Estudios Atacameños.
Arqueología y Antropología Surandinas
Arqueología de la ruptura colonial: mouros, chullpas, gentiles
y abuelos en España, Bolivia y Chile en perspectiva comparada
Archaeology of colonial rupture: mouros, chullpas, gentiles and abuelos
in España, Bolivia and Chile in a compared perspective
Juan Villanueva Criales1, Pablo Alonso González2, Patricia Ayala Rocabado3
Resumen
Este artículo analiza los efectos del colonialismo sobre las maneras en que las poblaciones
subalternizadas plantean relaciones de alteridad con sus ancestros y con los vestigios
arqueológicos de sus entornos. Desde una perspectiva que cuestiona la interpretación
dicotómica y estructural dominante, que concebía estas lógicas de alteridad como producto
de dinámicas comunitarias intrínsecas, este estudio visibiliza el rol central de las relaciones
de poder históricamente específicas en su articulación. Para ello se comparan los casos
del noroeste de la península ibérica, el altiplano boliviano y la región atacameña chilena,
donde existen creencias animistas en mouros, chullpas, gentiles o abuelos, siempre asociados
a vestigios arqueológicos, cuya existencia deriva de lógicas similares. Partiendo del proceso
de despaganización en Europa y la extirpación de idolatrías en América, con la ruptura de
la relación con los ancestros que implicaron, este artículo muestra cómo la modernidad
ilustrada, el nacionalismo y el multiculturalismo contemporáneo han incidido en distintas
configuraciones identitarias y nociones de ancestralidad en cada caso. La arqueología ha
tenido un rol destacado en estos procesos, al subalternizar las construcciones locales de
alteridad e intervenir en su patrimonialización.
Palabras claves: arqueología, colonialismo, ancestros, multiculturalismo, patrimonialización.
Abstract
This paper analyzes the impact of colonialism on the ways in which subaltern populations
establish relations of sameness and otherness with their ancestors and with archaeological
vestiges in their surroundings. From a perspective that questions the dominant dichotomous
and structural interpretation that conceived the logic of otherness as a product of intrinsic
community dynamics, this study reveals the central role of historically specific power
relations in the articulation of identity configurations. This is revealed in the comparative
analysis of the northwest region of the Iberian Peninsula, the Bolivian highlands, and the
Chilean Atacama region. The populations of the three regions present animistic beliefs in
mouros, chullpas, gentiles and abuelos, which they associate with archaeological remains under
a common logic. Starting with the Christian struggle against paganism in Europe and the
extirpation of idolatry in America, this article demonstrates how enlightened modernity,
nationalism and contemporary multiculturalism have led to different configurations of
patterns of identity and alterity, as well as alternative notions of ancestry in each case.
Archaeology has played a prominent role in these processes, subordinating local conceptions
of otherness and partaking in their heritagisation.
Keywords: archaeology, colonialism, ancestors, multiculturalism, heritage.
Recibido: 18 noviembre 2016. Aceptado: 27 septiembre 2017
1
2
3
Museo Nacional de Etnografía y Folklore, La Paz, BOLIVIA.
Email: juan.villanuevacriales@gmail.com
Instituto de Ciencias del Patrimonio (INCIPIT-CSIC), Santiago de Compostela, ESPAÑA.
Email: pabloag10@hotmail.com
Research Associate, Abbe Museum, Bar Harbor, Maine, USA.
Email: patricia.ayala.rocabado@gmail.com
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
Juan Villanueva Criales, Pablo Alonso González y Patricia Ayala Rocabado
Introducción
En medio del debate entre la ciencia natural y la explicación científica del mundo, la tradición cristiana
y su explicación divina del cosmos, y la persistencia
de creencias paganas y animistas sobre la naturaleza
y los seres que la habitan, Robert Boyle hacía un
apasionado llamado en 1690 contra “la veneración
que los hombres generalmente tienen por lo que
llaman naturaleza, que ha obstruido e impedido el
dominio del hombre sobre las criaturas inferiores”,
recomendando que, “en lugar de usar la palabra naturaleza, generalmente considerada una diosa, o una
especie de semidivinidad, debemos rechazarla, o no
usarla” (Boyle, 1738, vol. II, pp. 107-111). Este trabajo de investigación busca arrojar luz sobre el complejo entramado que rodea las relaciones animistas
que distintos grupos sociales establecen con su entorno natural, sus ancestros y con la cultura material
del pasado en el noroeste de la península ibérica, el
altiplano boliviano y la región atacameña chilena.
Con distintos grados de intensidad, perviven creencias que vinculan la cultura material del pasado con
entidades dotadas de agencia o incidencia en el presente, llamadas moros (o mouros en gallego), gentiles, chullpas, abuelos y otras varias denominaciones.
Estos seres animistas reciben, en los tres contextos,
connotaciones similares: una relación compleja con
las cosmovisiones y relaciones de poder coloniales,
y una reconfiguración de estas creencias producida
por la arqueología y procesos de patrimonialización.
En este artículo nos preguntamos entonces sobre las
distintas lógicas animistas en los casos estudiados,
sus semejanzas y diferencias, y el rol que el colonialismo jugó en el proceso de ‘extirpación de idolatrías’; tanto el colonialismo del Imperio romano
en el caso peninsular como el español en América
Latina. Planteamos también si este proceso es simplemente un modo de cristianización, o más bien
forma parte de un sistema de gobernanza traspuesto
desde España a las colonias con distintas consecuencias para las identidades de las comunidades andinas y su relación con sus ancestros. Cuestionamos,
igualmente, el papel de la arqueología como ciencia
moderna y occidental encargada de explicar y objetivizar el pasado y su cultura material, preguntándonos sobre su papel en la identificación, ruptura
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o reconexión de identidades y creencias animistas
en cada contexto. Finalmente, reflexionamos sobre
la relación entre procesos de puesta en valor patrimonial y la visibilización/invisibilización de estas
creencias en cada una de las formaciones sociales
estudiadas.
Para arrojar luz sobre estas cuestiones, partimos de
tres ejes teóricos. Una primera perspectiva ha intentado comprender el animismo y su erradicación
por parte de la Iglesia católica en España y América
como un proceso de cristianización y extirpación de
idolatrías (Celestino, 1998). Esta perspectiva nos
ayuda a comprender el proceso de ‘despaganización’
en la península ibérica y en los Andes durante el
período medieval y el colonial, pero no nos permite
analizar los procesos de ‘domesticación de la naturaleza’ de raigambre racional y científica llevados a
cabo por la epistemología moderna y occidental en
siglos posteriores. Para ello aplicamos una segunda
perspectiva que, siguiendo a Briones (2005), analiza las formaciones de alteridad y las economías
políticas que producen las nociones de diversidad
en cada contexto. Las formaciones de alteridad resultan de la producción de significados culturales
que a la vez naturalizan y definen las características
de lo que es propio, bueno y natural, y deslegitiman aquello que es de ‘los otros’, negativo y simple creencia u opinión, generando segmentaciones
de género, nacionalidad, etnia, religión y raza. Así
se invisibilizan ciertas cuestiones y se tematizan o
patrimonializan otras, a través de “complejas articulaciones entre sistemas económicos, estructuras
sociales, instituciones jurídico-políticas y aparatos
ideológicos prevalecientes en los respectivos países”
(Briones, 2005, p. 17).
Un tercer eje teórico es la crítica de Castro-Gómez
(1996) a la noción moderna y occidental de totalidad social, que en otras culturas implica un reconocimiento de la heterogeneidad social, y no necesariamente una subalternización del ‘otro’ ni el
establecimiento de jerarquías e inequidades. El autor nos propone contraponer a la lógica occidental
productora de alteridad por binarismos, el análisis
de cómo se ha producido la construcción histórica de diferencia a partir de relaciones de poder a
lo largo del tiempo. Esto nos permite cuestionar la
interpretación que generalmente se ha dado a los
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fenómenos animistas desde las ciencias sociales. Así,
el animismo se ha leído tradicionalmente desde una
visión presentista que proyecta las categorías de la
modernidad occidental a otro tipo de relaciones,
interpretando la existencia de seres como moros,
chullpas o gentiles como ‘pares estructurales’ que
sirven a los grupos sociales para construir su identidad de forma dialéctica, es decir, por oposición
identitaria.
Contra esta visión, nuestra investigación permite
comprender cómo estos seres animistas que conviven con las comunidades investigadas son en realidad el producto de una construcción histórica de
diferencia y la huella de relaciones de poder con orígenes en la península ibérica y transferidos por las
autoridades imperiales a las colonias. Argumentamos que las relaciones de los grupos sociales con los
seres animistas han de ser entendidas de forma simétrica como un conjunto de metapatrones o ‘relaciones de relaciones’, irreducibles a un marco analítico
binario característico de la modernidad occidental
(Herzfeld, 1992). Estas relaciones, además, no han
de ser vistas de forma esencialista como elementos
constituyentes de los grupos sociales, sino que son
productos de procesos históricos y relaciones de poder específicos (Haber, 2009). Estos procesos generan rupturas con los ancestros, con la materialidad y
con las creencias que a su vez rearticulan las formas
de vida y aparatos simbólicos de las comunidades.
