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CAUSALIDAD Y ACCIÓN

Revista Peruana
de Ciencias Penales
Número 32
CRITERIOS PARA LA PUBLICACIÓN
DE ARTÍCULOS
I. INTRODUCCIÓN

La Revista Peruana de Ciencias Penales es una publicación destinada a ofre-


CAUSALIDAD Y ACCIÓN*
cer a su público lector artículos científicos en el área del Derecho penal, el Derecho
procesal penal, el Derecho de ejecución penal, el Derecho penal-constitucional, la
Política-criminal, la Criminología, así como la Filosofía del Derecho.
HANS WELZEL
Desde su primera aparición, la Revista se ha caracterizado por publicar artículos
científicos de connotados expertos en el campo de las ciencias penales, tanto nacionales
como extranjeros, esto debido al alcance internacional que tiene nuestra publicación.
En efecto, la Revista figura en los catálogos de las principales facultades de
Derecho del mundo, así como en el de los connotados institutos dedicados a la in-
vestigación en el campo de las ciencias penales.
Por ende, los artículos que se publican en la Revista deben ofrecer una pers-
pectiva original y analítica de la materia, en coherencia con el palmarés del publicista.
Recientemente fue señalado con razón que la doctrina de la relación causal en
Se requiere que los autores cuenten con el grado de magíster y/o doctor, y de
preferencia que se encuentren vinculados con la docencia universitaria. Asimismo, es
el derecho penal se encuentra en una crisis abierta, que involucra a los límites pro-
importante que se acredite una relación académica o de oficio con la materia que se
investiga. En esa medida, la Revista prioriza para su publicación los artículos inéditos
y originales. pios del dominio del concepto de causa1. La aplicada teoría de la condición, en sí
II.
lógicamente irreprochable, se ve instada para abandonar su posición aparentemente
PRESENTACIÓN DE ARTÍCULOS
fuerte en los casos límites, especialmente en los delitos calificados por el resultado.
En cuanto a las pautas para la publicación en la Revista, las principales son las
siguientes:
― En contra de esto la prácticamente aprobada doctrina de la causación adecua-
En la primera página debe aparecer el título conciso del trabajo, el subtítulo
(si lo tuviera) y el nombre completo del autor; al pie de la página, sus grados
da debe luchar con la dificultad en su justificación teórica, mientras tanto ella sea
presentada como doctrina497causal, quiere decir mientras se deje intacto el significado
Revista Peruana de Ciencias Penales
ontológico de la causalidad2.
Pero antes de dedicarnos más profundamente a esto último vamos a observar
con más precisión el fundamento común de ambas teorías: la causalidad.
Esto resulta exigible por el motivo de que en la moderna ciencia del derecho
penal, en su presunta conexión con ella, se refiere de modo incorrecto al por lo me-
nos no atendible idealismo trascendental ligado a Kant. No se exagera demasiado si
se caracteriza como dominante la opinión, según la cual M. E. Mayer expresó que
“vincular casualmente apariencias es función primitiva de la inteligencia humana”,
y la comprobación para la validez universal de la ley de la causalidad es “solo una
evocación a la naturaleza del intelecto humano”3.
Esta opinión vuelve a aparecer en casi todos los diversos sentidos, así cuando
se dice que la causalidad surge de nuestro aparto psíquico4, que la causalidad es una

* Publicado originalmente con el título “Kausalität und Handlung”, en: ZstW. 51, 1931, pp: 703-
720. Traducción tomada de Hans Welzel, (2002).Estudios de derecho Penal. BdeF, Argentina,
pp. 121-145.
1 Ver Honig, Kausalität und objektive Zurechrung, Frank Festschrift, t.1, p.174.
2 Ídem, p.178.
3 M. E. Mayer. Allgemeiner Teil des Deutschen Strafrechts. p. 446.
4 Gerland, Deutsches Reichstrafrecht,p. 91.

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forma de nuestra cognoscibilidad5. Al fin y al cabo, ella conduce a la afirmación


general de que, visto desde el punto de vista trascendental, son los seres humanos los
que prescriben legalidad a la naturaleza6.
En efecto Kant utilizó rumbos que suenan psicológicamente muy semejan-
tes y en algunos casos lo son realmente. Pero si aquellas manifestaciones acertaran
realmente con el núcleo de la doctrina de Kant, la crítica de la razón pura sería un
trabajo bastante insignificante y las críticas estarían a la misma altura que las ilu-
siones ópticas. Pero es absolutamente equivocado considerar en esto el núcleo del
idealismo trascendental.
Seguramente, Kant en ningún momento dejó de prestar atención a la cues-
tión trascendental-psicológica, es decir, la cuestión de cómo es posible un reconoci-
miento del a priori (de las categorías), ya que no surge de la experiencia. La capacidad
para este reconocimiento debe ser innato. Pero la propia ruta de sus investigaciones
es deducir la “legalidad”7 o “la validez y los valores”8 de las formas de conoci-
miento y dejar en claro “cómo las condiciones subjetivas del pensamiento deberían
tener validez objetiva”9. Por esto ellas tienen “las condiciones de posibilidad de la
experiencia que son al mismo tiempo condiciones de posibilidad de los objetos de
la experiencia10. Quiere decir porque las categorías de los objetos son idénticas a las
categorías del conocimiento.
El conocimiento humano no deposita algo en las cosas que de por sí ya les
corresponde (según la forma de sus gafas mentales), sino que capta la legalidad ante-
puesta al objeto11, porque aquélla también es la legalidad de su autenticidad.
El conocimiento humano y los objetos a los cuales está dirigido están sujetos
a una legalidad idéntica: las categorías, cuyo principio general Kant denomina la
“inteligencia pura”.
Por lo tanto, la “inteligencia pura” no es patrimonio de un sujeto real huma-
no, sino dirigiéndose al sujeto a reconocer, es el principio o la medida de su auten-
ticidad y dirigiéndose hacia el objeto, es el contenido real o la estructura a priori de
objeto.

