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Revista Peruana
de Ciencias Penales
Número 32
CRITERIOS PARA LA PUBLICACIÓN
DE ARTÍCULOS
I. INTRODUCCIÓN
* Publicado originalmente con el título “Kausalität und Handlung”, en: ZstW. 51, 1931, pp: 703-
720. Traducción tomada de Hans Welzel, (2002).Estudios de derecho Penal. BdeF, Argentina,
pp. 121-145.
1 Ver Honig, Kausalität und objektive Zurechrung, Frank Festschrift, t.1, p.174.
2 Ídem, p.178.
3 M. E. Mayer. Allgemeiner Teil des Deutschen Strafrechts. p. 446.
4 Gerland, Deutsches Reichstrafrecht,p. 91.
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Por eso, si se dice que “la inteligencia no extrae sus leyes de la naturaleza
sino que se las prescribe12, lógicamente no se refiere a “nuestra inteligencia” sino al
entendimiento puro13. La naturaleza es posible solo como cosmos, como unidad
ordenada, de la cual ella es real, porque está supeditada a los ordenamientos legales
(racionales) que le “prescriben” su unidad ordenada.
Por lo tanto, según la interpretación trascendental, tampoco la causalidad es
un modo subjetivo de vinculación de “nuestro” aparato de conocimiento, que “no-
sotros” aplicamos a los objetos porque “nosotros no los podemos reconocer de otra
manera, sino que la causalidad es una ley lógica, quiere decir ley objetiva, a la cual los
objetos están sometidos, también en caso de que nosotros” tampoco existiésemos14.
El método trascendental está dirigido hacia el conocimiento objetivo, y no al sujeto
y su correspondiente estado15.
Por lo demás, pueden quedar aquí en tela de juicio las doctrinas del idealismo
trascendental. Pero hay que remarcar que el idealismo concuerda totalmente con
la interpretación realista en cuanto al rechazo de la interpretación de que nosotros,
como sujetos conocedores, determinamos a los objetos. Lo que separa a ambas doc-
trinas no es tema que interese en este momento16.
Después de comprobar que para el idealismo crítico la causalidad es también
una categoría del objeto que no tiene absolutamente nada que ver con la organi-
zación del sujeto, podemos volver a dirigirnos hacia la doctrina de la causalidad
adecuada. Para una teoría como la de la causación adecuada, que deja intacto el
requisito básico de la teoría de la condición, según la cual la causalidad es la única
manera de determinación del suceso real existe la dificultad de ver el principio por el
cual se diferencian, para el derecho penal, los factores relevantes de los indiferentes,
en un proceso causal.
Si se está de acuerdo con la vinculación causal de todo suceso acontecido,
entonces este principio debe estar fuera del significado ontológico de la causalidad,
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dado que, considerados desde el punto de vista causal, todos los factores son igual-
mente necesarios y por eso, en esta relación, “de igual valor”. Entonces esto debe
conducir con facilidad a declarar este principio como axiológico. Y precisamente el
examen del valor, al cual con esto se lo somete a una relación causal, debe dirigirse a
saber “si esta relación es también significativa para el ordenamiento jurídico, si ella
es suficiente para las exigencias del ordenamiento jurídico”17.
¿Pero se trata acá realmente de valorizaciones? Los juicios valorativos están
basados en juicios del ser, quiere decir valores que exigen un determinado objeto,
universal y ontológico, que caracteriza a los valores en una determinada y peculiar
dirección (positiva o negativa). Cada objeto no puede ser portador de un determi-
nado valor, sino que muchas veces cada valor exige como requisito un categórico
objeto determinado, que justamente es el valor de ese valor, por ejemplo, los va-
lores morales y la persona18. Así también están fundamentadas las valorizaciones
del derecho penal (legal-ilegal, justificado subjetivamente-imputable) en un sentido
categórico determinado, cuyos predicados de valor son ellas.