Para analizar este complejo entramado transnacional, empleamos un enfoque comparativo a partir
de la trayectoria investigativa de larga duración de
los tres autores en el ámbito de la arqueología y la
antropología en cada uno de los tres contextos analizados en España, Bolivia y Chile. La perspectiva
comparativa nos permite arrojar luz sobre cuestiones que, de modo aislado, carecían de sentido en
nuestros marcos de investigación, como la existencia de gentiles o moros en los Andes. Igualmente,
el hecho de que estos procesos sean más recientes
en Bolivia y Chile permite reinterpretar la supuesta
‘cristianización’ de sitios paganos en el noroeste peninsular como un proceso más complejo, en el que
también podría haber jugado un papel fundamental
la voluntad de reordenar los marcos temporales de
las comunidades subalternizadas y romper la conexión con sus ancestros. El artículo comienza con un
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análisis del caso de los mouros del noroeste ibérico y
el contexto general de despaganización y colonización, para después presentar los casos del altiplano
boliviano y el área atacameña en Chile, concluyendo
con una síntesis reflexiva.
Los mouros del noroeste español:
¿representación de la alteridad,
o ruptura con los ancestros en
Maragatería?
A comienzos del siglo XII, el papa Calixto II encargó el monumental Codex Calixtinus para afirmar la
localización de Santiago de Compostela como lugar
de peregrinación y baluarte católico contra el islam
en la península ibérica. El relato llamado Translatio
narra la fundación de la catedral y llegada del cadáver del Apóstol Santiago a Galicia, que estaría gobernada por una mujer viuda, pagana y hechicera, la
reina Lupa (Llinares García, 1990; Balboa Salgado,
2005). Ésta se opuso inicialmente a la construcción
de la catedral y la simbología cristiana que la rodea, pero fue finalmente convencida de abandonar
su culto a través de la realización de milagros. Más
allá de la leyenda, la catedral se erigió materialmente sobre un anterior cementerio romano y también
germánico (Chamoso Lamas, 1982). Las primeras
campañas antipaganas las lleva a cabo Martiño de
Dumio en el siglo VI con su obra De correctione rusticorum, y en ese período los suevos abandonan el
arrianismo y abrazan el catolicismo, organizándose
en parroquias y sedes episcopales.
Posteriormente, la emergencia del Camino de Santiago y la consolidación cristiana en siglos posteriores continuaron ese proyecto antipagano, yendo no
solo contra la expansión islámica, sino igualmente
contra la multitud de creencias paganas precristianas que mantenían las gentes del noroeste. También
el capítulo IV de la Crónica de Turpin en el Codex
narra cómo los islámicos, antes de su huida hacia el
sur, escondieron todos sus tesoros bajo tierra. Esto
explicaría otra característica asociada a los mouros o
moros del noroeste ibérico: su vinculación inextricable con la riqueza y el oro enterrados. Las historias
sobre los moros se entremezclan con narrativas cristianas, que intentaron desde sus inicios recodificar
la materialidad y discursividad ‘pagana’ en términos
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de la mitología bíblica. Este proceso pudo haberse
iniciado con la primera expansión del cristianismo
con el Imperio romano, y más tarde potenciado
debido a una posible revitalización del paganismo
–y la lucha contra él– en tiempos medievales y modernos (Fernández Conde, 2000, pp. 498-499). En
Europa, la asociación del paganismo con ritos no
cristianos e idolatría sirvió a la Iglesia como retórica
legitimadora para combatir estas creencias (Celestino, 1998). La extirpación material de idolatrías se
realizaba mediante la cooptación de lugares de culto
pagano, en antiguos poblados, cementerios o sitios
sagrados como fuentes, picos, manantiales o rocas,
probablemente vinculados a los ancestros de las comunidades. En estos sitios se construían ermitas y
capillas, a la vez que se cooptaban los rituales del calendario pagano o mártires paleocristianos mediante
la creación de romerías y procesiones, o el reemplazo
de deidades paganas por personajes cristianos, como
Santiago Matamoros. Muchas de estas deidades tenían poder hidróforo, como San Lourenzo en Galicia, portador de lluvias.
También cerca de Maragatería se da el caso del
santuario de Castrotierra, erigido sobre un castro
(Figura 1). Los castros son poblados fortificados
característicos del noroeste ibérico, fechados en la
Edad del Bronce y del Hierro, aunque existen ejemplos posteriores, romanos y medievales. Castrotierra
es uno de los santuarios de mayor importancia de
León, al que peregrinan las comunidades en tiempos de sequía implorando la lluvia a la Virgen de
Castrotierra, también llamada ‘Diosa de la Lluvia’,
clara reminiscencia de la vinculación pagana entre
naturaleza, animismo y feminidad. Igualmente, en
el pueblo de Foncebadón, en Maragatería, se encuentra la Cruz de Ferro y una capilla al Apóstol
Santiago en el Camino de Santiago, emplazada en el
lugar donde se realizaban aquelarres los días de San
Felipe, según la tradición oral.
El proceso de cristianización no se explica sin entender la importancia del catolicismo en la identidad
española desde el siglo XVI, cuando la Inquisición
era la única institución que operaba en todo el te-
Figura 1. Santuario de Castrotierra emplazado sobre un castro prerromano. Fuente: Pablo Alonso G.
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rritorio dada la falta de integración territorial y cultural. Un sentimiento protonacionalista surgía en
oposición a aquellos considerados ‘otros’: judíos y
moriscos, pero también paganos, como evidencia la
persecución y exterminio de brujas (Goode, 2009;
Alonso González, 2015). La conquista de América
fue fundamental en esta configuración identitaria,
vinculada a la ida y vuelta de ideas, creencias, miedos y personas. Para Grosfoguel y Mielants (2006),
la Controversia de Valladolid y el debate entre Las
Casas y Sepúlveda sobre la condición de los aborígenes americanos sentó las bases de las políticas de
subalternización de los siguientes cinco siglos. Las
Casas anticipaba el racismo cultural al considerar
que los aborígenes tenían alma y, por tanto, podían
ser cristianizados –como los paganos–. Para Sepúlveda, antecesor del racismo biológico, los aborígenes
carecían de alma y podían ser explotados o exterminados –como ocurrió con las brujas–. Siguiendo
a Federici (2010), ambas posturas se combinaron
durante la conquista. Primero, se consideraba que
los indígenas eran convertibles al cristianismo, y por
lo tanto se exportaron las técnicas de cooptación
material y simbólica para realizar extirpaciones de
idolatrías y dioses locales. Después, durante el siglo XVIII, se entrelazan el racismo biológico con la
ideología de la brujería, representándose el diablo
como un hombre negro y tratándose a los negros
como diablos.
Así, afirma Federici, “Los homólogos de la típica
bruja europea no fueron, por lo tanto, los magos
del Renacimiento, sino los indígenas americanos
colonizados y los africanos esclavizados” (Federici,
2010, pp. 272-273). No solo se usaron en América
técnicas contra la brujería sino que, según Parinetto
(1998), la experiencia en las colonias llevó a los gobernantes españoles y europeos a la convicción de
la existencia de poblaciones enteras de brujas y diablos, lo que legitimaría la aplicación de técnicas de
exterminio masivas como las usadas en América, y
otras como los Autos de Fe. Pero la extirpación de
idolatrías nunca llegó a ser completa en Europa, especialmente en zonas periféricas y de estatalización
débil y tardía como el noroeste ibérico. En el norte
de Portugal y en las actuales regiones españolas de
León, Asturias y Galicia, han subsistido hasta la actualidad grupos con una forma de alteridad históricamente específica, comunidades tradicionalmente
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denominadas como campesinas y preindustriales,
subalternizadas por el Estado, con una vinculación
fuerte con su territorio circundante. La cultura material jugaba un papel central en estas comunidades,
ya que en ella y en el espacio se incrustaban historias
individuales y colectivas fundamentales en la ordenación de narrativas, normas y recuerdos. Hoy día
solo los más ancianos mantienen una visión mitológica del entorno, entreverada ya con lógicas modernas debido a la implantación de un sistema educativo en zonas rurales y la creciente alfabetización e
inculcación de la historia nacional desde finales del
siglo XIX.
En Maragatería, región donde hemos realizado trabajo etnográfico desde 2006, y en el noroeste peninsular en general, podemos dividir las creencias
animistas entre ‘internas’, restringidas al interior de
los pueblos, y ‘externas’, fuera de las zonas de hábitat
y asociadas generalmente a vestigios arqueológicos.
Entre las primeras subsiste la creencia en brujas o
meigas, duendes, hadas y demonios. En Lagunas de
Somoza hay una ‘casa enduendada’, edificio en ruinas sobre el que varias personas afirmaban en nuestras entrevistas haber oído balidos de cordero, o ver
gallinas sin cabeza y monedas de oro caer del techo.
