Lisa Marie Rice - Serie Ghost Ops 1 Heart of Danger
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Heart of Danger
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HEART OF
DANGER
1 Ghost Opps
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ARGUMENTO
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Capítulo 1
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Los tres miembros sobrevivientes del equipo comando de ataque, cuyos nombres
fueron eliminados de los documentos obtenidos por el New York Times,
desaparecieron camino a una corte marcial en Washington, D.C. Hay una orden de
detención pendiente para su arresto.
Autor Jeffrey Kellerman
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Ghost Ops 1
Un año después.
Mount Blue.
Norte de California.
Su automóvil se murió.
En un momento, su pequeño y encantador vehículo eléctrico de color lavanda,
que prefería infinitamente climas templados, estaba subiendo valientemente por la
carretera helada y llena de baches y al siguiente simplemente se paró en seco.
En medio de una tormenta de nieve. De noche. En la cima de una montaña
desierta.
No había nada que Catherine Young pudiera hacer.
Oh, Dios, pensó. Ahora no.
Presionó el encendido varias veces, pero el vehículo estaba completamente
muerto. Era la última generación de vehículos eléctricos y el vendedor le había
asegurado que si algo le sucedía al motor principal, había uno auxiliar con
alimentación independiente que garantizaba que avanzaría al menos otros quince
kilómetros.
Cada indicador estaba oscuro. Ni siquiera las luces interiores se encendieron
cuando abrió la puerta del lado del conductor. Solo consiguió una aterradora ráfaga
de nieve y ventisca como un puñetazo en el rostro, e inmediatamente cerró la
puerta.
Su móvil estaba muerto también. Absolutamente muerto, pantalla en blanco. Un
iPhone 15, normalmente podría hablar a la luna con él, pero ahora era un inerte,
aunque todavía elegante, pedazo de vidrio metalizado. Su tablet también estaba
muerta como descubrió cuando escarbó el asiento trasero en busca de su fiel iPad
8. Por primera vez en su vida se negaba a encenderse. Era, también, un trozo inerte
de cristal metalizado.
GPS, muerto. Reproductor de MP3 y reloj de pulsera, muertos.
Todo muerto.
Era imposible ver nada fuera del vehículo, para medir lo cerca estaba del borde
de la carretera. La nieve era demasiado gruesa para eso. Apenas había podido ver
poco más de dos metros por delante con los faros halógenos especiales encendidos.
Ahora con un coche muerto, sin luces y ningún medio de comunicación, podría
haber estado en otro planeta.
Uno frío y hostil.
No había contado con estar en la carretera después del anochecer, habría dado la
vuelta horas y horas antes si no hubiera tenido la compulsión de encontrar a Tom
“Mac” McEnroe tan fuerte como la compulsión de respirar. Pero no había
renunciado, ni siquiera cuando intentó en tres callejones sin salida y había tenido
que retroceder penosamente sobre surcos congelados y ramas muertas, tratando de
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Lo que él hizo fue echar una capucha sobre su cabeza, poner restricciones de
plástico en sus muñecas, alzarla sobre su hombro y caminar a zancadas.
La peor pesadilla de una mujer.
Catherine apenas podía respirar por el frío. La resistencia estaba absolutamente
más allá de ella. No podía ver nada a causa de la capucha, no podía sentir las
manos o los pies y no podía pensar con claridad.
Y tendida sobre el ancho hombro de este hombre, sabía que no existía resistencia
posible para la clase de poder masculino que podía sentir. Él caminaba a través de
los montículos de nieve, en el viento aullante, llevando a una mujer adulta
exactamente como si estuviera caminando sin cargas en un día de verano. No había
ninguna sensación de tensión o esfuerzo excesivo de su parte.
Le sujetaba las piernas abajo con un brazo poderoso. Ella intentó una patada
experimental pero no pudo mover las piernas para nada debajo de su brazo.
Donde quiera que la estuviera llevando no habría ninguna diferencia dentro de un
rato. Su ritmo cardíaco estaba reduciendo la velocidad. No podía verse pero sabía
que estaba empalideciendo mientras la sangre en su cuerpo se precipitaba a su
corazón, la última parte de ella que moriría. Apenas tenía energía para temblar. Todo
lo que podía hacer era resistir.
En el frío y en la oscuridad no había manera de contar el tiempo transcurrido, pero
después de los que parecieron horas, el hombre se detuvo.
Habían llegado a dondequiera que la estuviera llevando.
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Capítulo 2
¡Maldita sea!
Hembra loca, conduciendo hasta Mount Blue durante una tormenta de nieve en
un pequeño auto eléctrico y sin ropa de invierno. La debería haber dejado en el
ventisquero para morir.
Tom McEnroe deslizó a la mujer en el asiento del pasajero de su aerodeslizador y
frunció el ceño.
Odiaba la idea de llevar a cualquier persona ajena a la base, pero esta era una
tonta. Tenía que saber quién coño era esta mujer puesto que conocía su nombre.
Ella conocía su puñetero nombre.
Nadie sabía su nombre.
Éste había sido limpiado de todos los registros públicos cuando se unió al Ghost
Ops. Los miembros del Ghost Ops no tenían parientes, ni familia, ni amigos. Era uno
de los requisitos para unirse. Eso los hacía mejores agentes. Sin distracciones, sin
conexiones, sin apegos.
Pero esta mujer sabía su nombre. ¡Lo estaba buscando a él!
Esta era una mierda seria porque cada maldita agencia de la ley le andaba
buscando también, sin mencionar a todas la Fuerzas Armadas de los Estados
Unidos. Y no iban a ser tiernos con él y sus hombres cuando le encontraran.
Se metió en el asiento del conductor y presionó el botón de encendido. El bebé se
puso en marcha con un ronroneo. Tenía un motor de avión en el aerodeslizador. Era
potente, silencioso y súper clasificado.
Jon y Nick lo habían birlado de una base súper secreta un par de meses atrás y
valía su peso en oro. Subió el calor al máximo, cubrió a la mujer con una manta
térmica y conectó el asiento calentándolo al máximo.
Volvió corriendo al vehículo de ella. La nieve casi había llenado el espacio para
los pies del lado del conductor. Agarró el bolso y una pequeña caja que tenía sobre
el asiento del pasajero y volvió corriendo a su propio vehículo, dejando la puerta
abierta. De todos modos el coche estaba arruinado. Un PEM había destruido todos
los circuitos y nada fuera de un nuevo motor lo haría funcionar. Mandaría a algunos
de sus hombres después de la tormenta para meterlo en su almacén comunitario.
Ella estaba tironeando de las ataduras cuando él regresó.
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* *
Mac condujo al asentamiento del cuartel general y entró en una caverna enorme.
Su seguridad era estricta - él mismo la había diseñado- pero los sensores remotos,
situados a los lados de la ruta escondida hacia la entrada de la caverna, habían
reconocido las señales de identificación emitidas por el aerodeslizador. Si éstos no lo
hubieran hecho, un pulso electromagnético habría apagado el vehículo mucho antes
de que estuviera a la vista de la entrada escondida. El mismo PEM que había
quemado los circuitos del coche de ella.
Y si por alguna descabellada posibilidad el vehículo no se hubiera parado en
seco, quienquiera que estuviera a cargo de los monitores de seguridad habría dado
la orden a uno de los aviones teledirigidos en lo alto y un poderoso y diminuto misil
de precisión sería soltado y dejaría un humeante cráter, algunas salpicaduras de
protoplasma y nada más.
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que Manuel había sido atacado por “ladrones”, se había negado a ir al hospital local
y estaba arriba en una habitación.
Jon subió corriendo las escaleras, abrió de una patada la puerta, le echó un
vistazo a Manuel, detuvo el sangrado, lo cargó sobre el hombro y lo trajo con él a la
montaña, desafiando a Mac y a Nick.
Sin embargo, para entonces Mac y Nick estaban resignados. Su heterogénea
comunidad ya contaba con Dane, una famosa actriz cuyo rostro había sido
totalmente cortado por un acosador, una enfermera de urgencias que había tenido
que rechazar a una mujer embarazada con pre eclampsia y sin cobertura, y cerca de
otros cuarenta refugiados de la vida moderna.
Manuel había entablado una demanda contra una gran agroindustria con campos
experimentales con plantas genéticamente modificadas junto al suyo, contaminando
sus productos orgánicos. El día después de que la demanda fuera presentada, dos
matones le habían golpeado, dejando pedazos rotos de la causa judicial agitándose
encima de su sangre sobre el suelo.
La agroindustria era una rama de Farmacéutica Arka.
Manuel ahora llenaba los espacios públicos de plantas, y cultivaba dos enormes
campos de frutas y hortalizas que los abastecían a todos ellos de frutas y verduras
orgánicas frescas.
En el exilio y cazados como animales, ellos comían como reyes.
La exuberante vegetación le recordó a Mac por lo que estaba luchando y por qué
tenía que ser cauteloso con esta mujer. Todos los demás en Haven habían
conseguido llegar allí por accidente o por el destino. Pero esta mujer había venido
específicamente por él.
Abrió la puerta de la sala de reuniones y la hizo traspasar el umbral. Jon ya había
sembrado el cuarto de cámaras de video. Artefactos diminutos que ella no sería
capaz de detectar. Jon y Nick estarían observando puerta por medio.
La mujer se quedó en silencio justo dentro de la habitación. Ella no le fastidió con
que la dejara ir, no peguntó dónde estaban. Él lo encontró interesante. Mostraba
autodisciplina. ¿Era una agente?
Había una única forma de averiguarlo.
Quitándose el pasamontañas, le tocó dos veces la unidad en la muñeca,
destrabando las restricciones de ella y le arrancó la capucha.
Ella parpadeó ante la luz, orientándose.
Mac la vigilaba atentamente. Las personas veían cosas diferentes. Los agentes
estaban siempre en alerta. Ellos no se alistan por casualidad. Nacen así,
programados para los problemas, luego deambulaban sin rumbo hasta que alguien
los podía entrenar y afilar sus talentos.
Un agente entraría en la habitación de un bebé, comprobaría las salidas y las
manos del niño en la cuna. Por si acaso.
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Así que si ella estaba allí en una misión de espionaje le revisaría las manos,
chequearía la puerta para ver qué tipo de mecanismo de cerradura tenía, buscaría
ventanas en las paredes y vería lo que se podría utilizar como un arma. Lo haría
rápido y en alrededor de un segundo y medio podría dar una lista detallada de cada
artículo en la habitación.
Mac podía hacerlo, Jon y Nick también. Habían sido enseñados por el mejor, por
Lucius Ward.
Al pensar en su ex comandante, el corazón de Mac bombeó rabia. Reprimió el
pensamiento implacablemente. Ahora no era el momento. Jamás sería el momento.
Y de cualquier manera el hijo de puta estaba viviendo en una buena posición en Río.
La mujer no evaluó la habitación para nada. Lo evaluó a él. Su mirada descansó
atentamente en su rostro, sin siquiera un atisbo de atención a sus manos. Incluso
aunque éstas se mantenían sobre su Beretta 92 y el cuchillo de combate de carbono
negro en su funda. El chuchillo era trescientas veces más fuerte que el acero. No
solo podría rebanarle la garganta, sino decapitarla sin ningún esfuerzo en absoluto.
Una agente habría entendido todo eso de manera instintiva. Habría subido su
nivel de vigilia y habría comenzado a bailotear sobre la punta de sus pies a la espera
de la acción.
Nada de eso. Ella simplemente estaba parada delante de él, mirándolo a los ojos.
La respiración regular, los músculos relajados y las manos flojas.
Y Cristo, era hermosa. En este momento ese era el único factor a favor de ser una
agente. Los servicios en todo el mundo se esforzaban en reclutar mujeres hermosas
y atléticas, algunas veces entrenándolas desde la escuela secundaria. Eran
llamadas “Botes de miel”… y eran espectacularmente efectivas.
El Ghost Ops tenía dos mujeres disponibles, entrenadas para jugar en las
grandes ligas. Mujeres tan bellas que cualquier hombre las dejaría acercarse,
porque la biología les haría una zancadilla. Conquistado por las hormonas. Hombres
de los que las mujeres se aprovechaban, que nunca sentían el cuchillo que se
deslizaba entre las costillas, el garrote en el cuello o la microscópica bala entre los
ojos.
Pero Francesca y Melanie habían tenido un aspecto inconfundible. Ellas podrían
ocultar que eran soldados bajo ropas de moda y maquillaje pero no podían ocultar el
hecho de que eran peligrosas. Si un hombre tenía ojos para ver, emitían vibraciones
de peligroso como hermosas víboras de cascabel.
Ningún halo alrededor de esta mujer. Era demasiado suave, demasiado triste.
Esta mujer no era una depredadora. Se veía vulnerable y cansada.
A la mierda con esto.
—Siéntese —dijo.
Ella miró a su alrededor y tomó uno de los sillones en la mesa que ellos usaban
para hablar cara a cara, ignorando la larga mesa que utilizaban para las reuniones.
Él se sentó enfrente de ella. Si moviera las rodillas la estaría tocando.
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No podía verlo, pero sabía que Jon estaba tecleando en su teclado virtual. La
mujer apenas había terminado de hablar cuando la voz de Jon llegó por el auricular
invisible del oído.
—Está diciendo la verdad, jefe. Catherine Anne Young, nacida el 08 de agosto de
1995. Vive en University Road, Palo Alto. –Silbido—. Tienes más títulos que mi perro
pulgas. Cum laude, también. Es una mujer inteligente. Estoy mirando su permiso de
conducir, la foto encaja y ahora estoy mirando… ah. Su documento de identidad de
la empresa. Laboratorios Millon. Todo concuerda.
Mac hizo un gesto casi imperceptible, que ella no captaría pero Jon sí.
Luego Jon continuó.
—Vaya, jefe. Millon, ¿la empresa para la que trabaja? Es propiedad de Futura
Technology. Y adivina quién es el propietario de Futura —Jon a veces se dejaba
llevar por sus propias habilidades. Mac casi podía verle, golpeándose la frente
porque, por supuesto Mac no podía responder—. Lo siento, jefe. Arka
Pharmaceuticals. Eso es para quién. Nuestra deliciosa joven doctora trabaja en
última instancia para Arka.
Arka Pharmaceuticals. Su última misión. Jon, Nick y él casi habían muerto en esa
misión y les había convertido en fuera de la ley. La información falsa de que Arka
Pharmaceuticals estaba trabajando en una forma de la Yersinia pestis como arma, la
peste bubónica, les había costado todo.
Porque no había habido ninguna plaga, Solo algunos científicos muy brillantes
trabajando en una cura para el cáncer. Porque la misión le había costado todo su
equipo. Solo Jon, Nick y él habían escapado. Y porque él y todo su equipo habían
sido traicionados por su comandante, un hombre al que habían querido.
Eso era Arka Pharmaceuticals. Y esa era la compañía para la que esta mujer
trabajaba.
Mac no creía en las coincidencias. Ella podría tener un aspecto suave, podría no
ser un operativo en el sentido técnico y podría ser un médico con títulos saliéndole
de las orejas, pero su primer instinto era correcto.
Esta mujer era peligrosa
—Siga. —Ella se había detenido y continuaba estudiándole el rostro, como si
estuviera revelando algo. Buena suerte con eso. Su rostro no revelaba nada.
—Trabajo principalmente en el laboratorio, pero tenemos una sala de sujetos de
prueba que sufren de severa demencia de inicio rápido. Hombres y mujeres que han
ido tan lejos que no pueden recordar sus nombres, no recuerdan nada de su
pasado. Algunos apenas están conscientes. Estamos trabajando en una cura para la
demencia, una manera de restablecer las sinapsis que se han perdido. Le ahorraré
los detalles técnicos. Los protocolos son muy experimentales, muy de vanguardia,
pero varios ofrecen una gran promesa. A cada sujeto se le informó de los riesgos
cuando dos neurólogos certificaron que estaban en su sano juicio, y cada paciente
firmó una renuncia. O, en su defecto, un miembro de la familia con un poder notarial
firmado. A los pacientes se les asignó un número, algo a lo que habría objetado,
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pero todos estaban más allá del punto de reconocer sus propios nombres. Sin
embargo, hubo un paciente en el grupo de protocolo, conocido como el número
nueve…
Su voz se apagó y se miró las manos, tratando de pensar en qué decir a
continuación.
Mac dejó que el silencio continuara durante un tiempo. Por fin, hizo un gesto de
impaciencia con la mano.
—¿Número nueve? ¿Qué le pasaba al paciente número nueve? Además de tener
casi muerte cerebral.
Ella alzó la mirada. Tenía unos ojos realmente hermosos. De un ligero gris,
bordeados por un círculo de color gris oscuro y rodeados de unas pestañas
increíblemente largas y espesas. Posiblemente propias, ya que no parecía estar
usando maquillaje.
Mierda. ¿Qué le pasaba? Dejarse distraer por unos ojos bonitos durante un
interrogatorio que podría tener consecuencias de vida o muerte. La falta de sexo no
era una excusa. No había ninguna excusa. Se obligó a concentrarse.
Ella se limitó a mirarlo. Su rostro era suave, abierto y vulnerable. Por mucho que
Mac quisiera leer conocimiento operacional y artimañas en su expresión,
simplemente no lo veía. Todo lo que alguna vez había aprendido sobre técnicas de
interrogatorio señalaba algo imposible. O ella era muy, muy buena, mejor que nadie
con quien jamás se hubiera encontrado, o la mujer no estaba mintiendo. No era una
amenaza para él.
Excepto… que había ido a buscarlo en medio de una tormenta de nieve. A él
específicamente.
Por supuesto que era una jodida amenaza.
—¿Doctora Young?
Ella se sobresaltó ligeramente, como si hubiera entrado en trance. Tenía líneas
blancas alrededor de su boca y su nariz estaba roja. Había conducido montaña
arriba en una tormenta de nieve y casi había sufrido hipotermia. Estaría agotada.
Ahora que pensaba en ello, buscó signos de agotamiento y los encontró. Se
balanceaba ligeramente en su silla como si sentarse con la espalda recta requiriera
esfuerzo.
Mac tenía una fina membrana en su antebrazo izquierdo, que era un teclado. Se
subió la manga de su suéter y escribió bajo la mesa, trae comida y algo caliente para
beber en 30 minutos, y casi sonrió ante el regalo que le esperaba a la mujer, que no
se lo merecía.
Tenían en Haven el mejor cocinero del mundo.
Levantó las manos desde debajo de la mesa e hizo un gesto impaciente.
—¿Qué pasa con ese número nueve? ¿Quién era él?
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—El número nueve era un hombre corpulento, de cincuenta y tres años de edad,
de acuerdo con su expediente, a pesar de que parecía mucho mayor. Los pacientes
con demencia a menudo aparentan diez e incluso veinte años más de los que
tienen. Son incapaces de cuidar de sí mismos y envejecen rápidamente. El archivo
del número nueve decía que era un hombre de negocios que había trabajado para
una serie de empresas, la rotación era extremadamente rápida en los cuatro años
anteriores. Esto es consistente con un diagnóstico de un trastorno de demencia. Le
contratarían sobre la base de su trayectoria, luego la empresa descubriría que no
estaba a la altura. Y entonces pronto, la trayectoria fue uno de fracaso. Divorciado,
sin hijos. Su plan médico no cubría una casa de reposo. Se inscribió él mismo en el
programa, mientras todavía era capaz de firmar documentos. Todo era normal, si
algo de estos pacientes se puede considerar normal.
Sus ojos se posaron en una jarra y carraspeó.
—¿Puedo tomar un vaso de agua?
Le sirvió un vaso y ella bebió, ese largo cuello blanco tragando. Cuando Mac
se dio cuenta de que estaba observando con avidez cómo bebía, apartó la mirada.
Cristo.
—Gracias. —Puso el vaso sobre la mesa y le sonrió. Él no le devolvió la sonrisa.
No era una situación para sonreír. Pero en lo que se refería a sonrisas, la suya era
un mil en una escala de uno a diez. Un poco tímida, cálida. Creaba un hoyuelo
pequeño en la mejilla izquierda.
Oh, joder. Vuelve a la tierra.
—Así que algo sobre este tipo, este número nueve, ¿no encajaba?
—Había algo en él que sí, que era inusual. Hemos desarrollado una resonancia
magnética funcional semiportátil y la usamos para rastrear cambios en los escáneres
cerebrales de los pacientes. Ver lo que estimula diversas partes del cerebro, en
particular en el marco del protocolo de drogas.
»La demencia tiene muchos orígenes. A veces se trata de una serie de mini
accidentes cerebro vasculares que cortan el oxígeno a secciones del cerebro,
convirtiéndolas esencialmente en tejido muerto. El Alzheimer es el resultado de
placas que enredan las sinapsis, exactamente como si el cerebro se apelmazara.
Todos ellos tienen distintas firmas de resonancia magnética. El número nueve tenía
algo más. El escáner del cerebro de este paciente no tenía sentido para mí. Su
cerebro estaba dañado de una manera completamente nueva. Los síntomas clínicos
eran compatibles con la demencia, pero las imágenes no. Los pacientes con
demencia tienen una degradación general global de funciones, ya sea debido a
apoxia o placas, en el caso de la enfermedad de Alzheimer. Principalmente centrada
en el hipocampo. Aquí estaba viendo la degradación del núcleo estriado, algo
inusual. Los patrones eran extraños. Si no hubiera visto al paciente, habría dicho
que su cerebro había sido... destruido por una fuerza externa. Un poco como una
manta echada sobre las funciones superiores. Pero en el fondo, el escáner mostró
una gran actividad, como incendios. Trató de comunicarse verbalmente, pero no
estaba funcionando. Se agotó. Los pacientes con demencia olvidan las palabras. No
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parecía que este paciente hubiera olvidado las palabras sino que era físicamente
incapaz de pronunciarlas.
Aunque Mac todavía no veía la conexión, el hecho de que se tratara de una
empresa controlada por Arka Pharmaceuticals lo convertía en su asunto.
—Así que... ¿qué? ¿Le leyó la mente?
Su sarcasmo obtuvo más reacción de lo que pensó. Ella se sacudió un poco y
abrió los ojos de par en par.
—No. –Inhaló profundamente—. No, no le leí la mente. No nos enseñan eso en la
escuela de medicina. Encontré la clave por pura casualidad. Estaba escribiendo mis
notas en mi iPad cuando su cabeza se sacudió. Sus ojos fueron del iPad a mí y
luego de vuelta a la tableta. Giré la tableta y me sorprendí cuando comenzó a
introducir letras.
—Está bien —dijo Mac—. Morderé.
—Escribió que yo no debía decir nada y apagar las videocámaras. Tengo un
código de seguridad que me permite hacerlo. Sin embargo, aunque eso no habría
alertado a los guardias que vigilan los monitores o a cualquier programa que
estuviera en activo, simplemente creé un bucle de él durmiendo.
Idea inteligente. Aunque no era un operativo, tenía algunos buenos movimientos
en ella. Pero claro, reflexionó Mac, uno no obtenía varios doctorados siendo tonto.
—Desde ese momento, nos comunicamos laboriosamente, a trompicones, a lo
largo de dos días. Lo primero que me dijo es que su nombre no era el nombre que
teníamos en nuestros archivos, Edward Domino, lo que de inmediato me hizo
sospechar. La demencia puede convertirse fácilmente en psicosis, y los pacientes de
demencia suelen ser paranoicos. He tenido pacientes que insistían en que eran John
Kennedy, George Washington, Marco Polo, Albert Einstein. Así que estaba
preparada para oír algo descabellado, pero me dio otro nombre que no significaba
nada para mí. Tengo la impresión, sin embargo, de que podría significar algo para
usted.
Ella se detuvo, mirándole. Mac volvió su rostro de piedra.
Ella suspiró.
—Lucius Ward.
—Santa. Mierda —dijo la voz de Jon en su oído. Mac podía oír jurar a Nick en el
fondo.
—El nombre no significa nada para mí —dijo Mac, alzando las cejas ligeramente.
Se sentía como si le hubieran golpeado pero nada asomó a su rostro—. ¿Por qué
debería?
—No tengo ni idea. Todo lo que sé es la determinación feroz de este hombre,
tanto si era Edward Domino como Lucius Ward, no supone ninguna diferencia para
mí. Se comunicaba con gran dificultad, sudaba y temblaba, pero no se rindió. Repitió
su nombre y me dijo que tenía que encontrar a Tom McEnroe. Esa es una cita
directa. Pasó una hora, pálido por la fatiga, diciéndome eso. También me dio algo. —
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—¿Y de qué mensaje se trata? —Preguntó Mac, con tono desinteresado, aunque
su corazón había iniciado un golpeteo bajo, muy dentro de su pecho. Esto iba mucho
más allá de lo que se había imaginado.
Los tres habían asumido simplemente que Lucius había desaparecido con su
dinero a alguna isla del Caribe o algún enclave en el sudeste de Asia. Si había un
hombre en el mundo que supiera desaparecer, ese era Lucius Ward. Era un maestro
en ese arte.
A menudo habían especulado con amargura cómo estaría en un paraíso tropical,
un hombre rico, mientras ellos vivían fuera de la ley.
¿Y ahora resultaba que estaba en algún laboratorio a solo trescientos kilómetros
de aquí? ¿Herido y enfermo? Por un momento, Mac luchó consigo mismo. La idea
del jefe herido, enfermo y solo era imposible de soportar. No podía quedarse
sentado, las manos literalmente le picaban por ponerse en marcha, por ir a buscar al
capitán que era...
El hombre que les había traicionado. Mac tuvo que recordárselo. El capitán les
había traicionado, los llevó a una trampa, les dejó morir.
Ella abrió la mano y estudió la pequeño insignia pensativa, como si pudiera
encontrar ahí las respuestas.
—Dijo, dijo que tenía que encontrar a este… este Mac. —Ella levantó la cabeza y
Mac vio dolor y tristeza en sus enormes ojos grises—. Dijo que cuando le encontrara
le dijera Código Delta. No sé qué significa eso.
Pero Mac sí.
Peligro.
* *
El enorme hombre se echó hacia atrás en su silla, golpeó ligeramente con el puño
el escritorio. El corazón de Catherine saltó a pesar de que él no estaba emitiendo
vibraciones de peligro. O más bien, a pesar de que parecía peligroso, muy peligroso,
no parecía fuera de control, y no la había amenazado directamente.
Los hombres más violentos sujetaban su temperamento con una correa corta.
Tardaban muy poco en soltarse y cualquier cosa podía hacerlo. Una palabra
equivocada, una mirada equivocada.
Catherine había salido una vez con un hombre así. Se habían conocido en una
librería, buscando el mismo libro. Habían tomado café en el Starbucks de la tienda y
él la había invitado a cenar la noche siguiente. Catherine no se fiaba de los hombres,
pero le había parecido tan agradable, de voz suave, divertido e inteligente. No se
habían tocado pero le había gustado. Habían tenido una gran cena. De vuelta al
coche, había decidido dejar que la besara y aceptaría otra invitación a cenar. Y tal
vez el fin de semana le invitaría a almorzar.
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escapaba de su boca, con un zumbido corto. Los ojos sobresalían, los tendones de
su cuello delgado se tensaron. Abrió y cerró la boca con un repiqueteo de dientes.
Sus esfuerzos para hablar eran tan desgarradores que no pudo soportarlo.
Inclinándose hacia él, con la mirada fija en la suya tan salvaje y desesperada, llevó
el oído a su boca.
Él logró una palabra.
—Corre —susurró y a ella se le puso la piel de gallina.
Preocupada, Catherine había ido a casa. No podía comer, no podía dormir, y, por
fin, a la mañana siguiente decidió seguir a las imágenes en su cabeza. Algo sobre el
miedo salvaje que él le había inculcado le impedía llamar diciendo que estaba
enferma. Simplemente se fue.
El hombre de negro se levantó de repente y la miró.
—Quédate aquí —le ordenó y salió.
Quédate aquí. Bien, ¿dónde iba a ir? La puerta se abrió para él y se cerró detrás
de él antes de que pudiera pensar en salir por allí.
Bajó la mirada hacia la mesa. El grano de la madera era inusualmente fino y se
fijó en él hasta que la cabeza cayó. Se enderezó. Casi se había quedado dormida en
la silla.
¿Iban a dejarla aquí toda la noche? Solo había dos sillas. Tal vez podría utilizar la
otra para las piernas y tratar de dormir un par de horas de un sueño incómodo.
Se movió inquieta, rígida y dolorida, el cansancio se filtraba en sus huesos. El
hambre y la sed se añadían a la incomodidad del agotamiento. Volvió la cabeza para
mirar la puerta. No había picaporte. De alguna manera se había abierto para el
hombre de negro y cerrado de nuevo sin que le hubieran dado ninguna orden visible.
No había ningún teclado, e incluso si lo hubiera, no tenía el código.
La puerta se abrió de nuevo suave e inesperadamente y se giró en su silla, el
corazón le latía con fuerza, los músculos tensos por el peligro.
Pero no había peligro, solo era un muchacho adolescente sosteniendo una
bandeja grande. Se quedó tan sorprendida que cuando pensó en reaccionar, en
entablar conversación con el chico, para tratar de sonsacarle alguna información, ya
se había ido, la puerta se abrió y se cerró para él como si genios invisibles habitaran
el lugar.
Un cuerno de la abundancia se extendía ante ella. Su estómago gruñó en voz
alta, los olores maravillosos provocaron algún tipo de intensa reacción endocrina.
Su mano tembló mientras cogía lo primero que tenía cerca de la mano. Un taco.
Pero no cualquier taco, oh no. Tal vez era el hambre extrema, pero el sabor era
increíble. Harina de maíz molida, tomates frescos, carne picante perfectamente
cocida... incluso la lechuga estaba deliciosa. El mejor guacamole hecho en casa que
jamás había probado. Una patata asada al horno con crema cuajada fresca y
cebollino recién picado. Una ensalada de sabrosos tomates rojos rociados con
aceite extra virgen de oliva. Una enorme porción de la mejor tarta de melocotón que
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jamás había probado, tan buena que casi se echó a reír cuando se llevó el tenedor a
la boca.
Una jarra de zumo absolutamente recién hecho. Podía saborear las manzanas,
las zanahorias y un toque de limón. Bajó por su garganta reseca como un sueño y
fue como estar en un jardín en un día de verano.
Oh, tío, si la iban a matar, por lo menos le estaban sirviendo la mejor última
comida de nunca.
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Capítulo 3
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Más tarde, cuando el mundo fuera de ellos, la vacuna sería ofrecida a todos los
chinos.
Lee había nacido Cheng Li treinta y ocho años atrás en las afueras de Pekín. Su
padre era médico, pero él quiso asegurar el futuro de su único hijo así que emigró a
San Francisco con su abuelo paterno, cuando Lee tenía siete años. El título de
médico de su padre no fue reconocido por lo que condujo un taxi.
Hombre estúpido. Su padre había muerto de viejo antes de tiempo después de
haber realizado trabajos serviles durante treinta años, ¿para qué? Para que Lee
pudiera convertirse en americano.
Se convirtió en estadounidense, de acuerdo. En una ciudad como San Francisco,
con su población cosmopolita encajaba. Aprendió un inglés perfecto, jugó al
baloncesto en el instituto, le gustaba el jazz, fue a Stanford con una beca. Sus
padres estaban eufóricos. Pero su yéyé, su abuelo, un destacado académico que
había seguido sin querer a su hijo a Estados Unidos, se aseguró de que Lee
mantuviera su mandarín, se aseguró de que su caligrafía fuera perfecta, le llenó la
cabeza con cuentos del otrora poderoso Imperio Medio.
El padre de Lee estaba demasiado ocupado, demasiado cansado para notar o
incluso preocuparse de que su hijo estuviera fingiendo amar el sueño americano.
Porque lo hacía. Cuando tenía diecisiete años, ya un estudiante de segundo año de
neurobiología en la Universidad de Stanford, se dio cuenta del enorme error que su
padre había cometido. Porque Estados Unidos era el pasado y China el futuro.
Su segundo año, la OCDE anunció oficialmente que la economía china era más
grande que la economía estadounidense. Y estaba creciendo, mientras que la
estadounidense no.
Todo estaba claro a su alrededor, los americanos eran pobres y se empobrecían
más. Habían perdido su fe en sí mismos y se estaban apoltronando, esperando que
los nuevos vientos que soplaban sobre el mundo pasaran pronto. Pero esa no era la
naturaleza de los vientos de cambio.
Lee se había mantenido en contacto con sus viejos amigos de la escuela en
China, muchos de los cuales estaban ahora en posiciones de poder. Uno en
particular, Chao Yu, era ahora la mano derecha del Ministro de Defensa.
Lee y Yu habían estado trabajando en el proyecto durante cuatro años, desde que
Lee se dio cuenta del potencial del proyecto Guerrero. Yu era su conducto al
Ministerio de Defensa a través de canales cifrados de onda larga. La NSA era
demasiado buena para confiar en el plan de la transmisión vía satélite. Se
comunicaban a través de la tierra mientras construían el proyecto Guerrero desde
cero.
Lee había pensado que a China le llevaría cientos de años dominar el mundo. Lo
que habría estado bien. China siempre había adoptado una visión a largo plazo.
América operaba sobre una base trimestral. Tres meses era un horizonte de tiempo
ridículo. China operaba en base a siglos.
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Pero con Guerrero, China podría tomar el control del mundo en un año. Y Lee
regresaría triunfante a la tierra que nunca había olvidado, un héroe y un hombre
poderoso. El hombre que había sido la última arma en manos de China.
Él, Charles Lee, iba a hacer historia.
Súper soldados. El sueño de toda fuerza militar desde siempre. Más inteligentes,
más rápidos, más duros. Los americanos tenían un héroe de cómic para esto, el
Capitán América. Sin embargo, Lee y Yu iban a crear uno real, el capitán China.
Hasta ahora todo estaba en marcha.
Con la excepción del laboratorio de Cambridge, y el General Clancy Flynn se
había ocupado de eso, las cosas iban bien a pesar de que algunos problemas
técnicos continuaban. Pero en general, el plan estaba dando sus frutos a lo largo de
la línea de tiempo programada.
Sin embargo, el fiasco del laboratorio de Cambridge había proporcionado algunas
ventajas. Tres talentosos soldados, verdaderos guerreros con los que experimentar.
Tres hombres con los que podía hacer cualquier cosa, estudiarlos a su antojo.
Era terreno perfecto para probar sus protocolos. Artificialmente dementes, traerlos
de vuelta luego cosechar sus cerebros y analizar el tejido neurológico. Probarlo en
guerreros habría sido imposible si se trataran de mentes y cuerpos sanos, pero
habían sido reducidos a cáscaras físicas y mentales y eran inofensivos.
Se centró de nuevo en lo que Baring había dicho.
—¿Qué pasa con la doctora Young?
—La doctora Young no se ha presentado a trabajar, señor. Se nos informó hace
apenas una hora.
—¿Ha llamado diciendo que está enferma? —preguntó Lee a Baring.
—No, señor. Y no está en casa. Lo hemos comprobado.
Lee sintió una mínima punzada de inquietud. La doctora Young estaba justo en el
medio de los análisis de las dosis beta. Era una investigadora dedicada. No ir a
trabajar era tan inusual como para asegurar una alarma.
No tenía ni idea de en qué estaba trabajando realmente, pero si alguna vez
conseguía toda la imagen, como había hecho el doctor Bryson, sería muy peligroso.
Pero Bryson había sido escéptico por naturaleza y Young no.
—Podría no contestar el timbre de la puerta.
—Cuando digo “no está en casa", señor, quiero decir exactamente eso. Se
realizaron búsquedas en la casa. No había nadie dentro.
El escalofrío se hizo más fuerte. Esto no era típico de la doctora Young.
—¿Has rastreado su móvil?
La voz de Baring se enfrió. Sus palabras fueron staccato.
—Sí. Señor. No transmite.
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Mount Blue
—Bueno, ¿qué coño sabemos de ella, además del hecho de que es inteligente y
disfruta de los buenos tacos? —preguntó Nick Ross. Su rostro moreno y duro era tan
inexpresivo como el de Mac.
Estaban en el estudio de Mac, viendo a Catherine Young en sus monitores 3D.
—Bueno, sabemos que ella es un bombón —dijo Jon alegremente—. ¿Qué? —
Abrió las manos cuando Mac y Nick se volvieron hacia él—. Es un bombón. Ese
pelo, esos ojos, esas tetas...
—Jon... —Nick dejó escapar un largo suspiro, un intento de moderación.
Nadie creería que Jon Ryan pudiera ser otra cosa que un Chico Surfero. Cabello
rubio veteado por el sol, actitud relajada, una debilidad por las camisas hawaianas
realmente chillonas y las mujeres, era tan letal como Mac o Nick, pero no lo
mostraba.
Los hombres instintivamente se apartaban fuera del camino de Mac y Nick, pero
siempre subestimaban a Jon y siempre lo lamentaban mucho después. Si vivían lo
suficiente para sentirlo.
—Dice que está tratando el capitán –les recordó Mac en voz baja, y fue como una
piedra grande y oscura cayendo en un estanque—. Está vivo y está cerca, según
ella. No está sorbiendo bebidas tropicales en Bali y no está viviendo río arriba en el
río Mekong y no está en Tayikistán. —Algunas de sus especulaciones favoritas
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porque Lucius estaba íntimamente familiarizado con esos lugares. Como él estaba
íntimamente familiarizado con Colombia, Sierra Leona y las islas más remotas de
Indonesia. Si era difícil y remoto, Lucius lo conocía. Sus especulaciones de que
podría estar en Bali con un par de mujeres y una mansión habían estado teñidas de
amargura porque esa nueva vida de lujo había sido comprada con sus vidas.
—Caliente o no, vamos a tener que conseguir más información. Está mintiendo
sobre el capitán, pero sabe algo y vamos a tener que averiguar qué. –La voz de Nick
era baja. Les miró a los ojos—. Por cualquier medio posible. Aunque yo no
aconsejaría tratar de follarla. No hay tiempo para ello, ni siquiera para ti, Jon.
Jon exhaló un suspiro de pesar. Ninguno de ellos era capaz de hacer daño a una
mujer, pero Jon había seducido su cuota de información a mujeres
Mac no. Las mujeres no se enamoraban de Mac. A las mujeres ni siquiera les
gustaba mirarlo. Una mirada a su cara y salían gritando o decidían que era bueno
para una cosa y sólo una cosa, una follada. Después se iban.
Bien para él. Había nacido feo, con rasgos grandes e irregulares. Un oponente
que había tenido un cuchillo en la bota le había cortado la cara le había marcado un
lado de su cara, y luego el fuego de Arka que le había quemado el otro lado de su
cara se había ocupado del resto. La mayoría de la gente se estremecía al verlo por
primera vez. Evitaban mirarle como si mirarle pudiera provocarles daño como esa
dama griega con las serpientes en lugar de cabellos que convertía en piedra a todo
aquel que la miraba.
Había tenido una vida muy dura y eso se reflejaba en su rostro. A Mac le
importaba una mierda. En el ejército, hacía lo que tenía que hacer y lo hacía bien, y
su aspecto no suponía ninguna diferencia en el resultado. La única vez que pensaba
en ello era cuando trabajaba encubierto, porque era recordable. No en el buen
sentido.
—Mac podría tener mejores posibilidades que yo —dijo Jon, meneando las cejas
—. Con esa careto tan atractivo.
—Ya basta —gruñó Mac. No tenían tiempo para esto.
—No, tío. Lo digo en serio. —Jon se puso serio de repente con una extraña
expresión en su apuesto rostro. Mac le había visto arrasar a sus oponentes con su
encanto, esgrimiendo esa sonrisa brillante y alegre, mientras deslizaba el cuchillo.
Su rostro no estaba hecho para la seriedad. Verlo tan sobrio y serio era extraño—. A
la chica le gustas.
Mac no se sorprendía con facilidad, pero sintió que se quedaba boquiabierto y
luego cerró la boca de golpe.
—¿De qué coño estás hablando?
—¿La chica? —insistió Jun—. ¿La doctora? ¿La que acabas de pasar una hora
interrogando? ¿La recuerdas? ¿La que estamos vigilando?
