve en Incamarca y Miño- sino más bien una intervención selectiva, mediada posiblemente por poblaciones “incaizadas” enterradas en El Tojo (Niemeyer 1962), que permitiera controlar de manera efectiva los ejes de tráfico preexistentes (Berenguer & Cáceres 2008:139-140). Con esto se vuelve significativo lo planteado por Hyslop (1990), quien sostiene que los incas escogían selectivamente a partir de un conjunto de principios para tomar sus decisiones sobre el diseño de cada asentamiento, en oposición a la implantación de un paquete estándar de medidas de control. Así, las actividades del lugar, la topografía, la disponibilidad de mano de obra y las circunstancias culturales locales eran factores relevantes al momento de decidir la naturaleza del dominio sobre un territorio específico, situaciones que también han sido detectadas en las tierras altas del Loa (ver Uribe & Cabello 2005). Sin duda, lo anterior brinda un panorama bastante revelador sobre lo que ocurría en las tierras altas tarapaqueñas durante el período Tardío. No obstante, la visión desde las tierras bajas sigue siendo virtualmente inexplorada y, pese a que se menciona la importancia de sitios como Tarapacá Viejo, por la poca información disponible y el enfoque centrado en el altiplano no es posible visualizar el rol que asentamientos como éste cumplen dentro del esquema imperial, cuáles son sus características específicas ni cuál es la lógica de funcionamiento de esta clase de instalaciones, temas que pretenden ser abordados en este trabajo. 19 La Quebrada de Tarapacá en tiempos del Inca Como se mencionó antes, en la quebrada de Tarapacá el sitio Tr-49 o Tarapacá Viejo ha sido ampliamente reconocido como el asentamiento de mayor magnitud en la zona, con claras improntas tardías y coloniales (Núñez, L. 1979, Schiappacasse et al. 1989, Núñez, P. 1984, Uribe 1999-2000, Urbina 2009, Uribe et al. 2010). Investigaciones más recientes sostienen que, además, reproduce el clásico planeamiento ortogonal incaico (Adán & Urbina 2005, Urbina 2007, Uribe et al. 2010) similar a asentamientos administrativos de los Andes Centro Sur como Torata Alta en el valle de Moquegua y sitios como Hatuncolla y Chucuito en la cuenca del Titicaca (Gasparini & Margolies 1984, Hyslop 1990, Van Buren et al. 1996). La idea de que se trata de un centro imperial se ve reforzada por su asociación con la red vial incaica que conecta el sitio con las tierras altas a través del tambo de Corralones –en la parte superior de la quebrada de Tarapacá (Anexos: Figura 18)- y la gran cantidad de alfarería incaica encontrada en este lugar, caracterizada por la aparición de piezas con pasta, forma y decoración asociada a los estilos imperiales posiblemente producidas en la cuenca del Titicaca, además de vasijas con engobe rojo y superficies pulidas pero con pastas locales que imitan formas incaicas. Recolecciones superficiales realizadas en los últimos años revelan que sobre el 30% corresponden a estilos asociados al período Tardío, incluyendo tipos Inca Cusco Policromo, Inca Altiplánico, Saxamar y Yavi La Paya, entre otros (Uribe et al. 2007). Sumado a esto, el hallazgo de un quipu en una de las unidades excavadas, realza la importancia de Tarapacá Viejo en términos políticos y económicos, considerando que se trata de un elemento administrativo utilizado para el registro de información censal y tributaria (Agüero & Donley-Zori 2007). Recientemente se ha demostrado que uno de los intereses centrales del Imperio en el valle de Tarapacá tuvo relación con la explotación de recursos minerales y la producción de metales (Zori 2011). Si bien existía una producción de cobre a pequeña escala durante el período Intermedio Tardío, las evidencias sugieren que 20 los incas intensificaron dicho proceso e introdujeron nuevas tecnologías que ampliaron el espectro productivo del valle. Esto se ve reflejado en el aumento explosivo de sitios de fundición durante el período Tardío en Tarapacá Viejo y sus alrededores, a juzgar por la gran cantidad de fragmentos de hornos y escoria acumulada en estos lugares. Destaca un área de fundición identificada en la parte alta del sitio - un sector con gran exposición al viento- y rodeada por un muro construido con grandes bloques rocosos, donde se reconocieron varias concentraciones de fragmentos de hornos y restos de carbón, con total ausencia de materialidad histórica y cierta profusión de cerámica local preincaica e incaica. Paralelamente, los artefactos recuperados en las excavaciones del sitio2 revelan que todas las partes del proceso de producción de cobre se llevaron a cabo ahí, desde el procesamiento del mineral hasta la confección de artefactos -evidencias que están ausentes en otros sitios tardíos prospectados en la quebradasugiriendo que el proceso fue centralizado en este asentamiento. Por otro lado, no existen datos que avalen la existencia de producción de plata previo al Horizonte Tardío, lo que indica que esta tecnología habría sido introducida por el Inca. Se han encontrado evidencias de las distintas etapas de la producción de plata en sitios adyacentes a Tarapacá Viejo, incluyendo fragmentos de huayras escorificadas con altos niveles de plomo, utilizado en la producción argentífera. Es interesante mencionar que este proceso se ve limitado a la producción de metal bruto, no a objetos o artefactos acabados, los cuales están ausentes de las excavaciones y prospecciones, hecho que lleva a pensar que éste fue retirado de circulación en el valle y muy probablemente utilizado en otros lugares. De esta manera, se señala que todo este proceso habría sido parte de las obligaciones tributarias impuestas por el Imperio a la población tarapaqueña durante el Horizonte Tardío (Zori 2009). 2 Proyectos Fondecyt 1030923 y 7060165. 21 Considerando este conjunto de evidencias, se ha propuesto que este asentamiento constituye una instalación de categoría superior dentro de la jerarquía de sitios edificados en los Andes Centro Sur por el Imperio (Agüero & Donley-Zori 2007). A partir de esto, en este trabajo se plantea que un estudio sistemático del sitio contribuiría a llenar parcialmente el vacío que existe en la comprensión del período Tardío en Tarapacá, aportando información complementaria a la visión desde tierras altas provista por los recientes trabajos en el altiplano tarapaqueño (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Uribe 2010). Además, permitiría comenzar a conocer las características específicas de la relación que se estableció entre el Estado y las poblaciones que habitaron estos territorios, yendo más allá de dicotomía de control directo/indirecto para intentar comprender cómo se produjo, concretamente, este dominio. Sobre Tarapacá Viejo El sitio arqueológico Tarapacá Viejo o Tr-49 (UTM N 7796960/E 447300) se ubica en la quebrada de Tarapacá, sobre el plano inclinado del margen sur del río, frente al pueblo actual de San Lorenzo de Tarapacá. La superficie edificada cubre un área aproximada de tres hectáreas (Núñez, P. 1984, Urbina 2007), asociada a un extenso campo de petroglifos de más de 61.000 m2 al W del sitio conocido como Tr-47 y a un área de cementerio (Tr-48) localizada sobre dos colinas adyacentes – la cual alcanza una extensión de 90.000 m2 (Núñez & Briones 1967, Núñez, L. 1979), (Anexos: Figuras 19 y 20). La quebrada de Tarapacá ha recibido una atención sistemática de parte de los arqueólogos, sobre todo en relación a las ocupaciones tardías (Schiappacasse et al. 1989) enfocadas en el estudio del tramo inferior, entre Huarasiña y San Lorenzo, donde se han identificado varias aldeas como Tarapacá 13, 13a, 15, 16, 44 y el mismo Tr-49 (Núñez, P. 1983). Se ha señalado que el auge de esta expansión aldeana tardía aguas arriba, posterior al abandono de Caserones es parte de un complejo sistema de regadío “manejado por autoridades locales que 22 debieron organizar el circuito de riego dependiente de las jerarquías de tierras altas, donde esta misma quebrada asciende hacia los prestigiosos asentamientos tardíos establecidos en Chiapa, Sibaya, Guaviña, etc.” (Núñez, L. 1979:175). Una vez que el proceso expansivo llegó a su clímax y todo el espacio productivo fue ocupado, Tarapacá Viejo pasó a ser el centro sociopolítico en donde los “señores” de la quebrada se concentraron para conducir la región en términos productivos y litúrgicos (Núñez, L. 1979:176). En este contexto, entonces, hacia fines del período Intermedio Tardío Tarapacá Viejo habría actuado como cabecera política de la quebrada, representando la culminación del proceso de expansión aldeano desarrollado en este espacio. Se ha sostenido que a este escenario político llegarían los primeros funcionarios incaicos, reconstruyendo junto con la población local la aldea de Tarapacá Viejo, modificando las estructuras precedentes. La capacidad de acumular una gran cantidad de excedentes en épocas preincaicas afianzó una riqueza señorial creciente, atrayendo a los incas a establecerse en el mismo lugar en que anteriormente se había centralizado el manejo de la región (Núñez, L. 1979:177). P. Núñez (1984) plantea que el trazado que se observa en terreno actualmente correspondería a un diseño hispano con una programación de damero, aunque construido para ser habitado por población indígena a modo de los “pueblos de indios”. La aldea estaría formada por unas 15 manzanas separadas por una calle principal de unos 4,10 metros de ancho y calles perpendiculares a ésta, de un promedio de 2,65 metros de ancho cada una. Cada manzana o cuadra habría medido 50x40 metros, aproximadamente, y se encontraban divididas en dos mitades, seguramente correspondientes a dos grupos habitacionales. Excavaciones practicadas en el vértice de una de estas manzanas permitió la identificación de cinco fases ocupacionales, la primera de las cuales representaría la ocupación preincaica, evidenciada a través de silos de piedra que podrían corresponder a influencias altiplánicas. Dichas estructuras fueron identificadas en una de las calles (calle 3) bajo el piso de gravilla y piedra que se utilizó para construir esta vía. Según el autor, la segunda fase correspondería a la aldea 23 ortogonal temprana del período Hispano-Colonial, convertida ahora en “pueblo de indios” que sería producto de “una nueva concepción del habitar, la cual no pudo ser producto indígena, sino de una nueva ideología que tenía estatuido un sistema para fundar pueblos y organizar a los indios: nos referimos a los españoles” (Núñez, P. 1984:56). A esto le sigue una tercera fase o segundo momento de la época Hispano-Colonial en donde se infiere una remodelación y ampliación del espacio habitable, empleando paja de trigo para la construcción de las techumbres. La cuarta fase se relaciona con un incipiente proceso de abandono de la aldea, documentada por un descuido en la mantención de las superficies de los recintos y, finalmente, la última fase evidenciaría la desocupación total, previo al desmantelamiento de bienes útiles para su traslado a la ribera opuesta del río, donde se ubica el pueblo actual de Tarapacá. El autor postula dos hipótesis probables para el abandono total del sitio: un posible aluvión que habría cubierto la aldea o una epidemia ocurrida en 1717 que habría afectado a la población del lugar, obligándola a trasladarse. Como vimos antes, L. Núñez (1979) es de la opinión que Tarapacá Viejo correspondía originalmente a una aldea del Intermedio Tardío, la cual es remodelada una vez que estos territorios son incorporados al Tawantinsuyo, sufriendo nuevas modificaciones con la llegada de los españoles al valle. Sin embargo, como se adelantó, investigaciones más recientes plantean que Tarapacá Viejo constituye el sitio más meridional con planeamiento ortogonal clásicamente cusqueño (Adán & Urbina 2005), alejándose de la idea que lo observado hoy en el sitio corresponde a los restos de la aldea colonial. Pese a que se han reconocido similitudes entre el diseño urbano hispano e incaico estos autores señalan que en el caso de Tarapacá Viejo, éste presenta un trazado ortogonal irregular –a diferencia de los hispanos cuyo trazado de damero resulta en un esquema ortogonal regular- compuesto por canchas y calles con diferencias de tamaño. Sumado a ello, y quizás la evidencia más elocuente, es la ausencia de una plaza central y de alguna Iglesia, elementos centrales en el planeamiento urbano español. Otro elemento que refuerza la idea de que se está ante un 24 asentamiento con planificación incaica es la orientación de las calles en 60° y 70°, tal como se ha evidenciado en otros asentamientos (Hyslop 1990 en Adán & Urbina 2005). La ocupación hispana del sitio, si bien existió, pareció tener más bien características de una encomienda (Urbina 2007). Recientes excavaciones han revelado la existencia de rasgos que tienden a reforzar la idea de que este asentamiento fue profundamente modificado por los incas en su llegada al valle. En varias de las unidades excavadas se descubrieron trincheras de soporte paralelas a los muros que aparecían rompiendo pisos preparados vinculados a materialidades cerámicas del período Intermedio Tardío. Dentro de ellas se colocaron grandes bloques rocosos a modo de fundaciones sobre las cuales se dispusieron piedras seleccionadas de tamaños medianos para la edificación de los muros. Los rellenos recuperados dentro de las trincheras contenían, en muchos casos, materiales mixtos pero con ausencia de elementos históricos, cuestión que ha llevado a proponer que este tipo de arreglo arquitectónico se relaciona directamente con la intervención incaica del sitio (Zori 2011). En oposición a esto, en algunas de las unidades excavadas se identificaron muros internos de factura distinta, sin grandes fundaciones ni uso de mortero. Las sistematizaciones hechas por Adán y Urbina (2005) identifican un total de 108 estructuras, dentro de las cuales se incluyen grandes canchas subdivididas en mitades, canchas edificadas con diversas organizaciones internas y estructuras menores interiores. Las canchas son comúnmente consideradas como la unidad básica de la arquitectura incaica, definida por una serie de habitaciones o estructuras dispuestas simétricamente alrededor de un patio central –con el que preferentemente se comunican, en vez de comunicarse entre sí- rodeadas por un muro perimetral (Rowe 1944, Gasparini & Margolies 1984, Raffino 1981, Hyslop 1990). Conforman lo que se conoce como Recinto Perimetral Compuesto o RPC (Raffino 1981:81), cuyo uso implicó la estandarización de un plano urbano rectangular, constituyendo una unidad destinada a funciones diversas que iban 25 desde la simple residencia a templos o palacios (Gasparini & Margolies 1984, Hyslop 1990). La forma general de Tarapacá Viejo, entonces, reproduciría un claro planeamiento ortogonal con estructuras en su gran mayoría de plantas rectangulares y subrectangulares, tanto es así que de los 108 recintos reconocidos, 96 presentan formas rectangulares. El SW del sitio de encuentra definido por canchas subdivididas en mitades por muros dobles; los accesos a éstas se producen por vanos desde las diversas vías de circulación. En la sección NE del asentamiento, en cambio, existen canchas pero sin las subdivisiones en mitades de las estructuras anteriores aunque sí con complejas subdivisiones internas, muchas de las cuales se encuentran en muy mal estado de conservación. En suma, los autores identifican al menos tres clases de recintos: en primer lugar las canchas, que son entendidas como espacios de uso público y comunal; en segundo lugar las estructuras menores, seguramente de uso habitacional y doméstico en general emplazadas dentro de las canchas. Por último, los espacios entre-recintos, algunos de ellos claramente usados como basureros. Un rasgo sumamente destacable en el sitio son sus vías de circulación: los autores identificaron dos caminos longitudinales que presentarían una orientación clásicamente cusqueña de 60°; y varias calles transversales que tienen una orientación de 335°. La calle principal se ha definido como parte de la arteria del camino incaico que ingresa al valle de Tarapacá vía Pachica, conectada a su vez a las tierras altas a través del tambo de Corralones, según lo constataron las prospecciones de la zona (Zori 2011). Por su parte, los muros también responderían al patrón incaico correspondiente en un 75% a muros dobles con relleno, además del uso de revoque de barro aún visible en algunas estructuras. Lo anterior indica que en este sitio están presentes los rasgos arquitectónicos que Raffino (1981) denomina de “primer orden”, definidos como elementos heredados, readaptados y estandarizados por los incas que no se registran en otros contextos culturales locales previo a la expansión del Estado. Constituirían, por tanto, una de 26 las pruebas testimoniales más claras de la presencia efectiva del Imperio en el Collasuyo (Raffino 1981:73). La importancia de esto radica en un hecho que ya ha sido reconocido en la literatura especializada, a saber, que para el Inca el acto de construir y reedificar implicó una decisión que no era meramente funcional o instrumental sino ideológica, entendiendo que a través de este acto se apropiaban de un espacio nuevo y ajeno, imponiendo un nuevo orden que se ajustaba a los cánones de su propia cultura (ver Gallardo et al. 1995). En tal sentido, el registro arquitectónico y los nuevos espacios que configura resultan aspectos sensibles para el estudio de las estrategias implementadas por el Inca y el grado de articulación de las sociedades locales con la administración estatal (Tarragó & González 2005), cuestiones centrales para comprender las características específicas de este período de la prehistoria y que ya han sido abordadas en otras zonas del Norte Grande con fructíferos resultados. En Tarapacá estos aspectos han sido hasta ahora tratados de manera superficial, sin ahondarse mayormente en las estrategias utilizadas por los incas para integrar a las poblaciones locales y sus respectivas manifestaciones materiales, ni tampoco en los efectos concretos que este nuevo orden supuso para los habitantes de estos nuevos espacios de interacción. En definitiva, la discusión se ha limitado a dimensiones supraestructurales, y exceptuando los esfuerzos recientes por iniciar el estudio de estos temas en el altiplano de Tarapacá (ver Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009), sigue siendo aún insuficiente la preocupación por los aspectos materiales que adopta el dominio estatal, cuestión que pretende ser tratada en este trabajo aprovechando las potencialidades de la materialidad arquitectónica de Tarapacá Viejo, uno de los elementos donde más fuertemente se revela la presencia incaica. Esto, con la intención de comenzar a comprender la naturaleza del período Tardío en esta parte de los Andes Centro Sur. 27 III. MARCO TEÓRICO En esta sección se exponen los principios y conceptos teóricos que sustentan este trabajo, basados en el estudio del espacio construido. Muchos investigadores ya han probado las potencialidades de este enfoque que, reflexionando desde múltiples campos –que van desde la geografía pasando por la sociología, la psicología ambiental y la semiótica-, han demostrado que la organización de la arquitectura tiene un rol fundamental en la producción y reproducción del orden social (Rapoport 1969, Eco 1986, Giddens 1995, Lefebvre 1997, Soja 1989). Considerando que la arquitectura es una de las evidencias más significativas dentro del sitio estudiado y una de las materialidades predilectas utilizadas por el Inca para manifestar su presencia y ejercer influencia sobre las poblaciones y territorios conquistados, este marco teórico se orienta a ilustrar la relación entre organización espacial, orden social y poder. Justificando, a su vez, el por qué el espacio construido tiene efectos que trascienden ámbitos meramente funcionales, económicos y ambientales. Espacialidad y Arquitectura Como premisa de este trabajo, asumimos que todo comportamiento humano está inscrito en un espacio y que desde esta perspectiva no existe espacio a-social ni sociedad a-espacial (Marcus 1993). Es a través de la ocupación de un espacio que podemos reconocer la existencia de una sociedad. Pero la sociedad hace algo más que simplemente existir en él, adopta una forma espacial definida. Y lo hace de dos maneras: primero, posiciona a las personas con mayor o menor nivel de agregación o segregación, dando lugar a patrones de movimiento y encuentro; segundo, organiza el espacio por medio de edificios, caminos, marcadores y límites, configurando patrones socioculturalmente específicos (Hillier & Hanson 1984:27). Consecuentemente, hay una asociación directa entre comportamiento humano y espacio, siendo la arquitectura el ente material que contiene o alberga dichos comportamientos (Rapoport 1990). Los relevantes aportes de la geografía 28 (Lefebvre 1997, Soja 1989) y los estudios del comportamiento humano y medio ambiente (Rapoport 1969, 1980, 1982, 1990) han inducido una profunda reflexión en torno a la relación entre espacio y sociedad. Giddens (1995) también ha sido en parte responsable por integrar este tema a las ciencias sociales, dándole un rol principal al espacio como eje donde se funda la sociedad y se reproduce el sistema social. Antes que él, Bordieu (1973 en Steadman 1996) reconoció que la organización del espacio dentro del ámbito doméstico brinda información sobre las relaciones y actividades sociales, produciendo la estructura social. Este autor puso de relevancia el vínculo intrínseco que existe entre la manera en que los comportamientos sociales se desarrollan y el lugar físico donde esto sucede, demostrando que un mismo espacio posee multiplicidad de funciones y significados. Pese a que los miembros de una sociedad son capaces de jugar un papel activo en la construcción del mundo, esta construcción está limitada por condiciones físicas que actúan constriñendo sus acciones (Bordieu 1989). Así, por ejemplo, se ha planteado que a medida que las sociedades se van sedentarizando sus lugares de habitación tienden a volverse más rectangulares, siendo ésta una forma que es más fácil de ampliar y compartimentar, asociándose a mayor especialización e independencia productiva (Kent 1990); pero al mismo tiempo, dicha organización actúa manteniendo las desigualdades sociales que nacen en el seno de una sociedad compleja, bloqueando accesos, limitando movimientos y separando habitaciones. Desde perspectivas más simbólicas, se ha planteado que el orden de la vivienda obedece a principios cosmológicos que ordenan el mundo, construyéndose en torno a ejes solares y puntos cardinales que sirven como mecanismos legitimadores del orden social (Parker Pearson & Richards 1994). El concepto de espacio construido se concibe como cualquier alteración física del medio ambiente natural, incluyendo formas edificadas –estructuras creadas para albergar actividades humanas-, pero también espacios delimitados y no necesariamente construidos, como plazas o vías de circulación (Low & Lawrence 1990). El espacio, entonces, se construye para albergar prácticas sociales, existiendo un vínculo directo entre comportamientos y forma construida en dos 29 aspectos, según Rapoport (1969): primero, porque la forma construida es la manifestación física de los patrones de comportamiento humano (deseos, experiencias, motivaciones); segundo, porque dichas formas, una vez materializadas, afectan el comportamiento y la forma de vida de los individuos. Se establece una relación dialéctica entre el espacio construido y las acciones sociales que aquí se producen, toda vez que éste es producido y a la vez configura las acciones sociales que allí se llevan a cabo (Acuto & Gifford 2007). Dentro de este marco, la arquitectura –como elemento fundante del espacio construido- se considera como un producto cultural destinado a comunicar una información que es manejada, consciente e inconscientemente, por el colectivo que la construye, diseñado para apoyar e incentivar un comportamiento deseado. Por lo mismo, las convenciones sociales que le dan forma obedecen a exigencias culturales y no sólo funcionales, ambientales o económicas. Organizando materialmente el comportamiento, la arquitectura condiciona físicamente relaciones sociales, restringiendo o permitiendo el acceso a recursos, objetos, personas o información (Nielsen 1995). Además, es un medio perdurable para imponer esquemas de organización social, siendo las limitaciones espaciales importantes restricciones para la interacción de los individuos determinando qué prácticas y relaciones