Si el ordenamiento del derecho penal no vincula sus predicados de valor con
todo suceso real, entonces deben existir diferencias ontológicas de las cuales surge
este diferente tratamiento. Es cierto que el ordenamiento jurídico está libre de vin-
cular a cualquier suceso consecuencias jurídicas para una persona. Pero el diferente
tratamiento por el cual solo un cierto fragmento del suceso real es sometido a una
calificación jurídico-penal que supera una sencilla arbitrariedad, es decir, principal-
mente que tenga un sentido, debe basarse sobre diferencias objetivas. En realidad
está sobreentendido: la reflexión sobre si una determinada relación de sucesos es
significativa para el ordenamiento jurídico no valora, sino que quiere comprobar si
el tipo penal existente está constituido de tal manera que el ordenamiento jurídico
pueda vincular sus predicados valorativos. Justamente éste es el sentido de la teoría
adecuada: comprender aquella conexión del ser real a la cual sea posible hacerle
recién una valorización penal. De este modo la aparente observación axiológica nos
conduce nuevamente hacia las diferencias ontológicas.
Aquí surge nuevamente la pregunta de cuáles diferencias son decisivas para el
suceso real, es decir, para que el ordenamiento jurídico no pueda ligar a todo suceso
(que parte de la voluntad humana) sus predicados valorativos, cuando todo suceso
está subordinado -según la afirmación de todas las teorías causales- bajo una sola
manera de determinación, o sea la causalidad. ¿Puede ser contestada esta pregunta
por medio de la alusión a una manera de observación ideológica característica del or-
denamiento jurídico? Evidentemente, hay que admitir que la alusión a la teleología
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llama la atención sobre el punto de partida correcto, pero en realidad solo brinda el
problema, pero no la solución. Entonces hay que remarcar que la teleología no con-
tribuiría en nada para la solución de nuestro problema, si ella fuera solo una “manera
de observación” o, según Kant, un “principio heurístico” en la relación existente19.
Todo suceso puede ser sometido a una “observación” teleológica. Se puede extraer
cualquier efecto y observar sus causas como mero medio para la existencia de aquel
efecto. Por lo tanto, queda nuevamente la pregunta de por qué el ordenamiento
penal no somete bajo sus observaciones teleológicas a todo efecto cuya causa se en-
cuentre ligada originariamente con la voluntad humana. Expresado de otra manera,
por qué tanto los partidarios de la teoría adecuada como los de la condición se abs-
tienen de extraer esta consecuencia para los delitos calificados por el resultado. Por
lo tanto, somos remitidos nuevamente hacia las diferencias ontológicas a través de la
mera “manera de observación”.
Finalmente, entonces, si prescindimos de los delitos calificados por el resul-
tado como los “rudimentos provenientes de la interpretación de un derecho penal
ampliamente superado”20, existe el interrogante de cuál condición ontológica de
un suceso es determinante para que el ordenamiento jurídico vincule justamente
con él sus predicados de valor. Y qué determinaciones, que no tienen en cuenta
aquellas diferencias ontológicas, pueden tener vigencia como “rudimentos de una
interpretación de derecho penal superado”. En resumidas cuentas, surge el problema
totalmente generalizado de cuáles atributos específicos debe tener un suceso real
para que pueda ser portador u objeto de valores penales, en especial, el reproche de
culpabilidad.
Después de todo esto, no cabe otra cosa que poner en tela de juicio la hipó-
tesis de las teorías causales, en el sentido de que la causalidad sea la única y exclu-
siva determinación del hecho real. Si se llega a constatar un nuevo proceso real de
desarrollo que esté a la par de la causalidad, y quizás pueda intervenir también en
las filas de la causa, entonces posiblemente se haya encontrado en él la buscada base
ontológica para las valoraciones penales.