—Puede, Jon. –La voz de Nick bajó con amenaza.
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maquillaje con el que había comenzado el día, había desaparecido hacía tiempo,
aunque no era un rostro que necesita mejora. Aunque podría haber necesitado un
poco de color. Estaba tan blanca como el hielo.
Aparte de eso... ¿que no veía?
—¿Qué? –repitió Mac.
—¡Su cara, maldita sea! —Jon tocó la pantalla, su dedo hizo un ruido sordo en el
cristal justo sobre la imagen del rostro—. ¡Mira eso!
Mac y Nick se quedaron mirando la pantalla, luego el uno al otro. ¿Qué coño?
Jon soltó un bufido de disgusto.
—Jesús, habilidades de observación cero, los dos. ¿Sabéis lo que estoy viendo?
¡Nada! Eso es lo que estoy viendo.
Mac y Nick se miraron de nuevo. Mac se encogió de hombros.
—No tengo ni idea lo que está hablando.
—¡Ella no tiene miedo, gilipollas! —gritó Jon—. Desafío a cualquier ser humano,
mucho menos a una mujer que es a todas luces una friki y ciertamente no es un
operativo, a ser secuestrado, llevado a un lugar desconocido, que le quiten una
capucha de forma inesperada y vea tu rostro y no se muera de miedo. Vamos,
conoces tu aspecto. Dios sabe que lo utilizas a menudo para intimidar. No funciona
con ella. ¡Mira, maldita sea!
Mac miró. La captura de pantalla mostraba a Mac con su cara de guerra mientras
Catherine Young le miraba directamente a los ojos. Su rostro mostraba agotamiento,
vulnerabilidad, cansancio. Pero no miedo. Nada de miedo.
—Tío. —Jon se volvió hacia Mac—. Eres aterrador. Te conozco y sé que eres uno
de los buenos. Pero mierda, ¡a veces me das miedo! Piensa en ello. Ella no tiene
miedo. No se ha sorprendido por tu feo careto lleno de cicatrices. Por lo tanto, o ya
sabe tu aspecto o se ha enamorado al instante. Y opto por la puerta número uno.
—Tiene razón, Mac —dijo Nick despacio, con los ojos clavados en la pantalla—.
No te ofendas, pero ¿cómo puede verte de repente y no salir corriendo y gritando?
En particular, siendo tu prisionera? ¿Puede conocerte?
A eso Mac podía responder.
—Nunca la he visto en mi vida.
—Entonces, hay algo que no estamos viendo, que no comprendemos.
Los tres hombres permanecieron en silencio.
—Vio una foto tuya en alguna parte —dijo Nick despacio—. Es lo único que se
me ocurre. Es por eso que estaba preparada.
—Negativo —replicó Mac bruscamente—. Somos jodidos fantasmas.
De ninguna manera. Lucius había destruido sin piedad todas las pruebas
documentales de su existencia dentro y fuera de las fuerzas armadas. Y cuando el
capitán hacia algo, lo hacía a conciencia.
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—A menos que... —comenzó Jon, con un ceño de concentración entre las cejas
rubias.
—¿A menos?
—Bien, aunque suena loco, ella está diciendo que el capitán la envió. —Levantó
una mano—. Esperad. No estoy diciendo que fuera enviada por Lucius, sólo estoy
diciendo que ella dice que Lucius la envía. Y, bien, la única explicación que se me
ocurre para su reacción cuando te ve por primera vez es, ahm...
—Lucius me describió. —Mac mantuvo su voz plana—. Ella conocía mi aspecto
porque Lucius se lo contó. Lo que significaría que tiene razón. Lucius se encuentra
en Palo Alto. Y en problemas. —Apretó los músculos de la mandíbula, miró a sus
compañeros de equipo—. Código Delta.
* *
La comida era tan buena que podría haber merecido que hubiera tardado tanto.
Catherine habría jurado que su estómago estaba tan lleno de nudos que apenas
sería capaz de tragar algunos bocados, pero al mero olor de la comida, el estómago
se abrió como una puerta.
Tal vez, pensó, era su animal que quería vivir. La parte reptil de su cerebro
despertando, presionando por la supervivencia.
Había pasado su infancia y adolescencia suprimiendo el cerebro reptil, creyendo
que su regalo provenía del inconsciente. Nunca se dejaba llevar por la emoción, por
la necesidad, nunca.
Y sin embargo, su parte científica sabía que era una tontería. Lo que le permitía
leer emociones, no era algo que pudiera ser exorcizado de su vida. Podría ser
suprimido por un tiempo, seguro. Debería saberlo porque era la Reina de la
represión.
Pero cuando volvía con fuerza, era tan fuerte que era incontrolable.
Tal vez por eso había reaccionado tan fuertemente a Nueve. A Edward Domino,
alias Lucius Ward. Había llegado a su vida después de un largo período de
represión. Se había sumergido en sus estudios, cortando la mayoría de las
relaciones humanas, desde luego de cualquier persona que pudiera provocar una
reacción emocional o sexual, y pensó que se había librado del dragón.
Pero el dragón había caído en picado con sus alas negras y doradas, exhalando
fuego.
Su don no se había debilitado con la represión, se había vuelto más fuerte.
La lectura más clara que había tenido en toda su vida de otro ser humano había
sido la del paciente Número Nueve. Lucius Ward. Clara como el cristal, tan
específica que era como si hubiera recibido instrucciones escritas.
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Todas sus otras lecturas habían sido en su mayoría vagas y borrosas. Podía
captar las principales emociones, miedo, odio, amor oculto, vergüenza, ambición,
como si captara los tonos altos de una sinfonía. Otras emociones debajo habían sido
más difíciles de captar o interpretar.
Esto era algo que estaba muy lejos de los pilares tranquilizadores de la ciencia
que sostenían su mundo. Esto era otra cosa. El hecho de que estuviera aquí, que
hubiera sido impulsada aquí por fuerzas fuera de su control, era una cuestión de
puro instinto.
El instinto le decía que comiera y bebiera y lo hizo.
En el instante que apuró el final de aquel zumo increíble, sintiendo mil millones de
vitaminas corriendo por su sistema, la puerta se abrió de nuevo suavemente y se
giró para ver al enorme hombre de negro entrar en la habitación.
Se acercó a la otra silla y se sentó.
Por primera vez, Catherine notó cómo se movía. Era enorme, pero se movía con
gracia, como un atleta. Obviamente, era un atleta, entre otras cosas. Tenía el cuerpo
de un defensa descomunal, los músculos abultados eran evidentes incluso bajo la
ropa. Se había quitado la ropa exterior resistente e impenetrable que era como un
exoesqueleto y ahora vestía una sudadera color negro, pantalones negros y botas
negras de combate. Se había recogido las mangas de la sudadera, mostrando unos
antebrazos fuertes y musculosos con venas muy pronunciadas. Su cuerpo había
incrementado las venas para bombear más oxígeno a los músculos. Un sistema
automático de respuesta corporal que no podía ser fingido y que hablaba de horas y
horas de ejercicio.
O de lucha. Porque él era un guerrero, no un atleta. Las armas en sus caderas se
lo mostraban.
Se sentó frente a ella y la miró, con esos ojos oscuros sin parpadear.
Había una leve disminución de las fuertes olas de sospecha que le habían
envuelto como humo. Aunque estaba muy lejos de darle la bienvenida o incluso
confiar, no había hostilidad manifiesta.
—Gracias por la comida —dijo cortésmente.
Él inclinó la cabeza.
—De nada. —La profunda voz de bajo retumbó en la habitación.
—Estaba más hambrienta de lo que pensaba.
Tal vez podría engañarlo, y él respondería lo noté. Estaba absolutamente
convencida de que había una cámara en la habitación, aunque era invisible. Hoy en
día, las videocámaras estaban en parches pegadas en las paredes, en pomos de las
puertas y en los alfeizares de las ventanas. Habrían observado cada movimiento, y
desde luego estaba siendo observada en estos momentos.
Pero le subestimó. Él ni siquiera parpadeó.
Bien. Prueba con otra táctica.
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* *
—Cuéntale la verdad, Mac —dijo la voz de Jon en la oreja—. Creo que el tiempo
para los juegos ha terminado.
—Sí —se hizo eco Nick, siempre lacónico.
Mac permaneció sentado con los ojos entrecerrados y mirando a la mujer con
cuidado. Ella estaba completamente inmóvil bajo su mirada. No podía leerla, nada
en absoluto. Podría estar diciendo la verdad, podría haber sido enviado por su ex
comandante traidor, Lucius Ward, para atraparlo. Podría haber sido enviada por los
malditos marcianos por todo lo que podía decir.
Mierda. Había sido entrenado en técnicas de interrogatorio. Todos ellos lo habían
sido. No le gustaba la tortura, no para conseguir información. Si tenía que eliminar a
alguien, lo hacía sin llamar la atención. El dolor no siempre era útil si querías la
verdad. Casi todo el mundo diría cualquier cosa, cualquiera que el interrogador
quisiera escuchar, sólo para calmar el dolor, para que desapareciera. Pero había
interrogado a su cuota de imbéciles y los había hecho hablar y el dolor había estado
involucrado.
Hombres como Mac o Jon o Nick no hablarían bajo ninguna condición. Habían
sido entrenados para resistir la tortura, pero más allá del entrenamiento de
resistencia, eran irrompibles. Habían sido seleccionados y probados por ese rasgo,
luego endurecidos, como acero. Y la mayoría de las veces tenían un discreto método
de suicidio con ellos.
Sólo comprueba. Trata de golpear un cadáver en busca de información, imbécil.
Así que lo sabía todo sobre romper a la gente…
Mierda.
No podía hacerlo con esta mujer. Simplemente no podía.
¿Qué coño le pasaba? Ella le había encontrado. Nadie podía encontrarle.
—Empieza por arriba –dijo—. De principio a fin. Y hazme creerte o serás
MIBeada.
Ella suspiró.
—Está bien. Mi nombre es Catherine Young. Alguien de su equipo —miró
alrededor de la habitación, pero las videocámaras eran invisibles—, tal vez varios
alguienes, los que nos están escuchando en este momento, me han buscado en
Google, estoy segura. Así que ya sabe que soy quien digo que ser, porque ha visto
los documentos que tengo, mi permiso de conducir, la identificación de mi compañía.
Es probable que tenga mi foto de secundaria.
—Roger a eso —dijo Jon en voz baja—. Es buena.
Lo era. No había nada que argumentar en su favor.
—Siga —dijo.
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él, ahora su interior estaba quieto y en silencio. Como si la luz se hubiera apagado.
Un interruptor que le hubiera apagado.
Ella seguía mirándole fijamente, con tristeza y conocimiento en su mirada
plateada.
—No tengo nada que deba temer, señor McEnroe. ¿O debería llamarte Mac?
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Capítulo 4
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Con acceso a esa enorme cantidad de iridio, China tenía garantizado ser el líder
mundial en microchips durante las siguientes dos décadas. La mina estaba todavía
más en el interior del país, en tierra de nadie donde las líneas artificiales sobre los
mapas no significaban nada.
Si el SL-58 iba bien con Orion, pronto podría ser administrado a las tropas chinas
que formarían un convoy para llevar el iridio extraído al este hacia el Océano Índico
y luego en barco hasta China.
El monitor principal de Lee había mostrado el convoy de Orion poniéndose en
marcha con las primeras luces. Dos Unimogs delante y dos en la retaguardia
vigilando el camión de seguridad del centro que transportaba un baúl de titanio con 5
kilos de diamantes sin tallar.
Desde el ataque con armas nucleares a la mina de diamantes de Orapa en
Botsuana el año anterior, los diamantes eran el material más preciado del planeta.
Tres vehículos incluyendo el camión armado que transportaba los diamantes.
Todos fuertemente armados, cada vehículo con un mini cañón que disparaba balas
de calibre 50 a mil por minuto. Flynn había dicho que llevaban consigo más de
cincuenta mil cargas de munición.
En Naijing cincuenta miembros del escuadrón de élite “Dragón Volador” estaban a
la espera, pendiente del resultado del test de hoy. Si tenía éxito, el SL-58 sería
administrado y en un mes empezarían a acompañar camiones con iridio a los
barcos.
Por ahora eran los hombres de Flynn los que estaban a prueba. Algunos eran ex
militares estadounidenses y bastantes sudafricanos familiarizados con la sabana
africana. Cada soldado había recibido una inyección de SL-58 la tarde anterior. A los
hombres de Orion se les había dicho que era algo benigno, una anfetamina de larga
duración que les ayudaría a estar despiertos y alertas durante las veinticuatro horas
de viaje.
Lee iba enviando todo a Beijing a través de una conexión encriptada.
Era un test importante. Era un día importante. El primer test de campo de la
droga. Hasta ahora, todo bien. El informe del doctor de campo había sido rutinario,
incluso aburrido, algo que Lee aprobaba. Lo aburrido era previsible. Lo aburrido era
bueno.
Lee había observado la grabación del convoy empezando a las cinco de la
mañana, hora local, con los camiones marchando con precisión, a tiempo y bien
organizado.
La velocidad y la precisión de los soldados a la salida eras visibles, casi tangibles.
Lee no era un experto en logística pero tenía algo de idea de lo que conllevaba
poner en marcha a un convoy con veinticinco hombres. Hicieron todo a máxima
velocidad, rápido y con eficiencia. Mientras los hombres cargaban los camiones, Lee
tuvo que comprobar los mandos del monitor para asegurarse de no estar viéndolo a
cámara rápida. Pero no. todo era en tiempo real. Los hombres caminaban al ritmo al
que otros estarían corriendo, y sus movimientos al cargar eran borrosos.
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Los Unimogs tenían el sistema FLIR para detectar hostilidades, georradares para
detectar minas y chasis blindados. Cada vehículo tenía montado a los lados y por
encima armas de calibre 50 y por debajo, chorros de micro-ondas calculadas para
freír a los hostiles que no se hubieran cargado las balas.
Lee no era soldado pero incluso él estaba sorprendido por el aspecto que
presentaba el convoy. Tenías que estar loco para atacarlo. Por supuesto, el Ejército
de Lord estaba formado casi por definición por soldados locos, drogados, reclutados
de niños e inmunes al miedo.
El convoy partió rápido y sin problemas. En las imágenes por satélite casi parecía
un organismo vivo. Lee sabía que los vehículos estaban en contacto constante, con
monitores que mostraban la aceleración y frenada de cada vehículo, permitiendo
que la distancia entre camiones fuera mínima.
Mientras salían al alba, las imágenes grabadas que rodeaban el campamento
cambiaron. Unos pocos puntos rojos intentaron correr en paralelo, pero pronto se
rindieron: el convoy iba demasiado rápido. A sesenta y cinco kilómetros al oeste una
conglomeración de puntos rojos apareció como una colonia de hormigas al que
hubieran atizado con un palo. Habían recibido noticias por radio de que el convoy
estaba llegando. Pero pensaban en viejos términos y todavía estaban montando
trampas para cuando el convoy los sobrepasó, en firme y mortal formación.
La siguiente trampa fue colocada a más de ciento cincuenta kilómetros más al
oeste, donde la carretera atravesaba un escarpado valle, un punto clásico de
emboscada. Lee sonrió al ver los movimientos como de hormigas en el punto más
estrecho. No tenía que ser soldado para entender que a menos que soltaran bombas
Armagedón no iban a tener ninguna oportunidad. El convoy los sobrepasaría con
poco menos que un rasguño en los costados blindados de los Unimogs.
Esto iba a funcionar.
Apretó un botón.
–Tiene buena pinta –le dijo a Flynn.
–Seh, realmente buena pinta –fue la respuesta.
Flynn observaría cada segundo pero Lee tenía trabajo que hacer. Minimizó la
pantalla, revisó algunos informes de autopsias y luego fue a por café. La cantina
acababa de comprar un cargamento de Arábiga Montaña Azul y estaba delicioso. Se
llevaría una caja de aquello consigo cuando regresara a China. Lo que podría ser
antes de lo que había pensado.
De regreso a su oficina le echó un vistazo al monitor y frunció el ceño. Un monitor
lateral mostraba el progreso como una línea azul sobre un detallado mapa del
terreno. Deberían estar a un tercio de su destino final pero parecía como si ya
estuvieran a medio camino. Tecleó con furia y observó fijamente la respuesta,
asombrado.
El convoy estaba yendo a noventa y cinco por hora, una velocidad de locos para
vehículos pesados sobre carreteras llenas de baches. Lee abrió la pantalla pero no
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pudo seguir a los vehículos individualmente tras el que iba a la vanguardia. Las
imágenes del satélite mostraban sólo una pesada humareda de polvo elevándose.
Por muy inteligentes y fuertes que fueran los contratistas, por mucho que tuvieran
lo último en tecnología, no serviría de nada si uno de los pesados vehículos volcaba.
Sería como un elefante herido y los demás vehículos tendrían que establecer un
perímetro de defensa mientras intentaban levantar el camión. Se extendería rápido y
en poco tiempo tendrían a mil majaras de los Rebeldes Rojos o del Ejército de Lord
disparándoles.
De locos.
Miró un monitor lateral que mostraba datos y parpadeó. Los vehículos estaban
acelerando. Ahora iban a ciento siete por hora.
Los cowboys de Flynn estaban poniendo en peligro toda la misión. Iba a ponerse
en contacto con el ex general cuando oyó resonar la voz de Flynn con profundo
acento sureño llenando la habitación desde el altavoz. Su rostro rojizo lo miraba
irritado desde la esquina derecha de la pantalla.
–¿Qué cojones está pasando, Lee? Veo que estos bastardos están yendo ya a
más de ciento diez por hora. ¿Qué cojones están haciendo?
Tenía razón, iban a ciento diez, no, a ciento quince kilómetros por hora.
–Señor Flynn –respondió fríamente, omitiendo a propósito el título deferencial de
“general”–. No tengo ni idea de lo que están haciendo sus hombres pero están
arriesgándose a estrellar los camiones a esta velocidad. Veo actividad rebelde a
dieciséis kilómetros. En esa zona la carretera está fatal. Si se estrellan estarán en
serios problemas.
Su monitor IR mostraba una masa de luces rojas bajo una arboleda a dieciséis
kilómetros de distancia, invisible para las imágenes de satélite normales.
–Lo saben –gruñó Flynn–. Están viendo lo que nosotros estamos viendo.
–Entonces esta temeridad es sin duda inexcusable –dijo Lee con tono gélido.
Flynn no respondió. El ex general estaba respirando fuertemente en la habitación.
Era un hombre al que le gustaban los placeres en la mesa y en la cama y cada vez
que Lee le había visto a lo largo de los dos últimos años, había pesado cuatro kilos
más y respiraba todavía peor. Ahora mismo su rostro se veía rojo e hinchado en del
monitor, gestándose un ataque al corazón.
Glotones americanos, pensó Lee con asco. Siempre más, más, más. Como
garrapatas gigantes engordándose a sí mismas hasta que explotaban. No podías
encontrar a un general gordo en todo el Ejército de Liberación Popular.
–Jesús –bramó Flynn– ¿Qué están haciendo?
Lee se concentró en el monitor principal, incapaz de creer lo que estaba viendo.
¿Le pasaba algo a la cámara del satélite? No. La cámara mostraba los sucesos en
tiempo real y lo que estaban viendo él y Flynn era el convoy desacelerando. Justo en
el punto más estrecho de la carretera en el valle.
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80 k/h.
50 k/h.
30 k/h.
Lee observó, incrédulo, mientras el convoy iba deteniéndose en perfecta
sincronización.
Flynn gritaba.
–¡Hardy! ¡Rollins! ¡Venga! ¿Qué coño estáis haciendo? ¡Estáis rodeados por
hostiles! ¿Hay algún problema mecánico? ¿Por qué os detenéis?
Una profunda voz surgió de los altavoces de Lee. No le hablaba a Lee sino a
Flynn.
–No, señor, ningún problema. Simplemente vamos a luchar con el enemigo. –La
voz sonaba superexcitada, jadeante.
Lee recordó haber oído por radio informes al principio del viaje del convoy. Las
voces habían sido lacónicas y sin emoción. Voces de piloto de combate, relatando
hechos como autómatas.
–¡Negativo, negativo! –estaba gritando Flynn– ¡No luchéis! ¡Repito! ¡No luchéis!
¡Sólo llevad el maldito convoy a Freetown!
Un clic. Ninguna respuesta. Voces excitadas de fondo, los sonidos de hombres
apilándose. Lee no necesitaba el audio, lo que estaba sucediendo estaba
perfectamente claro. El monitor mostraba desde arriba cómo salían hombres de
delante y de detrás de los camiones.
Lee no sabía nada de estrategia militar pero incluso él sabía que un convoy
amenazado, rodeado por hostiles debería establecer un perímetro, aposentándose,
vigilando el cargamento. En vez de eso los hombres salieron de los camiones y
corrieron directamente a la jungla con los rifles al hombro. Uno a uno los puntos
rojos, como hormigas revolviéndose alrededor de un hormiguero, se detuvieron.
Fueran lo que fueran, los soldados de Orion eran excelentes tiradores. Cuatro de los
hombres tenían tasers letales y se estaban llevando por delante a cinco miembros
del ejército rebelde cada vez, segándolos.
Pero por alocadamente valientes que fueran, por bien armados que estuvieran,
por excelentes tiradores que fueran, los contratados de Orion eran superados en
número de cien a uno.
Los mercenarios eran fáciles de seguir incluso debajo de la arboleda. Su firma de
calor era notablemente más baja por la armadura corporal que llevaban. El primer
soldado cayó a los dos minutos de batalla. Otro, un minuto más tarde.
Fue una masacre. Los hombres lucharon duro, pero por cada loco del ejército
rebelde que mataban, cincuenta o cien tomaban su lugar. Estaban tan sobrepasados
en número que podrían haber estado armados con palos y al final los hombres de
Flynn habrían acabado por sucumbir.
~56~
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Pronto todas las firmas IR de los de Orion acabaron detenidas. Cada uno de ellos
tenía una enorme cantidad de rebeldes a su alrededor y Lee comprendió con un
vuelco en el estómago que los estaban haciendo pedazos.
Había sucedido tan rápidamente, de manera tan inesperada, que hubo un silencio
en los cuarteles generales de Orion. Entonces...
–¿Qué cojones ha pasado ahí? –La ruda voz de Clancy gritó–. ¿Qué han hecho?
¿Por qué no siguieron conduciendo tan rápido como fuera posible? ¿Les robó la
inteligencia tu droga? ¿Qué coño les has dado?
Lee tenía una idea de lo que podía haber pasado.
En el monitor los miembros del ejército rebelde estaban surgiendo desde la
arboleda hacia la carretera abierta. Lee suprimió la necesidad de vomitar. Muchos
corrían hacia la carretera con cabezas clavadas en sus bayonetas. Rodearon los dos
camiones. El camión blindado era impenetrable pero incluso si pudieran entrar por
detrás, la preciada carga estaba dentro de un baúl de titanio. Estaba a salvo de los
saqueadores. Pero los diamantes estaban varados en una carretera en mitad de la
jungla rodeados por lunáticos fuertemente armados. Bien podrían estar en la parte
posterior de la luna.
La droga era demasiado fuerte. La agresividad aumentada de los soldados había
sobrepasado su deseo por completar la misión. Lo que significaba que la SL-58 era
inoperativa.
Flynn respiraba pesadamente y Lee se preguntó si estaba en mitad de un ataque
al corazón. Estaban mirando fijamente a una enorme fortuna en diamantes que era
totalmente inaccesible.
–¿Qué fue eso? –soltó Flynn– ¿SL-58?
–Sí –respondió Lee.
–Ya me puedes estar dando el SL-59. Malditamente rápido.
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Capítulo 5
Mount Blue
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—Es inútil que sigas insistiendo en que no eres Mac —dijo calmadamente.
—¡Ah! —El sonido surgió de lo más profundo de su pecho, e hizo un gesto con la
mano al aire que ella reconoció como un gesto de frustración un segundo demasiado
tarde.
Su reacción fue sobresaltarse y protegerse la cabeza con el brazo. Fue algo
irresistible, imposible evitar. El corazón envió sangre a sus venas de golpe mientras
su cuerpo caía en el pánico. Para cuando comprendió que lo que había hecho era
hacer un gesto al aire, estaba hecha un ovillo sobre la silla, intentando presentar un
objetivo lo más pequeño posible.
Él gruñó. No había otro modo de decirlo. Un sonido bajo de disgusto desde lo más
profundo de aquel pecho como un barril.
Lentamente se fue enderezando, intentando encontrar aire suficiente para decir
“lo siento”, con el corazón todavía latiendo con fuerza después del terror absoluto.
—No voy a golpearte. Yo no pego a mujeres. —Dijo cada palabra claramente y
fueron cayendo como pedruscos de su boca, como si cada una de ellas le doliera.
Y de repente Catherine entendió. No tenía ni idea de si la comprensión le llegaba
de algún tipo de emoción profunda en él que había sentido al tocarle y que no había
tenido tiempo de analizar o tal vez era un clásico ramalazo de intuición, pero le había
metido el dedo en la llaga. Había cruzado una línea invisible pero muy real.
Aun así... parecía tan increíblemente aterrador. Sólo con su tamaño bastaba para
hacer que te encogieras. Unido a su rostro con cicatrices y la nariz aplastada,
parecía alguien de quien te asustarías si te lo encontraras en un callejón oscuro.
La mayoría de la gente reaccionaría de manera instintiva con miedo hacia él,
evitándolo, aún sin conocer siquiera nada de él. Aunque estaba la violencia que
había sentido en él (oscuros torbellinos de violencia) y que él había matado, la
violencia estaba contenida por grilletes de acero. No era un hombre que perdiera el
control. No era un hombre que dañara a los débiles.
—Lo sé —dijo con tono amable, enderezándose. Más que verlo, sintió que él se
relajaba un poquito—. Lamento haberme asustado. Fue una reacción instintiva.
Debería haberlo controlado. Hasta ahora no me has hecho daño y... —Bajó la mirada
hacia el tablero y se preguntó si lo podría decir. Levantó la mirada, y se encontró con
ojos duros y oscuros—. Cuando te toqué, lo sentí, que no haces daño ni a mujeres ni
a niños. Lo sentí de manera muy fuerte. Así que en realidad no tengo ninguna
excusa. —Soltó aire y abrió la mano, la mano que le había tocado—. Ninguna en
absoluto.
Cuando lo había tocado había sido muy fácil de leer. A diferencia de la mayoría de
la gente, él no tenía capa tras capa de tonterías egoístas, de hipocresía o
autoindulgencia y una total y absoluta falta de autoconocimiento. Él se conocía a sí
mismo, por dentro y por fuera. Sus emociones eran limpias, claras, incluso puras,
hasta las oscuras. Nada enfermo o psicótico.
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Lisa Marie Rice
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O eso esperaba. Catherine estaba saltando sin red. El don al que había
combatido toda su vida y que de golpe había reaparecido para morderle el trasero al
tratar con el Paciente Nueve seguía siendo un misterio para ella.
¿Podría confiar en eso?
Porque la verdad era que estaba encerrada, sin idea de dónde “estaba” aquí. Era
la prisionera de este hombre. Había más gente por allí, estaba segura. Y si la había,
era su gente. Nadie iba a rescatarla. Nadie siquiera sabía que ella estaba allí. Ella no
sabía dónde estaba. Incluso si tuviera un móvil que funcionara, lo que no tenía, y si
tuviera alguien a quién llamar, que tampoco tenía, no sabría decirle dónde estaba.
Era su prisionera y tenía que tener fe, fe en su odiado don, de que él no iba a
hacerle daño. No iba a matarla.
Él asintió, con sus oscuros ojos fijos en ella y se levantó de golpe.
—Ven —le dijo y caminó hacia la puerta.
Asombrada, Catherine se levantó y le siguió. Justo cuando pensaba que él se iba
a aplastar su ya aplastada nariz contra la puerta, esta se abrió deslizándose y ella
salió de la sala, siguiendo aquellos amplios hombros.
Y miró.
El cambio en el aire al cruzar el umbral fue como cruzar de la noche al día. El aire
se enfrió, más fresco, con un ligero amargor de oxígeno y un olor como a bosque.
Estaban en un pasillo con un par de pisos por encima que daban a un enorme atrio.
Ella se agarró al pasamanos de la baranda y se inclinó hacia adelante.
Era una vista tan extraordinaria que tuvo problemas para procesar lo que estaba
viendo. Una gigantesca bóveda con luces que parpadeaban brillantes como
estrellas. Le costó un segundo o dos comprender que las luces estaban espaciadas
de forma homogénea y eran artificiales. La bóveda era trasparente, como cristal,
sólo que ningún cristal que ella conociera podría cubrir un espacio así y seguir
aislando el frío.
Por abajo, dos pisos más abajo, había una profusa cantidad de plantas brillantes
organizadas en senderos, con pequeñas luces entre las ramas de los árboles y
cilindros chatos con tapas brillantes a intervalos de metro y medio que daban luz.
Parecía el país de las hadas.
Una pareja estaba caminando por los senderos, aparte de eso la zona, tan grande
como un aparcamiento pequeño, estaba desierta. Pero claro, debía de ser bien
pasada la media noche.
Un tipo dos pisos más abajo iba tirando de un carrito de mano cargado con
bolsas. Miró hacia arriba, hizo un saludo llevándose dos dedos a la frente y luego
desapareció entre el verde.
—Es... es hermoso —dijo en voz baja, luego miró fijamente a Mac.
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Era hermoso, pero también estaba oculto, así como él quería permanecer oculto.
Era una ciudad, solo que una ciudad bajo tierra, no sobre ella. Apartada, misteriosa,
remota.
Dios, vaya si este tipo le iba a borrar los recuerdos. Le iban a hacer un flaseado a
lo MIB sobre aquella comunidad secreta y era una pena porque era el sitio más
interesante que hubiera visto jamás.
Un enorme espacio cubierto con un exuberante parque en la parte más baja y
plantas enredaderas que recorrían los balcones en la zona en forma de anillo. Los
balcones se abrían con puertas. No tenía ni idea de si las habitaciones tras las
puertas estaban ocupadas o no. Hasta la fecha había visto exactamente tres
personas. Pero lo que había visto estaba bien diseñado, bien cuidado, prístino.
Alguien tenía que hacer aquello.
Dos personas más caminaban por un sendero, un hombre y una mujer. El hombre
miró hacia arriba, volvió a mirar cuando la vio a ella y luego saludó a Mac con la
mano. Él sombrío, asintió con la cabeza. Siguieron caminando, con las cabezas
juntas, discutiendo algo con seriedad.
Esto era una comunidad. La gente vivía allí, trabajaba allí. Era hermoso y oculto y
no se parecía a nada que hubiera visto. El enorme abovedado negro con las luces
brillantes, los verdes jardines, los balcones curvilíneos con un cierto aire al
Guggenheim de Nueva York.
—Qué hermosura —repitió con un susurro.
Para su sorpresa, él le respondió.
—Seh. —Sus grandes manos se agarraron a la baranda tan fuertemente que los
nudillos se le pusieron blancos, luego las levantó—. Queremos que siga así. —
Volvió la cabeza hacia ella, su mirada penetrante y hostil.
—¿Dónde estamos? ¿Y qué es este lugar? —Levantó las manos, palmas hacia
arriba. El gesto universal de rendición. Ninguna amenaza. Ninguna arma—. De
todos modos me vas a hacer un MIB ¿Por qué no decirme dónde estoy?
Obviamente hay más gente por aquí. Está todo muy bien cuidado, muy bien
planeado. Lo de ahí abajo parece un parque. Y estas puertas... hay gente que vive
aquí. Trabaja aquí. Cocina aquí. Esa comida era, sin la más mínima duda, una de las
mejores que he probado. Si así es como alimentas a tus prisioneros, me encantaría
saber cómo comen tus ciudadanos.
—Te sorprendería saber quién es la cocinera.
A ella se le abrieron los ojos de par en par. Era la primera cosa que decía que no
era ni una pregunta ni una amenaza. Durante un segundo también creyó ver
sorpresa en el rostro de Mac. Porque le había hablado abiertamente.
Pero claro, ella no iba a recordar nada de aquello. Iban a lavarle el cerebro y, puf,
desaparecido. No añoraría el recuerdo de estar sentada en su coche congelándose,
esperando la muerte. O el estar aterrada de un hombre enorme con una máscara de
esquiar negra dando golpecitos en su ventana. Pero el interrogatorio... podía admitir
para sí lo mucho que la fascinaba Mac. Y aquel espacio gigantesco bajo la bóveda,
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tan diferente a cualquier otra cosa que hubiera visto. Eso le daba mucha pena tener
que olvidarlo.
Todo había sido una gran sorpresa. El nombre de la talentosa cocinera no sería
nada en comparación.
—Ponme a prueba.
—Puede que hayas oído hablar de ella. Stella Cummings.
A Catherine se le desencajó la mandíbula.
—¡Dios mío! Stella Cummings, ¿la actriz?
Le había sorprendido por completo. Stella Cummings había sido una niña-actriz
que ganó un Oscar a los quince y otro a los treinta. Un acosador la había atacado y
había desaparecido de la vista de todos, por completo. Fue como si se la hubiera
tragado la tierra. Los tabloides online tenían todo un apartado en funcionamiento
titulado “¿Dónde está Stella Cummings?”.
—Imagino que no... —Qué cosa más idiota. Por lo que sabía iban a acabar
matándola. Y ahí estaba ella, convirtiéndose en una fan alocada—. Me encantó en
“Dangerous Tides”. Si está por aquí, ¿podría conocerla? Si no quiere hablar sobre
sus actuaciones, puedo darle las gracias por el taco. Estaba estupendo.
—Vámonos. —La tomó del codo y empezó a caminar. Asombrada, tuvo que trotar
tras él para seguirle el paso.
—¿A dónde vamos? ¿Voy a conocer a Stella Cummings?
—No. —Tensó la mandíbula—. Tal vez. Tal vez mañana. Ahora mismo te voy a
llevar a tu dormitorio.
Después de eso se calló y no pudo lograr que le dijera ni una palabra más. Las
preguntas no sirvieron de nada y después de unos minutos tuvo que gastar todo su
aliento en intentar seguirle el ritmo.
Rodearon el enorme espacio hasta que estuvieron justo enfrente de la sala de
interrogatorio y bajaron un nivel. Mac se detuvo delante de una puerta y tocó una
parte de la pared que no tenía características distintivas. Sin botones, ni paneles ni
nada. Pero cuando dio en un punto específico la puerta corredera se abrió.
Él hizo un gesto con la mano y ella se movió voluntariamente hacia el umbral, con
el corazón latiéndole. Por un segundo tuvo la impresión de que él estaba... bueno,
no suavizándose con ella, pero al menos no abiertamente hostil. Y pensó en que
ahora tal vez podrían sentarse y charlar ahora que ya le había hecho una lectura.
Pero no. La estaba conduciendo a una oscura celda, prisionera. Cuatro paredes,
sin ventanas. Sólo oscuridad.
Ella entró lentamente, echándole una rápida mirada a la puerta. No había manilla
interior. No había modo de salir.
Una prisión. Una comprobación a sus ojos y quedó confirmado.
Ni un alma sabía dónde estaba y su solitaria vida hacía que nadie fuera a pensar
en buscarla. Tal vez la iban a dejar en esa sala hasta que muriera. No les costaría
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demasiado. Simplemente echarla allí hasta que se pudriera. Nadie lo sabría, a nadie
le importaría.
Solo una mujer, en una habitación cerrada, olvidada. Tiempo pasando. Morir
encerrada, sola, cada vez más débil hasta que la oscuridad acabara con ella.
Se le cerró la garganta. El pecho no se movía, no podía… moverse.
El dio un paso tras ella, aquel gigantesco cuerpo casi presionado contra el suyo.
Una fuerza gigantesca, empujando hacia adelante, forzándola a dar otro paso,
dentro. Más lejos de la puerta, más lejos de la luz del pasillo.
Ella jadeó, buscando aire, luego lo repitió. No puedo hacer esto, pensó. Todos sus
recursos habían desaparecido. Estaba agotada y aterrorizada, en la cabeza le latía
un retumbo de pánico. Una oscura oleada, subiendo de nivel más y más. Pronto se
desmayaría por el pánico.
De mala gana dio otro paso adelante, luego se giró, inclinando la cabeza un poco
para mirar a Mac a la cara. Casi no veía sus facciones con la luz de fondo que
entraba desde la puerta.
Tenía que saberlo, tenía que saberlo. ¿La iban a encerrar allí hasta dejarla morir?
—¿Puedo... puedo tocarte? —Jadeó.
Casi no había luz suficiente para ver su gesto fruncido, que echaba la cabeza
hacia atrás por la sorpresa. Sin esperar respuesta, ella alargó la mano para tomar la
suya, agarrándosela.
Calor. Aquello fue lo primero que percibió. Su enorme mano estaba caliente, como
si él mismo fuera un radiador. Ella tenía las manos congeladas y el calor de la suya
simplemente le caló a través de la piel, anclándose a sus músculos.
Y entonces...
—¡Ah!
Ella dejó caer su mano, soltando la conexión, el calor, de manera inmediata.
No iba a asirse a él, a un hombre que desconfiaba de ella, que la consideraba una
amenaza.
Pero no iba a matarla. Eso le llegaba alto y claro. Aquello no iba a ser una prisión
permanente. Por mucho tiempo que fuera a estar encerrada, no iba a ser para
siempre.
O eso esperaba.
Sin una palabra, Mac dio un paso atrás hacia el umbral. La puerta hizo un sonido
al correrse y la habitación se iluminó. No había una fuente específica de luz, ni
lámparas ni apliques. Sólo luz.
La habitación estaba amueblada cómodamente, era amplia y espaciosa. Parecía
siniestra a oscuras, pero ahora que estaba iluminada era una habitación corriente,
más grande que la mayoría de las habitaciones de hotel, con una cama tamaño
queen, una zona para sentarse con dos sillones y un escritorio que hacía las veces
de mesa. Al dar un rápido vistazo vio una puerta que daba a un baño muy agradable.
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Bien abastecido, por lo que podía ver, con una buena pila de toallas blancas, una
pastilla de jabón y un cepillo de dientes a estrenar.
De acuerdo. Una prisión a lo Hilton. Podía soportarlo.
Para sorpresa suya encontró la pequeña bolsa que había empacado, por si acaso
su búsqueda requería pasar la noche en algún sitio. Tenía su pequeño neceser con
los cosméticos, un camisón y sus zapatillas.
Una ducha la hizo sentirse mejor, más humana. Había estado en la carretera,
huyendo casi veinticuatro horas. Se arrastró hasta la cama y miró al techo.
Le dolía todo, en todas partes, por dentro y por fuera. El cuerpo, la cabeza y el
corazón. Una oleada de soledad la recorrió. Tocar a Mac le había confirmado que no
era peligroso para ella, no en el sentido en el que se temía.
Pero... ¿qué sabía ella? ¿Podía estar segura? Su don era poco confiable. Tal vez
debería haberlo cultivado en vez de apartarlo con las dos manos, obligándolo a
esconderse en lo más profundo de su mente como si fuera una doble desagradable,
rota, malformada, de sí misma.
El don nunca se había equivocado, aunque a menudo había sido incompleto.
Distinguía notas superficiales, las emociones del momento, fallando en captar
emociones subyacentes cruciales, porque ella no quería explorar, no soportaba
meterse en la realidad de la gente. Así que a menudo leía mal a la gente, porque no
había sido capaz de discernir tonos y sombras por debajo de las emociones más
fuertes.
Mac podría no estar planeando su muerte, pero tampoco tenía ningún incentivo
especial para mantenerla viva. Y aún y así... había habido... algo. Algo allí, algo
elusivo. El más leve de los cosquilleos en su mente, como un suave dedo
acariciándola.
Lo sentía como seguridad.
¿Era real?
Probablemente no.
¿Por qué iba a importarle a este hombre? Cualquiera con quien hubiera salido la
consideraba una friki. Y el sexo... bueno, nunca le había ido demasiado bien ahí.
