Volumen 45, Nº 1, 2013. Páginas 83-103
Chungara, Revista de Antropología Chilena
PAISAJES MINERO-METALÚRGICOS
INCAICOS EN ATACAMA Y EL ALTIPLANO SUR
DE TARAPACÁ (NORTE DE CHILE)*
INKA MINING AND METALLURGICAL LANDSCAPES IN ATACAMA
AND SOUTHERN TARAPACA ALTIPLANO (NORTHERN CHILE)
Diego Salazar1, José Berenguer2 y Gabriela Vega3
En el presente trabajo ponemos a prueba interpretaciones en boga que le otorgan a la actividad minera un rol central dentro del
expansionismo incaico al norte de Chile, y en particular a la región atacameña y el altiplano sur de Tarapacá. Luego de sintetizar la
información acerca de la minería en la región durante el Período Intermedio Tardío (ca. 950-1.400 d.C.), revisamos las evidencias
arqueológicas de minería del cobre incaica en la región atacameña y el altiplano sur de Tarapacá (ca. 1.400-1.540 d.C.), reconstruyendo a partir de dicha revisión las modalidades de organización de la producción y su administración, así como el consecuente
paisaje minero-metalúrgico instaurado por los Inkas en la región. Concluimos señalando que no sólo la minería jugó un rol esencial
dentro de la reorganización económica incaica en el área de estudio, sino que esta actividad y su simbolismo asociado fueron los
ejes alrededor de los cuales el Tawantinsuyu reorganizó los espacios sociales y sagrados a nivel regional.
Palabras claves: producción minera, Tawantinsuyu, centros provinciales, paisaje minero-metalúrgico, norte de Chile.
The present paper examines current interpretations of the importance of mining activity in Inka expansion into northern Chile, and
particularly into the Atacama and Southern Tarapacá regions. We first present a synthesis on the evidence for pre-inka and inka
copper mining and metallurgy in the study area. We then go on to infer the organizational systems of production and administration
of this activity during the Late Period (ca. 1,400- 1,540 AD), and thus reconstruct the mining and metallurgical landscape created
by Tawantinsuyu in Atacama and the southern altiplano of Tarapacá. We conclude that not only did copper mining play a major
role in the reorganization of economic systems in the region, but that this activity and its symbolic context served as the principal
axis of regional Inca social and sacred spaces.
Key words: Mining production, Tawantinsuyu, administrative and ceremonial sites, mining and metallurgical landscapes,
northern Chile.
La cordillera de los Andes es una de las regiones
más ricas del mundo en cuanto a su contenido y
provisión de minerales metálicos y no metálicos,
incluyendo grandes reservas de antimonio, cobre,
estaño, nitratos, plata, platino, plomo y zinc, entre
otros (Oyarzún 2000). Se ha estimado que casi
el 50% de los recursos mundiales de cobre están
alojados en las rocas del gran macizo andino, y una
parte importante de esta enorme cantidad de reservas
se concentra en tan sólo unos pocos yacimientos
ubicados en el extremo norte de Chile, en particular
entre las actuales Regiones I y III (Camus 2003).
El conocimiento de la riqueza mineral de este
territorio no es un fenómeno reciente. Hoy sabemos
*
1
2
3
que el cobre ya fue explotado como piedra semipreciosa desde el Arcaico Tardío en el norte de Chile
(Núñez 2006; Salazar, Castro et al. 2010; Soto
2010), y que la minería del cobre se constituyó en
una verdadera tradición tecnológica, económica y
sociocultural al interior de las poblaciones agropastoriles atacameñas desde antes de la era cristiana
(Rees 1999; Núñez 2006, Salazar y Salinas 2008).
Núñez (1999, 2006; Núñez et al. 2005) ha
señalado que las prácticas mineras y metalúrgicas
se hallaban bien establecidas en la región 2.500
años antes de los inkas y que éstos aprovecharon
la milenaria experticia atacameña en el laboreo
de yacimientos minerales para incrementar la
Artículo seleccionado del conjunto de ponencias presentadas en la Primera Reunión Internacional sobre Minería Prehispánica
en América (PRIMPA), realizada en San Pedro de Atacama, diciembre 2010. Este manuscrito fue evaluado por investigadores
externos y editado por Andrés Troncoso y Victoria Castro, Chile, en su calidad de editores invitados de la Revista.
Departamento de Antropología, Universidad de Chile, Santiago, Chile. dsalazar@uchile.cl
Museo Chileno de Arte Precolombino, Santiago, Chile. jberenguer@museoprecolombino.cl
Guardia Vieja 12 Of. 44-Providencia, Santiago, Chile. gabri_una@yahoo.com
Recibido: Septiembre 2011. Aceptado: Agosto 2012
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Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
producción de una variedad de metales y piedras
semipreciosas, incluyendo cobre nativo, turquesa y
diversos oxidados de cobre. Por su parte, ya en su
seminal trabajo Llagostera (1976) planteaba para el
norte de Chile la organización de un sistema agrominero bajo la administración incaica, que habría
permitido la producción de cobre a gran escala a
partir de la generación de excedentes agrícolas en
los principales centros poblados de este territorio.
En la actualidad, la mayoría de los arqueólogos
sostiene que el móvil esencial de la ocupación
Inka en la región fue explotar sus recursos mineros
con el objeto de insertarlos dentro de la economía
política estatal (Berenguer et al. 2005; Cornejo
1995; Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987];
Núñez 1999, 2006; Núñez et al. 2005; Raffino 1981;
Salazar 2002, 2002-2005, entre otros).
No obstante lo anterior, puede afirmarse que
son muy pocos los estudios acerca de las formas
de organización de la producción minera Inka en
la zona, las transformaciones operadas sobre los
sistemas de producción preincaicos, o la articulación de las dinámicas productivas con el sistema
económico y político instaurado por el Estado en
las provincias. Una primera aproximación a esta
temática desde el registro arqueológico ha podido
realizarse en San José del Abra, donde se cuenta
con contextos mineros incaicos y preincaicos bien
datados y controlados (Núñez 1999; Salazar 2002,
2002-2005, 2008; Salazar y Salinas 2008; Salinas
y Salazar 2008). Por otro lado, en el año 2010 los
autores del presente artículo iniciaron un proyecto
de investigación1 en las nacientes del río Loa, a los
pies y al poniente del volcán Miño, cuyo propósito
fundamental es investigar la existencia, naturaleza y
organización funcional de las explotaciones minerometalúrgicas incaicas en el sector de Miño-Collahuasi
desde una perspectiva “holística” (sensu Shimada
1994), estudiando la forma en que el Estado articuló
las variables población, tecnología, infraestructura
y recursos, dentro de su propio sistema económico.
Ambas experiencias de investigación nos han permitido revaluar las evidencias de minería incaica en
Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (Figura 1) y
nos han permitido reflexionar en torno a los paisajes
productivos establecidos por el Estado en la zona.
Como fruto de dicha revaluación y reflexión, en
el presente trabajo propondremos algunas consideraciones a nivel regional acerca de las modalidades bajo
las cuales el Tawantinsuyu reorganizó la actividad
minero-metalúrgica cuprífera local en las tierras
altas de Atacama y el altiplano sur de Tarapacá,
centrándonos en el concepto de paisaje productivo.
Paisajes Minero-Metalúrgicos:
Consideraciones Teóricas
A nivel mundial, los minerales tienden a concentrarse en sectores alejados de los principales
nodos de población y de producción agrícola de
un territorio (Bell 1998; Ballard y Banks 2003).
