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“El Estado como problema y como solución”. En: Juan Quintar/ Carlos Gabetta
(compiladores): Pensar la Nación. Conferencias del Bicentenario. Buenos Aires,
Capital Intelectual, 2010. Incluido en Luis Alberto Romero: “La nación y el
estado”. En: Dos siglos después: Los caminos de la Revolución. Rosario,
Prohistoria Ediciones, 2010.
En el conjunto de reflexiones a las que invita el Bicentenario, el tema del estado es
central y en un cierto sentido prioritario, pues sus instituciones, agencias y
burocracia conforman un instrumento que define posibilidades y límites para la
acción de los gobiernos. Me ocuparé especialmente de una cuestión que juzgo
central: la manera como se relaciona con los intereses sociales organizados, a los
que genéricamente llamaré corporaciones.
1.
Entre 1810 y 1880 la tarea esencial de lo que sería la comunidad argentina fue la
organización del estado: quienes integrarían el país y cuáles serían las bases
mínimas de su organización institucional. La fragmentación política de 1810 dejó en
pie, como unidades mínimas, a las provincias constituidas en torno de ciudades.
Esos estados provinciales fueron durante mucho tiempo los únicos poderes
realmente existentes. Por encima de ellos había una aspiración: integrar todas
juntas un estado que habría de ser también una nación. Hacia esa aspiración se
marchó de manera zigzagueante, por el doble camino de las guerras, los pactos y
los esbozos de organización.
Gradualmente se definió que territorios integrarían ese estado. Para los
protagonistas, el gran conflicto estaba por entonces en la forma de organización
institucional y política. Lo representativo sólo generaría cuestionamientos en el
futuro. La cuestión principal estaba por entonces en elegir entre un régimen de
unidad y centralización, que beneficiaba a Buenos Aires, o un régimen federal, que
daría pie a una discusión más pareja entre las diferentes provincias.
La Constitución del 1853 sentó las bases institucionales del nuevo estado. Pero solo
fue un hito en un camino que solo concluiría en 1880. Antes de eso, la Guerra del
Paraguay y la insurrección de varias de las provincias colocó ante una situación
límite al nuevo estado, y solo en 1880 pudo decirse que el estado estaba parado
sobre sus pies, con sus instituciones básicas diseñadas y su poder reconocido.
2.
Desde mediados del siglo XIX se fueron construyendo las instituciones básicas del
estado: las leyes, los códigos, las agencias y la burocracia, como en el ejército, el
correo o el sistema fiscal y rentístico. Esta construcción estatal acompañó y orientó
la formación de un país nuevo, en un proceso bien conocidos. Aunque la “mano
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invisible” hizo su parte en la gran transformación, hubo una importante acción del
estado en cada una de las cuestiones: ocupación militar del territorio, reparto de
las tierras fiscales, fomento y garantía de las inversiones o constitución del sistema
monetario. Agreguemos a esto dos políticas de estado decisivas para la
conformación de la nueva sociedad: el sistema de educación pública y todo lo
hecho desde el estado por la nacionalización de la sociedad.
Fueron decisiones políticas, que dentro de lo posible, dieron al proceso una cierta
orientación. Durante un lapso prolongado el estado pudo incidir en una sociedad
en construcción, magmática y maleable. Marchó por delante de ella y pudo
desarrollar los proyectos elaborados por sus dirigentes. Un análisis pormenorizado
encontrará tempranamente indicios de resistencias y de sesgos impuestos a sus
planes. Pero en conjunto, el estado pudo practicar una suerte de ingeniería social.
Fue el fruto de un consenso surgido de intensos debates, muchas veces no
saldados para sus protagonistas, pero que decantaron en propuestas acordadas.
Desde comienzos del siglo XX las cosas comenzaron a cambiar. A medida que la
sociedad se asentaba, se hizo más diversificada y compleja, y en cada lugar los
intereses, cada vez más específicos, comenzaron a organizarse y a reclamar. Por
ejemplo, el interés de los trabajadores, o el de los distintos sectores del mundo
rural pampeano, y también otros más específicos y menos espectaculares, como el
de los médicos. En torno de cada interés se fue definiendo una organización que,
genéricamente, denomino corporación.