sociales han sido habilitadas y cuáles clausuradas, o si existen, por ejemplo, barreras físicas y/o simbólicas que limiten el acceso, la circulación o la visión (Thomas 1993, Smith & David 1995, Mañana et al. 2002). Desde esta perspectiva puede ser abordado el trasfondo social, político y simbólico que se esconde tras el modelo de espacialidad específico definido por la arquitectura erigida en un contexto sociocultural particular (Hodder & Orton 1990). Estas y otras consideraciones sobre la arquitectura se han agrupado, en nuestra disciplina, en torno a lo que Steadman (1996) ha llamado “Arqueología de la Arquitectura”. La puerta de entrada a esta subdisciplina fue la arqueología de los espacios domésticos –o “Household Archaeology”- que desde un enfoque funcional, puso énfasis en el rol de la vivienda como la unidad primaria en la 30 estructura socioeconómica de un grupo. A partir de aquí, el estudio de la casa fue adquiriendo connotaciones más simbólicas al volcarse al análisis de los aspectos ocultos inscritos en la arquitectura. Los análisis espaciales impulsados por Clarke en la década de los setenta –íntimamente ligados a la geografía- dieron un primer paso en esta dirección, basándose en la premisa de que las estructuras espaciales son fruto de un proceso de toma de decisiones racionales. Desde esta perspectiva, la arqueología comenzó a recoger datos que permanecían disgregados en el registro como las distribuciones artefactuales, los patrones de actividad y el sistema de asentamientos, integrándolos en modelos que se referían a sistemas en funcionamiento, a relaciones socioculturales dentro y entre sitios arqueológicos. Al centrarse en el contenido más que en el objeto mismo –y apoyándose en las reflexiones en torno a las interrelaciones entre comportamiento humano y espacio construido mencionadas anteriormente- se desarrollaron numerosos estudios que, desde varios trasfondos teóricos, ayudaron a la consolidación de la Arqueología de la Arquitecura como subcampo de investigación. Sin lugar a dudas, en la disciplina antropológica –y por extensión en la arqueología- las entradas ligadas a las implicancias simbólicas y a los aspectos ocultos del espacio construido han sido las más fructíferas para el estudio de la arquitectura. Dentro de éstas, caben las consideraciones en relación a cómo el espacio construido comunica información sobre el status social y político de las personas que lo habitan, los enfoques estructuralistas influenciados por la teoría lingüística, los exámenes sobre las funciones metafóricas de la forma construida, el análisis semiótico de la arquitectura y las perspectivas que la abordan desde la fenomenología y la experiencia vivida en dichos espacios (Lawrence & Low 1990). Como consecuencia –y conjugando distintos elementos de los enfoques antes mencionados- según Mañana y colaboradores (2002), en arqueología la arquitectura ha sido vista como: (i) instrumento para la acción social, inspirado en los trabajos de Bordieu y Giddens, principalmente (ver Smith & David 1995, Acuto 1999); (ii) tecnología de coerción, tomando como base los planteamientos de Foucault (ver Miller & Tilley 1984, Nielsen 1995, Moore 1996); (iii) signo de comunicación no verbal, influenciados por la semiótica de Eco y Barthes, donde 31 los mensajes codificados en el espacio construido sirven como guías que gatillan respuestas en el comportamiento (ver Hillier & Hanson 1984); (iv) estructura material dentro de un paisaje cultural, cuya forma particular depende del tipo de racionalidad que opera en la sociedad que la construye (ver Criado 1993, 1999). Usualmente, los estudios dentro del campo de la Arqueología de la Arquitectura hacen referencia, en mayor o menor medida, a todos los enfoques antes mencionados, atendiendo a la multidimensionalidad de esta materialidad. En este estudio, nuevamente, reconocemos la influencia de distintas líneas teóricas y explícitamente tomamos elementos de cada una para conjugarlos en un enfoque integrado. Es así que desde las perspectivas estructuralistas y semióticas rescatamos los postulados de Hillier & Hanson (1984) y su sintaxis espacial, en el sentido de intentar develar los aspectos no verbales representados por el planeamiento arquitectónico. También, desde la fenomenología integramos los aspectos más subjetivos de la arquitectura, en términos de las percepciones y tipos de experiencias que los distintos espacios propician. Y, finalmente, tomamos aspectos del post estructuralismo representado por Foucault, en cuanto a que existe una relación directa entre el espacio que se construye y las relaciones de poder que ahí se establecen, asumiendo esto como premisa fundamental de nuestro trabajo. En esta línea, compartimos lo señalado por otros autores (Nielsen 1995, Moore 1996, Zarankin 1999, Tarragó & González 2005) respecto a la relación entre arquitectura y poder, basado en su capacidad de organizar materialmente el comportamiento social y condicionar físicamente las relaciones entre personas o grupos. En este marco, el vínculo entre arquitectura y poder social puede ser entendido desde dos perspectivas; primero, los edificios son recursos con un valor particular, pues les brinda a sus constructores la capacidad de controlar las acciones de los individuos. En segundo lugar, los espacios construidos, por sus efectos en el comportamiento de las personas, constituyen una herramienta especial para regular el acceso a alimentos, protección, objetos, información y actividades, inscribiendo físicamente las diferenciaciones y desigualdades sociales (Nielsen 1995). Por lo mismo, son más que contenedores pasivos de relaciones, poseyendo una cualidad formativa (Marcus 1993). 32 Pasaremos, entonces, a precisar cómo se da y se ha entendido esta relación entre espacio construido y poder, visto siempre desde su efecto en las interacciones sociales y su consecuente expresión arquitectónica. Del espacio al poder No es nuestra intención desarrollar in extenso una discusión en torno al concepto de poder, cuestión que evidentemente excede los alcances de esta memoria. Sí es necesario explicitar lo que entendemos por poder en su acepción más amplia – y que subyace a los planteamientos aquí presentados: la capacidad de un sujeto o grupo social de influir y controlar circunstancias y eventos para beneficio propio (Rorty 1992 en Dovey 1999:1). Esta concepción del poder no sólo implica acción ejercida supraestructuralmente en un sentido represivo, sino también en su aspecto positivo y productivo, constructor de conocimientos y realidades, cuestión planteada y tratada extensamente por Foucault (1976, 1980; Uribe 1996). En esta línea, es relevante hacer la distinción entre poder para y poder sobre (Miller & Tilley 1984): mientras el primero hace referencia a una capacidad universal del comportamiento social, que muchas veces se da por sentado, el segundo tiene una relación directa con la noción de control y se refiere a la influencia ejercida por un grupo sobre otro con fines estratégicos. Es este tipo de poder (poder sobre) en el que nos centramos en este trabajo. El poder está intrínsecamente ligado al espacio construido toda vez que éste siempre involucra una idea o proyecto de sociedad, refleja el modo como deben funcionar las cosas. La arquitectura –la forma construida- materializa esta idea, naturalizándola y haciéndola parecer inmutable. En palabras de Eco (1968 en Zarankin 1999:122), la arquitectura “satisface algunas exigencias de la gente, pero al mismo tiempo las persuade para que vivan de una manera determinada”. Es decir, como la arquitectura, a diferencias de otros elementos materiales, tiene la capacidad de regular interacciones y comportamientos, es un medio privilegiado para ejercer poder sobre un grupo o sociedad. Si bien es cierto existen distintos 33 mecanismos para el ejercicio del poder, como la fuerza, la coerción, la manipulación y la autoridad (Dovey 1999:10), hay algunas que son mucho más eficaces que otras y mucho más pesquisables materialmente. En términos arquitectónicos, se ha planteado que el poder se manifiesta de tres formas básicas y no excluyentes entre sí (Nash & Williams 2005): mediante la subordinación, al estructurar relaciones espaciales asimétricas como, por ejemplo, elevando a ciertos actores sociales sobre otros mediante la existencia de plataformas o situando como foco de atención a una estructura especial. A través de la exclusividad, restringiendo el acceso a ciertos espacios, limitando la observación y la participación en ciertas instancias sociales. Como consecuencia, la creación de exclusividad promueve la cohesión de un grupo a través de la participación a la vez que segrega a otro de la experiencia común. Y, finalmente, por medio de la procesión, referida al movimiento que la disposición de los elementos arquitectónicos propicia, dirigiendo a grupos o personas hacia lugares determinados o bien desviando la circulación hacia otros –limitando así el poder de elección de los individuos. De manera paralela, algunos estudios sostienen que el dominio a través del control es uno de los medios más efectivos y abordables por la vía material pues se expresa por medio de la construcción de puertas, muros y vías de circulación, así como por la manipulación del diseño del espacio en términos de densidad, geometría y distancias (Sánchez 1998). De esta manera, se crean y manejan dimensiones donde espacio construido y poder se encuentran: lo privado versus lo público, el acceso o la segregación, la estabilidad y el cambio, la identidad o la diferenciación, etc. Diversas aproximaciones al tema han definido componentes, elementos o cualidades de los edificios que pueden ser agregados o modificados para causar efectos concretos en la naturaleza de las actividades desarrolladas en su interior (ver Nielsen 1995, Moore 1996, Nash & Williams 2005), como la geometría o forma de los espacios, su emplazamiento, los rasgos físicos internos del mismo (puertas, ventanas, compartimientos interiores, escaleras, entre otros), los efectos ópticos que produce –como los aspectos de distancia y visibilidad- y 34 los elementos muebles que contiene. La elección y diseño del espacio construido, utilizando estos distintos mecanismos, responden a decisiones culturalmente específicas, razón por la cual podemos observar tan amplia variabilidad entre distintos grupos culturales. Esto depende de las tecnologías de que disponga un grupo, sociedad o cultura y, tomando las palabras de Foucault, del sistema de saber-poder bajo el cual se materialice. Es por esta razón que la modernidad, por ejemplo, adopta formas tan propias de construcción, mostrando viviendas con planos totalmente asimétricos de habitaciones pequeñas separadas unas de otras, sin conexiones entre ellas de manera tal de mantener la independencia entre miembros del grupo familiar; demostrándose la posición de cada uno en virtud del espacio disponible, su lugar dentro del plano y el tipo de objetos materiales presentes en su interior (Funari & Zarankin 2003). Dentro de los objetivos de este trabajo nos planteamos, justamente, develar los aspectos estructurales del espacio construido por el Inca en Tarapacá Viejo, para entender cuáles fueron los elementos que regularon los comportamientos de los habitantes del asentamiento y conocer sus efectos en las interacciones sociales. Esto, considerando –tal como se planteó en los antecedentes- que los nuevos espacios construidos por el Inca fueron planificados deliberadamente con la intención de reorganizar la interacción social a través de la manipulación de ciertos atributos de los edificios (Urbina 2009), los cuales sirvieron para ejercer efectos concretos sobre la población local funcionando como estrategias de poder (Gasparini & Margolies 1981, Nielsen 1995). Desde esta perspectiva, para develar las estrategias de poder y control que operaron en Tarapacá Viejo, debemos abordar la lógica espacial bajo la cual este asentamiento fue construido y los comportamientos que fueron propiciados según este modelo arquitectónico. La próxima sección abordará concretamente las vías que consideramos apropiadas para adentrarnos en las dimensiones sociales y políticas que subyacen a este orden espacial en particular, definiendo desde la materialidad inmueble y mueble las características físicas del dominio ejercido por el Tawantinsuyo en este lugar. 35 IV. METODOLOGÍA A continuación se presenta la metodología considerada pertinente para abordar el problema de estudio. Esta se fundamenta en la premisa de que “los asentamientos incaicos fundados en territorios distantes se establecieron como espacios construidos deliberadamente para reorganizar la interacción social, local y regional, a través de edificios con distintas capacidades productivas, domésticas y públicas” (Urbina 2009:24); y que, en consideración con esto, el estudio de su arquitectura –complementado con el mobiliario- constituye uno de los medios más relevantes para comprender el modo en que el Imperio se relacionó con las comunidades locales. La metodología aquí expuesta se centró en las expresiones materiales de la presencia Inca en Tarapacá Viejo, para revelar aspectos funcionales e ideológicos de la dominación física y simbólica de la población aquí asentada (Uribe et al. 2010). Análisis de forma: Diseño del espacio construido Para el desarrollo metodológico de este trabajo asumimos que los edificios poseen una lógica social en su construcción (sensu Hillier & Hanson 1984) y que son la precondición material para el movimiento, el encuentro y las acciones de las personas que habitan dicho espacio. Así vista, la arquitectura puede ser considerada como una herramienta de poder con efectos observables sobre las relaciones sociales llevadas a cabo en su interior, convirtiéndose en un mecanismo de control y dominio (Gallardo et al. 1995, Nielsen 1995). En tal sentido, los patrones del espacio construido son culturalmente significativos y sus variaciones son reflejo de diferencias en la naturaleza del orden social (Moore 1996). Recogiendo las palabras de este autor, esta parte de la metodología se centra en explorar la “arquitectura del control social” (Moore 1996:183). Para estudiar la manera en que las estructuras crearon y mantuvieron un control sobre la población que habitaba el sitio Tarapacá Viejo, las variables analizadas se 36 centraron en atributos que afectan las interacciones sociales –ya sea promoviendo o inhibiendo ciertos comportamientos- y permitieron adentrarse en el grado de control ejercido sobre estos espacios; enfocándose no en el estudio descriptivo-tipológico de las construcciones, sino en la configuración espacial concreta del registro arquitectónico, el espacio construido y la articulación interna. De acuerdo a esto, el universo de estudio estuvo constituido por las ocho canchas definidas previamente en este sitio (Adán & Urbina 2005). Tomando como referencia un conjunto de investigaciones que han abordado con mayor o menor detalle esta problemática centrada en la configuración del espacio construido y su incidencia en las interacciones sociales (ver Nielsen 1995, Moore 1996, Sánchez 1998, Van Dyke 1999, Mañana et al. 2002, Fisher 2009, Urbina 2009), esta reflexión metodológica buscó incorporar diversos enfoques en uso para lograr un acercamiento integrado a nuestro problema de estudio. Segmentación y diferenciación funcional Esta primera variable se abordó a través de la cuantificación de estructuras dentro de cada cancha. La importancia de conocer este aspecto se fundamentó en que la segmentación arquitectónica –a través de la presencia de muros o vanos, entre otros- resulta en la desarticulación de grupos sociales, creando mayores posibilidades de control (Nielsen 1995:57). Consecuentemente, se consideró que a mayor segmentación espacial existe mayor potencial para controlar a la población. Densidad o concentración edilicia Esta variable permite realizar comparaciones del grado de dispersión o aglutinamiento existentes en un edificio o asentamiento (Urbina 2009), bajo la premisa de que una población dispersa es más difícil de controlar que una altamente concentrada (Nielsen 1995). Para cada cancha se calculó el índice de densidad en función del número de recintos por hectárea (Urbina 2009), donde los valores obtenidos expresaron cuantitativamente el potencial de control sobre un grupo social. De acuerdo a ello, se asumió que la circunscripción poblacional – 37 resultado de una mayor concentración espacial- facilita el control de las personas que habitan dicho espacio. Accesibilidad Las vías de entrada regulan la habilidad de los individuos de acceder a recursos/bienes/actividades localizadas espacialmente, utilizándose como medio de control social (Moore 1996:179). Las restricciones en el acceso asumen gran variedad de formas, ya sea por la ubicación de las estructuras como por la existencia de muros, pasillos o vanos. El análisis de accesos es una variable importante a considerar pues su presencia supone que la inclusión/exclusión de los individuos a ciertos espacios puede ser controlada, a la vez que puede facilitar o impedir la participación de los habitantes del sitio en ciertas actividades. Mediante el análisis de los accesos es posible reflejar el grado de movimiento que la arquitectura permite entre un espacio y otro, develando la jerarquización de los espacios (Mañana et al. 2002). Concretamente, esta parte del estudio se inspira en las clásicas propuestas de Hillier y Hanson en relación al “análisis sintáctico del espacio” (1984:90). Éste plantea un marco conceptual y un conjunto de herramientas metodológicas para la representación, cuantificación e interpretación del espacio construido en el entendido de que su orden remite a la organización de las relaciones entre personas. Uno de los componentes principales del análisis sintáctico del espacio es el análisis de accesos o permeabilidad, también conocido como análisis o mapas gamma. Recurrimos a esta herramienta para aproximarnos a la lógica interna del asentamiento, conocer las relaciones entre espacios y evaluar el grado de asimetría que presenta una configuración espacial concreta sobre la base de las facilidades del acceso. Se basa en una representación gráfica de los edificios en donde los recintos interiores son simbolizados a través de nodos unidos entre sí por medio de líneas que reflejan la existencia de vanos de acceso a partir de un punto de origen –en este caso las vías de circulación que rodean cada cancharepresentado por un círculo con una cruz. A cada nodo se le asigna un valor que 38 depende de su posición en el gráfico con respecto al punto de origen: si se accede a él inmediatamente desde las vías de circulación tiene valor 1; 2 si se accede a él a través de otro recinto, y así sucesivamente. Los recintos que tienen el mismo valor se situarán gráficamente en el mismo nivel horizontal, definiendo así las relaciones sintácticas de ese edificio en particular, es decir, su simetría/asimetría y su distribución/no distribución. La asimetría involucra siempre la noción de profundidad, es decir, a mayor profundidad del sistema, mayor asimetría. Por su parte, la distribución se refiere a la existencia de accesos múltiples entre espacios, en contraposición a la no-distribución en aquellos casos en que existe sólo una vía de acceso. Mientras más simétricos sean los conjuntos, habrá mayor integración de categorías sociales, existiendo mayor tendencia a la segregación social en el caso de las organizaciones espaciales asimétricas. Por su parte, si existe una mayor distribución de las unidades –es decir, si éstas tienen más de una ruta de acceso- se tenderá a un control espacial difuso, en tanto que la no distribución supone un dominio espacial mayor que muchas veces es reflejo de un sistema superior de control (Hillier & Hanson 1984:97). Es necesario considerar también que usualmente espacios abiertos hacia varias áreas adyacentes, suelen no tener una función muy rígida –a excepción de las áreas de circulación-, en tanto los espacios con funciones relacionadas frecuentemente se conectan entre sí (Sanders 1990:64). Es así como los mapas de acceso combinan el desciframiento visual de los patrones del espacio construido con procedimientos variados de cuantificación, basados en fórmulas matemáticas propuestas por estos autores (Hillier & Hanson 1984:108-114). En suma, a través de ellos logramos referirnos al grado de dependencia entre espacios, el control que se ejerce sobre ellos y la cantidad y disposición de los accesos que definen su carácter más o menos inclusivo. Es importante considerar que las variables de simetría y distribución son de carácter independiente, es decir, un sistema puede ser simétrico y no distribuido o bien pueden presentarse casos en que los valores de asimetría son altos pero también existe un elevado número de accesos que posibilitan el carácter 39 distribuido del sistema. Atendiendo a estos resultados, que pueden resultar paradójicos, el análisis fue posteriormente complementado con el estudio de los patrones de visibilidad dentro de cada cancha –en los casos en que fuera posible-, fundamentado en la existencia de espacios públicos y privados de acuerdo al espectro de visión o grado de exposición que se obtiene desde él o los puntos principales de acceso a cada una (Sánchez 1998). Atributos visuales La inclusión de esta variable en nuestro análisis se fundamenta en la idea de que “el control arquitectónico sobre la visión opera de manera similar a las restricciones de acceso [!] pueden excluir a personas, objetos, acciones e información, sometiéndolos a vigilancia o exposición” (Nielsen 1995:57, la traducción es nuestra). Estas nociones se basan en las ideas expuestas por Foucault (1976) en relación al panóptico, un dispositivo arquitectónico ideado para la vigilancia en donde confluyen las ideas de espacio construido, control y poder. El análisis de los atributos visuales, entonces, viene a complementar el estudio de accesibilidad de cada cancha desde una perspectiva más cualitativa, fundada en la cantidad de superficie visible dentro de cada edificio vista desde los puntos principales de acceso, es decir, aquellos que conectan el interior con las vías de circulación. Partimos de la premisa de que cuanto más expuestos o visibles sean los espacios internos de los edificios, ellos tendrán un carácter más público. Por el contrario, la poca visibilidad de un determinado espacio –sumado a una baja accesibilidad- puede constituirse en una estrategia para resistir la dominación, facilitar la exclusión y el ocultamiento de prácticas o acciones. Hall (1968) en sus estudios sobre la proxémica establece que la visión binocular humana cubre un ángulo aproximado de 200°. Este parámetro fue utilizado para definir gráficamente la superficie visible/pública o no visible/privada desde cada punto de acceso a las canchas. De acuerdo a ello, se compararon los espacios que daban cabida a áreas más públicas versus los que privilegiaban interacciones menos visibles, privada o exclusivas. Paralelamente, se efectuó el mismo ejercicio desde fuera de 40 las canchas, a partir de puntos de referencia situados en los extremos superiores, inferiores y laterales de las vías de circulación, orientando la visión hacia el asentamiento y consignando los límites de visibilidad que se alcanzó en cada punto. Con esto, se buscó establecer relaciones visuales entre canchas, es decir, espacios que son visibles entre sí en contraposición a lugares que no lo son, revelando una dinámica particular entre el diseño arquitectónico y la topografía del asentamiento. El objetivo fue, nuevamente, explorar con mayor profundidad la compleja relación entre espacio construido e interacción social. Análisis de contenido: Estudio funcional de las canchas Para favorecer un enfoque integrado y entendiendo que el estudio del espacio construido no es sólo forma sino también contenido, el análisis anterior fue complementado con un examen de los elementos muebles recuperados dentro de las canchas. Para este fin, se realizó una síntesis de excavaciones practicadas con anterioridad en el sitio y la revisión de informes de análisis de materiales obtenidos en dichas intervenciones. Todos estos datos fueron sistematizados de manera de lograr una comprensión acabada de cada unidad y su estratigrafía, cuestión tendiente a la definición de probables actividades realizadas en su interior. Complementariamente, se obtuvo un nuevo set de fechas radiocarbónicas que sustentan la integridad estratigráfica del sitio y que además son un valioso aporte a la comprensión de la historia cultural tarapaqueña y del Horizonte Tardío en general. Junto a ello, se reanalizó una cantidad significativa de material cerámico –uno de los indicadores privilegiados para el estudio de la problemática incaica, además de la arquitectura- proveniente de dos de las ocho unidades recientemente excavadas en el sitio (Zori 2011), complementado con una relectura de los datos obtenidos en recolecciones superficiales, específicamente orientado a reconocer los patrones de distribución cerámica a partir de la secuencia alfarera tardía planteada para Tarapacá (ver Uribe et al. 2007). El estudio de parte de esta 41 colección cerámica3, específicamente de las unidades 3 y 5, comprendió la elaboración de bases de datos relevando tipologías, cantidades recuperadas, huellas de uso, decoraciones y tamaños. A partir de esto, se utilizaron herramientas estadísticas básicas que dieron cuenta de distribuciones, frecuencias y porcentajes de cada tipo cerámico presente en el asentamiento. Tanto los materiales recuperados en las excavaciones como el análisis de la alfarería permitieron una primera aproximación funcional al sitio, específicamente de las actividades llevadas a cabo en los espacios excavados que, si bien representan una porción mínima del asentamiento, muestran algunas distinciones significativas que consideramos relevantes para nuestro estudio y que ciertamente dan luces sobre las diferencias existentes entre un sector y otro. Más aún si estas son integradas a la información proveniente del análisis espacial, con lo cual fue posible vislumbrar el funcionamiento interno del sitio y el grado de control ejercido sobre los distintos espacios. Con esto fue posible entregar una visión precisa a nivel intrasitio de uno de los asentamientos tardíos más relevantes de Tarapacá mediante una metodología diseñada para abordar la lógica espacial bajo la cual se diseñó y construyó el sitio, poniendo énfasis en el grado de control al que estuvieron sujetos sus habitantes. Complementariamente, se integraron distintas materialidades a la vez que nuevas dataciones radiocarbónicas y por termoluminiscencia que contribuyen a afinar la cronología del Horizonte Tardío, especialmente relevante en una zona donde lo incaico ha sido definido más bien en términos estilísticos que cronológicos. 