La región andina no fue una excepción a este
respecto. Estos recursos de carácter estratégico
suelen encontrarse con mayor frecuencia en los así
llamados “espacios vacíos” (sensu Upham 1992),
esto es, en aquellas extensas áreas intersticiales,
muchas veces despobladas y por lo común montañosas, que separan a los principales nodos o
centros poblados de una región (Angiorama 2001;
Núñez 1987). Esta situación demandó en el pasado
una compleja planificación e inversión para poder
explotar y procesar los recursos minerales, lo que
llevó a “colonizar” dichos territorios por medio
de la congregación de una “comunidad minera”
(sensu Knapp 1998) y de un sistema organizado
en que se coordinan e interrelacionan tecnología,
infraestructura, abastecimiento y administración,
haciendo posible la explotación a gran escala.
Frecuentemente, esta transformación del escenario
natural conllevó la aparición de paisajes industriales minero-metalúrgicos (Knapp 1999), los cuales
se conforman fundamentalmente de tecnologías
mineras, sitios de extracción y procesamiento de
minerales, campamentos, vías de circulación, áreas
o sitios de almacenamiento y una serie de sectores
de apoyo a la producción minera y la circulación de
las materias primas (p.ej. producción de alimentos,
recolección de frutos, agua o materias primas, etc.).
La constitución de un paisaje minero-metalúrgico
es más que un problema limitado a la dimensión
tecnológica ya que la base económica de una sociedad es fundamental para la forma en que se articula
dicho paisaje. Pero también la organización social
es una variable que determinará directamente los
sistemas de producción (Costin 2001) ya que de las
instituciones existentes y de las relaciones sociales
entre productores y consumidores dependerá la
configuración y funcionamiento de las unidades
de producción que participan en las distintas fases
de la cadena productiva. En los Andes, en particular, y en las sociedades tradicionales, en general,
los paisajes minero-metalúrgicos se articularon
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
85
Figura 1. La Región atacameña y el altiplano sur de Tarapacá en el marco de los Andes Meridionales.
The Atacama Region and the Southern Altiplano of Tarapacá in the context of the Southern Andes.
también en función de los marcos conceptuales
propios de cada cultura, incorporando valores,
ideas y creencias acerca de las minas, los minerales y el escenario geográfico regional (Cf. Absi
2003; Bouysse-Cassagne 2004, 2008; Eliade 1974;
Salazar-Soler 2002, entre otros). Lo anterior considerando que para las sociedades tradicionales la
producción es una actividad que involucra tanto
la dimensión material como lo que en Occidente
denominaríamos lo sobrenatural, siendo por tanto
fundamentales los “rituales de producción” (sensu
van Kessel 1989) para el éxito del proceso. Por lo
tanto, el estudio de los sistemas minero-metalúrgicos
nos permite adentrarnos en la comprensión de un
sistema social completo, incluyendo incluso aspectos como la dimensión simbólica. El concepto
de paisaje minero-metalúrgico que usamos en este
trabajo consiste justamente en la materialización
concreta en un tiempo y espacio limitados, de
los saberes tecnológicos disponibles, de las
principales instituciones económicas, sociales y
políticas, y de los conocimientos y concepciones
en torno a la minería y metalurgia de una sociedad
dada. Consideramos que este concepto permite
dinamizar nuestra propuesta anterior respecto de
las variables que inciden en la organización de
los sistemas de producción mineros (Cf. Salazar
2003-2004; Salinas y Salazar 2008), coincidiendo
con el “enfoque holístico” propuesto por Shimada
(1994; Shimada et al. 2007) a partir del cual la
tecnología minero-metalúrgica es vista dentro de
su contexto social, económico, político y simbólico. No obstante su destacado potencial para
la comprensión del fenómeno de la producción
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Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
minera prehispánica, este tipo de aproximación
ha sido escasamente utilizada para el estudio del
caso incaico en el norte de Chile.
Antecedentes sobre Minería Preincaica
Comprender un paisaje minero-metalúrgico
incaico implica también dar cuenta de las transformaciones que instauró respecto de los sistemas
de producción previos y sus particulares materializaciones espaciales. En este contexto, podemos
señalar que durante el Período Intermedio Tardío
(ca. 1.000-1.400 d.C.) la minería del cobre en el
norte de Chile estuvo destinada a lo menos a cuatro
contextos de producción y consumo diferentes,
los cuales se advierten con claridad a partir de la
arqueología de la región atacameña, pero también
están comenzando a ser discernibles en el caso
de las tierras altas de Tarapacá: (i) la lapidaria,
en especial la fabricación de cuentas de collar
(García-Albarido 2007), (ii) el uso del mineral
molido como ofrenda, tanto en sitios caravaneros
como en los poblados locales (Cf. Aldunate y
Castro 1981; Angiorama 2007; Berenguer 2004;
Nielsen 2003, entre otros), (iii) el uso del cobre
como colorante en el arte rupestre (Sepúlveda y
Laval 2010) y (iv) la metalurgia (Aldunate y Castro
1981; Cervellino y Téllez 1980; Figueroa et al.
2010; Hermosilla y Barrera 2010; Núñez et al. 2003;
Zori 2011; Zori y Tropper 2010). Recientemente,
hemos datado un área de metalurgia extractiva
en Incaguasi-Loa correspondiente a este período
(cal. 1.260-1.290 d.C.), así como hornos tipo
huaira en el área de Miño (cal. 1.290-1.410 d.C.)
(Berenguer 2007; Salazar et al. 2011). Estos
últimos son muy semejantes a los reportados en
fechas contemporáneas por Zori (2011) para el
curso medio y superior de la quebrada de Tarapacá.
El uso de minerales de cobre en sistemas de
producción y consumo diversos indudablemente
implicó aumentos en la demanda regional de este
tipo de recurso. No en vano para el Intermedio
Tardío las evidencias directas de minería extractiva
son más numerosas que para los períodos anteriores, a lo menos en la cuenca superior del río Loa2.
Sabemos, por ejemplo, que durante este período hubo
una activa explotación de turquesa y oxidados de
cobre en El Abra (Núñez 1999; Núñez et al. 2003;
Salazar 2002; Salazar, Salinas et al. 2010), donde
se han documentado a lo menos cinco minas del
Intermedio Tardío, contándose para cuatro de ellas
con dataciones radiocarbónicas, en tanto una ha
sido adscrita cronológicamente a partir del material
cerámico recuperado en superficie (Tabla 1).
Los yacimientos de Chuquicamata sin duda
también estuvieron en explotación en este período, a juzgar por las dataciones directas realizadas
sobre martillos mineros encontrados a comienzos
de siglo en dicho sector (Bird 1979; Figueroa et al.
2012). Por su parte, las fechas radiocarbónicas
reportadas por Aldunate y colaboradores para
San Bartolo (Aldunate et al. 2006, 2008) sugieren
explotaciones mineras y eventualmente metalurgia
extractiva efectuadas durante el Intermedio Tardío
en ese sector (1.230 d.C. de acuerdo a un fechado
por termoluminiscencia), mientras que en el extremo
meridional del área circumpuneña se ha constatado la
presencia de un enclave minero atacameño destinado
Tabla 1. Fechados radiocarbónicos de evidencias directas de minería durante el período Intermedio Tardío en El Abra.