En este contexto de especificación y deslinde, todas las corporaciones apelaron al
estado para regular o arbitrar, y para fijar los marcos legales de los conflictos.
También, para obtener beneficios especiales. Desde 1912, la democracia política
abrió una puerta para quienes estaban fuera de las corporaciones. Por entonces,
había terminado la época de la ingeniería social pura. Desde la Primera Guerra las
finanzas públicas se convirtieron en un problema difícil; en 1917 estalló una aguda
crisis social, y en general, las agencias gubernamentales y la legislación resultaron
insuficientes para los complejos problemas a atender.
3.
Desde 1930 el estado comenzó a desplegar su potencia. La crisis de 1929, la
Segunda Guerra Mundial y el vasto proceso de “nacionalización de las masas”, que
culminó en los años cincuenta constituyeron el desafío, al que las elites políticas
respondieron con una expansión de las capacidades estatales.
En la década de 1930 el despliegue fue notable. Se solucionó la cuestión del
financiamiento estatal y se construyeron los mecanismos para controlar las
grandes variables. El estado encaró grandes proyectos públicos, y la burocracia
estatal se consolidó, con la participación de economistas, ingenieros y militares. La
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potenciación del estado se completó durante la década peronista, en dos sentidos
no fácilmente compatibles: hacia la autarquía económica y la planificación, y hacia
la distribución y la justicia social.
Por otra parte, el estado avanzó en el terreno de la institucionalización de las
negociaciones corporativas. En los 30 lo hizo con el Tratado Roca Runciman, la
creación de las Juntas Reguladoras, y menos explícitamente, en la negociación con
la Iglesia, y con el ejército, que incursionó sobre áreas del estado. No se avanzó
mucho en cambio en la gran cuestión del conflicto industrial y sindical, cuestión
que se resolvió con Perón. La ley estableció el régimen de personería gremial, es
decir una franquicia para la representación, asignada por el estado a un único
sindicato nacional por rama de industria. Era una gran franquicia.
Por otro lado se estableció el sistema convenciones colectivas, entre la
representación sindical, la patronal y el estado. En la negociación, el estado
peronista asumió la responsabilidad de la conciliación de los intereses. Pero se
trató de un estado confundido con el movimiento peronista. Hubo en esos años un
doble movimiento: la peronización de las corporaciones e instituciones y su
instalación en el estado, como ocurrió con los sindicatos. La “comunidad
organizada” sostenida por Perón -una combinación de tomismo, nacionalismo
estatal y principio de líder- integraba idealmente ambas dimensiones.
4.
En los años posteriores a 1955 el estado siguió expandiendo sus funciones y
adquirió instrumentos para decidir sobre la fortuna de las corporaciones. Por una
parte, la política desarrollista expandió la concesión de franquicias: exenciones
impositivas, regímenes tarifarios, protección de mercados y otros subsidios. Por
otra, el ciclo trienal del stop and go les dio a los gobiernos de turno, usualmente
débiles, una gran capacidad para la traslación de ingresos, y colocó al estado en el
centro de la intensa puja distributiva.
El mismo contexto de debilidad de los gobiernos facilitó la instalación de
funcionarios ligados a las corporaciones en la burocracia del estado. Fue normal la
presencia de abogados laboralistas vinculados a los sindicatos en el ministerio de
Trabajo, de hombres de la Sociedad Rural en el de Agricultura, de la Confederación
Médica en Salud o de la Iglesia en Educación. Estas “burocracias bifrontes” jugaron
más bien en el sentido de defender dentro del estado los intereses de las
corporaciones que el estado supuestamente debía controlar. Así, en el ciclo de la
puja corporativa, que el ciclo aceleraba, el estado fue perdiendo su iniciativa y su
unidad de criterio y resultó, más bien, el botín de quienes protagonizaban en torno
suyo un duro combate.