3 Depositada actualmente en el Departamento de Antropología de la Universidad de Chile. 42 V. RESULTADOS A continuación se presentan los resultados de esta investigación. El capítulo se organiza en dos partes: la primera destinada al análisis espacial o de forma, centrado en el estudio sistemático de las ocho canchas que componen el sitio, lo cual nos permitió referirnos a los grados de control ejercidos sobre los distintos espacios en un intento por evaluar la forma en que la materialidad arquitectónica afectó las interacciones sociales desarrolladas dentro de Tarapacá Viejo. La segunda, sintetiza las excavaciones en el sitio y materiales obtenidos, en un intento por acercarse a las actividades desarrolladas en las distintas áreas del asentamiento. Como parte de esta segunda sección se integran los resultados de los estudios cerámicos a partir de las recolecciones superficiales y la reevaluación de dos de las unidades excavadas. Con respecto a aquellas unidades cuyo material cerámico no pudo ser revisado –que en conjunto sumaban más de 10.000 fragmentos- la información aquí presentada fue tomada de los trabajos de Zori (2011) y constituyen un análisis de carácter preliminar. PRIMERA PARTE. Análisis de Forma En este apartado se presentan los resultados del análisis de forma de cada cancha dentro del asentamiento, lo cual apunta a conocer su dinámica interna a través del examen de las características del espacio construido, visto como el contexto donde se desarrollan y determinan las interacciones sociales (Fisher 2009). Lo anterior se relaciona directamente al primer objetivo de nuestro trabajo, orientado a develar la lógica social que subyace a este orden espacial y el tipo de interacciones que éste propicia. Para cada una de las ocho canchas, se calculó su superficie (m2) a partir de las medidas de largo y ancho total. Para las canchas de la mitad inferior del sitio que exhiben un pobre estado de conservación producto del fácil acceso por parte de vehículos, el uso intensivo del sitio durante la fiesta anual de San Lorenzo y los extensivos trabajos viales en la ruta contigua –factores que han afectado profundamente esta porción del asentamiento, se consideraron 43 los largos máximos a base de las estructuras actualmente visibles (Figura 1). Teniendo esto en cuenta, es probable que dichas edificaciones hayan tenido mayores magnitudes en el pasado, superando los tamaños de las canchas de la mitad superior. Figura 1. Levantamiento topográfico del sitio Tarapacá Viejo (Proyecto Universidad de Chile VIDSOC 08/16-2, “Tarapacá Viejo y el Inka en los Valles Occidentales, Andes Centro Sur (1.450-1.540 DC)”. Investigador Responsable: Mauricio Uribe R.).4 Paralelamente, se cuantificó el nivel de segmentación de cada cancha a partir del número de estructuras presentes en su interior. Como se planteó en la metodología, se considera que el grado de segmentación espacial a través de barreras físicas resulta en una desarticulación de los grupos o agregados sociales 4 En este trabajo, cada cancha fue identificada por una letra, correspondiente a la denominación original hecha por P. Núñez (1984) y además por un número otorgado a cada estructura por Adán y Urbina (2005). 44 de tal forma que facilita su control (Nielsen 1995). Consecuentemente, a mayor segmentación espacial, mayores posibilidades de control social. Los resultados se dividieron de acuerdo a tres rangos: baja segmentación entre 1 a 5 recintos; media, entre 6 y 10; y sobre 10 recintos, segmentación alta. A partir de estos parámetros –grado de segmentación y tamaños- se calculó la densidad o concentración edilicia de cada una de las unidades analíticas (número de estructuras por hectárea). En la siguiente tabla se resumen las variables referidas anteriormente (Tabla I). DIMENSIONES CANCHA A B C D E F G H Largo Ancho 51,6 78,3 51,6 80 51,6 48,3 51,6 40 36,6 36,6 36,6 36,6 36,6 36,6 36,6 36,6 SUPERFICIE (m2) SEGMENTACIÓN (N° rec contenidos) DENSIDAD (N° rec/há) 1889 2866 1889 2928 1889 1768 1889 1464 4 21 10 16 7 8 8 7 21,1 72,6 53 55 37 45,2 42,3 48 Tabla I. Valores de las medidas básicas de cada cancha. Dentro de esto, lo primero que llama la atención es el grado de uniformidad existente en términos de los tamaños de las canchas. Las medidas muestran una estandarización elocuente, sobre todo en la porción superior del asentamiento, tal como lo expresan las canchas A, C, E y G. Aquellas ubicadas en la parte inferior muestran la misma característica por lo menos en términos del ancho, puesto que el largo es una medida afectada por la baja conservación de las estructuras. Ahora, pese a mostrar la misma magnitud en cuanto a su superficie, las canchas de la porción superior muestran un arreglo interno que exhibe grandes variaciones donde se pueden apreciar que la mitad W presenta un muro interno que divide la estructuras en dos partes iguales, mientras que las del lado E no presentan este rasgo aunque sí complejas subdivisiones. La cancha A es la que exhibe la menor segmentación dentro del conjunto total. La buena conservación permite sostener 45 que, además, la mitad W de la cancha no posee estructuras en su interior, constituyendo más bien un espacio abierto. La mitad opuesta presenta sólo dos recintos adosados al muro E, uno de los cuales fue excavado. Consecuentemente, la cancha A es la menos densa en términos edilicios, lo que permite suponer una funcionalidad distintiva pese a que responde a una planificación estándar en términos de tamaño y forma general. La cancha C, en tanto, presenta el muro subdivisorio interno junto a una cantidad mayor de subestructuras. En consecuencia, aunque tiene las mismas dimensiones su densidad edilicia es mayor, alcanzando los 53 recintos por hectárea. Las otras dos canchas de la mitad superior (E y G) no presentan el muro divisorio interno, exhibiendo valores de segmentación cercanos en ambos casos. En términos de su resolución arquitectónica, muestran características similares con subdivisiones internas de diversos tamaños comunicadas entre sí y espacios más amplios o abiertos a través de los cuales se accede a los recintos menores. Difieren ligeramente en cuando a sus medidas de densidad. La porción inferior del asentamiento en cambio, sobre todo la mitad W, es completamente distinta a lo antes descrito. En primera instancia, podemos agrupar a las canchas B y D dentro de un mismo conjunto, pues su organización interna muestra características muy similares, presumiblemente asociadas con aspectos funcionales relacionados. En términos generales, sin embargo, la cancha B destaca sobre el conjunto como el edificio con mayor grado de segmentación interna y, consecuentemente, de densidad edilicia, la que se aleja significativamente del resto. La cancha D, por su parte, presenta igualmente un muro divisorio en su interior, de tal forma que toda la mitad W del sitio – conformado por las canchas A, B, C y D- muestra este mismo elemento que organiza el interior de las construcciones e impide la circulación entre uno y otro lado, puesto que en ninguno de ellos es posible observar vanos de acceso que comuniquen ambas mitades. Aunque se desconoce su altura real, es probable que la presencia del muro divisorio interno haya constituido también una importante barrera visual entre ambas partes de los edificios. Las unidades F y H son difíciles 46 de analizar pues presentan mal estado de conservación y en este último caso, sólo es visible cerca del 50% de la cancha. No obstante, sí es posible sostener que forman parte del conjunto de cuatro canchas del lado E que no presentan la división en mitades exhibiendo, en contraste, una serie de habitaciones contiguas de distintos tamaños. El grado de segmentación es similar en ambos casos: ocho recintos en F y siete en H, teniendo presente que posiblemente esta cifra fue mayor cuando el sitio se encontraba en uso. En cuanto a la densidad, ambos espacios presentan valores similares que son aplicables al resto de las canchas a excepción de la B, que escapa claramente el promedio, y la A que muestra un valor mucho menor. Preliminarmente, esto significaría que la cancha B es el espacio que estaría sujeto a un mayor control de acuerdo a su resolución arquitectónica, pues resulta ser la más segmentada y la más densa en términos edilicios. Esto se debe, según nuestra perspectiva, al tipo de actividades que se realizaron en ella. En contraste, las canchas E, F, G y H, serían los espacios sujetos a menor control, lo que sumado a la existencia de intrincadas divisiones en su interior, imponen barreras físicas importantes y otorgan un grado mucho mayor de privacidad. Para profundizar en esta materia, se realizaron representaciones gráficas de las vías de entrada a cada cancha, las cuales reflejan cuán simétricos o integrados son los espacios en función de sus patrones de accesibilidad; factor que también incide en el grado de control sobre determinados espacios/actividades/recursos. Sintaxis espacial: análisis de accesos Estas representaciones se basan en los análisis gamma desarrollados por Hillier & Hanson (1984), a partir de los cuales se calcula cuantitativamente los valores de asimetría de cada sistema o –en este caso- cada cancha. Para aquellos casos en que por razones de conservación de las estructuras no fue posible registrar la presencia de vanos en terreno, se asumió la existencia de al menos un acceso para cada recinto, lo cual fue representado gráficamente mediante líneas 47 punteadas. También es necesario considerar, por esta misma causa, la posibilidad de que ciertos accesos no hayan sido representados porque actualmente no son visibles; cuestiones que evidentemente afectan el resultado final de este análisis, que de todos modos asumimos como preliminar. A partir de los gráficos, para cada cancha se calculó la profundidad (MD), referida a la suma de los valores de cada espacio dividido por el número de recintos contenidos (k), correspondiente al valor de segmentación expresado en la tabla anterior. A partir de esto, se calculó la asimetría relativa (RA) de cada cancha mediante una fórmula propuesta por Hillier y Hanson (1984:108): 2(MD-1)/k-2. El resultado siempre es un valor entre 0 y 1, siendo 1 el valor que refleja mayor asimetría. No obstante, según los autores, el resultado varía bastante de acuerdo al número de estructuras dentro de un sistema, pues mientras más estructuras contenga, la asimetría relativa tenderá a descender. Ante esta situación y para compensar dichas diferencias de tamaño, se utiliza una constante (Hillier & Hanson 1984:112) que es multiplicada por el valor de RA, obteniendo como resultado la asimetría relativa real (RAA) del sistema, la cual puede ser mayor o menor a 1, donde los valores mayores representarán más segregación. Para nuestro propósito, los valores de asimetría relativa real (RAA) se dividieron en tres rangos: asimetría baja entre 0 y 0,5; asimetría media para valores entre 0,51 y 1; y asimetría alta sobre 1. Una asimetría baja, en consecuencia, refiere a una mayor integración de los grupos o individuos que permanecen en su interior, mientras que el extremo opuesto representa una mayor segregación de las unidades sociales. Ahora bien, en cuanto a la distribución del sistema, ésta es medida a través de la existencia de más de una vía de acceso entre espacios (Hillier & Hanson 1984:152-154). Si bien esta variable puede medirse en términos matemáticos, en esta ocasión nos centramos únicamente en el número de accesos a cada cancha desde el exterior, por considerarse que éste valor es el que le brinda mayor o menor accesibilidad al sistema en su totalidad. Más accesos desde el exterior 48 implicarían un espacio con menos restricciones de entrada y en consecuencia menos exclusivo y, posiblemente, sujeto a un control más laxo. Ahora, es evidente que esta variable está sujeta al estado de conservación del sitio. Los casos de las canchas D, F y H (de la mitad inferior) son especialmente críticos en este sentido, pues fueron las que presentaron mayores dificultades para distinguir accesos en terreno. CANCHA A B C D E F G H N° RECINTOS (k) 4 21 10 16 7 8 8 7 PROFUNDIDAD (MD) 1,50 1,95 1,60 1,81 1,42 1,87 3,25 1,50 ASIMETRÍA RELATIVA REAL (RRA) 0,50 0,45 0,53 0,43 0,50 0,88 2,30 0,50 ACCESOS 7 5 8 2 4 1* 3 3 Tabla II. Resultados del análisis sintáctico de cada cancha. *Valor mínimo, al no ser detectado ningún vano de acceso en terreno. Con esto, se tienden a confirmar que la cancha A estaría sujeta a un menor control, teniendo un carácter más público donde destacan sus grandes espacios abiertos y su alto número de accesos, facilitando la circulación y por ende dificultando el control de las interacciones que se llevan a cabo en su interior. Su configuración sugiere un espacio inclusivo que tal vez remita a un carácter multifuncional. No obstante, es posible que muestre un valor relativamente alto en cuanto a asimetría porque el recinto 30 ejerce un control directo en el acceso a los recintos menores 27 y 29. 49 Figura 2. Mapa gamma de la cancha A. Figura 3. Mapa gamma de la cancha B. La cancha B, en tanto, presenta un valor menor en cuanto a su asimetría pese a que su segmentación es mucho más elevada. Esto puede deberse a la existencia de conexiones entre recintos menores, característica que afecta el valor de profundidad. Según lo planteado por Sanders (1990:64), la conexión directa entre recintos se explica por una relación en cuanto a su funcionalidad, lo cual obliga a conectarlos y hacerlos mutuamente dependientes. Presenta, así, una situación particular a la luz de estos resultados: una alta segmentación y densidad edilicia, en paralelo a una elevada profundidad, indicadores de una intención por segregar para facilitar el control. Pero al mismo tiempo tiene uno de los menores valores de asimetría, lo que nos indicaría un control más laxo y mejor integración. Preliminarmente, esto podría ser reflejo de una relación directa entre recintos a través de funciones específicas y complementarias, que pueden desempeñarse en 50 espacios relativamente reducidos y cuyas conexiones tienden a elevar el valor de la asimetría. La cancha C presenta asimetría y profundidad medias, agrupándose en el mismo nivel que las canchas D, E y F, aunque dentro de este grupo la D se aleja en términos de profundidad, con los recintos 45 y 43 presumiblemente controlando los accesos a casi todos los recintos interiores. Figura 4. Mapa gamma de la cancha C. Figura 5. Mapa gamma de la cancha D. Figura 6. Mapa gamma de la cancha E. 51 Los valores de profundidad y asimetría, así como el número de accesos, comienza a variar en la cancha F, alcanzando cifras muy elevadas en el caso de la cancha G, que visiblemente se aparta del resto. Se trata de un espacio con acceso restringido, baja segmentación y poca densidad. Esto nos sugiere un lugar exclusivo, cerrado al resto de la comunidad y sujeto a poco control interno, pues según su baja segmentación no existiría la intención de desarticular o segregar unidades sociales, que es lo que finalmente facilita su dominio. Esto le otorga un carácter privado, con escasas posibilidades de vigilar o intervenir en las acciones que se llevan a cabo dentro de él. Figura 7. Mapa gamma de la cancha F. Figura 8. Mapa gamma de la cancha G. Figura 9. Mapa gamma de la cancha H. 52 Lógicamente, asumimos las limitantes que el análisis de accesibilidad supone –por ejemplo, no considerar la ubicación de los accesos o los tamaños de las estructuras que componen un sistema- y es por ello que éste fue integrado a un análisis de visibilidad o percepción visual desde y hacia cada estructura. Análisis de cuencas visuales El análisis de los atributos visuales de las estructuras fue incorporado asumiendo que “el control arquitectónico sobre la visión opera de manera similar a las restricciones de acceso [!] pueden excluir a personas, objetos, acciones e información, sometiéndolos a vigilancia o exposición” (Nielsen 1995:57, la traducción es nuestra). En tal sentido, complementan al análisis de accesibilidad, brindando información adicional sobre el carácter público o privado de las estructuras en función del grado de exposición de las mismas. El siguiente diagrama refleja la superficie pública y privada de cada cancha desde puntos situados en cada uno de los accesos principales desde las vías de circulación (Figura 10). Según esto, podemos situar a la cancha A como aquella que presenta mayor superficie visible y, por ende, más espacio público –cuestión que ya sugería el análisis de accesibilidad. Las canchas B y C también exhiben grandes superficies públicas, aunque en menor grado para el primer caso. Figura 10. Diagrama (sin escala) de las canchas A, B y C que ilustra la superficie visible de cada una desde los principales puntos de entrada. 53 Figura 11. Diagrama (sin escala) de las canchas D y E que ilustra la superficie visible desde los principales puntos de entrada. Para D, las diferencias en altura producen un quiebre visual que deja parte de la mitad W sin visibilidad. El estado de conservación actual no permitió distinguir un vano de acceso hacia la otra mitad de esta cancha, pero presumiblemente ésta debe haber estado presente –a juzgar por el patrón de acceso que presentan las otras tres canchas de esta porción del asentamiento, que además tienen en común el muro divisorio interno. Las canchas de la mitad E reflejan menor visibilidad, donde la G es la que exhibe menos superficie pública, reforzando así los resultados arrojados por el análisis de accesos. Se fortalece la idea de que éste es un lugar que privilegia interacciones más íntimas y exclusivas. Ahora, el hecho de que estos espacios presenten menor superficie visible puede deberse a que, por lo menos en los casos de F y H la presencia de otros vanos no pudo ser pesquisada en terreno dada su baja conservación. 54 Figura 12. Diagrama (sin escala) de las cancha F, G y H (izq. a der.) que ilustra la superficie visible de cada una desde los principales puntos de entrada. Siguiendo con el análisis de los atributos visuales, la visibilidad hacia las canchas, tomadas desde los extremos de las vías de circulación mirando hacia el asentamiento, tienden a confirmar una división entre mitad superior e inferior, y porciones E-W. Al posicionarnos en el extremo W de la calle principal que cruza el sitio en dirección NE-SW, por ejemplo, se comprobó que existe un importante quiebre visual marcado por la división interna de la cancha A, que impide visualizar los demás espacios ubicados hacia el E. Privilegia, en contraposición, una visualidad hacia el campo de petroglifos, tal como lo ilustra la figura 13 (en azul). En contraposición, desde el extremo opuesto de la calle principal existe una visión casi completa de todas las canchas localizadas en la mitad E (Figura 13, en naranjo), abriéndose el campo visual hacia la parte superior del asentamiento. 55 Figura 13. Visibilidad desde los extremos E y W del asentamiento. Los polígonos representan los límites de la superficie visible desde los lugares de referencia representados por puntos de colores. Para cada caso se definió la superficie visible mirando hacia el sitio, a excepción del punto azul, que incluyó también el área de visibilidad hacia el campo de petroglifos. Desde la mitad inferior del sitio el campo visual entre las canchas B y D aparece limitado por el muro divisorio de la primera y la calle 2. El otro punto de referencia (en gris en la figura 14), muestra mayor visualidad hacia las canchas del lado E y en ambos casos la calle principal constituye un quiebre visual importante que impide observar la mitad superior del sitio. 56 Figura 14. Visibilidad desde el extremo inferior del asentamiento. En rojo se muestra la ubicación de las calles transversales a la vía principal que entra desde el NE hacia el campo de petroglifos. Por último, desde la parte superior –y como es esperable considerando las diferencias de altura- hay una visualización mayor del asentamiento (Figura 15). No obstante, es interesante destacar que desde el punto de referencia situado en la calle 1 el campo visual es mucho más limitado, restringido por la presencia de los muros internos que dividen las canchas A y C. Así, la visión hacia la mitad E permanece bloqueada. Desde la calle 2 no existe visión de la cancha A, en cambio sí hay alta visualidad hacia el lado E y superior. Nuevamente la calle principal actúa como quiebre visual, impidiendo observar la parte inferior, a excepción de una porción de la cancha H. Los puntos de referencia en las calles 3 y 4 muestran alta visibilidad hacia el resto de las canchas de la porción inferior y E. La calle 2, en ambos casos aparece bloqueando la visión hacia el extremo W. 57 Figura 15. Visibilidad desde la parte superior del asentamiento. En suma, existe una visualidad bastante acotada a las diferentes porciones del sitio: desde la parte inferior no es posible ver la parte superior ni la mitad E de la cancha B, cuyo muro interno actúa de límite visual. Desde el extremo W es imposible ver el resto del asentamiento, pero sí hay un gran dominio visual del campo de petroglifos como lo muestra la Figura 13. Los puntos localizados en la parte superior de las calles 2, 3 y 4 privilegian la visión hacia las canchas del lado E, conformando así un grupo de cuatro canchas que son altamente visibles entre sí. En contraposición, los puntos de referencia de la parte W muestran que la visión desde estas canchas es muy limitada, siendo las vías de circulación los ejes que bloquean la visión hacia otros puntos del asentamiento. En términos visuales, las canchas A, B y C muestran grandes similitudes pese a que su resolución arquitectónica es distinta; son de carácter eminentemente público y con una baja visualidad hacia el resto del asentamiento. Este ejercicio muestra, en definitiva, que la topografía del lugar es utilizada para generar separaciones y asociaciones entre los distintos sectores del asentamiento, lo cual aparentemente podría correlacionarse con el tipo de funciones a la que fue destinada cada cancha y que preliminarmente hemos podido definir como de carácter más o menos público. 