Ya tan sólo este modo de plantear esta pregunta podría sonar inaudito. Pero
la sorpresa constata cuán profundamente introducidos estamos todavía en el pen-
sar científico-mecánico, pese a toda “acentuación de puntos de valor”. Tampoco se
debería remitir a la tabla de categorías de Kant, en donde la causalidad y el efecto
19 La teleología como principio heurístico no significa para la teoría de Kant una específica forma
de determinación, sino que exige la causalidad como exclusivo proceso de desarrollo; ella quiere
mencionar solo en relación con el suceso organiza o un método para nuestra indagación, el cual
debe posibilitar hallar la vinculación de ese suceso. Ver, por ejemplo, Kant, Kritik der Urteils-
kraft (Meiner), p. 277y Br. Bauch, ob. cit., ps. 435 y siguientes.
20 Liszt-Schmidt,ob.cit., p. 163.
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de cambio están registrados como únicas categorías del suceso real. Puesto que la
moderna filosofía trascendental hace mucho que sobrepasó la opinión de que la ta-
bla de categorías, que históricamente se vincula con la tabla de juicio de la situación
pasada, haya sido un catálogo cerrado y completo21. En realidad, nada nos impide
revisar lo heredado sin perjuicios, en dirección a una nueva determinación. Esta
revisión requiere una profunda colaboración con los más modernos problemas filo-
sóficos y psicológicos, dado que el concepto de aquella nueva determinación pudo
desarrollarse recién después de la caída de la psicología de la asociación, la cual había
intentado infructuosamente brindar una explicación causal del suceso psíquico.
Si de aquí en más queremos observar sin prejuicios la estructura de la acción
para comprobar la legalidad de su proceso, necesariamente debemos revisar en ella
también la esencia de los actos del querer y del conocer. Recién el conocimiento de
la legalidad de estos actos nos revela el orden especial del proceso de la acción.
Aquí está uno de los más importantes conocimientos de la más reciente psi-
cología; que se contrapone con los actos de percepción, imaginación, pensamiento,
etc., es de decir que se dirige hacia algo como si fuera su objeto, pero que no son
ellos mismos y que tampoco son un estado o una parte de su actual vivencia psíqui-
ca, sino que pertenecen a un estrato (real o irreal) independiente. La bola roja que
yo percibo o sobre cuya estructura estereométrica yo recapacito no se convierte por
estos actos en algo psíquico. Ella contiene tan pocas propiedades psíquicas como
objetivas (rojo, redondo) del acto, sino que permanece como ella es, ajena al acto. A
pesar de esto, el acto es una conciencia de ella, la imagina o “toma posesión” de ella,
la tiene como su objeto, en resumen: está dirigido intencionalmente hacia ella. Esta
propia relación de aquellos actos psíquicos hacia algo como su objeto, no tiene ana-
logía en el mundo no psicológico o físico, sea éste real o irreal (solo “imaginado”).
Por cierto que los objetos del mundo físico (la piedra, el electrón) se encuentran bajo
diversos vínculos de causa y relación, pero jamás están dirigidos hacia un algo fuera
de ello, de manera que lo pueden concebir imaginativamente como su objeto.
La intencionalidad es más bien una relación específica entre ciertas vivencias y
sus objetos. A pesar de ello, no se dijo con esto que los actos intencionales estuvieran
libres de toda relación causal o relacional, sino que únicamente aparece, a un lado
de estas relaciones, otro novedoso factor de relación22.
21 Comparar, por ejemplo, Bauch, Wahrheit, Wert und Wirklichkeit, p. 211. Remarcable es tam-
bién que el kantiano Hönigswald es uno de los decisivos representantes de la intencionalidad
como “ordenamiento del pensar” en contraposición con el “ordenamiento de los sucesos” (la
causalidad). Comparar Hönigswald, Grundlagen dar Denkpsychologie, en particular ps. 256 y
siguientes.
22 Comparar acá en especial P. F. Linke. Grundfragen der Wahrnehmungslehre, 2a. Aufl., 1929,
pásim y especialmente ps. 55 y siguientes (61).
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Mientras tanto, parece ser que tampoco estas determinaciones aportan im-
portantes cambios a nuestra situación del problema. Puesto que, si bien ciertas de-
terminadas vivencias psíquicas están acopladas de aquel modo específico a su objeto,
así también los actos mismos pueden estar sometidos entre sí a leyes causales univer-
sales. De hecho es el caso, por ejemplo, también en las asociaciones de la representa-
ción o en la lucha de los instintos entre sí.