5 Liszt-Schmidt. Lehrbuch des Deutschen Strafrechts,p. 161.


6 W. Sauer. Grundlagen der Wissenschaft und der Wissenschaften, p. 103; comparar tambien
Sauer, Grundlagen des Strafrechts, ps. 19 y siguientes.
7 Kant, Kritik der reinen Vernunft (Meiner),p. 139.
8 Kant, ob. cit., p.53.
9 Kant, ob. cit., p. 143.
10 Kant, ob. cit., ps. 197 y siguientes.
11 Ver, también, R. Kroner,Von Kant bis Hegel I.ps. 62 y siguientes.

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Por eso, si se dice que “la inteligencia no extrae sus leyes de la naturaleza
sino que se las prescribe12, lógicamente no se refiere a “nuestra inteligencia” sino al
entendimiento puro13. La naturaleza es posible solo como cosmos, como unidad
ordenada, de la cual ella es real, porque está supeditada a los ordenamientos legales
(racionales) que le “prescriben” su unidad ordenada.
Por lo tanto, según la interpretación trascendental, tampoco la causalidad es
un modo subjetivo de vinculación de “nuestro” aparato de conocimiento, que “no-
sotros” aplicamos a los objetos porque “nosotros no los podemos reconocer de otra
manera, sino que la causalidad es una ley lógica, quiere decir ley objetiva, a la cual los
objetos están sometidos, también en caso de que nosotros” tampoco existiésemos14.
El método trascendental está dirigido hacia el conocimiento objetivo, y no al sujeto
y su correspondiente estado15.
Por lo demás, pueden quedar aquí en tela de juicio las doctrinas del idealismo
trascendental. Pero hay que remarcar que el idealismo concuerda totalmente con
la interpretación realista en cuanto al rechazo de la interpretación de que nosotros,
como sujetos conocedores, determinamos a los objetos. Lo que separa a ambas doc-
trinas no es tema que interese en este momento16.
Después de comprobar que para el idealismo crítico la causalidad es también
una categoría del objeto que no tiene absolutamente nada que ver con la organi-
zación del sujeto, podemos volver a dirigirnos hacia la doctrina de la causalidad
adecuada. Para una teoría como la de la causación adecuada, que deja intacto el
requisito básico de la teoría de la condición, según la cual la causalidad es la única
manera de determinación del suceso real existe la dificultad de ver el principio por el
cual se diferencian, para el derecho penal, los factores relevantes de los indiferentes,
en un proceso causal.
Si se está de acuerdo con la vinculación causal de todo suceso acontecido,
entonces este principio debe estar fuera del significado ontológico de la causalidad,

12 Kant, Prolegomena (Meiner), p. 82. § 36.


13 Bauch, Immanuel Kant, p. 139 y ss., ps. 227 y ss., en resumen, ps. 130 y siguientes.
14 El círculo virtuoso de la interpretación psicológica está a la vista con bastante claridad, cuando se
explica que la causalidad es “solo” una función de nuestro aparato psíquico y de esta manera se
retorna con esto, al mismo tiempo que nuestros actos causales concatenados sobre la consistencia
de nuestro intelecto, como su causa (!). Por lo tanto, se prescribe como objetivamente existente
(real), aquello que solo se quiere explicar como fenomenal. Este es el mismo error que cometió
Hume cuando defendió la realidad objetiva de la causalidad y, a pesar de ello, declaraba causal a
la aparición de nuestra interpretación causal a través de la costumbre!
15 Bauch, ob. cit., ps. 139 y siguientes.
16 Comparar para esto recientemente P. F. Linke, Grundfragen der Wahrnehmungslehre, p. 369 y
siguientes.

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dado que, considerados desde el punto de vista causal, todos los factores son igual-
mente necesarios y por eso, en esta relación, “de igual valor”. Entonces esto debe
conducir con facilidad a declarar este principio como axiológico. Y precisamente el
examen del valor, al cual con esto se lo somete a una relación causal, debe dirigirse a
saber “si esta relación es también significativa para el ordenamiento jurídico, si ella
es suficiente para las exigencias del ordenamiento jurídico”17.
¿Pero se trata acá realmente de valorizaciones? Los juicios valorativos están
basados en juicios del ser, quiere decir valores que exigen un determinado objeto,
universal y ontológico, que caracteriza a los valores en una determinada y peculiar
dirección (positiva o negativa). Cada objeto no puede ser portador de un determi-
nado valor, sino que muchas veces cada valor exige como requisito un categórico
objeto determinado, que justamente es el valor de ese valor, por ejemplo, los va-
lores morales y la persona18. Así también están fundamentadas las valorizaciones
del derecho penal (legal-ilegal, justificado subjetivamente-imputable) en un sentido
categórico determinado, cuyos predicados de valor son ellas.
Si el ordenamiento del derecho penal no vincula sus predicados de valor con
todo suceso real, entonces deben existir diferencias ontológicas de las cuales surge
este diferente tratamiento. Es cierto que el ordenamiento jurídico está libre de vin-
cular a cualquier suceso consecuencias jurídicas para una persona. Pero el diferente
tratamiento por el cual solo un cierto fragmento del suceso real es sometido a una
calificación jurídico-penal que supera una sencilla arbitrariedad, es decir, principal-
mente que tenga un sentido, debe basarse sobre diferencias objetivas. En realidad
está sobreentendido: la reflexión sobre si una determinada relación de sucesos es
significativa para el ordenamiento jurídico no valora, sino que quiere comprobar si
el tipo penal existente está constituido de tal manera que el ordenamiento jurídico
pueda vincular sus predicados valorativos. Justamente éste es el sentido de la teoría
adecuada: comprender aquella conexión del ser real a la cual sea posible hacerle
recién una valorización penal. De este modo la aparente observación axiológica nos
conduce nuevamente hacia las diferencias ontológicas.
Aquí surge nuevamente la pregunta de cuáles diferencias son decisivas para el
suceso real, es decir, para que el ordenamiento jurídico no pueda ligar a todo suceso
(que parte de la voluntad humana) sus predicados valorativos, cuando todo suceso
está subordinado -según la afirmación de todas las teorías causales- bajo una sola
manera de determinación, o sea la causalidad. ¿Puede ser contestada esta pregunta
por medio de la alusión a una manera de observación ideológica característica del or-
denamiento jurídico? Evidentemente, hay que admitir que la alusión a la teleología