Las fechas han sido calibradas usando el programa INTCAL 04.
Intermediate Period radiocarbon dates from direct evidences of mining at El Abra. All dates were calibrated using
the INTCAL 04 curve.
Sitio
Contexto fechado
Cerro Turquesa Estructura habitacional
junto a mina
Cerro Turquesa
Desmonte mina
AB-22/39
AB-22/39
AB-178
AB-82
Desmonte mina
Desmonte mina
Estructura habitacional
junto a mina
Estructura habitacional
junto a mina
Muestra
C-14 a.p.
cal. a.C./d.C.
(2 sigmas)
Sigla de
laboratorio
Carbón de fogón
930 + 40
1.020-1.200 d.C.
Beta-217772
Pala de madera
910 + 50
1.020-1.240 d.C.
Beta-217771
Pala de madera
Carbón aislado
Carbón de fogón
830 + 40
640 + 80
650 + 40
1.160-1.270 d.C.
1.250-1.430 d.C.
1.280-1.400 d.C.
Beta-287255
Beta-147523
Beta 239855
Salazar, Salinas
et al. 2010
Salazar, Salinas
et al. 2010
En este trabajo
Salazar 2008
En este trabajo
Carbón de fogón
600 + 40
1.290-1.420 d.C.
Beta 184055
Salazar 2008
Referencia
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
a la explotación de mina Las Turquesas durante el
Intermedio Tardío, fechado entre los cal. 1.310 y
1.370 d.C. (González y Westfall 2005; Westfall y
González 2010).
En conjunto, las evidencias directas e indirectas
revisadas vienen a ratificar la existencia de una consolidada actividad minera en Atacama (y posiblemente
en el altiplano sur de Tarapacá) durante el Intermedio
Tardío, la cual abasteció a lo menos cuatro ámbitos
productivos y funcionales significativos, tanto al
interior de la sociedad local como en el ámbito del
intercambio con sociedades vecinas. No sólo se contaba
con una tecnología minera desarrollada y un profundo
conocimiento de los recursos cupríferos locales, sino
que, además, se pusieron en funcionamiento estrategias socioeconómicas diversas y complementarias
de acceso y explotación de dichos recursos, generando de este modo paisajes minero-metalúrgicos
particulares a la realidad biogeográfica, geológica y
social de las faenas productivas y de las comunidades
que las protagonizaron. Estos paisajes incluyeron
el establecimiento de enclaves en zonas distantes
y carentes de recursos locales, siendo abastecidas
por caravanas de llamas que trasladaban productos
desde la costa y los valles, tal como sucedió en Las
Turquesas. En estos casos, debieron movilizarse
contingentes significativos de población durante
temporadas prolongadas. En El Abra, en cambio, así
como posiblemente en Chuquicamata, se organizó
un paisaje productivo diferente, caracterizado por
una ocupación del espacio dispersa, de baja intensidad en términos de alteración de la naturaleza, y
sin jerarquía evidente entre los asentamientos. Este
paisaje productivo es resultado de un sistema de
asentamiento en el cual grupos de tarea de mineros
o mineros-caravaneros acceden desde las aldeas y
estancias de oasis por cortas temporadas a trabajar
en la obtención de los recursos mineralizados (Núñez
et al. 2003), posiblemente autoabasteciéndose y
generando inversiones de escasa envergadura en las
áreas de producción. Las actividades metalúrgicas se
realizaron en áreas con combustible local (queñoa,
llareta o algarrobo), tanto dentro de las aldeas como
en sitios de tarea, y fueron, por lo general, de baja
escala y siguiendo un patrón disperso, tal como ha
sido sugerido recientemente para la quebrada de
Tarapacá (Zori 2011).
Las autoridades incaicas, por lo tanto, no sólo
se habrían encontrado con una larga experiencia
tecnológica minero-metalúrgica, sino también
con una organización socioeconómica altamente
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eficiente en términos de la producción y distribución
de minerales cupríferos. A continuación revisaremos las principales evidencias directas de minería
inka en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá, y
evaluaremos las transformaciones operadas a partir
de la intervención del imperio sobre los sistemas
productivos preincaicos.
Antecedentes sobre la Minería Inca en
Atacama
La bibliografía sobre el Inka en el altiplano sur
de Tarapacá y en Atacama menciona la existencia de
diversas evidencias de explotaciones minero-metalúrgicas. Estas incluyen, de norte a sur: Collahuasi,
Miño, El Abra, Conchi Viejo, Chuquicamata, Caspana
y San Bartolo (Figura 1). En el caso de Caspana, se
suelen mencionar las evidencias de los sitios Cerro
Verde, Incahuasi-Inca y Vega Salada (Adán 1999;
Adán y Uribe 2005; Uribe y Carrasco 1999). Sin
embargo, a excepción de Cerro Verde, los datos
sobre las restantes minas de Caspana son discutibles, ya que se trata de operaciones extractivas de
data histórica ubicadas cerca de los sitios incaicos.
Asumir una funcionalidad minera prehispánica en
estos sitios es consecuencia de un argumento circular:
los inkas están interesados en la minería cuprífera,
los sitios en cuestión se encuentran cerca de minas
de cobre históricas, en consecuencia fueron minas
explotadas por los inkas, lo que demuestra a su vez
que los inkas estaban interesados en la producción
minera atacameña. Para evitar la circularidad de
nuestros argumentos sugerimos que el indicador sine
qua non para hablar de evidencias arqueológicas
de extracción minera prehispánica es la existencia
de martillos mineros (o cabezales de martillos)
asociados en forma directa a áreas de actividad tales
como minas, desmontes, campamentos o canchas
de chancado con contextos prehispánicos seguros
y bien datados. Este es un criterio que cumplen la
totalidad de minas prehistóricas publicadas a nivel
mundial. Por ello, puede afirmarse que, a pesar
del consenso existente respecto del interés estatal
en la minería local, los únicos contextos mineros
incaicos bien datados y controlados son los de El
Abra y, en mucho menor medida, Cerro Verde en
la localidad de Caspana. Emplearemos estas evidencias para comprender mejor las modalidades de
organización de la producción minera atacameña
bajo el dominio de los inkas (Figura 2) y como
contraparte evaluaremos los datos actualmente
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Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
Figura 2. Los sitios mineros y administrativos de Cerro Verde, El Abra-Cerro Colorado y Miño-Collahuasi en la subregión del
Loa Superior.
Mining and administrative sites of Cerro Verde, El Abra-Cerro Colorado and Miño-Collahuasi in the Upper Loa subregión.
disponibles para el distrito Miño-Collahuasi, en el
altiplano sur de Tarapacá.
Cerro Verde
El sitio Cerro Verde (Figura 3) es posiblemente
el centro provincial más importante construido por
los inkas en la cuenca del río Loa. Se ubica en una
explanada en la confluencia de los ríos Caspana
y Curte, a una altura aproximada de 3.100 msm.
Presenta cuatro sectores principales de edificación,
todos ellos siguiendo un planeamiento y estilo constructivo de carácter incaico (véase Adán 1999; Adán
y Uribe 2005). El sector alto del sitio, ubicado sobre
una explanada rocosa, presenta un ushnu, el único
reportado hasta la fecha para territorio atacameño.
Pero este no es el único atributo que hace del sitio
un asentamiento excepcional a nivel regional.
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
Figura 3. Levantamiento topográfico del sitio Cerro Verde en la localidad de Caspana. Proyecto Fondecyt 1970528. Gentileza de Leonor Adán y Mauricio Uribe.