En Maragatería se teme el ‘mal de ojo’ de las brujas,
y abundan los remedios protectores como escapularios y cédulas benditas con escamas de pescado.
También se teme a los diablos, reñuberos o ñublaos,
de los que se dice que atacan principalmente al ganado. Por ello, se protegían los establos con losetas
de piedra con grabados de cuatro o seis pétalos a la
entrada, que imitaban las estelas funerarias grabadas por los romanos en sus lápidas. También eran
habituales los pagos a hadas en las fuentes de los
caminos, como el Camino Gallego y el de Santiago,
que atraviesan la comarca.
Más nos interesan aquí los habitantes animistas del
territorio circundante a los pueblos, los mouros (en
gallego) o moros (en castellano) usándose ambas
acepciones indistintamente en el caso de Maragatería. En principio, los moros no están vinculados con los musulmanes, islámicos o sarracenos
históricos, sino que más bien derivan de prácticas
exotizadoras en el período de reconquista española
durante el medievo, en el que ‘lo moro’ era considerado como paradigma extremo de alteridad (Quin-
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tía Pereira, 2016). Los moros no son enemigos de
los labriegos, que no les temen, aunque presentan
rasgos no humanos, y pueden poseer poderes mágicos y un atractivo sublime. Comparten lugar en
la cosmovisión campesina con ánimas y hadas, que
habitan fuentes, pozos y bosques. Los moros habitualmente se vinculan con sitios arqueológicos,
y también se dice que ellos mismos los construyeron (López Cuevillas y Fraguas Fraguas, 1955, pp.
280-282). Bajo los sitios arqueológicos estarían sus
viviendas y acumulaciones de oro o riquezas (vinculación inscrita en su etimología: m-ouro, m-oro;
del latín, m-aurus; oro=aurum), que pueden recibir
distintos nombres como ‘carro dorado’, ‘caldero’,
‘caballo’ o ‘serpiente de oro’. Esta vinculación con
el oro podría derivar tanto de las explotaciones auríferas romanas dispersas por el noroeste ibérico
como de las leyendas que hablaban del modo en
que los musulmanes históricos soterraban sus tesoros, o de los hallazgos de tesorillos por los campesinos en sus trabajos agrícolas. La supuesta existencia
de estos tesoros ocultos por los moros hizo que,
durante siglos, se realizasen cientos de excavaciones
en su búsqueda, llegando a surgir gacetas de tesoros y cazatesoros, conocidos como chalgueiros en
Asturias (Suárez López, 2001). Incluso los eclesiásticos, supuestamente encargados de la extirpación
de estas creencias, participaban en las excavaciones.
Así, en el pueblo maragato de Pedredo la documentación local del siglo XVII habla de cómo un
sacerdote de Turienzo pedía permiso para excavar
en busca de un tesoro en La Corona, un castro. La
conexión con América es aquí importante, ya que,
durante el siglo XVII, hidalgos y curas procedentes
de América, conocedores de las riquezas precolombinas que aparecen en enterramientos y túmulos,
reinterpretaban las mámoas prehistóricas gallegas
en ese sentido e inician excavaciones en busca de
oro. Por ello resulta habitual, en las excavaciones
de castros del noroeste, que las personas consideren
que los arqueólogos van a buscar tesoros.
A través de sus propias prácticas, los campesinos
asocian los objetos arqueológicos que aparecen en
estos yacimientos a actividades de los moros, es decir, se trata de leyendas y costumbres reelaboradas
constantemente por las personas en sus relaciones
cotidianas con el espacio. Así, los torques llevan a
hablar de que las moras se peinan o tienen caldeestudios atacameños
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ros, los lingotes o hachas a que juegan bolos, las
fíbulas con grabados a que poseen animales, o las
monedas a reforzar la vinculación entre moros y
tesoros (González Álvarez, 2011, p. 142). Pero los
moros también realizan actividades cotidianas, y
pueden ser, en el caso de las moras, atractivas, hermosas o peligrosas. En Morales, una anciana me
aseguraba que, en una ocasión, “la mora bajó aquí
a lavar la ropa” (entrevista 2, noviembre de 2008),
apuntando a un reguero. Cuando desentierran tejas con sus arados, los campesinos suelen vincular
este hecho con los tejados de las casas de los moros,
que viven bajo tierra.
Esta visión mitológica es posible por la inexistencia
de una visión linear y cuantitativa del tiempo, lo
que impide la existencia de conceptos abstractos
como el de prehistoria en estos grupos. Esto se evidenciaba en una conversación entre un arqueólogo
aficionado y un grupo de ancianos de Chana sobre la ‘Piedra de la Medida’, sitio arqueológico con
grabados prehistóricos:
–(Persona 1): Sí, hacíamos bastantes cazoletas
en las piedras, ya ves, para no pasar el día mirando para las ovejas.
–(Aficionado): Y claro, hacíais las cazoletas
justo igual que los gallegos y los otros de Europa
claro... en vez de poner las iniciales de la novia
hacíais cazoletas.
–(P. 2.): ¿La caldera de la mora no la encontraste? Ahora está bueno para entrar, está el
monte limpio.
–(Aficionado): Una cosa es lo del pastor, pueblo de Chana... se veía bien la firma... pero
se ve bien lo que hacíais los pastores hace unos
años, de lo que se hacía hace miles de años. Nadie graba un circulito con un punto en el medio. Eso igual fue un pastor, pero hace cuatro
mil años. Igual era nuestro ancestro.
–(Todos ríen): ¡Sí, claro! ¡Venga, hombre! Que
no, que no...
–(Aficionado): Entonces, ¿cómo explicáis que
venga gente y no vea la iglesia y vea las piedras?
–(P. 4): Bueno, si no son creyentes pues normal
que no vengan a la iglesia.
–(Aficionado): Y la piedra de la medida... ¿eso
quién lo hizo?
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–(P.4 ): No, claro, eso un pastor... Dicen que
ahí la mora es donde lavaba. No sé.
–(P.3): Sí, eso es el lavadero la mora.
Los moros forman parte de una ordenación temporal específica de estos grupos. En el Alto Minho,
De Pina Cabral (1989) describe una primera fase
referida a ‘lo actual’, temporalmente contemporánea y habitada por la gente, y otra que comprende
‘lo de antes’, habitada por los antiguos. En Maragatería, los moros también se asocian a ‘lo de antes’,
pudiendo haber reemplazado otras denominaciones
y personajes como antiguos, galigriegos, gigantes
o gentiles (González Álvarez, 2011, p. 139; Álvarez Peña, 2007, pp. 225-226). En Maragatería, los
moros no son considerados parte del ‘nosotros’ del
campesinado, es decir, no son ancestros. Esto se evidencia en que la presencia de moros se atribuye a
restos arqueológicos que se consideran ‘otros’, como
explotaciones mineras romanas o castros. Sin embargo, despoblados o barrios abandonados del alto
o bajo medievo, cementerios o ermitas en ruinas son
concebidos como parte de la materialidad de los ancestros de la comunidad. Algo que se percibe fácilmente en el rechazo existente a las excavaciones arqueológicas dentro de los pueblos en estos espacios,
mientras las investigaciones en castros no molestan
a nadie —en los castros solo hay tesoros–. Es decir,
existe una ruptura entre los espacios considerados
como pertenecientes a los ancestros y aquellos otros
de los que existen leyendas y referencias espaciales
habitados por moros.
La Iglesia intentaría extirpar estas creencias paganas,
tanto mediante la cooptación de la cultura material
como por la explicación de los sitios arqueológicos
a través de seres mitológicos cristianos. Por ejemplo,
bajo los fosos de un castro en Val de San Lorenzo
hay una piedra semienterrada con un grabado de
una media luna de un metro de diámetro (Figura
2). La piedra, que no aparece en los inventarios arqueológicos, es bien conocida en el pueblo. El anciano que me llevó a conocerla afirmaba que se trataba
de la pisada del caballo de Santiago Matamoros.
Figura 2. Grabado a la entrada de un castro prerromano en Val de San Lorenzo.
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Ésta es una explicación recurrente para los petroglifos prehistóricos del noroeste peninsular, y entra
en relación con el escaso interés del campesinado de
esta zona por el arte rupestre en comparación con
los castros, cuevas y túmulos megalíticos (Aparicio
Casado, 2002).
Las escasas interpretaciones académicas sobre los
moros –más allá de calificarlos como simple superstición o folclore– suelen considerarlos como ‘otros’
en oposición a la identidad campesina, un símbolo
de asimetría en la que el campesino está en una situación desventajosa (Freán Campo, 2016). González Reboredo (2004) concluye en Galicia que los
moros serían el otro extraño, antiguo, una especie
de tribu mágica con poderes. Desde el estructuralismo, Llinares García (1990, p. 21) cree que los
moros más bien reflejan las preocupaciones y relaciones sociales de la propia comunidad campesina,
y en particular las que les resultan más preocupantes
o conflictivas. Esto seguiría la línea interpretativa de
Ingold (2013) en relación con la mitología de los
dragones en la Edad Media: la cuestión no es si los
dragones existían o no sino que, de hecho, servían
para expresar símbolos, miedos y relaciones sociales que eran reales. En general, discrepamos de estas
interpretaciones al concebir la construcción identitaria campesina de forma dialéctica, idealista, moderna e ilustrada.