17 Ver Honig, ob. cit. p. 179.


18 Comparar aquí, N.Hartmann, Ethik, p. 131.

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llama la atención sobre el punto de partida correcto, pero en realidad solo brinda el
problema, pero no la solución. Entonces hay que remarcar que la teleología no con-
tribuiría en nada para la solución de nuestro problema, si ella fuera solo una “manera
de observación” o, según Kant, un “principio heurístico” en la relación existente19.
Todo suceso puede ser sometido a una “observación” teleológica. Se puede extraer
cualquier efecto y observar sus causas como mero medio para la existencia de aquel
efecto. Por lo tanto, queda nuevamente la pregunta de por qué el ordenamiento
penal no somete bajo sus observaciones teleológicas a todo efecto cuya causa se en-
cuentre ligada originariamente con la voluntad humana. Expresado de otra manera,
por qué tanto los partidarios de la teoría adecuada como los de la condición se abs-
tienen de extraer esta consecuencia para los delitos calificados por el resultado. Por
lo tanto, somos remitidos nuevamente hacia las diferencias ontológicas a través de la
mera “manera de observación”.
Finalmente, entonces, si prescindimos de los delitos calificados por el resul-
tado como los “rudimentos provenientes de la interpretación de un derecho penal
ampliamente superado”20, existe el interrogante de cuál condición ontológica de
un suceso es determinante para que el ordenamiento jurídico vincule justamente
con él sus predicados de valor. Y qué determinaciones, que no tienen en cuenta
aquellas diferencias ontológicas, pueden tener vigencia como “rudimentos de una
interpretación de derecho penal superado”. En resumidas cuentas, surge el problema
totalmente generalizado de cuáles atributos específicos debe tener un suceso real
para que pueda ser portador u objeto de valores penales, en especial, el reproche de
culpabilidad.
Después de todo esto, no cabe otra cosa que poner en tela de juicio la hipó-
tesis de las teorías causales, en el sentido de que la causalidad sea la única y exclu-
siva determinación del hecho real. Si se llega a constatar un nuevo proceso real de
desarrollo que esté a la par de la causalidad, y quizás pueda intervenir también en
las filas de la causa, entonces posiblemente se haya encontrado en él la buscada base
ontológica para las valoraciones penales.
Ya tan sólo este modo de plantear esta pregunta podría sonar inaudito. Pero
la sorpresa constata cuán profundamente introducidos estamos todavía en el pen-
sar científico-mecánico, pese a toda “acentuación de puntos de valor”. Tampoco se
debería remitir a la tabla de categorías de Kant, en donde la causalidad y el efecto

19 La teleología como principio heurístico no significa para la teoría de Kant una específica forma
de determinación, sino que exige la causalidad como exclusivo proceso de desarrollo; ella quiere
mencionar solo en relación con el suceso organiza o un método para nuestra indagación, el cual
debe posibilitar hallar la vinculación de ese suceso. Ver, por ejemplo, Kant, Kritik der Urteils-
kraft (Meiner), p. 277y Br. Bauch, ob. cit., ps. 435 y siguientes.
20 Liszt-Schmidt,ob.cit., p. 163.

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de cambio están registrados como únicas categorías del suceso real. Puesto que la
moderna filosofía trascendental hace mucho que sobrepasó la opinión de que la ta-
bla de categorías, que históricamente se vincula con la tabla de juicio de la situación
pasada, haya sido un catálogo cerrado y completo21. En realidad, nada nos impide
revisar lo heredado sin perjuicios, en dirección a una nueva determinación. Esta
revisión requiere una profunda colaboración con los más modernos problemas filo-
sóficos y psicológicos, dado que el concepto de aquella nueva determinación pudo
desarrollarse recién después de la caída de la psicología de la asociación, la cual había
intentado infructuosamente brindar una explicación causal del suceso psíquico.
Si de aquí en más queremos observar sin prejuicios la estructura de la acción
para comprobar la legalidad de su proceso, necesariamente debemos revisar en ella
también la esencia de los actos del querer y del conocer. Recién el conocimiento de
la legalidad de estos actos nos revela el orden especial del proceso de la acción.
Aquí está uno de los más importantes conocimientos de la más reciente psi-
cología; que se contrapone con los actos de percepción, imaginación, pensamiento,
etc., es de decir que se dirige hacia algo como si fuera su objeto, pero que no son
ellos mismos y que tampoco son un estado o una parte de su actual vivencia psíqui-
ca, sino que pertenecen a un estrato (real o irreal) independiente. La bola roja que
yo percibo o sobre cuya estructura estereométrica yo recapacito no se convierte por
estos actos en algo psíquico. Ella contiene tan pocas propiedades psíquicas como
objetivas (rojo, redondo) del acto, sino que permanece como ella es, ajena al acto. A
pesar de esto, el acto es una conciencia de ella, la imagina o “toma posesión” de ella,
la tiene como su objeto, en resumen: está dirigido intencionalmente hacia ella. Esta
propia relación de aquellos actos psíquicos hacia algo como su objeto, no tiene ana-
logía en el mundo no psicológico o físico, sea éste real o irreal (solo “imaginado”).
Por cierto que los objetos del mundo físico (la piedra, el electrón) se encuentran bajo
diversos vínculos de causa y relación, pero jamás están dirigidos hacia un algo fuera
de ello, de manera que lo pueden concebir imaginativamente como su objeto.
La intencionalidad es más bien una relación específica entre ciertas vivencias y
sus objetos. A pesar de ello, no se dijo con esto que los actos intencionales estuvieran
libres de toda relación causal o relacional, sino que únicamente aparece, a un lado
de estas relaciones, otro novedoso factor de relación22.