Topographic map of the Cerro Verde site, near Caspana. Map courtesy of Leonor Adán and Mauricio Uribe, Project Fondecyt 1970528.
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90
Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
Nos interesa destacar cuatro características
centrales: (i) el sitio fue instalado en un lugar sin
ocupaciones Intermedio Tardías previas (es decir,
es un sitio Inka puro); (ii) en este sitio se expresa
con singular claridad la arquitectura incaica, tanto
en términos de trazado, tipos de edificio y formatos de construcción, demostrando una diferencia
notoria con la arquitectura contemporánea de las
poblaciones locales (Adán 1999:24); (iii) el sitio
se ubica en un sector privilegiado en términos de
Geografía Sagrada, toda vez que se emplaza entre
dos confluencias de quebradas (o pallca, sabido
lugar sagrado para los inkas)3, frente a una qaqa
o afloramiento rocoso singular (Cf. Cruz 2006;
Dean 2010) y en el caso del ushnu sobre un promontorio rocoso con una destacada panorámica de
los volcanes tutelares locales y de la vega de Turi;
(iv) en el sitio destacan espacios públicos a manera
de plazas y kanchas, que demuestran que allí se
realizaron actividades públicas incluyendo rituales
colectivos y el agasajo de las poblaciones locales.
Estas características sitúan a Cerro Verde en
el contexto de un conjunto numeroso de centros
provinciales construidos especialmente por los
Inkas de acuerdo con los principios cosmológicos
y sociales promovidos por el estado (Acuto 1999;
Farrington 1999; Hyslop 1990; Raffino 1981, entre
otros) y en los cuales se llevaron a cabo importantes
actividades burocráticas, diplomáticas, productivas
y/o rituales. La espacialidad y materialidad de estos
sitios contribuyeron a la creación de paisajes de
desigualdad social, conmemoración ritual y control (sensu Acuto 2012), que a su vez legitimaron
y reprodujeron la dominación incaica sobre las
poblaciones locales (Acuto 1999).
Lo que nos interesa destacar de Cerro Verde en
comparación con otros centros incaicos en las provincias sometidas, es la estrecha y explícita relación
del sitio con la minería del cobre. En efecto, unos
300 metros al sur del sitio se encuentran evidencias
de minería prehispánica. A pesar de encontrarse
afectadas por explotaciones subactuales, destaca
la presencia de numerosos cabezales de martillos
líticos, desmontes prehispánicos, algunos frentes
de explotación prehispánicos y pequeñas estructuras asociadas a dichas explotaciones. Más aún,
justo sobre los piques mineros y comunicado con
la parte ceremonial de Cerro Verde por medio del
camino inka, se encuentra un campamento minero
prehispánico, en el cual se advierten bases de
Figura 4.Desechos y percutores líticos en una cantera para la fabricación de martillos junto al campamento minero de Cerro Verde.
Lithic debris and hammerstones from an andesite quarry for preparing hammers, near the mining camp of Cerro Verde.
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
muro de factura incaica, cerámica inka-local y del
componente Loa-San Pedro y decenas de cabezales
de martillos mineros y restos de mineral molido4.
Por último, en las laderas de cerro hacia el sur y el
oeste del campamento minero recientemente hemos
descubierto áreas de preparación de cabezales de
martillos líticos a partir de lajas de andesita, conformando verdaderas canteras (Figura 4).
De esta manera, podemos afirmar que el principal
centro incaico de “Atacama la Baja” se erigió junto a
una explotación minera y notoriamente más alejado
de sitios de producción agrícola o pastoril, e incluso
de los centros poblados de la región. Volveremos
sobre esta idea más adelante. Por ahora conviene
evaluar otras evidencias de minería en Atacama.
Los Complejos Mineros de San José del Abra
y San Pedro de Conchi
Las localidades de El Abra y Conchi Viejo
(Figura 5) se ubican entre 12 y 25 kilómetros al
91
oeste del curso superior del río Loa, con alturas de
entre 3.500 y 4.000 msm. Dos complejos mineros
extractivos incaicos han sido identificados a la fecha
en estas localidades. Estos han sido publicados en
trabajos previos (p.e. Núñez 1999; Salazar 2002,
2002-2005, 2008, entre otros), por lo que no nos
detendremos en los detalles de los sitios. Baste
señalar que el Complejo Minero San José del
Abra está compuesto por seis sitios arqueológicos
que incluyen un campamento habitacional con 40
estructuras pircadas (Inkawasi-Abra), una mina
indígena prehispánica compuesta por varios piques
y operaciones menores (AB-22/39), áreas de chancado (AB-37 y AB-38), bodegas (AB-48), senderos
dentro del complejo y para conectar con sitios en
quebradas vecinas, áreas de carga y descarga de
animales (AB-38) y plataformas rituales (AB-39 y
AB-40). Un conjunto de sitios emplazados en las
quebradas adyacentes cumplieron funciones de apoyo
logístico a las labores productivas desarrolladas en
los sitios principales del complejo (p.ej. Ichunito,
Figura 5. Los Complejos Mineros de San José del Abra y San Pedro de Conchi, en las localidades homónimas.
The San José del Abra and San Pedro de Conchi mining complexes.
92
Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
AB-44, AB-73) (Salazar 2008). Todos estos sitios
fueron ocupados en forma predominante durante
el Período Tardío (1.400-1.540 d.C.), pero también
evidenciaron un uso durante el Período Intermedio
Tardío, al menos en el caso de la mina indígena
(AB-22/39) y los sitios inmediatamente asociados
(AB-37 y AB-38). Es decir, se trata de un fenómeno
de reexplotación de yacimientos en operación antes de
la expansión del Tawantinsuyu en Atacama (Salazar
2002-2005), tal como lo demuestran las fechas para
uno de los sectores del sitio AB-22/39 (Tabla 1).
Los estudios más recientes demuestran que
la administración incaica conllevó una profunda
reorganización de la producción minera en El Abra,
aun cuando haciendo uso de fuerza de trabajo local
y utilizando los conocimientos, infraestructura y
tecnología propias de las poblaciones atacameñas.
No solamente son notorios los aumentos en los volúmenes de producción entre el Intermedio Tardío
y el Tardío, sino que además los mineros fueron
concentrados en un campamento habitacional y
destinados a la explotación de un solo yacimiento
(AB-22/39). Esto marca un contraste con el patrón
de diversas operaciones de baja escala que caracterizó la actividad minera local durante el Intermedio
Tardío (Salazar 2002-2005). Vale decir, se dio un
cambio desde un patrón disperso de producción a
uno nucleado (Cf. Costin 2001; Zori 2011), medida
que evidentemente permite maximizar la producción
y disminuir los costos de control y administración
de la misma. Más aún, el hallazgo de fragmentos de
Spondylus en una plataforma ceremonial ubicada en
un lugar central de la mina AB-22/39 sugiere que el
Estado Inka también controló la ritualidad asociada
a la explotación de minerales de cobre por medio
de la circulación de bienes exóticos a la localidad
y de alto contenido simbólico en los Andes y en el
Tawantinsuyu en particular. En el campamento habitacional, por su parte, la materialidad predominante
es de carácter local. Sin embargo, la administración
estatal reservó un sector particular dentro del sitio
(separado de las restantes estructuras por el cauce
de la quebrada Casicsa), para instalar arquitectura
de rasgos incaicos (Figura 6). Este espacio se
asocia a actividades de preparación de alimento a
gran escala, muy posiblemente como parte de las
estrategias de comensalismo político incaicas, y
corresponde, además, al área con mayores índices
de frecuencia de cerámica Inka Provincial a nivel
de todo el sitio (Salazar et al. 2012).