Desde la visión de Viveiros de Castro (2010), afirmar que el ‘multinaturalismo moro’ sirve simplemente para reafirmar la identidad campesina por
oposición, no es más que proyectar la episteme moderna a modos de existencia otros e históricamente
específicos. Siguiendo la teoría de la colonialidad
del poder (Castro-Gómez, 2005), podemos plantear una interpretación alternativa. Estas supuestas
formas de alteridad probablemente sean más bien
construcciones de diferencia producto de relaciones
de poder históricas, vinculadas a una ruptura doble
desencadenada primero por el cristianismo y después por la razón ilustrada: ruptura con la creencia
en el afuera (en naturalezas animadas, en contra de
la Biblia que presupone una naturaleza inerte, creada por Dios, o la ciencia, que explica las leyes de
una naturaleza inerte), y ruptura con los ancestros,
que pasan a ser considerados ‘otros’ espacial y temporalmente.
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En el caso español, es posible afirmar que el multinaturalismo moro tiende a disiparse debido a la
carencia de una diferencia étnica y racial por parte de los grupos campesinos respecto a la identidad
mayoritaria española. Así, los moros desaparecen
con la muerte de las personas más ancianas. La falta
de continuidad étnico-racial también explicaría el
escaso interés en la cuestión por parte de arqueólogos y antropólogos más allá de la tradición arqueológica nacionalista en Galicia o País Vasco. Históricamente, podemos hablar de un momento inicial
en el que resultaba difícil separar los discursos de
religión y ciencia en la interpretación arqueológica,
en paralelo a la confusión entre discursos bíblicos y
científicos. Marín Suárez (2005) muestra cómo en
la primera excavación con memoria arqueológica
publicada sobre un castro en Asturias por José María
Flórez (Coaña en 1878), se tenía en cuenta la tradición oral de los habitantes de la zona y se incluía
la misma en las interpretaciones arqueológicas, sin
conseguir de hecho separar dato el científico de la
creencia popular. Con la gradual profesionalización
de la arqueología en el noroeste ibérico, la tradición
oral se irá adscribiendo al llamado ‘folclore’, separándose de la explicación científica.
Los muchos arqueólogos que trabajaron en Maragatería a lo largo del siglo XX no mencionaban la
tradición oral en sus descubrimientos, memorias e
interpretaciones, desde aficionados hasta profesionales académicos y de contrato, entre otros Luengo
Martínez, Carro y Carro o Domergue. Pese a esto
muchos de ellos se basaban en la tradición oral para
encontrar yacimientos. Como denuncia González
Álvarez (2011) en Asturias, durante la época franquista los arqueólogos solo tenían en cuenta la cosmovisión campesina en las tareas de prospección y
catalogación de yacimientos, pero generalmente la
menospreciaban como simple superstición; situación similar a la de Galicia (Arizaga Castro y Ayán
Vila, 2007). La generalización del procesualismo
en los noventa y dos mil relegó la tradición oral
a un segundo plano, reemplazada por la búsqueda de ‘datos duros’ tipológicos, tafonómicos o arqueométricos.
En síntesis, la cosmovisión históricamente específica
de los grupos no socializados en el mundo moderno del noroeste ibérico está lejos de pasar por un
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proceso de patrimonialización, o aun de estudio
comprehensivo y crítico. Solo algunos arqueólogos
con una orientación social han tenido en cuenta la
tradición oral, pero ésta sigue siendo generalmente considerada como una forma de superstición
en vías de desaparición, o bien mero folclore que
puede simplemente ayudar a la localización de sitios arqueológicos. Lejos de establecer una simetría
con las comunidades, los arqueólogos profesionales
y académicos tienden a subalternizar al menos en
tres sentidos a los habitantes de los espacios donde se realizan trabajos: convirtiéndolos en trabajadores manuales temporales en las excavaciones; no
representando su cosmovisión en museos y sitios
museificados, sino más bien purificando los ‘datos
puros’ de la supuesta visión ‘folclórica’ campesina, y
finalmente, considerando sus cosmovisiones históricamente específicas como supersticiones, folclore
o simplemente como creencias pasadas tendentes a
la desaparición, en una forma de alocronía (Fabian,
2002). Al contrario de Atacama, por ejemplo, no
existen casos de arqueólogos posprocesualistas que
hayan reclamado estas visiones como legítimas y
las hayan vinculado a las demandas de las propias
comunidades. Demandas que, por otra parte, no
existen vinculadas como tal a una forma sociocultural distintiva por parte de los campesinos. Esto es
así debido probablemente a su falta de ‘diferencia’
étnico-racial, a la desaparición del sector agrícola y a
la creciente preponderancia de formas de raciocinio,
individualización e instrumentalismo propias de la
modernidad occidental entre las gentes del noroeste
ibérico. En paralelo, cabe mencionar que sí se ha
producido a nivel social un movimiento posmoderno New Age que convierte a estos seres mitológicos
(como las meigas) en recursos patrimoniales, pero
preservando solo el contenido simbólico aislado
como patrimonio, sin la cosmovisión mítica donde
cobraba sentido (Jiménez-Esquinas, 2013).
Chullpas y gentiles: trasponiendo
los habitantes del ‘otro tiempo’ al
altiplano boliviano
Chullpa es un término aymara con numerosas
acepciones, la más temprana haciendo referencia
a un cuerpo muerto encerrado en un fardo tejido
y también a una torre funeraria de piedra o adobe
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
(Bertonio, 1879 [1612], p. 92). Ambas manifestaciones caracterizan las costumbres funerarias de los
habitantes del altiplano actualmente boliviano, entre los siglos XIII y XV (Pärssinen, 2005). Bandelier
(1910) es el primer arqueólogo en emplear el término al investigar el circun Titicaca; influido por las
percepciones locales, asigna las ‘ruinas toscas’ a los
chullpa y aquellas mejor construidas al Inca, denominando Chullpa al período Preincaico y a su cerámica asociada. Paralelamente, en el altiplano central
Posnansky (1912) usaba el término chullpa en referencia a las torres funerarias, interpretándolas como
viviendas en base al denominativo local: chullpa uta
(casa del chullpa).
Antes de ingresar a otra acepción del término, notemos que abundantes registros etnohistóricos sugieren lazos ceremoniales entre las poblaciones andinas
y los restos humanos preservados hacia el siglo XVI.
Entre otros, Salomon (1995) emplea estas referencias para resaltar el carácter sacro de los restos humanos, ‘fundadores’ de los cuerpos sociales o ayllus
y ligados mediante parentesco mítico a deidades o
wak’as. La interacción con los cuerpos, su alimentación, rogativas en procura de lluvias, cosechas y
ganado, consultas oraculares, y la familiaridad con
que los andinos se dirigían a estas ‘momias’, son sintomáticas de un culto al ancestro. Para el caso altiplánico, Polo de Ondegardo (1916 [1562], p. 194)
refiere:
Es cosa común entre indios desenterrar secretamente los defvntos de las iglesias, o cimienterios, para enterrarlos en las Huacas, o
cerros, o pampas, o en sepulturas antiguas, o
en su casa, o en la del mismo defunto, para
dalles de comer y beber en sus tiempos. Y
entonces beven ellos, y baylan y cantan.
En el altiplano, estas ‘fiestas de los difuntos’ tienen
correlatos arqueológicos: las torres funerarias preincaicas e incaicas, flanqueadas por plazas destinadas al festejo y/o asociadas a fragmentería cerámica
de servido (Villanueva, 2015) (Figura 3). Este comensalismo chullpario marca un quiebre con períodos anteriores al siglo XIII, cuyas arquitecturas
funerarias no permitían preservar ni comunicarse
con el muerto (Isbell y Korpisaari, 2012; Machicado, 2009).
Juan Villanueva Criales, Pablo Alonso González y Patricia Ayala Rocabado
Figura 3. Remanentes de torres funerarias o chullpas en Curahuara de Carangas, Oruro.
Pero existen otras traducciones de chullpa. En su etnografía entre los chipayas del altiplano Intersalar,
difundida verbalmente en 1931 y luego transcrita
por Pauwels (1998, p. 68), Métraux provee la primera versión registrada del mito de los Chullpas:
Antes, en los tiempos muy remotos, vivían
en estas tierras los chullpas. Sus casas tenían las puertas dirigidas hacia el Oeste,
pero como el sol los molestaba cambiaron de
orientación y las pusieron al Este. El Dios
Sol salió entonces al Oriente y mató a todos los chullpas, que perecieron en sus casas
donde los hallamos hoy […].