21 Comparar, por ejemplo, Bauch, Wahrheit, Wert und Wirklichkeit, p. 211. Remarcable es tam-
bién que el kantiano Hönigswald es uno de los decisivos representantes de la intencionalidad
como “ordenamiento del pensar” en contraposición con el “ordenamiento de los sucesos” (la
causalidad). Comparar Hönigswald, Grundlagen dar Denkpsychologie, en particular ps. 256 y
siguientes.
22 Comparar acá en especial P. F. Linke. Grundfragen der Wahrnehmungslehre, 2a. Aufl., 1929,
pásim y especialmente ps. 55 y siguientes (61).

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Mientras tanto, parece ser que tampoco estas determinaciones aportan im-
portantes cambios a nuestra situación del problema. Puesto que, si bien ciertas de-
terminadas vivencias psíquicas están acopladas de aquel modo específico a su objeto,
así también los actos mismos pueden estar sometidos entre sí a leyes causales univer-
sales. De hecho es el caso, por ejemplo, también en las asociaciones de la representa-
ción o en la lucha de los instintos entre sí.
Aun así, ya es de significado decisivo para nosotros la hasta ahora vigente de-
terminación de la intencionalidad. Sobre ella se erige un muy específico proceso de
desarrollo para los actos del pensar y de la voluntad, etcétera. En estos más elevados
actos mentales, la intencionalidad no indica solo la dirección hacia los objetos, sino
que, también para el proceso de estos actos, señala la dirección hacia la estructura del
objeto. La intencionalidad, que hasta ahora solo tenía carácter estático, adquiere acá
una función dinámica, se convierte en un proceso de desarrollo de actos dirigidos
hacia objetos.
El pensar no se agota, como la percepción o la imaginación, en el mirar y el
retener un objeto idéntico, sino que busca atrapar el “estado de las cosas”, es decir,
reconocer a los objetos en su relación con otros objetos. Su meta es la comprensión
de la naturaleza y las relaciones estructurales de un estado de cosas. No puede ser ca-
sual la concordancia entre el acto de conocimiento de causa y el objeto, quiere decir
sin estar apoyada de modo decisivo la correlación acto-objeto. Es más: si existiera un
conocimiento de causa, las relaciones y determinaciones objetivas beberían ser las
bases lógicas sobre las que se ova el acto y sobre las cuales se reconoce apoyado. La
comprensión se efectúa dentro del acto de conocimiento a través del cual el acto de
las estructuras objetivas se sostiene conscientemente sobre su base lógica.
Por el contrario, el pensar debe buscar la base de su comprensión y la garantía
de su autenticidad dentro del objeto mismo. Por eso, no solo se dirige sobre el obje-
to, sino justamente hacia él. Así es como se dirige de un objeto al otro, de una pre-
cisión del objeto a la otra y busca concebir de modo razonable la relación existente
entre ellos. Aquí la intencionalidad cumple la función de conducir el pensamiento.
A través de ella, la precisión del estado de cosas y la legitimidad del objeto ganan
influencia sobre el suceso psíquico. La intencionalidad dirige el pensar hacia la legi-
timidad de los objetos, o mejor dicho: debido a su carácter intencional, el pensar se
puede dirigir hacia la legitimidad de los objetos.
De ese modo la intencionalidad es el factor decisivo para que sea posible, en
el acto de conocimiento, una fundamentada concordancia entre el acto y el objeto y
con eso, sobre todo, que sea posible una comprensión23.

23 Este conocimiento significó el quiebre definitivo con la antigua psicología de las asociaciones o
los elementos, que se había demostrado incapaz también de hacer entendible el más sencillo acto

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Hans Welzel

En realidad, acá estamos frente a un hecho cuyo proceso de desarrollo no


es de carácter absolutamente causal. El elemento decisivo del hecho determinado
causalmente de modo universal no es solo que un efecto anterior (es decir, una
mayoría de objetos del ser individuales) acarree como consecuencia necesaria uno
posterior (efecto) a través de un proceso interior para nosotros desconocido24, sino
que también el convertirse en causa del anterior en toda relación está condicionado,
necesa­riamente, por algo todavía más anterior. En toda relación significa el qué y
el cómo el anterior se activa como causa y a cuál consecuencia conduce. “La línea
causal transcurre absolutamente indiferente al resultado”25 y como consecuencia
precisamente del específico modo de su proceso de desarrollo.
En cambio, en la relación intencional, en la cual el pensar está dirigido hacia
el estado de las cosas y hacia su estructura, está dado un proceso de desarrollo en el
cual una anterior condición, o sea el estado de la aspiración del conocimiento, da
realidad a la posterior condición de la comprensión ganada por medio del encuen-
tro del camino hacia esa meta, por actividad propia, a través del sucesivo descubrir
de las relaciones objetivas. La dirección que toma el pensar, los pasos que da para
esto, jamás pueden ser determinados causalmente por una condición todavía más
anterior, puesto que debe justifi­car siempre estos pasos que provienen del dirigido
estado de cosas.
Pero las determinaciones objetivas no son para esto una causa real -bien pue-
den ser irreales si, por ejemplo, pertenecen al pasado o al futuro, o son de carácter
matemático-sino que son bases lógicas del pensar.
El proceso de pensar es un proceso hacia las relaciones objetivas, según el
“sentido” de los objetos seleccionados. A pesar de eso no es el proceso del sentido en
sí mismo, sino el proceso de captar del sentido. Quiere decir, el orden de captar del
sentido está dirigido hasta aquí hacia el orden del sentido en sí, en cuanto el sentido
“se refleja a sí mismo”; en el captar, o a través del captar, “entra” en la conciencia.
Con esto nos encontramos al mismo tiempo ante una última, no sorteable
y, sin embargo, cotidianamente vivida circunstancia, puesto que las palabras reflejar