Aun así, ya es de significado decisivo para nosotros la hasta ahora vigente de-
terminación de la intencionalidad. Sobre ella se erige un muy específico proceso de
desarrollo para los actos del pensar y de la voluntad, etcétera. En estos más elevados
actos mentales, la intencionalidad no indica solo la dirección hacia los objetos, sino
que, también para el proceso de estos actos, señala la dirección hacia la estructura del
objeto. La intencionalidad, que hasta ahora solo tenía carácter estático, adquiere acá
una función dinámica, se convierte en un proceso de desarrollo de actos dirigidos
hacia objetos.
El pensar no se agota, como la percepción o la imaginación, en el mirar y el
retener un objeto idéntico, sino que busca atrapar el “estado de las cosas”, es decir,
reconocer a los objetos en su relación con otros objetos. Su meta es la comprensión
de la naturaleza y las relaciones estructurales de un estado de cosas. No puede ser ca-
sual la concordancia entre el acto de conocimiento de causa y el objeto, quiere decir
sin estar apoyada de modo decisivo la correlación acto-objeto. Es más: si existiera un
conocimiento de causa, las relaciones y determinaciones objetivas beberían ser las
bases lógicas sobre las que se ova el acto y sobre las cuales se reconoce apoyado. La
comprensión se efectúa dentro del acto de conocimiento a través del cual el acto de
las estructuras objetivas se sostiene conscientemente sobre su base lógica.
Por el contrario, el pensar debe buscar la base de su comprensión y la garantía
de su autenticidad dentro del objeto mismo. Por eso, no solo se dirige sobre el obje-
to, sino justamente hacia él. Así es como se dirige de un objeto al otro, de una pre-
cisión del objeto a la otra y busca concebir de modo razonable la relación existente
entre ellos. Aquí la intencionalidad cumple la función de conducir el pensamiento.
A través de ella, la precisión del estado de cosas y la legitimidad del objeto ganan
influencia sobre el suceso psíquico. La intencionalidad dirige el pensar hacia la legi-
timidad de los objetos, o mejor dicho: debido a su carácter intencional, el pensar se
puede dirigir hacia la legitimidad de los objetos.
De ese modo la intencionalidad es el factor decisivo para que sea posible, en
el acto de conocimiento, una fundamentada concordancia entre el acto y el objeto y
con eso, sobre todo, que sea posible una comprensión23.
23 Este conocimiento significó el quiebre definitivo con la antigua psicología de las asociaciones o
los elementos, que se había demostrado incapaz también de hacer entendible el más sencillo acto
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de pensar. El significado de la intencionalidad fue puesto de resalto por primera vez por Brenta-
no y la importancia de su continuación es reconocida siempre de modo más intenso. Comparar,
en especial, Th. Erismann, Die Eigenart des Geistigen; R. Hönigswald, Die Grundlagen der
Denkpsychologie, K. Bühler, Die Krise der Psychologie (p. 67); E. Jaensch, in den Jahrbü-
chern der Philosophie III, p. 136 (1927); W. Peters, in Zeitschr. f. Psychologie,tomo 112, ps.
413 y ss., 436 y ss. En lo demás, el profundo sentido de la teoría de la percepción de Linke, ob.
citada.
24 Comparar N. Hartmann, Metaphysik der Erkenntnis, 2a. Aufl., ps. 263 y 265. Ver, también,
Lotze, Metaphysik, ps. 149 y siguientes.
25 N. Hartmann, Ethik, p. 601.
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26 Ver acá en especial, A. Pfänder, Motive und Motivation, 1930, ps. 136 y siguientes.