58 SEGUNDA PARTE. Análisis de Contenido: Estudios Previos Esta sección resume los resultados de las excavaciones practicadas en el sitio durante las campañas de terreno de los años 2006 y 20075, correspondiente a los trabajos sistemáticos más recientes realizados en Tarapacá Viejo. Asimismo, incluye información sobre el análisis de materiales obtenidos en dichas campañas. La cantidad de información para cada unidad excavada es variable, pues proviene de diversos informes con distinto grado de especificidad, resultando en una mayor o menor disponibilidad de datos para ciertos sectores del sitio centrados en la materialidad cerámica, textil, arqueofaunística, arqueobotánica y metalúrgica. En este contexto, ha cobrado especial relevancia el material cerámico que por su abundancia, versatilidad y por ser particularmente sensible a los cambios cronológicos y culturales es considerado el elemento diagnóstico por excelencia (Uribe 2004b). En general, la alfafería recuperada en Tarapacá Viejo corresponde a tipos asociados al período Intermedio Tardío y Tardío, con presencia menor de ejemplares asociados al período Colonial y escasos representantes del Formativo. La alfarería tardía de Tarapacá Viejo A partir de diversas sistematizaciones (Uribe 1998, 1999, 2004b, Uribe et al. 2007) se han propuesto dos tradiciones ligadas al período Tardío en el Norte Grande: una “Inca Local” y otra exógena o “Inca foránea”. Dentro de la primera se reconoce un conjunto de piezas que imitan las morfologías típicamente incaicas –como aríbalos, jarros, escudillas y ollas de pie o pedestal- pero producidas con materias primas que respetan la tradición local, caracterizadas por su aspecto granuloso y densas en cuarzo, donde se identifica también un significativo aumento de inclusiones brillantes conocidas como micas. El aspecto granuloso de las pastas indica que éstas no fueron tan finamente tratadas como los tipos foráneos, 5 Proyecto Fondecyt 1030923, sintetizado en Zori 2011. 59 mientras que la cocción suele ser incompleta dejando núcleos visibles y fracturas poco resistentes. En general, las superficies están pulidas y revestidas con pigmento rojo, que corresponde a una película bastante delgada que la mayor parte de las veces se pierde, dejando ver sólo manchas rojas. Las denominaciones otorgadas a estos tipos Inca locales toman como referentes a los sitios Pucará de Turi y Pucará de Lasana, donde estas variaciones tipológicas fueron identificadas por primera vez (ver Ayala & Uribe 1995, Uribe 2004). En el área tarapaqueña, en tanto, estos tipos se agrupan bajo la denominación Inca Altiplánico o IKL, presentando menos mica que los tipos atacameños tardíos a la vez que pastas más arenosas, continuando la tradición local. Los tipos Inca foráneos (Uribe 2004b, Uribe et al. 2007), en cambio, escapan a los parámetros locales en términos de materias primas y aspecto general, pues se fabrican con arcillas finas que resultan en pastas muy compactas y homogéneas con algo de mica, también denominadas “coladas” (Uribe 1999:14), mientras que sus superficies se encuentran revestidas con pigmento rojo y posteriormente pulidas de manera muy regular incluso alcanzando el bruñido. Dentro de este universo caben los tipos cerámicos llamados “Inca Provinciales”, que se alejan del estilo propiamente cusqueño y también del local, con un origen que se vincula a distintos puntos del altiplano y al Noroeste Argentino, principalmente6. Sumado a esto, existen ciertos ejemplares que se ajustan con bastante precisión a las definiciones clásicas de la cerámica Inca cusqueña, tanto en términos morfológicos como decorativos. Éstas se refieren principalmente a escudillas y aríbalos de pastas finas, muy bien pulidas y con decoraciones polícromas geométricas en colores variados como rojo, negro, blanco, ante y naranja, denominados genéricamente Inka Imperiales o INK (Uribe 1999 y 2004b). 6 Entre ellos se encuentra el tipo Yavi-La Paya (YAV) del territorio Chichas, y las escudillas Saxámar (SAX) del Altiplano Meridional (ver Uribe 2004b). 60 (a) Interior Interior (b) (c) Figura 16. Alfarería recuperada en excavaciones de Tarapacá Viejo: (a) Fragmento Inca Imperial (INK). Unidad 5, Capa 2. (b) Plato Inca Imperial (INK). Unidad 5, Capa 3a. (c) Fragmento con modelado ornitomorfo Inca Local (IKL). Unidad 5, Capa 3 (Fuente fotografías: Zori 2011:782-783). 61 Tarapacá Viejo ha sido reconocido como uno de los sitios con mayor diversidad cerámica asociada al Horizonte Tardío en el Norte Grande de Chile. Dentro de este conjunto, encontramos expresiones Inca Altiplánicas o Iocales (IKL), Inca Pacajes o Saxamar (SAX) además de ejemplares Inca Imperiales (INK), cuyas fechas se ajustan con bastante precisión al período Tardío (Anexos: Tabla IX). A este conjunto tardío se suman los tipos cerámicos del período Intermedio Tardío, los que siguen teniendo prevalencia en el sitio. En términos sintéticos, éstos se dividen en dos componentes cerámicos, uno más local y otro con vínculos altiplánicos denominados Pica Tarapacá y Altiplano Tarapacá respectivamente (Uribe et al. 2007:146). El primero se caracteriza por una tradición alfarera monocroma de vasijas restringidas, alisadas o estriadas y sin asas que continúan la industria formativa local. El segundo se relaciona con un tipo de cerámica alisada y pulida, con revestimiento rojo y/o decoraciones negras asociadas a las industrias de tierras altas (Anexos: Tabla X). El siguiente gráfico muestra la distribución de componentes cerámicos a partir de una recolección superficial sistemática realizada en 11 recintos, equivalente al 10% de las estructuras del sitio7. Muestra Superficial FORMATIVO 2% 1% PICA TARAPACÁ ALTIPLANO TARAPACÁ ARICA 33% 38% INKA HISTÓRICO 2% 24% N= 1.158 fragmentos Gráfico I. Distribución de componentes cerámicos provenientes del muestreo superficial de Tarapacá Viejo. Los componentes asociados al Período Intermedio Tardío (Altiplano Tarapacá y Pica Tarapacá) son mayoritarios, seguidos de los tipos pertenecientes al período Tardío. 7 Efectuada en el marco del proyecto Fondecyt 1030923. 62 Dentro del conjunto de alfarería tardía detectada superficialmente en Tarapacá Viejo, el tipo Inca Altiplánico (IKL) es claramente el más abundante, seguido por porcentajes menores de tipos Inca locales definidos en el área atacameña y, por último, una pequeña muestra del tipo Inca Pacajes o Saxámar sumado a algunos ejemplares Inca Imperiales (Gráfico II). Gráfico II. Porcentaje de alfarería por tipo/componente asociado al período Tardío e Histórico, proveniente de la recolección superficial. Destaca la predominancia de los tipos Inca Altiplánicos (IKL). CANTIDAD SUPERFICIE DENSIDAD DIVERSIDAD (Nº) (m2) (Nº/m2) DE TIPOS 5 67 116,4 0,57 5 14 140 442 0,31 5 17 174 85,4 2,03 5 25 24 42,2 0,56 3 28 11 32 0,34 4 33 242 165,2 1,46 6 40 120 96,5 1,24 6 46 7 29,3 0,23 3 68 14 15 0,93 4 69 351 750 0,47 6 76 8 15,9 0,50 3 RECINTO Tabla III. Recintos incluidos en el muestreo superficial, cantidad de cerámica recuperada en cada uno, densidad y diversidad presentes en su interior. 63 De los 11 recintos muestreados, el recinto 17 –ubicado en la cancha C- es el que muestra mayor concentración de fragmentos cerámicos por m2 (2,03) y a la vez presenta uno de los porcentajes más altos de alfarería tardía, alcanzando un 40,2% del total recuperado (Tabla III). En la mitad opuesta de la misma cancha, el recinto 25 presenta una concentración bastante menor (0,56) que el anterior, estando menos del 5% del total vinculado al período Tardío correspondiente tan sólo a un ejemplar Inca Altiplánico. El recinto 14 en la cancha E presenta una baja concentración de alfarería en su interior, en tanto que muestra un porcentaje alto de cerámica tardía (35,7%). Este recinto se vincula, además, al hallazgo de un quipu obtenido en las excavaciones. Éstas revelaron que el componente más abundante en la estratigrafía es el Pica Tarapacá a través de los tipos PCH, PGA y PCZ, que conforman el 60% de la muestra recuperada en el depósito. Por su parte, la cerámica tardía experimenta un significativo descenso, reduciendo su representación a un 4% del conjunto, concentrada en los estratos superiores sobre un piso preparado asociado a la ocupación del Intermedio Tardío (Zori 2011). Esto nos sugiere un escenario donde existe una continuación de la tradición alfarera local, la que sigue vigente aún en momentos en que la quebrada se encuentra sujeta al control incaico, muy probablemente destinada a sus reconocidas funciones domésticas. En paralelo, se reconoce el ingreso de alfarería incaica foránea en grandes cantidades, la cual pasa a cumplir un rol distinto y evidentemente complementario que no se relaciona solamente con un bien de prestigio –que sí puede ser el caso de la alfarería Inca Imperial, a juzgar por su menor frecuencia- sino, y recogiendo ideas ya planteadas por otros autores (Uribe 1999, Uribe 2004a, 2004b, Uribe & Cabello 2005), con la idea del servicio y consumo de bebidas y comidas. Siempre en la mitad superior del asentamiento, el recinto 5 –correspondiente a una habitación rectangular de la cancha G- muestra una baja concentración de cerámica (0,57) y sobre el 20% del total se vincula a estilos tardíos, dentro de los cuales destacan dos fragmentos Inca Imperiales (INK), además de 12 IKL y un fragmento Inca atacameño tipo LCP. En el extremo opuesto, el recinto 28 64 corresponde a un espacio entre recintos de la mitad E de la cancha A. De los 11 fragmentos cerámicos recuperados, sólo uno se vinculó al período Tardío presentando además una baja concentración de fragmentos cerámicos 2 recuperados por m (0,34). En términos generales, la parte superior del asentamiento concentra el 46% de la cerámica tardía recuperada en la recolección superficial, dentro de lo cual destaca el recinto 17 que presenta uno de los porcentajes más altos de tipos incaicos. El recinto 5 es el único que presenta tipos Inca Imperiales (2), lo cual constituye una de las diferencias más significativas entre la parte superior y la inferior del sitio, pues en ésta última dicho estilo está presente en cuatro de los cinco recintos muestreados. Llama la atención que pese a que la mitad inferior se encuentra a menor altura y que, por lo mismo, está más afecta al arrastre de material desde la parte superior, ambas porciones del asentamiento presentan concentraciones cerámicas bastante similares; lo que permite suponer que las distribuciones no se encuentran mayormente alteradas por este factor post depositacional. En la parte baja del sitio, destaca el recinto 33 por sobre el conjunto, el cual presenta una alta concentración de fragmentos cerámicos por m2, un alto porcentaje de alfarería tardía (36,3%) y el número más alto de fragmentos Inca Imperiales (INK) del sitio, muy por sobre el resto de los recintos recolectados que no presentan más de dos fragmentos cada uno, estando muchas veces totalmente ausentes. Asimismo, muestra la mayor cantidad de ejemplares Inca Altiplánicos e Históricos, mientras que los Inca atacameños están prácticamente ausentes, reduciéndose únicamente a un ejemplar. Sumado a esto, junto al recinto 69 y 40, exhibe la mayor diversidad de componentes cerámicos, identificándose en él tipos propios del Intermedio Tardío (altiplánicos y tarapaqueños), tipos ariqueños y formativos tardíos (QTC). La situación superficial fue corroborada en las excavaciones practicadas en el recinto, ya que dentro del conjunto excavado es el que presenta mayor cantidad de ejemplares incaicos en el depósito. Pero a diferencia de lo constatado en superficie, los fragmentos pertenecientes a los 65 componentes del Intermedio Tardío –Pica Tarapacá y Altiplano Tarapacáexperimentan un aumento importante resultando en un 40,9% de representatividad para los ejemplares del primer componente y 31,3% para el segundo. Mientras, el conjunto asociado al Horizonte Tardío –aun cuando es el más abundante de las unidades excavadas- se reduce a 20,6% del total recuperado (Zori 2011). En la mitad inferior, fue muestreado también el recinto 40, correspondiente a una habitación rectangular localizada en la esquina SE de la cancha F. Dicho recinto también presenta una concentración alta de fragmentos cerámicos y un 32,5% del total corresponden a tipos tardíos. Al igual que el recinto 33 y 69, la composición cerámica presente es altamente diversa, donde se cuentan tipos del Intermedio Tardío, ejemplares pertenecientes al componente ariqueño, dos ejemplares del Formativo tardío y dos históricos. No obstante, la cantidad de fragmentos Inca Imperiales se reduce a dos mientras que los Inca Altiplánicos corresponden a 37. En la mitad W de la cancha D, el recinto 46 –una pequeña habitación rectangular de 29 m2- arrojó la concentración de cerámica más baja del conjunto muestreado, lo que resulta esperable dado su reducido tamaño. De los siete fragmentos recolectados, tres corresponden al componente tardío, específicamente del tipo IKL. Cabe destacar que de los recintos muestreados en esta porción del sitio, es el único que no presenta muestras del tipo INK, lo que atribuimos preliminarmente a su pequeño tamaño y, en ese sentido, a su función. En la cancha B se hizo una recolección del recinto 69, que corresponde al espacio abierto que se forma en la mitad W de la cancha, el cual presentó una concentración relativamente baja pero que se condice con la amplitud de este espacio, el que alcanza los 750 m2. Los tipos presentes en su interior son altamente diversos, reconociéndose ejemplares de todos los componentes cerámicos presentes en el sitio: Pica Tarapacá, Altiplano Tarapacá, Arica, Formativo Tardío, Histórico e Incaico. Pese a ello, los tipos Inca foráneos se reducen a un ejemplar INK y 24 IKL, además de tres fragmentos Inca atacameños; lo que en suma significa que tan sólo un 8% de la muestra total se vincula directamente al período Tardío. En tanto, el 90% se relaciona a tipos del Intermedio Tardío, de los cuales un 52% corresponden al 66 componente Pica Tarapacá y 36% al componente Altiplano Tarapacá. Lo anterior implica que la mayor parte del conjunto alfarero superficial de este recinto se asocia a cerámica local. En esta misma cancha se recolectó la cerámica del recinto 76, correspondiente a una pequeña habitación rectangular de 16 m2 adosada al muro perimetral, desde donde se obtuvieron ocho fragmentos –una cantidad muy similar a la recuperada en el recinto 46 de la cancha D, que presentó características físicas, y suponemos funcionales, muy parecidas. A diferencia de ésta, en el recinto 76 sí se identificó un fragmento Inca Imperial, aunque la gran mayoría correspondió a ejemplares locales (PCH). En las excavaciones, la muestra cerámica también fue pequeña y poco densa, con un valor de 0,48 fragmentos por litro de sedimento extraído. La distribución porcentual tendió a repetir la situación constatada en superficie, con una mayor representación del componente Pica Tarapacá del Intermedio Tardío (66,1% del total) seguido por el componente Altiplano Tarapacá (14,5%) y por los ejemplares vinculados al Horizonte Tardío, los que alcanzaron un 7,5% de representación. Por último, se incluyó en la recolección superficial un recinto que se ubica fuera del conjunto central en el extremo NW del asentamiento, dentro de un grupo de estructuras que no siguen el patrón de organización en canchas del resto del sitio. En la estructura 68, de 15 m2, se recuperaron 14 fragmentos de cerámica de los cuales cerca del 30% correspondió a tipos tardíos, específicamente del tipo Inca Altiplánico. El resto del conjunto se asocia al componente local y altiplánico del Intermedio Tardío, exceptuando un fragmento histórico. 67 +!" *!" )!" (!" /01" '!" /12" &!" /0.3"343.353" %!" 637" 8/6" $!" #!" ." )( " ,- ." (+ " ,- ." (* " ,- ." &! " ,- ." %% " ,- ." $* " ,- ." $' " ,- ." #) " ,- ." #& " ,- ,- ." '" !" Gráfico III. Distribución por tipos cerámicos tardíos en cada recinto recolectado superficialmente. En términos generales, los recintos con mayor cantidad de cerámica tardía son los que presentan también mayor cantidad de cerámica del período Intermedio Tardío, específicamente del componente local Pica Tarapacá, exceptuando el recinto 69 donde la relación pareciera ser más bien inversa (Gráfico IV). Es un recinto con poca cantidad de alfarería asociada al período Tardío, en contraposición a los tipos locales y foráneos del Intermedio Tardío, que no supone necesariamente una ocupación más intensa durante el período preincaico. Desde nuestra perspectiva podría asociarse a un uso de este espacio por parte de población local que sigue utilizando la misma cerámica que el período anterior. En ese sentido, se produce una oposición interesante entre lo que sucede –en términos cerámicos- entre este espacio y el recinto 33, que se encuentra también en la porción baja del asentamiento pero en el extremo opuesto, que si bien exhibe una cantidad significativa de tipos del período de Desarrollos Regionales (locales y foráneos), muestran una concentración clara de tipos tardíos e históricos. 68 Gráfico IV. Distribución por componente recuperado en cada recinto recolectado superficialmente. Excavaciones en Tarapacá Viejo Las intervenciones realizadas en el sitio suman un total de ocho unidades excavadas en distintos sectores del asentamiento. Es importante tener presente que la mitad inferior del sitio -correspondiente a las canchas B, D, F y H (Figura 1)exhibe un pobre estado de conservación y un alto grado de alteración antrópica producto de la circulación vehicular por el camino adyacente y porque es el sector más ocupado durante la fiesta religiosa que se realiza anualmente en el pueblo de San Lorenzo. Durante el curso de la fiesta, las construcciones prehispánicas son utilizadas como soporte de estructuras temporales, removiendo porciones de los muros para acomodar carpas y cocinas (Vidal, E. 2009). Como consecuencia, el sector alto exhibe un mayor grado de conservación, ya que por encontrarse en pendiente dificulta el acceso de personas y vehículos. Pese a ello la estratigrafía muestra bastante coherencia y, contrario a lo que se podría esperar de un sitio con ocupación esporádica subactual, no hay mayor alteración del depósito siendo un rasgo común en las excavaciones efectuadas la presencia de pisos preparados relativamente intactos. No hay mayor alteración del sustrato y todos los sectores 69 presentan potentes estratos de relleno. Destaca la existencia de densos depósitos de basuras estratificadas, rasgos arquitectónicos como muros internos y trincheras de soporte que en general cortan las ocupaciones vinculadas al período Intermedio Tardío, dentro de las cuales son colocadas las fundaciones de los muros actualmente visibles, de data tardía o incaica. En términos generales, las excavaciones llevadas a cabo en Tarapacá Viejo demuestran que este sitio fue intensivamente ocupado desde el período Intermedio Tardío hasta épocas históricas, con fechas que se remontan por lo menos al 1.274 d.C. (Tabla IV). EDAD RADIOCARBÓNICA FECHA CALIBRADA (DC) Marlo de Zea mays 618 +/- 39 AP 1.289-1.405+ 3 Semillas de Trititcum sp 350 +/- 40 AP 1.450-1.650* 3 7B Fragmento de Cucurbita 610 +/- 40 AP 1.290-1.420* 53 3 14 Marlo de Zea mays 310 +/- 40 AP 1.460-1.660* E 14 2 15 Marlo de Zea mays 495 +/- 15 AP 1.413-1.440+ H 53 5 11 Vegetal 240 +/- 30 AP H 53 5 14 Carbón 370 +/- 30 AP H 33 5 16 MUESTRA CANCHA RECINTO UNIDAD CAPA MATERIAL NSF-AA82248 A 27 7 17 Beta269050 B 53 3 Beta269051 B 53 Beta260952 B UCLA58816 Beta294703 Beta294704 NSF-AA82247 Pelo de Cuy 662 +/- 38 AP 1.640-1.670 1.770-1.800 1.940-1.950* 1.450-1.540 1.540-1.630* 1.274-1.395+ Tabla IV. Fechados radiocarbónicos de Tarapacá Viejo (calibrados con dos sigmas). * + Proyecto VID/SOC 08/16-2 Zori, C. 2011. 70 + LARGO ANCHO PROFUNDIDAD VOLUMEN (m) (m) MEDIA (m) (lts) U7 2 1 1,68 3360 B U3 2 1 1,15 2300 B U6 2 1 0,91 1820 C U1 2 1 1,33 2660 C U4 4,5 1 0,52 2340 E U2 2 1 0,72 1440 G U8 2 1 1,21 2420 H U5 2 1 1,14 2280 CANCHA UNIDAD A Tabla V. Volúmenes excavados (lts) para cada unidad. La estratigrafía del sitio se compone de una serie de capas superficiales de sedimento arenoso de origen eólico y/o arrastre, depositados sobre rellenos densos y de gran espesor, los que a su vez se ubican sobre o entre pisos ocupacionales que en ocasiones se encuentran bastante bien definidos (Zori 2011). El volumen excavado fluctúa entre los 1.400 a 3.300 litros de sedimento (Tabla V), un parámetro que permite hacer comparaciones entre unidades de excavación en términos de la cantidad de tierra removida y que a su vez posibilita referirse a la densidad de materiales recuperados. Cancha A Unidad 7 Características y Estratigrafía La cuadrícula de excavación de 1x2 metros fue ubicada dentro del recinto 27, en la porción superior del sitio, junto al muro W (Anexos: Figura 21). Ésta corresponde a una construcción de tamaño medio que alcanza los 53,35 m2 de superficie y que se encuentra emplazada dentro de la cancha A. A diferencia de las otras canchas, ésta presenta muy pocas subdivisiones internas y la localización de la unidad de excavación tuvo por objetivo explorar las posibles 71 actividades desarrolladas en este sector del asentamiento. Los cuatro paramentos del recinto presentan muros dobles con relleno construidos con piedra y mortero y, dado el actual estado de conservación, sólo en el muro norte fue posible observar el aparejo sedimentario. La estratigrafía reveló múltiples capas de basuras sobre un piso compacto (capa 7) en el que se reconoció un agujero de poste con forma regular de 20 por 45 cm de diámetro, utilizado para el soporte de una techumbre. Bajo la capa 7 los fragmentos cerámicos recuperados se asocian solamente a momentos prehispánicos tanto incaicos como preincaicos, sugiriendo que dicho piso y el depósito sobre él pueden relacionarse con cierta precisión a momentos históricos. Inmediatamente bajo él aparecieron sucesivos estratos de desechos –que se extendieron desde los 40 a los 120 cm de profundidad, aproximadamente- que incluían material de derrumbe de una pared interna además de abundante material cultural. Dichos estratos estaban dispuestos sobre un piso ocupacional de barro apisonado (capa 14) encontrado a una profundidad relativa de 125 cm bajo la superficie, similar a lo evidenciado en otras unidades excavadas. El muro interno se identificó hacia el perfil E de la unidad y su construcción mostró características distintas a la de los paramentos visibles del sitio, entre ellas la inexistencia de una trinchera de soporte para las fundaciones y la ausencia de uso de mortero para fijar los bloques rocosos que dieron forma a la pared (Anexos: Figura 22). En este caso las fundaciones descansan inmediatamente sobre el estéril sobre el cual se ubica el piso de barro, sugiriendo que la construcción del muro podría ser relativamente anterior a la del piso; adicionalmente, los bloques que lo conforman demuestran ser de un tamaño mucho mayor a lo observado en otras unidades, sin existir la distinción entre fundaciones de gran tamaño y porción aérea con bloques de menores dimensiones. Tanto el material cerámico recuperado en este piso como bajo él fueron asociados directamente a tipos del complejo Pica Tarapacá, sugiriendo una data para el piso y el muro atribuible al Intermedio Tardío. Lo 72 anterior fue confirmado por una fecha radiocarbónica de un marlo de maíz proveniente del estrato bajo el piso datado en 1.298-1.405 d.C.8 Materiales Recuperados En términos del material cerámico recuperado, esta unidad arrojó la frecuencia más alta alcanzando un total de 5.785 fragmentos y también la mayor densidad, con 1.721 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII), equivalente a casi dos fragmentos por litro de sedimento extraído. Dentro del conjunto recuperado, la vasta mayoría se correlaciona con tipos locales del complejo Pica Tarapacá (PCH) además de tipos ariqueños y aquellos relacionados al componente altiplánico del Intermedio Tardío (CHP, IRR, ISL, ISD, TAL). En las capas bajo el piso ocupacional inferior (capa 14) sólo se identificaron tipos locales de este período, lo que de alguna manera podría dar cuenta de una potencial separación entre las fases Tarapacá y Camiña (Zori 2011:457; ver Uribe et al. 2007). Como se adelantó, la alfarería asociada al período Tardío está completamente ausente bajo el piso inferior, concentrándose entre los dos pisos preparados reconocidos en estratigrafía donde no aparecen materiales históricos, pudiendo correlacionar este relleno entre pisos a eventos de data prehispánica tardía. Los textiles recuperados se concentran significativamente en la capa 2, desde donde se extrajeron 19 fragmentos de un total de 23, correspondiente a poco más del 15% de la muestra total. La mayor parte de ellos provenían de estratos de basura. Destaca un fragmento de inkuña recuperado en el estrato 2, decorada con el motivo de dos rombos con punto central en sucesión vertical ejecutado en azul, celeste y rojo (Agüero 2009:22) que, según lo señalado por esta autora, son colores característicos de los desarrollos regionales de los Valles Occidentales (Anexos: Figura 23). Además, en esta capa se identificó un fragmento de túnica muy reparada, otro con listados laterales en café oscuro y café, un fragmento inferior de túnica asociada a una orilla de urdimbre curva, un costal, dos 8 Zori, C. 2011. Muestra AA82248. Calibrada con OxCal 4.0 (95,4%). 