de pensar. El significado de la intencionalidad fue puesto de resalto por primera vez por Brenta-
no y la importancia de su conti­nuación es reconocida siempre de modo más intenso. Comparar,
en especial, Th. Erismann, Die Eigenart des Geistigen; R. Hönigswald, Die Grundlagen der
Denkpsychologie, K. Bühler, Die Krise der Psychologie (p. 67); E. Jaensch, in den Jahrbü-
chern der Philosophie III, p. 136 (1927); W. Peters, in Zeitschr. f. Psychologie,tomo 112, ps.
413 y ss., 436 y ss. En lo demás, el profundo sentido de la teoría de la percepción de Linke, ob.
citada.
24 Comparar N. Hartmann, Metaphysik der Erkenntnis, 2a. Aufl., ps. 263 y 265. Ver, también,
Lotze, Metaphysik, ps. 149 y siguientes.
25 N. Hartmann, Ethik, p. 601.

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CAUSALIDAD Y ACCIÓN

y “entrar en la conciencia” no hay que entenderlas, por supuesto, en el sentido de


la palabra propia, sino que expresan de forma figurativa el específico y nunca antes
relacionado elemento indisoluble de la “comprensión” o “del entendimiento” del
estado de las cosas seleccionado.
Por esto el orden del pensar no es ni causal ni puramente lógico sino dirigido
con sentido, de modo intencional.
La causalidad, según la cual cada causa solo es par te pasajera de un hecho que
tiene lugar en ella, es solo una de las posibles formas de determinación.
El proceso reglado de pensar de modo intencional no es de ninguna manera
indeterminado a voluntad, sino determinado en toda relación. Pero de tal manera
que su meta no sea necesariamente la consecuencia ciega de un proceso trazado por
los actos a través de causas anteriores sino de tal forma que el Yo mismo regule sus
pasos hacia las relaciones objetivas, apoyándose y basándose en ellas.
A pesar de esto, no está dicho que el pensar no está librado del todo de la de-
terminación causal que no lo une a ninguna otra relación con los restantes sucesos.
Una simple recapacitación ya nos puede convencer de lo contrario.
De modo continuo vemos entrelazadas en su totalidad nuestras vivencias es-
pirituales con la vida física y espiritual.
Si me siento vivo y sano, los actos de pensar me resultan más fáciles y mejores
que si me siento depri­mido y sin ganas. Después de todo, semejantes factores pue-
den excluir totalmente la realización de actos de pensar.
Pero todos estos factores afectan solo a la existencia de un acto de pensar, y
dejan absolutamente a un lado la determinación especial de la realización del acto
del pensar. Son solo una condición previa para que el pensar pueda existir como
un real suceso espiritual, pero no dicen nada sobre la dirección que toma el pensar:
existe en algún momento, surgido de algún modo causal, el pensar como real acto
espiritual, entonces la realización de este acto se rige por una legitimidad totalmente
no causal, de modo intencional.
De ese modo, la causalidad conduce y abarca a la intencionalidad sin menos-
cabarla o perjudicarla.
La posibilidad de existir conjuntamente ambas maneras de determinación
ofrece la garantía para que el sentido que da la dirección al pensar por medio de la
intencionalidad pueda encontrar cabida también en el suceso causal.
Con estas últimas reflexiones somos llevados de norma inmediata hacia el
problema del querer, puesto que el querer sobrepasa el pensar, por cuanto se propo-
ne hacer real aquello en lo cual se basa y apoya como un hecho causal.