Estaba cansada. Cansada más allá de los estresantes sucesos de hoy. Cansada
de ser quien era, cansada de verse empujada por cosas en su interior que no podía
controlar, cansada de saber cosas que no debería.
Cansada...
Las luces se apagaron de repente y ella cayó en un profundo sueño sin sueños.
* *
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7 de Enero
—Tal vez debería mantenerla encerrada hasta que se muera de hambre —dijo
Mac amargamente a la mañana siguiente.
Nick y Jon no le hicieron ningún caso. Estaban estudiando el emblema del
Halcón, Jon lo analizó cuidadosamente y luego se lo pasó a Nick.
Jon levantó la vista brevemente, mostrando sus blancos dientes en una sonrisa.
—Nah, apuesto a que ya le has enviado a Stella para que le lleve el desayuno.
Mac apretó los dientes. Pillado.
Justo ahora su prisionera estaba siendo torturada, recibiendo golpes con el látigo
del mejor desayuno jamás cocinado en la historia de los desayunos.
Nick no levantó los ojos del Halcón.
—No sería eficiente. El matarla. Hasta que sepamos qué está pasando.
—Mierda. —Jon inclinó la cabeza mientras miraba fijamente a Nick—. Más de
diez palabras, Nick. De golpe. Creo que es un récord, ¿no, Mac?
Mac miró a Jon a los ojos durante un segundo. Nick solo había sido miembro del
equipo una semana cuando explotó la mierda. Se lo había presentado Lucius (y,
maldición, ahí estaba de nuevo ese dolor en el corazón) como el sexto hombre
después de que perdieran a Randy Higgins en un salto HALO. Un fallo de
paracaídas a tres mil metros de altura era implacable.
Nick se había unido al equipo calladamente, haciendo exactamente lo que se le
pedían, eficientemente y bien, sin hablar más de una o dos palabras cada vez.
Ninguno de los compañeros del Equipo Fantasma tenía una vida de la que pudiera o
quisiera hablar, pero iban soltando pistas. El acento sureño de Mike Pelton. El tonillo
de chico surfista de Jon. El amor de Rolf Lundquist por el esquí y el detallado
conocimiento que tenía de las Rocosas.
Pero Nick no. Bien podría haber brotado de un laboratorio si fuera por las pistas
que daba sobre su pasado.
—Que te jodan, Jon —dijo Nick de manera inexpresiva, y era tan inusual en él
que reaccionara, que Jon parpadeó y se calló.
Nick había estado analizando cada molécula del Halcón. Finalmente lo colocó
cuidadosamente sobre la mesa y levantó la vista, mirando a Jon a los ojos, y luego a
los de Mac.
—Es auténtico. Y es suyo.
Mac asintió. Él mismo había llegado a la misma conclusión.
—Seh, ¿y? —Finalmente Jon rompió el silencio. El chico surfista no se llevaba
bien con el silencio cuando estaban fuera de una operación.
Nick frunció el ceño. Ver una expresión en su oscuro rostro era incluso más raro
que las palabras.
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tocado. Nunca había tomado drogas. Toda su infancia había transcurrido entre gente
que se colgaba de las drogas para huir de la realidad. Tenía treinta y cuatro años y
estaba seguro de que la mayoría de la gente que conoció de crío estaba o muerta o
deseando estarlo. Así que no, las drogas no habían tenido ningún atractivo. No
quería morir, quería vivir, ferozmente. Siempre había sido así.
Pero uno de los críos le había explicado lo que un subidón de heroína le hacía en
el cuerpo. El niño alquilaba su culo cada noche para conseguirla y se odiaba a sí
mismo veintitrés horas de las veinticuatro que tiene el día. La hora de heroína lo
valía: valía la pena el dolor y la degradación. Valía la pena ser tratado como un
pedazo de carne. Valía la pena ser golpeado y abusado cada noche. Decía que
cuando entraba la droga en él desaparecían todas las cosas malas y que era como
estar en el cielo, si es que el cielo existía.
Bueno, joder si aquella no era una buena explicación de lo que le había pasado
cuando la Dra. Catherine Young le había tocado. Un subidón. Un subidón como
ningún otro que hubiera sentido. Como tener su corazón acariciado por suaves
manos. Como si su mente hubiera sido invadida por un ángel.
Le entraban ganas de bufar. Ángeles. No había ángeles en este mundo y no
había ningún otro mundo. Los ángeles no existían y nadie le había acariciado el
corazón. No es que tuviera, de todos modos.
Maldito fuera si comprendía lo que había pasado. Algo sí había pasado. Algo
grande y que daba miedo.
Ella se había sacado aquello de la nada. ¿Cómo lo había hecho? Tal vez era
como uno de esos magos de teatro que sacaban a un miembro del público y le pedía
pensar en un número y escribirlo. Siempre sospechaba que aquello era pura
actuación y que los miembros de la audiencia eran parte de la actuación.
Pero lo que había dicho Catherine Young había sido, por espantoso que fuera, la
pura verdad. Le había leído. Lo había clavado, como a una mariposa en un corcho.
Mac no estaba acostumbrado a que le vieran o le comprendieran. Estaba
acostumbrado a ser obedecido. Los hombres a su mando en los Ghost Opps le
conocían malditamente bien y así era como le gustaba. La única persona que tenía
una ligera percepción de cómo era su interior había sido Lucius, y eso, ya le había
hecho sentirse incómodo.
Incluso ahora, en el exilio, Nick, Jon y el resto de la pequeña comunidad que
parecían estar creando le conocían como un líder fuerte y duro sin resquicios en su
armadura, sin nada más que una superficie brillante, grande y dura.
Que le hubieran calado tan bien... era aterrador. Incluso más aterrador era que le
hubiera gustado, durante aquel diminuto momento en el que ella lo había tocado.
Antes de que su cabeza hubiera captado lo que ella estaba haciendo.
Había sido como un chute de heroína, y como cualquier adicto, ahora lo ansiaba.
Se había pasado la noche pensando en ello, pensando en ella. Recordando aquel
suave tacto, la oleada cálida extendiéndose en un instante desde su mano por todo
su cuerpo, chisporroteando por sus venas.
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Cuando le había tocado ella había... brillado. Como si no fuera una criatura de
este mundo. Como si hubiera una lámpara de mil vatios en su interior que hiciera
que irradiara luz y calidez. En ese instante ella había sido imposiblemente hermosa,
la mujer más hermosa del mundo. Algún tipo de hechicera de otro planeta,
demasiado delicada y hermosa para este.
Aquello no había durado. Cuando rompió la conexión fue como si algo se hubiera
roto en el interior de ella. Aquella pálida luz ya no brillaba, se puso cenicienta.
Sombras bajo sus hermosos ojos. La nariz afilada y pálida.
Aquello le había mantenido despierto, también, porque la princesa de las hadas
reluciente del Planeta Zog había sido una mujer fascinante pero vulnerable, que
había repartido polvo de hadas sobre él y había pagado un precio que casi le rompe
el corazón.
Había tenido que apretar los puños para evitar rodearla con sus brazos. Él, Mac
McEnroe, el tipo duro con pelotas de acero que había matado a sus enemigos con
sus propias manos sin parpadear, había estado a punto de envolver con sus brazos
a un enemigo potencial. Un ser completamente desconocido, que de algún modo
había encontrado su guarida. Alguien que podría poner en peligro a su comunidad.
—De acuerdo —dijo, poniendo su cara de batalla, endureciendo su voz—. Voy a
ver qué más puedo sonsacarle.
Nick asintió brevemente, se giró y volvió a coger el Halcón.
Jon sonrió de oreja a oreja e hizo ruidos como de besuqueos.
Mac le hizo el pajarito y salió.
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Capítulo 6
La mañana siguiente a Lee le comenzó a latir con fuerza una vena en la sien.
Miró la ficha de asistencia de la doctora Catherine Young en las instalaciones de
Millon y vio que no había aparecido por segundo día consecutivo.
Había enviado las secuencias de lo de África a tres científicos investigadores en
el laboratorio Millon de Palo Alto que eran parte del protocolo completo. Aun así, no
tenían toda la secuencia, por supuesto. Todo lo que sabían era que estaban
implicados en un proyecto de investigación militar secreto más allá de sus deberes
habituales. Y que estaban ganando cien mil de los grandes más al año que con las
investigaciones habituales. No tenían ni idea de que Lee tenía otros planes, lo cual
era, por supuesto, perfecto.
El día que Lee desertara de vuelta a la madre patria con un programa completo
que convertiría al Ejército Rojo en la máquina militar más grande de la historia, se
marcharía dejando un cuerpo carbonizado en su coche al fondo de un barranco que
implicaría a los tres científicos en cuestión.
¡Estaba tan malditamente cerca, y a la vez tan lejos! El desastre de Orion en
África iba a retrasarle meses. Su nueva vida bailando fuera de sus dedos.
Marcó sobre una imagen holográfica de un candado con llave que estaba en el
monitor de su derecha. Inmediatamente se convirtió en la cabeza con forma de bala
de Baring.
—¿Señor?
—La doctora Catherine Young no ha ido a trabajar tampoco esta mañana.
Comprueba en los hospitales en un radio de ciento cincuenta kilómetros y rastrea los
informes policiales. Entra en su casa y mira si puedes encontrar algo y asegúrate de
que ella sepa que hemos estado. Infórmame en una hora.
—Señor.
Lee tamborileó los dedos sobre el brillante tablero de madera de su escritorio,
apretó la mandíbula y se puso a pensar.
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* *
Catherine se inclinó sobre sus codos, fascinada.
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Imagen por Resonancia Magnética funcional
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Ghost Ops 1
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Ghost Ops 1
Qué terrible broma le había jugado la biología con que este hombre (enorme,
peligroso, un hombre que no se fiaba de ella) fuera el hombre por el que hubiera
sentido una violenta atracción sexual.
Era algo explícito, además, lo que la aterrorizaba. No era una atracción general,
del tipo que sientes por un hombre guapo con el que te cruzas, aunque Mac era de
todo menos guapo.
Este hombre, este hombre en particular con músculos y ceño fruncido y rostro con
cicatrices, era el que la hacía reaccionar como si su cuerpo hubiera estado
esperando toda su vida por él y sólo por él.
El celebro le estaba diciendo a su cuerpo “olvídalo”, pero no funcionaba.
El corazón le latía con tanta fuerza que pensaba que le se le iba a partir una
costilla. No osaba a moverse, no osaba a hablar, porque entonces él sabría que ella
había empezado a temblar en el instante en el que él había aparecido por la puerta.
Ay, Dios.
El calor aumentó entre sus muslos y estaba asombrada al sentir que la vagina se
le tensaba una vez, muy fuerte, justo como hacía en sus infrecuentes orgasmos. El
pecho estaba tenso, sí, pero sus senos estaban hinchados, pesados. Lo más
asombroso fue una sensación débil, temblorosa, como si todo lo que él tuviera que
hacer fuera tenderle una mano y ella correría directa hacia él.
Aquello era lo más aterrorizante de todo. No podía echársele encima porque él no
la cogería.
De hecho, podría acabar disparándole.
Mac echó un vistazo hacia las ruinas de su desayuno y luego las miró fijamente a
ella y a Stella con una dura mirada. Le habló a Stella:
—¿Ya has acabado aquí?
—Sí, estoy bien, gracias Mac. Gracias por preguntar. —Stella inclinó la cabeza
hacia un lado y lo estudió—. Siempre es un placer estar cerca de un hombre que
cuida sus modales.
Los músculos de su mandíbula trabajaron tan fuerte que se le movieron las
sienes. Catherine apostaría lo que fuera que obligar a las articulaciones
temporomandibulares a trabajar tan duro debía de hacer daño a los dientes. Aquel
rostro pétreo no mostró ningún tipo de emoción. Catherine se fijó en Stella, que
parecía totalmente indiferente al humor que tuviera él.
—Stella —gruñó Mac.
—Mac —respondió ella, imitando exageradamente su gruñido. Para Catherine
aquello fue como irritar a un oso, pero Stella simplemente se veía exasperada, no
asustada.
Hubo algún tipo de empate. Catherine prácticamente podía ver las líneas del
macho y la hembra cruzándose. Sorprendentemente, ganó Stella.
Ella señaló la cafetera.
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Él se quedó de pie mirando fijamente hacia el enorme atrio, con los músculos de
su mandíbula trabajando. Parecía como si literalmente estuviera masticando las
palabras. Tres personas que cruzaban una zona con césped levantaron la mirada y
saludaron. Él asintió brevemente.
—¿Mac? —Catherine dudó, y luego colocó la mano suavemente sobre su
antebrazo. Éste estaba cubierto por su jersey de forro polar. Lo único que sintió fue
músculo duro y cálido. Y que a ella le recorrió un escalofrío.
Él se liberó y ella retiró la mano como si hubiera tocado una cocina caliente.
Lamentando su movimiento instintivo en cuanto lo hizo. A nadie le gustaba que ella
le “leyera”. ¿Por qué parecía incapaz de recordarlo?
—Lo siento —susurró.
Él se encogió de hombros. Apretó la baranda hasta que se le pusieron los nudillos
blancos y echó un vistazo a sus dominios.
Ella no tenía ni idea de dónde le venía aquella compulsión pero tenía que saber
más sobre aquel lugar. Un lugar del que nunca había oído hablar y que casi no podía
imaginar que existiera, aunque estaba mirándolo ahora mismo. Un lugar fuera del
espacio y del tiempo.
—¿Por qué queréis o necesitáis quedar fuera del radar? —Su voz ahora era baja
porque tenía la garganta tensa. Casi le dolía decir las palabras y si no ardiera por la
necesidad de saber, no habría hecho la pregunta.
Él se quedó mirando hacia abajo unos minutos. Otra persona miró arriba y saludó.
Los caminos de abajo estaban llenos de gente ocupada yendo y viniendo. Muy
pocas parejas. Ni un solo niño.
Él no hablaba, aunque a juzgar por el tamaño de los músculos de su garganta,
tenía las palabras justo ahí en su boca.
Ella tragó.
—Recuerda, Mac, que me vas a flasear como en los Hombres de Negro. Lo que
sea que me digas se perderá conmigo para siempre. Soy neurocientífica y puedo
decirte que la memoria después de que se le administre Lethe se pierde físicamente,
así como un millón de neuronas. Así que no hay modo de que pudiera hablar, jamás.
Ella lo miró, hambrienta, feliz de que él no la estuviera mirando. También el
recuerdo de Mac McEnroe se perdería para siempre en ella. Jamás había tenido una
reacción física como aquella hacia ningún hombre en su vida antes y era posible que
no la sintiera nunca más. Incluso el recuerdo de su cuerpo calentándose, los
escalofríos de reconocimiento, peligro y deseo se perderían para siempre.
—¿Mac? —Lo intentó de nuevo—. Parecía como si Stella quisiera que hablaras
conmigo. Dijo algo sobre que yo me uniera a la comunidad. Imagino que se refería a
la comunidad de aquí, ¿no?
Él cerró los ojos como si le doliera y respiró profundamente. Uau. Le había dado a
una fibra sensible, una dolorosa.
Bueno, pues claro.
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Capítulo 7
2
Plan de ahorro corporativo para empresas
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El interior de su casa era una joya tal que se preguntó, inquieto, qué más podría
haberle ocultado Catherine Young.
—Jefe, tengo algo. —Baring y sus dos colegas habían revisado todas las
habitaciones sin encontrar nada. Ahora estaban en su dormitorio. Baring estaba de
pie junto a su cama. La diminuta pero poderosa videocámara montada sobre su
hombro mostró a Lee exactamente lo que estaba viendo Baring.
Young tenía un gran edredón verde esmeralda muy decorado en su cama. Junto
al borde había una marca cuadrada, del tamaño y la forma de una maleta de mano.
Algunas ropas bien dobladas estaban también sobre el edredón. Ropas que habían
sido descartadas.
Young había empacado una bolsa para un viaje.
Varias posibilidades le cruzaron a Lee por la cabeza. Estaba casi seguro de que
no se había robado ninguna información del laboratorio porque tenían colocadas
unas medidas de seguridad extremas. No se permitía a ningún investigador llevarse
datos a casa. Eso no significaba que ella no hubiera podido dar con algún modo de
sacar información. Ahora se tendría que enfrentar a un tedioso inventario de
seguridad que interrumpiría el ritmo de trabajo y ralentizaría su programación. Sin
mencionar que su mejor científica estaba desaparecida, tal vez vendiendo secretos a
un tercer grupo o al gobierno de los EEUU o a los iraníes.
Desde luego, era mujer muerta andante, pero primero tenían que encontrarla.
—Quiero que recorráis su casa centímetro a centímetro y quiero información
sobre dónde se ha ido para cuando hayáis acabado. ¿Está claro?
Baring asintió.
—Sip. ¿Cuán cuidadosos debemos ser?
Lee pensó en todo el trabajo que Young le estaba causando en un momento muy
delicado del proyecto.
—Echad abajo el lugar si tenéis que hacerlo —contestó.
—Sip, jefe. —Baring se dio la media vuelta.
Morrison estaba comprobando el portátil de ella, y Lee pudo oír un ruido
estruendoso desde lo que imaginaba que era la cocina y observó por un momento
mientras Baring empezaba a destrozar metódicamente todas las superficies suaves
del dormitorio. Cojines, almohadas, edredón, colchón. Luego empezó a destrozar la
cómoda.
Era de líneas hermosas, lo que los americanos llamaban mobiliario Shaker. Lee
era un hombre que apreciaba la simplicidad, la hermosura. Una pena. Aun así, si
había algo oculto allí, Baring lo encontraría.
Escuchó y observó un rato más.
—No regreséis aquí hasta que me podáis decir dónde está —le dijo a Baring y
apretó un botón.
El holograma desapareció.
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Capítulo 8
Mount Blue
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Levantó la vista alarmada. Él no era tan alto como Mac pero todavía era mucho
más alto que ella.
—Me temo que me tiene en desventaja, señor…
—Nick —su voz era baja. Abrupta—. Por favor siéntese. Tenemos algo que
mostrarle.
¿Mostrarle? Se sentó y casi gimió ante la absoluta comodidad de la silla. Era
importante no mirar abajo porque se veía a sí misma sentándose ostensiblemente
sobre el aire. Algunos se mareaban tanto que no podían utilizar Ergonos.
—Aquí estamos —dijo Mac—. Ella está aquí. ¿Qué es lo que no podía esperar?
—He montado un bot, jefe —dijo el rubio. Parecía un surfero asesino. Pelo
aclarado por el sol, una vistosa camiseta hawaiana con loros dorados y palmeras de
color verde ácido, y una pistolera al hombro—. En principio. Solo un pequeño
programa configurado para avisarme si algo interesante sucede en el 27 de Sunset
Lane en Palo Alto. Lo monté anoche.
Catherine jadeó.
—¡Esa es mi dirección!
—Sí, lo es —Mac hizo un gesto con la cabeza hacia el Chico Surfero—. ¿Y?
—Sí, bueno aquí la doctora Young no cree aparentemente en la seguridad —el
Chico Surfero entrecerró sus ojos verde-azulados y le lanzó una mirada de
desaprobación—. Ninguna cámara de vídeo, ni una sola. Y tu cerradura es una
mierda.
¡Ella estaba siendo criticada! Catherine tomó aire indignada.
—Primero de todo, la casa no es mía, es de alquiler, por lo que un sistema de
seguridad complicado sería un desperdicio de dinero. ¡Y esa cerradura no es una
mierda! ¡La cambié cuando me mudé! Y quiero que sepa que es de tecnología
punta.
El Chico Surfero miró a Mac.
—Una cerradura Stor.
Mac hizo un sonido de disgusto.
El Chico Surfero continuó.
—Así que a pesar de que la buena doctora vive confiando en el prójimo, es bueno
que sus vecinos no lo hagan. Hay cámaras de vídeo tanto en la casa de enfrente
como en la casa al otro lado del patio trasero. Las piratee y enredé con los ajustes,
por lo que tuvimos vistas frontales y posteriores e instalé otro bot para enviar una
señal si había movimiento en el número 27 y efectivamente, aquí está lo que he
grabado hace diez minutos —golpeó con dos dedos y apareció un holograma frente
a ella.
Su inhalación brusca sonó fuerte en la habitación. Las imágenes eran silenciosas
pero elocuentes.
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cosas como esta. En apuros y privada de dinero, las fuerzas del orden locales no
serían rivales.
—¿Cuál es mi opinión sobre esto? —sus hombros se elevaron y cayeron. Lo hizo
más para mover sus músculos que otra cosa, porque se sintió paralizada por el
miedo. Como alguna criatura atrapada en los faros, sabía que el siguiente camión
estaba llegando demasiado deprisa para escapar. Sentía sus músculos rígidos y
poco cooperativos y tuvo que luchar para evitar curvarse sobre sí misma, replegarse,
olvidando el resto del mundo—. No tengo ni idea. Ninguna. No tengo ni idea de lo
que estaban buscando, excepto que no lo encontraron. Lo que quiere decir…
—Lo que quiere decir que volverán a buscar. Más intensamente, esta vez. Y si
pueden, la van a presionar en busca de respuestas. Y presionarán fuerte. Esos no
eran chicos buenos —la voz de Mac era implacable.
Ella se estremeció, recordando la fría y cruel expresión en la cara de Baring.
—Sí, lo harán. Y no, no lo son.
—Nosotros somos los chicos buenos —dijo el rubito, señalándose el pecho con el
pulgar y luego a Nick—. Incluso el tipo grande de aquí, no importa cuán siniestro se
vea.
Mac miró por encima del hombro, solo moviendo los ojos. Sí, él se veía siniestro.
Ella esperaba haberlo interpretado correctamente. No tenía ni la menor idea de
cómo eran los otros dos hombres. Todo lo que tenía que hacer era seguir sus
instintos animales, el instintivo sistema de alarma de bajo nivel que todas las
mujeres razonablemente atractivas desarrollaban en las zonas urbanas y ese
sistema no estaba sonando.
—Y eso es una buena cosa, también —continuó el rubito—. Porque se ve como
de manual: no puede volver de nuevo a casa.
El hombre sombrío y tranquilo, Nick fue todavía más explícito.
—Si quiere recuperar su vida a corto plazo, será mejor que descubramos lo que
quieren.
—Aquí está a salvo —dijo Mac suavemente—. Aún no estoy demasiado seguro
de cómo ha llegado hasta aquí. Y como sabe, destruimos cualquier vehículo que
consiga entrar a menos de diez kilómetros de este lugar y también destruimos su
sistema de comunicación.
Ella estaba teniendo una reacción tardía. Sus manos empezaron a temblar tan
fuertemente que tuvo que ponerlas entre las rodillas porque aunque no había
vibraciones perturbadoras procedentes de cualquiera de los tres hombres, las
vibraciones peligrosas existían. Fueran peligrosos o no para ella, claramente eran
hombres duros, como soldados o policías, solo que algo más. Más duros, menos
amistosos.
Hablando de estar entre un lugar muy duro y una roca. Ellos debían creer que era
inofensiva. De otra manera la MIBecearian y la dejarían suelta como a una mascota
entrenada liberada en la selva. Se despertaría en algún lugar sin el conocimiento de
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los dos o tres últimos días y sin idea de que Cal Baring y sus gorilas estuvieran
tratando de seguirle la pista.
Si ella les pedía que no le quitaran la memoria, levantaría sospechas como
ninguna otra cosa. Oh Dios. Pensar en despertarse en alguna habitación de hotel sin
recuerdos, sin manera de defenderse…
Una ola de frío se elevó dentro de ella y se estremeció, acurrucándose sobre sí
misma. Era casi imposible respirar, su pecho solo podía emitir un áspero jadeo
desigual. Manchas bailaban delante de sus ojos.
Una mano enorme y fuerte aterrizó en su cuello, presionó hacia abajo hasta que
su cabeza casi se encontró con sus rodillas.
—Respire —le ordenó una voz profunda desde algún lugar sobre ella. Sonaba
como si llegara desde el techo. Ella jadeó. La mano apretó suavemente—. Respire
—la voz ordenó de nuevo.
Lo hizo. Primero una respiración profunda, después otra. Algo se aligeró dentro de
su pecho, su corazón pasó de tratar de abrirse camino fuera de su caja torácica a un
sordo pero rítmico y rápido latido.
—¿Está bien? —preguntó Mac.
—Nunca he estado mejor —inmediatamente, jadeó avergonzada de sí misma.
Una vida entera de esconder sus emociones de los demás y ahora estos tres
hombres estaban viendo su pánico al desnudo, su humillante miedo y no había nada
que pudiera hacer. Control, el control férreo que había pasado toda una vida
perfeccionando la eludía, simplemente había desaparecido.
La enorme y pesada mano sobre su cuello apretó un poco, no dolorosamente.
Entonces la mano se levantó y, extrañamente, la echó de menos. Solo cuando la
mano se apartó, se dio cuenta que de que podía haber leído a Mac mientras tenía la
mano sobre su cuello, pero no lo hizo. No le había leído en absoluto. No tenía pistas
de donde estaban sus emociones. Todo lo que sabía era el efecto que tenía él sobre
ella.
La puerta zumbó al abrirse y un hombre entró corriendo, pálido, delgado y calvo.
Tenía ojos enloquecidos.
—¡Mac! No puedo encontrar a Pat o a Salvatore. ¡Necesitamos ayuda en la
enfermería, rápido! ¿Dónde están, lo sabes?
Los tres hombres se levantaron. Mac frunció el ceño.
—Abajo en Silver Springs.
El hombre pálido levantó una finísima pieza de plástico.
—Pat no contesta y tampoco Salvatore. ¿Cómo pueden no contestar?
—Mierda —dijo el rubito, pasándose una mano por el pelo—. Pat me dijo que
estaba negociando por una nueva máquina de imágenes que todavía no estaba en
el mercado. Ella fue… —una mirada de soslayo hacia Catherine y cerró la boca
apretadamente. Lo que fuera que iba a decir, no lo haría frente a ella.
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Capítulo 9
Operación Guerrero
Doctor Lee,
Hemos seguido con muchísima decepción el último experimento. La República
Popular está negociando con el gobierno de Burundian el acceso a sus depósitos de
iridio. El ejército rebelde está activo en la zona de máxima concentración de
depósitos de iridio. Esperábamos poner en práctica la Operación Guerrero muy
pronto. El fracaso del SL-58 significa un retraso de, por lo menos, otros seis meses.
Mientras tanto, el doctor Huang Wu del ministerio ha pedido fondos para
armamento a gran escala incluyendo ondas sónicas que se ha demostrado inutilizan
a los humanos en experimentos llevados a cabo en prisioneros de Haerbin. Los
fondos han sido garantizados. Se ha decidido a altos niveles del gobierno que el
Ejército Rojo puede ejercer su protocolo de capacidades mejoradas o un protocolo
de armamento mejorado. La decisión se tomará en seis meses tras lo cual, sin
importar sus resultados, no encontrará una infraestructura lista en las fuerzas
armadas para llevar a cabo su proyecto.
No nos decepcione ni al ministerio ni a mí. La República Popular se mueve
inexorablemente hacia su destino.
Ministro Zhang Wei
Email de Chao Yu
El ministro está verdaderamente enfadado. Haz algo rápido.
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La cólera.
La cólera no era productiva pero era lo que sentía tras las barreras que había
erigido entre el mundo y él.
Ondas sónicas.
Sentado, mirando al frente, sintiendo las oleadas calientes de vergüenza e ira
pulsando en él. Las ondas sónicas eran juguetes. Armas salidas de los cómics de
ciencia ficción de los años treinta. Mecánico, sin interés. Una vez se usaban las
armas una o dos veces, el enemigo podía fácilmente encontrar el modo de bloquear
los sonidos y las vibraciones y el Ejército Popular estaría igual de expuesto que
antes.
Era impensable que el ministro no lo hubiera comprendido. Un niño podría
entenderlo. No, el único modo posible para igualar el poder del ELP era convertir a
cada soldado tan eficaz como si fueran diez.
No lo haría la mecánica ni la electrónica, sino algo de carne y hueso.
Sentado, congelado, durante más de una hora, impregnándose de injusticia.
Lo estaba arriesgando todo —su carrera, incluso su vida— para desarrollar lo
último en armas para su patria. Y ellos lo trataban como un lacayo. Él iba a convertir
a China en el líder dominante del mundo durante los próximos mil años y ¿así era
como lo trataban?
El ministro lamentaría este día. Lee lo vería personalmente.
Mientras tanto, tenía otro protocolo para utilizar con el comandante y los demás.
Luego el comandante sería recolectado y su cerebro examinado al detalle molecular.
Saldría mucha información de aquello.
Eso calmó un poco la tirantez en su pecho. El comandante había demostrado ser
el más retractable de los sujetos examinados, en un factor de diez, y aun así los
experimentos sobre él arrojaban unos datos extraordinarios, a pesar de la
resistencia del hombre.
Lee consideraba una señal de su superior imparcialidad científica que todavía no
hubiera hecho ejecutar al hombre. Era un científico, no un mortal que exigiera
venganza a coste del progreso científico.
Pero... pronto el cultivo de las células cerebrales del comandante Ward sería más
útiles que el latido de su corazón.
Y Lee anhelaba ese día.
* *
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vistazo a Mac. Un momento después, le pusieron una esponja empapada con agua
fría a Red en la mano y empezó a limpiarle el sudor del rostro y el cuello a Bridget—.
Muy cerca.
Ya era el momento. Bridget estaba casi dilatada del todo. Debajo de sus manos,
Catherine podía notar una vasta fuerza reuniéndose, algo más grande que Bridget,
algo que conectaba con la tierra y transitaba a través de una pequeña mujer y una
diminuta y poderosa fuente de luz dentro de su vientre.
El poder arremolinándose y pulsando.
El corazón monitorizado del feto mostraba el diminuto latido perfectamente, y
cuando Catherine encendió los altavoces allí estaba, unos saludables ciento
cuarenta latidos por minuto. Como si el corazón del bebé estuviera latiendo rápido
por la emoción de venir al mundo.
El marido de Bridget, Red, no le soltó la mano ni una sola vez, ni siquiera cuando
ella lo insultaba o le gritaba prometiéndole que nada de sexo durante el resto de sus
vidas. Jamás. Ni siquiera había parpadeado, solo le sujetaba la mano con fuerza y
respiraba con ella.
Tocar a Bridget... caray.
Catherine estaba casi abrumada por las emociones de la mujer. Alegría. Dolor.
Amor. Excitación. Miedo. Pero sobre todo, amor. Amor por el niño que estaba
naciendo y por el hombre cuya mano estaba sujetando como si fuera una cuerda
salvavidas y a quien insultaba con cada palabra que le salía de la boca.
Y tras todo aquello, el eco más tenue de algo más. Otro grupo de emociones.
Casi... otra alma. Como un ángel suspendido en el aire, como un sol propagando luz
y calidez. Firme y seguro.
De pronto, el vientre de Bridget se tensó y ella gimió a través de los dientes
apretados. Estrechó la mano de Red con tanta fuerza que los nudillos se pusieron
blancos.
Entre las piernas de Bridget, Catherine vio una mata de cabello rojo oscuro. ¡El
bebé! Todo pensamiento huyó de su mente cuando se concentró en traer una nueva
vida al mundo. Sabía lo que estaba haciendo. Los profesores de obstetricia y
ginecología habían sido concienzudos y estrictos. Pero más que el conocimiento
científico de cómo nacían los bebés, estaba imbuida con alguna sustancia mágica
que la dirigía en el proceso como si hubiera nacido para ello. Algo que le estabilizaba
las manos, el corazón y la voz. Como si estuviera conectada a alguna base de
conocimiento arcano comunicado con la misma tierra.
Sus manos se movían por decisión propia, rápidas y seguras. Bridget estaba
jadeando ahora, las contracciones llegaban más y más rápido, cada una siguiendo
de cerca a la otra. Su rostro estaba ferozmente contraído por la concentración. Los
ojos de Red jamás abandonaron su rostro. Todo el cuerpo de Bridget se esforzaba,
presa de alguna fuerza externa abriéndose camino a través de ella.
—Lo estás haciendo bien, Bridget. Así es, el bebé está coronando, unos pocos
empujones más y habremos acabado, tendrás un bonito bebé para amar, solo un
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poco más, está bien, concéntrate en la respiración, excelente, estás siendo muy
valiente, eso es... —Catherine era apenas consciente de lo que estaba diciendo,
solo sabía que mientras hablaba, mientras tocaba los muslos y el vientre de Bridget,
el miedo de Bridget disminuía, como si cada palabra que Catherine decía se llevara
algo del miedo y el dolor.
Podía notar el efecto de sus palabras, el efecto de su presencia, sentir como la
tranquilidad de Bridget era porque ella estaba aquí. Una fuerza estaba siendo
tendida en ambos sentidos, el poder surgiendo entre ellas.
La clínica estaba magníficamente bien equipada. Alguien que sabía lo que se
hacía, alguien con un montón de dinero para gastar, había comprado todo lo que
podría ser necesario. Si era necesaria una cirugía a corazón abierto o una cirugía
cerebral seguramente irías a otra parte, pero por lo demás, la clínica tenía lo
necesario, incluyendo tijeras de episiotomía.
Hizo un diminuto y controlado corte para ayudar a Bridget. Tenían Derma-Glue, el
cual eliminaba los puntos que a menudo conllevaban infecciones tras el nacimiento
del bebé. Era un milagro que estaba salvando vidas en los pocos hospitales en los
que estaba disponible. Esta pequeña clínica proscrita parecía tener un suministro
ilimitado.
Bridget, con la cara roja, trataba de controlar sus jadeos, la cara retorcida
mientras se le tensaba el vientre de nuevo.
—Cuánto. Más. —Resoplaba entre contracciones.
Catherine le sonrió.
—No mucho más. ¿Sabes lo que estás esperando?
Red contestó.
—No. Queríamos la sorpresa.
Otra enorme contracción. Catherine podía oír a Bridget apretando los dientes.
Otro centímetro de dilatación. Un poquito más y el bebé saldría.
La habitación estaba fría, como deberían estar las clínicas, pero Catherine estaba
sudando. Intentó limpiarse el sudor de la frente con la manga pero era difícil.
Apareció un pañuelo y le limpió el rostro.
Sobresaltada, alzó la mirada hacia Mac. Tenía el rostro adusto, como siempre.
Pero el gesto había sido amable.
—Gracias —susurró ella. Él asintió, retrocediendo ligeramente. Allí pero sin estar
demasiado cerca.
Bridget soltó un grito contenido y Catherine se concentró en la nueva vida
saliendo de la mujer. En unos pocos minutos de sangre sudor y lágrimas, un milagro
sucedió y una niñita con una pelusa rojo intenso cubriéndole la cabeza se deslizó en
sus brazos expectantes y empezó a berrear.
Y el mundo se detuvo. Simplemente se detuvo.
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Catherine bajó la mirada hacia el pequeño rostro rojo, los ojos arrugados
cerrados, la boca abierta, y sintió el cuerpo entero bañado por la luz. Pura luz dorada
atravesándola. Esta pequeña era esperanza, dicha e inocencia. Era la luz en la
oscuridad, la dicha en la pena, la esperanza en la desesperación.
No había precedentes en su vida para lo que Catherine estaba sintiendo,
sujetando a la diminuta bebé en sus brazos.
Estaba conectada a la tierra, al sol, a cada ser humano que había andado alguna
vez por la tierra. Todas las esperanzas y sueños, todo humano pudiera ser, estaban
contenidos en esta diminuta y pequeña criatura.
—Hola —susurró Catherine, deslumbrada más allá de lo soportable. Tenía las
mejillas húmedas y la visión borrosa, pero no se había dado cuenta que estaba
llorando hasta que de nuevo apareció ese pañuelo.
No había en ella pensamientos de dónde procedía ese pañuelo, ni quién le
secaba el rostro. Del hecho que estaba en una localización oculta. Tal vez le
quedaran días —horas— de vida. El hombre detrás de ella era poderoso de
múltiples formas. Física y mentalmente. Estaba armado, era peligroso y eso ni
siquiera se le cruzó por la mente hasta más tarde porque ahora mismo estaba
sujetando en sus brazos todo lo bueno y verdadero en el mundo.
Red se inclinó hacia delante y besó a Bridget, y aquel pequeño acto rompió su
ensimismamiento.
—¿Qué es? —preguntó Bridget, con los ojos medio cerrados. Debía estar
exhausta, pero tenía una sonrisa de ensueño en el rostro.
—Una niña. Una pequeña pelirroja bonita y saludable. Diez sobre la escala Apgar.
De hecho, seguramente quince en una escala del uno al diez. —Catherine se rio de
pura dicha—. ¿Cómo vais a llamarla?
—Mac —dijeron a la vez Bridget y Red. El grandullón tras ella hizo un ruido grave
con la garganta.
—Mac —Catherine se aclaró la voz discretamente—. Eso es, esto... un nombre
original. Para una niña.
Bridget encontró los ojos de Red y habló:
—Habría sido Mac aunque fuera un marciano de tres cabezas. Le debemos
nuestras vidas a Mac. No había duda de cómo llamar a nuestro bebé. —La
oscuridad cruzó sus rasgos cansados—. No es que su nacimiento vaya a ser
oficialmente registrado alguna vez.
Oh. Si el nacimiento de la pequeña no iba a ser registrado eso significaba... eso
significaba que ellos estaban huyendo. Un secreto más para esconder en su lugar
secreto. Pero los secretos no importaban ahora mismo. Lo que importaba era la
diminuta criatura en sus brazos.
Catherine se acercó a la pileta y con cuidado lavó a la bebé. Mac. Era realmente
difícil pensar en ella con el nombre del enorme guerrero oscuro de la habitación.
Envolvió a Mac con otra sabana limpia y se acercó a Bridget, que estaba
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tan cerca que podía notar el calor de su cuerpo, tan cerca que podía tocarlo si
respiraba profundamente. Era como un muro detrás de ella, sosteniéndola.
Un seco golpe en la puerta y Stella entró empujando un carrito.
—Vale, ¡fiesta! ¡Tenemos algo que celebrar!
Tras ella, el Chico Surfero y el hombre oscuro, Nick. Detrás de ellos, diez, no,
quince, no, veinte personas riéndose y charlando llenaban la clínica. Ruido, color y
voces.
Fuertes estallidos y el Chico Surfero estaba sirviendo champán en copas que
habían sido puestas en fila a lo largo del carrito. Parecía haber un sin fin de botellas
de aquella bebida. Servía simplemente recorriendo las copas con una botella
inclinada. Tan rápido como servía se las llevaban para ser remplazadas por otras
copas.
Alzó la botella vacía, agarró otra, aprobó con satisfacción la etiqueta y abrió el
tapón de corcho.
—De lo bueno lo mejor —observó.
Él le puso una copa en la mano, sonriéndole.
—Olvidé presentarme. Me llamo Jon. —Le pusieron algo suave y cilíndrico en la
otra mano—. Ten un puro. —Sonreía. Luego se giró para darle a Mac una copa.
Catherine dejó el puro y sorbió el champán. Bueno de verdad.
Bridget, todavía amamantando, sostenía una copa igual que Red.
—Vale, chicos, calmaos. —El nivel de ruido bajó un poco. Stella levantó su copa,
las fuertes luces superiores iluminando cada una de las cicatrices sin excepción y la
belleza debajo de ellas—. Propongo un brindis para el miembro más reciente de
nuestra comunidad. El más reciente pero… no el último.
Movió las cejas mientras miraba al otro lado de la habitación.
Una bonita morena se atragantó con su champán, ruborizándose de un rojo
intenso. Alzó la mirada, indignada con el hombre alto y delgado. Entrecerró los ojos
sobre él.
—¡Hablaste!
Él echó la cabeza hacia atrás sorprendido.
—¡No, no hablé, cariño! ¡Lo prometo!
—Nunca subestimes la intuición femenina —dijo Stella suavemente—. Así. El
brindis. —Algo cambió en su voz y un repentino silenció llegó a la habitación.