73 fragmentos de mantas gruesas, distintas porciones de una misma talega y ciertas prendas no identificadas. Dentro de los artefactos ligados a la producción textil, se identificaron agujas de espina de cactus y varios fragmentos de probables torteras recuperadas en los estratos de basuras superiores de la unidad (sobre capa 7). Los restos botánicos sumaron un total de 653 especimenes (Vidal, A. 2009). Prosopis sp resultó ser el más representado alcanzando un 67% de la muestra total. Los cariopses de Zea mays son los segundos restos más abundantes con 66 unidades, seguidos de 50 fragmentos de pericarpios de curcubita y 40 carozos de chañar (Geoffroeae decorticans). Los carporrestos menos representados corresponden al género Gossypium, identificándose sólo tres semillas; éste suele mostrar la menor presencia en la mayoría de las unidades excavadas. Dentro del conjunto, la capa 12 es la que muestra mayor concentración de restos vegetales, que corresponde casi al 62%. Esto es coincidente con la presencia de artefactos manufacturados con materias primas de origen vegetal, registrándose siete de un total de 15, entre los que se identifican tres espinas de algarrobo posiblemente utilizadas como agujas o perforadores, un palo con punta aguzada cuya función podría relacionarse a un pirograbador, fragmentos de contenedores hechos con calabazas con y sin decoración, la tapa de uno de estos contenedores de la misma materia prima y fibras torcidas usadas posiblemente como cordeles. La cantidad de fragmentos de curcubitas, sumado a la presencia de una semilla de Lagenaria sp. –la única recuperada en las excavaciones- podría señalar la ocurrencia de actividades relacionadas a la preparación de alimentos, por ejemplo, la extracción de la carne de las curcubitas y el consecuente descarte de la cáscara y las semillas. Tal como en la unidad 3, aquí también se reconoció la presencia de una semilla de coca (Erythroxylum) que podría relacionarse con momentos tardíos e incluso coloniales tempranos dentro de la secuencia ocupacional tarapaqueña. Esto, de acuerdo a información etnohistórica que señala la existencia de cocales en los valles intermedios de Arica y Tarapacá durante el siglo XVI –y posiblemente en momentos previos-, parte de los cuales fueron cedidos en encomienda a Lucas Martínez Vegazo cuyos títulos de propiedad mencionan este tipo de cultivos, 74 específicamente en las cabeceras del valle de Azapa (Ríos y Pizarro 1991 en Vidal, A. 2009). A diferencia de otras unidades, las evidencias de actividades metalúrgicas están casi completamente ausentes en este recinto, reduciéndose a dos pequeños fragmentos cerámicos con restos de escoria en su interior provenientes de las capas de desechos localizadas entre los pisos identificados. Esto sugiere que dicha actividad no estaba llevándose a cabo en este espacio (Zori 2011). Cancha B Unidad 3 Características y Estratigrafía La cuadrícula de 1x2 metros fue ubicada dentro de la estructura 53 en la cancha B, que posee varias habitaciones en su interior de tamaño variable (Anexos: Figura 24). La decisión de explorar la estratigrafía de la estructura también se relacionó con la idea de conocer la posible función de este tipo de estructuras pequeñas. En general, su tamaño es bastante reducido con una superficie de 40,8 m2 exhibiendo hiladas dobles con relleno excepto en el muro norte, que no presenta relleno. Lo mismo ocurre con el aparejo que se identificó como sedimentario en estos tres paramentos, sin posibilidad de ser observado en el muro norte. La estratigrafía de esta unidad estuvo formada básicamente por distintos y sucesivos eventos de quema depositados bajo un estrato de arena post ocupacional y sobre tres capas de basuras o desechos estratificados. La última de éstas cubría un piso mucho más compacto, posiblemente preparado, que contenía un lente de ceniza asociado a una piedra de moler hallada in situ. Además, se reconocieron dos pozos irregulares excavados en este piso cuya profundidad se extendió hasta el estrato estéril. El piso preparado fue cortado por una trinchera de soporte paralela al muro W del recinto, sugiriendo que éste tiene una data previa a 75 la construcción de la estructura. Dentro de esta trinchera se dispusieron grandes bloques rocosos que funcionaron a modo de fundaciones del muro, sobre las cuales se colocaron piedras más pequeñas que formaron una hilera doble, fijadas con ayuda de un mortero de color café claro (Anexos: Figura 25). Esta misma técnica constructiva se observó en otras unidades excavadas en el sitio. Asociado a los eventos de quema se encontraron varios elementos vinculados a la ocupación histórica del sitio; entre ellos destaca un trozo de textil de algodón que pareciera haber sido fabricado a máquina, además de trece granos de trigo (Triticum sp. [Vidal, A. 2009:11]). Materiales Recuperados Se recuperaron 2.959 fragmentos cerámicos en esta unidad, con una densidad aproximada de 1.400 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII). En general, este conjunto muestra una clara predominancia del componente local del período Intermedio Tardío –representado por los tipos PCH y PGA-, alcanzando un 52% de la muestra total, pero con gran porcentaje del conjunto en la categoría de indeterminado (IND: 20,7%) y erosionado (ERO: 9,16%), (Gráfico V). La cerámica del período Tardío, en cambio, es visiblemente escasa, con apenas un 1,6% de representación. Este último conjunto está mayormente compuesto por tipos IKL que alcanzan 25 fragmentos. 18 se definieron como Inca Altiplánico dudoso (IKL?), dos Inca Imperiales (INK) y otros tres posiblemente de la misma filiación (INK?). Además, se reconoció un posible fragmento Saxamar (SAX?). 76 UNIDAD 3 Porcentajes por componente cerámico FORMATIVO 0,7% PERÍODO MEDIO 0,03% PICA TARAPACÁ ALTIPLANO TARAPACÁ 9% ARICA PIT ATACAMEÑO 21% INKA 52% HISTÓRICO 0,14% INDETERMINADO 14% 1,7% EROSIONADO 0,14% 0,9% Gráfico V. Gráfico con los porcentajes de cada componente cerámico 2 2 1 1 16 18 1 2 1 INK 1 INK? 1 2 25 3 SAX? 1 PCH 52 4 12 3 3 8 PGA 12 3 4 5 5 8 PGA? TOTAL Capa 9C 1 Capa 10 Capa 9B 2 Capa 9A Capa 7C Capa 7B Capa 7A 1 Capa 6 1 Capa 8 IKL? Capa 5 10 Capa 4B Capa 2 5 Capa 4A Capa 1 IKL Capa 3 Cerámica proveniente de la excavación de la unidad 3. 2 107 4 158 46 163 53 27 79 322 148 864 58 144 98 660 23 Tabla VI. Unidad 3. Distribución de los tipos cerámicos del componente Pica Tarapacá (PCH, PGA y PGA?) y Tardío (INK, IKL, SAX?) por capa excavada, destacando la mayor concentración de los mismos entre las capas 7 y 9. 77 27 La mayor parte de los fragmentos IKL de encuentran en las capas superiores, lo que hace suponer que su depositación es resultado del relleno natural del sitio. No obstante, los fragmentos INK recuperados se concentran en las capas 7 y 9, bajo los niveles donde se detectó la presencia de elementos históricos. Es claro que en estos mismos estratos es donde se concentran los tipos PCH y PGA, lo que refuerza la data prehispánica de éstos y que, a la vez, sugiere una sincronía en cuanto a los usos de estas cerámicas (Tabla VI). Las evidencias textiles fueron extremadamente escasas en comparación con las demás unidades excavadas. En las capas 2 y 7 se recuperaron fragmentos de textiles aparentemente históricos, corroborando la asociación colonial de dichos estratos. Por su parte, los artefactos asociados a la producción textil se encuentran ausentes, marcando ciertas distinciones respecto a las otras unidades excavadas donde estos artefactos son relativamente comunes (Zori 2011). Respecto a los restos arqueobotánicos (Vidal, A. 2009), la unidad 3 presenta tres episodios más o menos claros: el primero –representado por las capas de la 1 a la 6- es relativamente homogéneo en términos de cantidad, donde destaca la capa 3 que presenta evidencias de una semilla de coca (Erythroxylum) y 11 granos de trigo (Trytricum sp.). El segundo episodio, desde la capa 7, muestra un evidente aumento de carporrestos (frutos y semillas) llegando a identificarse 1.107 semillas de Prosopis sp. sólo en esta capa. Por último, el estrato 9 vuelve a mostrar una mayor concentración de restos vegetales, en este caso fundamentalmente maíz (Zea mays), identificándose 22 mazorcas que representan casi el 40% de los especimenes recuperados de la unidad. A partir de la capa 10 el material botánico disminuyó considerablemente en términos de cantidad y diversidad, lo cual podría ser indicativo de una menor intensidad ocupacional. Ahora, en términos de los restos arqueofaunísticos (González 2009), los camélidos resultan ser los más abundantes, aunque destaca un cráneo casi completo de Cavia porcellus y la presencia de especies introducidas en épocas históricas como Canis familiaris y Bos taurus. Las especies marinas fueron escasas, representadas por un 78 fragmento de hueso preopercular de un pez no identificado –lo que indica que por lo menos su cabeza llegó hasta acá completa- y algunos restos malacológicos como ostra, ostión y un fragmento de Oliva peruviana representado a través de una cuenta de collar. Lo mismo se evidencia para los restos asociados a la metalurgia, los cuales fueron significativamente menores a los hallados en otras unidades. Entre ellos, hay fragmentos de mineral sin fundir y algunos restos de escoria en los estratos de basuras bajo los eventos de quema de data histórica que bien podrían haber llegado aquí como parte del relleno, pues no existen crisoles, moldes u otros elementos que atestigüen la producción de metales en este lugar (Zori 2011). Unidad 6 Características y Estratigrafía Esta unidad de 1x2 metros fue ubicada dentro de un recinto pequeño de 15,9 m2 de superficie adosado al muro W de la cancha B (Anexos: Figura 26). Ésta destaca por la relativa uniformidad que a primera vista presenta su organización interna, la cual es altamente contrastante con las características de las demás canchas, a excepción de la D. Forma parte del conjunto de estructuras subdivididas en mitades del lado SW del sitio y posee la particularidad de contener bloques con petroglifos en su interior, tanto en el muro divisorio interno como en la mitad W. Esto es observado también en las canchas A, C y E aunque en éstas los bloques con grabados forman parte de los muros externos, estando ausentes en el interior. Los paramentos del recinto excavado presentan hilada doble sin relleno y están desaplomados; dado su estado de conservación no fue posible detectar la presencia de vanos. La estratigrafía estuvo formada por sucesivas capas de arena con inclusiones orgánicas en mayor o menor densidad y materiales mixtos –que según los tipos cerámicos recuperados van desde el Formativo Tardío hasta el período Colonialdispuestas sobre un piso compacto (capa 6) en el que se identificó un agujero que 79 por sus dimensiones y regularidad seguramente estuvo destinado al soporte de una techumbre. Sumado a esto, se reconoció un segundo pozo cuyo relleno contenía cerámica asociada Intermedio Tardío, numerosos desechos de actividades metalúrgicas y fragmentos de papeles con escritos de data histórica. Lo anterior indica que este piso fue una superficie ocupacional que puede vincularse a momentos coloniales tempranos y posiblemente prehispánicos tardíos. Bajo el piso, se identificó una capa de desechos con restos cerámicos asociados a momentos preincaicos e incaicos que cubrían un segundo piso compacto de barro apisonado (capa 10) –muy similar a lo evidenciado en la unidad 5, asociado a un evento de quema o fogón que se descubrió hacia la esquina SE. El material cerámico recuperado en el estrato 10 se relacionó exclusivamente con tipos del Intermedio Tardío. Tanto el piso como la capa de desechos que lo cubría aparecieron cortados por la trinchera de soporte del muro norte, rasgo nuevamente presente en este recinto (Anexos: Figura 27). De manera similar a lo observado en otras unidades, se identificaron pozos de almacenaje excavados en el piso preparado, penetrando hacia el estrato estéril. Materiales Recuperados El material cerámico recuperado en esta unidad es bastante menor en relación a las demás unidades excavadas (863 fragmentos), con una densidad aproximada de 500 fragmentos por metro cúbico excavado, guardando ciertas similitudes en estos términos con la unidad 2 (Anexos: Gráfico VII). Como en las demás áreas, la cerámica del Intermedio Tardío fue la más abundante (82,1%), de los cuales 557 (66,1%) fragmentos correspondieron al tipo PCH. El resto estuvo compuesto por tipos altiplánicos del Intermedio Tardío -IRR, CHP, ISD, ISL y TAL- además de algunos fragmentos relacionados con los valles ariqueños. En cuanto a la alfarería tardía, ésta fue relativamente escasa en estratigrafía alcanzando 7,5% del total, todos relacionados a tipos incaicos locales y recuperados en los estratos superiores sobre el primer piso ocupacional (capa 6) y sobre el piso de barro apisonado correspondiente a la capa 10, bajo la cual estuvieron totalmente ausentes. Fragmentos de alfarería colonial se identificaron sólo en las primeras 80 dos capas de arena mezclada con otros materiales culturales, las cuales en términos de frecuencia sólo corresponden al 0,4% de la muestra total (Zori 2011). Respecto a la materialidad textil, ésta también demostró una densidad bastante baja resultando en tres fragmentos correspondientes al 2% del total de la muestra. No obstante, la presencia de un fragmento de chuspa de colores café claro, azul y rojo con un motivo de rombos tejida con la técnica de urdimbres complementarias (Anexos: Figura 28) –recuperada en una de las capas inferiores de la unidad- es altamente destacable, pues remite indudablemente a momentos finales del Intermedio Tardío y de contacto con el Inca (Agüero 2009:21). Por su parte, los restos botánicos fueron significativamente inferiores tanto en términos de frecuencia como diversidad en comparación a las demás unidades, lo cual podría atribuirse al reducido tamaño del recinto -el más pequeño dentro de las estructuras excavadas- y en ese sentido a su función. Se contabilizaron un total de 720 elementos de los cuales un 94% corresponde a Prosopis sp, identificados a lo largo del perfil estratigráfico desde la capa 3 hasta la 16, concentrándose de manera más significativa en los estratos 5 y 14 con 23% y 25% de representación, respectivamente. Les siguen, aunque en número significativamente menor, los cariopses de maíz (17 granos) y luego los fragmentos de curcubitas y marlos con seis unidades en cada caso (Vidal, A. 2009). En cuanto a los materiales arqueofaunísticos (González 2009), Lama sp. continuó siendo la especie con mayor representación alcanzando un total de 136 fragmentos (82,9%) equivalentes a un NMI de 14 individuos. Las evidencias fueron recuperadas en todos los estratos excavados pero particularmente concentradas bajo el primer piso o capa 6. En esta unidad están ausentes los fragmentos de minerales sin fundir hallados en otros recintos excavados; pero sí se recuperó escoria, una gota de cobre con estaño y un fragmento de plomo, que podría ser evidencia del proceso de extracción de plata por copelación con plomo, una técnica atribuida a la ocupación 81 incaica de la quebrada (Zori 2009). Esta evidencia es tremendamente significativa pues confirma la idea que este asentamiento albergó actividades relacionadas a la producción de metales utilizando técnicas altamente refinadas y complejas sin antecedentes previos al período Tardío de la región. Cancha C Unidad 1 Características y Estratigrafía La unidad 1 corresponde a una cuadrícula de 1x2 metros, ubicada hacia la mitad sudeste de la estructura 20, por fuera del recinto 21 (Anexos: Figura 29). El recinto en el cual se emplazó es una estructura subrectangular que alcanza 823 m2 y que presenta paramentos de doble hilada con relleno hechos con piedras naturales y mortero. Sólo en el muro E fue posible distinguir el aparejo -definido como rústico a sedimentario, y en todos fue posible identificar una mezcla de piedras naturales y canteadas para la construcción de los mismos. Se reconoció un vano con orientación NW (245°) que conecta el interior con la calle central. En superficie se identificó una concentración importante de mineral sin fundir, un fragmento de horno y cerámica con escoria adherida a su superficie interior, evidencia que preliminarmente sugirió la realización de actividades metalúrgicas en este sector. La estratigrafía estuvo conformada por eventos de relleno compuestos por basuras diversas dispuestas sobre un estrato asociado a una ocupación del período Intermedio Tardío –capa 15- y un pozo excavado en el estéril. Bajo el estrato 15 sólo se recuperaron fragmentos cerámicos del Intermedio Tardío, una mezcla de alfarería del complejo Pica Tarapacá y del componente altiplánico asociado (ver Uribe et al. 2007), marcando una división temporal importante en la estratigrafía de la unidad. El contenido del pozo excavado en el estrato estéril también arrojó alfarería vinculada al Intermedio Tardío, sugiriendo que probablemente se trate de un rasgo asociado a la ocupación preincaica del asentamiento. 82 Materiales Recuperados La alfarería recuperada sumó un total de 2.535 fragmentos incluyendo tipos del Formativo Tardío, tipos locales asociados al Complejo Pica Tarapacá, tipos altiplánicos del Intermedio Tardío –éstos dos últimos conforman la mayor parte de la muestra- además de cerámica Arica (1,1%) y alfarería asociada al período Tardío (IKL) correspondiente al 1,4% de la muestra total de la unidad (Zori 2011:381). Cabe destacar que los tipos vinculados a épocas coloniales o históricas estuvieron completamente ausentes y que la densidad cerámica alcanzó los 950 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII). En cuanto a la materialidad textil, de los 146 fragmentos textiles recuperados en las ocho unidades excavadas –la mayor parte de ellos no identificados, el 29% corresponden esta unidad. Hay distintas categorías funcionales representadas a partir del estrato 3 como túnicas o mantas, taparrabos, bolsas domésticas, un probable tirante de bolsa o capacho y varios fragmentos no identificados. En el estrato 6 destacó una cubierta café de un gorro tipo Fez de filiación incaica, además de un probable taparrabo también asignable al período Tardío procedente de la capa 8. En ésta última se recuperó parte del gorro Fez de la capa 6 (Anexos: Figura 30), sugiriendo una unidad depositacional entre estos dos estratos. Las características de las prendas de vestir entre las capas 3 hasta al menos la 9 representa contextos usualmente asociados a cementerios, lo cual sugiere que estos depósitos podrían haberse formado de manera natural por arrastre de material desde áreas de funebria, presentes en los alrededores del sitio (Agüero 2009:10). Lo anterior se ve reforzado por la presencia de un fragmento de molar y un calcáneo humano que podrían haber provenido de una tumba, aunque son de carácter aislado. Desde el estrato 14 hacia abajo los textiles disminuyeron ostensiblemente, sin detectarse la presencia de prendas de vestir, sino únicamente elementos de naturaleza doméstica como huinchas y bolsas –además de tipos no identificados- de mayor tamaño y con evidencias de reparaciones. Esto es concordante con la estratigrafía de la unidad que, como se mencionó antes, muestra un quiebre significativo desde de la capa 15 hacia abajo, donde sólo se 83 recuperaron fragmentos cerámicos del Intermedio Tardío. De esta manera, se refuerza la idea de que la ocupación inicial corresponde a ese período –asociada a los estratos 15 a 21- seguida por una ocupación atribuible a momentos incaicos representada aproximadamente por los estratos 4 a 9. En cuanto a los artefactos relacionados con la producción textil, se identificaron dos fragmentos de torteras, un ovillo y numerosas espinas de cactus (Agüero 2009). Es interesante tener en cuenta que la mayor parte de éstos fueron recuperados en estratos sobre el 15, un hecho que sugiere un aumento en la producción de textiles hacia los períodos tardíos del sitio. El análisis del material arqueofaunístico (Zori 2011:383) reveló que la mayor parte de los desechos de la unidad corresponden a Lama sp., incluyendo porciones pélvicas y de huesos largos relativamente completas. Los restos malacológicos, recuperados principalmente en los estratos superiores 2 a 13 también son bastante comunes. En relación a los restos botánicos, el maíz fue la evidencia macrobotánica más común de la unidad, incluyendo marlos, cariopses, tallos, hojas y flores revelando que posiblemente éstos llegaban completos al sitio y eran procesados en su interior. También se reconocieron restos de chañar (Geoffroea decorticans), algarrobo (Prosopis sp) y curcubita. Semillas y vainas de algarrobo fueron obtenidas en todos los estratos excavados, sugiriendo el consumo de esta especie silvestre siguió siendo relevante posiblemente hasta épocas coloniales tempranas. Complementariamente, se identificaron restos de Phragmites australis, caña usualmente utilizada para la confección de techumbres, Equisetum sp. (cola de caballo o hierba del platero) y Cortaderia sp. También esta fue la unidad con mayor cantidad de artefactos relacionados a la producción metalúrgica. Esto indica que el procesamiento de materia prima, la fundición y producción de objetos metálicos fueron actividades de gran importancia dentro de la estructura donde se ubicó la unidad. Todas las etapas de la cadena operativa de la producción de metales fueron reconocidas, siendo los 84 restos de mineral sin fundir uno de los elementos más comunes, sobre todo en las capas superiores, pero disminuyendo considerablemente desde el estrato 13 hacia abajo y estando ausentes en y bajo la capa 15. Lo anterior lleva a pensar que el procesamiento de materias primas no fue una actividad realizada en el sitio en épocas preincaicas, aunque sí asociada al período Tardío cuando –a juzgar por la gran cantidad de evidencias encontradas en la unidad- pasa a ocupar un lugar preponderante dentro de las funciones sugeridas para esta estructura. Cabe destacar que dentro del conjunto de artefactos vinculados a la metalurgia de esta unidad, hay un fragmento de huayra u horno para fundición, varios fragmentos de moldes cerámicos y de piedra, crisoles, prills o gotas de metal fundido, entre otros, todos las cuales fueron recuperadas sobre el estrato 15, reforzando su vinculación con la ocupación tardía del asentamiento (Zori 2011). Unidad 4 Características y Estratigrafía La unidad 4 fue localizada paralela al muro norte del recinto 19, pues éste presentó características distintas a las observadas en el resto del asentamiento dado que se aleja del patrón rectilíneo siguiendo una alineación diagonal hacia el NW, con cantos rodados dispuestos de forma espaciada (Anexos: Figura 31). Asimismo, está ubicado en un lugar que tiene asociación directa al área de fundición identificada en el límite SW del sitio, coincidente con la parte más alta y con mejor exposición al viento. Ésta fue identificada a través de prospecciones sistemáticas en los alrededores de Tarapacá Viejo, revelando una concentración de fragmentos de hornos de morfologías variadas, abundantes restos de carbón y presencia de escoria (Donley 2006, Zori 2011). El recinto tiene una superficie de 252,8 m2 con muros dobles con relleno, a excepción de una sección del muro norte que presenta hilada simple y está construido sólo de piedras y sin mortero. Únicamente en el muro sur fue posible observar el aparejo sedimentario, mientras que en todos se constató un trabajo natural y canteado de las piedras, excepto en el muro norte que presentó sólo trabajo natural. En suma, éste escapa de la norma 85 constructiva de los demás paramentos, sugiriendo un momento distinto de construcción. La unidad originalmente excavada correspondió a una cuadrícula de 2 m2 que se extendió un metro hacia el W para seguir a un posible piso localizado bajo una capa superficial de relleno eólico y cenizas. En el extremo opuesto, apareció un bloque rocoso de grandes dimensiones que impidió continuar la excavación en la mitad E, razón por la cual se amplió la cuadrícula original 1.50 metros hacia ese lado (4E). En total, la unidad alcanzó dimensiones de 1 m de ancho por 4,5 m de largo. La estratigrafía se comportó de manera similar a lo observado en las unidades anteriormente descritas; el relleno eólico de arena superficial cubría una serie de capas de basuras estratificadas dispuestas sobre un piso correspondiente al estrato 5, cortado nuevamente por una trinchera de soporte del muro. Paralelamente, este piso fue intervenido por varios pozos destinados posiblemente al almacenaje. En las porciones del centro (4) y el E (4E) de la trinchera, este piso se ubicó directamente sobre el estéril; no obstante, en la unidad 4W se situó sobre una capa poco compacta que contenía materiales orgánicos y algunas piedras de tamaño pequeño, con cerámica vinculada exclusivamente al Intermedio Tardío, al igual que el piso sobre él. Como se mencionó, el piso fue intervenido por la construcción de la trinchera de soporte para las fundaciones del muro del recinto 19, cuya profundidad atravesó el estrato estéril y en cuyo relleno se identificó un fragmento de cerámica Inca local o altiplánico. Este hallazgo aislado y la asociación del piso al período Intermedio Tardío lleva a pensar que esta intervención constructiva puede vincularse con cierto grado de certeza al período Tardío. Sin embargo, la parte visible de este muro es distinta pues no involucró el uso de mortero y porque su orientación difiere a la del resto del sitio. Lo anterior sugiere que el planeamiento original de esta sección de la cancha fue modificada de manera parcial en momentos históricos, aunque los indicadores de esta ocupación en la unidad son escasísimos, reduciéndose a algunos fragmentos de fauna post hispánica como canis familiaris y bos taurus, entre otros (González 2009). 