El segundo complejo minero identificado en la
localidad corresponde al de San Pedro de Conchi,
ubicado al noroeste del poblado actual de Conchi
Viejo y a unos 10 kilómetros al sur del complejo
anterior. Este Complejo Minero consta de los mismos
elementos que en el caso de El Abra: operaciones
mineras prehispánicas (dos trincheras y operaciones
extractivas menores), áreas de chancado, un corral,
un campamento minero, un edificio de patrón arquitectónico Inka-Local, aparentemente vinculado
con actividades ceremoniales y algunas estructuras
de función aún indeterminada. Al igual que en el
caso de El Abra, acá durante la ocupación incaica
la población de mineros dispersos se concentró en
el campamento AB-184 y la explotación minera se
focalizó en el sitio AB-99.
En síntesis, durante el Período Tardío se reconfigura profundamente en El Abra la actividad
productiva de oxidados de cobre y turquesa. El
Tawantinsuyu controla dicho proceso por medio
de la reorganización de la fuerza de trabajo, su
financiamiento en términos de alimentación e instrumentos de trabajo, y el control de la tecnología
simbólica y los rituales de producción (sensu van
Kessel 1989) necesarios para el funcionamiento de
los sistemas productivos andinos.
Como ya se señaló, los dos complejos mineros
reorganizados por los inkas se ubican a unos 20 kilómetros de distancia del río Loa, donde se encuentra
un ramal del Qhapaq Ñan y alrededor de 10 sitios
construidos durante el Período Tardío que jalonan
y articulan a intervalos más o menos regulares el
tránsito a lo largo de 125 kilómetros de la arteria
imperial del Alto Loa (Berenguer 2007; Berenguer
et al. 2005). En trabajos anteriores, hemos llamado
la atención acerca de la relación entre el sector de
El Abra y el Alto Loa y, en particular, entre los dos
complejos mineros y el sitio Cerro Colorado (SBa162), un segundo centro provincial construido por
los Inkas en Atacama La Baja y que habría operado
como lugar de agasajo a las poblaciones de mitayos
que trabajaban en las minas de El Abra y Conchi
(Berenguer 2007).
El sitio se ubica en la Pampa Cuestecilla, en
el curso superior del río Loa, a unos 3.200 msnm
(Berenguer 2004). En el sector norte se han registrado
tres conjuntos arquitectónicos de trazado ortogonal,
en la cual predominan atributos constructivos y de
planeamiento incaicos (Berenguer 2007; Castro
1992; Cornejo 1995; Uribe y Urbina 2009; Urbina
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
93
Figura 6. Levantamiento topográfico del sitio Inkawasi-Abra y ubicación de la arquitectura incaica. Modificado de Núñez (1999).
Topographic map of the Inkawasi-Abra site showing the location of inka architecture.
y González 2004, entre otros). Destaca la presencia
de una plaza de 70 x 50 metros que concentró la
actividad pública y ritual en este sitio. La plaza está
alineada con un rasgo orográfico excepcional, cual
es el Sirawe5, el cual posiblemente haya constituido
una qaqa (sensu Cruz 2006; véase también Dean
2010). La cerámica recuperada evidencia uno de
los porcentajes más altos de Cusco-Polícromo de
la región atacameña, a lo que se asocia la presencia
aunque minoritaria de cerámica Yavi, Saxamar y tipos
inca-locales TPA y TRN, además del predominio
de la cerámica local atacameña de los Períodos
Intermedio Tardío y Tardío (Uribe y Urbina 2009).
En síntesis, formal y funcionalmente Cerro
Colorado parece muy semejante a Cerro Verde,
aun a pesar de las probables jerarquías disímiles de
ambos sitios. Por su parte, los complejos mineros
en El Abra son equivalentes al campamento y áreas
de trabajo ubicadas a 300 metros al sur del sitio
Cerro Verde. Estos datos sugieren, al menos para
“Atacama La Baja”, una estrecha relación entre
los centros mineros controlados por los Inkas y
los centros provinciales construidos por el estado.
El Distrito Miño-Collahuasi
Actualmente, nuestro equipo se encuentra investigando la articulación entre instalaciones incaicas
y evidencias de actividades minero-metalúrgicas
en el Distrito Miño-Collahuasi, con el objeto de
profundizar nuestra comprensión de la diversidad
de paisajes minero-metalúrgicos instaurados por los
inkas en el Norte Grande de Chile. Este distrito se
halla unos 50 km al norte del sitio Cerro Colorado,
entre la cuenca de Ujina, Región de Tarapacá, y las
cabeceras del río Loa en Miño. Las condiciones
94
Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
geoclimáticas imposibilitan aquí todo tipo de
agricultura, incluyendo cultivos resistentes al frío,
como la quínoa. No obstante, existe en el sector
una importante ocupación incaica, dentro de la cual
destacan los sitios Miño-1 (31 recintos, 3.810 msm)
y Miño-2 (33 recintos, 3.932 msm) ubicados en la
localidad homónima, y Yabricoyita o CO-37 (161
recintos, 4.250 msm), situado 25 kilómetros al norte
de los anteriores, en la localidad de Collahuasi,
cuenca de Ujina, en el altiplano sur de Tarapacá.
Miño-1 y Miño-2 destacan por poseer el único
conjunto de kallankas, plazas y kanchas o RPC en
180 km a la redonda, lo que lo convierten en el tercer
y último centro provincial construido expresamente
por los Inkas en la cuenca del río Loa (Figura 7). En
efecto, comparten el mismo tipo de características
antes señaladas para los sitios de Cerro Verde y Cerro
Colorado: arquitectura incaica tanto en términos
de planeamiento, patrones constructivos y tipos de
edificio; ausencia de ocupaciones del Intermedio
Tardío; asociación directa con la red vial incaica;
altos porcentajes de cerámica Inka Cuzco e Inka
Provincial, incluyendo Yavi y Saxamar; vinculación
con la geografía sagrada, esta vez con las nacientes
del río Loa, frente a un afloramiento rocoso de color
rojo (qaqa) en el caso de Miño 1 y a los pies del
volcán Miño (Castro 1992; Berenguer et al. 2005;
Berenguer 2007; Uribe y Cabello 2005; Uribe y
Urbina 2009).
A 25 km hacia el norte de Miño, el sitio
Yabricoyita presenta RPC, corrales, cuartos, plazas
y collqas (Lynch y Núñez 1994; Romero y Briones
1999), así como gran cantidad de cerámica Inka
Provincial y Cuzco Policromo (Berenguer et al.
2011a). El sitio se ubica algo alejado del camino
inka y presenta ocupaciones tanto del Intermedio
Tardío como del Tardío (Figura 8). El emplazamiento del sitio, así como la presencia de minerales
de cobre y escorias en superficie, ha llevado a los
investigadores a considerarlo un sitio de función
minero-metalúrgica más que un tampu o un centro
administrativo (Berenguer et al. 2011a; Lynch y
Núñez 1994; Romero y Briones 1999). Cerca de
500 metros al sur del sitio se encuentra el sitio
Ujina 8, un área de producción metalúrgica con
diversos hornos de piedra y escoriales.