Catherine podía notar el poder de Stella, su carisma. Atraía la atención como un
imán las limaduras de hierro.
—Para el miembro más reciente de nuestra comunidad. Para la otra Mac. Para
que crezca fuerte y querida. Para que sea bendecida con la salud y la comunidad.
¡Por Mac!
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—¡Por Catherine! —La habitación hizo eco con el clamor. Varios aplaudieron
fuerte, otros se unieron con entusiasmo. El nivel de ruido era increíble.
Echando un vistazo a la cama, Catherine vio a la pequeña Mac durmiendo
felizmente ajena a todo. Tal vez los bebés tenían alguna clase de radar que les hacía
saber que ruidos fuertes eran peligrosos para ellos y cuáles no. Este clamor era
definitivamente benigno. El clamor de la gente feliz, alzando las copas en un brindis.
¡Un brindis por ella!
Era aturdidor. No le habían dedicado un brindis antes. Jamás había sido el centro
de tantos rostros sonrientes. ¡Rostros que le sonreían a ella!
Alguien derramó algo de champán en su copa y se rio.
—¡De un trago! —gritó alguien y todos lo hicieron. Catherine también. El champán
era delicioso, embriagador. Sabía a luz de luna embotellada, frío y refrescante y
seguramente de noventa grados ya que le subió inmediatamente a la cabeza.
Jon ahora era un sommelier sobrecargado, paseándose con una botella en la
mano, sirviendo constantemente. Cuando se acababa una, se oía un estallido y
aparecía otra.
El ruido y las risas aumentaron.
Un brazo la empujó y ella tropezó, se notó empezando a caer. Mac la atrapó y la
sostuvo erguida. Sencillamente envolvió su gran mano en torno a su brazo y la puso
derecha. La otra enorme mano estaba en la parte inferior de su espalda, atrayéndola
hacia él. Ella estaba… estaba en su abrazo.
Alzó la mirada, todo lo que vio fue una mandíbula dura y cuadrada, leve sombra
de barba de un día y ojos entornados. Desde este ángulo destacaba la cicatriz de la
quemadura, piel fruncida proyectando pequeñas sombras arrugadas. La cicatriz de
la cuchillada en el otro lado del rostro era un corte queloide, como una cicatriz tribal.
Sus ojos se encontraron. Los sonidos estridentes de la sala se fueron apagando a
la nada. Sus ojos eran de un marrón intenso con líneas de marrón más brillante en
ellos. Oscuro, irresistible e impenetrable.
¿Le desagradaba sujetarla? Era imposible de decir. Era imposible decir lo que él
sentía respecto a ella. Todo lo que en realidad obtenía de él era fuerza y poder.
Aunque sabía una cosa. No la iba a soltar. La sujetaba con fuerza contra él, tan
apretada que podía notar los músculos tallados de su torso a través de la sudadera
negra que llevaba, debajo de los músculos individuales. Qué poder tan alucinante.
¿Cómo sería ser tan poderoso?
—¡Un trabajo fantástico! —Un anciano caballero sonriente lanzó sus brazos
alrededor de ella desde atrás, empujándola con aún más fuerza contra Mac—.
¡Bienvenida a Haven!
Alguien a su izquierda la abrazó. No podía decir si era un hombre o una mujer.
Alguien más la abrazó por la derecha. Esta vez una mujer, suave y oliendo a
lavanda.
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Joder.
Catherine se desplomó en sus brazos y Mac la sujetó más fuerte, se giró a todos
los que estaban apiñados a su alrededor. Sabía lo que su comunidad estaba
celebrando y no era solo el nacimiento de la pequeña.
Llamarla Mac. Jesús. ¿Qué coño era eso? ¿Se podía llamar Mac a una
pequeñina? Tenía que hablar con Bridget y Red sobre eso.
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Terreno nuevo.
El cuerpo de Mac hacía lo que él le decía, ni más ni menos. La idea de
permanecer sobre una mujer porque sus brazos sencillamente no querían
obedecerle le impactó casi tanto como la erección en sus pantalones.
Jesús.
Contrólate.
Le costó cada gramo de autodisciplina que tenía enderezarse y soltarla, y eso le
aterró.
Los ojos de Catherine estaban semi-abiertos cuando él le desabrochó las botas y
se las quitó.
—¿Qué estás haciendo? —susurró ella. Sus ojos eran de un gris tan brillante que
él casi se alegró de que estuvieran medio cerrados. Eran hipnotizadores. Era difícil
apartar la mirada de ella.
—Poniéndote cómoda. Estás muerta de cansancio. Has traído al mundo a un
niño. —Tenía un aspecto tan perdido en su enorme cama que le cogió la mano—.
Ahora descansa —le dijo manteniendo la voz baja—. Ahora estás a salvo. No te
preocupes por nada. Estoy aquí.
Pero hombre, ¿cómo podía esperar que ella se sintiera a salvo cuando anoche la
interrogó, completamente armado, sospechando que era una espía del gobierno?
Qué mierda de estupidez le había dicho.
Pero para su sorpresa, sus labios se levantaron un poco mientras cerraba los
ojos.
—A salvo —susurró con la mano entrelazada y confiada alrededor de la suya,
luego giró la cabeza y se apagó como una luz.
Mac tiró hacia arriba la colcha y se la pasó sobre los hombros con la mano libre.
Quería sentarse a su lado. Estiró la silla con el pie porque, bueno, no quería soltarle
la mano.
Sentado, le envolvió la mano con las dos suyas y le miró el rostro, intentando
averiguar el enigma que era Catherine Young.
Parecía tan frágil allí acostada. Estaba pálida, con las fosas nasales tensas por el
estrés, fruncía el ceño incluso dormida. El resto de ella también era frágil,
demasiado... delgada y de huesos pequeños.
Catherine Young parecía tan desgarradoramente delicada, casi frágil. Como si se
pudiera romper si la tocabas con demasiada rudeza, aunque él la había tratado con
rudeza y no se había roto, para nada.
Fueran cuales fueran sus motivos, hacía falta pelotas del tamaño de un frigorífico
para iniciar una búsqueda para encontrarle con solo unas cuantas pistas de un loco.
Hizo a un lado la idea de que el loco pudiera ser el comandante. Dolía pensar en
eso. Lo trataría después con Nick y Jon.
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Quien fuera que la hubiera mandado en esa persecución le había dado migajas
para seguir, y por Dios que lo había hecho. Lo había rastreado cuando nadie más
pudo. Tampoco se desmoronó durante el interrogatorio, manteniéndose firme en su
historia y aunque fue dócil no la habían intimidado.
Y observarla ayudando a dar a luz a Bridget. Tío. Había sido dulce, tranquilizadora
y totalmente competente. Se estremecía al pensar que habría tenido que hacerlo él.
Mac sabía cómo detener una hemorragia, de huesos rotos y agujeros de bala. Pero
ayudar a venir al mundo a un niño precisaba unas habilidades que él no tenía y
tampoco tendría jamás. Aunque ella había dicho que no ejercía como médico,
Catherine había estado a la altura de las circunstancias y ayudado a venir al mundo
a un bebé saludable.
A su mundo. El primer ciudadano nacido allí, traído al mundo por la última
incorporación a su comunidad.
Porque Catherine ahora era uno de ellos, no se podía ocultar ni huir de aquello.
Era un simple hecho.
Su gente había venido a él de uno en uno, a veces de dos en dos o de tres en
tres. Le reconocían y se reconocían entre ellos, ahora habían reconocido a
Catherine.
¿Y qué coño se suponía tenía que hacer con ella?
La observó, sujetándole la mano. Ella se giró en la cama y ahora tenía el rostro de
perfil, solo estaban fuera de las mantas la cabeza y la mano. Joder, era tan bonita.
Intentó arduamente no fijarse pero su cuerpo se rio de él y reaccionó del modo en
que el cuerpo de un hombre saludable reaccionaba ante una mujer
espectacularmente hermosa.
Normalmente aquello no era un problema, lo tenía bajo control. Podía controlar el
ritmo cardíaco, sus reflejos, sus pensamientos y su polla. Le habían enseñado
aquello en el BUD/S3 pero él ya sabía cómo hacerlo. No sobrevivías a una infancia
como la suya sin un control enorme.
Y había aprendido pronto que era inútil tener una erección por una mujer bonita.
Había nacido feo, crecido feo, y el cabrón con el cuchillo y la tremenda tormenta de
fuego en Arka que habían deshecho parte de su rostro empeoraron las cosas. Raras
veces miraba a los ojos a una mujer bonita porque podría entenderse como
agresión. Hacía mucho tiempo que había aprendido a guardarse la polla entre las
piernas cuando deseaba a una, porque aquello no iba a pasar.
Había estado excitado en la sala de interrogatorios, pero fue capaz de mantener
el pene abajo porque ella había estado tan asustada. Mac tenía un aspecto
escalofriante y si se era su enemigo a agacharse y esconderse, pero pensar en
intimidar a una mujer por sexo lo ponía físicamente enfermo. Además, Nick y Jon
estaban observando, así que la erección tenía que desaparecer.
Y despareció.
3
Entrenamiento Básico Submarino/SEAL
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Ahora era más difícil controlarse. Por alguna alquimia mágica, Catherine Young
estaba dentro de su perímetro en todos los sentidos posibles. Había sido aceptada
por su chusma y él había aceptado que ahora su seguridad era responsabilidad
suya. No le gustaba, pero así era. Ella estaba dentro.
No estaba despierta para verlo contemplándola con pasión en sus ojos, así que
podía, bueno, fantasear.
Mac cambió de posición en la silla, su erección era como algo pesado e incómodo
que le colgaba en la parte frontal del cuerpo. No había estado con una mujer en
mucho tiempo. Mientras era un SEAL no había sido mucho problema. Feo como era,
había un montón de mujeres que se pirraban por los SEALs. Si no otra cosa, les
daba el derecho a jactarse.
Todavía recordaba a la grupie de SEALs en Coronado que le había pedido si
podía hacer un molde de su polla. Pero primero quería depilarlo.
Ya tenía doce trofeos, alineados en una estantería. Con nombres, fechas y el
número de veces que habían follado.
Jesús.
En Ghost Ops, las vergas se mantenían bien sujetas, incluida la de Jon, que solía
consumir mujeres como los sureños consumían cerveza fría.
Las Ghost Ops iban de ser invisible, imposible de rastrear, ir de incógnito. Se
convertían en alguien sin historial bancario, sin contrato de arrendamiento, ni
hipoteca, ni facturas, ni teléfono móvil conectado a los proveedores habituales, ni un
coche a su nombre, ni permiso de conducir... nada. Eso iba acompañado de una
vida sexual nula porque tenías que contarle algo a una mujer. Las mujeres eran
curiosas y si les gustaba el sexo probablemente quisieran quedarse e
inevitablemente averiguarían que Joe Smith en realidad no existía.
Así que las Ghost Ops eran sobre todo zona sin sexo, sin mencionar el hecho que
desde el día que se había creado, el equipo de seis hombres estuvieron casi
constantemente en misiones. Y sus descansos no eran en casa —porque ya no
tenían casa— sino en alojamientos en algún erial a cientos de kilómetros de la
ciudad o carretera más cercana, un lugar que habían apodado Fort Dump, un lugar
que ninguna mujer toleraría sino bajo pena de muerte y mucho menos por sexo.
Y después del desastre de Arka... bueno, estar huyendo para salvar la vida y
escondido en verdad no sacaba a relucir la calidez y lo sexy.
Así que Mac se sentó observando el rostro de Catherine, sujetándole la mano,
tratando en vano de alejar a fuerza de voluntad la enorme erección en sus
pantalones y tratando de recordar la última vez que tuvo sexo.
No pudo.
No era solo que seguramente estaba perdido en la nebulosa del tiempo, o no solo
eso. Era que tenía problemas para recordar cualquier cosa sobre otras mujeres
mientras miraba a Catherine. Le parecía imposible que alguna vez pudiera haber
deseado a otra mujer porque la más deseable de las mujeres del mundo estaba
justo delante de él, durmiendo en su cama, con la mano en la suya.
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Ella sonrió, su primera sonrisa desde que se despertó. Dulce y triste. No había
felicidad en ella, solo dolor.
—Sé quién eres, Mac. Te conozco. Sé cómo eres por dentro y por fuera me
quieras creer o no. Sé que eres un soldado peligroso en el campo de batalla y que
no podrías hacer daño a un inocente. Simplemente no podrías.
Él tiró de su mano pero ella solo aumentó la presión. Era ridículo. Su mano era
casi el doble de tamaño que la suya. Su fuerza, como el de todos los soldados de las
Operaciones Especiales, había sido probado en un dinamómetro, marcando más de
noventa kilos. De hecho por encima de la escala. Y aun así no podía apartar la mano
de la suya.
Lo estudiaba con los ojos.
—Tenemos una conexión, Mac. Te guste o no. Y creo que también puedes
notarlo.
Sacudió la cabeza incluso cuando sabía que se estaba mintiendo a sí mismo.
Alguna clase de cosa eléctrica, una calidez hormigueante que se extendía desde su
mano subiéndole por el brazo...
—¿Me has drogado de alguna manera? —se le escapó.
Catherine soltó una carcajada sorprendida.
—No, por supuesto que no.
Era la única cosa que tenía sentido. ¿Qué más podría explicar esta sensación,
algo cálido que le recorría el cuerpo? Y Catherine... ella estaba brillando desde el
interior; mientras que antes había estado pálida y con mala cara ahora estaba un
poco ruborizada y radiante, como si dentro tuviera una bombilla.
¿Qué era esta mierda?
Su móvil sonó con dos bips bajitos. Un mensaje de texto. Un haz de luz salió
disparado, moviéndose hasta encontrar una superficie oscura donde proyectarse.
Fuera en la puerta. Stella.
Agradecido por la distracción, Mac apartó la mano y se levantó. ¡Maldita sea! Sus
condenadas rodillas se sentían débiles. ¿Qué le había hecho ella?
—¿Qué pasa? —Catherine se incorporó, las sábanas cayéndole hasta la cintura.
Mac era sumamente consciente de absolutamente todo. El sonido de las sábanas
deslizándose, el roce del cabello femenino contra las almohadas amontonadas
detrás de ella, el suave suspiro de pesar cuando él apartó la mano.
Y era una locura pero se sintió... despojado. Como si lo hubieran arrebatado de
un lugar cálido y acogedor, y caído en una gélida y fría realidad. Tenía la mano fría.
Todo se sentía frío y extraño, incluido él mismo.
—Stella —dijo, manteniéndose completamente inmóvil, porque la tentación era de
avanzar lentamente hacia ella, con un aspecto tan despeinado y delicioso en su
cama. Aunque la sonrisa de Catherine se había desvanecido ante su reacción. Se
abrazó a sí misma y se estremeció aunque no hacía frío en la habitación.
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Todo lo que pudiera hacerse para mantenerse a él, a sus hombres y a su gente a
salvo, lo haría. Pero cualquier soldado está familiarizado con las leyes del cabrón de
Murphy, así que Mac estaba constantemente en guardia por si había problemas. La
paranoia era el distintivo de un buen soldado. Tenía todo el derecho a ser un
paranoico y lo era.
Sin mencionar el hecho que de algún modo (no tenía ni idea como) había sido
elegido como algo entre alcalde y rey de Haven. La gente ahora empezaba a acudir
a él con problemas técnicos, de organización y últimamente —¡Jesús!— problemas
afectivos. Así que además de mantener a salvo a su gente ahora tenía que
mantenerlos felices y espiritualmente realizados.
Mac no era un cura. Aunque, pensándolo bien, últimamente había tenido la vida
sexual de uno.
Así que, sí, estar sentado relajadamente en su cama con esta guapísima e
inteligente mujer, compartiendo una comida deliciosa... era un agradable respiro de
su realidad.
Ella se había puesto cómoda con la espalda en la cabecera de la cama, un gran
plato en el regazo, con un brebaje verde y naranja en un vaso largo sobre la mesilla
de noche. Él levantó su vaso.
—¿Qué co... qué narices es esto?
Ella se rio, inclinando la cabeza hacia atrás dejando expuesto el largo cuello
blanco. Tío, tenía un cuello precioso. Se rascó el suyo que no era bonito, y examinó
el de ella. Cuellos así estaban hechos para ser tocados pero esta mujer era
demasiado bonita para tocar. Zona prohibida.
—No tienes que censurarte conmigo, Mac. Soy una chica grande. Para contestar
a tu pregunta, creo que es zumo de zanahoria y menta. —Levantó el vaso y tomó un
largo trago. Mac siguió los movimientos de su cuello mientras ella tragaba y su
erección se hinchó incluso más larga.
Gracias a Dios que llevaba unos vaqueros ceñidos y una camiseta larga... su
uniforme habitual en Haven. Este momento era demasiado bonito para arruinarlo
con una erección que no podía ir a ninguna parte. Porque, en realidad, ¿qué podría
estar haciendo una mujer como ella con un hombre como él?
Eran como la Bella y la Bestia, sin mencionar el hecho de que seguramente había
un millón de dólares de recompensa por su cabeza. Su rostro, el de Nick y el de Jon
estaban sin duda en algún juego de cartas en la baraja de los Más Buscados. El
agente que le hiciera salir conseguiría un pedazo de promoción.
Así que no. No iba a haber sexo. Sin embargo cachondo como estaba, ella no.
Sabía lo que excitaba a las mujeres con ese aspecto y que actuaban así, y esto no
lo era. Ella no le estaba echando miraditas o comprobando su paquete, poniendo
casualmente una mano en la parte superior de su muslo. Era el pan de cada día
para las chicas de bar que escogía. Solía escoger cuando solía tener una vida
sexual.
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Ella solo parecía... feliz. Tan feliz como lo estaría cualquiera a quien hubiera
destrozado la casa.
—¿Qué?
Ella había dicho algo.
—Digo, ¿cómo te gusta el zumo? —Había paciencia en su voz, como alguien
tratando con un demente.
Él tomó un largo trago.
—Francamente, preferiría una cerveza. No sé por qué no incluyó una.
Ella sonrió.
—Estoy segura que si llamas a Stella te enviará una o dos.
Estuvo tentado durante unos dos segundos. Luego…
—Nah. Está bien. —Tomó otro trago de aquello, no porque le gustara sino porque
no quería interrumpir esto. Fuera lo que fuera.
Catherine mordió uno de los bocadillos de carne asada, masticó, suspiró y tragó.
—Caray, esto está bueno. Es increíble. ¿Cocina siempre así?
Ella estaba sonriéndole directamente y era muy natural devolverle la sonrisa,
aunque Mac no era mucho de sonreír. Menos mal que no había video cámaras en la
habitación porque Nick y Jon tendrían un ataque al corazón si lo veían ahora.
Levantando la boca, enseñando los dientes. Sin el ceño fruncido. Hablando.
—Casi siempre. Ahora todos somos adictos. Cualquier otra comida sabe rara.
—Apuesto a que sí. —Dio otro mordisco y luego dejó el bocadillo—. Así...
¿cuál es su historia? ¿Cómo acabó aquí?
Mac vaciló. La historia de Stella pertenecía a la comunidad, no a los forasteros.
Bien pensado, Catherine era uno de ellos y necesitaba saber la historia. Si
resultaba que no era uno de ellos, le inyectarían una buena dosis de Lethe, bastante
para cubrir tres días y la soltarían en el valle.
El ánimo de Mac se debilitó un poco ante el pensamiento, pero era lo que era.
—Sabes que ella tenía un acosador ¿no?
Ella asintió.
—Estaba en todos los blogs y páginas de cotilleo.
—Bien, los blogs olvidaron mencionar el hecho que el cabrón la había estado
acosando durante años. Enviándole hojas de afeitar en el interior de rosas,
escorpiones vivos en cajas de joyas, un anillo de diamantes en la pata de una
tarántula gigante. Todas esas cosas. Y su jodido séquito se lo ocultaba. Investigaban
todo lo que le enviaban y las llamadas. Los estúpidos jamás contaron que estaba
bajo amenaza, porque aquello la alteraría y alteraría sus vales de comida. —Mac
cerró los puños. Pensar en aquello todavía lo volvía loco—. Ella no tenía ni idea que
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un jodido loco le iba detrás. —Respiró aire profundamente soltándolo con una fuerte
ráfaga—. Lo siento.
—Vi su cara, Mac —dijo Catherine en voz baja—. Jodido loco es lo mínimo.
—Su agente contrató un guardaespaldas. Ella pensó que era su ayudante
personal. El guardaespaldas interceptó unos tres atentados contra su vida pero tenía
instrucciones estrictas de no hacérselo saber a ella. Estaba filmando High in the Sky,
la gente estaba empezando a hablar de los Oscar y nadie la quería fuera de juego.
Ella se daba golpes en la rodilla con el pequeño puño apretado.
—Eso es imperdonable —dijo en voz baja.
Suerte que el guardaespaldas ya estaba muerto, de otro modo Mac hubiera
estado tentado a tener unas palabras con él, de la variedad física.
—Sí. De todos modos, una noche, justo después de la fiesta cuando acabaron la
filmación, Stella me dijo que se llamaba fiesta de fin de rodaje, le dio a la asistenta y
al chofer la noche libre y se fue a la cama hacia las dos. El forense dice que el
guardaespaldas fue asesinado hacia las tres de la madrugada. Tenía la garganta
rajada. En la autopsia resultó que el guardaespaldas tenía tres gramos de alcohol en
la sangre. En esencia estaba en coma, una presa fácil.
—Dios —soltó aire ella.
—Sí. —Le temblaron los músculos de la mandíbula—. Así el cabrón tenía acceso
total. En realidad tiró la casa por la ventana. Stella tenía casi cincuenta cortes y
varios tajos en el cuello. Perdió una tercera parte de la sangre del cuerpo. Fue solo
un milagro que ella le diera una patada y él se resbalara con la sangre de ella
cayendo sobre su cuchillo. Stella llamó al 911 e hicieron su trabajo. A diferencia del
guardaespaldas.
—Desapareció después de aquello ¿no?
—Hicieron falta seis operaciones y un año para que empezara a sanar. Mientras
tanto, encarcelaron al tipo, luego lo soltaron bajo fianza porque tenía dinero. Allí fue
cuando Stella dio varios pasos en serio para encontrar un lugar para esconderse, y
luego en el proceso el cabrón fue juzgado como demente y encerrado en una prisión
psiquiátrica.
—Y escapó —añadió ella en voz baja—. Ahora lo recuerdo.
—A ella siempre le gustó cocinar y acabó como una cocinera de menús en un
bareto de Montrose. A cien kilómetros de aquí. A Jon le encantaba la comida de allí e
hizo amistad con ella.
—¿Jon? —ella ladeó la cabeza con un pequeño frunce entre las cejas—. Oh. Sí,
claro. —Despejó el rostro—. El Chico Surfero.
—El Chico Surfero, sí —asintió Mac con la cabeza. Era genial oírla diciendo
aquello. A Jon se le solía subestimar.
—Jon estaba con ella cuando salieron las noticias y el presentador dijo que su
atacante había escapado del centro psiquiátrico. Ella empezó a temblar de tal modo
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que no podía sujetar nada. Sus cicatrices apenas habían sanado. No podía hablar ni
pensar. Jon la invitó a venir aquí, vino y ahora no podríamos estar sin ella.
Catherine soltó un suspiro.
—Bien, a todas luces está en casa.
Sí. Stella era uno de ellos. Sin duda.
—Chicos, ¿qué hacíais para comer... antes?
—¿Antes?
—Antes de Stella. ¿Alguien cocinaba?
Él hizo una mueca al pensarlo.
—Entonces no éramos muchos. Hemos... crecido. —Mac la observó con cuidado
pero ella no aceptó la entrada que él le había ofrecido. Un espía habría utilizado este
momento para investigar con discreción, averiguar más sobre Haven. E incluso si no
era una espía, la mayoría de forasteros tendrían curiosidad sobre ellos. Quiénes
eran. Qué eran.
Catherine no. Ella solo estaba sentada en silencio y escuchaba.
—¿Así que cocinabais todos? —preguntó.
—No. Nick y yo. —Su boca se curvó hacia abajo—. Una vez casi tenemos un
motín. Entonces llegó Stella y todo el mundo fue feliz. Nos salvó el pellejo.
Él pestañeó.
¡Acababa de hacer un maldito juego de palabras! ¿Desde cuándo hacía juegos de
palabras?
Lo sorprendió una carcajada de ella, empujando el plato que estaba sujetando
sobre las rodillas.
—¡Oh!
Ambos lo agarraron. Mac fue más rápido y ella acabó sujetándole la muñeca con
los dedos curvados alrededor de él.
Todo se detuvo. También sintió como se le paró el corazón.
Ningún sonido, ningún movimiento. Ninguna carcajada ahora.
Hubo un repentino e inmenso silencio en la habitación. La sonrisa de Catherine se
apagó y Dios sabía que él no se sentía sonriendo. No podía. Algo enorme estaba
pasando, algo completamente nuevo, una fuerza exterior se apoderó de su cuerpo.
Donde ella lo tocaba, el calor aumentaba, un fuego indoloro le abrasaba por
dentro y por fuera. La luz resplandecía desde él, desde ella. Durante un segundo él
se preguntó si los habían irradiado, era así de intenso. Las manos femeninas se
fundieron con sus muñecas, o al menos así lo sintió él. Como si se hubieran
fusionado, como si no se fueran a separar nunca. Zarcillos de las manos de ella se
hundieron en las suyas, zarcillos invisibles lo ataban a ella. No podía mover las
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Mac levantó la sábana y le agarró las manos utilizando la sábana como barrera.
Habría sido mejor unos guantes de látex pero no llevaba un par con él. La sábana
serviría. E incluso si esto no lo protegía, le proporcionaría al menos una barrera
psicológica porque lo sabía, la certeza como un profundo y sordo dolor en su interior,
que tocarla era malo para él.
O bueno.
O... algo. Algo irresistible.
Escrutó las palmas de las manos, comprobándolas meticulosamente, centímetro a
centímetro. Tenía que haber algo allí... tal vez micro agujas incrustadas en la piel,
alguna cápsula que pudiera romper y que funcionara con el contacto. Algo.
Fue rudo pero ella no protestó. Solo le dejó examinarle las manos. Eran
hermosas. Esbeltas, de dedos largos, suaves. Y por mucho que mirara, carentes de
cualquier sistema de inyección de droga que pudiera ver.
Levantó la mirada de las manos, que temblaban en las suyas.
—¿Me has hipnotizado de alguna manera?
La voz de ella ahora era más fuerte.
—No.
—¡Entonces dime qué coño ha pasado aquí! —Le tiró las manos hacia abajo,
retrocediendo un paso furioso—. Joder, te toco y es como si se me apagaran las
luces. ¿Qué coño fue eso?
Ella se enderezó, subiendo la colcha y amontonándola alrededor de su cuello
como si unos cuantos metros de tela pudieran proporcionarle una barrera si él elegía
atacarla.
Si él hubiera sido capaz de reírse justo entonces, lo habría hecho porque una
colcha no iba a proporcionarle nada. No le haría daño pero maldita sea si no iba a
averiguar lo que había sucedido. Cómo coño había provocado que él perdiera el
control de sus sentidos justo entonces.
Y como narices había logrado convencerle que una mujer con su aspecto podía
sentir deseo por él. Eso era un truco de locos.
La hipnosis tenía sentido. Había tenido una experiencia extracorpórea durante un
segundo, como viéndose a sí mismo desde fuera. Y se había autosugestionado en
sentir que ella lo deseaba. Lo que había sentido era su propio e insólito deseo, no el
de ella. Esas palabras susurradas, en un visto y no visto, en realidad no era una voz
sino apenas el susurro de un pensamiento... tan atractivo.
Parecía que provenía de ella. De algún modo había plantado mentiras en su
cabeza, alucinaciones, porque de ninguna manera Catherine Young iba a
encontrarle atractivo.
Era un hombre con un férreo autocontrol pero estaba colgando de un hilo. Quería
destrozar algo, arrojar algo a través de la habitación, romper algo. ¡Ella había estado
dentro de su puñetera cabeza!
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Había venido aquí y lo había encontrado contra todo pronóstico. Llegó con su
alocada historia del Paciente Número Nueve, que él, Nick y Jon se habían creído a
medias, así que tal vez el lavado de cerebro había empezado inmediatamente.
Luego se había introducido en su comunidad, ¿qué era aquello si no el trabajo de un
agente infiltrado? De todos modos trabajaba para su enemigo... Arka.
Arka tenía tratos con alguna mierda inmunda. Era totalmente posible que ella
llevara un bote de algo... alguna droga psicotrópica nueva que alterara la realidad.
Se cernió sobre ella. A menudo utilizaba su tamaño para intimidar al enemigo.
Jamás lo había hecho con una mujer pero siempre había una primera vez para todo.
Se inclinó más cerca, descansando los nudillos de su mano izquierda a un lado de la
cama y mirándola fijamente a los ojos.
Bajo la luz de la lámpara sus ojos eran pura plata, reflejando la luz en vez de
absorberla. Ella lo miró a los ojos y luego apartó la mirada, dardos plateados que
chispeaban. Incluso sin maquillaje sus ojos eran espléndidos: enormes con gruesas
y oscuras pestañas. Ese brillo plateado tan brillante...
Mac se dio una sacudida mental. Tío, lo que fuera que hubiera usado en él, era
potente. Jamás había tenido una pequeña ausencia por el color de los ojos del
sospechoso que estaba interrogando.
—¿Qué me acabas de hacer? —Su voz era baja y letal. No tenía que proyectarlo;
se sentía letal en cada célula de su cuerpo.
Se inclinó sobre ella un poco más y descansó los nudillos de su mano derecha al
otro lado de las caderas femeninas, con cuidado de no tocarla en ninguna parte. Ella
estaba enjaulada ahora por él. Sabía que llenaba su línea de visión. Ella no vería
nada más excepto casi ciento diez kilos de hombre fuerte y enfadado cerniéndose
sobre ella.
Ella tenía la espalda presionada con fuerza contra el cabezal de la cama y el
latido de su corazón aleteaba en la artería de su cuello. Respiraba superficialmente.
Estaba asustada. Era bueno. Porque tenía acceso a una clase de armamento
contra el que él no tenía defensa. Un arma que podía hacerle caer tan seguro como
un aturdidor o un calibre 50.
Y era portadora de un mensaje mortal: ir a rescatar a Lucius. Él, Nick y Jon eran
los protectores de su comunidad. Si los mataban porque se metían en una trampa
¿quién defendería a Stella, Bridget, Red y a la pequeña Mac? ¿Y al resto?
—De acuerdo. Vas a tener una oportunidad con esto, porque si en algún momento
tengo la sensación de que estás mintiendo, voy a esposarte, llevarte a la clínica e
inyectarte tanto Lethe que te despertarás dentro de una semana. Y si me cabreas
mucho, no te despertarás en la habitación de un motel. Te despertarás en la nieve, a
tres kilómetros de la carretera más cercana. Asiente si me entiendes.
Ella movió bruscamente la cabeza hacia abajo y luego hacia arriba.
—Asiente si me crees.
Movió bruscamente la cabeza de nuevo.
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Capítulo 10
Clancy Flynn ojeó a través de las ofertas de trabajo, fruto de su sutil campaña de
tanteo en las aguas del mercado. Quería ver cómo estaba el mercado una vez que
un SL estable estaba disponible, y, joder, el mercado estaba en expansión.
Iba a hacer una maldita fortuna.
Ojeó las ofertas para la licitación. Discretamente dejó que sus principales clientes
supieran que había una posibilidad de que él pudiera hacer trabajos de seguridad en
la mitad de tiempo, utilizando la tercera parte de personal. La seguridad era un
mercado atestado, cada día más saturado. El mundo era un lugar peligroso, pero se
estaba llenando rápidamente con ex soldados. Mucho potencial, altamente
entrenados, bien armados, duros. Muchas empresas estaban surgiendo,
compitiendo por el trabajo.
Sin embargo, la seguridad costaba dinero y Flynn conocía sus empresas. La
seguridad era algo en lo que las compañías gastaban dinero a regañadientes. A los
accionistas no les gustaba esa partida en los presupuestos porque no era retornable.
Por definición, la seguridad no era una inversión. Los accionistas no se podían meter
en sus codiciosas cabezas que la seguridad era la condición para las inversiones. Lo
que les permitía recostarse, no trabajar y amasar dinero.
Flynn había corrido la voz de que tenía una nueva tecnología que le permitiría
ofrecerse para trabajar más barato. Eligió las compañías con las que contactó
cuidadosamente. No tenían curiosidad por la tecnología, lo único que les importaba
era el resultado final. La mayoría del trabajo sería hecho lejos de la vista de los
trabajadores de cuello blanco de las salas de juntas de las oficinas centrales.
Picaron.
Observó la hoja de cálculo, que mostraba más dinero de lo que nunca pensó que
había visto en su vida. Estaban allí enumerados, como fruta madura.
Un contrato de un año para la seguridad de la construcción de un conducto de
gas desde el campo Tengiz en Kazakstán a Bakú en Azerbaiyán, siete millones de
dólares. Contrato de un año para la seguridad de unos pozos de petróleo de un
nuevo propietario brasileño en Irak, diez millones de dólares. Contrato de un año
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A: Uno@sinnombre.com
De: Dos@sinnombre.com
Acelera las cosas. Tengo clientes esperando. Has gastado hasta el momento diez
millones de dólares y no tengo nada que mostrar. O veo pronto un progreso o saco
el dinero y voy a Nova. He oído que ellos están trabajando en potenciadores
neuronales. Puede ser que tengan más suerte que tú.
Dos
Se echó hacia atrás con una sombría sonrisa en su cara. Esto debería agitar a
Lee. Poner un fuego bajo su flaco culo. Lee no podía hacer nada solo con el
presupuesto de investigaciones Arka. El dinero de Flynn era la llave.
Haría retorcerse al hijo de puta.
Flynn se recostó en su silla ergonómica de diseñador de diez mil dólares y recortó
la punta de un Arturo Fuente de cien dólares utilizando un cortapuros de quinientos
dólares. Lo encendió con su antiguo mechero Dunhill de oro macizo que había
adquirido en Londres por veinte mil dólares. Había pertenecido a un ex rey, el Duque
de Windsor, y eso hacía que Clancy se sintiera… poderoso. Lo sostenía en la mano
y sabía que podía disfrutar sin ningún problema de cualquier cosa. Estos días, había
pocos apetitos que Flynn tuviera que negarse, ninguno era imposible con su pensión
militar.
Así que Lee iba a tener que ponerse en marcha o Flynn iba a cortar el pezón del
que Lee había estado chupando.
* *
Mount Blue
Los ojos de él se abrieron con sorpresa. Catherine entendió muy bien que Mac no
fuera a menudo pillado por sorpresa. Había sentido su naturaleza vigilante bajo sus
manos, pero incluso si no lo hubiera hecho, su lenguaje corporal era claro.
Él frunció el ceño.
—¿No escribe?¿Tampoco puede hablar? Te dijo como encontrarme ¿verdad? O
¿también es todo una mentira?
Ella buscó sus ojos. Marrón oscuro excepto por aquellas amarillas estrías
brillantes.
Cerró los ojos pero eso no ayudaba. Su notable cara parecía tatuada en el interior
de sus parpados. Rasgos fuertes, piel curtida, una nariz que había sido rota varias
veces, una boca firme que nunca sonreía. La cicatriz ondulante sobre el lado
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izquierdo de su cara que parecía como si fuera un río de carne fluyendo hacia abajo.
La otra cicatriz como un recuerdo de dolor en la piel.
Ella vio sus rasgos pero vio mucho más, no solo a través de las proyecciones del
Paciente Nueve, que le quería como a un hijo, sino ahora a través de sus propios
dedos, su propia piel le hablaba.
Había violencia ahí, sí. Pero también bondad y lealtad. Tenía la valentía de un
hombre sin miedo a morir. No era un suicida, ni mucho menos, pero su cabeza y su
corazón creían que había muchas cosas peores que la muerte. El engaño, la
traición, la crueldad. Eran peores que la muerte para él y moriría antes que ser
culpable de ellos.
Él se estaba alzando sobre ella, tratando de intimidarla y si ella no hubiera sido lo
que era, si no hubiera sentido el núcleo de él bajo sus manos, definitivamente habría
estado aterrorizada. Este hombre emanaba peligro y violencia. Parecía como si
pudiera partirla por la mitad sin inmutarse. Parecía como si disfrutara haciéndolo.
Pero él no iba a hacerlo y ella lo sabía. Lo sabía en sus huesos, en lo más hondo
de sus células.
La intensa ferocidad que él estaba dirigiendo hacia ella era el color del miedo. No
miedo por él mismo sino miedo por la gente que él tenía en gran estima, la gente
que claramente él dirigía y protegía. Los sentimientos de Bridget por ese hombre
habían sido agudos e intensos. La había salvado de algo. Había habido una clara
gratitud, los tonos brillantes de la admiración, hilos de afecto atravesándolo. Casi
amor, aunque no como el amor que había estado en ella por Red y por su pequeña
hija.
Mac era su líder y permanecía en pie para ellos, era su baluarte contra un mundo
que no había sido amable con ellos.
Era el miedo por su gente lo que le tenía entrecerrando los ojos, lo que hacía su
profunda voz tan áspera y sombría, que le tenía inclinándose tan cerca.
Y debido a que ella le conocía, conocía su esencia, Catherine entrecerró los ojos
y dijo bruscamente.
—Retrocede.
Sus ojos relampaguearon, un ceño profundo entre sus cejas negras. El ceño
estaba casi permanentemente grabado en su cara, lo que significaba que fruncía el
ceño mucho.
—¿Qué dijiste?
—Re-tro-ce-de. —Catherine le apartó.
Ya era suficientemente malo no perder la cabeza cuando estaba exhausta y
estresada. Con este hombre justo en su cara, era casi imposible.
Por no mencionar el hecho de que había un tirón molesto hacia él. Casi un
tropismo, como un girasol hacia el sol.
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El cariño del Paciente Nueve por él se había pegado a ella. Y ahora que le había
visto, que había estado lo suficientemente cerca como para sentir su calor, oler el
olor a limpio de él, tocarle… ella estaba a un paso de enamorarse de él. De primera
mano, no de segunda mano. Mentalmente movió los brazos como un molino de
viento, porque enamorarse de este hombre, ahora, sería un desastre de
proporciones épicas.
Aunque…
Es tan atractivo…
El pensamiento flotó a través de su mente una vez más, como antes había hecho.
¿Desde cuándo ella era susceptible a un cachas? Los cachas definitivamente no
eran su estilo. Definitivamente era una mujer de inteligencia-sobre- músculo. Los
pocos hombres con los que se había citado habían sido del tipo enclenque, hechos
para batas de laboratorio colgando de hombros estrechos.
Este guerrero que parecía algo salido de la niebla del amanecer, este hombre la
tenía controlada.
…tan atractivo…
Echa el freno, se dijo severamente a sí misma. Ella tenía una misión.
Él retrocedió. Pero estar echada en la cama representaba una enorme
desventaja. Ella se levantó encarándole, probando cautelosamente el suelo,
recordando el momento en que las emociones de todos la habían abrumado,
recordando el momento en que sus rodillas se habían debilitado. Tragó saliva
mientras intentaba subrepticiamente encontrar el equilibrio.
Una mano grande la estabilizó.
Dios, él se cernía sobre ella, observándola con ojos entrecerrados, pupilas
oscuras reflejaban un punto de luz de la lámpara de noche.
Él soltó su brazo y frustrado se pasó una mano por el pelo.
—Tienes mucho que explicar, señora. Y no te vas a ir de aquí hasta que entienda
que demonios está pasando.
—Vamos a sentarnos —murmuró ella. Sus piernas se sentían débiles pero se las
arregló para ir hacia la mesa sin revelar ninguna debilidad física. Lo hizo a tiempo
antes de derrumbarse.
La debilidad era devastadora y un latigazo en contraste con la poderosa fuerza
que la recorría cuando tocaba a este hombre. Él la infundía de… algo.