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27 Lo expresado de este modo es gráfico, porque los impulsos no son naturalmente autónomos
junto al Yo, sino son precisamente un acto del propio Yo. El Yo queda de modo permanente en
el sujeto del acto. Pero los actos del Yo tienen el mencionado específico carácter de pasividad,
que está situado de manera próxima al retrato de una lucha. Pero su plasticidad debe quedar
permanentemente consciente.
28 Comparar, para esto, J. E. Heyde, Wert, 1926 y Brentano, Psychologie. editado por O. Kraus
(Meiner), t. . I. ps. XLIV y ss., ver tambien Jaensch, Jahrbücher der Philosophie, t. 3 (1927), p.
132.
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objeto en sí, también fuera de esta relación, sino que más allá de eso el Yo se enfrenta
con estas determinaciones con interés, participación, afirmación o negación. Ellas
“tocan” o “rozan” al Yo, para que frente a ellos no quede “indiferente”, sino que se
ubique en su lugar de manera amigable o enemigable.
El Yo puede ser rozado de distintas maneras. Las diferencias a las cuales nos
referimos aquí, nos son conocidas para todos y aparecen cuando separamos la par-
ticipación “sensual” de la “intelectual” (ética, estética, etc.). Las diferencias no con-
sisten solo en una manera cualitativamente distinta de ser rozado, sino también en
un significado distinto para el Yo. Unos conceptos tocan al Yo más profundamente
que otros. Entre ellos, el Yo, en su modo de ser, se siente más profunda y puramente
atrapado por unos que por otros. Es la “profundidad del momento de la personali-
dad”29 lo que decide estas diferencias del significado.
Hagamos desde acá una retrospectiva de las ambiciones. Ellas están, como
vemos, muy fuertemente sujetas al objeto y por eso están ciegas a lo que se refiere
al significado del objeto para el Yo. Por esto, el que identifica el valor con lo que se
ambiciona o con lo que se encuentra en la “luz de las ganas”, no toma en cuenta que
el Yo puede tomar conciencia de las diferencias cualitativas y significativas de estas
relaciones del Yo hacia el objeto.
Desde luego que las ganas (con las cuales la ambición mayormente está liga-
da) son un momento trascendental en la vivencia del valor, pero no como ganas en
sí, sino que su veracidad, su significado para el Yo, es lo que constituye el valor del
objeto por el cual ha sentido las ganas. Quien no considera esto queda incapacitado
de entender los valores como unidades de sentido y significado, como lo exigimos
permanentemente cuando reflexionamos sobre la veracidad de una vivencia de valor.
Lo hace en honor de una pura (causal) teoría, cuya deficiencia ya se manifestó en
el ámbito teórico. Hay que diferenciar enérgicamente entre ambición y valor. Las
ambiciones pueden ser valiosas, pero no necesarias. Más bien será valor la deter-
minación de un objeto (ambicionado o también no ambicionado) lo que alude de
manera diferentemente específica y cualitativa a un Yo, según la profundidad del
elemento de la personalidad.
El deber de captación del valor es el de descubrir esta referencia y su diferente
contenido. Es un genuino acto de conocimiento, en cuanto también acá el acto se
debe dirigir hacia lo que debe conocerse, basarse y apoyarse en él. En este caso, el
propio Yo, en su relación específica (emocional), se convierte en objeto parcial del
objeto total del conocimiento intencional. No es un secreto que en este caso el Yo se
convierte en su propio objeto. Puesto que esto está dado en todo acto de concien-
cia de sí mismo. Solo que en este caso, el conocimiento es más irracional que en la
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sucesión y el orden de las causas si se pretende que las distintas filas causales puestas
en movimiento converjan en el resultado planificado. Por eso los motivos físicos de
un resultado no son producidos meramente en forma causal, sino al mismo tiempo
en forma voluntaria e intencional.
De ahí se deduce que el suceso que conduce al resultado a partir de la deci-
sión, pasando por los impulsos de la voluntad, es una unidad de intención legal, que
se destaca de los demás sucesos causales a causa del elemento de la legalidad de senti-
do. Caracterizamos a esta unidad de sentido como acción. Se deduce que la relación
entre acción, resultado y decisión no es una reacción de ordenación de sentido solo
causal, sino también teleologica. La relación causal es solo un componen e parcial de
la relación de sentido y está determinada y guiada por la legalidad intencional y por
la relación de sentido de la acción.