86 Materiales Recuperados De esta unidad se obtuvieron 3.176 fragmentos cerámicos, con una densidad de 1.357 fragmentos por metro cúbico excavado. A partir de su análisis se determinó que los primeros cuatro estratos de relleno ubicados sobre el piso compacto tenían una naturaleza mixta pero tardía, conteniendo tipos cerámicos históricos, incaicos y preincaicos. La vasta mayoría de la alfarería recuperada en esta unidad corresponde a fragmentería PCH (Pica Charcollo), seguida por tipos altiplánicos del Intermedio Tardío (IRR, ISD, CHP y escasas muestras de ISL y TAL) (Zori 2011). Dentro del conjunto textil se hallaron fragmentos de túnica recuperadas en las capas 1 y 4 (unidad 4); 7, 10 y 11 (unidad 4E), confeccionada con dos piezas unidas al centro con listados en rojo y azul sobre fondo café, asociada al los desarrollos regionales del valle de Azapa, que además presentó residuos estomacales, indicando que en algún momento estuvo cubriendo un cuerpo. Sumado a esto, se obtuvieron fragmentos de un costal, una pulsera o tobillera, un palito con lana enrollada, ovillos, flecaduras, fragmentos de wayuñas, talegas y costales, sogas, un fragmento de chuspa y el cuerpo de una honda. Destaca la presencia de una posible miniatura que guarda gran similitud con las identificadas en el cementerio Formativo Tr-40, ubicado en la misma quebrada (Agüero 2009:15). En total se identificaron 40 fragmentos de tejidos (27% de la muestra textil). En general, es común que fragmentos de las mismas piezas se encuentren en capas diferentes, sugiriendo que se trata de un depósito mixto. La naturaleza de estos elementos se asocia principalmente con actividades de almacenamiento, carga y/o transporte; al mismo tiempo, la túnica y la tobillera avalan la existencia de interacciones con otras regiones culturales, en este caso específico con los valles ariqueños (Agüero 2009). Los análisis arqueofaunísticos (González 2009) demostraron que, pese a que el volumen excavado fue mayor que las demás unidades, la cantidad de restos de fauna recuperados fue menor en términos comparativos. Los camélidos fueron la 87 especie predominante, alcanzando un 88% de representación, estando presente en cada una de las capas excavadas pero particularmente concentradas en la capa 7, que abarcó 40% del total de restos animales recuperados. Las capas 2, 6 y 7 presentaron evidencias ictiológicas aunque en muy baja cantidad, dentro de los que se identificó un supraopérculo –parte del hueso que protege las branquias, indicando que los pescados probablemente se trajeron completos al sitio, incluyendo sus cabezas. Posibles restos de Lagidium viscacia se identificaron en la capa 4, evidenciando prácticas de caza y consumo de animales menores. Es importante señalar la ausencia de restos malacológicos que representan una evidencia conspicua en el resto de las unidades excavadas. La muestra de restos botánicos, en tanto, repite lo hallado en otras unidades: maíz, chañar, algarrobo, curcubitáceas y caña, siendo el primero el más abundante dentro de la muestra analizada, particularmente concentrado en la capa 4. Las demás especies se encontraron distribuidas de manera relativamente uniforme a lo largo de la secuencia ocupacional, sin mostrar cambios de frecuencias significativos (Zori 2011). Pese a la relación de proximidad que existe entre este recinto y el área de fundición asociada al sitio, las evidencias de actividades metalúrgicas fueron relativamente escasas pudiendo ser relacionadas a las últimas etapas del proceso productivo. Así, en los estratos superiores sobre el piso compacto (capa 5), se recuperó un fragmento de molde de cerámica además de tres láminas de cobre provenientes de la capa 2, asociadas a una concentración de ceniza y carbón que podría ser evidencia de un proceso de fundición (Zori 2011). Cancha E Unidad 2 Características y Estratigrafía La unidad 2 se ubicó junto a una pared interna dentro de la estructura 14, correspondiente a la cancha E (Anexos: Figura 32). Este recinto tiene forma 88 rectangular y alcanza una superficie de 442 m2, con hiladas dobles con relleno hechas de piedra y mortero. Sólo en el muro sur es visible el aparejo, identificado como rústico. Tanto éste como los paramentos E y W presentan trabajo natural de la piedra usada para su construcción, sin detectarse la presencia de vanos, lo cual se asocia a la conservación media a baja de esta estructura. En superficie, tal como en la unidad 1, fueron identificados restos de minerales sin fundir razón por la cual se decidió evaluar el comportamiento de la estratigrafía y comparar posibles funciones de las estructuras donde las unidades fueron emplazadas. El depósito estuvo compuesto principalmente por relleno y basuras mezcladas con material de derrumbe ubicadas sobre un piso compacto (capa 9) dispuesto sobre dos pozos de almacenaje. Cortando este piso, entre 10 a 15 centímetros de profundidad, se identificó un segmento de muro perpendicular a la pared junto a la cual se excavó la unidad, hecho de piedras con cierto grado de selección y mortero rico en ceniza, distinto al mortero más claro y café presente en el resto del sitio (Anexos: Figura 33). Este muro se construyó con cantos rodados alineados sobre el nivel estéril de la roca madre del cerro y, como señala Zori (2011:392), la técnica empleada es distinta a la observada en las unidades 3, 4, 5 y 6 donde las fundaciones de los muros principales están puestas dentro de una trinchera de soporte excavada en el estéril. El uso de técnicas diferentes sugiere que tal vez este muro interno fue construido en un momento distinto a la edificación de la estructura principal (cancha E) o bien, que éste no fue hecho con la misma intención de estabilidad que el resto de la estructura. El contenido cerámico de los pozos bajo el piso estuvo compuesto únicamente de alfarería asociada al Intermedio Tardío, mientras que en el relleno sobre la capa 9 se identificaron fragmentos de cerámica Inca Altiplánica además de textiles vinculados al período Tardío, incluyendo un fragmento de quipu. De esta manera, la unidad excavada muestra una cierta coherencia e integridad estratigráfica que se ve reforzada por una fecha radiocarbónica obtenida bajo 89 el piso compacto (capa 9), correspondiente a 1.413-1.440 d.C.9, asociado al período Intermedio Tardío e inicios del Tardío. Materiales Recuperados Respecto a la cerámica obtenida en esta unidad, se obtuvieron 934 fragmentos – casi 650 fragmentos por metro cúbico excavado- cuyo análisis corroboró la idea de que los estratos bajo el piso preparado contenían exclusivamente ejemplares pertenecientes al Intermedio Tardío, mientras que en las capas superiores se reconocieron también fragmentos relacionados al Horizonte Tardío y Colonial (Zori 2011). La alfarería local preincaica estuvo fuertemente representada y resultó ser la más común dentro del conjunto cerámico de la unidad. Lo mismo que el componente Atiplánico, a través de los tipos IRR, ISD, CHP, ISL y TAL, vinculados a la fase Camiña (Uribe et al. 2007), el cual alcanzó un 26% de la muestra total. Como en la unidad 1, los tipos ariqueños fueron bastante escasos (1%) y los tardíos se asociaron al componente Inca local o IKL; pero a diferencia de aquella aquí sí se recuperaron piezas coloniales, reconocidas por la presencia del vidriado. Pese a que las evidencias textiles son escasas (4% de la muestra total recuperada en excavaciones), sus características hacen que el conjunto obtenido en esta unidad sea particularmente relevante. Los textiles aparecieron bajo las dos primeras capas de arena, en el estrato 3; los fragmentos identificados en esta capa correspondieron a tres trozos de un quipu de algodón con cuerdas torcidas en S y en Z, formando nudos simples y largos (Anexos: Figura 34). Desde esta misma capa se obtuvo un fragmento de faja y más abajo, en el estrato 11, se recuperó una chuspa tardía Inca de factura local, además de algunos fragmentos no identificados procedentes de las capas 6 y 9. Este reducido conjunto de evidencias sugiere que esta unidad se asocia indefectiblemente a la ocupación incaica del asentamiento y, si bien la baja representación podría ser indicativo de 9 Zori, C. 2011. Muestra 58816. Calibrada con OxCal 4.0.5 (95,4%). 90 un contexto habitacional, las características de los tejidos se relacionan más bien a actividades administrativas y ceremoniales (Agüero 2009:13). Al igual que en la unidad 1, se identificaron fundamentalmente fragmentos óseos de camélidos (Lama sp.), además de pescados y conchas (Zori 2011). Éstas últimas bastante menos diversas que en la unidad 1 reconociéndose sólo fragmentos de Choromytilus chorus y uno de Tegula sp. (gastrópodo). Al lado E del muro descubierto en la excavación se encontró una concentración de guano de camélido, cuy y basuras orgánicas definiendo probablemente un sector de basurero. En cuanto a los restos botánicos, el maíz vuelve a ser el más representado a través de todas sus porciones, recuperándose también semillas de Prosopis sp., una semilla de algodón (Gossypium sp.), ají carbonizado (Capsicum sp.), caña (Phragmites Australis) y restos de Schinus molle especialmente concentrados en uno de los pozos bajo la capa 9, que refuerza su carácter de lugar de almacenamiento (Zori 2011). Respecto a las evidencias de metalurgia, los minerales sin fundir encontrados en superficie también estuvieron presentes en el depósito pero sólo en las capas superiores, donde además se recuperó escasa escoria y algunos fragmentos de hornos. La diferencia en cantidad y calidad de los indicadores de actividades metalúrgicas respecto de la unidad 1, por ejemplo, sugiere que este espacio no estuvo destinado a la producción de metales o que, por lo menos no se llevaron a cabo aquí todas las etapas dentro de su cadena de producción (Zori 2011). Cancha G Unidad 8 Características y Estratigrafía Esta unidad de 1x2 metros fue emplazada en la esquina NW dentro del recinto 6, una estructura que alcanza los 55 m2 de superficie y que se ubica en la cancha G (Anexos: Figura 35). El recinto tiene un tamaño más o menos similar al de las 91 estructuras colindantes y no se encuentra totalmente cerrado por el lado sur. Complementariamente, presenta muros edificados con doble hilada y relleno, hechos con piedra y mortero. El reconocimiento superficial del sector arrojó una concentración significativa de fragmentos cerámicos atribuibles al período Tardío, razón por la cual se decidió explorar el comportamiento del depósito. Éste no se aleja de lo observado en las unidades anteriores, puesto que muestra múltiples capas de arena mezclada con desechos orgánicos sobre un estrato más compacto compuesto de rocas y materiales culturales, dispuesta a su vez sobre una capa delgada pero continua de guano que posiblemente corresponda a un período en el cual este espacio fue ocupado como corral. Inmediatamente bajo el sedimento de guano apareció un estrato que mostraba una concentración de fibras vegetales trenzadas, cañas y ramas, vinculado a los restos de una techumbre colapsada. Paralelo y extendiéndose bajo éste aparecieron restos estratificados de un fogón (capa 12), revelando un área de quemas sucesivas asociada a desechos de carácter doméstico que se extiende entre los 55 y hasta cerca de los 70 cm bajo la superficie. Las capas ubicadas sobre y paralelas al fogón contenían material histórico, como alfarería, papel, vidrios y algunos restos botánicos entre los que destaca una semilla de Ricinus communis, una arbusto de origen africano presuntamente utilizado por los europeos con fines medicinales (Zori 2011:475). Este denso fogón concentrado hacia las esquinas NW y SW de la unidad, se encontró sobre capas de desechos y abundante material cultural que descansaban sobre un posible piso preparado que, hacia el lado W y N de la unidad, cubría la trinchera de soporte de estos muros. No obstante, dicho piso no se extendía hacia el perfil sur, en el cual se evidenciaron desechos estratificados dispuestos directamente sobre el estéril que aparece a una profundidad aproximada de un metro desde la superficie. La trinchera reveló una profundidad de 45 cm, con un ancho aproximado de 70 cm, considerablemente más amplia que lo observado en las otras unidades que presentaron este rasgo constructivo. El material proveniente del relleno de la trinchera de soporte incluyó material histórico -a diferencia de lo evidenciado en otras cuadrículas, lo que puede 92 atribuirse a un mayor grado de alteración del depósito. En efecto, el lugar donde se ubica esta estructura es de fácil acceso pese a encontrarse en la mitad superior del sitio que, contrariamente a las demás canchas de la porción alta, no presenta una pendiente tan abrupta. De hecho, esta unidad fue excavada una vez finalizada la fiesta religiosa de San Lorenzo, en el mes de agosto de 2007, y presentó claras evidencias de haber sido ocupada temporalmente por los peregrinos que asisten a las celebraciones. Sumado a esto, la ausencia de pisos preparados, un rasgo conspicuo en el resto de las unidades, reforzaría la idea de que este depósito ha sufrido mayores alteraciones. Es importante destacar también, como señala Zori (2011:470), que los muros internos del recinto muestran algunas diferencias respecto a lo observado en otras estructuras, como por ejemplo, los bloques no están organizados de manera de dejar una cara interna plana, sino que muchos de ellos sobresalen del mortero que los une, dejando una superficie irregular hacia el interior del recinto. Asimismo, las fundaciones no tienen tamaños mayores a la porción aérea de los muros, un rasgo común a las demás unidades (Anexos: Figura 36). El inusual ancho de ésta también podría indicar que el recinto fue reconstruido o modificado en momentos posteriores a su edificación original, lo cual explicaría la presencia de materiales históricos dentro del relleno de la trinchera y la menor coherencia estratigráfica que muestra el depósito. Materiales Recuperados En cuanto al material cerámico, un total de 2.038 fragmentos fueron recuperados en esta unidad (Zori 2011), con una densidad aproximada de 828 fragmentos por metro cúbico excavado. La primera diferencia que muestra este conjunto al ser comparado con los anteriores es que concentra la mayor cantidad de fragmentos históricos que, aunque siguen siendo poco abundantes (1,6% del total) se distribuyen a lo largo de toda la secuencia estratigráfica. Esto corrobora la idea de una mayor alteración del depósito o bien, que este sector del asentamiento fue más intensamente ocupado –con la consecuente alteración de los depósitos previos, durante el período Histórico o Colonial temprano. 93 Sin embargo, la alfarería local del Intermedio Tardío sigue siendo significativamente la más abundante, alcanzando frecuencias cercanas al 77% de la muestra total. Este porcentaje incluye tipos Pica Charcollo (PCH) –cerca del 60%- así como tipos altiplánicos IRR, CHP, ISD, ISL y TAL. Los fragmentos vinculados al Horizonte Tardío alcanzan un 17% de representación, la segunda frecuencia más alta tras la unidad 5 ubicada en el mismo sector, siendo la mayor parte de ellos vinculables a estilos Inca locales, aun cuando se identificaron varios fragmentos Saxamar. Ambos conjuntos, preincaicos e incaicos, fueron recuperados a lo largo de la estratigrafía aunque más de un tercio de éstos últimos fueron encontrados bajo el fogón correspondiente a la capa 12 (Zori 2011). Los restos vegetales sumaron un total de 226 elementos contables, entre los que destacan por su abundancia los cariopses de maíz que alcanzan un 58% de representación dentro de la muestra total de la unidad (Vidal, A. 2009). Por su parte, las usualmente abundantes semillas de Prosopis correspondieron tan sólo a 58 unidades, seguido de 20 semillas de Gossypium (algodón), cuya significativa presencia se aleja del patrón mostrado por las demás unidades, donde en general alcanza una escueta representación. Como antes se mencionó, la presencia de una semilla de ricino (Ricinus sp.) se correlaciona a la ocupación colonial del asentamiento. No obstante, A. Vidal (2009:27) señala que la similitud morfológica y el alcance de nombres que presenta con especies conocidas como cardas10 – cuya función se relaciona al acto de cardar, asociado a la acción de separar unas fibras de otras- podría señalar un mismo uso, lo cual resulta aún más significativo al considerar la inusual presencia de fibras y semillas de algodón en la misma capa. Según esto, sería posible pensar en la realización de tareas de limpieza de fibras en este recinto. No obstante, la ausencia de materialidad textil y de implementos asociados a su producción descarta por ahora que se hayan confeccionado prendas en esta habitación. 10 Especies como datura stramonium es conocida en la zona del Salar de Atacama con el nombre de carda, cardadora e higuerilla, que deriva del castellano higuera, nombre común del ricino (A. Vidal 2009:27). 94 Los restos de camélidos fueron nuevamente los más abundantes dentro del conjunto de arqueofauna recuperada en la unidad, con 221 especímenes cuantificados, correspondientes a 20 individuos distribuidos en todas las capas identificadas. También se cuantificaron restos malacológicos -27 individuos particularmente concentrados en las capas 15, 17 y 20- e ictiológicos, registrados en los estratos 7, 15, 19 y 20. Los restos subactuales o históricos fueron reconocidos en las capas 10 y 12, desde donde se extrajeron fragmentos de costilla, diáfisis humeral y fémur distal de un posible equino (González 2009). Las evidencias vinculadas a actividades metalúrgicas fueron las más abundantes y variadas de las ocho unidades excavadas, muchas de ellas relacionadas claramente al período Colonial (Zori 2011). La ausencia de materiales sin fundir en contraposición a una presencia significativa de restos de escoria, crisoles y artefactos terminados indica que las etapas de la cadena operativa representadas por este conjunto material son las finales. Los fragmentos de crisoles usualmente se recuperaron en los mismos estratos que presentaron escorias y, en general, mostraron formas abiertas a modo de cuencos. Destaca un crisol que fue recuperado durante la limpieza de los perfiles que, a diferencia de lo anterior, es de forma cilíndrica y muestra una perforación en la base desde la cual el metal fundido pudo haber sido liberado. Un artefacto que potencialmente podría haber servido de tapón fue recuperado en el estrato 14. Instrumentos de características similares han sido descritos para el Noroeste Argentino, asociados también a la presencia incaica en sitios destinados a la producción metalífera (ver González, L. R. 2002). Sin embargo, sin una descripción más detallada de este elemento no es posible determinar si se trata o no de la misma clase de pieza. Sumado a lo anterior, fueron recuperados objetos de data histórica como grandes clavos o estacas de fierro además de algunos fragmentos de artefactos con función desconocida, pero que son evidencias de procesos productivos complejos al mostrar trazas de distintos metales como plomo, cobre, plata y estaño. Adicionalmente, se encontraron restos de hornos de fundición. Recogiendo las sugerencias de Zori (2011:480), la presencia del fogón en el depósito puede haber 95 tenido relación con la producción de metales a pequeña escala o a nivel doméstico, algo relativamente frecuente en otras regiones de los Andes prehispánicos. Cancha H Unidad 5 Características y Estratigrafía Esta cuadrícula de 1x2 metros, se ubicó junto al muro W del recinto 33 –dentro de la cancha H- próximo al sector excavado por Patricio Núñez y colaboradores a fines de la década de 1970 (Anexos: Figura 37). En superficie se identificó una gran concentración de fragmentos cerámicos asociados al período Tardío, razón por la cual se decidió explorar el depósito. Esta estructura posee una superficie de 165,2 m2 y es de forma rectangular con muros de hiladas dobles con relleno, excepto el muro norte donde este rasgo no es observable. Sólo en uno de los muros fue posible observar el aparejo sedimentario con revoque de barro y todos ellos fueron construidos con piedras y mortero salvo el muro norte, donde se detectó sólo la presencia de piedras. Bajo la capa de arena subsuperficial, la estratigrafía estuvo compuesta por grandes bloques rocosos mezclados con desechos variados donde se reconoció de manera clara un lente de ceniza y carbón compacto que contenía materiales orgánicos no carbonizados (capa 4). Muchos de estos bloques de piedra fueron identificados como implementos de molienda, la concentración más significativa de estos artefactos en el sitio. Estas capas se localizaron sobre un estrato delgado y compacto que posiblemente haya correspondido a un piso (capa 5), pues su uniformidad y el hecho de que las grandes piedras que componen las capas superiores no continuaran hacia abajo establece un quiebre significativo en la secuencia estratigráfica de la unidad. Bajo el piso volvió a aparecer un estrato de basuras mezcladas con piedras que posiblemente correspondieron a un derrumbe parcial del muro, seguido por una capa bien definida de guano (capa 11/13). Ésta 96 incluyó alfarería del Intermedio Tardío y un fragmento colonial, así como restos de fauna histórica y prehispánica, reforzando materialmente la naturaleza mixta del sitio. Bajo ella se reconoció un estrato con abundante material cultural que a su vez estaba dispuesto sobre un piso preparado (capa 16) extendido por toda la unidad y ubicado inmediatamente sobre el estéril. Se determinó que éste mismo fue cortado por la construcción de la trinchera de soporte del muro, que nuevamente se evidencia en esta estructura (Anexos: Figura 38). Entre la capa 16 y el suelo estéril se recuperó un cuy (Cavia porcellus) completo que fue fechado en 1.274-1.395 d.C.11 y que, a juzgar por su ubicación, podría tratarse de una ofrenda fundacional realizada antes de comenzar la construcción del recinto. Por lo menos hasta el estrato 16 el depósito estaba bastante mezclado, lo que supone una alta disturbación, esperable para un sector fácilmente accesible e intensamente ocupado durante la fiesta religiosa del pueblo. Materiales Recuperados Se analizaron 1.270 fragmentos cerámicos provenientes de esta unidad, con una densidad de 728 fragmentos por metro cúbico excavado (Anexos: Gráfico VII). Al contrario de la unidad 3, el análisis reveló que el 61% del conjunto corresponde a tipos cerámicos atribuibles al período Tardío. Los tipos del Interedio Tardío, en tanto, alcanzaron sólo un 13,3% de representación, menos de un tercio de lo observado en la unidad 3. Se identificó también una pequeña muestra de tipos históricos (0,8%) a la vez que disminuyeron ostensiblemente los porcentajes de las categorías indeterminados y erosionados. Los tipos pertenecientes al componente Tarapacá Altiplano fueron también menores a lo constatado en la unidad anterior (6% en unidad 5, versus 14% en unidad 3. Gráfico VI). 