Extraordinario. En toda su vida, nunca nadie le había dado algo a ella a través de su
maldición, su regalo. Todo había ido en una dirección, las emociones de ellos
amontonándose dentro de ella, arremolinándose en su interior, abrumándola. Nunca
había recibido nada que pudiera ser considerado un regalo.
Había sido increíble sentir toda esa energía de acero, pero ahora que no le estaba
tocando, se había ido, precisamente cuando la necesitaba.
Se sentaron uno frente a otro como adversarios. Lo que, por supuesto, eran.
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Eran exactamente lo opuesto del hombre sentado al otro lado de ella, que era
enorme, muy musculoso, rezumando bastante testosterona y feromonas.
Todo acerca de él era tan fascinante. Era como una quimera, alguna bestia mítica
salvaje del bosque que de repente cobraba vida. Ella le podía observar durante días,
un poco cautelosa, como debía ser con las criaturas míticas. Él podía desaparecer,
podía saltar sobre ella… no tenía ni idea de lo que podía hacer.
Los hombres a los que estaba acostumbrada tenían miradas vagas, dirigidas
hacia dentro, tratando de descifrar los secretos de la naturaleza. Este hombre ya
parecía conocerlos. Su mirada era directa, conocedora, dura. Un hombre que vivía
en el mundo real. Y ese cuerpo. Guau. Un cuerpo como ese debería ser ilegal. O por
lo menos debería tener el buen gusto de mantenerse alejado de mujeres
susceptibles.
Él se echó hacia atrás ligeramente, las grandes manos sobre la superficie de la
mesa. También eran increíblemente fascinantes. De piel rugosa, melladas, callosas.
Con aquella larga cicatriz en forma de escalera a lo largo del dorso de una de ellas.
Él se mantenía completamente quieto. Ella nunca había visto a nadie, hombre o
mujer, que pudiera mantenerse tan quieto como él. Mientras la escuchaba, solo
movía los ojos. Era como estar sentada cerca de algún enorme gato de la jungla
agazapado, esperando sigilosamente su presa.
Ella.
—Paciente Nueve. —No era una petición.
Ella bajó la mirada hacia la mesa, como si allí hubiera algún dato, aunque por
supuesto allí no había nada excepto una superficie de madera. Pero ella no
necesitaba un bloc de notas. El Paciente Nueve estaba grabado en su memoria con
ácido.
—La primera vez que le vi, como dije, fue el tres de enero. —Ella lo recordaba
muy bien. Había pasado la Nochevieja y Año Nuevo por su cuenta. Ir a trabajar
había sido un alivio porque por lo menos podía oír voces humanas—. El Paciente
Nueve estaba en mala forma física. Como te dije, era como si hubiera sufrido
numerosas operaciones, y aunque las heridas estaban cerradas sin infección, a
veces se notaba que había tenido intervención sobre intervención. —Se estremeció
al recordarlo. Había sido algo… inquietante ver a un hombre sobre el que se había
trabajado tanto—. Estaba atado. Sus ojos estaban cerrados cuando entré en la
habitación. Había dedicado la mañana a repasar los archivos de los pacientes,
comprobando sus papeles y haciéndoles un examen físico. Solo para tener un punto
de referencia, como dije. Luego entraba en cada habitación para tener una idea de
ellos. Solo un examen preliminar. El Paciente Nueve estaba inconsciente, como la
mayoría de ellos. Estaba tomándole la tensión cuando, de repente, sus ojos se
abrieron y agarró mi mano, por encima del guante de látex. Fue… fue una sorpresa.
Ojos abiertos, alerta, profundos y doloridos pero completamente humanos,
completamente vivos. Eso la había sorprendido, estaba tan acostumbrada a los ojos
apagados, aturdidos de los otros pacientes, una vez humanos, ahora tan perdidos.
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Ese hombre no estaba perdido, no del todo. Estaba atado debido a las vías de las
intravenosas y no podía hablar pero estaba consciente. Terriblemente consciente.
—Me habló —susurró ella, recordando aquel momento eléctrico—. Me dijo que
estaba atrapado. Algo terriblemente malo había pasado. La gente que le importaba
había sufrido. Necesitaba… necesitaba algo mucho. Quería que algo se hiciera pero
yo no podía entender…
Catherine miró a Mac directamente a los ojos. Sus ojos oscuros estaban
mirándola intensamente, sin parpadear.
—Pasaron varios minutos antes de que comprendiera que no estaba hablando.
No con sus cuerdas vocales. Su boca no se estaba moviendo. Todo se hacía…
mentalmente. —Las manos de ella se levantaron, se extendieron, cayeron sin poder
evitarlo sobre la mesa—. O telepáticamente, o físicamente. O algo. No tenía ni idea
de lo que me estaba hablando. Esto nunca me había sucedido antes.
Él no cuestionó nada de eso.
—¿Estaba hablando?¿En…tu mente?
Ella sacudió la cabeza bruscamente.
—Algunas palabras. Era difícil de reconocer, la mayoría era un revoltijo. Pero
conseguí el núcleo del mensaje. Imágenes, en su mayoría. Un edificio, en la nieve.
Voces gritando. Hombres saliendo de rincones ocultos, armados, atacando a otros
hombres. Armas de aspecto peculiar. Disparos. Una explosión y un incendio tan
caliente que la nieve se derretía casi instantáneamente. Hombres con alguna clase
de franja luminosa sobre sus cacos que caían.
Los ojos de Mac se oscurecieron más. Ella podía sentir su atención agudizada.
—Tienes que entender que esto nunca me había sucedido, nunca antes había
visto tan claro. Generalmente todo lo que consigo son sentimientos. Esta vez veía
las imágenes y sentía las emociones al mismo tiempo. El peligro, cortándome como
un cuchillo. Alguna sensación profunda de traición, algo oscuro, algo que me quitaba
el oxígeno. Sobre todo eso… —su voz bajó hasta susurrar—…sobre todo eso
estaba tu cara.
Él no se movió, no demostró ninguna emoción, pero Catherine sintió su sorpresa
como un latigazo.
—¿Mi cara?¿Estás segura?
Ella asintió con la cabeza y tragó saliva con dificultad. En la visión dada por el
Paciente Nueve, toda la cara de Mac había estado negra con quemaduras, la piel
roja en carne viva asomaba bajo la piel quemada. Quemaduras horribles, salidas de
una pesadilla, ahora solo cicatrices.
—La tuya. Y las emociones conectadas a eso eran de dolor y tristeza. De él. Del
Paciente Nueve. —Ella buscó sus ojos—. Esto tiene sentido para ti, ¿verdad? ¿El
edificio ardiendo, el tiroteo y el posterior incendio a gran escala? ¿Traición?
Él asintió suavemente con la cabeza.
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—Esta vez, fue más fuerte que el día anterior. Casi como si una nueva vía
neuronal se hubiera abierto o en mi o en él. —Se encogió de hombros—. No puedo
decirlo. Era lo mismo que antes, muy claro pero de algún modo… más débil,
también. Con una sensación de lucha enorme por llegar a mí. Comprobé su historial
y había sido sedado con una dosis más fuerte que la habitual. Sus ojos… —Ella
cerró los suyos, recordando.
—¿Sus ojos? —Insistió Mac.
—Trágicos y perdidos —susurró ella. Los ojos del Paciente Nueve todavía la
atormentaban. Una mirada tan desolada que por sí sola había sido suficiente para
impulsarla a un posible peligro—. Tratando tan arduamente de comunicarse
conmigo. Estaba luchando desesperadamente con los efectos de la droga. Eso
debería haberle noqueado sin embargo allí estaba, terriblemente debilitado, pero
aún despierto y alerta. Yo tenía la sensación de… de una voluntad de hierro debajo
de todo eso. La sensación de un hombre que simplemente no podía, no quería
abandonar. No sabía cómo abandonar.
Él asintió abruptamente.
—Sí.
—Pero las cámaras le mostraban despierto, cuando no debería haberlo estado.
Por lo que le apreté el brazo y cerré los ojos. Él captó el mensaje y fingió dormir.
Entonces yo… —Ella cerró sus propios ojos mientras recordaba tomando ese gran
paso directamente a la sedición—. Cambié las órdenes de las enfermeras, cancelé
la dosis del siguiente día. A la mañana siguiente, desde mi ordenador, establecí un
gran bucle del Paciente Nueve durmiendo, anulé su monitor de vídeo y pegué el
bucle dentro antes de regresar a él.
—Sí, lo dijiste. —Por primera vez el fantasma de una sonrisa cruzó sus labios—.
Parece que eres tan buena como Jon hackeando. Eso es alarmante. ¿Entonces qué
pasó?
Los recuerdos de lo siguiente que pasó eran tan intensos que casi dolían.
—Hicimos esa cosa de la fusión mental.
Sus ojos se abrieron como platos.
—¿Fusión mental?
—Sí. Es de la única manera que puedo describirlo y créeme cuando digo que
nunca antes me había pasado. Ni si quiera lo intenté. —Se estremeció—. Nunca
quise arrastrarme dentro de la cabeza de nadie, pero lo hice. De lleno, como
cayendo a través de la madriguera de un conejo a una completa nueva realidad.
Casi olvidé que era yo.
—¿Qué viste? Dentro… dentro de su cabeza.
—A ti, principalmente —dijo ella sin rodeos—. Vi las imágenes del día anterior
pero ahora eran más claras. Tú estabas enfrente y centrado, vestido de negro como
vas ahora, solo que con una chaqueta más gruesa que se veía rara y gruesas gafas
negras. De protección, en realidad. A veces con un casco con una pequeña luz en él.
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Desplomado contra una pared de acero con la mitad de tu cara quemada. Luego
levantándote de nuevo, sangrando. Vi a otros hombres pero no estaban tan claros
para mí como tú. Durante todo eso, observando esa batalla, observándote, Nueve
estaba acribillándome con el deseo irresistible de encontrarte, no importa cómo.
Como si yo fuera a morir si no te encontraba.
Deseo no era la palabra correcta, había sido más que eso. Una compulsión
sombría. Un anhelo. Un impulso profundo de encontrar a Mac… un hombre del que
nunca había oído hablar o visto antes, un hombre que ella no tenía razones para
creer que existiera en la vida real y no solo en las ruinas humeantes de la cabeza de
Nueve, había sido tan fuerte como la necesidad de respirar. Vitalmente, crucialmente
importante.
—Aunque no me conocías. —Su voz sonaba pensativa.
—Eso es cierto. No tenía ni idea de donde estabas. —No quería pero se inclinó
hacia delante, sin otro motivo que el de estar más cerca. Sombras de la compulsión
con la que ella había estado infectada, pero también pura… atracción. Este hombre
era como un imán, como un planeta enorme ejerciendo gravedad hacia su satélite
lunar—. No sé cómo describir lo que continuó. Él no me estaba hablando excepto
con imágenes y estas no tenían ningún orden. Pero lo que pasaba a través de mi era
tu cara, tu nombre —Mac— y Mount Blue.
La cara de él se tensó y sus ojos se entrecerraron.
Suspiró, preparándose para navegar los bajíos de la sospecha. Si ella fuera Mac,
también sería sospecharía.
—Entiendo que, um, no quisieras —no quieras— ser encontrado. Eso estaba en
la mezcla, también, el hecho de que encontrarte sería difícil, peligroso. Las
emociones, las visiones eran claras sobre eso. Nueve no estaba engañándome
haciéndome pensar que sería sencillo. Él sabía que sería un camino duro. Pero
entonces también me dio una manera de encontrarte. Él estaba seguro de que
estabas en algún lugar de la montaña. Lo que estaba en mi cabeza era un sendero,
un camino de tierra. Después una barricada, algo que podía detenerme. Yo tenía
que ir alrededor de ella o sobre ella, de alguna manera pasarla y continuar. Y
entonces me vi a mi misma detenida en mi coche. Podía verlo. Yo en un coche
bloqueado, incapaz de seguir adelante. Solo debía sentarme y esperar y tú me
encontrarías. Y cuando me encontraras, se suponía que debía darte ese pequeño
pin. No tenía ni idea si él sabía que estación es porque las imágenes en mi cabeza
son del verano, no de invierno. El camino era una pista de tierra pero despejada. Tal
vez no se dio cuenta de que estábamos en pleno invierno. Los enfermos con
demencia pierden todo su sentido del tiempo y de las estaciones y creo que él había
estado siendo drogado con altas dosis durante mucho tiempo, aunque sus cuadros
clínicos no mostraban nada. Con todo, sí, fue increíblemente estúpido de mi parte
empezar a buscarte cuando la previsión era de nevadas. Todo lo que puedo decir es
que entre encontrarte o tener un ataque al corazón o tener mi cabeza explotando, el
impulso de encontrarte fue lo que me empujó.
Ella dejó escapar un profundo suspiro. Vamos. Ya estaba todo dicho.
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No funciona de esa manera, quería decir Catherine, excepto ¿quién sabía cómo
funcionaba? Solo lo hizo, completa e independientemente de su voluntad o incluso
su deseo.
Aunque, categóricamente no iba a desobedecer de ninguna manera a este
hombre, no cuando estaba sentado como una fuerza de la naturaleza al otro lado de
la pequeña mesa, con la mano extendida, emanando enormes vibraciones de
atracción. Era un líder natural, el verdadero alfa macho humano que había sido
programado para atravesar por cientos de años de historia peligrosa.
La mano de ella se movió por cuenta propia.
Sin pensarlo, sin quererlo después de todo, Catherine la estiró y puso su mano en
la de él. La gran mano masculina inmediatamente se curvó alrededor de la de ella
hasta que estuvo rodeada de cálida y dura carne de hombre.
Oh Dios mío.
Se sentía muy bien. Él se sentía muy bien. Su mano hormigueó, el calor hizo
hormiguear su brazo hasta arriba. Era como estar revestida de acero caliente.
—¿Y bien? —preguntó él impaciente—. ¿Qué estoy pensando?
Estaba completamente abrumada por las sensaciones físicas que zumbaban a
través de ella, traqueteando alrededor de su cabeza mientras miraba su mano que
había desaparecido en la de él. La presión era fuerte e irrompible, aunque indolora.
—¿Qué? —Él apretó su mano por un segundo, rompiendo el hechizo.
Las puertas de un castillo cerrándose, defendiendo la ciudadela. Control de hierro
como un muro, oscuro e impenetrable.
—Yo no sé qué… —empezó ella con un susurro cuando de repente lo supo. Supo
lo que estaba pensando. Sintiendo, más bien. Y… oh Dios mío.
El oscuro e impenetrable muro cayó, se desmoronó. Detrás había una cálida
ráfaga blanca de deseo, como caminando frente a un horno abierto. Calor cegador
que pasó a través de su piel dentro de su cuerpo.
Él frunció el ceño, se sacudió como si rechazara algo, pero no dejó ir su mano.
—¿Qué estás percibiendo? —preguntó él impaciente.
Una vida entera de entrenamiento, años y años de suprimir la verdad cuando era
desagradable y no deseada también se desmoronó y la verdad simplemente se dejó
caer de su boca.
—Deseo. —Ella tomó aliento—. Sientes deseo. Por mí.
Olas de deseo, rompiendo contra ella como un mar caliente.
Silencio absoluto. Ninguno de los dos respiró. Él finalmente rompió el silencio, su
profunda voz baja, tranquila en la silenciosa habitación.
—¿Y qué sientes tú?
La verdad. Salió de ella como agua aflorando de un manantial. Imparable, real.
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Capítulo 11
Deseo.
Cristo, ella lo llamaba deseo pero era más que eso. Mundos y universos más.
Algo más grande, algo insondablemente mayor. Algo completamente fuera de su
entendimiento.
Mac había sentido lujuria un montón de veces, sabía exactamente lo que era y
que le sucedía cuando golpeaba. Estaba esta base, este patrón y él estaba
íntimamente familiarizado con eso, lo seguía, cada vez. Nunca se le había ocurrido
que hubiera otra cosa.
Era algo aprendido por rutina, seguido instintivamente, como un libro de jugadas.
ABC.
Ver a una mujer que no fuera un adefesio, que no oliera, que tuviera todos los
dientes, rastrearla y, si ella estaba por la labor, decirle a su polla que se levantara y
se mantuviera. Y, por supuesto, lo hacía. Siempre lo hacía. Nunca tuvo que pensar
en eso. Nunca tuvo que sentir al respecto.
Follar era divertido, un buen ejercicio para sudar. Las consecuencias… no tanto.
Era verdad que Mac había perfeccionado todos los movimientos para salir pitando y
no era pillado a menudo en la cama en el ardor post-coital. Él no estaba buscando
amor y tampoco lo buscaban las mujeres, solo un poco de diversión y liberación en
la cama y eso era lo que obtenían. Ni más ni menos.
Eso era sexo.
¿Esto? Esto era otra cosa. Algo infinitamente más poderoso y abrumador, algo
que ni siquiera había cruzado su horizonte en treinta y cuatro años de vida.
Miró por un segundo la hermosa cara de Catherine. Él tenía la habilidad de un
soldado para tomar impresiones en un segundo y en esa fracción de segundo antes
de besarla se maravilló de lo jodidamente hermosa que era.
Enormes ojos de color gris claro con el borde azul oscuro alrededor, reflejando
toda la luz de la habitación con destellos plateados, piel pálida perfecta, pómulos de
huesos altos rodeando una pequeña mandíbula firme y allí mismo la más deliciosa
boca del mundo, suave e hinchada y temblorosa.
Mierda.
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En el campo de batalla eras rápido o estabas muerto, una cosa o la otra. Él era
rápido. Y fue rápido ahora, movimientos precisos y rápidos como si estuviera
desmontando su arma, algo que había hecho cientos de veces hasta que sus manos
conocieron los movimientos mejor que él mismo.
Esto era algo parecido, solo que él nunca había desnudado a una mujer así,
rápido y duro. Alguien que se veía como él tenía que ser un poco fino pero, vaya, no
había finura en eso, solo una especie de fiera desesperación.
Rápido, rápido, rápido.
El jersey y el sujetador de ella, su sudadera y su camiseta. Él estaba besándola
de nuevo antes que cayeran al suelo. Todo lo demás podía ser hecho mientras la
besaba, sin dejar su boca porque así era como él estaba respirando y viviendo, a
través de su boca.
Estaba temblando. Mac no temblaba, nunca, bajo ninguna circunstancia, pero ahí
estaba, temblando, queriendo salirse de su piel. O de la de ella, porque en algunas
ocasiones, como un destello a través de su conciencia, era como si él estuviera en la
piel de ella, no en la suya.
Lo que ella quería se podía leer en su piel, en zonas de calor que él podía leer a
través de un nuevo sentido que de repente había florecido. Ella estaba caliente,
brillando por todas partes, con sus pechos y el área entre sus muslos emitiendo un
brillo extra dorado de calor. Ella quería que él la tocara, ahí. Que le tocara la piel con
la suya.
Pero, todavía tenían puesta alguna ropa.
Con manos temblorosas, él se bajó la cremallera de los tejanos que cayeron
sobre sus botas pero después decidió que tenerla desnuda tenía prioridad.
Simplemente no podía quedarse ni un segundo más sin ser capaz de tocarla.
Extendió las manos hasta el botón de sus pantalones y se perdió, asombrado de
sí mismo. Podía desactivar bombas con manos firmes pero aquí estaba él,
temblando ante un botón, llevándole un minuto entero deslizar un pequeño redondel
de plástico a través de un agujero, probando y fallando al atrapar el tirador de la
cremallera. ¿Qué coño? Sus dedos se sentían grandes y torpes, como los de un
robot, apenas controlados.
Mac estaba controlado, siempre. Particularmente con las mujeres. La mayoría de
las mujeres estaba de acuerdo en follar con él con la comprensión implícita de que él
sabía lo que estaba haciendo, porque de seguro nunca había conseguido a una
mujer en su cama basado en sus miradas o su encanto o su dinero. Por lo que él
mismo se había enseñado a ser controlado y suave. Nunca había tenido a una mujer
que pudiera romper ese control.
Ah, pero esta no era cualquier mujer. Ella era puro calor mágico, probablemente
una bruja que le había lanzado un hechizo porque esto distaba de cualquier otra
experiencia sexual. Actualmente, distaba de cualquier otra experiencia de nada, con
todas estas cosas locas en su cabeza, su cuerpo…
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¡Ah! Pantalones desabrochados, cayendo hasta sus tobillos junto con sus bragas,
amontonados alrededor de sus botas. Ella brillaba bajo la suave luz, no había otra
palabra para eso. Largas, esbeltas, fuertes piernas, pálidas y suaves. Una imagen
de ellas apretadas fuertemente alrededor de su cintura casi le hizo doblar las
rodillas. Cerró los ojos porque mirarlas le ponía más duro de lo que tenía derecho a
estar.
Ella dio un pequeño suspiro y él abrió los ojos unos milímetros. Ella le observaba
con aquellos brillantes ojos plateados y se preguntó si podría sentir la lujuria que
salía de él como vapor. Seguro que podría. Incluso una mujer normal podría. Estaba
sosteniéndola apretadamente contra él, tan apretada que su rígida polla se frotaba
contra el vientre de ella. No necesitaba ser una psíquica para imaginarse lo que él
quería.
Ella miró abajo.
—Me siento un poco tonta aquí de pie con los pantalones alrededor de los
tobillos. Tal vez debería, um… deberías…
—¿Cómo puedo quitarte los pantalones sin dejarte ir? —susurró él. Apenas podía
pronunciar las palabras debido al calor humeante de su cabeza. Sus manos no se
abrirían.
—No puedes. —El empujón de ella le tomó por sorpresa. En otra ocasión, apenas
habría notado el empujón de una mujer que pesaba la mitad que él, pero de todos
modos estaba desequilibrado y se tambaleó un poco. Los suficiente como para abrir
las manos y soltarla.
Catherine se inclinó graciosamente y en unos segundos se quitó los pantalones,
las bragas y los calcetines, y oh querido Dios, ahí estaba, de pie delante de él
desnuda.
Era cegadoramente hermosa. Quería cerrar los ojos porque ella era demasiado,
pero no quería perderse nada por lo que los mantuvo abiertos. No quería perderse ni
un centímetro de esa piel cremosa, los tiernos valles y depresiones, curvas suaves
pero bien proporcionadas. Un largo cuello de cisne, delicadas clavículas. Cintura
estrecha, un pequeño vientre liso, una suave nube de vello oscuro entre sus muslos,
los pálidos e hinchados labios de su sexo asomándose a través. Sus pechos, Jesús.
Perfectos. Del color de la leche, suaves, con pezones rosa pálido.
Su pecho izquierdo se sacudía ligeramente con los latidos de su corazón. Él miró
y vio que sus pezones se volvían más rosados y se endurecían, solo por mirarla. Ella
de repente se sonrojó, el color rosado llegó hasta sus bonitos pechos y lo notó,
también sintió moverse una ola de calor sobre él.
Estaba congelado, sus ojos tomaban ávidamente cada centímetro suavemente
perfecto de ella, su polla trató de llegar a ella cuando hizo un pequeño ruido con la
garganta y agitó una mano hacia él.
Miró hacia abajo y además de su ridículamente hinchada polla, vibrando con cada
latido de corazón, estaba en problemas por sus tejanos arrugados alrededor de la
parte de arriba de sus botas negras de combate.
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Parecía un zumbado, pero cuando levantó los ojos y vio el calor en los de ella, no
le importó un adarme. En segundos, botas, calcetines y tejanos estaban fuera y
arrojados a un lado, Catherine estaba en sus brazos de nuevo y él estaba gimiendo
de deleite mientras cada centímetro de su cuerpo que la tocaba se iluminaba como
un foco.
Besándola y besándola y besándola, deslizó su mano por la espalda,
impresionado por la suavidad de su piel, por la sensación de sus elegantes, suaves
músculos, entonces bajó sobre su culo, abajo, abajo…
La acunó, moviendo la mano. Ella obedientemente abrió las piernas y él deslizó
un dedo en su interior. Estaba húmeda. Era pequeña pero estaba húmeda y sí, él
podía hacerlo. Porque aunque su cerebro se había estrellado y él estaba
quemándose por la necesidad de entrar en ella, no quería hacerle daño. Ni siquiera
un poquito.
A algunas mujeres les gustaba rudo, y tío, eso estaba bien para él. Caliente y
sudoroso sexo, golpeando dentro de la mujer, sí eso siempre había funcionado para
él.
Pero estaba tocando la mayor parte de Catherine y sabía, no porque se lo hubiera
dicho de palabra sino porque cada célula de su cuerpo le hablaba, que no le gustaba
el sexo duro. Que era relativamente inexperta. Que estaba excitada pero que él
tenía que ser cuidadoso.
Todo eso estaba en él, ahora era una parte suya, como las manos y las piernas.
Después, pensó. La trataría suavemente de verdad después porque precisamente
ahora, no podía respirar por querer estar en su interior, y a pesar de que trataría de
no ser duro, no sería gentil.
Una mano bajo su culo y la levantó. Tan naturalmente como respirar, sus piernas
se abrieron, se cerraron alrededor de su cintura, y así él estuvo en su interior y,
mierda, fue como meter la polla en un enchufe.
Cada pelo de su cuerpo se levantó. Dejó de respirar, todos sus sentidos se
volvieron hacia dentro, concentrados en su polla firmemente encajada dentro de
Catherine Young y se sorprendió con la intensidad, sus piernas flaquearon, listas
para doblarse, su polla hinchándose, hinchándose…
Explotó. Ni siquiera supo que iba a pasar hasta que estuvo volando, toda su
columna vertebral se volvió líquida y se derramó dentro de ella, tomando su cerebro
y lo que parecía la mayoría de sus órganos internos con ello.
Siguió y siguió, cada músculo de la parte inferior de su cuerpo se tensó,
estirándose, apretando dentro de ella mientras la sostenía tan cerca de él que podía
sentir su corazón latiendo rápida y salvajemente contra el suyo propio mientras sus
caderas se tensaban con cada impulso de su pene. Le llevó una eternidad, era tan
alucinante que perdió el sentido de sí mismo como algo separado de ella, su ser
entero estaba concentrado en donde la tocaba y en donde estaba profundamente
enterrado.
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Con el último pulso, su cabeza cayó sobre el hombro de ella y vio una perla de
sudor, dos, cayendo sobre la suave, piel pálida de su espalda.
Él era fuerte.
Podía viajar ochenta kilómetros en un día llevando una mochila de cincuenta kilos.
Podía levantar pesas de ciento ochenta kilos.
Ahora era incapaz de llevar su propio peso, mucho menos el de ella. Estaba a
punto de caer hacia el suelo cuando una campana de alarma sonó en su cabeza
hueca. Caer al suelo con Catherine en sus brazos podría herirla. No podía caer de
forma controlada como ellos practicaban al entrenar, rodando y enroscándose para
absorber el golpe. No, simplemente se dejaría caer donde estaba, cayendo
directamente sobre la parte superior de la delgada, suave mujer en sus brazos.
Le haría daño.
Él se estremeció al pensarlo. Prefería recibir un tiro a quemarropa.
Mac dio un paso hacia su cama, dos pasos habrían estado más allá de él, y la
siguió hacia abajo, aún dentro de ella, todavía besándola.
Era tan intenso que tuvo que levantar la boca de la suya para que ese enorme
zumbido eléctrico pudiera parar durante un segundo. Entonces lo echó de menos y
hundió la cara en la nube de pelo alrededor de la cabeza de ella y simplemente la
aspiró.
Incluso cuando terminó de correrse dentro de ella, la intensidad del clímax estaba
aún ahí. Sentía su polla en carne viva, rodeada de calor ceñido, el placer era tan
intenso que bordeaba el dolor. Estaba echado sobre su cuerpo suave y delgado,
probablemente aplastándola pero no tenía energía para alzarse y sostener algo de
su peso con los codos. Y abandonar el sentirla a lo largo de su pecho… nope. Eso
no iba a pasar.
Se quedó echado, jadeando en busca de aire, enterrado profundamente en ella,
sus piernas largas y delgadas envueltas alrededor de sus muslos durante un siglo o
dos, la explosión termonuclear del orgasmo se desvanecía lentamente, aunque
todavía tenía manchas frente a sus ojos.
Trozos de él regresaron mientras se recuperaba mentalmente y se dio cuenta de
partes suyas que no eran su pene.
Nariz, enterrada en su pelo. Olía ligeramente a fruta y a primavera y era espeso,
suave y cálido contra su cara. Sus pechos, aplastados bajo su pecho, se sentían
increíblemente suaves contra él, rozándole ligeramente cuando respiraba. Piernas
sedosas a lo largo de su costado, abrazándole.
Y luego de vuelta a la bomba, su polla. Oh Dios, nunca iba a salir de su pequeño
coño, nunca más. Le sostenía apretadamente en un abrazo de calor fundido.
¿Ella se había corrido? ¿Quién lo sabía? Él casi se desmayó por el placer,
apenas estaba dentro de su propia piel, demasiado jodido como para preguntarse
por ella.
¿Tal vez debería averiguarlo?
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—¿Estás… —Solo salió aire. Jesús, había perdido el don de la palabra. Se aclaró
la garganta y lo intentó de nuevo—. ¿Estás bien?
Ella arqueó un poco la espalda, deslizándose contra él y una ráfaga de calor le
recorrió.
Contra sus muslos él podía sentirla moviendo los dedos de los pies y tamborileó
los dedos de las manos contra su espalda.
—Eso creo —ella respiró—. Las extremidades están funcionando.
De acuerdo. Paso dos.
—¿Te has corrido? —Mac quiso que sonara como una pregunta normal e intentó
parecer prosaico. Salió como un gruñido herido.
En respuesta, su coño se apretó alrededor de él y su polla se movió en su interior,
como un pequeño baile.
—Mmmm.
Volvía a estar duro como una roca dentro de ella pero un poco de sangre estaba
volviendo a su cuerpo. Levantó la cabeza lo suficiente como para mirarla a la cara.
Ella estaba de perfil, como un camafeo. Los ojos cerrados, las largas pestañas
contra sus altos pómulos. Rosados y perfectos esos suaves labios estaban
ligeramente hacia arriba, gracias a Dios. Esa era, en el libro de cualquiera, una
sonrisa. O por lo menos media sonrisa.
Respiró hondo y sintió sus pechos y vientre deslizarse contra él. Cerró los ojos,
entonces los abrió.
—Creo que debemos hablar, pero no creo que pueda retirarme. Simplemente no
es una opción.
Su polla tenía una mente propia y asintió entusiasmada dentro de ella. Eso fue
recompensado con otro pequeño apretón. Eso era un sí. Estaban hablando con sus
sexos.
Estaba bien para él.
—De acuerdo. —Ella tomó aliento—. Hablemos.
—Guau. —Eso salió en una ráfaga—. No sé lo que era eso pero vi condenados
colores. Era sexo pero era más que sexo. Sentía como si estuviera dentro de tu
cabeza y puedo decirte que me dejó alucinado. ¿Estás segura de que no has
lanzado un hechizo? ¿Que no me has inyectado algo? No me importa, solo quiero
saber. Y déjame decirte muy sinceramente que espero que fuera tan bueno para ti
como lo fue para mí, pero no tengo ni idea de si lo fue porque estaba demasiado
ocupado como para prestar mucha atención. Así que ¿puedes decirme que acaba
de pasar?
Ella abrió los ojos y echó un vistazo en su dirección. Tío, los ojos plateados eran
el camino a seguir. Él ni siquiera podía recordar otro color de ojos.
—No tengo ni idea de lo que acaba de pasar —susurró—. Eso fue, um,
completamente nuevo para mí.
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esos latidos él se corrió. Otra vez sin preaviso, de un latido al siguiente su cuerpo
simplemente fue a toda marcha.
—Dios eres hermosa. —Él tomó aire, las palabras salieron espontáneamente
cuando pudo hablar de nuevo. No era un cumplido, sino algo muy cierto que había
que decir y reconocer.
—Creo que voy a devolverte tu acusación —murmuró ella—. Estoy segura de que
me drogaste, me diste algo.
Él le había dado algo, de acuerdo. Mucho. Ella parecía exhausta. Sus brazos
estaban caídos como si no tuviera fuerzas para abrazarle, cuando durante el sexo le
había sostenido con fuerza.
Él estaba todavía duro. Increíble. Tenía aguante pero no así. Parecía que
estuviera enchufado en alguna fuente universal de energía, porque podía seguir y
seguir y seguir, para siempre. O así es como se sentía. Todavía estaba dentro de
ella, preparado para el tercer asalto. Y el cuarto y el quinto. Pero ella parecía
cansada y entre su polla siempre-a-punto y el bienestar de ella, así que manos
quietas.
Apoyó las manos sobre el colchón, levantando el torso. Era más difícil de lo que
había pensado. No era solo que había utilizado mucha energía sino que también su
cuerpo no quería dejar el de ella, de ninguna manera. Ni siquiera separar su pecho
de sus pechos. Y más abajo, su polla estaba gritando ¿Estás loco? ¿Quieres salir de
aquí? ¿Qué pasa contigo?
Su mejor parte estaba en guerra con su lado animal, que no quería nada más que
ponerse cómodo sobre ella, hociquear su cuello y empezar a follarla de nuevo.
Su teléfono hizo un ping. Había cambiado sus mensajes de texto a holograma y
las letras brillantes aparecieron sobre él. El mensaje era de Stella.
Fuera de la puerta.
Sonrió. Su mejor naturaleza acababa de tener un empujón amistoso.
Sin embargo, separarse de Catherine no fue fácil. Sintió frío lejos de su piel, fuera
de su cuerpo. Ponerse de pie fue más duro de lo que pensaba. Su cuerpo era como
un enorme imán arrastrándole hacia ella. Tenía que mover conscientemente cada
músculo para salir de la cama. Con un suspiro se agachó para recoger sus
pantalones.
—¿Qué fue eso? —Su voz sonó soñolienta.
—Algo que podrías disfrutar. Siéntate en la cama.
Ella sacudió la cabeza, con los ojos todavía cerrados.
—No hay forma. Algo o alguien me robó la médula espinal. Nunca podré sentarme
de nuevo.
Bien, él tenía una manera de persuadirla. Abrió la puerta y, efectivamente, el
sensacional carro estaba fuera. Dios bendiga a Stella. Él no estaba en forma para
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vestirse e ir a buscar algo de comida. No quería ver a nadie o hablar con nadie
excepto con Catherine. Stella se aseguró de que no tuviera que hacerlo.
Ahora, esta habitación contenía todo lo que quería.
Hizo rodar el carro dentro, inclinándose sobre él e inhalando profundamente,
deleitándose con los olores, como un anticipo del cielo. Los olores alcanzaron la
cama y la nariz de Catherine se arrugó, sus labios se movieron en un esbozo de
sonrisa.
—Siéntate, cariño —dijo él—. Pero mantén los ojos cerrados.
Eso le valió una sonrisa en toda regla.
—Si crees que es una sorpresa, puedo olerla desde aquí. Solo que no tengo ni
idea de la hora que es y si es el desayuno, la comida o la cena.
Él levantó las tapas que cubrían los platos, echó una ojeada. Jesús. Su boca
empezó a hacerse agua.
—Cena. Ahora siéntate.
—No puedo. —suspiró ella.
—De acuerdo. —Él se inclinó sobre ella, la cogió por debajo de los brazos y
fácilmente la incorporó hasta que estuvo sentada contra el cabecero—. Ahora no
mires.
La cabeza de ella cayó un poco hacia el lado.
—Tampoco te vuelvas a dormir. —Ella sonrió con los ojos cerrados y él no se
pudo resistir a inclinarse y tocarle la boca con la suya.
Su mundo explotó.
Cristo. Veía colores. Brillantes fragmentos de luz moviéndose a través de él
mientras la sentía. La sentía. Sentía su profunda alegría como miel suave en sus
venas, sentía como era para ella de inusual esta satisfacción, sentía…
Tragó saliva con dificultad.
Podía sentir, tan fuertemente que casi podía tocarlo, su afecto, una explosión de
emociones centradas en él. A través de sus ojos él era guapo, fuerte y bueno.
Aunque no estaba tocándole de ninguna forma -en realidad estaba descansando
desmadejada contra el cabecero con los ojos cerrados, las manos relajadas y las
palmas sobre la colcha- zarcillos de sus sentimientos cálidos le alcanzaron y le
agarraron, fuerte. Estas… cosas serpentearon a través de su cuerpo, enredándose
por su organismo hasta que no pudo decir donde terminaba él y empezaba ella.
Era como estar perdido en una fragante selva llena de sol, las vides agarrándole,
atrayéndole y maldito si no quería ser sostenido.
Se paró por un segundo, mirándola, mirando a esta mujer que inexplicablemente
se había arrastrado dentro de él, justo debajo de su piel. Bonita e inteligente y de
alguna manera queriéndole.
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Mac nunca antes había tenido esto en su vida. La relación más estrecha que tuvo
había sido con el Capitán, pero había sido un lazo de admiración, deber y
obediencia. Nick y Jon eran sus hombres y había jurado liderarles y protegerles,
pero antes que el fiasco de Arka les cayera encima, no les había conocido bien.
Después de Arka, habían trabajado juntos para protegerse entre ellos y proteger a
su pequeña comunidad, pero Mac sentía más lealtad hacia ellos que afecto.
Afecto, amor… nunca habían jugado ningún rol en su vida. Se había hecho a sí
mismo desde que creció, un huérfano que casi se había ahogado en las cloacas del
sistema. La armada le había salvado, le había dado una dirección y un propósito y el
Capitán le había dado orgullo, deber y responsabilidad, pero nada de eso había
tocado su corazón. Ni siquiera estaba seguro de tener uno, aunque ahora lo estaba.
Porque estaba latiendo por ella.
Porque esta mujer tocaba su corazón. No, ella no solo lo tocaba. Se había
extendido bajo la piel, los huesos y los músculos y se había grabado directamente
en su corazón apretándolo fuerte, envolviéndose a su alrededor tan firmemente que
no sabía dónde terminaba él y donde empezaba ella.
Algo peligroso y excitante que hacía que la cabeza le diera vueltas.
Se tensó, frunció el ceño y deseó poder echar la culpa de todas esas turbulentas
emociones dentro de él a alguna droga o a una forma muy elaborada de hipnosis o
alguna loca técnica de control de la mente, pero sabía que no era eso. Todo era real
y venía de él, de su parte más profunda que respondía a ella como una llave en una
cerradura.
Enfrentarse a un tiroteo era más fácil que esto. Esto era una cosa alucinante, que
alteraba la vida y le noqueaba sacándole de sus esquemas.
—¿Y qué? —preguntó ella suavemente—. ¿Puedo abrir los ojos? —Tomó aire de
forma apreciativa—. Eso huele a gloria.
—Todavía no.
Él movió el carro cerca del borde de la cama, preguntándose cómo iba a
arreglárselas sin platos, entonces se dio cuenta de que había cosas en un estante
inferior. Dios, iba a tener que conseguir algo especial para Stella la próxima vez que
saliera al mundo, porque, bendita fuera, había pensado en todo. En el estante
inferior había una bandeja plegable, platos, vasos, servilletas y cubertería.
Mac había empezado a desplegar la bandeja sobre el regazo de ella cuando se
detuvo, frunciendo el ceño. Estaba desnuda, la sábana sujeta bajo los brazos,
apenas le cubría los pechos.
Aunque una Catherine desnuda era una cosa muy buena y aunque no podía
imaginarse nada más hermoso que ver y tocar sus pechos mientras comía, la
mayoría de la comida estaba caliente y pensar que podía quemarse le revolvía el
estómago. Mac conocía de primera mano el dolor cegador de las quemaduras, el
ardiente tormento que continuaba para siempre. No podía soportar la idea de pensar
que Catherine pasara por algo así.
No era una opción.
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Capítulo 12
Laboratorios Millon
Palo Alto
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Los bonobos eran una especie plácida y no agresiva por naturaleza, pero su
frecuencia cardíaca tendía a aumentar ligeramente en presencia de una especie
extraña. La frecuencia cardíaca del número Ocho se mantenía estable y regular. El
animal se irguió inmóvil y le observó con calma. Sólo sus ojos se movían,
comprobando la cara de Lee, luego sus manos. ¿Estaba comprobando en busca de
armas? Eso sería un signo de inteligencia poco común.
