Brujas

Partiendo de una visión antropológica, la bruja ha acompañado al hombre desde la noche de los tiempos, ha sido una de sus inseparables pesadillas, uno de sus terrores más antiguos. Fue la cultura popular la que cinceló el modelo de la bruja que hoy conocemos, recreando tradiciones arcaicas según los patrones marcados por ciertos códigos éticos y estéticos. El hombre construye a la bruja, siendo su resultado un personaje cuya existencia conlleva unas consecuencias fatales y letales para el hombre (con lo que su existencia como ser real, pero encerrado, le permite al hombre fantasear, sabedor de que podrá seguir dominando el mundo). La bruja es una proyección de quien la crea, es el arquetipo jungiano del ideal colectivo común a todas las culturas, todos los tiempos y todos los hombres.
Si en un principio el Cristianismo rechazó las creencias en estos seres, los siglos XV y XVI asistieron a una salvaje orgía de sangre con el fin de erradicar la brujería en Europa. El tristemente célebre texto de los dominicos Jacob Sprenger y Heinrich Kraemer, el Malleus Maleficarum (1486), sentó las bases para detectar y ejecutar a las brujas y favoreció la identificación de las mujeres con estas servidoras de Satán.
El fanatismo que promovió la caza de brujas tenía como sustrato psicológico un pánico hacia lo femenino. En el Malleus Maleficarum se pueden leer consideraciones hacia la mujer, expresadas en términos de su fetidez, su mortal compañía, o su naturaleza clara y exclusivamente mentirosa. Sobre la mujer calló una lluvia de adjetivos difamadores: carnal, animalesca, irracional, frágil, melancólica, engañosa, impura, peligrosa, interesada, celosa, infiel, caprichosa, testaruda, supersticiosa, etc. En el citado manual se encuentran infinidad de citas que sostienen que la brujería es más natural en las mujeres que en los hombres, a causa de la inherente maldad que sus corazones poseen; se afirma que la mujer es un castigo, un mal necesario, una tentación natural, un peligro doméstico, una maldición de la naturaleza. Este libro, que marca un vínculo directo entre la brujería y la mujer, tuvo un éxito extraordinario.
Con anterioridad, el teólogo y dominico alemán Johannes Nider había escrito un libro llamado comúnmente Formicarius (1435-7), es decir, el hormiguero; cuyo título indica por sí solo el contenido y la intención: millones de malvados animales obrando subterráneamente a los que hay que aplastar. Estructurado en doce capítulos en forma de diálogo entre un teólogo, que es el mismo Nider, y un hombre que pretende empaparse del pensamiento recto en materia de maleficios y publicado varias veces unido al Malleus, en esta obra se afirma que las brujas eran más abundantes que los brujos porque tienen la lengua muy larga.
Cuando se desarrolla el mito de la bruja, la sociedad medieval proyecta su temor hacia la mujer en una imagen maléfica; esa misma mujer sirve de chivo expiatorio portador de todos los efluvios malignos de la sociedad. Queda vigente con mitos como el de Melusina, la mujer serpiente, una hermosa doncella que por las noches se transforma en un monstruo terrorífico que devora a sus pretendientes o el de la medusa, que petrificaba a los hombres con únicamente el poder de su mirada. La asociación entre mujer (Eva) y serpiente (Diablo) —muy frecuente en el pensamiento medieval, pero presente en nuestra cultura cristiana tradicional desde el principio del relato del Génesis—, seres engañosos ambos y, sobre todo, femeninos, puede darnos algunas claves sobre la bruja.
Las brujas son asociadas en diferentes culturas con el ciclo de la vida y la muerte, la destrucción y la noche, que se confunde con el mal y lo desconocido. La bruja es tradicional y esencialmente femenina. En ella se fusionan los conceptos de femineidad y muerte.