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Hans Welzel

El querer no es un concepto puramente reconocido, sino que es una actitud


del Yo que activamente determina su conducta. Pero ésta, asimismo, encuentra su
argumentación y justificación en el contenido del sentido dirigido, es decir que
también la motivación de la voluntad está bajo la legitimidad de la intencionalidad
del sentido.
Pero antes de profundizar en este tema, queremos observar el carácter de
otro acto intencional que se dirige del mismo modo hacia un objeto como si fuera
la cosa a alcanzar. Nos referimos a aquellas vivencias que de aquí en más queremos
conceptuar como ambición, las cuales están caracterizadas porque en ellas el Yo se
siente conducido por el objeto querido hacia una relación activa frente a él (al Yo), y
precisamente viviéndolo, como atraído hacia el objeto o rechazado por él.
La ambición, por consiguiente, tiene una doble posibilidad de dirección: es
atraída hacia él (aspirar a) o se dirige en su contra (se opone).
La particularidad específica de la ambición es que el Yo está sufriendo dentro
de ella una relación de tensión entre lo que lo empuja hacia el objeto y lo que lo
rechaza.
Es un suceso que tiene lugar dentro y junto al Yo sin que éste colabore, es un
arrastrar e impulsar hacia el objeto, es un instar y empujar para alejarse del objeto. Se
despierta repentinamente dentro del Yo y se origina de alguna forma causal, sin que
el Yo pueda hacer surgir inmediatamente esta ambición dentro de sí o pudiera pasi-
vamente dirigirse hacia el objeto. Solo puede producir las condiciones que la ambi-
ción provoca en él, por ejemplo, la de dirigir la mirada sobre el objeto provocador26.
La condición más elemental de las ambiciones es el vital impulso instintivo,
cuyo nombre origina la característica de ellos, es decir, la formación de los impul­
sos. Los ejemplos más importantes son los impulsos de autoconservación, sexuales
y de poder. Pero a la par de ellos hay una inmensa cantidad de ambiciones, no solo
de condición sensitiva, sino también de condi­ción espiritual hacia acontecimientos
estéticos, creatividad, etcétera.
Cada ambición recibe así su característica a partir del objeto que le sea adju-
dicado y al cual está muy sujeta. Rígida se dirige hacia él y está ciega frente al “sig-
nificado” de su objeto, frente a la relación del valor de los otros objetos. Si aparece
una segunda ambición contradictoria, el Yo es atraído o rechazado alternativamente
hacia una y luego hacia la otra, produciéndose una lucha entre ambas ambiciones.

26 Ver acá en especial, A. Pfänder, Motive und Motivation, 1930, ps. 136 y siguientes.

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CAUSALIDAD Y ACCIÓN

Mientras el Yo quede en esta condición pasiva, puede originarse una decisión


solo sobre la base de la relación de fuerza de los actos27: gana aquella ambición hacia
la cual el Yo es atraído con mayor intensidad y vehemencia. La decisión cae según la
fuerza de los actos de ambición, no en sentido intencional, sino con un mecanismo
causal de los actos.
Totalmente diferente será la situación si el Yo dirige mirada al sentido y sig-
nificado de la cosa hacia la cual se dirige su ambición. En ese caso, hay que hacer
la observación de que el sentido y el significado expresan algo distinto y más que
la legalidad de la estructura del objeto Si ésta representa la inmanente legitimidad
del ser de cada uno y de toda objetividad, entonces el “sentido”, en la relación exis-
tente, dirige su mirada hacia una dualidad específica de lo objetivo, a partir de la
cual unos objetos son caracterizados como valiosos a diferencia de otros. En estos
casos, “sentido” significa la valorización del objeto (tanto en sentido positivo como
negativo). Por eso es necesario entrar brevemente en los pormenores del problema
de los valores.
Las dos doctrinas del valor más significativas de la actualidad fueron consti-
tuidas desde el kantianismo sudalemán (Windelband-Rickert) y la fenomenología
(Scheler- Hartmann). Según ambas doctrinas el valor no pertenece a la realidad
sino a un estrato ideal. De acuerdo con la primera, el valor resulta ser algo simbólico.
Según la otra doctrina, es una calidad ideal de sentido. Y los objetos reales son solo
“bienes”, a los cuales están “adheridos” los valores irreales. De esa manera, el sujeto
está ubicado frente a un imperio de valores irreales que se acerca a él como “deber”.
No es necesario hacer más hincapié en estas doctrinas. Para nuestra explica-
ción es suficiente comprobar que el Yo, en este imperio de valores, tiene un mundo
de objetos reales hacia el cual se debe dirigir intencionalmente.
Según nuestra opinión, no existe semejante imperio autónomo de imágenes
de pensamiento irrealmente valederas o cualidades de sentido28. Para nosotros, el
valor es una referencia del objeto sobre un Yo, para el cual algo es “valioso”.
La intencional referencia del Yo sobre el objeto no se agota con la captación
puramente cognitiva o el conocimiento de las determinaciones que se acercan al

27 Lo expresado de este modo es gráfico, porque los impulsos no son naturalmente autónomos
junto al Yo, sino son precisamente un acto del propio Yo. El Yo queda de modo permanente en
el sujeto del acto. Pero los actos del Yo tienen el mencionado específico carácter de pasividad,
que está situado de manera próxima al retrato de una lucha. Pero su plasticidad debe quedar
permanentemente consciente.
28 Comparar, para esto, J. E. Heyde, Wert, 1926 y Brentano, Psychologie. editado por O. Kraus
(Meiner), t. . I. ps. XLIV y ss., ver tambien Jaensch, Jahrbücher der Philosophie, t. 3 (1927), p.
132.