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Por esa vía, los privilegios se convirtieron en prebendas, como ocurrió, en la década
del setenta, con la constitución de ALUAR o la sanción de la ley de Obras Sociales.
Esta combinación de estado potente y lucha corporativa se manifestó durante la
última presidencia de Perón. Su intento de fortalecer el estado y encuadrar dentro
del Pacto Social la puja corporativa fracasó estrepitosamente y fue uno de los
elementos principales de la crisis que culminó en 1976.
5.
Desde 1976 el estado se encuentra en el centro del debate. De instrumento,
potente o condicionado, se ha convertido en un problema. Desde 1976 se
encuentra atrapado por una pinza: las ideas neoliberales de reforma y ajuste, que
en su versión local han significado la destrucción de las agencias estatales y la
reducción de su acción, y por otro lado la acción, cada vez menos limitada, de los
grupos de prebendados depredadores.
Ese doble proceso comenzó durante los años de la dictadura militar. La víctima fue
el sector industrial, patronal y obrero, y los nuevos beneficiarios el sector
financiero, el de los contratistas y, sobre todo, la corporación militar. El fuerte
endeudamiento externo agregó otro factor al condicionamiento del estado. La
represión clandestina a su vez profundizó el deterioro del principio de
normatividad, tanto en el interior del estado como en la relación entre el estado y
la sociedad.
Los problemas del estado no fueron considerados relevantes en 1983, cuando todo
el esfuerzo se pudo en la construcción democrática. La hiperinflación de 1989 los
trajo al primer plano y creó la coyuntura para el audaz intento de reforma de los
años noventa. Su propósito declarado era racionalizar el estado y además liberar a
la economía de las distorsiones de la injerencia estatal. Sin embargo, creó un nuevo
lote de sectores que recibieron importantes prebendas, algunos tradicionales y
otros nuevos, vinculados a la jefatura política.
Cuando cesó la afluencia financiera mundial, que acompañó el comienzo de esta
transformación, la crisis de 2001 mostró no solo que la sociedad estaba
profundamente afectada por las transformaciones, sino que el estado era tanto o
más débil que antes de la reforma. Su acción ante los problemas de la pobreza se
limita hoy a intervenciones focalizadas y paliativas.
Desde 2003, las políticas gubernamentales declararon revisar los principios
neoliberales. Se discute si las nuevas políticas implican una reconstrucción del
estado y su capacidad de intervención o si, más allá de enfrentar las coyunturas
más críticas, han agravado su debilidad. Lo que sí está claro es que, al amparo de
esas políticas, el grupo de prebendados depredadores ha adquirido una
envergadura desconocida hasta ahora.
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6.
El estado argentino es hoy un problema. Está afectado en sus agencias, en su
burocracia y en su normatividad. También está dañado su prestigio ante la
sociedad, así como el valor socialmente asignado a la norma. Finalmente, es un
estado a merced de los predadores, que existían antes de 1976, pero que desde
entonces no solo se han diversificado sino que han actuado con mucha mayor
libertad.
Esto coloca en un cierto punto las discusiones acerca de qué hacer con el estado.
Hay pocos que, en términos generales, discutan la conveniencia o necesidad de
tener un estado en forma, eficiente, capaz de hacer cumplir la norma y de servir
para que la sociedad piense sobre sí misma. Pero hay muchos que, en su esfera
específica de acción, y sin hacer de ello una teoría, contribuyen a mantenerlo en su
nivel actual o inclusive a avanzar en su deterioro. En algunos ámbitos se discute
sobre la necesidad de políticas de estado o de proyectos nacionales. Pero cualquier
proyecto será vano si no se dispone de la herramienta estatal para ejecutarlo. La
misma posibilidad de pensar nuevos proyectos depende de la existencia de un
estado que alimente la circulación de ideas entre la sociedad civil, los funcionarios
y los dirigentes políticos, aquella en la que Émile Durkheim vio la clave del estado y
de la república.