11 Zori, C. 2011. Muestra AA82247. Calibrada con OxCal 4.0 (95,4%). 97 UNIDAD 5 Porcentajes por componente cerámico FORMATIVO 0,08% 3% PICA TARAPACÁ ALTIPLANO TARAPACÁ ARICA 13% 14% 1% 0,08% PIT ATACAMEÑO 7% INKA HISTÓRICO 0,08% INDETERMINADO EROSIONADO 62% Gráfico VI. Gráfico con los porcentajes de cada componente cerámico Cerámica Capa 1 Capa 2 Capa 3A Capa 3B Capa 3C Capa 3D Capa4 Capa 5 Capa 6 Capa 7 Capa 8 Capa 9 Capa10 Capa 11 Capa 12A Capa 12B TOTAL proveniente de la excavación de la unidad 5. IKL 42 27 87 34 41 16 3 24 15 52 11 8 7 59 4 12 443 IKL? 11 16 98 25 43 6 1 13 10 26 3 2 5 70 7 1 2 INK? SAX? 1 3 1 PCH 4 1 19 5 4 1 6 11 1 PGA 4 8 44 5 10 4 8 4 10 HIS 4 1 LOZ 1 1 336 1 2 2 1 1 2 1 59 1 6 4 2 110 1 7 1 Tabla VII. Unidad 5. Distribución de los tipos cerámicos del componente Pica Tarapacá (PCH y PGA), Tardío (INK, IKL, INK?, SAX?) e Histórico (HIS, LOZ) por capa excavada. Según esto claramente el componente asociado a la presencia incaica toma protagonismo, dentro de los cual destaca el tipo IKL que alcanza casi un 35% de 98 representación, seguido del IKL dudoso (IKL?) y sólo dos posibles fragmentos Inka Imperiales (INK?). Estos aparecen distribuidos de manera bastante pareja a lo largo de la secuencia estratigráfica, lo cual es concordante con la mayor disturbación detectada en esta unidad. Cabe destacar que bajo el estrato 11/13, correspondiente a una capa de guano compacta (Zori 2009), no se obtuvo ningún espécimen histórico, estableciendo un quiebre estratigráfico importante (Tabla VII). En suma, la reevaluación del material cerámico mostró una oposición interesante entre los extremos W y E del sitio –representados por las unidades 3 y 5, respectivamente- a la vez que nos sugieren funcionalidades distintas de acuerdo a las características particulares de diseño de estos espacios. La unidad 3 exhibe un porcentaje significativo de tipos alfareros propiamente tarapaqueños, destinados en su mayoría a actividades domésticas, como la preparación de alimentos (Uribe et al. 2007). Aún cuando este tipo está presente en la unidad 5, lo hace en mucho menor proporción (110 ejemplares versus 660 en la unidad 3) indicando el menor énfasis en este tipo de tareas; asociándose más bien a actividades que acentúan el servicio y consumo de alimentos, tal y como lo sugiere la aparición de los tipos IKL. El conjunto de textiles, por su parte, alcanzó un total de 31 fragmentos, correspondientes al 21,2% de la muestra total. Las capas 2 y 3 mostraron piezas confeccionadas con lana de oveja y tejidos en sarga –correlacionados con épocas históricas- sumado a tejidos en faz de urdimbre con lana de camélido y a lo menos dos trozos de piezas de filiación incaica en el estrato 3: un fragmento asociado probablemente a una túnica hecha con técnica de tapicería (faz de trama), muy similar a otra registrada en la recolección superficial que exhibía un motivo decorativo incaico clásico correspondiente a un remolino de cuatro aspas en rojo, rosa y amarillo (Anexos: Figura 39); y otro tejido con hilados de camélido café oscuro con tramas y urdimbres muy finas. Bajo la capa compacta de guano (capa 11/13) no se recuperaron ejemplares históricos –lo cual también es coherente con la materialidad cerámica, donde los tipos históricos están totalmente ausentes- y la 99 muestra se redujo a fragmentos no identificados además de parte de una túnica trapezoidal de orillas de urdimbre curvas, atribuibles al Intermedio Tardío. En suma, en términos estratigráficos los componentes textiles incaicos y coloniales aparecieron traslapados en la capa 3, no obstante bajo la capa de guano éstas desaparecieron dando paso a un conjunto relacionado a períodos preincaicos con baja densidad (Agüero 2009). En cuanto a los elementos botánicos (Vidal, A. 2009), el análisis detectó 792 elementos contables, considerando carporrestos y espinas, dejando fuera cañas, tallos, maderas y ecofactos, los cuales sólo fueron consignados en términos de presencia/ausencia. La mayor representación fue alcanzada por los endocarpos de Prosopis sp. que sumaron 525 elementos, seguidos de frutos de Schinus molle (95 unidades) y cariopses y marlos de maíz (63 y 54 unidades respectivamente). Fragmentos y semillas de curcubitas y chañar (Geoffroeae decorticans) se encontraron más o menos en la misma cantidad, entre 11 y 13 unidades. Los carporrestos presentes mostraron cierta concentración en los estratos 3, 5 y 6, tal vez como resultado de cierta intensificación en la ocupación del recinto. Hacia los niveles inferiores –a partir del estrato 11/13- se detectó una disminución considerable de los restos botánicos, aparejado a la ausencia de ciertas partes del maíz como las hojas y espigas, que podría relacionarse con una diferencia en cuanto a su procesamiento. Dentro de los restos faunísticos (González 2009), nuevamente el camélido (Lama sp.) fue el más abundante con 56,6% de representación, equivalente a 16 individuos (NMI), particularmente concentrados en el estrato 3. El tamaño de los fragmentos de diáfisis –que usualmente no superan los 2,5 cm de largo- sugiere un uso o patrón de consumo distinto si se lo compara con la unidad 4, donde predominan los rangos entre 2,5 a 5 cm. En términos de abundancia, los moluscos ocuparon el segundo lugar, alcanzando un total de 190 fragmentos (27,9% de la muestra de fauna) equivalente a 29 individuos, presentes en 13 de las 16 capas estratigráficas identificadas en la unidad. Los restos ictiológicos resultaron ser igualmente importantes, reconociéndose 16 individuos por medio de 50 especímenes presentes en todos 100 los estratos a excepción del 9, 15 y 16. De acuerdo con ello, ésta es la unidad que presenta la frecuencia más alta de especies marinas dentro del total excavado. Sumado a lo anterior, se encontraron huesos de roedores correspondiente a cinco individuos además del ejemplar de Cavia sp. completo depositado sobre el estéril. La presencia de una tarso-metatarso de Gallus gallus en el estrato 11/13 avala la relación colonial de esta capa. En función de la diversidad y abundancia de restos arqueofaunísticos encontrados en esta unidad, es posible que aquí se hayan llevado a cabo actividades relacionadas fundamentalmente con el servicio y consumo de alimentos, cuestión coherente con el tipo de cerámica identificada. Las evidencias de metales fueron escasísimas, restringidas a algunos trozos de cerámica con escoria –que seguramente corresponden a fragmentos de un crisolademás de un pequeño fragmento de cobre (Zori 2011). Estos hallazgos se obtuvieron sobre y bajo el estrato de guano (11/13), formando parte de las capas de basuras mixtas que probablemente son producto del arrastre de sedimentos, no constituyendo así indicadores directos que avalen la realización de este tipo de actividades dentro del recinto. En conclusión, las excavaciones en el sitio y el consecuente análisis de los materiales recuperados mostraron múltiples situaciones para cada unidad pero que preliminarmente sugieren el desarrollo de actividades productivas, como por ejemplo la elaboración de metales y la confección de textiles. Pero al mismo tiempo, la gran densidad de desechos refieren al consumo de cantidades importantes de comidas y bebidas, junto con actividades relativas a la preparación de las mismas, a juzgar por la presencia de productos marinos semicompletos (como pescados), la abundancia de restos de camélidos y fauna menor, la diversidad de especies vegetales y la existencia de implementos de molienda – tanto soportes como manos de moler- particularmente concentrados hacia el sector NE del sitio (Anexos: Figura 46). En función de estos resultados, es posible establecer ciertas similitudes y distinciones entre un sector y otro, los cuales pasaran a ser discutidos en la siguiente sección. 101 VI. RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES A partir de los resultados antes expuestos, articulamos la información emanada del análisis espacial con las posibles actividades realizadas en estos espacios mediante una síntesis de los datos arquitectónicos y materiales (Anexos: Tabla VIII), buscando una comprensión preliminar de la dinámica interna del sitio a través de una aproximación al tipo de interacciones sociales que tuvieron lugar en él. Arqueología de las canchas de Tarapacá Viejo Nuestros resultados muestran diferencias sustanciales entre una cancha y otra, sugiriendo un control diversificado sobre estos espacios así como sobre las actividades realizadas en ellos. En la cancha A, la unidad excavada en una de las habitaciones interiores demostró nulas evidencias de la realización de actividades metalúrgicas. Complementariamente, la estratigrafía mostró de manera consistente una ocupación asociada a momentos históricos, otra a momentos prehispánicos tardíos y otra exclusivamente del Intermedio Tardío, basándose en la naturaleza del material cerámico –que consideramos el indicador más potente de temporalidad. La presencia de un muro de factura distinta a los observados en la superficie, asociado al piso fechado en el Intermedio Tardío, reveló evidencias claras de la ocupación preincaica del sitio, junto con la existencia de un pozo excavado en el estéril, posiblemente destinado al almacenamiento (capa 17). Resulta significativo que el 48,5% de los fragmentos asociados a ese período en Tarapacá (PCH, PGA, PCZ, ver Uribe et al. 2007) se concentren en la capa 12, que también es la que muestra mayor concentración de restos vegetales, sugiriendo el desarrollo de actividades ligadas a la preparación de alimentos. En esta misma capa se recuperaron, por ejemplo, contenedores hechos con calabazas, tanto decoradas como no decoradas. Asimismo, de acuerdo a la 102 naturaleza de los restos de textiles, es posible que este espacio haya servido como área de manufactura y reparación de prendas, así como de almacenamiento de bienes a juzgar por la presencia de fragmentos de bolsas y capachos. La preparación de alimentos en una habitación dentro de la cancha A puede ser concordante con la realización de actividades de carácter público, cuestión que a la luz del diseño de este espacio han de haberse desarrollado en el interior de la cancha –y que es coherente con la alta concentración de fragmentería cerámica, la más elevada detectada en las excavaciones. La facilidad de acceso, la poca segmentación, la alta visibilidad en su interior y su asociación con el campo de petroglifos localizado inmediatamente al W, indican que esta cancha fue destinada a interacciones públicas que muy probablemente involucraron la preparación y servicio de comidas. Sumado a esto, la presencia de un fragmento de inkuña, si bien un hallazgo discreto, remite a contextos de carácter ritual (ver Agüero 2009). Evidentemente no podemos descartar la realización de otras actividades en diferentes períodos a lo largo de la secuencia ocupacional, que muestra evidencias claras de edificaciones en momentos preincaicos, posiblemente asociadas a los petroglifos adyacentes, donde también se ha detectado la presencia de entierros y la realización de rituales relacionados con la molienda y consumo de alimentos (Núñez & Briones 1967). La cancha B, por su parte, parece haber sido utilizada para fines productivos relacionados con la metalurgia. Si bien la unidad 3 mostró escasísimas evidencias que indicaran que este tipo de actividades se estaban llevando a cabo en su interior, en la unidad 6 –ubicada en una pequeña habitación adosada al muro W de la cancha- se recuperaron elementos que apuntan al uso de complejas técnicas metalúrgicas. En tal sentido, la habitación donde se ubicó la unidad 3, localizada en la esquina SE de la cancha, puede haber albergado actividades de carácter más bien doméstico. Por lo menos en términos estratigráficos se detectó una significativa concentración de restos vegetales bajo las capas con elementos históricos (Prosopis sp. y maíz, fundamentalmente) –puntualmente entre las capas 103 7 y 9. Estas mismas capas son las que concentran la cerámica local del Intermedio Tardío (PCH, PGA), que como se mencionó antes, están íntimamente ligadas a la preparación y servicio de alimentos, distinguiéndose ollas, botellas, cántaros y pucos. Las fechas radiocarbónicas de esta unidad demuestran que los estratos superiores pueden vincularse a momentos tardíos e históricos, mientras que más abajo (capa 9) se obtuvo una fecha coincidente con los Desarrollos Regionales. Dentro del pozo de almacenaje excavado en el estéril e intervenido por la trinchera de soporte del muro se obtuvo una tercera fecha (1.460-1.660 d.C.) que corrobora la idea de que esta técnica constructiva es introducida en momentos tardíos. Este rasgo arquitectónico lo relacionamos con lo descrito para Turi, en el Loa Superior, donde en las excavaciones de la callanca se reconoció la presencia de heridos rompiendo estratos ocupacionales (Gallardo et al. 1995), tal como se observa aquí. En contraposición a esto, la unidad 6 presentó las frecuencias más bajas de cerámica, restos botánicos y textiles, con lo que podemos suponer que posiblemente esta habitación no estuvo destinada a la residencia. Junto a ello, la cancha B presenta una alta segmentación y alta densidad, caracteres que sugieren un gran potencial de control para este espacio. A diferencia de A, la visibilidad hacia el interior es relativamente baja lo que, sumado a su alta compartimentación, dan cuenta de la dificultad de desarrollar actividades de carácter público o masivo. La resolución espacial de la cancha B tiende más bien a la segregación de quienes permanecen en su interior y a la luz de las dos situaciones contrapuestas representadas por las unidades excavadas, se puede concluir preliminarmente que aquí se desarrollaron distintas actividades: domésticas, por un lado y productivas por otro, que de manera sugerente se asocian a la producción metalúrgica. Su alta segmentación justamente puede explicarse por razones funcionales –la necesidad de separar una actividad de otray es posible pensar que el alto grado de control al que estuvo sujeto este espacio pudo tener relación con la elaboración de metales y la consecuente necesidad de 104 normar y regular esta actividad, que ya hemos mencionado adquiere un rol protagónico en el sitio. Respecto a la cancha C, las unidades excavadas en su interior muestran situaciones más o menos similares. Mientras la unidad 1 mostró una significativa concentración de minerales sin fundir en superficie, en la unidad 4 dichos materiales estuvieron ausentes. No obstante, sí se obtuvieron evidencias de las últimas etapas de la cadena productiva, específicamente moldes de cerámica y láminas de cobre asociadas a una concentración de ceniza y carbón. De acuerdo a esto, sería posible pensar que en cada recinto pueden haberse llevado a cabo distintas etapas de la producción metalífera, aunque evidentemente no pueden descartarse las alteraciones post ocupacionales. El hecho de que todas las evidencias relacionadas con la producción de metales en la unidad 1 se concentren sobre el estrato 15 –asociada al Intermedio Tardío- sugiere la realización o intensificación de este tipo de actividades hacia momentos tardíos. Lo anterior es coherente con lo planteado por Zori (2011), quien en su investigación sobre el tema durante el Horizonte Tardío en Tarapacá, señala que con el Inca ingresaron técnicas mucho más complejas, aparejadas de una significativa intensificación en la producción. Evidencias de esto se detectaron, como vimos, en la unidad 6 de la cancha B. La presencia de textiles asociados a la carga y el transporte en la unidad 4 –como capachos, costales y sogas- podría vincularse también a esta práctica económica, aunque no podemos establecer una relación estratigráfica precisa pues se recuperaron a lo largo de la secuencia. La presencia de dos fragmentos de gorro tipo Fez en las capas 6 y 8 de la unidad 1, se vincula con certeza al Horizonte Tardío. Si bien la naturaleza de éste y otros textiles recuperados en la unidad alude a contextos funerarios, la presencia de sólo dos fragmentos de huesos humanos aislados nos aleja de esa posibilidad. Sobre todo considerando la existencia de otros materiales que apuntan a la producción textil, como torteras, ovillos y agujas. Sin embargo, no puede descartarse, como señala Agüero (2010:11), que su origen sea el arrastre o 105 relleno del piso para la posterior edificación. Especialmente tratándose de un espacio abierto, más vulnerable a la alteración por causa de estos factores. La presencia, en ambas unidades, de restos vegetales y animales mixtos sugiere el desarrollo de actividades residenciales. Teniendo esto como antecedente, se hace difícil asignarle a esta cancha una función específica. Más bien creemos que se trata de un espacio utilizado tanto para actividades productivas como domésticas. La alta visibilidad y accesibilidad de esta cancha ciertamente privilegia interacciones de carácter más bien público, aunque no de la misma manera que la cancha A pues se trata de un espacio con mayor nivel de segmentación, con lo que suponemos una mayor necesidad de control. Pero al mismo tiempo, la alta accesibilidad apunta a un flujo importante de personas que acceden a este espacio a través de diversas entradas, acercándolo nuevamente a la situación detectada para la cancha A. De hecho, la cancha C muestra una organización interna muy similar, a excepción de las habitaciones dispuestas a lo largo del muro W. Es probable así, que estuvieran diseñadas para cumplir funciones similares que por el momento no podemos precisar con mayor detalle para el caso de C, y que definimos como públicas –tal vez ceremoniales- para A. El caso de la cancha D es difícil de definir por cuanto no existen excavaciones en su interior. Evidentemente, una exploración superficial parcial es insuficiente para poder atisbar las posibles funciones que cumplió este espacio. Disponemos únicamente de información de superficie del recinto 46, que arrojó una muy baja densidad de cerámica, significativamente menor a las demás unidades recolectadas. La cancha D se asemeja a la B en cuanto a valores de segmentación y densidad edilicia, lo mismo en términos de asimetría. Por lo tanto, se asume el grado de control fue similar, posiblemente cumpliendo funciones parecidas. La topografía afecta enormemente su visibilidad interna y la baja cantidad de accesos hace suponer interacciones mucho más restringidas. Sin duda esto último se ve influido por el pobre estado de conservación de esta cancha, que imposibilitó la detección de más accesos en terreno. En suma, 106 presumimos que aquí han de haberse desarrollado actividades similares a la cancha B, aunque innegablemente se necesitan excavaciones para profundizar en sus funciones específicas. Nuevamente en la cancha E se detectaron evidencias de la ocupación del sitio durante el Intermedio Tardío, a juzgar por la presencia del muro interno de características distintas a las de los paramentos actualmente visibles. La presencia de cerámicas exclusivamente vinculadas al período de Desarrollos Regionales en los pozos cavados en la capa 9 –correspondiente a un piso preparado- presenta un quiebre notorio en la estratigrafía, tal como se observó en otras unidades. El hecho de que el fragmento de textil más significativo del sitio, un quipu, haya sido recuperado sobre este piso, refuerza esta separación entre los períodos Intermedio Tardío y Tardío. Su hallazgo es relevante, pues su presencia es bastante acotada en los Andes Centro Sur y evidentemente nos sugiere el desarrollo de actividades sujetas al control administrativo del Tawantinsuyo. En cuanto a sus características espaciales, esta cancha presenta un nivel de asimetría relativamente bajo, no obstante sus accesos son más restringidos sugiriendo mayor control en la entrada. Justamente el recinto 14 –donde fue excavada la unidad- tiene baja visibilidad, siendo propicio el desarrollo de actividades de carácter privado. Tal como el caso de la cancha D, la F no presenta excavaciones siendo difícil precisar la naturaleza de las actividades realizadas en su interior. Sin embargo, es significativo que el 33% de los tipos cerámicos tardíos recolectados superficialmente se concentren en este espacio. Junto a ello, el bajo estado de conservación impidió el reconocimiento de vanos de acceso, siendo el caso más crítico del conjunto analizado. Presumiendo la presencia de entradas desde la calle principal, vemos que su visibilidad se limita al espacio central que en este contexto podría considerarse como una suerte de patio al cual convergen todas las habitaciones interiores, que permanecen fuera del campo visual desde los hipotéticos vanos de acceso, quedando en el ámbito privado. 107 La cancha G mostró los valores más elevados de asimetría, revelando las dificultades de acceder a los recintos interiores. La baja segmentación y densidad sugiere un espacio con menos potencial de control, cuestión reforzada por la limitada visibilidad interna, quedando una importante cantidad de habitaciones fuera de los campos visuales marcados por los vanos de acceso. En tal sentido, se muestra como un caso totalmente opuesto a la cancha A, que definimos como un espacio eminentemente público. Al contrario, creemos que en esta cancha se privilegiaron las Interacciones privadas e íntimas, con un acceso consecuentemente limitado por las barreras físicas impuestas por el diseño de su arquitectura. La ausencia de un espacio común al centro del conjunto también la separa del patrón exhibido por las canchas A, B, C, D y F -acercándola a E y H- lo cual implica que no es necesario hacer converger a las distintas habitaciones hacia un lugar específico, otorgando mayor libertad de movimiento. En términos de su contenido, las excavaciones mostraron un alto grado de alteración y, a diferencia de las otras unidades, no se detectaron pisos preparados. La presencia de tipos cerámicos INK –la más alta dentro del conjunto muestreado- podría suponer que estos espacios son en alguna medida exclusivos, asumiendo que este tipo no forma parte del conjunto alfarero ordinario. Además, por el momento descartamos la manufactura de textiles pero recogemos la sugerencia planteada por A. Vidal (2009) en cuanto a que la significativa presencia de algodón en la unidad excavada puede tener relación con la limpieza de fibras. El uso de fibra de algodón para la confección de textiles en este sitio es poco común y ha sido frecuentemente asociado con los tejidos del Imperio (Agüero 2009). Por otro lado, la abundancia de restos que aluden a la producción de metales nuevamente es relevante. A diferencia de lo detectado en la unidad 1, en esta unidad se encontraron sólo evidencias de las últimas etapas de producción, indicando tal vez una centralización de los elementos finales de la cadena productiva. La presencia de múltiples artefactos metálicos de data histórica dan cuenta de la continuidad en los usos de estos espacios y el alto grado de alteración del depósito –que se aleja de la norma detectada en la parte alta del asentamiento- puede relacionarse a una ocupación más intensa de esta área en momentos históricos. 