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objeto en sí, también fuera de esta relación, sino que más allá de eso el Yo se enfrenta
con estas determinaciones con interés, participación, afirmación o negación. Ellas
“tocan” o “rozan” al Yo, para que frente a ellos no quede “indiferente”, sino que se
ubique en su lugar de manera amigable o enemigable.
El Yo puede ser rozado de distintas maneras. Las diferencias a las cuales nos
referimos aquí, nos son conocidas para todos y aparecen cuando separamos la par-
ticipación “sensual” de la “intelectual” (ética, estética, etc.). Las diferencias no con-
sisten solo en una manera cualitativamente distinta de ser rozado, sino también en
un significado distinto para el Yo. Unos conceptos tocan al Yo más profundamente
que otros. Entre ellos, el Yo, en su modo de ser, se siente más profunda y puramente
atrapado por unos que por otros. Es la “profundidad del momento de la personali-
dad”29 lo que decide estas diferencias del significado.
Hagamos desde acá una retrospectiva de las ambiciones. Ellas están, como
vemos, muy fuertemente sujetas al objeto y por eso están ciegas a lo que se refiere
al significado del objeto para el Yo. Por esto, el que identifica el valor con lo que se
ambiciona o con lo que se encuentra en la “luz de las ganas”, no toma en cuenta que
el Yo puede tomar conciencia de las diferencias cualitativas y signifi­cativas de estas
relaciones del Yo hacia el objeto.
Desde luego que las ganas (con las cuales la ambición mayormente está liga-
da) son un momento trascen­dental en la vivencia del valor, pero no como ganas en
sí, sino que su veracidad, su significado para el Yo, es lo que constituye el valor del
objeto por el cual ha sentido las ganas. Quien no considera esto queda incapacitado
de entender los valores como unidades de sentido y significado, como lo exigimos
permanentemente cuando reflexionamos sobre la veracidad de una vivencia de valor.
Lo hace en honor de una pura (causal) teoría, cuya deficiencia ya se manifestó en
el ámbito teórico. Hay que diferenciar enérgicamente entre ambición y valor. Las
ambiciones pueden ser valiosas, pero no necesarias. Más bien será valor la deter-
minación de un objeto (ambicionado o también no ambicionado) lo que alude de
manera diferentemente específica y cualitativa a un Yo, según la profundidad del
elemento de la personalidad.
El deber de captación del valor es el de descubrir esta referencia y su diferente
contenido. Es un genuino acto de conocimiento, en cuanto también acá el acto se
debe dirigir hacia lo que debe conocerse, basarse y apoyarse en él. En este caso, el
propio Yo, en su relación específica (emocional), se convierte en objeto parcial del
objeto total del conocimiento intencional. No es un secreto que en este caso el Yo se
convierte en su propio objeto. Puesto que esto está dado en todo acto de concien-
cia de sí mismo. Solo que en este caso, el conocimiento es más irracional que en la

29 Th. Lipps, Leitfaden der Psychologie, 2 AufL., 1900, p- 296.

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puramente comprensión teórica, en la cual se prescinde en su totalidad del enfoque


emocional del Yo.
El Yo no necesita permanecer ahora en este reconocible enfoque del valor,
sino que puede decidir más allá de ello su conducta hacia el valor reconocido. En la
actitud intencionada el Yo también está dirigido hacia el valor, se apoya y se basa en
su decisión y de manera tal que se propone la realización del valor conocido, porque
su condición lo conoció y consideró así.
Tal como en el puro reconocible enfoque, así también en el querer los valores
son fundamentos lógicos (quiere decir: no causales, objetivos) lo que descubre el Yo.
Éste considera el sentido recíproco de esos fundamentos y apoya y basa su decisión
en ellos. Los motivos de la voluntad, al igual que los del pensamiento, no son causa,
sino apoyos o fundamentos lógicos30. Seguro que también existen causas (pueden
ser algún proceso cerebral), pero ellas son factores reales para la existencia del acto
de voluntad, pero no especifican la dirección que toma el acto. Esta dirección la
determina el propio Yo según el valor del contenido del objeto a través de sucesivos
descubrimientos y consideraciones de este contenido.
También el proceso del acto de voluntad está subordinado por lo tanto a
aquella determinación intencional, cuya legalidad creíamos poder reconocer con
claridad en el proceso de los actos de pensamiento, los cuales deben existir en toda
estructura anímica donde debe ponerse en relación con el contenido del sentido del
mundo, las legalidades inmanentes de los objetos y su determinación valorativa.
Para nuestro problema debemos seguir de cerca el acto de voluntad hasta
donde la serena decisión conduce a la acción de la voluntad. Al acto anímico se une
en el mundo físico un proceso causal, el cual, por su parte, tiene otros efectos como
consecuencia. Ahora está claro: tan cierto es que este proceso sea de naturaleza causal
(en cuanto el origen de cada reacción está condicionado por sus causas previas), tan
cierto es también que el proceso de esta cadena de causa condiciona a otro elemento.
Los impulsos de voluntad que ponen en movimiento la cadena causal en el
mundo físico a través de un mecanismo psicofisico no aclarado todavía absoluta-
mente, deben basarse -si desean ser la realización de la decisión- en esta decisión.
Su precisión no puede ser condi­cionada de modo puramente causal (sin importarle
el resultado), sino que debe determinarse conscientemente hacia la meta que fue
puesta por la decisión. Precisa­mente los actos de impulso de la voluntad son con-
dicionados también intencionalmente, en cuanto ellos deben determinar su direc-
ción según los medios puestos por ellos en movimiento para conseguir el resultado
deseado, además, en cuanto que deben regir su transcurso según sea ubicadas la