Aunque el mito proviene de un contexto uru y no
aymara, está sumamente extendido entre las poblaciones altiplánicas, influenciando incluso el imaginario de las clases letradas bolivianas a través de
Díaz Villamil y su novela El Tesoro de los chullpas,
de 1939. Pero Métraux recalca otro elemento: la
sinonimia entre chullpa y gentil, o chullpar y gentiestudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
lar (Pauwels, 1998, p. 49), que había detectado ya
Bandelier (1910) en el Titicaca. Jintili o gentil es un
préstamo del castellano colonial, como muestra esta
referencia de Ávila (1966 [1598?], p. 255): “[…]
lo lleva él mismo, si puede, adonde está enterrado
su progenitor que comúnmente es en alguna cueva
porque era gentil, y allí echa el dicho ídolo”.
Hardman (1984, p. 1) sugiere que en el aymara contemporáneo se llama jintiluta a las casas de los gentiles, y que es común el término moro para referirse
a los no bautizados. Tanto el chullpa como el gentil,
antiguo o moro se asocian con las ruinas antiguas,
y esta asimilación opera probablemente en el contexto de las Reformas Toledanas y la extirpación de
idolatrías (siglos XVI a XVII). Las torres funerarias
pueden contarse entre las primeras víctimas de este
proceso, según instruye el virrey Toledo en 1573:
“Ordeno y mando que cada juez en su distrito haga
que todas las sepulturas de torres que están en bóvedas en las montañas, e sierras, se derruequen e haga
hacer un hoyo grande donde se pongan revueltos
Arqueología de la ruptura colonial: mouros, chullpas, gentiles y abuelos en España, Bolivia y Chile en perspectiva comparada
los huesos de todos los difuntos que murieron en su
gentilidad” (Gisbert, 1999, p. 15).
Desconocemos cuantas torres fueron efectivamente
derruidas, pero ciertamente existen escasos vestigios
de comensalismo chullpario colonial, sugiriendo un
cese abrupto. Pero los gentiles poblarán también
los asentamientos fortificados o pukaras y ‘pueblos
viejos’ en general (Hardman, 1984, p. 9). El reasentamiento que impone el régimen toledano en
pueblos nuevos dominados por el poder hispano
podría explicar esta ampliación del espacio chullpa.
Los casos coloniales mejor documentados de culto a
los ancestros vienen de aldeas reasentadas que mantienen residencia satélite y ceremonias clandestinas
en los ‘pueblos viejos’ (Salomon, 1995). Para el aparato colonial, caracterizar las ruinas como espacios
de gentiles permite enajenar a los locales respecto de
sus antiguas prácticas ceremoniales y residenciales.
Este fenómeno forma parte de una cristianización
general del paisaje andino: las wak’as de los cerros
serán coronadas por calvarios o capillas de la Virgen
María, Santa Bárbara o Santiago; aun la Vía Láctea,
importante en la cosmovisión prehispánica como
lugar de wak’as estelares, será reinterpretada como el
camino de Santiago (Sánchez et al., 2015).
Ahora bien, ¿qué atributos de lo chullpa permiten
operar esta enajenación? Ante todo, estos entes son
malos, peligrosos (Hardman, 1984). A diferencia
de los indios cristianos, estos gentiles no bautizados
asumen el lado presolar y salvaje de una dualidad.
Este salvajismo puede ubicarse en la comida chullpa,
como ilustra claramente un testimonio del altiplano
de Lípez (Gil García, 2005, p. 196): “Como nosotros son. Únicamente no son... Sin sal saben comer.
¡Sin sal! Por eso son... ¡Muros son, pues! Sin bautizar.
Nosotros, claro, comemos con sal; somos bautizados,
cristianos. Ellos, muros, sin bautizar. Así no más son”.
Ciertos rasgos culinarios sugieren un perspectivismo chullpa (sensu Viveiros de Castro, 2010). La
ajara o quinua silvestre es la quinua de los chullpas
(Gil García, 2014); en el altiplano central, el ullucu,
tubérculo pequeño de consumo potencialmente tóxico, es su papa. Su ganado es de zorros, vicuñas o
vizcachas, animales sallqa o criados por la tierra o los
montes, en contraste con las llamas uywa, de crianza
humana (Arnold y Yapita, 1992).
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
Los chullpas son mágicos; son sumamente fuertes
o construyen hablando con las piedras (Gil García, 2005). Su forma de seducir es usualmente el
oro, bien tradicionalmente valorado por el europeo
(Hardman, 1984). Los hallazgos de oro chullpa y
gentil son propiamente europeos, aunque adscritos
al inca: la campana, la yunta, el cinturón o el bastón
de oro del Inca Manco Cápac. Aquí se relativiza la
oposición inca-chullpa de Bandelier, y el gentil pasa
a incorporar todo lo prehispánico. El sol “civilizador” que mata a los chullpas no sería el Inti incaico;
en el contexto evangelizador, podría ser la luz de
Cristo.
En todo caso, el oro chullpa atrae las desgracias, cualidad potentemente enajenante. El tesoro causa la
división, el ‘miramiento’ en una comunidad acostumbrada a redistribuir la riqueza. Pero sobre todo,
el contacto con los gentiles produce chullpa t’ullu o
chullpa usu, enfermedades caracterizadas por dolores
de huesos, fiebres, erupciones cutáneas y eventualmente la muerte. En el altiplano Pacajes, mientras
excavábamos entierros con pobladores locales, sobrevino una fuerte ráfaga de viento. “Chullpa viento
es” nos dijeron, indicando que evitemos aspirarlo.
Los gentiles son profundamente herejes y por tanto
antropófagos, como detecta Gil García (2005) en el
marco de una ‘guerra antigua’ donde los chullpas se
devoran. Pero en otros cuentos, la peligrosidad de
convivir con un gentil subyace en la amenaza de ser
devorado o encerrado bajo tierra, como muestra este
fragmento sobre unos músicos:
Ya estaban muy lejos de la comunidad, ahí
descansaron en la falda de un cerro. Ahí, un
gran señor había llegado así diciendo “Hermanos, visítenme a mí, ésta es mi casa, en
ahí descansen, coman, tomen” diciendo.
Entonces ellos bien felices en ahí comieron,
así ahora ese dueño dijo, “bueno la cerraremos la puerta hace frío” diciendo. Pero
otro había ido a orinar, lejos había ido, de
ahí cuando regresó no encontró a sus compañeros pero la música se escuchaba de
adentro; había buscado mucho “donde están ustedes” diciendo. De su comunidad a
dos chicas había traído para pagarle a ese
Juan Villanueva Criales, Pablo Alonso González y Patricia Ayala Rocabado
gentil; seguía escuchándose esa música,
pero no nunca. No lograron sacar nunca,
por gusto encima llorando mujeres e hijos.
Entonces no había sido gente, ese había
sido gentil dicen, de qué tiempo habrá sido,
ese gentil engañó por encanto a ese grupo.
(Hardman, 1984, pp. 8-9)
Un aspecto fundamental del gentil es ser ‘de otro
tiempo’. En la comunidad de Condoramaya, en
2008, recogimos el término ‘limbo tiempo’, tiempo
de los no bautizados, en referencia a los chullpas.
Además, el gentil tiene ‘encanto’. Es un gran señor,
un mozo blanco y guapo, o una mujer seductora.
Sugerentemente, a inicios del siglo pasado era extendida en el altiplano la historia de Juan Rubio,
un español que en tiempo de los chullpas vino del
este para prevenirles sobre la aparición del sol (Bandelier, 1904).
Hardman (1984) interpreta la hispanidad del gentil
como una interpretación local de la maldad de los
españoles. Nosotros discrepamos basados en las notables similitudes entre el gentil y los mouros de Maragatería descritos arriba (hermosura, vínculos con
el subsuelo, lo antiguo y el oro). La hispanidad del
gentil podría deberse a una trasposición del gentil
europeo al paisaje andino durante la evangelización.
Podría delatar la aplicación de dispositivos ya probados en la despaganización de la península al nuevo
contexto andino. Sin embargo, no podemos descartar una inserción más espontánea del gentil, pues el
clérigo raso que evangeliza el altiplano podría cargar
su propio bagaje pagano (Bouysse-Cassagne, 1997).
El chullpa o gentil, este ‘otro’ encantador y mortal,
ser ‘de otro tiempo’ habitante de los sitios antiguos,
alejó a las poblaciones locales, mediante el temor,
de aquello antes venerado. Sin embargo, esta enajenación parece incompleta, quizás por el abandono
eclesiástico del campo a partir de las Reformas Borbónicas (siglo XVIII). En un proceso reminiscente
de la romería de Castrotierra en España, sucede lo
siguiente en el altiplano Carangas:
Cuando no llegan las lluvias las autoridades
sacan a los difuntos y se recuerda a la gente antigua, realizan el sacrificio de llamas y
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
hacen también constantes brindis (ch’allas),
rodean chullpares dando vueltas. Ellos se
agarran por medio de sogas y ondas [sic],
los jilaqatas hablan con los chullpas diciendo: “wawaqallutaki aka qarpawapataki jan
jallu purjiti” (para las chacras de los comunarios no llega agua) (López y Ríos, 1999,
pp. 60-61).