Las características antes enunciadas nos han
permitido sostener que Miño 1 y Miño 2 forman parte
de un mismo complejo administrativo-ceremonial
incaico, el cual parece ser equivalente a los sitios de
Cerro Colorado y Cerro Verde en el Loa Superior.
Dada la ubicación de estos últimos sitios y su participación dentro de los paisajes minero-metalúrgicos
incaicos del Loa Superior, trabajamos actualmente
con la hipótesis de que los sitios de Miño también
ejercieron un rol funcional análogo (Cf. Berenguer
2007, 2010; Berenguer et al. 2011a).
La presencia de un fragmento de lingote de
metal detectado en estratigrafía al interior de la
única kallanka (E13) de Miño-2, sugiere que efectivamente existe una vinculación de estos sitios con la
administración de la actividad minero-metalúrgica
y el control de los productos intermedios de la
cadena productiva, aun cuando se trata de solo un
ejemplar (Figura 9). Dos fechas se conocen para
esta estructura –cal. 1.440-1.629 d.C. (Beta-291619)
y cal. 1.410-1.500 d.C. (Beta-203029)–, las cuales
en conjunto con la arquitectura y la cerámica dominante confirman la asociación del lingote al período
incaico (Berenguer et al. 2011b). Por su parte, análisis de fluorescencia de rayos X y PIXE realizados
recientemente en este lingote demuestran que se
trata de un cobre de alta pureza sin alear (Salazar
et al. 2011), sin evidencia de estaño u otros metales
alóctonos a la región, pero con presencia de plata
como elemento menor, la cual es característica de
las menas cupríferas locales, lo que a su vez sugeriría que se trata de un lingote producido a partir
de menas del distrito Miño-Collahuasi.
No obstante, aún no está claro dónde exactamente
se explotaron los minerales cupríferos del distrito ni
dónde se procesaron para convertirlos en lingotes.
El proyecto en curso nos ha permitido identificar
evidencias de actividades minero-metalúrgicas indígenas en las inmediaciones de los sitios de Miño 1 y
2, las que incluyen el acopio de minerales de cobre
y machacado final previo a su fundición (Miño 19),
reducción de minerales de cobre en hornos tipo
huaira (Miño 19, Miño 20 y Miño 21), molienda
de escorias (Miño 19) y acumulación de goterones y prills de metal en estructuras habitacionales
(Miño 22). Sin embargo, el estado de avance actual
de nuestra investigación y los datos cronológicos
disponibles no permiten todavía vincular estos
hallazgos con la ocupación incaica. Por un lado,
un carbón de superficie de la fundición del sitio
MI-20 arrojó una edad de cal. 1.290-1.410 d.C.
(Beta-290989), la cual resulta algo temprana para
el Horizonte Inka, mientras que dos fechados de
MI-19 sitúan a este sitio en el Formativo Tardío
(Beta-324130: cal. 540-650 d.C.; Beta-324131:
cal. 420-570 d.C.). Por otro lado, los eventos de
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
95
Figura 7. Levantamiento topográfico de los sitios Miño-1 (arriba) y Miño-2 (abajo), en las nacientes del río Loa. Proyecto Fondecyt
1010327.
Topographic map of Miño-1 (upper) and Miño-2 (lower) in the headwaters of the Loa River. Map courtesy of Project Fondecyt
1010327.
fundición de MI-21 y los restos de metal acopiados en MI-22 corresponden a la época colonial a
juzgar por las fechas radiocarbónicas (Beta-300552:
cal. 1.650-1.950 d.C.; Beta-324132: cal. 1.6601.950 d.C.; Beta-324133: cal. 1.530-1.950 d.C.)
y la cerámica en estratigrafía. Además, la pequeña
escala de producción evidenciada por estos sitios no
parece compatible con una operación controlada u
organizada por el Estado Inka. Como contraparte,
las evidencias metalúrgicas del sitio Ujina 8, ubicado a 500 metros al sur de Yabricoyita, revelan una
intensidad de producción notablemente mayor, pero
desgraciadamente el sitio aún no ha sido fechado.
No obstante, la presencia de escorias en la superficie
96
Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
Figura 8. Levantamiento topográfico del sitio Yabricoyita, en el sector de Collahuasi. Proyecto Fondecyt 1050276.
Topographic map of the Yabricoyita site, in the Collahuasi area. Map courtesy of Project Fondecyt 1050276.
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
Figura 9. Fragmento de lingote encontrado en la Kallanka de
Miño 2.
Ingot fragment found in the Miño-2 Kallanka.
del sitio mismo de Yabricoyita sugiere fuertemente
que Ujina 8 funcionó en contemporaneidad con este
último, lo que sugeriría una historia productiva desde
el Intermedio tardío hasta el Horizonte Inka.
Si estos datos se confirman por medio de fechados absolutos y los análisis arqueometalúrgicos
del sitio de fundición de Ujina 8, entonces podría
plantearse que los sitios de Miño 1 y 2 efectivamente
actuaron como centros provinciales que concentraron las actividades ceremoniales y eventualmente
administrativas relacionadas con las operaciones
minero-metalúrgicas realizadas en el sector de
Collahuasi (Yabricoyita y Ujina 8), replicando de
esta manera el modelo organizacional descrito para
El Abra-Cerro Colorado.
Discusión: Paisajes Mineros en Atacama
y el Altiplano sur de Tarapacá
bajo el Dominio Inka
Aun cuando hay información que aún falta para
una acabada reconstrucción del paisaje minerometalúrgico incaico en el río Loa y las tierras altas
de Tarapacá, estamos en condiciones de ofrecer
algunas interpretaciones preliminares. Para ello, es
interesante concentrarse en los datos más confiables
de que disponemos. Comenzaremos destacando
nuevamente las semejanzas entre los tres únicos
centros provinciales construidos por los Inka en
la cuenca del río Loa (Cerro Colorado, Cerro
Verde y Miño)6: (i) ninguno de los sitios contaba
con ocupaciones del PIT relevantes, es decir, son
sitios construidos durante el Período Tardío (sitios
Inkas puros); (ii) si bien lo mismo puede decirse
de tampus más pequeños y aún de chaskiwasis, en
los tres sitios comentados se expresan los más altos
estándares arquitectónicos incaicos a nivel regional,
tanto en términos de organización del espacio, tipos
97
de edificaciones y patrones constructivos, creando
de esta manera pequeños espacios incaizados dentro
del territorio atacameño (Acuto 1999); (iii) para el
emplazamiento de estos sitios se escogieron puntos
sobresalientes desde la perspectiva de la geografía
sagrada inka (dos pallca en Cerro Verde y qaqas
en Cerro Verde, Cerro Colorado y Miño 1). Por su
parte, los juegos visuales desde los sitios posiblemente potenciaron la creación de nuevas relaciones
y jerarquías entre wakas, incluyendo la posición de
los cerros tutelares de la población local en relación
con la presencia incaica; (iv) en los tres sitios destaca
la presencia de plazas y grandes espacios públicos,
lo que sugiere que la funcionalidad predominante
parece haber sido ceremonial, lo que es coherente con
los livianos depósitos encontrados en la excavación
de estos sitios (Adán 1999; Berenguer et al. 2005,
2011b); (v) en estos sitios se despliegan también
los más altos porcentajes de cerámica incaica importada (cuzqueña, altiplánica y/o trasandina) del
Loa Superior (Uribe y Urbina 20097; (vi) todos los
sitios se ubican a la vera del Camino Inka.