108 Lo mismo ocurre en la cancha H, que presenta una importante cantidad de materiales históricos. Es sugerente, sin embargo, el hecho de que en este espacio (recinto 33) se hayan recuperado los porcentajes más altos de cerámica tardía – tanto en el depósito como en la superficie-, incluyendo fragmentos Inca Imperiales (INK). Reúne además, la mayor cantidad de implementos de molienda reconocidos en el sitio, sugiriendo una concentración en cuanto al procesamiento de comidas o bebidas en este sector. Junto a ello, muestra las frecuencias más elevadas de restos malacológicos, indicando un consumo más intensivo de dichos alimentos en este lugar, lo cual es significativo si pensamos que sin duda estos productos son resultado de un tráfico a larga distancia, pudiendo ser calificados como elementos exógenos. Si bien no podemos establecer con precisión que este sector haya sido habitado por grupos más directamente ligados a la administración imperial, sí es interesante constatar que la ocupación histórica parece concentrarse más intensamente aquí –en las canchas H y G- sobre una potente y significativa ocupación ligada al período Tardío. Esto es coherente con un espacio relativamente asimétrico y posiblemente restringido en términos de acceso, donde hasta el momento no se han detectado evidencias del desarrollo de actividades económicas como la producción de metales –acercándolo más a un espacio de residencia. En su planificación, tal como en la cancha G, no observamos un espacio central a modo de patio donde confluyan los recintos interiores; tampoco alta visibilidad interna, quedando muchas de las habitaciones fuera del campo visual, privilegiando interacciones privadas y restringidas. Tentativamente, entonces, la ocupación colonial se concentraría en los espacios con más evidencias tardías o incaicas, tanto en términos artefactuales como también espaciales (espacios menos segmentados, con habitaciones interiores más amplias, menos accesibles, etc.). En suma, Tarapacá Viejo posee tres momentos distintos de ocupación. Uno ligado al período Intermedio Tardío, con una arquitectura particular que por el momento no podemos precisar con mayor detalle –salvo mencionar que se trata de construcciones sin uso de mortero y sin las grandes fundaciones detectadas 109 posteriormente- por encontrarse obliterada por la ulterior construcción del asentamiento que vemos en la actualidad. Sabemos que ésta puede iniciarse alrededor del 1.274 d.C. –según los fechados radiocarbónicos- y que en términos estratigráficos se expresa claramente por medio de pisos preparados frecuentemente asociados a pozos de almacenaje, rasgo común de los desarrollos aldeanos del Intermedio Tardío y particularmente notorio en el caso de Caserones, aldea ubicada en la desembocadura de la quebrada de Tarapacá (Adán et al. 2005). En segundo lugar existe una potente ocupación asociada al período Tardío donde se producen importantes modificaciones del asentamiento, incluyendo su rediseño y construcción. Es probable que dichos cambios hayan implicado el relleno parcial del área para su posterior edificación, aunque sabemos que la arquitectura se adapta muy bien a esta topografía a la luz de los patrones visuales entre las canchas. Esta podría ser la razón por la cual los pisos vinculados a momentos preincaicos aparecen cubiertos por densos depósitos de basuras y cortados por trincheras de soporte que sostienen las grandes fundaciones de los muros. Por último, reconocemos una ocupación atribuible con claridad al período Colonial que demuestra fuertes continuidades respecto del período anterior; entre ellas el uso de un mismo espacio con mínimas modificaciones estructurales, por ahora sólo aparentemente detectada en la cancha G (unidad 8), donde la trinchera de soporte es inusualmente ancha y, además, contiene desechos de data hispánica. Preliminarmente podemos decir que esta ocupación tiende a concentrarse hacia el extremo E del sitio, aunque sigue pendiente una exploración estratigráfica más detallada. En efecto, podríamos caracterizar a la parte W del asentamiento como una porción de rasgos más locales pues, además de concentrar mayor cantidad de cerámica tarapaqueña, reúne gran parte de los bloques rupestres identificados en el sitio, con motivos relacionados a aquellos identificados en el sitio de arte rupestre contiguo. Como vimos, las canchas del extremo W privilegian una visualidad hacia este campo de petroglifos (Tr-47), que ha sido asociado al Intermedio Tardío de acuerdo a la iconografía representada en él (Núñez & Briones 1967). La importancia de Tr-47 como espacio ceremonial – asociado a arte rupestre, entierros y posibles pagos, por la gran cantidad de 110 cerámica quebrada identificada en superficie- ha de haber incidido en la decisión por parte del Imperio de crear un nuevo espacio aldeano en este lugar. Existen antecedentes de que esta fue una práctica común, como se mencionó antes para el caso de Turi. Ignoramos si la inclusión de ellos en las nuevas estructuras fue producto del transporte de bloques con motivos desde Tr-47, o bien, fueron grabados posteriores a la construcción de las canchas (ver Vilches & Cabello 2006). A diferencia de lo planteado por Zori (2011:410) no creemos que la preponderancia de tipos cerámicos del Intermedio Tardío signifique que el sitio fue más intensivamente ocupado durante ese período. Nos inclinamos a pensar que esto se debe al carácter de las actividades que se están desarrollando dentro de los espacios que muestran dicha característica, ligada a funciones más domésticas y utilitarias. Es posible que la tradición alfarera local se prolongue en el tiempo como resultado de la ocupación del asentamiento por poblaciones tarapaqueñas que siguen produciendo sus utensilios tradicionales, teniendo los tipos tardíos INK una naturaleza mucho más exclusiva –y ciertamente distintos usos; lo mismo para los tipos IKL, aunque claramente en menor medida que los anteriores. En términos de las interacciones sociales dentro de estos espacios, creemos que la resolución arquitectónica de las canchas B y D privilegiaron dinámicas muy similares, sujetas a un control mayor que llevó a la segmentación del espacio interior probablemente con la intención de diversificar funciones que, de manera tentativa, podrían haber estado relacionadas con la producción de metales. De hecho, que un espacio eminentemente productivo esté sujeto a un mayor control resulta completamente coherente en este contexto. Si bien se desarrollaron actividades domésticas dentro de estos recintos, su diseño lleva a pensar que éstos no estuvieron destinados a la vivienda per se sino más bien como espacio de trabajo, algo que también sugiere su reducido tamaño. Las canchas H y G también insinúan funciones similares atendiendo a sus características de diseño; 111 los espacios centrales abiertos están ausentes y en su lugar vemos habitaciones menos estandarizadas en términos de forma y tamaño. Sus patrones de visibilidad reflejan numerosos espacios privados que no invitan a la congregación, a diferencia de la cancha A. Adicionalmente, su asociación con abundantes elementos de data tardía, particularmente cerámica, sumado a este carácter espacial más “exclusivo” lleva a pensar en la posibilidad de que estas canchas hayan estado destinadas a albergar a los funcionarios de mayor rango. En ese sentido la cancha E refleja mayores similitudes con H y G, mientras que la F se aleja de ese patrón al presentar parte de un muro divisorio, aunque con un arreglo interno distinto a las otras canchas que exhiben dicho rasgo. En definitiva, pareciera ser que el carácter público y la alta visibilidad se va limitando hacia el extremo E, coincidiendo con habitaciones internas más grandes, menores accesos y mayor presencia de material ligado al período Tardío e Histórico. En torno a las estrategias de dominio incaico en Tarapacá Viejo: Arquitectura para el control social Retomando los planteamientos hechos por Alconini (2008) sobre los tipos de dominio ejercido por el Inca en las provincias, la situación estudiada en las tierras bajas tarapaqueñas parece acercarse a lo que la autora denomina estrategia territorial. Esto supone altos niveles de inversión, sobre todo en términos de infraestructura que se compensan con los altos ingresos y ventajas para la administración imperial. Lo anterior habría supuesto la presencia de burócratas y en algunos casos implicó el uso de la fuerza a través de una movilización militar. Si bien esto último no puede ser descartado por completo –atendiendo a los indicadores que apuntan en esta dirección, constatado a través de la profusión de emplazamientos estratégicos localizados sobre colinas adyacentes a la quebrada (Zori 2011); sin un estudio más detallado que incluya fechas y excavaciones en estos lugares no es posible asegurar la ocurrencia de conflictos físicos. Sí nos inclinamos a pensar en la presencia de funcionarios imperiales, sobre todo 112 considerando la existencia de vestimentas que claramente corresponden a tejidos incaicos, usados posiblemente como símbolos de identidad y prestigio –gorros tipo Fez, túnicas con motivos ajedrezados, etc.- junto con artefactos como el quipu cuyo uso implicó el conocimiento de un lenguaje especial que seguramente no era manejado por todos los individuos. Así, el poder se ejerció de manera sutil –no violenta- pero directa, asumiendo formas y órdenes nuevos e integrando a la población local, pero utilizándola al mismo tiempo para cumplir funciones productivas ajustadas a los intereses imperiales. El énfasis en el uso de materialidades nuevas con alto capital simbólico creó una imagen del Estado que sirvió para reforzar el dominio sobre este territorio. Las diferencias detectadas en el diseño de las canchas, pese a que se ajustan a un estándar de construcción –como bien lo refleja el tamaño y forma de cada unason significativas porque consideramos, como señala Bordieu (1989), que el espacio funciona de forma tal que los agentes que ocupan posiciones similares o cercanas están sujetas a condiciones y situaciones sociales parecidas. Existen altas probabilidades, como sostiene el autor, que esto de pie a disposiciones e intereses comunes por parte de estos individuos, produciendo y reproduciendo prácticas que son en sí mismas semejantes. Este nuevo espacio físico se transforma en una estructura que permite ciertas libertades, pero que funciona constriñendo las acciones de los individuos dispuestos en él y condicionando sus comportamientos. Es por esto que vemos el espacio construido eminentemente como un artefacto usado para el ejercicio del poder y, en este contexto en particular, creemos que las personas que habitaron o desempeñaron tareas en los distintos recintos dentro del sitio deben haber tenido posiciones sociales similares dentro de esta nueva estructura social, sujetas a las mismas condiciones de control. La materialización de un orden social –que es como entendemos la arquitectura- objetiviza la unión y la segregación, naturalizándola. Invita a la integración en espacios altamente visibles y accesibles, mientras que separa y clausura en aquellos espacios que no lo son. Es por eso que la arquitectura funcionó como un mecanismo tan efectivo para el dominio y la razón por la cual 113 creemos, hasta el momento, que no se necesitó de la fuerza física para mantener el control de los habitantes de Tarapacá Viejo. La legitimidad del aparato estatal vino dada por la reutilización y resignificación de un espacio relevante –nos referimos a Tr-47-, la posibilidad de acceder a él e incitar las interacciones públicas, pese a que se restringieron a ciertos sectores, donde posiblemente se incluyeron artefactos foráneos que funcionaron como elementos de prestigio, reforzando la imagen del Estado. Junto con ello, atendiendo a las divisiones socioespaciales utilizadas por los incas para organizar el espacio construido, nos parece interesante destacar el grado de simetría con el que se resuelve la planificación del sitio, separando claramente una parte alta o superior de una inferior a través de la vía de circulación principal, aprovechando la topografía del lugar. A su vez, el sitio es dividido nuevamente en una porción W que presenta canchas subdivididas en mitades y una E que no exhibe este rasgo –y que se organiza internamente de manera distinta, como antes se detalló. El análisis de visualidad también favorece una relación entre las cuatro canchas del lado E, que son altamente visibles entre sí, mientras que en las del extremo W la visualidad es mucho más limitada y circunscrita a cada conjunto. Sabemos que esta doble partición o cuatripartición del espacio es un rasgo característico del planeamiento incaico y que responde a una visión de mundo particular. Pese a que carecemos de evidencias suficientes para asegurar que éste fue el principio que organizó el diseño de Tarapacá Viejo, la materialidad tardía tiende a concentrarse hacia el lado E, en contraposición a un lado W de carácter más local que también se asocia con una mayor cercanía al campo de petroglifos, un sitio que entendemos como de gran importancia para la población tarapaqueña. Por supuesto, por el momento esto se sustenta mayormente en material cerámico, quedando pendiente profundizar en este tema a través del estudio de otras materialidades. No obstante, se refuerza la idea de que lo incaico se inscribe y resuelve a nivel espacial; es en esta dimensión donde más claramente se constata que la realidad material responde a una lógica social 114 distinta y propia del Horizonte Tardío, una evidencia más potente que la presencia o ausencia de objetos de origen incaico, que sabemos circulan ampliamente. En conclusión, con todo lo expuesto hasta aquí vemos nuevamente una muestra de cómo el aparato estatal incaico logra resolver a nivel local el modo en que establece sus relaciones con las poblaciones autóctonas. Hay una resolución espacial que sustenta prácticas particulares a este espacio y que no se replica en ninguna otra parte de la quebrada o de la región. Evidentemente es un diseño arquitectónico que se ajusta a los cánones imperiales y que, por lo tanto, debe haber sido dirigido por sus funcionarios, cuya presencia se entiende como disruptiva al no encontrar antecedentes visibles en el área. Su disposición en este lugar no es en absoluto casual y creemos que tiene relación directa con la existencia de un espacio relevante para las poblaciones locales como lo es el campo de petroglifos adyacente, que se integra en este nuevo asentamiento sin ser obliterado, todo lo contario, visibilizándolo de manera elocuente. 115 VII. PALABRAS FINALES En función de los resultados de las excavaciones y los correspondientes análisis de materiales, creemos que este sitio funcionó como centro administrativo, pero además como centro de producción relacionado a la manufactura de metales y posiblemente textiles, según lo muestra la profusión de artefactos que aluden a su producción y que aparecen frecuentemente asociados en términos estratigráficos al período Tardío (Anexos: Figuras 44 y 45). Su importancia fue tal que involucró la presencia directa de funcionarios del Imperio, lo cual explicaría la existencia de artefactos ligados a ámbitos tributarios como el quipu. Es posible que la gente haya habitado en distintos puntos de la quebrada –tal como lo evidencia el gran número de asentamientos habitacionales a lo largo de ella, algunos con presencia de alfarería tardía (ver Zori 2011), aunque sin una exploración más acuciosa es imposible señalar con claridad cuáles fueron. Tarapacá Viejo, en este contexto, funcionó ciertamente a modo de núcleo de producción, administración y seguramente congregación, donde el trabajo, la comida y la bebida tuvieron un rol protagónico. Es muy posible que el Inca haya aprovechado una organización productiva preexistente a menor escala, según lo demuestra la existencia de sitios ligados a metalurgia en distintos puntos de la quebrada (ver Zori 2009); considerando también que este es un nodo que comunica con los centros de extracción costeros –y con santuarios de la envergadura de Cerro Esmeralda en la costa iquiqueña (Checura 1977), especialmente las minas de Huantajaya. La importancia de Tarapacá Viejo se refuerza por el hecho de que sea éste el asentamiento que se conecta vía tambo de Corralones con otros sitios de las tierras altas a través del camino imperial (Moragas 1995), concentrando una elocuente inversión en infraestructura incaica que no está presente en otros sitios de la quebrada. Retomando lo planteado en los antecedentes de este trabajo, hay que recordar que para el Inca el acto de edificar fue un proceso político y cultural donde se ponía fin a un escenario anterior, construyéndose un nuevo orden (Gallardo et al. 1995). El acto refundacional que supuso la edificación de este asentamiento–un quiebre elocuente en la arquitectura de la zona- implicó la 116 aceptación de normas e instituciones nuevas sometiendo a la población local a un intenso proceso de aculturación. Probablemente esto involucró también la creación de focos de resistencia que por el momento no podemos pesquisar en términos materiales y cuyo estudio ciertamente excede los límites de este trabajo, pero que constituye un importante tema a tratar en el futuro. Sabemos que existieron otros asentamientos asociados a la producción de metales distribuidos en distintos puntos de la quebrada de Tarapacá. No tenemos evidencias suficientes para probar que en Tarapacá Viejo se centralizaba dicha producción para ser trasladada a otros puntos del Imperio –según lo sugiere la conexión vial y la ausencia de artefactos terminados- pero creemos que esta puede ser una de las posibles explicaciones para entender el rol del sitio en el marco estatal, además de ser un lugar que ciertamente dio espacio al trabajo y al consumo de comidas y bebidas en grandes cantidades, conjugando de esta manera lo económico con lo social. De hecho, su conexión con el altiplano de Isluga, donde se localizan importantes sitios tardíos de carácter administrativo, económico y ritual lo inserta dentro de las redes de tráfico macro regional, utilizando antiguas rutas de comunicación (Urbina 2009). Es muy posible que el Inca haya logrado controlar estas vías y así anexar este territorio, algo que se ve corroborado por la presencia de artefactos tardíos de origen altiplánico, reforzando el lazo ancestral entre tierras altas y bajas que ya era propio de la fase Camiña (1.200-1.450 DC), pero que funcionaría ahora en un contexto estatal. En suma, en este trabajo nos propusimos conocer las características materiales del dominio incaico en Tarapacá Viejo a través del estudio de su forma (espacio construido) y su contenido (artefactos muebles). Tradicionalmente, varios estudios sostenían que la presencia Inca en Tarapacá había sido de carácter leve e indirecto. No obstante, numerosas evidencias como el santuario del Cerro Esmeralda, áreas de funebria en la costa y el interior y una serie de asentamientos ajustados en mayor o menor grado a los cánones constructivos del Imperio abogaron por una profundización en el estudio del período Tardío en Tarapacá 117 para integrar en un cuadro comprensivo esta diversidad de manifestaciones materiales. Aunque este cuadro ha comenzado a ser parcialmente llenado gracias a los trabajos sistemáticos efectuados en las tierras altas tarapaqueñas (Berenguer & Cáceres 2008, Urbina 2009, Berenguer 2010, Uribe 2010), la mirada desde tierras bajas se mantuvo virtualmente ausente. Por lo tanto, este estudio se propuso contribuir al estudio del Horizonte Tardío por medio del análisis sistemático de uno de los asentamientos tardíos más emblemáticos de los Valles Occidentales. A través de este ejercicio, entonces, logramos conocer con detalle los aspectos materiales de la presencia incaica en Tarapacá Viejo. De acuerdo a esto, y rescatando los planteamientos antes hechos por Adán y Urbina (2005), Urbina (2007), Uribe y colaboradores (2010) y Zori (2011), se estableció no sólo que el control ejercido por los incas fue directo sino que éste involucró la presencia de funcionarios estatales capaces de planificar y diseñar un asentamiento ajustado a los patrones imperiales y con un conocimiento acabado de la burocracia estatal, como lo demuestra la presencia de un quipu, instrumento cuyo uso implicó el manejo de un lenguaje especial. A la luz de las evidencias sospechamos que su presencia tuvo relación directa con la capacidad de producción metalúrgica del valle, cuestión abordada recientemente por Zori (2009 y 2011). Por otro lado, nos parece clara la voluntad por parte del Imperio de asentarse en un lugar altamente significativo para la población local, siendo el campo de petroglifos (Tr-47) adyacente el sitio de arte rupestre de mayor envergadura en la quebrada, que además concentra una importante cantidad de vasijas quebradas y algunos restos funerarios, constituyendo un espacio ceremonial y religioso importante. Con la llegada del Inca, este espacio se respeta y se visibiliza, ubicando las construcciones junto a él y posiblemente integrando bloques a los nuevos edificios (Vilches & Cabello 2006). Vemos como significativo que el camino Inca que viene desde el tambo de Corralones –en la parte superior de la quebrada de Tarapacállegue directamente a Tr-47, hecho que le otorga a este lugar una conectividad de alcance macro regional. 118 Por medio del registro, pudimos comprobar que existe una cierta concentración de materiales cerámicos de carácter local hacia el lado W, coincidente con canchas más públicas o bien destinadas a tareas productivas, mientras que hacia el extremo E del sitio tiende a concentrarse el material cerámico tardío. Evidentemente esto requiere de un análisis más fino, pues nuestras interpretaciones se basaron más que nada en inspecciones de superficie y se limitó al material obtenido en ocho unidades de excavación, es decir, alrededor del 7% del asentamiento. Sin embargo, reconocemos que sí hay una voluntad por organizar el espacio bajo una lógica dual completamente andina que atraviesa la economía, la sociedad y el ritual. En esta misma línea, asumimos que los alcances de este trabajo se ven limitados por las condiciones del registro arqueológico y que la posibilidad de establecer funcionalidades, por ejemplo, son restringidas por la mala conservación de algunos sectores. Esto mismo fue lo que impidió, entre otras cosas, la identificación de vanos de acceso en terreno, otro de los factores que influyó en los resultados de nuestro análisis sintáctico del espacio. No obstante, pudimos detectar o descartar, por la naturaleza y frecuencia de los materiales rescatados, el desarrollo de ciertas actividades en determinadas áreas. De la misma manera, logramos reconocer que la llegada del Inca a Tarapacá produjo un quiebre significativo en cuanto a los modos de organización del espacio, dejando pendiente un tema que nos parece necesario abordar en estudios futuros –y que resulta necesario para lograr una comprensión acabada de los cambios introducidos por el Inca en la zona- que dice relación con los efectos que este reordenamiento espacial supuso para la población local. Esto involucraría, por cierto, un estudio pormenorizado de la arquitectura del Intermedio Tardío en la quebrada de Tarapacá, de manera tal de poder comparar ambos modos de organización espacial. Entendemos que por ahora ello supera con creces los objetivos de este trabajo. Asumiendo las limitantes que presenta este ejercicio, rescatamos su potencial interpretativo al constituir una aproximación integrada de dos ámbitos que muchas veces permanecen desligados, a saber, el espacio construido y la materialidad 119 mueble en él contenida. Así, esta arqueología de las canchas nos permitió integrar una diversidad de manifestaciones materiales en un marco comprensivo a la vez que incorporar fechados para el período Tardío que previamente no se habían planteado como necesarios, asumiéndose la ocupación tardía y colonial básicamente en función del material cerámico. Al mismo tiempo, este enfoque posibilitó volver la atención al espacio como dimensión donde se conjuga lo económico y lo social, la estructura y el individuo, especialmente relevante en un contexto como el incaico donde existe una voluntad explícita por expresar los principios andinos que organizan el trabajo, las actividades públicas y la posición social. Indudablemente trabajos futuros permitirán mejorar las metodologías y reconocemos que este acercamiento, que liga arquitectura, espacio y poder, podría ser mejor aprovechado en contextos comparativos de estudio que es como comúnmente se ha utilizado el análisis sintáctico del espacio. Sin embargo, su aplicación a una situación puntual en un momento cronológico acotado puede dar luces sobre la lógica que subyace a un ordenamiento arquitectónico particular y las dinámicas desarrolladas en su interior, aspectos que nos parecieron fundamentales para lograr una primera entrada al tema del dominio Inca en las tierras bajas tarapaqueñas. 120 VIII. BIBLIOGRAFÍA Acuto, F. 1999. Paisaje y dominación: La constitución del Espacio social en el imperio Inka. En Sed Non Satiata. Teoría Social en la Arqueología latinoamericana contemporánea, editado por Zarankin, A. y F. Acuto, pp.189-238. Ediciones Del Tridente, Buenos Aires. Acuto, F. y C. Gifford. 2007. Lugar, arquitectura y narrativas de poder: Experiencia y percepción en los centros inkas de los Andes del Sur. Arqueología Suramericana 3(2):135-161. Adán, L. y S. Urbina. 2005. Arquitectura, asentamiento y organización social en las quebradas tarapaqueñas durante los períodos tardíos. 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