El 2008, en el altiplano Pacajes, detectamos que
ante un exceso de lluvias, los locales extraían huesos
de las torres funerarias, emplazando cigarrillos entre
los dientes de los cráneos de modo idéntico al descrito por Bandelier (1910). Los poderes hidróforos
de los gentiles y chullpas los emparenta con reconocidos espíritus ancestrales de las montañas nevadas,
llamados achachilas (abuelos) o uywiris (criadores).
En ese contexto adquiere sentido la exclamación
enternecida –cercana al caso atacameño que exploramos enseguida– de una señora que excavaba con
nosotros, ante las reducidas dimensiones de un esqueleto:
–¡Wah, mirá a ver! ¡Tan chiquito había sido,
el abuelito!
La pervivencia de cierta relacionalidad con un pasado nunca ausente, dotado de ánima y de agencia
sobre el presente (Figura 4), sugiere que el objetivo
colonial de ruptura no fue completado. Sin embargo, la inserción del gentil como dispositivo enajenador ocasionó entre las poblaciones locales una
conducta conservadora hacia ‘lo antiguo’, cuyo giro
más reciente involucra a los arqueólogos bolivianos,
que poco han hecho por incluir percepciones locales en sus narrativas. En la etapa de arqueología
nacionalista (1950-1980), Ponce Sanginés (1980)
intenta encumbrar a Tiwanaku como un referente
de orgullo patrio, sucedido por una época oscura
de ‘señoríos’ aymaras. Como correlato político de
esta narrativa, apropiándose del pasado ‘brillante’,
las élites mestizas urbanas adquieren legitimidad
para guiar a los ‘mestizos campesinos’ (indígenas
descendientes del pasado ‘oscuro’) hacia la modernidad. En estas décadas las comunidades indígenas
se sindicalizan, mientras la crisis y una valoración
de la vida urbana impulsan una creciente migración
campo-ciudad.
Arqueología de la ruptura colonial: mouros, chullpas, gentiles y abuelos en España, Bolivia y Chile en perspectiva comparada
Figura 4. Cráneos de chullpas empleados en ceremonias contemporáneas en Florida, Oruro.
Recientemente, el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) promueve la refundación constitucional de Bolivia, reconociendo las cosmovisiones,
prácticas y valores de las naciones indígenas. Los
sindicatos agrarios se re-indigenizan, y el rol de autoridad indígena, con un capital político atractivo,
es detentado por pobladores bien contactados con la
cultura urbana de mercado y consumo. Coincidentemente, la última década ve la creciente patrimonialización de sitios arqueológicos, con apoyo estatal. Caso paradigmático, el willka kuti, celebración
del solsticio de invierno iniciada en el sitio de Tiwanaku en los años setenta (Andia, 2012), actualmente
convertida en feriado nacional y en escaparate turístico para los principales sitios arqueológicos del país.
Por varias razones, el arqueólogo boliviano ha sido
adalid de la patrimonialización. Mediante ella las
poblaciones locales ‘asumen conciencia patrimonial’, valorando lo que el arqueólogo valora. La
patrimonialización turística es un gancho para la
negociación con las comunidades, constituyendo
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
junto al estudio de impacto, igualmente basado en
el concepto de patrimonio, la mayor fuente laboral
del arqueólogo. Finalmente, la visión patrimonialista, cosificada del sitio, ahuyenta al espectro del
gentil, rompiendo la actitud conservadora local y
permitiendo al arqueólogo operar. Por estas influencias, los chullpas se desvanecen de las ruinas, vistos
por los comunarios más progresistas como ‘cosas de
viejos’. Así, el paradigma de desarrollo ligado al turismo, propugnado por el Estado y con el arqueólogo como aliado, viene completando la tarea colonial
de destruir los vínculos relacionales entre las comunidades y un pasado nunca ausente. Para legitimar
su propiedad sobre un sitio ahora cosificado como
‘patrimonio’ al interior de estos valores desarrollistas, las comunidades construyen nuevos discursos
de ancestralidad, donde la otredad de los chullpas ya
no tiene cabida.
Vistos los giros históricos de la relación que entablan
los pobladores del altiplano boliviano con su pasado,
resulta insostenible explicar a los chullpas mediante
Juan Villanueva Criales, Pablo Alonso González y Patricia Ayala Rocabado
este argumento del ‘otro necesario’: “Constituyen
ese salvaje que todo pueblo, toda cultura, necesita
proyectar más allá de sus fronteras espacio-temporales para auto-afirmarse como auténticos seres humanos civilizados” (Gil García, 2005, p. 211).
Esta trasposición de una episteme dualista moderna
no aplica al caso del altiplano prehispánico, donde
lejos de ser ‘otro’ el muerto podría ubicarse en la cúspide de la escala jerárquica, en tanto representante
del cuerpo social (Nielsen, 2006). La construcción
del otro –el chullpa, el moro, el gentil– es fruto de
un contexto colonial concreto, pleno de trasposiciones, imposiciones y violencia, donde las narraciones
de gentiles conforman una auténtica literatura de
adaptación (Hardman, 1984). Por ello, en un nuevo
contexto ligado al aprovechamiento económico del
patrimonio, el animismo reflejado por la creencia en
los chullpas desaparece en favor de una nueva construcción de lo ancestral.
Los abuelos y gentiles de Atacama:
de otros a nosotros
Las poblaciones del salar de Atacama y la cuenca
del Loa, al norte de Chile, se adscriben a la etnia
atacameña, colectividad reconocida por el Estado
en el marco de las políticas multiculturales y la promulgación de la Ley Indígena de 1993. No obstante, aún persisten diferencias a nivel local, producto
de sus relaciones históricas con poblaciones vecinas y sus propias particularidades socioculturales
(Castro y Martínez, 1996). A pesar de dichas diferencias, tanto en el salar de Atacama como en el
río Loa los sitios arqueológicos son considerados
como lugares y obras de los abuelos, de los gentiles, espacios que hay que respetar y temer, en los
cuales puede ‘pescarte la tierra’ o pueden ‘agarrarte los abuelos’ y producirte enfermedades, por lo
que es mejor no molestarlos, no visitarlos ni tomar
nada de allí (Castro y Gallardo, 1995). A esto se
suman las categorías de tata-abuelos, anti-abuelos
y macha-abuelos utilizadas en localidades del Loa
Superior, donde además se usa la palabra chullpa
para referirse a los sitios prehispánicos, la cual según Castro (1997, p. 304) corresponde con la de
huaca, en cuanto alude a construcciones consideradas sagradas por haber sido hechas por los gentiles
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
y reinka; pero además son huacas, elementos de la
naturaleza culturizados.
Como vimos en subtítulos previos, el término gentil
es de raigambre cristiana y evoca un momento de
ruptura, el de la colonización y evangelización. Se
trata de entidades de otra época, de un tiempo precristiano, contradicho al tiempo contemporáneo.
Para Castro (1997, p. 303) los gentiles pertenecen
además al ordenamiento local de las ‘edades del
mundo’, a la ‘generación del Rey Inca’ y sus ‘antecesores’. Lo que se hace extensivo a los abuelos y
moros ya que aluden a los no bautizados o a “los
que no tuvieron la oportunidad de conocer a Dios”.
Según Martínez (2010, p. 64):
Genéricamente “gentiles” designa a todas
las poblaciones anteriores al advenimiento
de Cristo y que, por lo tanto, no tuvieron
una ignorancia culpable puesto que carecieron de la posibilidad de ser bautizados.
En los Andes el término tiene también una
connotación temporal: define por extensión
a los habitantes de cualquier sociedad o humanidad considerada anterior a la invasión
europea, es decir, gente de edades anteriores
(…) y en algunos lugares están revestidos de
ciertas capacidades mágicas o comunicativas
con las divinidades.
En Atacama los términos gentiles, abuelos y antiguos son usados indistintamente por los lugareños y
según Martínez (2010, p. 65):
Todos ellos para referirse a una humanidad que no es la actual, pero en la cual
parecen entrar todos los antepasados desde la cuarta generación para atrás hasta
los tiempos de rey Inka. “Gentiles” es más
preciso para la gente prehispánica. En tanto que “abuelos” y “antiguos” envuelven
una gran ambigüedad semántica. Curiosamente, son éstos los términos más empleados (...) “Antiguos” se usa para referirse a
todo aquello sobre lo cual ya no se guarda
una memoria oral. Es también un término
genérico para evadir preguntas. “Es de los
antiguos” implica necesariamente un desco-
Arqueología de la ruptura colonial: mouros, chullpas, gentiles y abuelos en España, Bolivia y Chile en perspectiva comparada
nocimiento y, por tanto, la ausencia de una
explicación. Pero los “antiguos” pueden ser
los propios antepasados y, los “abuelos” ya no
consanguíneamente sino cronológicamente.