Los datos disponibles sugieren que existieron diferencias de jerarquía entre estos centros provinciales.
Si bien en los tres sitios la relación de la arquitectura
pública con la qaqa es una de distanciamiento (sensu
Dean 2010), en Cerro Colorado y en Miño 1 los
espacios públicos están alineados con la qaqa y, en
un segundo plano de visibilidad, y también en una
relación de distanciamiento, éstas se alinean con
importantes cerros locales –posiblemente huacas–
tales como el volcán Miño y el Cerro Colorado. En
Cerro Verde los espacios públicos no están alineados
con la qaqa. De hecho, hay escaso contacto visual
con ella. No obstante, el ushnu tiene una relación
de visibilidad directa tanto con la qaqa como con
todos los cerros tutelares de las poblaciones locales
de la cuenca del río Salado (Paniri, León y CablorChiza, cf. Castro y Aldunate 2003). Por otra parte,
como ya señalamos, el ushnu de Cerro Verde es el
único conocido para la región atacameña, lo que
enfatiza la predominancia simbólica de este sitio.
Esto parece coherente con la mayor cantidad de
espacios públicos en este sitio (tres plazas) y con
el hecho de que además de la qaqa, Cerro Verde se
ubica justo al centro de dos pallcas.
Por motivos de espacio no profundizaremos
en interpretaciones acerca de las sugerentes
diferencias de jerarquía entre estos centros provinciales. Nos interesa, en cambio, destacar que
la ubicación de estos sitios también parece haber
98
Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
tenido en consideración la cercanía con centros
de explotación minera. En el caso de Cerro Verde
esta relación es evidente e incuestionable (Castro
1992; Adán 1999) y quizás el hecho de que el
ushnu tenga una relación de visibilidad directa
con las áreas de extracción minera fue justamente
una de las características que le otorgó al sitio una
posición de jerarquía respecto de los restantes
centros provinciales. En el caso de Miño y Cerro
Colorado la relación de los centros provinciales
con la explotación minero-metalúrgica también ha
sido planteada con anterioridad (Berenguer 2007),
pero esta relación es menos evidente, por cuanto
los sitios de producción se encuentran distantes
cerca de 20 kilómetros. Pese a ello, es interesante reconocer que ambos centros provinciales se
encuentran ubicados intencionalmente frente a
qaqas. De acuerdo con información etnográfica,
las qaqas se asocian simbólicamente al inframundo
y a las divinidades que lo controlan, incluyendo
al Tío que habita en el interior de las minas (Cruz
2006). El hecho de que los espacios públicos de
Cerro Colorado y Miño se orienten directamente
a las qaqas sugiere por lo tanto que las principales
celebraciones en estos sitios se vinculaban con
la propiciación de los espíritus del inframundo
(ukhu pacha). Por lo que es muy posible que estas
celebraciones formasen parte de los rituales de
producción requeridos para el adecuado funcionamiento de los sistemas de producción mineros
instaurados por los Inkas.
Es interesante destacar que siguiendo hacia el
sur y fuera del territorio atacameño, también se dio
una relación espacial explícita entre centros provinciales y producción minero-metalúrgica. Es el caso
del sitio Viña del Cerro en Copiapó, que además
de los hornos de fundición contiene el único ushnu
ubicado en dicha provincia (Niemeyer 1986), así
como del sitio Los Infieles en el Valle del Elqui,
donde la arquitectura incaica más clara y compleja
de la región se asocia directamente a minas de cobre
y huacas mineras locales (Cantarutti 2012).
Como la relación de los centros provinciales
incaicos no se asoció en todos las regiones del
imperio con la minería y las huacas mineras, el
patrón que estamos proponiendo para Atacama la
Baja y el Altiplano Sur de Tarapacá (posiblemente
también Copiapó y el área Diaguita nuclear), ratifican desde una perspectiva complementaria la
reconocida importancia de la minería del cobre en
la estrategia y estímulo de la expansión imperial
hacia el norte de Chile. Y demuestra, además, que
para organizar y controlar la producción cuprífera los
Inkas construyeron un paisaje minero-metalúrgico
que integró los sitios de extracción y procesamiento
con centros provinciales en los cuales se propiciaban
las huacas que controlaban la “fertilidad minera”
y posiblemente se agasajaba a las poblaciones que
participaban en los distintos ámbitos vinculados a
la producción en las minas, incluyendo el abastecimiento y el transporte.
Junto con la importancia de la minería en la
economía organizada por los Inkas en Atacama y al
altiplano sur de Tarapacá, las huacas mineras fueron
un elemento fundamental en la reconfiguración
de los paisajes sagrados impuestos por el estado
a nivel regional (Cruz 2009; Bouysse-Cassagne
2008; Platt y Quisbert 2008) y en la ubicación de
los centros provinciales.
En los casos de El Abra y Collahuasi, la
distancia entre los sitios productivos y los centros provinciales requirió la conformación de un
paisaje minero-metalúrgico más complejo y más
visible arqueológicamente que en Cerro Verde,
especialmente por la infraestructura requerida
en las inmediaciones de las áreas de trabajo, así
como en caminos, senderos y sitios de enlace que
unieran los complejos minero-metalúrgicos con el
centro provincial correspondiente. En los enclaves
y sectores productivos alejados de los centros provinciales los Inkas también organizaron el espacio,
implementaron prácticas de comensalismo político
e introdujeron y controlaron rituales de producción
a escala local. En efecto, el caso de El Abra revela
que en los centros mineros también se habilitaron
espacios segregados, exclusivos para el culto y las
ofrendas a huacas mineras, posiblemente materializadas en los cerros mismos que eran explotados.
Futuros estudios podrían demostrar relaciones de
intervisibilidad u orientación entre las distintas
huacas mineras e incluso evaluar las relaciones
jerárquicas entre ellas tal como se ha propuesto
desde la etnografía (Cf. Castro y Aldunate 2003).
Por ahora nos conformamos con afirmar que en estos
sitios también se evidenció la presencia de un área
de preparación comunal de alimentos, asociada a
arquitectura y cerámica Inka-Local e Inka Imperial,
y segregada del resto del campamento minero por el
lecho de la quebrada Casicsa (Salazar et al. 2012).
Un pequeño espacio público en el campamento
indica que allí se debieron realizar celebraciones
y festines para los mineros que trabajaban para el
Paisajes minero-metalúrgicos incaicos en Atacama y el altiplano sur de Tarapacá (norte de Chile)
Inka. Aún no sabemos si estos mismos ingredientes
del paisaje minero-metalúrgico incaico se advierten
en el sector de Collahuasi y en particular en el sitio
Yabricoyita (CO-37), que pudo actuar como tampu
(Lynch y Núñez 1994) y como campamento minero
a la vez, o solamente como esto último.
Reflexiones Finales
Una consideración de la información disponible
sobre minería inka en Atacama y el altiplano sur de
Tarapacá permite proponer una estrecha articulación
entre los sitios de producción, huacas mineras a
escala local y regional y los centros provinciales,
conformando de esta manera un complejo paisaje
minero-metalúrgico como resultado de la consideración simultánea de variables productivas, sociales
y simbólicas. Estos paisajes pueden ser clasificados
en a lo menos dos modelos de organización socioespacial. En el primero de ellos –caso de Cerro
Verde– el centro provincial se ubica adyacente al
centro minero y su huaca correspondiente (qaqa).