Echando una mirada retrospectiva sobre nuestra postura del problema, he-
mos encontrado entonces acción una profunda diferencia ontologica con el suceso
real. Al lado del suceso causal hay un suceso heterogéneo que no está sujeto al orden
de la causalidad, sino al sentido de la intencionalidad. Mientras el suceso causal se
caracteriza porque cada causa es consecuencia de un proceso establecido univer-
salmente por causas anteriores, es solo un eslabón de paso hacia el resultado en el
suceso (teleológico) intencional, uno anterior determina su origen por sí mismo,
según el contenido de sentido de los posibles objetos intentados. Por eso el resulta-
do pertenece al sujeto en una forma completamente distinta como si fuera solo un
efecto de su causa.
Si la causa es solo un eslabón de paso de un proceso causal, entonces la realiza-
ción del resultado es la propia acción del sujeto: la existencia del resultado depende
de la libre voluntad del Yo resultante de la determinación del sentido. Hasta donde
alcanza esta dependencia, el hecho es inherente al sujeto como acción propia o, para
expresarlo de otra manera, (objetivamente) atribuible. Esta imputación (objetiva)
no significa imputación para la culpabilidad, ella no detalla absolutamente nada
sobre la valoración del suceso imputable, sino que a los factores del suceso parti-
cular, los cuales fueron sintetizados para una unidad de acción, se refieren al punto
personal central dominante. De esto resulta que solo el suceso objetivamente impu-
table está en condiciones de ser atribuido a un autor como culpabilidad, dado que
únicamente puede ser responsabilizado el sujeto personalmente determinado por el
resultado legal realizado por él. Con esto hemos descubierto el buscado fundamento
ontologico para las posibles valoraciones penales: solo aquel suceso que depende de
una razonable ordenación de un sujeto, es pasible de ser atribuido a este sujeto como
mérito o culpabilidad. Bien entendido: únicamente está descubierto el fundamento
ontológico o el “portador” para posibles valoraciones, pero con esto no está dado un
juicio de valor. No se ha determinado si el suceso atribuible es valorado positiva o
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31 Nosotros nos contentamos en el resultado final con la bonita explicación de Larenz, al coincidir
con la teoría de la imputación de Hegel y el concepto de imputación objetiva, cuando nuestro
punto de partida es también completamente distinto. Autor que partió de la propia filosofía
trascendental y creyó poder presidir de la carga metafísica, la cual, a nuestro parecer, influenció
aplicación de Larenz.
32 Comparar acá también: Sigwart, der Begriff des Wollens und sein Verhältnis zum Begriff der
Ursache, 1879, p. 33.
33 De lo precedente podría ser claro que aquí “teleología” no es una sencilla manera de reflexión,
sino supone una relación de acción basada intencionalmente.
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fue cometido por el autor con sentido legal o cuyo desvío era previsible y ordenable
razonablemente.
Cuál significado tienen esos conocimientos para el sistema penal, acá ya no se
puede discutir. De todos modos también en este aspecto se produce la imposibilidad
de una total separación entre el tipo subjetivo y el objetivo, porque el tipo objetivo
debe estar subordinado a la legalidad del subjetivo o, por lo menos, referirse a éste.
Desde acá también la doctrina de la culpabilidad podría recibir una luz nueva, en
cuanto que recién con la revelación de la determinación intencional, el verdadero
objeto del reproche de culpabilidad está en condiciones de ser evidente34.
Finalmente -para hacer referencia desde aquí- se puede desarrollar nuevamen-
te la doctrina de la participación, porque la diversidad de las formas de participación
está fundamentada en el modo de diferenciación del contenido y extensión del or-
denamiento.
34 Sobre el problema de la capacidad de no imputación, comparar Hönigswald, ob. cit., ps. 236 y
siguientes.
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