En el oasis de San Pedro de Atacama el término gentil es menos popular que en el río Loa, ya que es más
común escuchar el de abuelos para referirse a los
sitios arqueológicos. La palabra gentilar se describe
tanto al sur del salar de Atacama como en el Loa
Superior (Castro y Gallardo, 1995; Morales, 1997),
donde además se utiliza la palabra abuelar al hablar
de los sitios prehispánicos (Ayala, 2011). Para algunos lugareños todo sitio arqueológico es gentilar,
aunque otros usan esta categoría solo para referirse
a aquellos ‘lugares donde hay entierros y huesitos’.
Algunos relatos de la localidad de Caspana marcan
diferencias temporales y culturales entre gentilar y
cementerio:
Gentilar, en vez de cementerio, cementerio está
transculturizado, que antiguamente estaban
todos estos cementerios que le llamamos ahora, le llamaban Gentilar, que es una palabra
kunza (...) Esos son Gentilares, cuando hay
personas que están enterrados bajo tierra, ése es
Gentilar (...) Es que por eso es que está transculturizados, deberían llamarse todos igual,
deberían llamarse Gentilar, no cementerios.
Con la llegada de los españoles cambia, le llaman cementerio (entrevista G. G., 2008).
Otra categoría utilizada es la de ‘las almas benditas’,
correspondientes a una generación diferente a la de
los abuelos, ya que estos últimos son los de muchos
años atrás mientras las almas son recientes. En tanto
las ‘almas benditas’ fueron bautizadas, los abuelos
no recibieron la palabra de Dios. Para otros la diferencia está en que las ‘almas benditas’ son fallecidos
conocidos y los abuelos son fallecidos desconocidos,
por lo que la profundidad temporal de estos últimos
se profundiza. Mientras se pueden establecer lazos
de parentesco con las ‘almas benditas’, con los abuelos se aprecia una conexión más bien cronológica y
no consanguínea (Ayala, 2011). Pero no solamente
se sitúa a los abuelos en una época previa al cristianismo, sino también en lugares no compartidos con
las “almas benditas” o gente de esta época. Mientras
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
los cristianos están enterrados en los cementerios,
los abuelos lo están en las ‘trojas’ (depósitos o tumbas prehispánicos) u otros lugares.
Las construcciones históricas de las comunidades
andinas fueron dramáticamente transformadas por
la conquista, especialmente por la violencia física y
simbólica ejercida por la Iglesia en el proceso de extirpación de idolatrías (Duviols, 1986). Sin embargo, a pesar de ser el producto de un proceso histórico de relaciones coloniales de poder, la concepción
de los abuelos y gentiles como otros y las normas
sociales asociadas a los mismos forman parte de la
historicidad andina desde hace varios siglos (Molinié, 1997; Bouysse-Cassagne, 1997). Además, los
efectos del colonialismo en la alteridad de los abuelos y gentiles fueron funcionales al Estado-nación
chileno (al igual que al boliviano antes de la Guerra del Pacífico), ya que situarlos en otro tiempo y
espacio aportó al discurso negador de lo indígena.
En los marcos de una política estatal asimilacionista, distanciarse de la imagen de indio implicó la negación de cualquier tipo de continuidad y vínculo
con los vestigios arqueológicos como antepasados.
Lo cual por lo menos fue reforzado desde la década
de los ochenta en San Pedro de Atacama, cuando se
identifica un mecanismo de situar lo indígena en el
pasado, al designar los lugares de los abuelos como
‘cosas de indios’ (Ayala, 2008, 2011). Se produce
entonces una triple ruptura con los abuelos: una
temporal, al atribuirlos a otra época; una ontológica,
al concebirlos como una humanidad distinta, y una
ruptura identitaria al designarlos como indios. De
esta manera, a diferencia del altiplano boliviano, en
el salar de Atacama la ruptura colonial con los ancestros parece haber sido más efectiva y enajenante. Sin
embargo, el caso de la localidad de Caspana en el
Loa Superior evidencia algo diferente, ya que algunos miembros de esta comunidad se designaban a sí
mismos como ‘restos de gentiles en los años ochenta
(Martínez, 2010), por lo que esta ruptura parece haber sido parcial en ciertos contextos.
La patrimonialización chilena, con los arqueólogos
como protagonistas importantes, inició un proceso
de transformación de las normas sociales referidas
a los abuelos o gentiles. El sacerdote y arqueólogo
amateur Gustavo Le Paige fue particularmente relevante en este sentido, pues vivió en San Pedro de
Juan Villanueva Criales, Pablo Alonso González y Patricia Ayala Rocabado
Figura 5. Colección de cráneos de los abuelos obtenida en las excavaciones de Gustavo Le Paige
(Archivo I.I.A.M.)
Atacama por 26 años (para mayor información sobre
Le Paige revisar Núñez, 1993; Ayala, 2008; Pavez,
2012). Durante este tiempo Le Paige excavó cientos de tumbas y sitios arqueológicos (Figura 5) sin
considerar las percepciones locales referidas a los
abuelos o gentiles, las cuales consideraba como supersticiones, razón por la cual en la actualidad su
labor es criticada públicamente por los líderes étnicos (Ayala, 2008). Según uno de sus colaboradores
atacameños, Le Paige “quería dar a conocer que los
gentiles no hacían nada” (entrevista S. R., 2004), lo
cual es interesante si se considera que el temor a los
abuelos es producto de la acción cristiana, ya que
Le Paige negó una creencia impuesta por su religión
en su propio afán de excavar/extirpar idolatrías. Lo
que aportó a cuestionar y cambiar una norma social
de larga data en la cultura local. Si bien en algunas
reuniones científicas se discutió la labor científica de
Le Paige, sus sucesores continuaron excavando cementerios arqueológicos y reproduciendo relaciones
coloniales de negación al ignorar y desconocer las
percepciones atacameñas sobre los abuelos en San
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
Pedro de Atacama. Paralelamente a lo cual, en el
Loa Superior un equipo de arqueólogos integró a
la población local, al considerar información etnográfica en sus interpretaciones y tener en cuenta las
percepciones de la comunidad en sus metodologías
de investigación (Aldunate y Castro, 1981).
Con el advenimiento del multiculturalismo en los
años noventa, el Estado chileno cambió su política
asimilacionista y negadora de lo indígena por otra
de reconocimiento y promoción de estas poblaciones, en línea con lo acontecido en otras naciones
de América del Sur (Gnecco et al., 2008). En este
contexto, los atacameños establecen una relación
renovada con su pasado, ya que los abuelos o gentiles pasan de ‘otros’ a ‘nosotros’ y establecen una
continuidad entre el pasado y el presente indígena.
Con el fortalecimiento de la patrimonialización, los
términos más usados por los líderes étnicos son los
de abuelos y antepasados. Su utilidad radica en que
la primera es una noción ambigua y puede aludir
tanto a los antecesores de un grupo humano como a
Arqueología de la ruptura colonial: mouros, chullpas, gentiles y abuelos en España, Bolivia y Chile en perspectiva comparada
gente antigua cuyos restos materiales se encuentran
distribuidos en el territorio ocupado por una población, razón por la cual es útil como herramienta de
diferenciación. Algo similar ocurre con el concepto
de antepasados, ya que esta noción puede referirse a
ascendiente, progenitor y pariente o a gente del pasado con la cual no se tiene un vínculo familiar, pero
que se asume que forman parte de la historia de una
población. Diferente es el caso del término gentil, ya
que inmediatamente alude a un otro y establece una
diferencia o separación, por lo que es generalmente
invisibilizado al menos en los discursos políticos de
líderes atacameños (Ayala, 2008).
En este contexto, la patrimonialización multicultural no solo opera como dispositivo político y territorial nacionalizador, sino que produce efectos en
el orden simbólico de los atacameños. A una temporalidad andina se incorpora entonces una temporalidad lineal multicultural, en la cual se conforma
una relación genealógica con los abuelos que pasan
de ser ‘otros’ a ‘nosotros’. Pero también se observan
tensiones y diferencias al interior de la etnia atacameña, las cuales parecen relacionarse con un acceso
y apropiación diferencial de la patrimonialización a
nivel local, así como con distintos ámbitos de aplicabilidad de sus discursos autorizados (el patrimonial
y arqueológico) y/o con la coexistencia de identidades y memorias locales (Castro y Martínez, 1996).
Algunos atacameños todavía se refieren a los abuelos
o gentiles como gente de otra época y humanidad.
Otros siguen insistiendo en no visitar estos lugares o
afirmando que los conocieron recientemente o que
nunca han estado allí.
Pese a estas tensiones y diferencias, en sus discursos políticos e identitarios los líderes atacameños se
apropian del discurso estatal de continuidad histórica, construyendo una memoria indígena basada
en un tiempo lineal impuesto por el nuevo nacionalismo multicultural (Boccara y Ayala, 2012). En
este escenario, al igual que en el altiplano boliviano,
las proscripciones sociales asociadas a los abuelos
cambian profundamente, ya que los sitios arqueológicos que anteriormente no podían ser visitados
actualmente son parte del mercado turístico local.