Muy interesante.
Lee dio un paso adelante, y tan rápidamente que el electrocardiograma no tuvo
tiempo de medir la aceleración de los latidos del corazón, el bonobo se lanzó
directamente hacia Lee, tan duro y tan rápido que el hocico del animal se estrelló
contra el plexiglás de la parte delantera de la jaula, a centímetros de la cara Lee,
salpicando sangre las esquinas. El cristal era transparente y Lee dio un rápido paso
atrás, acobardado, antes de detenerse. La sangre parecía como si fueran gotas
suspendidas en el aire.
Sin inmutarse, el número ocho se estrelló contra la pared de cristal una y otra vez
en un frenesí de ferocidad, tratando de morder a Lee, golpeando su hocico con tanta
fuerza contra el cristal irrompible que fragmentos ensangrentados de dientes volaron
en todas direcciones. Trató de arañarle con las garras también, golpeando sus patas
con tanta fuerza que se rompió primero el cúbito izquierdo y luego el húmero
derecho en fracturas compuestas, la sangre manó de la carne peluda del brazo. El
número Ocho golpeó una y otra vez y otra vez, incluso después de que seguramente
entendiera que no había modo de romper el cristal.
Los bonobos razonaban, a un nivel primitivo. Lee les había visto hacer
herramientas rudimentarias, obedecer un vocabulario limitado de palabras. Un
primate ordinario habría sabido que atacar la pared era completamente inútil, pero el
número Ocho seguía golpeándose salvajemente contra la pared de la jaula, que ya
no era transparente, sino que estaba cubierta de sangre, piel y saliva.
Atacó una y otra vez, sin pensar, los ojos fijos en los de Lee.
Se estaba golpeando hasta la muerte, matándose a sí mismo con su propia
ferocidad.
Con el toque de un dedo, Lee conectó el sistema de sonido. Sus ojos se abrieron
ligeramente ante el nivel de ruido. Los gruñidos y aullidos del número Ocho
resonaron en la gran habitación e hicieron que los otros animales se revolvieran con
inquietud. El bonobo junto al número Ocho, el número Nueve, había estado sentado
lánguidamente con una pajita en la boca, pero los aullidos le hicieron levantarse
tambaleándose, se giró hacia el Número Ocho, tirando la pajita, olvidada en el fondo
de la jaula.
Lee miraba, inmóvil, como el número Ocho se golpeaba hasta la muerte contra la
pared salpicada de sangre, acabando consigo mismo con un golpe final a la cabeza
mientras trataba ferozmente de abrirse camino a topetazos hacia Lee, rompiéndose
el propio cuello.
Cayó al suelo al instante, el cuerpo casi irreconocible. Tenía tantos huesos rotos
que el cuerpo parecía un saco peludo sin forma lleno de canicas.
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Mount Blue
Sí.
Ella había dicho que sí, cuando tenía hambre, cuando el delicioso olor a comida
estaba justo ahí, cuando todo lo que tenía que hacer era estirar la mano, cuando ya
había tenido el sexo más intenso que había tenido en toda su vida, cuando estaba
un poco dolorida, sintiendo que los músculos en desuso se estiraban cada vez que
se movía en la cama.
Dijo que sí cuando pensaba que iba a necesitar por lo menos un día para
recuperarse y sentir deseos de nuevo.
Oh, lo equivocada que había estado.
Había dicho que sí porque no podía resistirse. No había nada en ella que pudiera
resistirse a este hombre, de pie medio desnudo delante de ella, intensamente
excitado. Podía decirlo no sólo por la barra de acero que sobresalía de sus
pantalones vaqueros, sino por el matiz ligeramente rojo que tintaba la piel cetrina
sobre sus pómulos altos, las aletas de la nariz dilatadas y las cuerdas tensas de los
tendones de su cuello.
Y, por supuesto, podía decirlo por su toque. Su deseo fluía directamente hacia
ella, ondas calientes de calor que penetraban en su piel.
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Con sólo un toque, sintiendo el latido del corazón de Mac contra su mano,
sintiendo lo mucho que la quería, la necesitaba, el deseo se alzó de nuevo como
agua que se levanta para llenar un pozo vacío. ¿Viniendo de él? ¿Viniendo de ella?
Era imposible decirlo y no suponía ninguna diferencia porque ahora estaba dentro de
ella. Era una parte de ella.
—Ven a mí —susurró ella, ¿o tal vez lo pensó en su cabeza? No importaba.
Él se quitó los vaqueros y se movió hacia y sobre ella, colocándose encima
pesadamente, pero Catherine le dio la bienvenida a su peso, le dio la bienvenida
mientras una nueva ola de deseo ardiente se apoderaba de ellos.
—Hazme ir despacio —le susurró él al oído y ella se estremeció cuando su aliento
la rozó. Mac le tomó el lóbulo y le mordió ligeramente. Piel de gallina por todas
partes.
Catherine se aferró a sus hombros, algo a lo que agarrarse en este nuevo mundo
donde el deseo rodaba sobre ella en calientes oleadas. Estaba flotando en este mar
de deseo y necesitaba algo estable. Se agarró a él, a los hombros extra-anchos.
Si alguna vez hubo un hombre construido para aferrarse, éste era ese hombre.
Todo en él hablaba de fuerza y estabilidad. Que él fuera el que la hacía sentirse
inquieta, apresurada en un mar líquido de deseo, era irónico.
—Despacio —insistió, a pesar de que su pene erecto estaba empujando sobre su
muslo, luego sobre su estómago mientras se acomodaba más completamente sobre
ella—.Despacio —gimió él y la besó.
Fue lento, su boca, su lengua moviéndose lentamente, el resto de él inmóvil. Al
final, fue ella quien empezó a moverse. Abrió las piernas, se levantó, se aferró a su
espalda y así de natural, la punta dura de su pene se dirigió a su abertura.
Se sentía tan enorme que tuvo que recordarse a sí misma que habían hecho esto
dos veces y no la había lastimado. Sin embargo, él no se movía, no cambiaba de
postura para entrar en ella, y de repente, se sintió vacía. Su sexo se sentía vacío, un
órgano que no se llenaba con lo que la naturaleza le destinaba. Como un estómago
sin comida, unos pulmones sin aire.
Era tan vital como eso. Un enorme y ardiente anhelo porque él entrara en ella, la
tomara porque eso era lo que su vagina necesitaba. No era tanto placer como
necesidad. Simplemente sentirle allí, no en ella sino contra ella, la hacía tensarse
con tanta fuerza que incluso los músculos del muslo tiraron.
Y, sin embargo, él no se movía, sólo la besaba y la besaba y la besaba.
Catherine clavó los talones contra la parte baja de su espalda y se levantó. Él se
deslizó un poco y se quedó allí, inmóvil.
—Mac —suspiró ella.
Desde luego, no se movía por falta de deseo. Estaba duro como una piedra. Y la
espalda cubierta de sudor.
—Preliminares. —Mac levantó la boca lo suficiente como para hablar. Ella abrió
los ojos y le miró, la cara surcada por líneas de dolor, las aletas de la nariz blancas
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con la tensión—. No puedo seguir haciéndote esto. A ti, de todas las mujeres. Quiero
tomarme una hora sólo para besarte esos bonitos pechos. Una hora para besarte los
pies y chuparte los dedos. Tienes unos pies hermosos, ¿alguien te lo ha dicho
alguna vez?
—¿Honestamente? —Sonrió—. No.
—Eso es porque la mayoría de los hombres son idiotas.
—Cierto.
—Y luego quiero tomarme una hora para tocar tus manos. Tienes las manos más
hermosas que he visto nunca.
Ella se echó a reír. No fue una gran carcajada porque él estaba tumbado encima
de ella, casi dejándola sin respiración, así que fue más un resoplido de aire. Estaba
bien. Ella adoraba su gran peso sobre ella.
Algo mágico estaba sucediendo y su fuerte presencia terrenal la mantenía
anclada a la tierra, le recordaba que era real. Había magia, pero también había
realidad. Ese peso, la mordedura de la barba mientras la besaba, el sudor que
pegaba sus senos a su pecho, la espesa mata de vello del pecho que se frotaba
contra ella, el vello de las piernas que le rozaba la piel de la parte interna de los
muslos. Los olores terrosos de sexo y hombre sudoroso. El pesado latido de su
corazón, lento y fuerte, el corazón de un atleta, golpeando contra sus pechos, contra
las palmas de las manos mientras las bajaba por su espalda.
Eso era lo único real.
Luego estaba la magia.
Sentir el latido de su corazón contra el de ella, como si se tratara de dos órganos
golpeando en el mismo cuerpo. Estar bajo su piel, sabiendo lo que él sentía, a veces
lo que pensaba. No podían ser más diferentes. No tenía ni idea de cómo eran sus
orígenes, ese no era su don. Pero sabía cómo era él porque era así.
Conocía su valentía, su bondad esencial, su lealtad. Sabía que había violencia en
él, sentía su dureza, sabía que era un hombre que nunca se rompería.
Lo que sentía por ella estaba justo allí, debajo de la piel. El calor del sexo, el calor
del afecto, de la mano de hierro de su deseo de protegerla, de mantenerla a salvo.
—Pero el asunto es —Mac suspiró y se introdujo en ella sólo un poco más, lo
suficiente para abrir los labios de su sexo y hacerla retorcerse de deseo—: el asunto
es que sigo siendo desviado, por esto.
Se deslizó en ella, centímetro a centímetro, con cuidado, cada músculo tenso por
el esfuerzo. Se detuvo cuando estuvo completamente dentro de ella, jadeando un
poco. Su corazón había intensificado su ritmo, como si estuviera corriendo.
Sentía el latido en su pene, pulsando suavemente dentro de ella.
—Ahora, Mac —gimió ella, temblando—. No necesito preliminares. —Cada toque
era un preliminar.
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Era abrumador, sostener ese cuerpo enorme entre los brazos. Tan absolutamente
masculino, tan completamente duro, tan completamente suyo.
Cada toque le decía que era suyo. Cada roce, cada beso eran para ella.
Él comenzó a moverse y se trató de un baile delicioso, piel sobre piel, corazón
palpitante contra corazón palpitante. Dureza sobre suavidad. Deliciosamente tierno.
Cada centímetro de su cuerpo fue tomado por este hombre.
Sus manos y piernas aferradas a la enorme espalda arqueada mientras empujaba
en ella con cuidado, suavemente, con movimientos controlados. Era como estar en
un mar, las olas la mecían y se perdió en el ritmo, en el calor. Sus sentidos se
quedaron en blanco, uno por uno. Cerró los ojos y no pudo ver. El latido de su
corazón y el de él llenaron sus oídos hasta que oyó nada. No podía sentir sus
extremidades, lo único que sentía era el centro de su ser, lleno de él meciéndola,
meciéndose, balanceándose...
Se hundió dentro de ella misma hasta que sólo existió el pequeño centro de calor
al rojo vivo, incandescente como el sol y se convirtió en una nova.
Mac se quedó quieto dentro de ella mientras se contraía a su alrededor. Parecía
que el sol explotara desde su cuerpo y tuvo que dejarlo ir en impulsos salvajes de
calor y luz.
—Dios —murmuró él mientras ella se relajaba lentamente. Debajo de él y contra
los brazos y piernas, ella le sintió estallar, sus caderas bombearon mientras se
movía dentro y fuera de ella, con tanta fuerza que casi, pero no del todo, dolía.
Hubiera dolido si hubiera sido cualquier otro hombre excepto Mac. Con alguien más
se habría sentido como una invasión golpeando su cuerpo, pero ella estaba con él a
cada paso del camino.
No era una invasión. El cuerpo de Mac estaba tratando de acercarse lo más
posible al de ella. Si hubiera podido, se habría arrastrado dentro de ella, y si ella
hubiera podido, se lo habría permitido.
Esta era la segunda mejor opción, este total y completo reclamo, haciéndola
completamente suya.
Cuando se derrumbó sobre ella, con el rostro en la almohada junto al suyo, ella se
sentía tan exhausta como él.
La habitación estaba tan silenciosa, los únicos sonidos eran los de sus
respiraciones entrecortadas. El corazón de Mac latía como si hubiera corrido un
centenar de kilómetros. Ella lo sentía… ambos corazones. El de él un ruido sordo a
un ritmo fuerte y rítmico, el suyo más ligero y más rápido. Ella yacía debajo de él,
con los ojos cerrados, saboreando este momento de intimidad absoluta y escuchaba
sus corazones sincronizados, latiendo juntos.
Todo en ellos se unía. Ella se sentía más fuerte y era consciente de que la
energía de Mac se agotaba. Estaba dentro de su cuerpo, sintiendo las corrientes de
asombro y alegría que le atravesaban. Las mismas corrientes que se arremolinaban
en ella.
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Sus brazos se habían relajado en el milésimo orgasmo… bueno, tal vez eso era
una exageración, pero habían sido demasiado numerosos para contarlos, viajando
de uno a otro. De repente, apretó brazos y piernas alrededor de él violentamente,
como si de repente tuviera que aferrarle, pero era una locura. Mac no daba señales
de querer marcharse. En todo caso, parecía acomodado encima de ella como si
nunca fuera a moverse de nuevo.
Era sólo que quería aferrarse a esto. Parecía tan raro, como un momento único.
Algo maravilloso, mágico. Por definición efímero, terminado casi tan pronto como
empezaba. Esto no podía durar. ¿Cómo podría? Lo bueno nunca duraba en este
mundo. Era…
Mac levantó la cabeza y le dedico una gran sonrisa, ella se sorprendió tanto que
olvidó sus pensamientos. La sonrisa era amplia. Sonreía con toda su cara y cada
línea en su piel le decía que era inusual. Las líneas de su rostro iban de forma
natural a la gravedad, a la severidad y a los ceños. Esto estiraba todas las líneas y
parecía como si sus cicatrices le dolieran.
Él le sonrió y ella tragó ante lo que veía. Vio, claramente, lo que sentía por ella.
Vio lo nuevo que era para él. Y sintió, en el fondo, donde no había posibilidad de
ocultarlo, sintió que él moriría sin dudarlo por ella.
Su talento, su maldición, le dijo todo esto, le dijo que por primera vez en su vida,
era muy amada. Era amada profundamente.
—Vaya —dijo él—. Eso fue… —Se interrumpió, se le borró la sonrisa de la cara.
Frunció el ceño y le secó una lágrima de su cara con el pulgar—. ¿Qué te pasa?
De repente pareció horrorizado, realmente asustado. Se levantó y se apartó,
dejando vacío y frialdad detrás.
—¿Te he hecho daño? —Exigió—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. —Catherine sorbió, avergonzada de sí misma. De repente se
había visto inundada por sus emociones y las de Mac. Y se había asustado—. Lo
siento mucho. Es sólo que…
Su estómago retumbó, alto y ella se echó a reír, secándose una lágrima con el
dorso de la mano. Risa, llanto, hambre… era un desastre.
Mac estaba sentado, un poco más tranquilo, mirándola con cautela. Se relajó
visiblemente cuando ella le sonrió.
—Si estás llorando porque tienes hambre, tengo la respuesta correcta aquí
mismo. —Agarró el carro con un gran pie descalzo que sobresalió por debajo de las
sábanas—. Todo está frío, pero tengo un microondas. ¿Qué te parece?
Catherine se sentó en la cama, agradecida por el pensamiento mundano de
alimentos. Su estómago rugió de nuevo y se rio, sintiéndose más tranquila.
—Suena maravilloso. Creo que podría comerme un caballo. —Hacía un segundo
todas sus emociones habían estado revueltas pero ahora estaba más tranquila y,
previa consulta con el estómago, muriéndose de hambre—. Crudo. Espero no tener
que hacerlo.
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—¡Ja! —Le pinchó en el costado y casi sufrió un esguince en la mano. Las rocas
eran más suaves que sus músculos—. No lo creo. Entonces, ¿qué es esto?
—Holo. Tenemos cámaras de seguridad rodeando la propiedad y Jon las
configuró para que podamos proyectar en nuestras habitaciones, para darnos una
vista. Porque es una vista… no directamente el exterior de la ventana.
—Es realmente increíble. Espera un segundo. —Levantó una mano, cerró los ojos
y saboreó el gran bocado de ravioli de calabaza con salsa de boletus. Oh Dios. El
cielo. El sexo salvaje, la vista del ojo de Dios que aparecía en un abrir y cerrar de
ojos, la comida impresionante. Era una sobrecarga sensorial—. Está bien. —Abrió
los ojos—. Lista para la vista de nuevo.
Miró a las tres paredes. Un conejo cruzó un pequeño prado, cubierto de nieve y
se detuvo, arrugando la nariz, olfateando el aire. Satisfecho, saltó lejos. Fuera… ¿de
la pantalla?
Mac estaba masticando un bocadillo de cerdo y sonrió secretamente.
—Si miras el tiempo suficiente verás un ciervo. Vi un coyote el otro día. Aunque
eso no es todo lo que podemos hacer. Mira.
Tocó algo en la mesita de noche y de repente la habitación se llenó de luz solar,
tan cegadora que Catherine tuvo que protegerse los ojos.
—Oh Dios mío —susurró ella. Era una vista ligeramente diferente, pero la forma
de la montaña y el valle de abajo eran los mismos. Un sol cegador brillante se
elevaba sobre la colina, haciendo resplandecer el paisaje. El cielo era el azul más
brillante de la historia de los cielos azules y sólo había pequeñas manchas de nieve
en el suelo.
—La salida del sol, hace tres días —dijo Mac y cogió otro sándwich.
Ella miraba, asombrada, como un halcón volaba alto en el cielo, mientras se
deslizaba entre las corrientes con elegancia. El sol atravesó una barrera invisible y la
luz se disparó hacia el valle en brillantes rayos que venían directamente de
Hollywood. Excepto que ningún efecto generado por ordenador podría nunca hacer
estas cosas.
—¿Cómo podéis pagar todas estas cosas tan fantásticas? —Preguntó Catherine.
Esto eran al menos varios millones de dólares en tecnología, brillando en la
habitación de Mac. Entonces se dio cuenta de lo que había dicho y se llevó una
mano a la boca, horrorizada—. ¡Lo siento! — Jadeó—. ¡Lo siento! No es de mi
incumbencia y…
Mac tranquilamente se acercó, le apartó la mano de la boca y le besó los nudillos.
—No lamentes nada, cariño, nunca. Esta es tu comunidad ahora, tu gente.
Pregunta lo que quieras. ¿Y la respuesta a cómo nos podemos permitir todo esto?
—Esos ojos oscuros brillaban—. Lo robamos.
Otro bocado de ese glorioso ravioli se detuvo camino a su boca.
—¿Lo robáis?
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Capítulo 13
8 de enero
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Oh Dios.
Se detuvo en el umbral y se frotó el pecho mientras la miraba, de espaldas a él,
mirando el paisaje. Casa. Nunca antes había tenido una casa, a menos que contaras
los alojamientos para oficiales solteros como casa. Pero aquí estaba, su casa,
porque Catherine estaba en ella, esperándole.
Ella se dio la vuelta y le sonrió, y solo con eso, su cansancio, frustración y mal
humor se disiparon como humo. Se dio cuenta por el rabillo del ojo de que la cena
estaba puesta en la mesa y respiró aliviado mientras entraba completamente en la
habitación, liberando el sensor infrarrojo que mantenía la puerta abierta. Esta se
cerró detrás de él y se dio cuenta de que verdaderamente estaba en casa. Las
preocupaciones del día se deslizaron de sus hombros y todo en él se elevó.
—Hola —dijo ella suavemente.
—Hola, cariño —replicó el—, ya estoy en casa.
Catherine rio. Dios, era bueno escuchar su risa. Él también rio y sintió crujir
algunos músculos en su mejilla. Realmente le dolía sonreír y se imaginó que era
mejor que se acostumbrara a eso porque ver a Catherine y no sonreír…bueno, era
casi imposible.
—No he podido estar en contacto contigo en todo el día —gruñó él.
—Eso he oído —suspiró—. Pero he estado ocupada. ¿Quieres saber cómo me ha
ido el día o quieres besarme?
Bueno, si lo planteaba así. Unos pocos pasos y la atrapó en sus brazos y toda la
frustración del día se le fue de la cabeza. Su boca era cálida y acogedora y sabía
como la miel. Tal vez era miel, porque algo suave, espeso y cálido avanzaba a través
de sus venas mientras ella se movía en sus brazos.
Fue afortunado de tener ese primer momento de calor suave porque entonces se
incrementó en el espacio de un latido de corazón y la estaba estrechando
apretadamente, besándola duro, tratando de imaginarse como desnudarla justo…
ahora.
Ella tuvo la misma idea y estaba tirando frenéticamente de su sudadera, tratando
de sacársela. Él era demasiado alto por lo que se apartó un momento y se agachó
para que ella le pudiera quitar la maldita cosa. Eso fue fácil para él. En el tiempo en
el que ella tuvo su sudadera y camiseta fuera, él le había quitado el jersey,
desabrochado el sujetador y bajado la cremallera de los tejanos.
Ahora también estaba besándola. Ligeros piquitos.
—Creo —le desabrochó los pantalones—, que deberíamos tomar una taza de té.
Él saltó fuera de sus pantalones con la polla roja e hinchada, dirigida hacia ella
con ilusión como una varita mágica que había encontrado agua. Ella le agarró, le dio
un apretón con la mano y casi le puso de rodillas.
—Hablemos del día —jadeó ella—. Observemos el atardecer. Cenemos.
—Más tarde. —Gruñó él y terminó la tarea de conseguir desnudarlos.
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Nueve de enero
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Laboratorios Millon
Palo Alto
A la mañana siguiente, después de una cuidadosa revisión de los datos del Nivel
4, Lee decidió comprobar a los pacientes oficiales, en la instalación oficial. Uno en
concreto. Quería visitar especialmente al Paciente Nueve. Antiguamente conocido
como Lucius Ward.
Lee aún estaba convencido de que Ward—ahora para siempre Paciente Nueve—
tenía la llave para un progreso, o por lo menos su cerebro la tenía. Era el momento
de ver que había dentro de su cerebro.
Lee esperó hasta que el personal de día había salido de la instalación, con solo
un equipo mínimo y el de seguridad, ninguno de los cuales iba a molestarle. Los
guardas de seguridad cambiaron los turnos a las diez de la noche y fue entonces
cuando caminó por los pasillos vacíos. Entró en la habitación de Nueve, cerrando
silenciosamente la puerta tras él.
El Paciente Nueve estaba sentado en una silla, con correas que sostenían su
cabeza al respaldo, correas que mantenían sus muñecas en los brazos de la silla,
correas alrededor de sus rodillas y tobillos. Las ataduras habían sido probadas y
requerían doscientos kilos de presión al corte para romperse, algo que el Paciente
Nueve nunca podría conseguir en su estado actual. Estaba completamente
inmovilizado.
Diminutos sensores por todo su cuerpo estaban transmitiendo cada marcador
biológico individual a un ordenador altamente seguro. Los datos eran visualizados en
tablas holográficas cerca de la cabeza de Nueve.
Ritmo cardíaco, ondas cerebrales, nivel de adrenalina, todos los marcadores
sanguíneos, incluso la conductividad de la piel. Todo lo que hacía al Paciente Nueve,
su misma esencia, estaba ahí en letras blancas en el aire.
Su utilidad llegaba a su fin. El historial militar del Paciente Nueve, le había
convertido en un perfecto conejillo de indias para las pruebas de las varias versiones
del SL, ese también era el caso de los otros tres pacientes del Nivel 4. Pero ellos
eran recalcitrantes, rebeldes en extremo y habían resultado más problemáticos de lo
que valían. Como el Paciente Nueve.
Incluso casi comatoso, el Paciente Nueve era rebelde, oponiendo su voluntad
contra las propiedades químicas de la droga con tanta fuerza que los efectos
estaban casi siempre invalidados.
El electroencefalograma del Paciente Nueve estaba ahora tan sesgado que
resultaba casi inútil.
Lee quería descubrir la cuerda trampa oculta que había notado observando al
chimpancé, pero era casi imposible dado el hecho de que el Paciente Nueve todavía
tenía reservas de fuerza de voluntad que era capaz de hacer valer.
Increíble, considerando todas las cosas. Pero terriblemente inútil.
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Lee le miró directamente a los ojos, sabiendo que en algún lugar ahí dentro había
una inteligencia escuchando y comprendiendo, aunque el cuerpo de Nueve estaba
más allá de su control.
Lee se inclinó hacia delante, apenas, satisfecho de ver los ojos de Nueve
abriéndose ligeramente. Lo que iba a ser dicho era importante y Nueve lo entendía.
Lee sostuvo una tablet en su mano izquierda, tecleando rápidamente para
introducir instrucciones con la derecha. La bolsa baxter se movió ligeramente
mientras la válvula de alimentación se abría. Una riada de 59 se dirigió hacia el
organismo de Nueve, suficiente para abrumarlo.
Ahora estaban más allá de las pruebas científicas. Nueve iba a ser sacrificado por
lo que era inútil proceder con incrementos, siguiendo el protocolo del método
científico. Lo que iba a suceder estaba más en la naturaleza del arte. Una situación
forzada para darle a Lee la comprensión del poder de la droga.
El líquido transparente 59 estaba haciendo su camino a través del diminuto tubo.
Era viscoso y tomaría su tiempo. Lo que estaba bien. Lee observó cuidadosamente
a Nueve. Podía leer los monitores sin apartar los ojos de Nueve. Latido del corazón,
lento. Electrocardiograma, sesenta y cuatro latidos por minuto con alguna arritmia
extra sistólica. El electroencefalograma mostraba una mínima función cognitiva.
Niveles hormonales en consonancia con la ausencia de efecto de la demencia
avanzada. Hasta aquí todo bien.
El líquido alcanzó la vena subclavia, empezó a moverse a través del organismo
de Nueve. Habría calor, dolor, un alza en los niveles de adrenalina. Pronto estaría
moviéndose a través de la barrera de sangre cerebral, directamente dentro del
mismo cerebro.
Ah. El electroencefalograma tenía oleadas de puntas irregulares.
El Paciente Nueve le había dado a Lee un sinfín de problemas lo que le permitió
un toque de placer en sus palabras. Era inútil llamar a Nueve por su nombre real.
Capitán Ward. El buen Capitán había dejado su identidad junto con sus funciones
cognitivas un año atrás. Ya no era más el Capitán Ward, militar de los Estados
Unidos, era una cosa miserable y sin valor, apenas más que un animal, solo una
hostilidad endémica natural de bajo nivel mantenía unas pocas funciones cognitivas.
Pero Lee esperaba que Nueve estuviera recibiendo el mensaje. Esperaba que
doliera terriblemente.
Durante un segundo, por solo el más pequeño espacio de tiempo posible, el
científico en él se alejó y el hombre desnudo estuvo allí. Desnudo y necesitado,
desesperado por realizar su misión, desesperado por llegar a casa, a un país que
había visto por última vez cuando tenía siete años. Desesperado por regresar como
un ganador, un héroe, el hombre que iba a colocar él solo a China en lo alto del
montón por generaciones y generaciones.
E iba a hacerlo no con armas que derramaban sangre, no con megatones de
explosivos, sino con la fuerza de la mente, pulida y afinada por décadas de estudio
hasta que era, en sí misma, la mejor de las armas.
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Sus objetivos eran tan claros que los veía todos los días, todas las noches. Vio los
peldaños para llegar allí, los pasos necesarios, los obstáculos a superar no con
violencia sino con sabiduría.
Y parecía que lo que se interponía entre él y su objetivo de cambiar el mundo
estaba sentado desplomado y vencido delante de él. Lee había estado tan seguro de
que un hombre como Lucius Ward podría ser el perfecto sujeto de pruebas. Un
hombre que por su formación y naturaleza era un soldado perfecto se convertiría en
su soldado perfecto por la alquimia de la bioquímica moderna y sin embargo, sin
embargo…
Nueve le había bloqueado a cada paso del camino. Lee estaba un año por detrás
de su programa. Incluso ese bulto de protoplasma obtuso de Clancy era capaz de
reñirle, un hombre que a todos los efectos y propósitos era apenas registrable en el
libro de Lee.
El Capitán Ward. Todo era culpa suya.
Bien, el Capitán Ward estaba acabado. Terminada su utilidad, ahora era
simplemente un obstáculo a quitar. Pero no antes de hacerle sufrir. Sus últimos
pensamientos en la tierra debían ser de dolor y derrota.
—Tus hombres están aquí —siseó.
Ward… no, ¡Nueve!, parpadeó. El córtex frontal titiló. La cara de Nueve estaba
impasible, no había bastante función cognitiva para afinar los músculos faciales,
pero el mensaje estaba llegando.
—Tus hombres han estado aquí todo el tiempo. Seis sobrevivieron al fuego esa
noche en el laboratorio de Cambridge. Los tengo, a todos excepto a McEnroe, Ross
y Ryan. Están ocultos, huyendo, acusados de traición. No tengo ni idea de cómo han
evitado todas las agencias de orden público del país, pero no pueden resistirse para
siempre. El resto de tu equipo, Romero, Lundquist y Pelton—están aquí. Excepto
que son los Pacientes Veintisiete, Veintiocho y Veintinueve. No recuerdan sus
nombres. Han estado aquí todo el tiempo, aquí, bajo tierra. Y si crees que te hemos
puesto en el exprimidor, deberías ver la condición en la que están ellos. Tus
hombres, los hombres que fallaste en proteger.
Si esto hubiera sido un antiguo dibujo animado, reflexionó Lee, el humo saldría de
las orejas de Nueve mientras su cerebro se fundía. El electroencefalograma se veía
como el trazo de un terremoto. Era muy posible que hubiera una hemorragia
subdural.
—Mañana voy a mataros a todos. Solo que no lo llamamos matar, lo llamamos
“cosecha”. Es correcto. Es como si vuestros cerebros fueran tomates. O maíz.
Cada sensor mostraba picos de valores. El ritmo cardiaco 140, la presión arterial
190/130, el hipotálamo estaba enviando cantidades masivas de hormona liberadora
de corticotropina hacia la glándula pituitaria y el nivel de cortisol aumentó a 1,000
nmol/L, lo suficientemente alto como para causar un inmediato síndrome de
Cushing.
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* *
Mount Blue
Esa noche, muy tarde, Mac entró silenciosamente en su alojamiento. El
alojamiento de ellos. Catherine estaba viviendo allí ahora y él no se podía imaginar
entrar dentro de su alojamiento sin la esperanza de verla allí.
Y sí, ahí estaba, sentada en la cama, con la cabeza caída al lado, profundamente
dormida.
Se detuvo y cerró la puerta detrás de él, mirándola, absorbiendo el salto de su
corazón al verla en su cama. Las paredes estaban en “vista”, el nombre de Jon para
el programa. Desde que ella descubrió lo que el sistema podía hacer, nunca estaba
apagado, siempre parecía abierto a los elementos. Ella había elegido mantenerlo
sintonizado con la línea del tiempo, y era noche profunda en el exterior, la luna
convertía la profunda nieve en plata brillante. Había seleccionado la cámara que
tenía la vista más amplia del valle y, tenía que admitirlo, era espectacular.
Ella era espectacular. Se había quedado dormida con su e-book en el regazo. El
e-book estaba enlazado a una tarjeta de crédito imposible de rastrear y aunque lo
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había cargado, no tenía mucho tiempo para leer. Pasaba todo el día en la enfermería
repasando los suministros, ajustando un hueso roto, y Pat y Salvatore ahora la
adoraban oficialmente.
Mírala, pensó mientras cruzaba la habitación. Se ha quedado dormida en una
posición incómoda, la cabeza caía sobre su hombro, el e-book en una mano laxa.
Suavemente apartó el lector y se las arregló para acostarla sin despertarla. Había
intentado quedarse despierta, pero él había trabajado hasta tarde en el cuartel
general, trazando un guion para infiltrarse con Nick y Jon en los Laboratorios Millon
que no los llevara a ser asesinados y que no fuera una enorme flecha apuntando
directamente hacia Haven.
Habían enviado a sus nuevos drones sobre el laboratorio, volando a mil metros de
altura durante horas. Dos misiones para cada uno. Una de día. Otra de noche.
Continuarían enviando drones y en unos pocos días Jon y Nick irían a una misión
de reconocimiento de dos días.
Mac tenía sentimientos encontrados. Creía todo lo que decía Catherine. Si ella
decía que el cielo estaba hecho de queso, él estaba dispuesto a considerar la idea.
Ciertamente creía que ella creía que Lucius estaba en el laboratorio. Si realmente
estaba ahí, era otro asunto.
Por lo tanto. Iban a entrar.
Según lo que habían visto, la seguridad era fuerte y los guardas estaban
armados. Generalmente, a Mac no le importaba. Se apostaría a sí mismo, a Nick y a
Jon contra un número de guardas armados. Pero y esto era una constante para un
soldado, la mierda ocurría.
Siempre había estado perfectamente preparado para morir. Era un hombre difícil
de matar pero las situaciones peligrosas eran impredecibles y había visto a buenos
hombres, bien entrenados, morir, porque estaban en el lugar equivocado en el
momento equivocado, pisando esa mina oculta, incapaces de esquivar la bala.
Por primera vez en su vida como soldado, Mac no quería morir. Tenía algo,
alguien, para volver a casa. Ninguno en los Ghost Ops tenía a nadie por quien volver
a casa, por definición, pero ahora él lo tenía.
Quería, ferozmente, vivir. Quería vivir con Catherine para el resto de sus vidas.
Quería construir su comunidad, protegerla, verla crecer. Estaba huido pero podía
incluso casarse con Catherine. No legalmente, por supuesto, pero había un hombre
en Haven que había sido pastor de una iglesia que había sido arrasada por un
promotor y se había dirigido a Haven. Era un buen pastor y un buen hombre y
podrían tener una ceremonia. Una de esas cosas New Age de las que siempre se
reía pero que haría. Se comprometería con Catherine delante de su comunidad
Stella podría hacer el catering.
Oh sí.
Mac se desnudó, se deslizó en la cama cerca de Catherine, apagó las luces con
un toque de su dedo.
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Estaba duro como una roca. Solo tocarla, sentir toda esa cálida suavidad cerca de
él, le encendía. Pero realmente no necesitaba sentirla o incluso verla. Solo pensar
en ella era suficiente.
Lenta, lentamente la deslizó en sus brazos, le apoyó la cabeza en su hombro y se
quedó allí, con una mano bajo la cabeza, mirando el techo, queriendo a Catherine
más de lo que quería su siguiente respiración.
Ella estaba allí, cerca. Lo sabía, más allá de una sombra de duda, si la
despertaba, le daría la bienvenida. Abriría esas largas piernas, los brazos, ese coño
delicioso. Él podría deslizarse dentro de ella, como metiéndose en casa y
empezarían a moverse a la vez en un ritmo perfecto.
En algún momento, pensó, iba a tener que hacer algo más que deslizarse sobre
ella y luego dentro de ella. Por más acogedora que fuera, las mujeres querían y
necesitaban juegos previos. Y por Dios, que él se los daría sino estuviera tan
condenadamente quemado por el calor en su cabeza.
Tendría juegos preliminares. Era incluso bueno en eso. Un hombre con su
aspecto tenía que conocer el camino alrededor del cuerpo de una mujer, y lo
conocía. Una vez tuvo una mujer que se corrió chupándole los dedos de los pies.
Sabía que hacer. Y quería hacerlo con Catherine.
Dios, sí. Quería besar esos hermosos pechos, una y otra vez, hasta que su boca
conociera instintivamente su forma. Quería chuparlos, besarlos hasta que sus
pezones se volvieran duras cerezas rojas. Entonces besaría el camino hacia ese
vientre plano, lentamente, sintiéndola retorcerse, hasta llegar a la atracción principal.
Oh sí. Le daba lo mismo el sexo oral con otras mujeres sin embargo anhelaba el
pensamiento con Catherine. Levantar sus piernas, abrirlas, situarse entre ellas. Dios,
estaba seguro de que podía estar ahí durante horas. Hinchados labios rosados en
esa suave y oscura nube de vello, rogando ser besados. Lo que realmente quería
era que ella se corriera mientras la golpeaba con su lengua, sentir las intensas
contracciones contra su boca, escuchar sus gritos y gemidos mientras la follaba con
su lengua…
Oh mierda. Se sentía como lloriqueando. Tan bueno, eso sería tan bueno y ¿por
qué coño no lo había hecho antes? Porque su cerebro explotaba, se convertía en
una nova, en el momento en que la tocaba. No había ninguna otra cosa más en su
mente que meterse dentro de ella con su polla. Era puro instinto, absolutamente
irresistible.
Tal vez cuando la hubiera tenido unos pocos cientos de veces, tal vez cuando se
pudieran establecer en una rutina como las parejas normales, aunque él no tenía
ninguna pista de cómo se comportaban las parejas normales tal vez entonces podría
permitirse algunos juegos previos.
Pero ahora tenía las ardientes imágenes de su cara enterrada entre sus muslos,
de chuparle los pezones con su mano dentro de ella y ahora que pensaba en eso,
¡guau! Sentir su clímax con su mano en vez de con su polla…excepto que su polla,
que tenía una mente propia, iba a querer también estar en su interior.
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Era demasiado para él, solo pensar en cientos de horas con Catherine como su
patio de juegos personal. Dios.
La polla le dolía. Podía sentir su latido y parecía como si se partiera con cada
pulsación. Sus pelotas estaban tensas, listas para explotar. La solución a eso estaba
justo ahí, justo en sus brazos. Si la lamiera, podría ponerla lo suficientemente
húmeda para tomarle en cuestión de segundos. Podrían estar follando en pocos
minutos, sin duda, y no le haría mucho daño.
Pero…
Pero ella se veía tan cansada. Había sombras azules bajo esos gloriosos ojos
plateados. Pat le dijo que había trabajado todo el día con ella y con Salvatore en la
enfermería, que había remendado a uno de sus chicos de ingeniería que se había
roto el brazo tratando de forcejear con la viga de una pared. Ella no había tenido
más que sorpresas desde que había salido a buscarle, casi se había congelado
hasta la muerte, casi había sido follada hasta la muerte…
No podía hacer eso. Él no podía hacerlo. Se limitaría a estar echado ahí con su
agotada chica de acero y escucharla respirar y ser feliz porque ella estuviera
descansando algo. Siempre estaba mañana y mañana y mañana. Tendrían un
montón de tiempo juntos. Finalmente, volvería a lo de los juegos preliminares.
Cerró los ojos y se dejó llevar…
Estaba yendo a la deriva por un río, el agua cálida chapaleaba a su alrededor,
suave y apacible. Flotaba de espaldas, el calor del sol en su cara, el cielo sin nubes
tenía un azul tan perfecto que hacía daño en los ojos. Mac sonrió con los ojos
cerrados.
Perfecto. Todo era jodidamente perfecto.
El agua chapoteaba a su alrededor suavemente, le movía dulcemente. ¿Un río?
¿El océano? Si era el océano seguro de que no era el Pacifico alrededor de
Coronado. Siempre había sido terriblemente frío. Esto estaba en algún otro lugar.
¿Dónde? ¿A quién coño le importaba?
Donde quiera que fuera, olía realmente bien. Respiró hondo. Muchos de los
olores que podía identificar significaban problemas. Semtex, cordita, disolvente para
armas. Este no era como aquellos olores después de todo, este era como el cielo,
como la primavera, limpio y claro y fresco. Tal vez ahora estaba en el cielo. Sin
embargo eso no tenía sentido,. Los chicos de los Ghost Ops no iban al cielo, a
menos que quizás Catherine pudiera llevarle.
Había algo en su brazo, ligero, cálido y suave, que pesaba demasiado. Debería
mirar lo que era, pero sus ojos simplemente no se podían abrir. No podían hacerlo.
Todo se sentía tan condenadamente bien que no se atrevía a esforzarse en modo
alguno.
Y además, si esto era el cielo, ¿quién quería meterse con el cielo?
Se dejó llevar, satisfecho, en un mar de placer.