En el caso de El Abra y Collahuasi, en cambio,
los sitios de producción se encuentran a más de
20 kilómetros de los centros provinciales, los cuales
se instalaron junto a huacas mineras (qaqas) que
comunicaban con las divinidades que controlaban
la gestación de los minerales. A lo menos a juzgar
por los datos de El Abra, los sectores productivos
también contarían con instalaciones más pequeñas
(plataformas) donde se habrían desarrollado rituales
mineros de menor escala, pero de indudable control
estatal, orientados posiblemente a las huacas mineras
locales. También se habrían construido aquí sectores
incaicos especialmente separados de la población
local para albergar las prácticas de comensalismo
político estatales.
El hecho de que los centros provinciales se
instalen junto a huacas mineras y/o áreas de explotación cuprífera, indica que estos sitios formaron
parte de los rituales de producción y del paisaje
minero-metalúrgico incaico, pero al mismo tiempo
que la celebración de otras festividades estatales
que pudieron llevarse a cabo en estos sitios habría
congregado a las poblaciones locales en torno a la
actividad minera, manteniéndola como un referente
simbólico permanente de las actividades públicas
propiciadas por el Tawantinsuyu. Lo anterior parece
ser parte de las estrategias de conquista ritual incaica
(Nielsen y Walker 1999), en cuanto, al elevar las
huacas mineras a la categoría de principales a nivel
99
regional, se las vincula directamente con la divinidad
del Inka y, por lo tanto, con la propiedad tanto de
éste como del culto solar imperial sobre los recursos
mineros de los territorios locales. En este sentido,
nos parece evidente que los minerales de Collahuasi,
El Abra y Cerro Verde fueron minas del Inka y/o
del culto solar, lo cual a su vez es coherente con la
materialidad, simbolismo y control incaicos ejercidos
en las propias faenas productivas. Las diferencias
en las modalidades de organización espacial no
serían resultado de diferencias en las relaciones de
propiedad sobre los recursos mineros, aun cuando
no puede descartarse que la administración de
los centros mineros de El Abra y Collahuasi haya
estado en manos de dirigentes locales incaizados,
mientras que en el caso de Cerro Verde pudo tratarse
de una autoridad más directamente relacionada con
el estado. Evidentemente, los datos actuales no
permiten fundamentar esta posibilidad.
Por otro lado, en el caso de que las operaciones
extractivas estuvieran alejadas de las huacas mineras
y de los centros provinciales, se debió implementar
una infraestructura más elaborada que incluía una
red de senderos troperos y sitios de enlace, así como
una serie de campamentos satélites que cumplían
funciones de apoyo a los centros productivos. Lo
anterior fue imprescindible en sectores como El Abra
y Collahuasi donde no había nodos de población
local cercanos a las instalaciones mineras. En los
campamentos mineros se empleó arquitectura incaica en las bodegas y las estructuras de preparación
comunal de alimentos, remarcando materialmente
la generosidad del estado en el marco de relaciones de reciprocidad. Y, por último, se habilitaron
estructuras de carácter ceremonial de escala pequeña
comparadas con los centros provinciales, pero en las
cuales se habrían desarrollado rituales con un cierto
grado de control estatal con el objeto de propiciar
a las huacas locales de los yacimientos mineros.
A partir de lo anterior es posible postular la
existencia de diferentes jerarquías entre las huacas
mineras de la región. Las más importantes serían
las qaqas junto a las cuales se instalaron los centros provinciales incaicos, las cuales a su vez se
asocian a importantes cerros tales como el Miño,
el Cerro Colorado y los cerros tutelares del río
Salado (Paniri, León y Cablor-Chita). Secundarias
a éstas estarían las huacas locales de los sitios de
producción mineros, que serían posiblemente los
cerros más altos de la localidad donde se explotan
los minerales (Cerro Pajonal y Cerro Las Marías
100
Diego Salazar, José Berenguer y Gabriela Vega
en El Abra y, eventualmente, Cerro Pabellón del
Inca en Collahuasi y Cerro Verde en la localidad
homónima).
Por último, nos parece relevante concluir señalando que la existencia de dos modelos de organización
socioespacial de la producción minero-metalúrgica en
Atacama y el altiplano sur de Tarapacá es coherente
con la conocida afirmación de que la expansión y
administración incaica de las provincias no tuvo un
carácter homogéneo sino que presentó un conjunto
flexible de estrategias y sistemas de organización.
Los datos discutidos en este trabajo sugieren que
dicha diversidad se generó incluso al interior de
un mismo territorio étnico, y que respondió a la
forma particular en que las autoridades estatales
articularon variables productivas, sociopolíticas,
económicas y simbólicas, con el objeto de asegurar una producción excedentaria de minerales de
cobre que abasteciera la demanda de la religión y
la economía política del Tawantinsuyu.
Agradecimientos: La presente investigación
ha sido financiada por los Proyectos Fondecyt
1100905 y el Proyecto Arqueológico El Abra.
Quisiéramos agradecer muy especialmente a los
equipos de terreno y laboratorio de ambos proyectos, por su importante contribución al desarrollo
de nuestra investigación. Asimismo, agradecemos
a Paulina Chávez por la Figura 1, Rolando Ajata
por la Figura 2 y Héctor Orellana por la Figura 5.
El presente artículo se vio enriquecido gracias al
taller realizado en el área de estudio por los dos
autores principales de este artículo en conjunto con
los colegas Carlos Angiorama y Axel Nielsen, en el
marco del proyecto de Cooperación Internacional
del Fondecyt antes referido. Agradecemos también
a tres evaluadores anónimos por sus aportes y
comentarios. Evidentemente, la responsabilidad
por lo planteado en el artículo es exclusivamente
de los autores.
Referencias Citadas
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Notas
1
2
3
4
Proyecto FONDECYT 1100905.
Por el momento no conocemos evidencias directas de minería
en Tarapacá, a excepción de los martillos de Huantajaya, en
la Cordillera costera junto a Iquique. Las fechas Intermedio
Tardío obtenidas por uno de nosotros en el campamento de
Yabricoyita (sitio CO-37), en Collahuasi (Berenguer et al.
2011a), parecen indicar una actividad minera preincaica en
el sector, pero por el momento no es posible afirmarlo.
La del Talikuna con el Curte por el sur y la del Curte con
el Caspana por el norte.
Aun cuando las investigaciones recientes apenas hacen alusión
a este campamento, Rodríguez (1986) sí lo describe en su
tesis doctoral, identificando correctamente su ubicación y
características generales y presentando un croquis del sitio.
5
6
7
Se trata de “un cerro que aloja un cuerpo de arenas claras y
otro de arenas oscuras, que se mueven y emiten sonido con
el viento; se trata de un rasgo natural que se divisa desde
mucha distancia y que fue y sigue siendo objeto de actividad
ritual y motivo de varias leyendas entre la población local”
(Berenguer 2007: 423).
Sitios como Turi, o Catarpe en el Salar de Atacama, comparten
algunas de estas características, pero no el hecho de que
fueron construidos por los Inkas en lugares sin ocupaciones
previas del Intermedio Tardío. Posiblemente un cuarto
centro provincial inkaico en Atacama, comparable a los
aquí descritos, sea el denominado Tambo de Licancabur.
Para el caso de Cerro Verde no es posible asegurarlo por la
mala calidad de la muestra.