Si bien algunos líderes atacameños especifican que
el respeto y temor por los abuelos no se ha perdido,
los proyectos de administración de sitios arqueoestudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
lógicos evidencian las transformaciones culturales
impulsadas por la patrimonialización de finales del
siglo XX.
Los arqueólogos en Atacama han sido agentes centrales en este proceso al construir, reproducir y legitimar el discurso patrimonialista de la era multicultural, no solo a través de su participación en los
proyectos de puesta en valor y administración de
sitios arqueológicos para su uso turístico, sino también en su papel de difusores del discurso científico
autorizado en cursos de capacitación y programas de
educación patrimonial. En general, los arqueólogos
del siglo XXI muestran un enfoque más dialógico
y de consenso, coincidente con el discurso multicultural participativo de los gobiernos democráticos. Lo cual se ha materializado en experiencias de
construcción de un nuevo tipo de relaciones con los
atacameños, en la integración de la voz indígena, la
valoración de las historias y perspectivas locales y la
diversificación de los espacios de difusión del discurso arqueológico (Ayala, 2011; Kalazich, 2013;
Vilches et al., 2015). No obstante, a pesar de estos
avances, por lo general, la arqueología atacameña
continúa subalternizando a la población indígena
en proyectos de investigación o impacto ambiental
en los cuales los atacameños siguen participando –
exclusivamente– como excavadores o informantes
claves. A la vez que son receptores de actividades de
difusión en las que el discurso arqueológico continúa reproduciendo su lugar y poder de enunciación
(Marcos, 2010).
Conclusiones
Para Castro-Gómez (1996), prácticamente todas las
culturas, sus visiones cósmicas y sistemas de conocimiento, van asociadas a una perspectiva de totalidad.
La idea de totalidad social no solo niega la diversidad, sino que la presupone y depende de la diversidad y heterogeneidad de las sociedades. Es decir,
requiere la idea de otro, diferente. La particularidad
de la colonialidad del poder occidental es que instituye una ruptura basada en la identidad que cambia
constantemente, diferenciándose temporalmente de
‘otros’ pretéritos, tradicionales y anclados al pasado,
cuyas identidades convierte en representaciones culturales (Grossberg, 1996). Es decir, la supresión de
Juan Villanueva Criales, Pablo Alonso González y Patricia Ayala Rocabado
la alteridad viene seguida de la generación de representaciones culturales de diferencia.
Este artículo evidencia la necesidad de reemplazar
el proceso modernizador e ilustrado de generación
de diferencia por la realización de genealogías que
evidencien los distintos procesos hegemónicos de
subalternización, fundamentalmente la extirpación
eclesiástica de idolatrías y la modernización epistémica ilustrada. La relación entre religión y ciencia es
fundamental, ya que la disputa histórica entre ambos poderes se superpone a las visiones animistas del
pasado. Así, personajes como Le Paige, un eclesiástico, usaban la arqueología de forma ‘ilustrada’ para
realizar excavaciones y así mostrar que los miedos
de los atacameños no eran más que supersticiones
paganas. En este sentido, su paradójico trabajo llevó
a la defensa de una continuidad histórica atacameña, segmentada precisamente por la ruptura colonial
y la extirpación de idolatrías llevada a cabo por la
Iglesia. Lo que evidencia la compleja relación entre
excavación y extirpación, continuidad y ruptura, a
caballo entre distintas epistemes. Así, en los casos
estudiados la generación de representaciones de
otredad ha supuesto la ruptura de los tejidos relacionales de las sociedades estudiadas con sus ancestros
para convertirlos en representaciones culturales, es
decir, en otros cargados de significados negativos o
positivos.
Sin embargo, insistimos en la necesidad de evitar
interpretaciones estructuralistas que entiendan la
alteridad como un concepto unívoco, transhistórico y ‘necesario’, es decir, derivado de una suerte
de necesidad humana intrínseca. Más bien mostramos cómo la generación de alteridad se produce de
forma contextual dentro de campos de poder específicos, y no como un ‘alter ego’ resultante de las
propias identidades de los grupos analizados. Los
mouros no son un producto ‘emic’ del desarrollo sociohistórico de las comunidades, sino de relaciones
de poder específicas que se impusieron para explicar
un espacio y un tiempo anterior y desconocido más
allá de la tradición oral. Debido a la larga duración
del proceso de subalternización de las comunidades
preindustriales del noroeste ibérico, el mouro ‘otro’
ya no es peligroso sino más bien exótico. En Atacama, tanto abuelos como gentiles fueron categorías
impuestas por el poder colonial para romper la conestudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
tinuidad histórico-cultural de las sociedades conquistadas. Al igual que chullpas y gentiles del altiplano boliviano, abuelos y gentiles proyectan miedos y
deseos de las comunidades, pero a la vez representan
fuerzas supranaturales que solo están en mano de
los ancestros, como incidir en el clima o la naturaleza. Sin embargo, mientras en Bolivia los gentiles
son hispanizados, en Atacama son indigenizados: los
gentiles son los indios (en oposición a la identidad
nacional chilena), y no los habitantes contemporáneos de Atacama. En ambos casos, los ‘otros’ son
peligrosos, capaces de matar, pero solo son exóticos
en Bolivia, al ser considerados ‘hispanos’. Realidad
que responde a diferentes construcciones históricas,
formas de extirpación de idolatrías, particularidades
nacionales y comunitarias.
Nuestra investigación evidencia las diferentes ‘formaciones nacionales de alteridad’ que se generan en
cada contexto. En España, la ausencia de políticas
multiculturales y la prevalencia de una arqueología
histórico-cultural y procesualista relegan el animismo al ámbito folclórico, cuando no directamente a
la ignorancia del campesino rural. Con excepciones
recientes como el Parque Arqueolóxico da Cultura
Castrexa de San Cibrán de Lás o el Centro castreño de Lalín en Galicia, los mouros no son patrimonializados ni representados en museos, pasando los
grupos sociales contemporáneos a formar parte de la
alocronía. Esta implica, según Fabian (2002), una
ruptura y un distanciamiento temporal con los campesinos, que pasan a representar el propio pasado de
la humanidad. Es decir, pese a compartir espacio y
tiempo con nosotros, los habitantes rurales dejan de
ser considerados como contemporáneos, y pasan a
ser representantes del pasado del propio observador
–lo que implica una idea de superación del pasado
(Londoño, 2012)–. Esto aplica al caso atacameño,
ya que el discurso multiculturalista que incorpora
a los indígenas a la historia chilena no deja de preterizarlos a través de aparatos disciplinares como la
arqueología. Además, en general los arqueólogos siguen considerando a los ancestros como ‘creencias
locales’ en contraposición a ‘la verdad’ científica y
objetiva de su disciplina. La arqueología atacameña
ha contribuido así a reproducir un discurso multicultural participativo y se ha integrado a los proyectos etnodesarrollistas del Estado. La patrimonialización de sitios arqueológicos ha llevado a formas
Arqueología de la ruptura colonial: mouros, chullpas, gentiles y abuelos en España, Bolivia y Chile en perspectiva comparada
de reancestralización, generando conflictos entre
comunidades por la distribución de beneficios y sus
diferentes nociones de propiedad privada. Como
contrapunto, también se ha producido el uso de la
ancestralidad como catalizador de las luchas indígenas con el Estado.
En Bolivia, los chullpas son poco tenidos en cuenta
en el discurso arqueológico, debido a una disolución
de las múltiples etnicidades en la narrativa de ‘lo nacional’ alimentada por la arqueología histórico-cultural. Ya en tiempos multiculturalistas, un Estado
con participación indígena canaliza los reclamos de
etnicidad a través de la concienciación de las comunidades para la puesta en valor del patrimonio, y la
realización de intervenciones arqueológicas de cara a
la reancestralización de los sitios. La lógica patrimonial implica un eslabón más en la escala de subalternización de lógicas animistas y pérdida de relación
personal, directa, con los ancestros. El patrimonio es
también un proceso totalizador, generando una representación metacultural que media en la relación
con el pasado, implicando otra ruptura: se reconstruye la relación con los ancestros mediatizada por
el patrimonio. A través de la patrimonialización se
impone el discurso autorizado de la arqueología y se
naturaliza la visión linear del tiempo, se cooptan los
discursos alternativos y se los integra. Los abuelos
ahora son parte de la historia comunitaria, pero se
sigue reproduciendo la autoridad epistémica de la
arqueología.
Contrarrestar la lógica modernista e ilustrada de
subalternización y alterización implica para nosotros sacar a la luz las lógicas de producción histórica
de diferencia. Esto significa reconocer el carácter necesariamente construido y contextual de cualquier
identidad, y evitar así su interpretación esencialista,
dualista y estructuralista. La perspectiva comparativa amplia también nos ha permitido complejizar la
visión del proceso de ruptura colonial. Un proceso
amplio, tanto geográfica como temporalmente, que
es estudiado en ocasiones de forma fragmentaria y
parcial. Pretendemos así generar más debate y evidenciar la necesidad de mayores investigaciones en
el sentido propuesto en este artículo.
estudios atacameños
Arqueología y Antropología Surandinas
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