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—No hay tiempo. —Sus dientes estaban castañeando—. No hay tiempo. —Le
miró con ojos salvajes buscando su camisa y su jersey, pero solo durante un
segundo, agarró la enorme camisa de él y se la puso por la cabeza. Esta se hinchó y
se asentó sobre sus delgados hombros, dándole el aspecto de una adolescente
frágil—. ¿Dónde os reunís tú y los chicos?
Mac ya estaba vestido. Cualquier cosa que hubiera pasado, lo que ella necesitara,
quería ayudarla y no podía hacerlo con el culo desnudo.
Aquello le hizo preguntar.
—¿Qué?
Ella se puso las manos sobre la cabeza y se puso a dar vueltas, como si fuera
incapaz de contener su agitación.
—¿Dónde os reunís?, ¿tenéis una sala de reuniones con comunicaciones? ¿Una
especie de cuartel general?
—Por supuesto. ¿Quieres que te lleve allí?
Catherine ya estaba en la puerta, de pie frente a ella, prácticamente bailando en
el lugar, buscando el botón para abrir la puerta y sin encontrarlo debido a su
ansiedad.
—Vamos, vamos—salmodiaba en voz baja—.Llama a tus hombres. ¿Tienes a
alguien además de Nick y Jon?
Él negó con la cabeza y se dio un golpecito en la oreja, agradecido de poder
conectar la comunicación automáticamente.
—Sí —respondió él cuando Nick contestó. Había estado durmiendo pero Nick se
despertó en un segundo, totalmente operacional. Todos lo hacían—. Cuartel general,
dos minutos. Díselo a Jon. Tirachinas. —Su código para una emergencia.
Tocó un lugar en la parte derecha de la pared y la puerta se abrió. Catherine salió
disparada al pasillo mirando salvajemente de izquierda a derecha. Una vena estaba
pulsando visiblemente en su garganta.
—¿En qué dirección?
—A la derecha. El ascensor del final del corredor.
Ella salió corriendo disparada. Mac le siguió fácilmente el paso. A tres metros de
distancia, él agitó la mano y las puertas del ascensor se abrieron. Sin detenerse, ella
corrió al interior. Él la siguió, con calma golpeó el suelo y se giró hacia ella.
Estaba sacudiéndose, los brazos envueltos a su alrededor como para mantenerse
caliente. Le dolía verla así. Se paró delante de ella, la rodeó con los brazos y apoyó
la mejilla sobre su cabeza.
—Está bien —murmuró, meciéndola un poco porque ella necesitaba el
movimiento para disipar algo de la tensión nerviosa que la atormentaba. Él conocía
bien el mecanismo. El cuerpo está pidiendo acción a gritos pero no sabes que
acción tomar, por lo que el cuerpo solo zumba con tensión—. Todo estará bien.
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grises brillando como plata como una espada atrapada en la luz. Brillante pelo
oscuro deslizándose sobre los hombros mientras paseaba de un lado a otro. Su
enorme camiseta negra se veía como el elegante manto de una guerrera.
Él conocía cada centímetro de su cuerpo bajo la ropa, cada suave músculo, cada
tierna depresión y hueco, conocía la suavidad de sus pechos, como de duros se
podían poner sus pezones…pero ahora esta era una Catherine nueva. No la mujer
asustada y helada que había llegado… ¿Cuándo? ¿Solo hacía tres días? Ni la
amable doctora que había ayudado a una mujer aterrorizada a traer a un bebé
saludable al mundo, ni la apasionada mujer que gritaba en sus brazos. Esta era otra
Catherine, fuerte y determinada y tan irresistible como las otras.
—Necesita desesperadamente vuestra ayuda. Van a matarle mañana. Debemos ir
ahora.
Jon estaba recostado en la silla, se veía relajado. Mac le conocía mejor. Sus ojos
azules estaban brillando
—Cariño, sabes que te queremos. A todo el mundo le gustas y a Mac más que
gustarle, por lo que estás bien en mi libro. Pero con el debido respeto hacia Mac, no
tienes ni idea de esto. Cualquier clase de rescate de rehenes necesita planificación y
tiempo, y no estamos allí todavía.
Cuando Jon estaba así… cuando sus ojos brillaban y su cuerpo estaba enroscado
para atacar, la gente tenía que mirar de nuevo porque el peligro que vivía justo
debajo de su piel bronceada destellaba rápidamente, como un estoque atrapando la
luz.
Pero Catherine estaba impertérrita.
—No me importa cuán preparados estéis, debemos ir, ahora. Os di ese llamativo
halcón. Quiere decir algo para Mac aunque él trata de ocultarlo. No sé qué pero
vosotros — lentamente se dio la vuelta— los tres, sabéis de donde viene. Viene de
Lucius Ward. Él fue una vez uno de vosotros y ahora está en peligro de muerte y
vamos a ir a buscarle.
—Pruébalo —dijo Nick de repente. Sus ojos oscuros se entrecerraron—. A mí
también me gustas, Catherine, pero estás pidiéndonos que lo arriesguemos todo por
un hombre que nos abandonó para que muriéramos. ¿Cómo sabes que no nos va a
traicionar? ¿Qué pruebas reales tienes?¿Qué está pasando?¿Y cómo es que sabes
que va a ser asesinado mañana? No somos vaqueros. No podemos galopar al
rescate ahora solo por lo que tú digas.
Mac vio su vacilación. Ella le lanzó una mirada pero él abrió brevemente las
manos. Manos vacías. No podía ayudarla. Nadie podía. Tenía que convencer a Nick
y a Jon por ella misma. Y lo que quería no podía hacerlo sin Nick y Jon.
Respiró profundamente, y soltó el aire. Liberando el estrés.
—Imagino que ambos estabais escuchando cuando Mac me estaba interrogando.
—Nick y Jon se movieron en sus sillas, sin decir ni sí, ni no. Ella asintió con la
cabeza bruscamente—. Bien. Yo hubiera hecho lo mismo. Tenéis una comunidad a
la que proteger y yo era una intrusa.
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—No Nick. Lo siento, pero no lo sé. No tengo ni idea. Solo la leo a través de ti, a
través de las cosas que sabes pero no hay conocimiento. Si tú no sabes dónde está,
yo tampoco.
Nick tenía un aspecto triste y vulnerable, un increíble suspiro. Nick no tenía
puntos débiles conocidos. Excepto, aparentemente, por esta mujer que estaba
perdida para él.
—¿Está…bien? —Su voz era ronca.
Catherine sacudió la cabeza y se encogió de hombros.
—Tampoco lo sé, Nick. Pero puedo leer de ti que estás preocupado por ella. No
está… —Catherine cerró los ojos y frunció el ceño—. No está en casa. En su casa.
Lo has comprobado y lo sigues haciendo. No sabes dónde está. Te preocupa que
pudiera estar enferma o en problemas. Que pudiera necesitarte. Eso te está
comiendo vivo.
Ante el asombro de Mac, Nick simplemente inclinó la cabeza. Lo que fuera,
estaba comiéndolo vivo. Y durante un segundo—aunque no podía jurarlo—parecía
que había humedad en los ojos de Nick. ¿Nick llorando? Mac hubiera jurado que el
mundo acabaría antes de que Nick pudiera llorar.
Nick levantó la cabeza.
—Entonces puedes…
—Sí. —Catherine asintió con la cabeza—. Puedo.
—Jesús —susurró él.
—No me gusta hacerlo, pero puedo leerte. No tus pensamientos tanto como tus
emociones. Y me he abierto a ti. Puedes leerme, también, ¿verdad? Al menos en
parte. Lo suficiente para saber que estoy diciendo la verdad.
Soltó la muñeca de Nick y él levantó la cabeza. Cualquier humedad que hubiera
en sus ojos se había ido, pero allí había una ligera suavidad, donde antes no había
habido nada.
—Joder. —Él tomó aliento—. Lo siento. No me había pasado antes nada como
esto. Era como si…
—Como si estuviera en ti, ¿verdad, Nick? Dentro de tu cabeza, sintiendo lo que
estás sintiendo, pensando lo que estás pensando.
Él asintió con la cabeza, sus labios cerrados apretadamente.
Ella puso una mano sobre su hombro. Estaba tocando tejido por lo que no había
ninguna de esas cosas paranormales. Era simplemente un gesto de conexión
humana.
—Sé cuan desequilibrado te debes estar sintiendo. Y créeme cuando te digo que
nunca te leería deliberadamente. Esta…esta habilidad que tengo es increíblemente
agotadora. Me siento como si pudiera dormir durante una semana. Pero tenía que
hacerlo, tenías que conocer la verdad. Y la sabes, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza.
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Capítulo 14
Laboratorios Millon
Palo Alto
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mujer. Ella no estaba aquí, pero... estaba. Había oído su voz, en su cabeza. Cuando
ella vino y le tocó, el calor se derramó dentro de él, el primer calor que había sentido
en...
Se había ido. En algún momento de su vida había conocido el calor, el calor físico,
el sol en su piel. Pero no sabía cuándo, ni siquiera sabía si el vago recuerdo era real.
Tal vez había pasado toda su vida aquí, medio desnudo, con agujas y sondas y
fuego líquido en sus venas.
No.
No, había habido una época... antes. Una vez más, hombres de rostros severos
aparecieron brevemente delante de él y luego desaparecieron.
Había gritado. Lo hizo. Había gritado con tanta fuerza que había perdido el
conocimiento, sin la menor idea de cuánto tiempo.
Había gritado porque se estaba muriendo. Alguien iba a hacerlo morir, pronto. Así
que había extendido la mano y alguien había estado allí. Suavidad y calidez. La
mujer.
Pero no había ninguna mujer, sólo había un cuarto vacío lleno de máquinas
pitando y luces brillantes que nunca le dejaban dormir.
Dormir... pronto dormiría. Pronto dormiría para siempre.
.* *
Mount Blue
No era una situación divertida, pero Catherine tuvo que aguantar las ganas de
reír.
Los tres hombres parecían horrorizados, y Mac parecía tanto horrorizado como
enfadado. Un Mac enfadado era formidable. Si ella no lo conociera tan bien, si no le
conociera hasta los huesos, estaría asustada.
Su rostro era sombrío, las partes cicatrizadas tirantes por la tensión, los ojos
entrecerrados. Parecía aún más grande, sus anchos hombros bloqueaban el resto
de la habitación de su vista, las manos enormes se abrían y cerraban como si
estuviera preparado para luchar.
Lo estaba.
Consigo mismo.
Catherine lo miró a los ojos, luego a Nick y a Jon.
Qué revelación habían sido los dos hombres cuando había mirado dentro de sus
almas. Nick, con su amor perdido, el anhelo que sentía por ella, sabiendo que nunca
la volvería a ver, enfermo de preocupación porque ella pudiera estar en problemas.
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Nadie sabría nunca, mirando esa fachada fría y reservada con la que se enfrentaba
al mundo, que tenía todas esas emociones dentro. Que él tenía todo ese amor
dentro.
Y Jon… ardiendo de rabia por la traición que había minado su vida. Ella no había
entendido quién o qué le había engañado cuando era un niño, pero iba más allá de
la traición como un hombre. No, había algo en su pasado y coloreaba cada emoción.
Y otra vez, quién habría pensado que toda esa rabia y dolor se arremolinaban bajo el
exterior de Chico Surfero.
Tres hombres grandes y fuertes, guerreros, entrenados para matar, de pie justo
delante de ella y con aspecto enfurecido y decididos a impedirle entrar con ellos en
el laboratorio para rescatar a su antiguo líder.
—Ya podéis dejarlo —dijo ella en voz baja—. Sabéis en lo profundo de vuestros
corazones que tengo que ir con vosotros. Si tenemos alguna esperanza de salvar a
vuestro líder, me necesitáis. Conozco el laboratorio como la palma de mi mano.
Conozco su sistema de seguridad y conozco la disposición. Sobre todo, vais a
necesitarme cuando encontremos a Nueve. Está conectado a máquinas y será una
tarea muy delicada separarlo de las máquinas sin matarle. Ninguno de vosotros
tiene esperanza de hacerlo. Sólo yo puedo liberarlo de la maquinaria a la que está
atado, y sólo entonces podréis rescatarlo.
Se hizo un silencio absoluto en la habitación si podías pasar por alto el rechinar
de dientes. Bueno, iban a rechinar aún más fuerte.
—Y tengo algo más que decir. No estoy entrenada como vosotros tres. Prometo
que os obedeceré absolutamente. Decidme que me agache y me agacharé. Seré
vuestra sombra y seguiré vuestras instrucciones. Sé muy bien que soy una potencial
responsabilidad, y confiad en mí, no quiero serlo, por lo que contad conmigo para
hacer exactamente lo que digáis. Pero —levantó la mano cuando Mac abrió la boca
— en el momento que nos encontremos dentro de la instalación me obedeceréis, los
tres. Al instante. A menos que realmente estemos siendo tiroteados, en ese
momento vuestra formación supera la mía, haréis exactamente lo que yo diga. No
puede ser de ninguna otra manera.
Ella miró a cada uno otra vez.
—Vale. Ahora todos podéis dejar de fruncir el ceño y superadlo. Nick, Jon, id a
buscar vuestro equipo como dijo Mac, conseguid algo para mí y nos reuniremos aquí
de nuevo en diez minutos. Prepararé la reunión informativa sobre el laboratorio.
Para ser hombres tan decididos, parecían extrañamente indecisos. Ella sabía que
llevarla iba en contra de cada instinto que tenían. No sólo porque no estaba
entrenada, sino sobre todo porque cada hombre, silenciosa y profundamente, no
podía poner en peligro a una mujer. Los tres tenían una feroz vena protectora en
ellos que no les permitiría contemplar ponerla en peligro.
Catherine hizo un espectáculo de comprobar su reloj.
—Habéis consumido todo un minuto. Un minuto que podría marcar la diferencia
entre la vida y la muerte para vuestro capitán. ¿Mac?
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Ella lo miró, apreciando su lucha, sabiendo que él odiaba esto, sabiendo que él
entendía lo necesario que era. Se quedó inmovilizado por las facciones en guerra
dentro de su corazón y la razón se impuso. Por un pelo.
—Poneos en marcha —dijo él con fuerza, luego la tomó en sus brazos en el
instante que Nick y Jon salieron de la habitación—. Dios —dijo contra su pelo—,
odio esto.
—Lo sé. —Ella lo sabía. Podía sentir el latido de su corazón contra la mejilla. En
la cama, había sido el latido estable del corazón de un atleta, pero ahora latía rápido,
furioso y salvaje, como si estuviera corriendo. Lo estaba, en cierto modo. Estaba
teniendo lugar una batalla dentro de él, una guerra interna. Mantenerla aquí y tener
sus limitadas posibilidades reducidas a nada, o llevarla con ellos, con la
preocupación persiguiéndolo a cada paso.
No había buenas opciones.
Mac no se preocupaba cuando estaba en modo de misión. Ella había leído esto
en él. La ansiedad no era parte de su estructura mental. Comprendió que él se
preparaba tanto como un hombre podía —y ella había sentido que la mayor parte de
su vida fue entrenamiento— y luego simplemente seguía adelante sin ningún temor.
También sabía que él estaba totalmente preparado para morir en cualquier
momento. Ese tipo de cosas simplemente no se podían ocultar.
Pero ahora el miedo casi rezumaba de sus poros. No era miedo por él, sino por
ella.
—Mac. —Le besó el pecho, sobre su corazón y se apartó. Su cara era fría y dura,
pero las aletas nasales estaban blancas por la tensión—. Tiene que ser así. Lo que
le dije a Nick y Jon también se aplica a nosotros. Cada segundo que paso tratando
de tranquilizarte, de darte fuerzas, es un segundo perdido y drena mi energía.
Sus manos cayeron con sorpresa. Ella lo había hecho deliberadamente,
pretendiendo que estaba infundiéndole fuerza cuando la verdad era todo lo contrario.
Ella ganaba fuerza y coraje sólo de estar cerca de él. Pero la idea de que él podría
ponerla en peligro con su miedo lo impresionó.
—Bien. Deja que me prepare para informarles sobre la instalación. Tendré que
usar uno de tus ordenadores.
—Ahí —gruñó él—. Dime lo que puedo hacer. —De repente, él parecía torpe, con
las manos grandes agarradas con torpeza a su lado, abriéndose y cerrándose
vanamente, cuando siempre era el epítome de la elegancia masculina.
—No hay mucho que puedas hacer hasta que yo reúna algo de información —dijo
ella suavemente.
—¿Puedo al menos traerte un café?
Necesitaba hacer algo por ella. Lo entendía. Su estómago estaba revuelto y lo
último que necesitaba era cafeína, pero...
—Claro, eso sería de gran ayuda.
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enfoque después de unos diez metros por lo que estos jarrones de diseño tan caros
que bordean la periferia son en realidad emisores de microondas.
Ella hizo zoom en la línea de enormes jarrones de cerámica de color gris y
marrón, altos como un hombre, que rodeaban la compañía, y que contenían cipreses
italianos delgados como un lápiz, importados a un costo enorme desde la Toscana.
Había más de tres mil de ellos. Era impresionante visualmente y había aparecido en
varias revistas de diseño.
—El sistema es apagado a las cuatro A.M. y un ejército de barrenderos se
apresura en barrer los animales muertos, insectos y hojas achicharradas, y las
microondas se encienden de nuevo a las cuatro quince.
—¿Sabes dónde está el C&C? —preguntó Nick.
Catherine frunció el ceño, confundida. Negó con la cabeza.
—Comando y Control —dijo Mac—. Donde dan las órdenes y comprueban que se
llevan a cabo.
—Ah. No, lo siento, no tengo ni idea. Hay un módulo de seguridad en la primera
planta en la parte de laboratorio de la instalación y en el ala donde tienen a los
pacientes. Pero no tengo ni idea de si la valla microondas es controlada desde allí.
También podría ser controlada desde el módulo de seguridad en la entrada.
Mac asintió con la cabeza.
—Está bien, necesitamos saber si su perímetro de seguridad se extiende más allá
de eso. Me sorprendería si no lo hiciera. ¿Jon?
Desde su tablet, Jon proyectó otro holo. Una vista de pájaro de la instalación
Millon, sólo que con una superficie mucho más grande y por la noche. En una
conjetura, Catherine diría que la superficie era de dos kilómetros de lado. Cuando
ella miró, unas luces destellaban casi más rápido de lo que sus ojos podían percibir
y la imagen cambiaba de negro a gris claro, luego volvía otra vez. Unos diez puntos
rojos se movieron hacia atrás y hacia delante en un corto arco.
Ella miró a Jon.
—¿Qué estoy viendo?
Él apretó la mandíbula.
—Volví atrás en el tiempo. Estás viendo más o menos una semana de imágenes
nocturnas desde un satélite Bright Eye. Puede ver las pelotas de un mosquito, así
que he ampliado el alcance de la misma y he creado un bot que borra
acontecimientos arbitrarios, de lo contrario el detalle nos abrumaría.
—Guau —suspiró ella. Tenía una autorización del gobierno de bajo nivel de
seguridad relacionada con su trabajo en Millon, pero no cubría nada como esto. Las
series de satélites orbitales Bright Eye eran un rumor que a menudo aparecía en
novelas y prensa amarilla, capaces de un detalle asombroso. Activistas de la
intimidad a menudo marchaban contra ellos, aunque el gobierno suavemente
negaba que el Bright Eye existiera—. Por favor, no me digas como conseguiste esto.
Probablemente podría ir a la cárcel por saberlo.
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ruta que las patrullas hacen, la dirección del calibre 50, todo tiene sentido si diriges
tu seguridad para mantener las cosas dentro en lugar de fuera.
—Jesús —resopló Mac.
—¿Eso tiene sentido? —preguntó Catherine—. Quiero decir, claro que Millon se
protege contra intrusos. Solo este laboratorio debe valer mil millones de dólares en
secretos industriales para robar. ¿Seguramente deben tener miedo de que alguien
vaya y los robe?
—Nick tiene razón —gruñó Mac—. Tienen mucha seguridad interna. Lo que nos
mostraste ya es de primera calidad. Estos cables trampa del perímetro exterior... son
caros y requieren mucha mano de obra. Tienen sentido si están allí por si alguien de
dentro escapa y la alarma suena. Esta seguridad está definitivamente dirigida a
impedir que lo que sea que hay dentro salga.
—Bien —dijo Catherine, considerándolo—. Tal vez eso hace nuestra tarea mucho
más fácil. Tal vez podemos entrar.
—Sí. —Mac suspiró—. El truco será volver a salir con vida.
* *
Cincuenta minutos más tarde, Mac se tocó la oreja. O más bien, tocó un punto en
el ligero casco.
Catherine obedientemente tocó el mismo sitio de su casco. Era el punto que la
unía con el líder de equipo, Mac. Un punto a unos dos centímetros a la izquierda
conectaba su sistema de comunicaciones con el sistema de todo el equipo.
—¿Estás bien, cariño? —La voz profunda de Mac sonó en su oído. El sonido era
tan bueno, tan profundo y calmado, envolviéndolo todo, que era como si estuviera
hablando dentro de su cabeza—. ¿Te acuerdas de los simulacros?
Una cantidad enorme de información le había sido suministrada por él a través del
auricular, mientras Nick y Jon la vestían con un increíble traje ligero y flexible que
estaba segura que detendría las balas. Encima del traje, sin embargo, era la única
que llevaba una capa más de protección, una placa ligera que cubría su pecho y
espalda que Mac dijo que pararía un misil. Entonces Nick le guiñó un ojo. ¡Nick! El
frío y distante Nick. Tal vez se lo imaginó porque cuando le miró otra vez, su cara era
tan inexpresiva como siempre.
Por suerte, ella era una estudiante rápida y podía retener grandes cantidades de
datos técnicos.
Los trajes de combate estaban hechos de tecnología de nanotubos de carbono. El
material se tensaba bajo la presión balística y era mucho más resistente que la
antigua y pesada protección Kevlar que algunos policías todavía llevaban en las
ciudades pobres.
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Cuando los hombres se detuvieron ante el puño levantado de Mac, ella se paró y
cerró los ojos, limpió su mente de todo sentido de sí misma y se envió, como si se
disolviera en la niebla.
¿Dónde estás?
Esto procedía de ella, aunque no recordaba formular la pregunta. Salió solo.
Entonces el pensamiento se formó... Vamos por ti. Tus hombres van a por ti.
¿Dónde estás?
Una ligera... ¿qué? Sensación de algo. Una ráfaga, como fuegos artificiales detrás
de una colina.
Vienen... tan tenue como la niebla al amanecer.
Sí, ya vamos por ti. La adrenalina se disparó a través de su sistema. ¡Éste era él!
Inconfundible, aunque no tenía ni idea de cómo lo sabía. Pero lo era, como
reconocer la voz de alguien o su rostro. Algo en la calidad del susurro en su cabeza.
... moviendo.
¡Oh Dios mío! Había pasado eso por alto, un sonido en el mismo borde de su
conocimiento.
¿Qué?
—Vamos —le dijo Mac al oído, y ella lanzó el puño cerrado hacia arriba, la señal
que tenían para detenerse. Los tres hombres se pararon de inmediato y la miraron.
Ella negó con la cabeza frenéticamente, ellos no podían molestarla ahora. Tenía que
concentrarse, orientarse, porque la voz en su cabeza se volvía cada vez más débil.
Sostuvo el puño en alto, cerrando los ojos para concentrarse mejor.
Podía sentir la calma de Mac y la de los otros hombres, y luego los desterró de
sus pensamientos.
Dime dónde estás.
Silencio, pero su cabeza se llenó de dolor. Dondequiera que él estuviera, sufría.
Se concentró con tanta fuerza que podía sentir un eco de su dolor. Tratando de
mantener todas las vías de comunicación abiertas, trató de analizarlo. Una parte de
ella, la parte empática, unida al hombre que yacía en una cama, tal vez muriendo, y
la otra parte de ella, la neurocientífica, observando y analizando.
El dolor... era sistémico. La mayoría de los dolores eran orgánicos y enfocados.
Éste era difuso, pero intenso. Ardiente. Otra oleada de dolor, llegaba desde...
Catherine inclinó la cabeza, tratando de respirar más despacio, intentando llevar
su mente fuera de sí misma, arrojándola por encima del muro de cipreses, a través
de las paredes de hormigón, por los pasillos del laboratorio, hasta...
Él.
¿Qué era el dolor? Ardor, por todo su cuerpo, debajo de la piel. Cuando llegó otra
oleada, fue capaz de identificar la procedencia. Debajo de la clavícula. Entrando a
través de una vía IV abierta. Algún tipo de droga que estaban utilizando en él cuyos
efectos secundarios eran un dolor insoportable y un embotamiento de los sentidos.
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Ella estaba floja, con la cabeza inclinada hacia atrás sobre su brazo, el cuello
largo y blanco vulnerable y delicado. Su cabeza fue hacia delante y tosió. Él podía
sentir que la fuerza volvía a ella. Él inclinó la cabeza durante un segundo, una
oleada de algo poderoso pasó a través de él tan fuerte que todo su cuerpo quedó
cubierto de sudor.
Había pensado que estaba muerta. Durante un segundo horrible y nauseabundo
pensó que Catherine Young había muerto tratando de rescatar a su comandante en
jefe. Toda esa calidez y dulzura desaparecidas. Fuera del mundo, fuera de su vida.
Nunca las tendría otra vez, de eso estaba seguro. Sin Catherine, el mundo de
Mac se reduciría a sus habituales contornos sombríos, con él en su frío centro. Su
vida volvería al férreo deber con nada más. No cabía duda de que él nunca volvería
a tener su calor en su vida, nunca más. Él no lo había encontrado, ni siquiera había
sospechado que existiera, en sus treinta y cuatro años en este mundo, y él sabía sin
la menor sombra de duda que sin ella, esto desaparecería de su vida para siempre.
Estaría condenado a vivir el resto de su existencia en los helados confines de su
corazón.
Mac se estremeció y bajó la mirada hacia el bello rostro de la mujer que había
cambiado su vida.
Habían tenido tan poco tiempo. Tres días. Nada, en realidad. Fueron tres días que
habían puesto su existencia boca abajo. Por primera vez, pensaba con mucha
ilusión en el futuro. Nunca antes lo había hecho. El futuro había sido ese
interminable... algo que se extendía ante él. Lo mismo que hoy, sólo que tal vez más
duro. Ninguna razón para querer que el futuro llegara. Cuando lo hiciera, no sería
diferente del actual.
Y, sin embargo, con Catherine, el futuro había parecido... vaya, atractivo. Mejor.
Bueno. Vivir con Catherine, compartir su vida con ella, tal vez incluso formar una
familia...
Apartó el pensamiento de su cabeza en el instante en que se formó, pero
entonces había vuelto y se había pegado, como una lapa. Familia. Las familias eran
para otras personas, no para él. Lo que sabía de las familias es que eran lugares
violentos donde las personas se desgarraban unas a otras.
Excepto que, quizás, no la que él podía encontrar con Catherine.
Era una locura pensarlo, lo sabía, pero una vez allí, el pensamiento no dejó su
mente. No tanto el pensamiento como las imágenes. Una hija pequeña de pelo
negro con ojos plateados. Esa imagen se fijó en su cabeza, junto con una agitación
loca en su pecho. Crear un nuevo ser humano, una niña pequeña, viéndola crecer,
protegiéndola... mierda, hablando sobre pensamientos disparatados.
—¿Qué le pasa? —preguntó Jon en su oído, y él arrancó.
—No lo sé. —Su voz sonaba ronca a sus propios oídos.
—Mac. —Al otro lado de él, Nick le puso una mano sobre el hombro. Fue
entonces cuando Mac se dio cuenta de que estaba temblando—. Ella está bien.
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Detrás de sus párpados, los ojos de Catherine se movían de un lado para otro,
como si estuviera siguiendo algo. Su mano enguantada agarró la suya.
Le dio unos golpecitos en la mejilla. Si hubiera sido uno de sus hombres, lo habría
abofeteado, pero la idea de abofetear a Catherine hacía que su sistema comenzara
a sudar otra vez.
—Cariño. —Golpecito, golpecito—. Cariño, despierta. Venga, cariño, abre los
ojos, puedes hacerlo.
Algo en su voz debió haber sonado extraño porque Nick y Jon se miraron entre sí,
caras cuidadosamente en blanco. A Mac no le importaba un carajo porque allí estaba
ella, su Catherine, de vuelta de dondequiera que fuera que hubiera ido.
—¿Mac? —Su voz era ronca, como si no hubiera hablado en días—. ¿Qué ha
sucedido?
—Joder si lo sé. —El alivio lo atravesó—. Perdiste la jodida conciencia. Estaba
cagado de miedo. No vuelvas a hacer algo así otra vez. Joder.
Ella esbozó una sonrisa débil, mirándole, después a Jon y Nick.
—Tu vocabulario empeora cuando estás asustado.
—Joder, sí. —Pero él también sonreía—. Entonces, ¿qué coño pasó?
Catherine se tocó la cabeza.
—Espero que me creas cuando digo que me comuniqué con Lucius Ward. Le van
a bajar al Nivel 4 donde cree que van a matarlo pronto. Había rumores de que había
otro, un nivel secreto, pero nunca los creí. Así que al parecer el Nivel 4 realmente
existe. Le dieron una droga que es muy dolorosa, pero creo que aumenta... lo que
sea que esté en él que puede hablar conmigo. —Miró a los tres hombres—. Si lo
llevan al Nivel 4 antes de que lleguemos hasta él, no sé cómo acceder. Podríamos
perderle. Tenemos que darnos prisa.
—¿Puedes andar? —Mac quería que ella se quedara donde estaba, aunque
sabía que no lo haría, no a menos que físicamente no pudiera andar. Si era
necesario, él podía llevarla.
—Oh, sí. Estoy bien. —Se tocó la cabeza otra vez, inclinándola hacia un lado,
luego al otro, como si la estuviera probando—. Si perdí la conciencia fue por la
conexión con Lucius, no debido a algo en mí. Vamos a tener que darnos prisa.
Tenemos que llegar a él tan rápido como podamos.
—Roger. —Nick estaba preparando algo que él llamó el Anthill, comprobaba su
PDA, hacía ajustes—. Tan pronto como hayamos pasado por la barrera microondas
soltaré las Hormigas. Si conseguimos pasar la puerta principal deberíamos ser
capaces de llegar hasta el capitán sin ser detectados. No creo que haya más de diez
hombres de servicio dentro de la instalación.
—¿Hormigas?
—Te lo explicaré más tarde, cariño. Vamos a seguir adelante. —Otra vez, Mac se
maravilló de Catherine, de su mujer. Ella simplemente asintió con la cabeza, reajustó
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su ligera mochila y empezó a avanzar cuando ellos lo hicieron. Sin preguntas, sin
alboroto. No estaba entrenada, pero era una compañera de equipo hasta los huesos.
Una ola de amor lo atravesó. Si sobrevivían a esto, iba a casarse con ella en el
instante en que estuvieran de vuelta y nunca la perdería de vista otra vez.
Avanzaron sin incidentes, a un ritmo constante. Catherine mantuvo el ritmo,
permaneciendo con cuidado exactamente en el centro de su triángulo de seguridad.
El perímetro exterior de seguridad estaba detrás de ellos y llegaron a la barrera de
microondas.
Su visión nocturna incluía infrarrojos y el área entre los enormes jarrones se veía
ligeramente roja. Las tablets no mostraban guardias dentro de un radio de cien
metros. Sin embargo, Mac continuó con las señales de mano. Hizo señas a
Catherine para que permaneciera a su lado.
En la barrera, Nick, Catherine y Jon estaban cada uno detrás de un jarrón. Mac
estaba detrás de Catherine. A su señal, todos treparon los jarrones de casi dos
metros de alto, Nick y Jon subieron y cruzaron con facilidad. Mac impulsó a
Catherine y Jon estaba al otro lado, ayudándola a bajar. Mac se acercó y se
pusieron en cuclillas.
Mac señaló al pequeño cañón en las manos de Nick y dio la orden.
Nick lo levantó hacia el cielo, hizo algunos ajustes y luego apretó el gatillo. Un
proyectil se alzó en el aire, desapareciendo de la vista. Se inclinaron sobre la PDA
de Nick, mirando la pantalla.
Mil drones diminutos, pequeños como hormigas, de color blanco y casi invisibles,
treparon rápidamente en la entrada de la instalación principal. Un programa especial
reunió las transmisiones confusas para que la pantalla mostrara una imagen clara de
lo que estaba delante de ellos. Había algunos puntos en blanco en la pantalla, pero
un programa de relleno los interpolaba. Lo que estaban viendo en la pantalla era
alrededor del 98 por ciento correcto. Más que suficiente. En la parte superior
derecha estaba el plano de la instalación mostrando la posición de los drones.
Catherine sonrió.
—Hormigas —dijo—. Lo entiendo. Mini drones. Inteligente.
Nick estaba describiendo la escena.
—Dos guardias en la entrada. ¿Armados? —Miró a Catherine.
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. No estoy familiarizada con el armamento. Sé que algunos de los
guardias tienen armas en sus fundas con un mango particularmente grueso y
pesado.
Mac apretó la mandíbula.
—Aturdidores. Joder. Pueden lanzar cualquier cosa desde un incapacitante hasta
una dosis mortal de energía eléctrica. Pueden detener el corazón de un hombre a
cien metros. Experimental.
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totalmente concentrada en una cosa y sólo una cosa. Él no tenía dudas de que si
hubiera estado sola entraría resueltamente y trataría de rescatar al capitán.
Era valiente y eso lo asustaba a muerte. Personas valientes e inexpertas a
menudo morían y mal.
—No tiene sentido entrar por la entrada principal. —Su dedo se movió a un punto
a cincuenta metros de donde el capitán estaba acostado—. Esta es la puerta más
cercana. ¿Tiene alarma?
—Todas tienen alarma —contestó Catherine—. Y todas requieren una tarjeta
magnética. Esperemos que la que Jon clonó funcione.
—¡Por supuesto que funcionará! —respondió Jon con indignación—. Yo no fallo.
—También necesitamos un modo de enmascarar el infrarrojo. En la mayoría de
las puertas, el sistema de seguridad cuenta el número de personas que atraviesa
una entrada, y si hay una discrepancia entre el número de entradas y el número de
pases del lector saltará una alarma.
—Yo me encargo de eso —dijo Jon, y Catherine asintió.
—Entonces vamos. —Ella temblaba por la impaciencia. Los tres lo miraron.
—Ensillad, chicos —susurró Mac, y dio la señal para ir.
* *
Lee se inclinó hacia delante y dio un golpecito a su chofer en el hombro.
—¿No puedes ir un poco más rápido?
—No, señor. No me permiten exceder el límite de velocidad. Por nadie, ni siquiera
por usted. Podría perder mi trabajo —respondió el conductor en un tono monótono.
Era un empleado de Millon sin ninguna instrucción especial para satisfacer las
necesidades de Lee. Lee tomó nota para conseguirse un conductor con
instrucciones explícitas para hacer lo que él dijera.
Lee miró su reloj. Las tres de la mañana. Había dado la orden de iniciar la infusión
IV de SL-59 hacía una hora. Recogería el cerebro a las ocho, junto con los otros tres
soldados, que habían resultado ser casi tan inútiles como el mismo Nueve. Seis
horas de perfusión deberían ser suficientes para tener una idea de los efectos en el
sistema nervioso y en el tejido neurológico.
Esto podría haber esperado hasta la próxima semana o incluso al próximo mes,
por supuesto, pero algo le carcomía. Su calma habitual estaba rota y un sentido
enorme de urgencia le azuzaba. Era ridículo. Estaba en medio de un plan de veinte
años. La urgencia no era necesaria, la meticulosidad lo era. Sin embargo, a pesar de
que era un científico y aunque creía en los rigores de la razón, también había
aprendido a seguir su instinto.
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Al principio, Catherine tenía dificultad para correr. Sus piernas temblaban, sentía
la cabeza ligera y lejana, y apenas podía concentrarse. Pero minuto a minuto volvía
a sí misma.
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Mac estaba ahí a su lado, a cada paso del camino. Si tropezaba, su mano estaba
allí, en su espalda, estabilizándola, tan subrepticiamente que Nick y Jon no lo
notaban.
Eran los efectos secundarios de su conexión con Lucius Ward. Él había debilitado
sus fuerzas. Conectar con otra mente, otro corazón, era tan duro como levantar
pesas. Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago mientras
corría un maratón.
Pero mientras cruzaban el amplio césped, Mac había calculado las rondas de los
guardias al segundo, ella volvió en sí. Recordó lo que estaba haciendo y por qué.
Ella estaba salvando una vida.
Estaban al lado del edificio. Los tres hombres miraron cuando ella introdujo el
código de su colega Frederick Benson por el sistema, con la esperanza de que Jon
supiera lo que estaba haciendo.
Lo sabía.
La puerta se abrió con un clic. Catherine empujó y los cuatro la atravesaron como
si fueran uno. La grabadora a un lado simplemente registraría una masa más grande
de lo habitual. No era algo que pudiera disparar una alarma, pero sin duda algo que
apuntaría hacia ellos cuando miraran mañana, con el Paciente Nueve desaparecido.
Catherine era muy consciente del hecho de que no sólo estaba entrando
ilegalmente en los Laboratorios Millon. También estaba cruzando hacia una vida
nueva. Ahora era un miembro del equipo de Mac, una proscrita. Atada a los hombres
a su lado y atada a la comunidad que se había congregado alrededor de ellos con
vínculos irrompibles. Separada para siempre de su antigua vida.
Había pasado cuatro años con Millon y la casa matriz Arka en varios laboratorios.
Nunca le darían referencias, y un científico con un hueco de cuatro años en su
currículum era incontratable. Nunca trabajaría en ciencia otra vez.
Sin embargo, no era importante.
Estaba con Mac, durante tanto tiempo como él la quisiera.
Jon estaba consultando su PDA, pero ahora ella no necesitaba nada. Sabía a
dónde ir.
—Venid conmigo —susurró, y ellos avanzaron rápido hacia el ala del paciente.
Ella los detuvo en la esquina antes del Pasillo B. Ellos se amontonaron detrás de
ella.
—¿Despejado? —Ella miró hacia Jon.
—Despejado.
—¡De prisa! —Catherine echó a correr y ellos la siguieron. Ella corrió a la
habitación de Nueve, corrió hacia el hombre quieto en la cama. Lo primero que hizo
fue quitar el catéter de la clavícula. Cualquiera que fuera la cantidad de SL-59 que
Ward hubiera absorbido, sólo podía esperar que no fuera una dosis mortal. Tiró
suavemente de la aguja larga de la sonda permanente y empezó a soltarlo del
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Cama.
Algo en la cama.
Catherine saltó.
—¿Qué? —Mac gruñó mientras trataba de calmar a Ward sin hacerle daño—.
¿Qué estás haciendo, cariño?
Ella escarbaba como loca en las sábanas. La cama, la cama... ecos de lo que
había oído como si un grito lejano sonara en su mente.
La cama.
Ella retiró las sábanas, las sacudió.
La cama... debajo de la cama.
Cayó de rodillas con tanta fuerza que se hizo daño y rebuscó frenéticamente en la
oscuridad debajo de la cama. Nada.
Tenía que estar aquí, lo que fuera.
¡Piensa, Catherine!
Sus manos, agitándose, hasta alcanzar...
Ella levantó el lado del colchón y allí estaba, en el soporte ortopédico. Con un
grito Catherine lo levantó, y como un botón que ha sido pulsado, Ward se calmó en
los brazos de Mac.
Ella estudió la tarjeta manchada de sangre, estudió el holograma en 3D de la
cara. La cara del enemigo.
—Este es el pase de Lee. El jefe de investigación de Arka. No me lo puedo creer.
Robó la tarjeta de Lee. Esto definitivamente tiene autorización para el Nivel 4, si es
que existe. Ahora podemos entrar y salir.
—Jefe, Catherine. —La voz tranquila de Nick era sombría en su auricular—.
Compañía. Muy rápido.
* *
—¿Cuántos? —preguntó Mac.