30 Comparar A. Pfänder, Motive und Motivation, ps. 157 y siguientes.

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sucesión y el orden de las causas si se pretende que las distintas filas causales puestas
en movimiento converjan en el resultado planificado. Por eso los motivos físicos de
un resultado no son producidos meramente en forma causal, sino al mismo tiempo
en forma voluntaria e intencional.
De ahí se deduce que el suceso que conduce al resultado a partir de la deci-
sión, pasando por los impulsos de la voluntad, es una unidad de intención legal, que
se destaca de los demás sucesos causales a causa del elemento de la legalidad de senti-
do. Caracterizamos a esta unidad de sentido como acción. Se deduce que la relación
entre acción, resultado y decisión no es una reacción de ordenación de sentido solo
causal, sino también teleologica. La relación causal es solo un componen e parcial de
la relación de sentido y está determinada y guiada por la legalidad intencional y por
la relación de sentido de la acción.
Echando una mirada retrospectiva sobre nuestra postura del problema, he-
mos encontrado entonces acción una profunda diferencia ontologica con el suceso
real. Al lado del suceso causal hay un suceso heterogéneo que no está sujeto al orden
de la causalidad, sino al sentido de la intencionalidad. Mientras el suceso causal se
caracteriza porque cada causa es consecuencia de un proceso establecido univer-
salmente por causas anteriores, es solo un eslabón de paso hacia el resultado en el
suceso (teleológico) intencional, uno anterior determina su origen por sí mismo,
según el contenido de sentido de los posibles objetos intentados. Por eso el resulta-
do pertenece al sujeto en una forma completamente distinta como si fuera solo un
efecto de su causa.
Si la causa es solo un eslabón de paso de un proceso causal, entonces la realiza-
ción del resultado es la propia acción del sujeto: la existencia del resultado depende
de la libre voluntad del Yo resultante de la determinación del sentido. Hasta donde
alcanza esta dependencia, el hecho es inherente al sujeto como acción propia o, para
expresarlo de otra manera, (objetivamente) atribuible. Esta imputación (objetiva)
no significa imputación para la culpabilidad, ella no detalla absolutamente nada
sobre la valoración del suceso imputable, sino que a los factores del suceso parti-
cular, los cuales fueron sintetizados para una unidad de acción, se refieren al punto
personal central dominante. De esto resulta que solo el suceso objetivamente impu-
table está en condiciones de ser atribuido a un autor como culpabilidad, dado que
únicamente puede ser responsabilizado el sujeto personalmente determinado por el
resultado legal realizado por él. Con esto hemos descubierto el buscado fundamento
ontologico para las posibles valoraciones penales: solo aquel suceso que depende de
una razonable ordenación de un sujeto, es pasible de ser atribuido a este sujeto como
mérito o culpabilidad. Bien entendido: únicamente está descubierto el fundamento
ontológico o el “porta­dor” para posibles valoraciones, pero con esto no está dado un
juicio de valor. No se ha determinado si el suceso atribuible es valorado positiva o

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CAUSALIDAD Y ACCIÓN

negativamente si es justificado, perdonado o reprochado, si el ordenamiento jurídico


después de todo encuentra un motivo. Pero nosotros hemos mostrado el circuito
ontológico y su especifica legalidad dentro de la cual se encuentran únicamente los
objetos penalmente relevantes: lo que solo es causal y no pertenece a la relación de
ordenación ideológica de la intencionalidad no se toma en consideración para un
juicio penal31.
En lo precedente solo se habló de forma explícita del resultado legal positivo.
La dependencia de efectos externos (respectivamente en general realidades externas)
de un sujeto existe también aun cuando estas realidades no son realizadas de modo
voluntario, pero su inhibición había sido intencionalmente posible. En esto son
posibles dos casos: el primero, cuando el sujeto no descubre totalmente el conte-
nido del sentido, especialmente cuando en el período de los impulsos de voluntad
no toma conocimiento total del significado causal de los medios seleccionados, a
pesar de que podría, mediante su intencional conducción autónoma. En esto el
sujeto provoca resultados cuya causa la ordenó con sentido en su total significado
causal, a pesar de que lo podía haber hecho en virtud de su intencional conducción
autónoma. El segundo, si el sujeto no interviene de ninguna manera en el mundo
exterior, pero si hubiese apartado la subsistencia o el nacimiento de una determinada
condición, por medio de una intervención puesta con sentido, entonces la condi-
ción exterior, como dependiente de la autodeterminación intencional del sujeto,
es atribuible a éste32. En ambos casos la intencionalidad, es decir la posibilidad de
prever un cierto resultado y determinarse con sentido conforme a él, delimita del
suceso causal aquel ámbito que es capaz de una valoración penal.
De ahí resulta por lo general, que no es la relación causal, sino la relación te-
leológica entre resultado y sujeto que descansa en la legalidad de la intencionalidad,
que es el fundamento objetivo de la existencia del ser de valoraciones posiblemente
jurídico-penales33. Aquí, en la revelación de una nueva y específica forma de de-
terminación del suceso real también los esfuerzos de teorías adecuadas encuentran
su justificación lógica, siempre que no sea una teoría de causalidad sino una teoría
teleológica encubierta. Como hecho propio o acción perteneciente a un sujeto, y
en este sentido atribuible objetivamente, es todo resultado fijado típicamente que

31 Nosotros nos contentamos en el resultado final con la bonita explicación de Larenz, al coincidir
con la teoría de la imputación de Hegel y el concepto de imputación objetiva, cuando nuestro
punto de partida es también completamente distinto. Autor que partió de la propia filosofía
trascendental y creyó poder presidir de la carga metafísica, la cual, a nuestro parecer, influenció
aplicación de Larenz.
32 Comparar acá también: Sigwart, der Begriff des Wollens und sein Verhältnis zum Begriff der
Ursache, 1879, p. 33.
33 De lo precedente podría ser claro que aquí “teleología” no es una sencilla manera de reflexión,
sino supone una relación de acción basada intencionalmente.

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fue cometido por el autor con sentido legal o cuyo desvío era previsible y ordenable
razonablemente.
Cuál significado tienen esos conocimientos para el sistema penal, acá ya no se
puede discutir. De todos modos también en este aspecto se produce la imposibilidad
de una total separación entre el tipo subjetivo y el objetivo, porque el tipo objetivo
debe estar subordinado a la legalidad del subjetivo o, por lo menos, referirse a éste.
Desde acá también la doctrina de la culpabilidad podría recibir una luz nueva, en
cuanto que recién con la revelación de la determinación intencional, el verdadero
objeto del reproche de culpabilidad está en condiciones de ser evidente34.
Finalmente -para hacer referencia desde aquí- se puede desarrollar nuevamen-
te la doctrina de la participación, porque la diversidad de las formas de participación
está fundamentada en el modo de diferenciación del contenido y extensión del or-
denamiento.

34 Sobre el problema de la capacidad de no imputación, com­parar Hönigswald, ob. cit., ps. 236 y
siguientes.

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