La tormenta de mierda estaba casi sobre ellos. Habían llegado hasta aquí, ya
habían tenido suerte. Sólo se tenía una cantidad de suerte en cualquier misión y
ellos acababan de consumir toda la suya.
Ahora iban calientes y Mac quería a Catherine fuera de aquí. Ella había hecho un
trabajo fabuloso trayéndolos aquí. Inteligente y hermosa y amable. Y ahora valiente.
No iba a perderla. No ahora, no justo después de encontrarla.
Tenía que sacarla de aquí, rápido.
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El capitán todavía estaba en sus brazos, después de tener lo que pareció ser un
ataque. Sus ojos estaban cerrados, la destrozada cara floja. Pesaba menos que
algunos petates que Mac había llevado en la batalla.
Mac podría llevarlo a cualquier lugar. Podría llevarlo hasta el Nivel 4. Podría hacer
cualquier cosa mientras supiera que Catherine estaba a salvo.
—Escucha —dijo con urgencia—. Tenemos el pase. Bajaremos al Nivel 4,
sacaremos a los hombres. Toma las Hormigas, te ayudarán a guiarte hasta la salida.
¿Puedes volver al helo y esperarnos? ¿Recuerdas cómo atravesar la pantalla
microondas? Tú...
Ella ya se dirigía hacia la puerta.
—De ninguna manera, Mac. De ninguna manera voy a abandonarte. Necesitas
ojos y oídos que no son las Hormigas, ojos y oídos que conocen el camino. Y,
definitivamente, vas a necesitarme para desconectar a esos hombres de sus
máquinas, si todavía están vivos. Asegúrate que cierras la puerta detrás de mí. —
Ella abrió la puerta y haciendo una señal a Nick al final de corredor, lo volvió a mirar
—. ¡Vamos! Cierra la puerta.
No había tiempo para discutir y él reconoció que sería inútil de todos modos.
Cada célula en su cuerpo le decía que sacara a Catherine de allí, pero su cabeza le
decía que ella tenía razón. La necesitaban.
Nunca antes en su vida había ido a una misión con un objetivo dividido. Siempre
estaba atentamente concentrado en entrar, hacer el trabajo, salir. Entraba con
hombres que se entrenaban tan duro como él y que eran absolutamente capaces de
cuidar de sí mismos. Nunca había entrado preocupado por un compañero de equipo
como lo estaba ahora con Catherine, y lo odiaba con toda su alma.
Pero, ¿qué podía hacer?
Él la siguió, con el capitán en sus brazos, cerrando la puerta. Ella ya estaba
corriendo por el pasillo, Nick y Jon la seguían. Él alcanzó a Nick.
—¿Cuántos? —preguntó.
—Tres. —Observaba a Catherine cuando ella se apresuraba por el pasillo—.
Estarán en la esquina de un momento a otro y van a vernos.
—Jon y tú estad preparados para dejaros caer de rodillas.
—Sí. —Jon y Nick tenían sus armas desenfundadas. Mac cambió al capitán a un
abrazo de bombero y sacó la suya.
Nick había cambiado la imagen de la pantalla a holograma.
—¿Jefe? Están a la vuelta de la...
—¡Aquí! —Catherine se había detenido en una puerta, la abrió y les indicó que
entrasen. Mac, Nick y Jon se dieron la vuelta, entraron a la carrera. Ella cerró la
puerta sin hacer ruido mientras el holograma de Nick mostraba tres guardias que
daban la vuelta a la esquina. Hubo un sonido suave cuando todos exhalaron.
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Ellos eran muy fuertes, unos jóvenes hombres resistentes. La clase de hombres
que los malditos locos adoraban arruinar. Estaban comatosos, sus caras hundidas
casi parecían máscaras mortuorias. Manchas azul oscuro mostraban donde las
intravenosas habían sido utilizadas durante un largo período de tiempo.
Cada hombre estaba desnudo, sin siquiera la dignidad de una sábana de hospital,
despatarrados como si fueran un sacrificio humano, lo que era cierto ya que ellos
eran sacrificios. Para alguien codicioso.
Los tres hombres, jóvenes, valientes y bravos —los mejores en el mundo—
parecían prisioneros de guerra en un salvaje campo de prisioneros. Y sin embrago
estaban aquí… en Silicon Valley en los buenos y viejos Estados Unidos de América.
Mac nunca iba a la batalla rabioso. Rabia, ira, venganza… todas eran emociones
que no podía permitirse. No podías ir al combate con emociones porque te cegaban.
Eran desventajas y eran peligrosas. Por lo que se aseguraba bien de limpiarse de
cualquier emoción antes de empezar una misión y cuando estaba operacional era
todo razonamiento frio y claro y firme planificación.
Eso fue todo lo que barrió ahora, mientras la pena por sus hombres le inundaba.
Pena porque hubieran sido llevados a eso. Claramente torturados, atormentados,
tratados como menos que animales por sus propios compatriotas.
La rabia le llenó, una enorme e incontrolable ola que fue incapaz de resistir. Sabía
que estaba poniéndolos a todos en peligro, poniendo en peligro a Catherine y al
Capitán y no había nada que pudiera hacer.
Se detuvo y respiró una vez, dos veces. Nick y Jon también estaban quietos como
estatuas. A pesar de todos los combates que habían vivido, todas las muertes en
batalla que habían visto, en esta escena había algo inherentemente maligno que los
sorprendió. Como si hubieran sido tocados por la mano del Diablo.
Catherine fue la primera en moverse. Sus manos eran rápidas y seguras mientras
suavemente empezaba a desconectar a los hombres de la maquinaria. Ella estaba
susurrando por lo bajo y después de un momento Mac se dio cuenta de que estaba
comprobando una lista de verificación, de modo parecido a como él y sus hombres
comprobaban el equipo justo antes de ir a la batalla.
Por fin los hombres estuvieron desconectados, yaciendo inmóviles como carne en
el mostrador de un carnicero, apenas respiraban. Catherine los miró apenada.
—Nick, Jon, envolvedlos en sábanas. Voy a hacer algo.
Ellos asintieron con la cabeza y empezaron a envolver sábanas alrededor de los
torsos desnudos de sus camaradas caídos. Apenas habían terminado y estaban
levantándolos cuando otra alarma sonó, aguda y más urgente que la anterior.
Catherine corrió de regreso a la habitación.
—¿Qué es esa alarma? —Preguntó Mac.
—He pulsado la alarma de incendios y esa es la señal de evacuación. Todas las
puertas exteriores ahora están abiertas. Vamos.
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* *
Lee salió de la limusina, pensando que podría pasar por la sala de descanso. A
esta hora de la noche, estaría vacía.
Millon trataba bien a sus empleados. Había una máquina Nespresso que hacía un
café divino, había cestas con hojas de té chino y una gran selección de infusiones de
hierbas.
Las sillas eran cómodas y el personal mantenía el lugar muy limpio y ordenado.
Todo en uno, pensó Lee, se merecía una buena taza de té. Revisaría sus notas
mientras tanto y tal vez incluso meditaría. Llegaba temprano.
Tenía ganas de esto, en todos los sentidos. El Paciente Nueve y sus cofrades
habían probado ser los más entrometidos. Considerándolo todo, iba a ser un placer
segar a Nueve y a los otros. Aunque era un científico y no creía en algo tan arbitrario
como la suerte, sentía que el programa seguiría su curso de ritmo normal una vez
que esos hombres estuvieran fuera del camino y él pudiera investigar en más
pacientes ordinarios.
Nueve y sus hombres eran atípicos, en cada sentido de la palabra.
Salió del vehículo y le indicó al conductor que se fuera, observando desaparecer
las luces traseras de la vista.
Lee sabía que los terrenos eran patrullados por agentes de seguridad, pero por el
momento era como si estuviera solo en toda la instalación. Incluso en el estado de
California.
Estaban cerca. Lee podía sentirlo. Una vez que sus atípicos se fueran, estaba
seguro de podría empezar a llevar el programa a una conclusión satisfactoria. Otros
seis meses de pruebas —o más bien teniendo a ese imbécil de Flynn probando el
programa— y estaría preparado.
Por eso, el año siguiente estaría en Beijing como subsecretario del Ministro de
Ciencia. O tal vez del Ministro de Defensa. Un miembro de honor de los altos
consejos de su país, un hombre que había sido fundamental en la formación del
futuro de su país. Un hombre que había sido fiel a su país a través de un largo,
solitario y amargo exilio.
Ah, pero el sabor del triunfo sería de lo más dulce por haber esperado. Aún era
joven, ni siquiera había llegado a los cuarenta. Había entregado la vacuna contra el
cáncer. Los miembros del Politburó estaban recibiendo la mejor atención médica que
el mundo podía ofrecer.
Él podría vivir hasta los ochenta vigorosos años, incluso hasta los noventa. Otros
cuarenta o cincuenta años de poder en la cúspide del país más poderoso del mundo
para mirar hacia delante.
Hizo una inspiración profunda y miró hacia el oeste. Estaba tierra adentro, por
supuesto. Pero cincuenta kilómetros le llevarían hasta el Pacífico. Casi podía sentir
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* *
¡Cristo! Cuatro hombres casi muertos y tres hombres para llevarlos. Nick y Jon ya
estaban desmontando una cama para improvisar una angarilla para ser llevada por
dos hombres, cada uno llevando también a un hombre. Iba a ser difícil e iban a ser
presa fácil, pero no era cuestión de dejar a sus compañeros detrás. No iban a morir
como ratas en un laboratorio.
Catherine se quedó quieta durante un segundo con el ceño fruncido, claramente
desconcertada por algo y Mac casi se puso de rodillas en una explosión de amor por
ella. Cualquier otra mujer en el mundo estaría gritando de pánico o corriendo por
todas partes utilizando su energía en cosas inútiles, pero no su mujer. No, ella
estaba pensando.
—Mac —dijo urgentemente—, necesitamos llevar a estos hombres a un punto de
salida. ¿Podéis llevarlos unos quinientos metros?
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bola de tela, la abrió y la puso rápidamente sobre el Capitán y sus compañeros. Una
manta refractaria. No era perfecto pero les debería proteger de las imágenes
infrarrojas.
—Jon, coge el volante, Nick cubre la parte posterior. —Ordenó Mac y tomaron un
perímetro defensivo. Nick y Mac estaban espalda contra espalda. Mac estaba de
cara al frente, detrás Jon y Catherine.
Jon encendió el cochecito y rodaron por el pasillo.
La alarma cambió de nuevo de tono, mucho más alto y estridente.
—Segundo aviso de evacuación —dijo Catherine.
Eso era una buena noticia. Más confusión, gente legitimada corriendo por ahí. Los
guardas de seguridad dudarían antes de disparar. Mac y sus hombres no. Después
de ver al Capitán y al resto de sus compañeros, cualquiera de esta instalación era un
blanco legítimo y se dispararía al verlo.
Otra intersección. Catherine se inclinó hacia Jon y murmuró algo. Jon no aminoró
la velocidad pero giró hacia la izquierda. A lo lejos había una larga rampa y en la
parte superior un conjunto de grandes puertas metálicas dobles.
—¡Jon! —Gritó Mac—. ¿Puedes hacer que esta mierda vaya más rápido?
—Solo hay una manera de saberlo —dijo Jon sombríamente, incrementando
gradualmente la velocidad. Mientras el cochecito hacía la transición desde el
corredor horizontal hasta el principio de la rampa, las puertas empezaron a abrirse.
Vieron el aterciopelado cielo nocturno.
—Visión nocturna, chicos —dijo Mac, mientras conectaba la suya. El enemigo
también podía tener visión nocturna. No importaba. Mac sentía sus ánimos elevarse
mientras rodaban hacia la noche. Atrapados en un edificio con el que no estaban
familiarizados, él se sentía arrinconado, pero ahora estaban en el mismo terreno y
por muchos guardias que Millon empleara y fuera capaz de desplegar, no eran
rivales para él y sus hombres.
Podrían enfrentarse a cien. ¿Y para defender a Catherine? A más de mil.
—Nick —dijo suavemente.
Nick saltó fuera del carro y empezó a correr. Mac se puso de lado, cubriendo unos
ciento ochenta grados del campo de tiro, luego se giró. Jon estaba conduciendo con
una mano, en la otra llevaba su arma.
—¿Mac? —Catherine giró la cara hacia él. Él no se atrevió a mirarla directamente
pero tenía buena visión periférica y podía ver palidecer su hermosa cara, parecía
preocupada.
—No te preocupes, cariño. Nick va a proporcionar distracción en el otro lado del
edificio. Nos alcanzará.
—De acuerdo. —Su cara se despejó y volvió la vista al frente.
Ella confiaba en él. Confiaba en ellos.
No iba a decepcionarla.
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Las luces estaban por toda la instalación, brillantes focos iluminaban partes del
suelo como si fuera de día, dejando conos de oscuridad. Las luces habían sido
diseñadas por arquitectos, no obstante, para embellecer no por seguridad. Si Mac
hubiera diseñado el sistema de luces se habría asegurado que todo el lugar
estuviera iluminado como un maldito árbol de Navidad en una emergencia.
Jon y él estaban preparados, pero Catherine se encogió ante el sonido de una
enorme explosión. No podían ver el fuego y la destrucción, solo vieron el humo
ondulando sobre los tejados, pero por el ruido y la medida de la nube, Nick había
hecho un buen trabajo.
Jon estaba conduciendo a máxima velocidad. No rápido pero más rápidamente de
lo que podrían haber corrido llevando el peso muerto de los heridos. Rebotaron
sobre un montículo, aterrizando con un ruido sordo. El Capitán se agitó, abrió los
ojos y después los cerró.
La visión nocturna mostraba todo un llano campo verde pero Mac conocía las
distancias, sabía que la barrera de microondas estaba a cien metros del exterior.
Podía ver a Nick a cincuenta metros a su derecha corriendo a tope, dirigiéndose
derecho hacia la barrera de microondas.
Había hombres corriendo en la distancia, pero hacia la explosión, sin prestarles
atención a ellos. En algún lugar, un guardia estaba observándoles en su campo de
infrarrojos, pero tan lejos que información todavía no lo había filtrado.
Mac tocó su auricular.
—Granada —dijo—. Catherine cúbrete la cabeza.
Ella se inclinó hacia delante con los brazos sobre la cabeza.
—Sí —Nick no sonaba sin aliento. Todos ellos seguían con la preparación en el
exilio. En todo caso habían intensificado su entrenamiento diario. Tener a todo el
gobierno de los Estados Unidos y a los militares cazándote te mantenía alerta—.
Ahora.
El brazo de Nick se elevó, lanzando una granada precisamente a donde el
cochecito se dirigía. Detonó al impactar, arrancando seis de los vasos,
interrumpiendo la transmisión de los rayos de microondas.
Nubes de tierra se elevaron sobre el cochecito junto con fragmentos de la dura
cerámica. Todo rebotó sobre sus trajes y la manta refractaria sin causar daños.
Jon condujo directamente a través de lo que una vez había sido una mortífera
cerca de microondas, el cochecito rebotó fuertemente por el terreno desigual. La
manta de camuflaje se soltó, se elevó, voló lejos.
¡Mierda! Ahora eran visibles para los guardias con escáneres.
Un grito y cinco hombres salieron y empezaron a correr hacia ellos.
—¡Pillados! —Gritó Jon, mirando por el retrovisor del lado del carro—. ¡Agarraos
fuerte!
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* *
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—Sí señor.
A pesar del alboroto de las sirenas, Lee hizo despacio el descenso al Nivel 4. El
edificio estaba desierto, el protocolo de evacuación había sido seguido al pie de la
letra.
En la entrada del Nivel 4, las sirenas cesaron repentinamente. Seguridad estaría
haciendo un barrido de las plantas superiores, recogiendo pruebas, interrogando a
los empleados del turno de noche. No bajarían allí; el Nivel 4 era secreto.
Lee caminó a la entrada de la puerta donde los Pacientes Veintisiete, Veintiocho y
Veintinueve habían estado. Habían estado en coma, y ahora habían desaparecido.
Ninguna persona podía llevarse cuatro hombres.
Así que esto había sido un asalto organizado. ¿Podía haberlo organizado
Catherine Young?
Nada de lo que él sabía de ella sugería que pudiera hacer algo así. Era una
investigadora brillante, una gran científica, pero no era una líder. Su personalidad era
tranquila y retraída. Pero el hecho era que había desaparecido y que su laboratorio
había sido asaltado.
Si Catherine tenía algo que ver con esto, iba a cazarla aunque fuera en el fin del
mundo.
Mientras tanto, no iba a detenerse. De hecho, había encontrado algo muy
interesante en el escaneo cerebral de Young.
Algo que podía utilizar, algo que podía desarrollar.
Esto era un contratiempo, nada más.
Nueve y el resto de pacientes estaban muy cercanos a la muerte. Le habían
privado de su tejido cerebral, eso era todo.
Sin embargo, se estaba acercando a meta.
Nadie podría detenerle.
* *
—¡No! —gritó Mac, puro pánico hormigueaba por su cuerpo. Un terror y un miedo
cegador y paralizante.
Se puso de rodillas, acercando a Catherine a él. Ella estaba completamente floja
con la mirada vacía de la muerte.
¡No!
—¡Un botiquín! —gritó justo cuando Nick lo metía entre sus manos.
Mientras se apresuraba para encontrar las placas desfibriladoras, conectarlas a la
pequeña batería, desabrochar el cierre de seguridad del chaleco antibalas de
Catherine, abrir la camisa de debajo y pegar las placas en su blanca, blanca piel,
ignoró por completo el hecho de que tocarla era como tocar algo inerte... muerto.
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¡No!
Cada vez que había tocado a Catherine su piel le había cantado. La vida pulsaba
en ella, tocarla era como tocar la vida misma. Calidez y energía viajaban a través de
él al mínimo contacto. Podía sentir su corazón palpitando, la espiral de emociones
que era Catherine, la dulzura y la luz que eran únicas en ella.
Tocarla había sido pura magia, siempre, un toque que le devolvía a la vida
también.
No como ahora, donde no había nada bajo sus dedos excepto un vacío frío.
Encendió el interruptor con dedos sudorosos. La espalda de ella se arqueó por un
segundo en el que pensó ¡Está volviendo conmigo! Pero era nada. Era la corriente
eléctrica recorriendo sus músculos, contrayéndolos artificialmente. Presionó la
corriente otra vez y la espalda de ella volvió a arquearse nuevamente, alto, para caer
hacia atrás sin vida.
Había un fuerte ruido en la cabina y le llevó un momento comprender que era él,
gritándole ¡vive, maldita sea, vive!
Otra descarga y ella volvió a arquearse y caer hacia atrás. Mac puso sus manos
sobre el pecho de Catherine, algo que había hecho cientos de veces en los días
pasados y todas las veces había sido como si la piel de ella lo besara. Calidez y
bienvenida se deslizaba dentro de él en latidos de miel y se había hecho adicto a
ese sentimiento. Siempre, siempre... excepto ahora.
Ahora no había nada bajo sus manos excepto vacío.
¡No!
No sabía si había gritado en voz alta o sólo en su mente. No importaba. Arrancó
las pegatinas y empezó con la estimulación de su corazón manualmente, la piel
seguía sin vida bajo sus manos pero no le importó porque iba a traerla de vuelta a la
vida él mismo, iba a vivir a través de sus manos al igual que él vivía a través de las
de ella.
La mano izquierda sobre el pecho de ella, la palma de la mano derecha sobre el
dorso de la izquierda, presionando al menos cinco centímetros de profundidad, cien
compresiones por minuto. Su entrenamiento se notaba y golpeaba el pecho de
Catherine con fuerza, rítmicamente, sin cesar, contando las compresiones como un
canto, una y otra vez. El sudor se deslizaba por su pecho y sus manos, blancas por
la presión, y no podía rendirse, no podía rendirse...
—Jefe. —Nick le había puesto una mano en el hombro—. Se ha ido. Lo siento. Vi
el aturdidor. Vi esa maravilla, era verde, lista para matar. Ella recibió la corriente
asesina. Lo siento, jefe.
Mac no estaba escuchando, apenas podía oírle. Había un ruido en sus oídos, la
interferencia del pánico como la visión túnel y sólo existían sus manos sobre el
corazón de Catherine y el corazón de Catherine en silencio bajo ellas, y nada más
en el mundo entero.
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Recitó los números, en alto, así no tendría que escuchar a Nick. No quería oírle,
no quería escuchar a nadie, no quería nada ni a nadie, todo lo que quería era sentir
el corazón de Catherine latiendo bajo sus manos y se iba a quedar allí cientos de
años si tenía que hacerlo, justo así, deseando que ella volviera a la vida.
Inyectando su propia vida dentro de ella, porque él no podía vivir sin Catherine.
Todo lo que era, todos sus pensamientos, sueños y miedos, estaban todos allí entre
sus manos, sus manos que seguían haciendo latir su corazón por ella. Haría eso. Lo
haría para siempre, su corazón latiría por el de ella, haría cualquier cosa,
absolutamente cualquier cosa. Todo lo que era, todos sus pensamientos, sus sueños
y miedos, todo estaba allí en sus manos, sus manos estaba bombeando su corazón
por ella. Haría eso. Lo haría para siempre, su corazón latiría por el de ella, haría
cualquier cosa, cualquier cosa, lo que fuera...
Las lágrimas se mezclaban con el sudor y caían sobre el pecho de Catherine. Le
escocían los ojos pero no se le ocurría secárselos, ni la frente tampoco, porque
Catherine necesitaba sus manos, le necesitaba a él para que su corazón latiera.
—Jefe…
Nick habló de nuevo, había una nota de pena en su voz.
Mac se encogió de hombros para sacudirse la mano. Lo habría ahuyentado de
haber podido, pero no podía dejar a Catherine, ni por un instante porque él era ella.
Tenía las manos profundamente dentro de ella, bajo su piel, a través de los huesos y
los músculos, buscando su corazón, bombeando calor en su interior…
Sus manos agarraban su corazón, lo exprimía directamente de alguna manera, a
pesar de que seguía comprimiendo su pecho a 100 pulsaciones por minuto, estable,
estable... y más adelante, tocaba su corazón, lo tocaba con todo su ser, y si hubiera
podido le habría dado su propia vida pero no podía, sólo podía trabajar con sus
manos sobre el pecho de ella, 100 compresiones por minuto.
Cantaba, trabajaba y sudaba, frenético y aterrorizado.
—TELL quince minutos —anunció Jon, pero Mac no escuchaba.
No quería escuchar. Quería quedarse allí para siempre con las palmas de las
manos sobre el corazón de su amada, porque mientras las tuviera allí no tendría que
dejarla marchar, no tendría que despedirse...
—Mac... —dijo Nick en voz baja. Era la primera vez que Nick le llamaba por su
nombre. Mac lo miró y vio lágrimas en los ojos de Nick. No sabía que Nick podía
llorar.
—Ha muerto —susurró.
¡No!
No, no dejaría que ella... se fuera. Su mente rehuía pensar incluso en la
palabra muerta. Porque Catherine no podía estar muerta. Nada tendría ningún
sentido en todo el mundo si ella estaba muerta. Ella era en sí misma vida y disfrute y
ese corazón suyo, ese mágico corazón suyo...
Estaba latiendo.
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¿Estaba alucinando? No podía sentir nada más bajo las palmas de las manos que
ese otro sentido, ese que le permitía sentir, tocar su corazón con su mano fantasma
y sentir la pulsación, una fuerte sacudida eléctrica.
La espalda de Catherine se arqueó de nuevo como si estuviera bajo las placas
pero no había placas. Ella se arqueó, tosió y volvió la cabeza.
—¡Jodido Cristo bendito! —aulló Nick, retrocediendo y levantando las manos.
—¿Qué? —gritó Jon desde la cabina.
Nick estaba blanco.
—Ella está... Catherine está...
—¡Viva! —gritó Mac.
La levantó y la tomó entre sus brazos, estrechándola fuertemente y
llorando, sollozos grandes y salvajes, llorando con tanta fuerza que no podía respirar
pero no necesitaba aire, todo lo que necesitaba era a Catherine, viva de nuevo entre
sus brazos.
Algo rozó su cicatriz. Era la mano de ella. Su mano. Que le acarició una vez, y
cayó débilmente.
—Mac —le susurró ella, su voz era apenas audible sobre los desgarrados sonidos
que procedían del pecho de Mac—. Te quiero.
—¡Oh Dios! —Tenía tal nudo en la garganta que no podía hablar, no le salían las
palabras. Yo también te quiero, gritó en su mente, pero ella no podía oírle.
Se dejó caer entre sus brazos desmayada.
Así se dirigieron hacia Haven, con Catherine estrechamente apretada entre sus
brazos, con sus manos sobre su espalda, sintiendo como le latía el corazón. Su
precioso, precioso corazón. Latiendo.
—¿Has comido? —le preguntó Mac ansioso, cerrando la puerta tras de sí.
Caminó a través de la habitación y se sentó en la mesa frente a ella.
Catherine debía haberle preguntado a él si había comido. Había perdido un
montón de peso en los días pasados. Al menos eso era lo que le parecía a
Catherine. Había estado en coma diez días y se había despertado hacía solo cuatro
días. Pat y Salvatore la habían mantenido hidratada, había tenido conectada una
sonda de alimentación y un gotero de glucosa, así que cuando abrió los ojos, se
había sentido… refrescada. Como si hubiera dormido por mucho, mucho tiempo y
ahora despertara.
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Mac parecía una ruina humana. Estaba sentado a su lado cuando sus ojos se
abrieron y más tarde Stella le había dicho que él había dejado su lado solo para ir al
baño durante los diez días enteros.
No se había afeitado y apenas había comido y seguramente tampoco se había
duchado en esos diez días.
Cuando ella abrió los ojos y vio su rostro, con una barba que empezaba a
convertirse una tupida de hombre-de-montaña, los ojos enrojecidos, nuevos huecos
bajo sus mejillas y nuevas arrugas, sonrió, luego arrugó el ceño ante las grandes y
gruesas lágrimas que le caían a ambos lados de la cara. Él las ignoró por completo y
simplemente le sonrió y le dijo:
—Has vuelto —en una voz que se quebró.
Eso había roto su corazón abriéndolo de par en par y no se había cerrado desde
entonces.
Catherine había recuperado sus fuerzas rápidamente, no gracias a Mac, que
estaba en contra de que hiciera cualquier cosa más extenuante que levantar el
tenedor a la boca.
Estaba en su habitación y se había terminado alguno de los alimentos de Stella
que habían llegado en cantidades industriales. Habían llamado a Mac porque en los
días que había estado fuera de servicio habían sucedido muchas cosas. Al principio,
Catherine se lo había tenido que quitar de encima con palanca y grúa, pero
lentamente lo convencieron de que ella no iba a morir si él desaparecía durante una
hora o dos.
El punto era que ella se sentía genial.
Ella sabía, racionalmente, que había recibido una descarga letal y que su corazón
se había detenido. Sin embargo no podía recordar nada de ello. Lo último que
recordaba era que corrían al helo con cuatro hombres muy enfermos a la espalda,
que después se subieron y luego nada hasta que se despertó en la enfermería de
Haven.
Pero eso era un conocimiento teórico, no era un conocimiento que ella contuviera
en su corazón o en su cuerpo. Se sentía un poco débil y con la cabeza un poco
ligera pero eso era todo.
En este instante sentía algo más. Era demasiado pronto para decirlo y no había
test de embarazo en Haven, pero había un brillo inconfundible en su interior. Una
burbuja escondida de luz y alegría y los más débiles tentáculos de la vida. Le hacían
vibrar de placer.
Mac la miró entrecerrando los ojos.
—¿La comida está bien?
—Fabulosa —puso el plato frente a él—. Pruébala. Necesitas coger peso. Estás
horrible.
Él hizo un gesto de dolor.
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—Nunca he sido guapo, cariño. Si eso es lo que quieres, estás con el chico
equivocado. Sin embargo, si encuentras a ese chico le partiré su bonita cara a palos
por lo que más te vale seguir conmigo.
Ella sonrió.
—Come.
Y él comió. Era la primera vez que ella lo veía comer con apetito desde que había
despertado. Se sentía bien. Él se sentía bien, ella lo sabía. Podía sentir que él se
sentía bien.
—¿Cómo está el capitán? ¿Y los hombres?
—Ellos están... estables. Pat y Salvatore dicen que se recuperarán con el tiempo,
pero será mucho y con mucha rehabilitación. Stella está cuidando especialmente al
Capitán. En algún momento seremos capaces de ponerle al tanto y decidiremos qué
hacer.
Eso hizo que ella se espabilara.
—Querréis limpiar vuestros nombres. Te tendieron una trampa. Podrás salir a la
luz pública cuando el Capitán testifique.
Él dejó de sonreír.
—Sí. En algún momento limpiaremos nuestros nombres. Con el Capitán y el resto
de hombres aquí, sin embargo parece menos prioritario. Llegaron cinco personas
nuevas a Haven la última semana. Tenemos que mejorar el sistema de agua y Jon
tiene planes para un centro comunitario. Creemos... —Respiró profundamente y la
miró a los ojos—.Creemos que nuestro lugar está aquí. Pero no puedo tomar
decisiones por ti. Eres una científica con un billón de títulos. No creo que pueda
pedirte que renuncies a tu carrera de investigación para que te quedes con unos
proscritos en un campamento de alta tecnología fuera de la ley. Así que di la palabra
y empezaremos a pedir a las autoridades de los Estados Unidos una revocación de
nuestra condena en rebeldía.
Catherine estaba horrorizada.
—¡Oh, no!
Extendió la mano hacia la de él que se la estrechó inmediatamente. Esa conexión
instantánea, calidez y amor, sus dos manos unidas. El talento de ella, su don, se
estaba fortaleciendo como si el tiempo que pasaba en Haven, la hubiera llevado a
una nueva velocidad. Pero no había nada como lo que compartía con Mac y con
nadie más. Su vínculo era fuerte y profundo y... ¿a tres bandas?
—No quiero que hagas nada por el estilo. Estamos construyendo algo aquí. Algo
importante. No puedo decirte por qué, pero lo creo con todo mi ser. Lo que está
pasando aquí no debe ser perturbado o roto. ¿No puedes sentirlo también?
La comisura de la boca de Mac se elevó.
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Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
—No siento mucho más que cansancio durante estos días, pero sí —él soltó un
suspiro—. Quiero que nos quedemos aquí y sigamos construyendo... lo que sea que
estemos construyendo. Y quiero que lo hagamos juntos.
—Sé de algo más que quiero que hagamos.
Catherine se deslizó de su asiento, rodeó la mesa y se sentó en el regazo de
Mac. Los ojos de él se abrieron con sorpresa pero sus brazos la rodearon
cuidadosamente.
Él había andado a su alrededor de puntillas desde que había despertado. La
había tratado como una muñeca de porcelana, como algo que podía romperse si la
abrazaba demasiado fuerte. Apenas la había besado desde que había vuelto de la
muerte. Si ella no le hubiera conocido, habría pensado que había perdido su interés
en ella. Pero no. Él se cernía sobre ella constantemente, alimentándola, paseando
con ella adonde fuera y la habría lavado si ella no se hubiera opuesto
enérgicamente.
Una cosa que él no había hecho era hacerle el amor y ella sentía esa ausencia
como un trozo de cristal cortando una arteria.
Él la abrazaba holgadamente. No como un amante, sino como alguien que espera
coger a uno que se cae.
Ella puso su nariz contra la piel de la nuca de él e inhaló. Le echaba tanto de
menos.
—Hazme el amor —susurró ella, y le mordió la oreja suavemente.
Él saltó. Ella se echó atrás para mirarlo a la cara. Parecía alarmado.
—¿Crees… qué dirá Pat?
—No necesito el permiso de Pat para hacerte el amor —ella inhaló de nuevo,
frotando sus pechos contra el de él—. Y respondiendo a tus preguntas, sí, creo que
puedo y sí creo que deberíamos.
—¡Oh, Dios! —Mac tembló, cerró los ojos y puso la frente sobre la de ella—. Creo
que aún sigo en estado de shock. Cuando creí que habías muerto…
Se estremeció de nuevo.
—Bueno, no estoy muerta. —Catherine le mordisqueó la piel de la mandíbula,
recorriendo la barbilla. Sabía que él sentía la humedad de su aliento sobre su boca.
Tan cerca...
—Hombre. Sexo. —Mac sacudió la cabeza—. Ni siquiera sé si podré. Creo que
soy impotente. Me parece que todas mis hormonas han sido eliminadas de mi
cuerpo. No lo pensé en ese momento, pero habría hecho voto de castidad sólo para
hacer que tu corazón latiera de nuevo.
—Pero no lo hiciste. —Probó ligeramente su boca—. Nick y Jon me lo habrían
dicho. Y de todas formas, votos como ese bajo esa presión no cuentan. ¿Y para que
conste? —Ella deslizó la mano sobre su pecho, sobre su vientre duro, dentro de sus
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pantalones, y sí. Ya estaba duro—. Y para que conste, no creo que te hayas
convertido en impotente del todo.
Ante sus palabras, su pene se hinchó y movió en la mano de Catherine, y Mac se
rio.
—Estás en minoría, Tom McEnroe. Ella y yo contra ti. Dos contra uno. —Lo besó
en la comisura y él le devolvió el beso ligeramente—. Y puesto que convertiste en un
gran asunto que Haven tuviera una democracia y eso, creo que deberías ir con el
voto de la mayoría.
—Humm.
Ella sonrió contra su boca. Cuando él se quedó sin palabras, fue todo de ella.
—Arriba.
Se puso de pie y él le bajó los pantalones del pijama y las bragas. Él se levantó
un poco y se quitó los pantalones. Iba en plan comando como hacían la mayoría de
los soldados de las Fuerzas Especiales. Ella recordó su sorpresa cuando él se lo
contó. Nos salva de que se nos pudra la entrepierna le dijo él, cualquiera que fuera
su significado.
Pero ahora estaba agradecida porque él saltaba libre, completamente erecto y
descansaba contra su vientre.
Ah, esto. Lo había ansiado tanto. El calor, la cercanía, el puro placer que
desprendía. Estaba besándola más profundamente ahora, una mano acercaba su
cabeza hacia él, con la otra le apretaba el trasero, estrechándola contra él.
Después la tocó entre los muslos. Intentaba comprobar si estaba lista para él
porque había pasado de cero a mil en unos segundos. Mac se sentía caliente y duro
como un palo contra su estómago. Sus dedos le dijeron que estaba lista. Ella pasó
de cero a mil también, todo su ser estaba concentrado estrechamente en donde él
estaba tocándola, oh, tan cuidadosamente.
Ella no quería delicadezas.
No había muerto. Contra todo pronóstico, no había muerto. Nick le había dicho
unos días después de despertar, que Mac se había negado a dejar que muriera y
aquí estaba. Joven, sana y enamorada.
Viva.
Un dedo enorme se introdujo en ella que suspiró con deleite. Sus músculos
vaginales se contrajeron alrededor, como si quisieran mantenerlo dentro de ella. Él
deslizaba su mano ligeramente, estaba casi vibrando todo él por el control porque no
quería hacerle daño.
Podía notar tan claramente que no quería lastimarla y lo mucho que le importaba.
En cada caricia, en cada beso. Y más, allí, bajo su piel donde sólo ella podía tocarle
y alcanzarlo.
Catherine levantó la cabeza de su beso y lo miró desde arriba, miró la cara
amada. En algún nivel sabía que él no era guapo. Tenía cicatrices, su piel estaba
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Ghost Ops 1
salpicada de viejas cicatrices de acné. Su nariz se había roto unas cuantas veces y
estaba aplastada contra su cara.
Pero ella no veía eso, ella lo veía a él, lo que era debajo de la piel. En ese lugar
que sólo ella podía ver.
Y él era tan hermoso.
—Ahora, Mac —susurró ella.
—Ahora —repitió él, mirándola a los ojos mientras la subía sobre él, situándola en
una posición que le permitía deslizarse profundamente sobre él. Profundo. Más
profundamente. Hasta que llegó tan dentro de ella que no podía imaginarse estar
separados.
Ah, Mac se sentía tan bien. Ella cerró los ojos y los abrió de repente cuando él la
sacudió un poco.
—No —le ordenó—. Mantén los ojos abiertos.
Y ella lo hizo así. La sujetó ligeramente sobre él y empezó a mover sus caderas
arriba y dentro de ella, de forma que ella estaba encima de él, creando con su pelo
un pequeño y oscuro muro alrededor de ellos, preservándolos del resto del mundo
en su pequeño paraíso privado.
Él movió las caderas con fuerza, hacia abajo y luego hacia arriba. Ella jadeó, pero
él sabía que no era de dolor porque estaba tocándola y la conocía. Esto era lo que
ella quería. Esta cercanía, este sentimiento de ser uno en dos cuerpos.
Su pelo se balanceaba mientras ella se balanceaba con sus embestidas. Él la
sujetaba tan apretadamente que ella no podía moverse, pero no lo necesitaba, Mac
lo estaba haciendo todo y además perfectamente. Él fue despacio al principio,
dejando que ella se acostumbrara a él de nuevo, pero luego sintió, supo, que podía
acelerar.
Las embestidas se volvieron más duras y rápidas, y el calor se extendió de la
ingle hacia todo el cuerpo. Ella quería cerrar los ojos pero no podía. No podía
apartar su mirada de él mientras sus rasgos tensos se empezaban a endurecer.
Él estaba bombeando fuerte ahora, las articulaciones de la mecedora chirriaban, y
el calor crecía, y crecía y crecía…
El cuerpo entero de Catherine se contrajo y se liberó mientras elevaba
ligeramente las rodillas, con la cabeza echada hacia atrás, convulsionando en olas
de calor que la empujaban al borde del dolor.
Eso llevó al borde a Mac también, mientras él le daba una última embestida que
sacudió su cuerpo y llegaba con un interminable chorro de líquido caliente, que
vertió en su cuerpo con un grito áspero.
Se dejó caer contra él, húmeda, enrojecida y feliz. Juntos.
Se quedaron sentados en silencio, con la cabeza apoyada en su hombro, en sus
brazos, él todavía medio duro en su interior.
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Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
San Francisco
Arka Laboratories
La policía local ha llevado a cabo extensos análisis forenses en la escena del robo
en las instalaciones de Millon. Las armas son militares pero no se han encontrado en
ninguna base de datos militar. No hay huellas dactilares ni se encontró ADN. Las
cámaras de video fueron desactivadas y se han tomado medidas para asegurar que
no vuelva a ocurrir de nuevo. La compañía de seguridad ha sido despedida y una
nueva, una compañía de muy buena reputación dirigida por el ex general, Clancy
Flynn, ha sido contratada.
Se ha hecho un inventario exhaustivo, pero parece que nada ha sido robado del
laboratorio. El sistema informático está intacto. Es mi opinión que el robo no tuvo
éxito y ha demostrado ser nada más que un acicate para aumentar la seguridad.
Lee terminó el informe y lo envió a la Junta de Arka donde los viejos que
formaban parte de la misma tendrían jefes de oficina que se lo leerían y firmarían sin
leerlo.
Lee tenía una nueva e interesante vía de investigación. Arka había desarrollado
una miniatura, una resonancia magnética portátil que podía escanear cerebros sin
que el paciente lo supiera. Podía ser utilizado en el campo y sus asistentes ya lo
estaba utilizando subrepticiamente sobre gente en movimiento en teatros, bibliotecas
y polideportivos.
Habían mostrado cosas interesantes.
Pero lo más interesante era un papel que nadie había podido leer, porque Lee lo
había leído antes de que pudiera ser publicado y el investigador había tenido un
accidente.
Lee le había dado al investigador, que trabajaba en el hospital psiquiátrico, un
prototipo para que lo utilizara con los enfermos mentales. Pero había algunos
pacientes que el investigador consideraba cuerdos, pero con talentos inusuales.
Había escrito un dossier extenso sobre esos pacientes, tan extenso que Lee estaba
convencido de que podían hacer lo que el investigador decía que podían.
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Lisa Marie Rice
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Ghost Ops 1
Fin
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